Capítulo Diecisiete: Un café que calienta almas y corazones
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Nadia
Estaba loca por lo que iba a hacer, solo era un café y eso no era malo, pero ¿por qué sentía como si fuera algo ilegal?
No tenía respuestas, solo miedo y emoción, el corazón no me dejaba de latir tan fuerte y rápido desde ese encuentro del pasillo. Tal vez solo fue un acercamiento por accidente, pero ¿salir a tomar un café y con un doctor que es a la vez mi profesor?, eso era adrenalina pura; si lo pensaba bien, nos podríamos meter en un problema por un malentendido.
Mi celular vibra con mensajes insistentes de Sarah, con un: ¿dónde estás?, y un ¿te encuentras bien?, también con un ¿llamó a la policía?
¿Cómo podría responderle sin que armara un escándalo en medio del salón?
No la conozco lo suficiente aún, pero si lo necesario como para saber que ella era capaz de gritar por la emoción. Terminé respondiéndole a sus mensajes con un “estoy bien” y “te cuento todo más tarde”.
No recibí ningún mensaje por su parte, al menos no al instante, pero ya me hacia a la idea del interrogatorio que me haría.
Guardé mi celular en el bolsillo de mi chamarra, y junte las manos poniéndolas sobre la mesa de madera oscura. Ya estaba en la pequeña cafetería a la que Leonardo me había traído; en el interior no hacia nada de frío, olía al dulce olor de café y a la canela de los roles que había en la vitrina del mostrador. Leonardo se encontraba pidiendo nuestra orden y las miradas curiosas no se hicieron esperar; las pocas mujeres que había en el local, centraron su atención en mi apuesto acompañante, y yo, me sentía un tanto celosa por sus miradas. No era una sorpresa que Leonardo atrajera tanta atención y tensión en las personas.
Pocos minutos después, Leonardo regresaba a la mesa donde me encontraba con nuestras órdenes, acompañado de uno de los trabajadores que traiga consigo unos platos con dos roles de canela y una rebanada de chocolate.
—Muchas gracias. —dijo Leonardo en dirección al chico.
—No hay de qué, señor. Cualquier cosa, estamos a sus ordenes. —nos sonrió a ambos y regresó a su puesto.
El olor de los roles y el café me embriagaron, haciéndome suspirar por lo agradable de los aromas.
—Traje el café que me pediste, pero dado que aún es un poco temprano y hace frío —acercó uno de los roles de canela a mí—, un rol es un muy buen acompañamiento.
—No era necesario. —reclamé apenada.
—Para nada, yo te invite —le dio un sorbo a su café y suspiro—. Este lugar sabe hacer un muy buen café.
Dio otro sorbo y limpio las pequeñas gotas que habían quedado sobre su bigote. Después volteó a verme e insistió con la mirada a que probara el café que yo había pedido: un capuccino de vainilla con avellanas. Antes de dar el primer sorbo, sople con delicadeza para evitar salpicar con la espuma blanca decorada con canela, cuando creí conveniente le di el sorbo y el sabor hizo bailar a mis papilas gustativas, calentando no solo mi boca, si no, también mi pecho.
—Dios —suspire—. ¡Que bien sabe!
—Sabía que te iba a gustar —me sonrió—. ¿Probamos el rol?
Asentí, pero inmediatamente me arrepentí. Era un tanto especial al comer en público, cuando lo hago con alguien que llevo tiempo conociendo, no me causaba nada de incomodidad, pero si era alguien a quién apenas estaba conociendo, me comportaba raro y siempre cubría mi boca con mi mano o una servilleta.
Vi a Leonardo darle una mordida a su rol y antes de que él volteara a verme, le di un muy pequeño bocado para evitar que mis mejillas se inflaran y me impidieran hablar.
Era una combinación tan increíble de sabores, el pan no sólo tenía canela, el azúcar glass estaba húmeda dándole esa textura dulce y jugosa y tenía pedazos de nuez en su estructura. Todos los elementos que había en el lugar más la compañía del hombre a mi lado, habian hecho del lugar mi favorito.
—¿Qué tal? —llamó mi atención.
—¡Increíble! —admití sin cuidado.
—Lo sé. Este lugar tiene café y pan increíble —giró levemente su cabeza observando a su alrededor—. Lo encontré hace un año, cerca de estas fechas, más cerca de navidad, en realidad.
Un velo de tristeza se apodero de su rostro, el brillo en sus ojos desapareció y su gran sonrisa ahora eran comisuras señalando al suelo. Quería preguntar que sucedía, pero supuse que sería algo inoportuno.
—Esté lugar no sólo me refugio del frío —apretó sus labios en una pequeña sonrisa—, le otorgó calor a mi alma y a mi corazón.
Su rostro seguía mostrando ese velo de tristeza, pero transformada en una nostalgia que me contagio. No sabía lo que había ocurrido para que su expresión fuera esa, pero podía identificarme con su sentir.
—Tiene razón —intenté aliviar la nostalgia que nos rodeaba—. Un café que calienta almas y corazones.
Ambos reímos y volvimos a tomar de nuestro café y comer del rol de nuestros platos.
Comenzamos a hablar del porqué habíamos elegido estudiar medicina. Él me contó que en su familia la gran mayoría eran médicos y científicos, y que lo motivo a seguir los pasos de su gremio familiar. Por mi parte, le conté que tenía una necesidad de querer ayudar a la gente y con la experiencia que había tenido en años pasados con los padecimientos de mi familia, me motivo a querer cuidar de ellos y por ello me decidí por medicina.
—¿Fueron graves? —interrumpió.
—No, no todas —suspire—. Creo que la vida ha sido relativamente buena con nosotros.
—Me alegra que hayan salido de todo —se inclinó levemente—. Muchos de los pacientes que atendí, se dejan venir abajo cuando se les diagnóstica alguna enfermedad y, claro, es humano sentirse mal. Pero creo que es un tanto egoísta encerrarse y alejar a todos los que te rodean.
—Pienso igual, pero... —hice una pausa.
—¿Pero? —insistió.
—Pero hasta no vivir algo así, jamás lo sabremos —sonreí de lado—. Cuando a mi abuelita le diagnosticaron una embolia y al ver que quedo paralizada de un solo lado, se vino abajo. Ella era una persona muy activa, siempre estaba de un lado a otro y cuidando de los demás, pero cuando llegó la enfermedad... vi como se apagaba lentamente hasta rendirse y... fallecer.
Apreté mis labios para evitar llorar en ese momento, pero aún me dolía apesar de que ya habían pasado tantos años. Parpadee rápidamente para evitar derramar las lágrimas que noté en mis ojos, estas salieron en el momento en que sentí la mano de Leonardo posarse sobre la mía. Un remolino de emociones se apodero de mí, pero no eran como las que me invadían cuando chocaba con él, eran cálidas y consoladoras; abrazaban mi alma.
—Gracias... —pronunció en un susurro.
—¿Por qué? —limpié las lágrimas que recorrían mis mejillas.
—Por compartir un momento tan íntimo y doloroso como ese. —dio un apretón a mi mano; había olvidado que aún estaba tomado de la mía. Por reflejo, me quité y baje la mirada.
«¡Qué tonta!», me reclamé a misma, pues al instante en el que alejé mi mano, me arrepentí por hacerlo y quería regresarla a su posición para sentir de nuevo su toque sobre mi piel.
Ahora solo me podía conformar con su compañía y el delicioso café que había en mi taza.
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Leonardo
Habían sido un par de días realmente pesados y estresantes; Siena seguía insistiendo en vernos, había trabajos y tareas que calificar y propuestas que rechazar. Estaba cansado, llevaba ya varios días sin dormir y comer bien, solo quería descansar, dormir durante mucho tiempo y sentirme recuperado. Pero esa voz y mirada tierna de Nadia, fue lo que me dio la energía para seguir.
Un día llegue con un dolor de cabeza insoportable, apenas podía pensar y mucho menos podía dar la clase, pero en cuanto la vi, el malestar se disipo poco a poco; aunque, no fue suficiente. Detuve la clase justo a la mitad con la excusa de que fueran todos a desayunar y así poder ir a tomar un breve descanso, solo que no me percate de que alguien me siguió hasta un pasillo donde la luz iluminaba levemente unos casilleros. Me recargue contra ellos y deslice mi espalda hasta sentarme en el suelo. Nadia estaba a unos pasos de mí, preguntándome si me encontraba bien; aún no podía creeme que ella estaba provocando emociones que creí haber matado hace tiempo.
Los días posteriores a ese encuentro, quise alejarme de Nadia, pero era imposible por el simple hecho de que era mi alumna y no podía simplemente prohibirle la entrada a mi clase, era realmente ilógico. Solo tuve que conformarme con verla y desear estar cerca de ella como aquella vez en donde la tuve entre mis brazos. Aún recordaba su aroma, era dulce y fresco, olía a fresia, ciruela y manzanilla; jamás sacaría ese aroma de mis recuerdos.
Ya iba de salida, iría a encerrarme en mi casa y solo dedicarme a revisar los trabajos que mis alumnos habían entregado la semana posterior, pero ese aroma tan dulce se apodero de mis fosas nasales cuando choque con ella. Estuve a punto de hacerla caer al suelo si no la hubiese tomado de la cintura; estaba tan cerca y quería estarlo aún más, pero el apretón de sus manos en mis brazos me trajo a la realidad. Su rostro estaba rojo y su respiración era agitada; era un momento gracioso y a la vez tan al azar, y lo fue aún más cuando la invite a tomar un café. Jamás creí que ella fuera aceptar mi invitación, por un momento lo pensé y me iba a retractar, pero su voz como en eco, me alivio y me motivó, ella había aceptado.
Ese mismo día, pero una hora más tarde, llegamos a la cafetería que me gustaba frecuentar; fui a pedir nuestra orden y quise sorprenderla con un rol de canela que se veía tan apetitoso en la vitrina. Uno de los chicos en el mostrador me ayudo a llevar los platos hasta nuestra mesa, a la vez que noté su mirada curiosa sobre la joven que me acompañaba; se retiró después de agradecerle y al fin dejarnos solos.
—¿Qué tal? —la mire con curiosidad esperando su reacción tras probar el rol.
—¡Increíble! —noté su sonrisa aún tras la servilleta con la que se cubría.
Continuamos disfrutando de nuestro café y pan mientras hablábamos de la elección de la carrera. Llegó un momento en que todo se había vuelto triste y lleno de nostalgia, quise contarle mi pesar, pero arrepentí y decidí guardar silencio. En cambio, ella me contó un momento doloroso para ella, quería abrazarla, sabía que era el momento adecuado, pero solo me límite a tomar su mano y darle un pequeño apretón en señal de solidaridad y consuelo; ella quitó su mano y bajo la mirada. Tal vez, me había equivocado.
Mire la hora en mi reloj de mano, habían paso tres horas y no se sentía esa pesada sensación de cansancio. La conversación había sido tan amena, que el café y el pan ya se habían acabado y la gente que nos rodeaba ya había cambiado.
—Creo que ya debería irme. —la escuché decir.
—¿Qué? —me alarmé por un instante—. ¿E-Estás segura?
—Si —respondió—. Fue un gusto compartir con usted esta charla.
—Nadia, por favor —hice una pausa para pensar en lo que iba a decir y evitar soltar una estupidez—. Háblame de tú.
Si, fue una estupidez. Pude decir cualquier cosa para evitar que se fuera y solo le mencioné que me hablará de “tú”. Merecía una buena bofetada por ser tan tonto.
Sin pasar unos segundos, me levanté de la mesa al mismo tiempo que ella lo hacía, ella me miro extrañada; con un nudo en mi garganta, apenas pude hablar.
—¿Puedo... acompañarte? —dije nervioso, pero con toda la seguridad que pude agarrar en ese momento.
—¿De... verdad? —un pequeño tic en la comisura de su labio, me dio la señal de que le agradaba la idea. Asentí con la cabeza y ambos tomamos nuestros abrigos para salir del local.
Habría evitado que se congelara en el frío, pero ese día no fui a la facultad en auto, y aunque lo hubiera llevado, los rumores de verla subir a mi auto no se hubieran hecho esperar.
Caminábamos en silencio, uno a lado del otro, ella de vez en cuando se subía el cuello de su suéter para cubrirse del aire; me sentaba mal verla así y aún más por no haber llevado una bufanda conmigo para poder dársela.
La tomé del brazo para llevarla hasta un local, era una tienda de ropa y estaba seguro de que podríamos quedarnos un par de minutos antes de continuar nuestro camino. Estando dentro, noté el alivio en su rostro por estar en un lugar con calefacción, había funcionado.
—Espera aquí. —le sonreí mientras me alejaba en dirección al mostrador. Ella asintió con la cabeza y regreso su mirada a una de las ventanas grandes del local.
Me acerqué y pregunté por la sección de bufandas, me guiaron hasta la zona y se ofrecieron a ayudarme, pero rechace la ayuda, quería elegir algo yo mismo para ella.
Entre la gran hilera de bufandas de diferentes colores y diseños, encontré una que me gusto; era de un color hueso, larga y con barbitas para decorar, al tocar la tela note su suavidad y el calor que proporcionaba con apenas tocarla.
Regrese al mostrador con la bufanda en mano, la pagué y la metieron en una pequeña bolsa de papel con el logo de la tienda. Me acerque a Nadia quien seguía cubriendo su cuello con su suéter, puse una mano sobre su espalda para indicarle que saliéramos del local; en el instante que ella puso un pie afuera comenzó a tiritar, sin esperar más le entregue la bolsa.
—Toma.
—¿Qué es? —frunció el ceño.
—Es para ti. —le sonreí.
—No, no, no —nego rápidamente con la cabeza—. Esto no es necesario.
—Lo es, no queremos que pesques un resfriado. —bromee.
Alzo una ceja mirándome por unos segundos y después comenzó a buscar dentro de la bolsa, su expresión cambió y con cuidado saco el objeto que había en el interior de la bolsa.
—Es por no evitar que te congeles. —rasque mi nuca.
—No era necesario... De verdad —su voz se quebró, después aclaro la garganta y sonrió—. Gracias...
Pude notar como sus ojos se le hacían agua y como se le hacia una bonita sonrisa que ocultaba con su mano. Me dio la bolsa y enredo la bufanda en su cuello. Le quedaba tan bien que me fue imposible no sentir el retumbar de mi corazón en mi oídos.
Sin duda alguna, fue un día increíble para ambos y verla usar la bufanda, calmaba y llenaba mi corazón.
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