Capítulo Cuarenta y siete: Revelaciones en el Hielo
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Nadia
Desde el día en que aquella silueta intentó agarrarme por el brazo, mi papá y mi hermano no me dejaban regresar sola. Iban todos los días por mí hasta la facultad, con excepción de cuando Aaron y Sarah me llevaban a casa. Leonardo estaba enterado de lo sucedido y estaba más que feliz por poder llevarme de regreso a mi casa, pero su padre siempre se entrometia en nuestros planes.
El dolor en mi cuerpo fue desapareciendo, al igual que los raspones o las pequeñas cortadas que obtuve el día del accidente. También Matt estaba mejorando, su espalda lucía menos morada y se le veía más animado y con ganas de moverse. Me contó que había regresado a surfear con ciertas precauciones y con un traje de cuerpo completo para que nadie le hiciera preguntas sobre el estado de su espalda.
El tiempo fue pasando y cada vez me veía menos a Leonardo y más me sentía más alejada de él, incluso llegué a pensar que nuestra relación terminaría por lo mismo hasta que un día me pidió salir de la universidad y verlo en una cafetería no muy lejos de la facultad.
Mientras esperaba a que Leonardo llegara, pedí un capuchino de vainilla y una galleta de chispas de chocolate, ambos sabores se mezclaban muy bien y dejaban un buen sabor de boca. Tenía la mente ocupada y la mirada fija en el celular cuando noté que una silueta tomó asiento en la silla frente a mí. Me puse nerviosa, pensando que era Leonardo, y con una gran sonrisa levanté el rostro para mirarlo. Sin embargo, la sonrisa se desvaneció al instante al ver de quién se trataba.
—Vaya. Tanto tiempo y aún me sigues sonriendo de esa forma —Marco bromeó y se cruzó de brazos.
Fue en ese momento cuando, por primera vez en mucho tiempo, me detuve a observar su apariencia. Marco no era realmente guapo. Su cabello castaño, casi siempre parecía más oscuro debido a su corte casi al ras, y su piel bronceada contrastaba con sus labios gruesos. Tenía una nariz pronunciada y tosca, con el tabique desviado por una pelea de años atrás, un recuerdo de sus celos. Su frente también era tosca, quizá demasiado cuadrada para mi gusto. Lo único realmente bonito en él eran sus ojos, de un color miel que había heredado de su madre. Ella siempre me decía que me quería como a una hija, pero prefería mil veces que no estuviera con su hijo por todo el daño que me causaba.
—¿Qué quieres? —por primera vez, tomaba el valor para hablarle con firmeza.
—¿No es obvio? A ti —soltó sus brazos y se inclinó levemente sobre la mesa, una acción que me hizo retroceder sobre mi asiento.
—Todos los golpes que haz recibido, ¿no te han hecho entender que ya no quiero saber nada de ti? —dije molesta. Debía controlarme, pero la sangre me estaba hirviendo y era una reacción muy extraña para mí, fue como revivir loa recuerdos con mucho coraje.
—Ya te rogué —dijo entre dientes—. Ya es una razón para que estés de regreso conmigo.
Muy en mi interior estaba muerta de la risa y, claro, no pude contenerme haciéndolo de la forma latina que a él tanto le molestaba.
—¡Vete a la chingada! —dije en voz alta, algo que llamó demasiado la atención de la gente a nuestro al rededor. Ahí mismo, me di cuenta de que había hispanos y sin duda alguna, me apoyarían si Marco intentaba algo.
Por primera vez, estaba sintiendo toda la seguridad y confianza que Marco me había arrebatado por años.
Marco me miró y sonrió con cinismo. Le había dado una razón para enojarse y buscar la manera de hacerme caer de golpe contra el suelo. Lo peor fue que no me equivoqué.
—Al parecer sigues igual de vulgar —bufo—. Espero que esto te quité lo fácil que eres.
Aventó un pequeño sobre manila sobre la mesa, muy cerca de mí. Con mucho miedo, lo tomé y despegue la pestaña sin sacar el contenido. Noté que eran fotos. Mi sangre se heló al ver la primera: Leonardo y yo besándonos en una cafetería que frecuentábamos. Volteé a ver a Marco, y este levantó una ceja como si me indicara que continuara. La siguiente foto mostraba a Leonardo y a mí en su coche el día de la fiesta de Halloween, donde él prácticamente estaba encima de mí.
Dejé el sobre amarillo sobre la mesa, incapaz de seguir viendo el resto de las fotos. Ya imaginaba qué contenido tendrían, pero lo peor era que Marco las tenía y no sabía cómo o de dónde las había sacado.
El cuerpo me comenzó a temblar y y sentí una presión en el pecho que me dificultaba respirar, estaba segura que iba a desmayarme. En cambio, un movimiento torpe con mis manos, me hizo tirar la taza de porcelana blanca donde estaba servido mi capuchino, haciendo llamar la atención de nuevo de todos. Uno de los baristas se acercó para limpiar y recoger todos los pedazos del suelo mientras me preguntaba si me encontraba bien o si necesitaba llamar a alguien, supuse su intención. Tal vez, creyó que estaba siendo amenazada por el sujeto al otro lado de mi mesa. Sin embargo, Marco solo se mofo de la gentileza del chico y le ordenó “largarse”, literalmente.
—Tonta cómo siempre —dijo—. Era lo menos que podía esperar.
—Cállate —pronuncie apenas—. ¿Cómo obtuviste esas fotos?
—Eso no te interesa —volvió a inclinarse—. Lo que importa es cómo vas a pagarme.
—No te voy a dar nada —solté con toda seguridad, pero esta desapareció al segundo siguiente.
—Sabía que dirías eso —sonrió cínico, una vez más—. Si no me das lo que quiero, estás fotos llegarán a tu universidad de pacotilla, y tanto tú cómo tu anciano, acabaran fuera de ella y serás la burla que siempre haz sido. Tanto esfuerzo a la basura.
—¿Qué es lo que quieres? —esa pregunta era mi sentencia para hacer un pacto con el mismísimo diablo frente a mí, pero debía saber cuáles eran sus condiciones.
—Termina cualquier relación que tengas con ese idiota y regresarás conmigo —me miró y lamió su labio. Sabía que su mente oscura estaba imaginando un escenario de lo más obsceno, me daba asco de solo pensarlo.
—Aceptó lo primero, pero lo último no —mencioné—. Yo ya no quiero nada contigo.
—Lo querrás cuando te enteres de la verdad y estés tan acabada que ni la tierra te va a querer tragar —sin duda eso era no sólo una advertencia, sino una amenaza.
—¿Qué verdad? —insistí. Quería saber si su advertencia tenía sentido o era infundada.
—Preguntáselo a tu supuesto hombre de verdad —comenzó a reírse. Después, se levantó de la silla listo para irse, pero se detuvo un instante—. Te regaló las fotos, yo tengo más. Tienes una semana para contestarme.
Salió de la cafetería dejándome más confundida que nunca. Lo peor era el miedo a lo que pudieran mostrar el resto de las fotos y a lo que Marco sería capaz de hacer para obtener lo que quería.
Pocos minutos después, vi llegar a Leonardo por la ventana y de inmediato guarde el sobre en mi abrigo. Cuando entró, su primera acción fue besarme tan tierna como apasionadamente mientras me abrazaba. Después del beso, tomó la silla y la colocó justo a mi lado diciendo que debíamos aprovechar ese día porque no quería estar más lejos de mí un minuto más.
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Íbamos tomados de la mano mientras caminábamos por Central Park. Aunque el cielo estaba nublado y la nieve cubría las ramas desnudas de los árboles, aún así podíamos apreciar el bello paisaje blanco que nos ofrecía la naturaleza.
Había personas trotando, amigos caminando por los largos senderos, y algunos artistas callejeros que captaban la atención de los transeúntes. Leonardo y yo observábamos felices cada uno de los espectáculos que el parque nos ofrecía. Estuvimos así un buen rato, hasta llegar a uno de los puentes que cruzaba el gran lago. Allí, veíamos a varios grupos de personas patinando sobre el agua congelada; entre ellos, había parejas que intentaban bailar, y en sus errores, caían al suelo y soltaban carcajadas.
—¿Sabes patinar? —me preguntó.
—No mucho —respondí, dudosa.
—¿Te gustaría aprender? —inclinó su cabeza, esperando mi respuesta.
—¿Sabes patinar? —le devolví la pregunta.
—Un poco, sí —me sonrió.
Leonardo me tomó de la mano y juntos corrimos hacia una pequeña casita al lado del lago. Jamás lo habría imaginado, pero allí rentaban patines listos para ser usados, siempre y cuando estuvieran disponibles. Leonardo pidió un par de su número y otro del mío. Después de ponérnoslos, él fue el primero en pisar el hielo. Dio un par de pasos y luego extendió sus brazos hacia mí.
—Vamos, aquí te espero —volvió a sonreír.
Miré el hielo con duda, ya que mi mente siempre imaginaba lo peor y pensaba en lo terrible que sería si el hielo se rompiera y yo cayera al agua. Después de “meditarlo” durante unos segundos, reuní el valor para poner primero un pie sobre el hielo. Este se deslizó de inmediato sin que yo hiciera nada, y por miedo a lastimarme, coloqué rápidamente el otro pie, haciéndome perder el equilibrio.
Estaba a nada de caerme, pero Leonardo se dio prisa y me tomó por la cintura.
—Te tengo —besó mi frente, provocándome una risa nerviosa—. Te voy a soltar, pero estarás tomada de mis manos mientras nos movemos. ¿Entendido?
—Si —asentí con la cabeza y le sonreí.
Leonardo comenzó a retroceder muy lentamente para ayudarme a mantener el equilibrio, poco a poco iba aumentando la velocidad sin ser rápido para evitar que yo me cayera. Cuando él creyó que estaba lista, me soltó de las manos dándome ánimos para patinar por mi propia cuenta.
—Lo estoy haciendo —dije en voz baja.
—¿Qué? —frunció el ceño y acercó una mano a su oído.
—¡Lo estoy haciendo! —comencé a reír, él al verme me sonrió y comenzó a aplaudir.
Seguía avanzando a paso de tortuga, pero completamente segura de que lo estaba logrando hasta que un grupo de niños que iba más rápido que la luz, se cruzo en mi camino haciéndome perder el equilibrio y caer de golpe contra el hielo.
Leonardo se deslizo hacia a mí de una forma tan elegante qué me dio vergüenza mi destreza.
—Señor, disculpennos —un niño no mayor a los diez años se acercó para disculparse.
—Fue culpa de Isaac —dijo ahora una niña.
—¡Claro que no! —el dueño del nombre se quejó y cruzó los brazos.
—Claro que si. Tú querías ver quien de los cinco era el más rápido patinando y si no nos hubieras dicho que compitieramos, la señora no se habría caído —la niña que había hablado antes, parecía estar molesta y avergonzada a la vez, pero fue peor para mí al llamarme “señora”.
“¿Tan vieja luzco?”, me pregunté a mi misma.
—Señor, ¿su esposa se lastimó? —Leonardo y yo nos miramos por un par de segundos. Mis mejillas se encendieron y me fue imposible no ocultar mi sonrisa. En cambio, Leonardo rio nervioso y aclaro su garganta.
—¿Te duele algo? —me preguntó Leonardo. Intenté moverme, pero mi tobillo izquierdo me dolió.
—Es el tobillo —estaba segura que mi cara de dolor lo podía ver cualquiera que estuviera cerca.
—Niños, ayúdenme a levantarla y llevarla hasta la orilla del lago, pero tengan mucho cuidado —les indicó. Los niños usaron todas sus fuerzas para ayudarme a ponerme de pie sin apoyar el tobillo lastimado. Todos nos deslizamos hasta la orilla, donde me ayudaron a sentarme en una roca grande que había cerca.
Leonardo se arrodilló frente a mí y comenzó a quitarme los patines con cuidado.
—Déjame revisar tu tobillo —dijo, su voz llena de preocupación. Al quitar el patín, me tocó suavemente el tobillo hinchado, evaluando el daño. Hice una mueca de dolor.
—Parece que está bastante hinchado. Vamos a tener que ir a mi departamento para vendarlo correctamente —me informó, levantando la mirada para encontrarse con la mía. Los niños hicieron un bullicio travieso haciéndome sonrojar de nuevo.
—No quiero ser una molestia —dije, pero él negó con la cabeza.
—No es ninguna molestia. Quiero asegurarme de que estés bien —respondió con una sonrisa tranquilizadora. Se levantó y me ofreció su mano—. Vamos, te llevaré.
Con su ayuda, me puse de pie, apoyándome en él. Nos despedimos de los niños y comenzamos a caminar lentamente hacia la salida del parque, dejando atrás el bullicio y la diversión en el hielo. El camino hasta su coche era largo y el dolor persistía. Leonardo se percató de mi sufrimiento y, sin dudarlo ni un segundo, me levantó en sus brazos y me llevó cargando.
—Esto es demasiado —escondí mi rostro en su cuello.
—Claro que no —respondió—. Además, no es la primera vez que te llevó en brazos.
—¿Cuando me…? —levanté mi rostro para verlo y un recuerdo fugaz vino a mi mente en el cuál yo me encontraba con las piernas enredadas sobre su cadera. Mi rostro se puso completamente caliente y estaba segura de que lucía igual al de un jitomate.
—Exactamente —beso mi mejilla y siguió así el resto del camino hasta su auto.
Al principio me preocupe porque se fuera a lastimar la espalda, pues, yo no era una persona con un peso esbelto, tenía kilos de más y me aterraba que eso le provocara una lesión mayor. Claro, no lo pensaba por su edad, o tal vez si, pero no del todo.
Cuando llegamos al coche, Leonardo me ayudo a entrar y sentarme con mucho cuidado en el asiento, cuando estuve lista él cerro la puerta y rodeo el auto por enfrente, pero se quedo justo a la mitad mientras veía su teléfono. Volteó a verme y se le veía preocupado, pero su expresión cambió a una expresión de enojo e irritación, lo vi suspirar y llevarse el celular a la oreja y poco a poco se fue alejando del auto. Lo veía caminar de un lado a otro, y podría jurar que estaba gritando, pero jamás pude escucharlo desde donde, intente bajar la ventana, pero estaba bloqueada por la misma razón de que el carro estaba apagado.
No me quedo de otra más que esperar y ver cada una de sus expresiones hasta que terminó su llamada y se tomó un par de minutos para relajarse y volver al auto para subirse.
—¿Está todo bien? —le pregunté.
—Si, claro que si —respondió un poco cortante.
—Te veo algo molesto. Fue tu… —me interrumpió.
—Ahora no, Nadia —encendió el coche y se colocó entre los autos.
El viaje fue silencioso e incluso incómodo. Más de una vez lo miré de reojo en busca de alguna reacción o indicio de su malestar, esperando comprender qué le estaba molestando. Pensaba que en algún momento él voltearía a verme, quizás para disculparse, pero solo recibí un silencio tan denso que parecía cortarse con un cuchillo, y un sentimiento de culpabilidad que ni siquiera podía explicar.
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