Capítulo Cuarenta y cuatro: Año nuevo, metas nuevas y... ¿amenazas?

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Nadia

Pasar la Navidad con la familia no era tan malo; había mucha comida, muchas risas y unos cuantos regalos. A veces, había corazones tristes que recordaban con dolor la ausencia de algunos que ya no estaban con nosotros.

Todos disfrutaban con gusto los platillos que mi abuela preparó con ayuda de algunos familiares. Mientras algunos compartían anécdotas del año, otros expresaban quejas sobre las dificultades que habían enfrentado. Yo permanecí en silencio la mayor parte de la noche, recordando aquel maravilloso momento con Leonardo, también me llegué preguntar qué estaría haciendo en ese momento. Sabía que él estaba en una cena navideña con su familia, gracias al comentario de aquella mujer que nos encontramos en el centro comercial. En ese momento, comencé cuestionarme si ese encuentro fue más un error que un suceso inesperado.

No podía evitar pensar en lo incómodo que noté a Leonardo durante ese encuentro, y me preguntaba si estaba siendo sincero conmigo o si me ocultaba algo. Traté de convencerme de que era solo mi imaginación, pero me preocupaba que su incomodidad repentina fuera una señal de alerta de que algo podría estar mal. Solo podía esperar a que llegara el momento en que él me lo contara todo y pudiera entenderlo.

Durante mi estancia en casa de mi abuela, Leonardo y yo nos mandábamos mensajes de vez en cuando para saber cómo nos iba. A veces, incluso teníamos un par de llamadas para escucharnos mutuamente. Sin embargo, notaba que en cada llamada su voz sonaba triste y distante, como si algo lo preocupara profundamente y cuando le preguntaba si estaba bien, él siempre cambiaba el tema de la conversación.

Estaba tan metida en mis pensamientos, qué no me di cuenta de la hora y que estaba sola en la mesa, todos habían ido a la sala y estaban bailando o cantando, todos excepto mi abuela.

—¿Qué tienes, hija? —posó una mano sobre mi hombro.

—Nada, mamá —le respondí con dulzura. Desde que tenía memoria, siempre la había llamado “mamá” en vez de “abuela”, esta última hasta me sonaba raro cuando la pronunciaba.

—Podré haber pasado mucho tiempo sin verte, pero conozco muy bien tu rostro y sé que algo te pasa —acomodó la silla a mi lado y se sentó—. ¿Qué sucede?

Podría ser una exageración mía, pero ella siempre sabía cuando alguien estaba mal con solo escuchar un tono diferente en su voz o una expresión rara en el rosto. A veces, parecía una adivina y llegaba a dar miedo, porque detectaba esas emociones malas inmediatamente y decirlo en el momento.

Suspiré.

—Es… algo sobre el amor —dije avergonzada, jamás había hablado de ese tema con ella.

—Tu mamá me contó que terminaste con aquel chico… ¿Mario? —me miró, yo al instante me reí ante su error.

—Marco, mamá —sonreí—. Y si, hace tiempo que él y yo dejamos de ser novios.

—¿Pero…? —inclinó su cabeza.

—Conocí a alguien —respondí.

—¿Y ese alguien te ha hecho algo malo? —siguió cuestionándome.

—No, no. Para nada —negué rápidamente con ma cabeza—. Es solo que… algo me preocupa y no sé que hacer al respecto.

—Bueno, deberías decírselo a él. No debes guárdate las cosas —acarició mi mejilla y al instante sentí la calidez de la palma de su mano sobre mi piel—. Recuerdo lo mucho que peleabas con tus papás por culpa de aquel muchacho. Ahora sé que esas peleas quedaron atrás y mejoraron su relación.

—Y no sabes lo avergonzada que estoy por todo eso —bajé la mirada. Era cierto, tantas peleas que tuve fueron causadas por Marco, por sus celos, porque quería que estuviera todo el tiempo con él o cuando me metió la idea de que mis padres no lo querían y que debía irme con él para vivir juntos y ser “felices”. Tal vez, si me hubiera ido con él, no estaría viva.

—Uno comete errores, pero es peor cuando no lo aceptamos —sus manos tomaron las mías—, y veo que tú los estás aceptando, pero también veo tu preocupación y miedo a que te lastimen. Y no es tu culpa.

—Es que… —hice una pausa—, siento que algo me oculta, pero no sé si es algo malo o peor, algo terrible.

—Para eso sirve el hablar y sé que eso te ayudará a estar más tranquila —me sonrió y me dio unos golpecitos sobre mis manos—. Ahora… quiero saber cómo se conocieron.

Me reí ante su curiosidad, negué con la cabeza y pasé a contarle cómo había conocido a Leonardo, omitiendo lo qué no podía escuchar o sería regañada en ese momento.

Mi abuela terminó por decirme que esperaba con ansias el poder conocer a Leonardo algún día. No quería mentirle sobre la diferencia de edad que hay entre él y yo, supuse que ella podría entenderlo, ya qué, se caso muy joven con mi abuelo, pero me detuve. Podía confiar en ella, pero le podría contar todo a mi mamá y tal vez, los problemas se podrían desatar.

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Faltaban solo un par de minutos para que las campanas sonaran y dieran la bienvenida al Año Nuevo.

Toda mi familia se encontraba en la sala de estar con la televisión encendida; algunos tenían una copa con doce uvas, otros tenían bolsas y maletas en mano para atraer viajes que podrían hacer en algún momento; otros tenían en su puño una buena porción de lentejas (una clase de leguminosas). Suspiraba por el deseo de estar a su lado, releyendo una y otra vez el mensaje de Leonardo, en Nueva York ya habían recibido el año nuevo y me había dejado un mensaje deseándome que este año fuera el mejor de todos los anteriores y que estaba ansioso de verme .

El conteo regresivo dio inició, todos se acercaron más listos para recibir las doce campanadas. Cuando el número uno llegó, inmediatamente las campanadas se hicieron sonar. Mi familia entre risas y lágrimas, comenzaron a realizar sus rituales para que el nuevo año fuera uno de los mejores.

Al toque de cada campanada, metía una uva a mi boca pidiendo cada uno de mis doce deseos. Unos por el bien de mi familia y otros por mi propio bien a lado de la gente que amaba. Uno de esos deseos era que el próximo año nuevo pudiera recibirlo junto a Leonardo.

Justo antes de comer la última uva de mi copa, mi celular vibró, al desbloquear la pantalla y observar el remitente, mi corazón se lleno de calor, amor e ilusión. El mensaje decía:

“Mi deseo es estar junto a ti los próximos años nuevos“.

Estaba feliz, emocionada, animada e ilusionada. Aún seguía sin creer que alguien cómo él estuviera a mi lado y me mostrara el amor de tantas formas distintas.

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Las vacaciones estaban a nada de terminar y mi grupo de amigos junto conmigo, nos encontrábamos en una de las pizzerías a la que tanto nos gustaba asistir.

Gargi y Aaron se veían más unidos que nunca, incluso se daban de comer en la boca. Me pareció un escena de los más tierna y a la vez graciosa, pues, Sarah no paraba de decir que le resultaba demasiado extraño ver a su hermano coquetear con su amiga.

—Ay, no. ¡Esto es imposible! —Sarah soltó la rebanada de pizza que estaba a punto de morder—. Al paso que todos van, seré la tía solterona de sus hijos.

—¿Qué hijos? —preguntó Miguel, un tanto distraído—. ¡¿Estás embarazada, Gargi?!

La pregunta de Miguel le cayó a Aaron como un balde de agua, provocando que se atragantara con el trago que le había dado a su refresco.

La escena fue tan espontánea que Sarah y yo no pudimos evitar reír con fuerza, atrayendo la mirada de los comensales que nos rodeaban.

—¿Acaso estás loco? —Gargi fulminó con la mirada a Miguel, este último levantó las manos mientras explicaba su inocencia al haberse distraído en ese momento.

Sarah y yo no dejábamos de reír ante sus reacciones, después el trío frente a nosotras se unió a nuestra risa y contábamos como fue la cara que puso Aaron en ese momento y el como por primera vez, Gargi se había vuelto en una cazadora formidable ante la mirada asesina que le dio a Miguel.

Por un momento había olvidado que desde año nuevo, Leonardo y yo no habíamos cruzado palabra alguna. Le había dejado más de un mensaje e incluso llamé a su teléfono, pero este me mandaba directo al buzón de voz y los mensajes ni siquiera habían sido leídos.

Podría ser paranoica o pesimista, pero cuando las vacaciones llegarán a su fin, Leonardo y yo ya no nos veríamos tan seguido, pues, un nuevo semestre estaba iniciando y mi grupo era otro; y él, ya no sería mi profesor.

Las risas de mis amigos cesaron y la tomó continuidad mientras disfrutábamos el resto de la pizza. Todos estábamos emocionados por el nuevo semestre y las materias que íbamos a cursar. Además, estábamos celebrando el haber todas las materias. Recibí felicitaciones por haber aprobado y Bioquímica y reconocí que, sin la ayuda de Leonardo, no la habría logrado.

Aprovechamos la oportunidad para hablar sobre los grupos que habíamos elegido, todos coincidían en la mayoría a excepción de una o dos materias que, en el caso de Miguel y yo, tuvimos que elegir otros por la falta de cupos.

Sería la primera vez que sólo Miguel y yo estaríamos compartiendo el mismo grupo.

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Caminaba de regreso a mi casa, era temprano y el clima no era tan helado aún si estaba nevando. Me detuve frente a un aparador de una tienda de ropa, me había llamado la atención un atuendo, era un vestido blanco con huelo y mangas de princesa. Era un vestido realmente bonito y gracias al reflejo del vidrio, me había dado una idea de como se me vería puesto, pero las inseguridades de mi peso me hicieron sentir mal, como si una vocecita en mi cabeza me dijera que esa clase de ropa no me quedaba por mi tipo de cuerpo.

Absorta en mis pensamientos, el sonido de una llamada entrante a mi celular me hizo apartar la mirada del aparador. Le pantalla del celular mostraba un número desconocido, tal vez sería una desventaja en mí, pero siempre contestaba cualquier llamada en caso de emergencia y que algún familiar se comunicara conmigo desde otro número. Al principio dude en contestar, pues no solo era una posible emergencia lo que venía a mi mente, si no, el hostigamiento de Marco que volvía una y otra vez con llamadas de suplicas y de “lo siento”. Había olvidado incluso su existencia, pero no todo lo malo se deshecha.

—¿Bueno? —respondí.

—Podrás estar con él, pero perderás todo —no pude distinguir si se trataba de un hombre o de una mujer, la voz estaba distorsionada lo que hizo ponerme en alerta.

—¿Quién es? —interrogue.

—Piensa bien antes de meterte a la cama de alguien —insistió—, o podrían jugarte mal.

—¿Quién te dio mi número? —estaba molesta e iba a volver a exigir, pero la llamada fue cortada.

Una sensación de incertidumbre combinada con miedo se acumuló tanto en mi pecho cómo en la boca de mi estómago.

Había dejado de prestar atención a mi entorno, había olvidado dónde me encontraba cuando el sonido de un claxon me hizo reaccionar y levantar la mirada. El auto estaba demasiado cerca de mí, la sensación en ese momento fue extraña, fue como si mi alma hubiera abandonado mi cuerpo provocando que este se congelara en ese lugar. Tenía miedo, pero no pude moverme, no logré hacerlo.

—¡Nadia! —escuché una voz masculina, pero no supe identificar de quién era o de donde provenía. Solo pude sentir una mano tomarme del brazo.

De pronto, una sensación de dolor me regresó a la vida, pero eso no era todo. Mi rostro estaba escondido entre las telas de una ropa sin poder ver quién las llevaba puestas. Las voces sorprendidas de los transeúntes se escuchaban más y más cerca, pero seguía sin entender que había ocurrido, sólo escuchaba murmullos y varios “¿se encuentran bien?”, “hay que llamar a una ambulancia” y un “llamaré a la policia”.

El cuerpo bajo el mío comenzó a moverse, logré escuchar un quejido y de pronto me abrazo para después ayudarme a sentarme sobre el suelo. Cuando vi su rostro fue tan confuso, no era que no lo había reconocido, pero estaba en shock.

—¿Nadia? —volvió a hablarme—. ¿Te hiciste daño?

Asentí y negué a la vez con la cabeza, no podía hablar. Seguía muda por lo sucedido.

Sentí como mi corazón latía tan fuerte, la temperatura de mi cuerpo paso de ser fría a caliente y un sabor amargo apareció en mi boca.

—¡Por Dios, Nadia! —volví a mirarlo, era Matt. Sus ojos estaban llenos de preocupación y a la vez terror. No sabía que responderle—. Te llevaré al hospital.

Asentí con la cabeza.

Matt, con la ayuda de otro chico que había sido testigo, me ayudó a ponerme de pie, pero mis piernas parecían gelatina y apenas me podía sostener por mí misma, optaron por dejarme sentada sobre la acera. Minutos después, llegó una ambulancia y los paramédicos nos brindaron los primeros auxilios a Matt y a mí. Antes de llevarnos al hospital, fuimos valorados para asegurar que no teníamos algún trauma físico por lo ocurrido, comentando que harían un chequeo más a fondo en el hospital para descartar alguna contusión.

Una vez en el hospital, la recepción llamó a mis padres para infromarles sobre el incidente y de mi estado. Afortunadamente, no sufrí ningún golpe en la cabeza, sólo unos de raspones en las rodillas y en los brazos. Matt también estaba bien, aunque recibió un buen golpe y algunos rapones en la espalda. Le dijeron que tendría un gran moretón como resultado de su heroísmo al salvarme la vida.

Por otro lado, la policía tomó nuestra declaración, así como la de dos testigos que nos acompañaron al hospital. Matt y yo no pudimos ver el modelo ni las placas del auto, pero los testigos sí lograron identificar algunas características del vehículo y del posible conductor.

Cuando salimos del hospital, mis padres invitaron a Matt a comer con nosotros, este inmediatamente se negó, noté lo avergonzado que estaba por su risa nerviosa. Dado que no aceptó la invitación, mis padres decidieron que lo llevaríamos a su casa y durante todo el trayecto, no dejaron de agradecerle y hacerle preguntas sobre su vida: ¿a qué se dedicaba, si estudiaba, su edad y el cómo nos conocimos? Estaba muerta de vergüenza. Pero lo que más deseaba en ese momento, era saber algo de Leonardo. Le había dejado un mensaje contándole lo sucedido, peeo ni así obtuve respuesta de su parte.

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