Capítulo Cuarenta y cinco: Dramas por doquier
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Nadia
Estaba frente al edificio de los salones, lo miraba detallando cada una de sus partes. Después, miré a los lados buscando una señal de Leonardo, pero ni su auto estaba estacionado. Suspiré desanimada y entre al edificio.
Mi horario había cambiado, me tcaba entrar más tarde a comparación del semestre pasado, unas cuantas horas realmente, pero tarde a fin de cuentas.
Subí las escaleras con un poco de dificultad, una de mis piernas aún me dolía después del accidente, al igual que otras partes del cuerpo, pero no era mucho el dolor, era más bien tolerable.
En el pasillo me encontré a Sarah, tan puntual como siempre. Me miró e inmediatamente se acercó a mí para tratar de ayudarme.
—Yo te ayudo —me tomó del brazo y paso a enrollarlo con el suyo.
—¿Sabes? Puedo caminar sola —reí.
—¿Y? Yo quiero ayudarte —me fulminó con la mirada y me llevó así hasta uno de los asientos. Debo admitir que al momento de sentarme, las piernas me dolieron al igual que la espalda.
A los pocos segundos entro Miguel y al vernos nos sonrió; se sentó en la butaca que estaba a mi izquierda, dejó sus cosas y empezó a saludarnos, pero en ese momento pareció que se le había olvidado que estaba lastimada, pues, me dio una palmada sobre la espalda.
—¡Ay, idiota! —me quejé e intenté sobar la zona adolorida, pero mis brazos me dolían apenas si los estiraba.
Miguel jadeo y se llevó una mano a la boca.
—¡Qué pendejo! —agitó sus manos y después se arrodillo—. Perdóname, Nadia. Olvidé que estabas lastimada.
—De eso ya nos dimos cuenta —Sarah llamó su atención y ambos se miraron de una forma rara. Mis ojos iban de uno al otro, en otro tiempo se habrían dicho lo mucho que se odian.
El salón comenzó a llenarse y el sonido de las conversaciones se hacia más alto hasta que paró justo en el momento que entró el doctor que impartía la clase.
—Buenos días a todos —colocó su portafolios sobre el escritorio y se alejo levemente del mueble—. Estoy seguro que nadie ha oído hablar de mí y es un hecho. Me acabó de integrar a esta universidad, después de años de no ejercer como profesor de Inmunología. Me presento, soy el doctor Connor Lane.
Los murmullos no se hicieron esperar, incluso Sarah volteó rápidamente a verme, yo negué con la cabeza y el salón volvió a quedar en silencio.
—Lo sé. Creo que mi apellido se les hace conocido y están en lo cierto, Leonardo Lane es mi hijo —explicó y algunos soltaron un jadeo en sorpresa. Yo también estaba sorprendida, conocer al padre de Leonardo de esa forma fue tan repentino, algo que me saco de orbita.
¿Y si lo despidieron y dejaron que su padre trabajara en su lugar?, ¿nos descubrieron y por eso no me ha hablado?; eran las preguntas que se formularon rápidamente en mi mente. Si estaba más que confundida—. Debo aclarar que él tendrá su forma de trabajar, pero yo tengo la mía. Yo les exigiré excelencia, porque la inmunología así lo pide, aún si hay errores genéticos graves para la salud de nuestros pacientes.
Continuó explicando que la inmunología era una de las materias más fáciles de relacionar con lo que habíamos estudiado el semestre pasado. Esta disciplina abarcaba desde conceptos básicos, como el origen de un resfriado, hasta procesos más complejos, como la capacidad del cuerpo para destruir los glóbulos rojos.
Era tal su explicación que mis nervios y la ansiedad comenzaron a acumularse y hacerme sobre pensar las cosas y meterme miedo de algún modo. Podría sonar dramática, pero iba a morir durante el proceso.
Dio por finalizada la clase después de explicarnos un concepto básico sobre el origen de la inmunología y cómo se le dio ese nombre. También nos ofreció un breve repaso histórico sobre cómo la humanidad se inmunizaba en el pasado y cómo estas prácticas se asemeja a las de la actualidad, a pesar de los avances médicos. Era demasiada información para un periodo tan corto de tiempo y tener que asimilar cada cosa.
Gargi y Miguel se adelantaron para buscar una mesa desocupada donde comer algo o descansar en lo que esperábamos a que comenzará la siguiente clase. Sarah se quedó conmigo para esperarme, pues me costaba trabajo ponerme de pie y caminar por el dolor en el cuerpo que me impedía ser más rápida.
—Entonces… ese señor es tu suegro —soltó y la miré sorprendida—. ¿Qué?
—No lo se, Sarah —suspiré.
—¿Leonardo no te contó que su padre estaría dando clases? —insistió.
—No se nada de Leonardo desde hace un tiempo —admití.
—¿Qué? No entiendo —frunció el ceño mientras me miraba—. ¿Cómo?
—Yo no… —estaba a punto de explicarle cuando mi mirada se fijo en él, iba saliendo de uno de los salones. Estaba a punto de gritarle por su nombre, pero mi boca se sello para reformular las palabras que saldrían de mi boca. Y caminé con gran dificultad en su dirección—. ¡Doctor Lane!
Leonardo se detuvo e inmediatamente volteó en mi dirección, este se fue acercando a paso apresurado, me tomó de la mano y me metió en un salón para cerrar la puerta tras de él.
Una vez solos, Leonardo me miró y me abrazo, pero noté que están teniendo cuidado de no lastimarme.
—Nadia —su voz tembló—. Dios, gracias —se separó y depositó un beso en sobre mi frente—. ¿Estás bien?
—Lo estoy, pero… —puse distancia entre nosotros—. ¿Dónde estabas?
La expresión de Leonardo cambió drásticamente, pasó de estar preocupado a estar tenso e incómodo, pero necesitaba una respuesta.
—Tuve… unos contratiempos —suspiro—. Además, mi padre está trabajando aquí.
—Si, supuse que era él —mencioné.
—¿Qué quieres decir? —me miro confundido.
—Él es mi profesor de inmunología —expliqué—, lo conocí hoy.
—Mierda… —suspiró exasperado y se alejó dando un par de pasos para terminar volviendo frente a mí.
—¿Es malo? —tomé su mano con un poco de dificultad al sentir el dolor en mi brazo cuando lo extendí.
—¿Recuerdas a la mujer que nos encontramos en el centro comercial, la señora Miller? —asentí con la cabeza—. Pues ella le contó a mis padres que me había visto con una mujer joven, lo peor, fue que te juzgó y les mintió diciéndoles que buscas mi dinero.
—¡¿Qué?! —fruncí el ceño, estaba molesta. Ahora tenía sentido la forma en que esa mujer me barría con la mirada de los pies a la cabeza.
—Y movió algunos contactos para entrar a trabajar en la facultad y… “vigilarme” —hizo comillas con los dedos en la última palabra.
Estando dentro del salón con la puerta cerrada, Leonardo aprovechó para contarme todo lo sucedido durante el tiempo que estuvo “desaparecido”. Me explicó que asistió a la cena navideña de sus padres, donde terminó en una discusión acalorada con su padre. La discusión escaló hasta el punto en que tuvo que salir de la casa, y su padre continuó discutiendo con él en la calle mientras Leonardo se subía al auto para irse de inmediato. Incluso su madre fue a buscarlo a su departamento para intentar disculparse en nombre de su padre, pero él la ignoró.
Leonardo también me contó cómo sus padres le hicieron un escándalo por lo que la señora Miller les había dicho. Su padre incluso lo amenazó con desheredarlo, a lo que Leonardo respondió que no quería su dinero, ya que había logrado conseguir el suyo propio.
Debía admitir que me estaba sintiendo un poco mal por haberme molestado todo el tiempo que no tuve noticias sobre él, y por los mil y un escenarios que me había hecho en la cabeza sobre él dejándome de querer. Pero a pesar de que me estaba contado todo, sentía una sensación extraña y una parte de mí me decía que no me estaba contando toda la verdad, y qué seguramente, me estaba ocultando algo más grave e importante.
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Mis clases terminaron y me despedí de mis amigos, excepto de Miguel, quien me acompañó gran parte del camino a casa. No solo el dolor me impedía ir rápido, sino que también era tarde y estaba oscureciendo. Una chica lenta y caminando en medio de la noche no era la mejor opción.
Recordaba mi conversación con Leonardo unas horas antes, él me había dicho que por un tiempo no podría llevarme a casa. Quería evitar que su padre se diera cuenta de mi identidad y armara un escándalo mayor en frente de todos en la facultad.
—Estás un tanto callada —Miguel me hizo regresar a la realidad.
—¿Hmmm? —volteé a verlo algo desorientada.
—¿Está todo bien? —posó una mano sobre la mía y mis ojos se posaron en nuestras manos.
—S-Si —quité mi mano y le sonreí.
—Desde la mañana te veo algo distraído y cuando intentábamos hablar contigo, estabas incluso como perdida. Incluso te hable tres veces y ni contestaste —explicó—. ¿Es por el accidente?
Su rostro tenía el ceño fruncido y las comisuras de su boca señalando hacia abajo, supuse que era una reacción normal, pero no estaba acostumbrada a ese tipo de trato.
—Parte de ello —suspiré—, pero también estoy cansada. Creo que debí hacerles caso con quedarme en mi casa y descansar.
—Si, pero sin duda eres terca cómo una mula —mencionó y ambos explotamos de risa.
El autobús se detuvo en la estación que me tocaba bajar. Miguel estaba a nada de bajar conmigo, pero lo detuve, le dije que no se preocupara y que esperaría a mi padre a que fuera a buscarme, al fin y a cabo, la parada no estaba muy lejos de mi casa.
Vi a Miguel a través de la ventana y el cómo se alejan el autobús más y más hasta desaparecer, respire hondo y comencé a caminar en dirección a mi casa; no estaba del todo oscuro y había un poco se gente en las calles, lo que me hizo sentir más segura para poder desplazarme con tranquilidad y lentitud hacia mi hogar.
Mientras caminaba, el ruido de los negocios y de la gente disminuía a medida que me alejaba. El sonido de mis pasos resonaba, pesados y lentos. De pronto, comencé a escuchar otros pasos. Al principio, no le di importancia, pensando que sería alguien que vivía en uno de los edificios cercanos. Sin embargo, esos pasos comenzaron a aumentar su velocidad y cercanía. Miré por encima de mi hombro y vi una silueta vestida de negro con una chamarra con capucha que le cubría el rostro.
Intenté caminar lo más rápido que pude, pero los pasos de la silueta se acercaban más y más. Olvidándome del dolor, aceleré el paso. Miré de nuevo por encima de mi hombro mientras corría y vi que aquella silueta estaba a punto de agarrarme. Grité con todas mis fuerzas, una descarga de adrenalina me hizo olvidar el dolor mientras huía. Corrí con todas mis fuerzas hasta chocar con alguien que me agarró por los brazos. Grité de nuevo, pidiendo que me soltaran, hasta que escuché su voz.
—¿Qué es lo que te pasa? —era Bruno. Cuando lo vi a la cara sentí tanto alivio.
—¿Qué? Yo… yo… —giré la cabeza en dirección por donde llegué y no había nadia. La calle estaba completamente sola, un escalofrío corrio a lo largo de mi espalda haciéndome sacudir el cuerpo acompañado de un temblor—. Alguien. Yo no…
—¿Qué? —se inclinó levemente—. Nadia, ¿qué sucede?
—A-Alguien me, me seguía —apenas pude decir cuando un nudo se formó en mi garganta y comencé a llorar.
Bruno me pidió que me quedará en mi lugar y que gritara si alguien intentaba algo, lo tomé del brazo para detenerlo, pero este insistió en que no tardaría nada, y así fue. Vi cómo mi hermano buscaba entre los coches estacionados, pero al no encontrar nada, regresó conmigo y me llevó con mucho cuidado a casa.
Una vez dentro de mi hogar, Bruno les contó a nuestros padres lo que había sucedido. tanto mi mamá cómo mi papá, se alteraron y comenzaron a buscar alguna idea de protegerme, pero especialmente mi mamá comenzó a interrogarme sobre alguien en específico.
—El muchacho que te traía a casa, ¿ya no está en el mismo grupo que tú? —había curiosidad en si mirada y era bastante.
“Ay, mamá. ¿Cómo te digo que no es mi compañero, sino mi profesor?“, venía a mi mente de lo avergonzada que estaba por no haberles dicho aún la verdad.
—Pues… no —quería callarme, pero todo lo que pudiera decir en ese momento, sería usado en mi contra en un futuro—. Pero me lo encontré hoy en los pasillos y dijo que le habría encantado traerme a casa, pero no iba a poder por ciertos… asuntos personales.
“Ay, pero que mentirosa salí”, me reclamaba a mí misma.
—¿Qué muchacho? —soltó derepente, mi papá.
—Un muchacho que traía a Nadia a la casa cuando salía de clases el semestre pasado —mi mamá comenzó a explicarle, pero mi papá tenía una cara de preocupación, o al menos, eso veía yo—. Por cierto, es un muchacho muy apuesto y muy elegante.
—¡¿Qué?! —mi papá nos miraba a ambas, sus ojos pasan de una a la otra más rápido que la velocidad de la luz—. ¿Por qué no me habían contado sobre eso?, ¿ya no me quieren?
Mi mamá comenzó a reír, mi papá no era el típico padre exageradamente celoso, pero si algo dramático.
—Mi vida, es solo un muchacho —mi mamá le sonrió y después lo tomó de la mano.
Mi padre parecía haberse calmado un poco, entonces tomó su taza con café y la acercó a su boca para darle un sorbo.
—Y es su novio —Bruno soltó de golpe y mi padre termino escupiendo el café.
—¡Bruno, cállate! —lo pellizque del hombro y este me regreso la maldad golpeando mi brazo arrepintiéndose inmediatamente al vez que me queje por el dolor—. ¡Eres un tarado!
—¡Nadia! —mi mamá me llamó la atención.
—¡¿Qué?! Es la verdad, es un menso —Bruno me fulminó con la mirada.
—Pues tú eres…
—¡Bruno! —mi mamá inmediatamente lo interrumpió. Mi hermano se cruzo de brazos y pegó la espalda al respaldo de la silla con el ceño fruncido por la injusticia que mi mamá no lo dejó cometer.
Mi padre comenzó a interrogarme como un verdadero detective, haciendo el papel del policía malo y el policía bueno al mismo tiempo. Mi mamá trataba de calmarlo mientras él se quejaba de que no estaba molesto, sino dolido por no haberle contado nada y ser el único que no conocía al “joven compañero” de su querida hija. La escena era digna de una película dramática.
Al final, mi padre dijo que esperaba tener la oportunidad de conocerlo algún día y hablar cara a cara sobre sus intenciones conmigo. En mi mente, solo podía sentir vergüenza y miedo al pensar en cómo reaccionarían cuando supieran la verdad.
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