Capítulo Dieciséis: Entre sus brazos

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Nadia

Ahí estaba yo, mirando perdidamente a Leonardo. Sus músculos se marcaban aún sobre la bata blanca que llevaba puesta; su voz parecía música para mis oídos y cada que decía mi nombre, mi piel se erizaba a mil por segundo.
Era una tonta por poner más atención en los movimientos que él hacia y sensaciones que provocaba en mí. Estaba segura qur después me arrepentiría.

Las clases no me duraban nada cuando él era quien las impartía y los escenarios ficticios no ayudaban tampoco. Más tonta no podía parecer cuando la idea de pedirle clases particulares, vino a mi cabeza; era ridículo. Sarah se reía de mí cada que me veía sonrojada y siempre era cuando mi mente volaba y creaba momentos que desearía que sucedieran con él, incluso hasta los más impuros.

—Muy bien, hasta aquí lo dejamos —salí del trance en cuanto Leonardo chocó las palmas de sus manos—. La siguiente clase tendremos práctica, así qué, preparen sus materiales y escojan a su pareja —nuestras miradas se cruzaron por unos segundos, pero fui tan cobarde que yo desvíe la mía—. Los materiales se los haré llegar en el grupo que creamos en la aplicación de chat y lleguen puntuales.

Todos mostraban entusiasmo e interés, aunque, desde el semestre pasado ya habíamos tenido prácticas con los cadáveres que fueron donados a la facultad, pero a decir verdad, fueron escasas y muy poco didácticas. Tal vez, él tendría otro método y, además, él iba a estar más cerca de nosotros.

Ya todos habían salido del salón, solo quedábamos Sarah y yo; siempre me tardaba en guardar mis cosas, era una desventaja en mí. Ya íbamos de salida cuando el doctor me habló.

—Nadia... —aclaró la garganta—, es decir, doctora. ¿Puedo hablar un momento con usted?

Volteé a ver a Sarah y esta huyo con una sonrisa enorme plasmada en su rostro, dejándome sola con mis nervios.
Giré sobre mi eje y me acerqué al escritorio.

—¿Si, doctor? —comencé a jugar los dedos de mis manos, a veces creía que ya lo hacía de forma involuntaria.

—¿Puedo pedirte un favor? —se levantó de su asiento, mostrando la diferencia de altura entre ambos. Levanté la mirada, y por un momento, sentí que él se estaba acercando a mi rostro más cerca más.

Jadeé cuando recordé que me había hecho una pregunta, mi rostro se puso caliente y estaba segura de que se había puesto rojo.

—C-Claro. —le sonreí.

—¿Podrías sacar un juego de copias a esta hoja para tus compañeros y traerla el día de la práctica? —acercó la hoja a mí y yo la tomé con la mano temblorosa.

«¡Qué tonta!», grité en mi interior.

—Si, lo tendré listo. —asentí con la cabeza y di media vuelta para por fin, salir del salón.

—Nadia, espera... —sentí su mano tomarme del brazo. Creí que mis piernas me iban a fallar al sentir el temblor en ellas, y lo único que pude hacer fue girar la cabeza levemente—. Toma.

Me entregó una tarjeta del autobús que tomó para ir a mi casa, lo miré confundida por su acción.

—¿Esto...? —levanté una ceja.

—La encontré la clase pasada en el lugar donde te habías sentado. Supongo que debió de caerse. —me explicó. En eso, recordé que llevaba buscando mi tarjeta del transporte; terminé comprando otra al darme cuenta de que la había perdido.

—Oh... yo... —tomé la tarjeta—. Gracias. La estaba buscando desde ayer. Bueno, debo irme. —le sonreí antes de darme media vuelta al salir del salón con una gran decepción.

Busqué con la mirada a Sarah, ella me estaba esperando sentada en los escalones de la escalera cercana al salón, estaba muy concentrada en su celular y se le vía divetida; su expresión cambió en el momento que me vio acercarme a ella.

—¿Y bien? —me sonreía picaramente.

—Ten tu conversación con el “el amor de mi vida”. —puse la hoja contra su pecho y continúe caminando ahora hacia la siguiente clase.

—¿Qué es esto? —sabía que estaba confundida, gracias a el tono de su voz.

—El favor que me pidió. —volteé a verla haciéndola parar bruscamente.

—Y, ¿para qué te dio esta hoja? —comenzó leer el contenido del papel.

—Para la práctica. —volví a caminar y continúe hacía el salón que nos tocaba.

—Yo ya te hacia novia del profe. —dijo en un tono pícaro.

—¡Por Dios, Sarah! —me cubrí el rostro.

La rubia soltó una carcajada que llamó la atención de los alumnos que andaban por el pasillo, por mi parte, fingí no conocerla y me alejé lo más rápido posible; al poco rato, ella me estaba siguiendo aún con risas.

Entramos al salón, esperamos unos diez minutos a que llegará el doctor que impartía la clase de bioquímica, mi pesadilla. No era una materia difícil, pero para mí, era imposible. Tener que aprender la anatomía del cuerpo era una cosa, pero aprender como la glucosa, los carbohidratos, las proteínas, etc., era demasiado para mí y claro, la ansiedad y el miedo me atacaban al mil por hora. En cualquier momento me podía distraer y dejar de entender lo que el doctor estaba explicando.
El doctor de bioquímica, realmente no era alguien que pudiera caerle mal a alguien, era alguien joven, tal vez, rondaba la edad que Leonardo tenía, pero no me causaba la misma emoción que Leo, al contario. Los nervios que sentía no era porque se me quedara viendo o porque se acercara, era por el hecho de que si me distraía y él lo notaba, al instante me preguntaba, pero no te acribillaba, ni mucho menos te humillaba, al contrario de otros profesores que parecía que iban a sufrir de un infarto por no saberles responder.

El doctor nos dio un descanso, supuse que había notado la cantidad de información que nos acababa de saturar. Sarah giró sobre su asiento y me dio la hoja que momentos antes de la clase, yo le habia dado.

—¿Cuando debes llevarle la hoja?

—En realidad, es un juego de copias. —aclaré.

—¿Tantas? —preguntó con sorpresa.

—Si —hice una pausa—. Ahora que la estoy leyendo, no va a ser tan complicada la práctica.

—¿Emocionada? —sonrió.

—¿Tú no lo estás? —levanté una ceja, dudando que ella no estuviera emocionada. Era posible que la práctica fuese más didáctica a comparación del pasado profesor de anatomía.

—Yo estoy emocionada, pero tú —pusó su dedo índice en mi frente—, estás más emocionada por tenerlo más cerca de ti.

—¡C-Claro que no! —alejé su mano bruscamente—. Me emociona la clase.

—La clase que él te pueda dar de anatomía. —una gran sonrisa se formó en sus labios y comenzó a subir y a bajar las cejas rápidamente.

—Sarah...

—!Todo te molesta! —reclamó.

—¡Que no! —resople—. Simplemente me llenas la cabeza de ideas que jamás van a suceder.

—No van a suceder si tú no pones de tu parte.

—¿Cómo? —la miré confundida.

—Acércate a él, saca un tema de conversación... ¡Choca de nuevo con él! —me tomó de los hombros.

—Llevo tiempo sin chocar con él y acercarme a él o hablarle, es imposible. Comienzo a ponerme nerviosa, me trabo al hablar y ponerme roja es más un requisito. Lo sabes bien. —apreté mis labios decepcionada de mí misma.

—Tal vez —desvio la mirada al suelo—, pero so llegasen a estar solos por completo, podrías tomar la seguridad que necesitas.

—La seguridad de saber que él no siente lo mismo que yo.

—Eso no lo sabes. —me soltó de un hombro y me señaló.

La conversación se vio interrumpida por el regreso del profesor de bioquímica para continuar con la clase.
Acabé agotada y desaminada por dos cosas; la primera, porque la materia se me estaba complicando más y más, aún si eran las primeras semanas; la segunda, me encantaría tener una conversación con Leonardo, pero no se me ocurre algún tema para hablar y que no sea de la carrera. Estaba perdida, sin ideas, sin ánimos y estaba agotada.

La clase terminó y Sarah se adelantó a salir, dijo que necesitaba ir al baño y que no tenía la mínima intención de salir a mitad de la clase y perderse la materia de bioética.
Nuevamente fui la última en guardar mis cosas, me despedí del doctor y al parecer, mis plegarias fueron escuchadas, pues, justo al girar en un pasillo choque con alguien. El golpe fue tan brusco que estuve a punto de perder el equilibrio, la persona con quien había chocado, reaccionó rápido y me tomó por la cintura atrayéndome a su cuerpo. Cuando levanté la mirada, mi corazón se detuvo por un instante a los milisegundos, empezó a latir tan rápido y fuerte, que podía sentirlo en mi garganta, creí que se me iba a salir en cualquier momento. La persona que me tenía tomada de la cintura, era nada más y nada menos que Leonardo, mi ahora salvador de una caída tan fuerte que hubiese dejado un gran moretón.

—¿E-Estás bien? —su voz tenía un cierto nerviosismo, tal vez por la adrenalina del momento.

—Si, si. Yo... —en ese momento me olvidé de cómo hablar. El corazón me seguía latiendo tan fuerte que el oxígeno que le llegaba a mi cerebro parecia ser demasiado para hacer algún movimiento o crear alguna oración.

Nuestras miradas estaban conectadas, mis ojos pasaban de los suyos a sus labios, así hasta forman un triángulo tan rápido que juraba ser más obvia que nunca. Podía sentir su respiración sobre mis mejillas y cada vez se sentía más intensa, más rápida; noté que le costaba pasar la saliva cuando su manzana se movió con lentitud acompañada de un suspiro pesado. De pronto, mi cuerpo tomó consciencia propia, pues, mis manos ya no se estaban sosteniendo de sus codos, ahora estaban en sus duros y fuertes bíceps; mi deseo de apretarlos se cumplió, yo solita los apreté sin que nadie más que me dijera que hacer. Leonardo bajó la mirada a mis manos por unos segundos y después volteo a verme.

—¿Qué te... parecen? —sonrió.

—¿Eh? —lo miré, pero estaba tan hipnotizada que la expresión en mi cara podía ser tan tonta.

—¿Quieres probar? —dijo sin tapujos.

Mi rostro se calentó y mis ojos se abrieron de par en par, había salido del trance. Me alejé de él, sin quitarle la mirada; no estaba segura de si había escuchado bien o era mi mente la que me estaba jugando una mala reta haciéndome escuchar algo que no era.

—¿Perdón? —alcé una ceja.

—¿Qué si quieres probar? —repitió. Derepente, su expresión cambió drásticamente al percatarse del tono en el que había sonado su pregunta—. ¡No! Quise decir... Dios.

Se llevó una mano a la frente y cerró los ojos con fuerza, una risa nerviosa salió de esos bellos labios rosados y un tanto delgados; me encontraba en trace una vez más.

—No quise sonar... —rascó su nuca.

—No, no, yo... —reí nerviosa y claramente avergonzada—. Yo no debí... Estuvo mal.

—No te preocupes —una de sus manos viajo a su bíceps contrario—, creo que es una reacción normal.

—¿Normal? —pregunté con sorpresa.

—Si, digo... No es común conocer a alguien con músculos y poder evitar tocarlos. —me miró. Ambos reímos nerviosos.

—Creo que si. —me límite a decir.

El silencio reino una vez más entre nosotros, yo trataba de evitar mirarlo a la cara, estaba avergonzada y seguramente él lo estaría también. De pronto, recordé que iba a mi siguiente clase, mire la hora en mi celular y maldije en voz alta, cubriéndome la boca inmediatamente al recordar que estaba aún con Leonardo.

—Lo... lo lamento. —supliqué avergonzada.

—¿Qué sucede? —alzó una ceja.

—Iba a mi clase y ya voy tarde... —suspire un tanto molesta—. La profesora ya no me dejará pasar.

—Te acompañó y puedo inventarle una excusa. —propuso.

—¿De verdad? —lo miré con sorpresa; él mismo se había ofrecido a acompañarme.

—Claro —sonrió—. Yo te entretuve y es lo menos que puedo hacer. Me señaló el camino para que pudiera pasar a su lado y guiarlo hasta el salón donde me tocaba la clase de sociología.

El camino fue relativamente corto y muy silencioso, solo nuestros pasos se escuchaban en el eco que los pasillos vacios tenían. Al llegar al salón, la puerta estaba cerrada; sonaría tonto, pero siempre que me encontraba en casos así, preferia no entrar a que rechazaran mi petición y eso estaba por hacer. Di un paso atrás y mi espalda chocó con algo o más bien, con alguien; giré rápidamente para encontrarme con la mirada tan pesada de Leonardo.

—¿Sucede algo? —ladeo la cabeza.

—No, no... —bajé la mirada.

—¿Entonces?

Me daba pena decirle que ya no quería entrar a la clasr por mi pánico y ansiedad al rechazo, pero ¿cómo podía evitarlo?
Estaba segura de que él me pediría que entrará a la clase sin ningún “pero” colo excusa.

—¿No quieres entrar? —tal vez mis acciones fueron tan obvias que descifró el porqué de mi silencio.

Negué con la cabeza.

—Yo te diría que entres a tu clase, pero no puedo obligarte. —sentí alivio al escuchar sus palabras. Él tenía razón, debía entrar para no perder la clase, pero aún seguía no solo mortificada por que no me dejaran entrar a la clase, si no, por lo que había ocurrido minutos antes.

Me llevé las manos al rostro, realmente estaba muy apenada y ahora me sentía desmotivada para entrar a mi clase. Continúe negando con la cabeza hasta escuchar un suspiro por parte de él.

—¿Tienes más clases después de esta? —había nuevamente nerviosismo en si voz y una pizca de curiosidad, como si fuese a proponer algo.

—No. —respondí sin dudar.

—Te... te invitó a tomar...—mis ojos se abrieron con sorpresa. Estaba a punto de hablar cuando él continuó su frase— ¿Te parece un café o té?

Podría ser una ilusión o estar soñando despierta, me preguntaba si eso estaba pasando realmente o si ya tenía un serio problema psiquiátrico. Pase mis manos a mi espalda y pellizque la piel en de mi muñeca para averiguar si esto era real, el dolor en aquella zona me confirmó que todo era real y que no debía de desaprovechar esa posible y única oportunidad.

—Si, me encantaría. —sonreí emocionada. Sarah estaría gritando eufórica si hubiera sido testigo de esta escena.

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