Capítulo Cincuenta y seis: ¿Acierto o error?
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Nadia
Intentaba abrir la puerta de mi casa con dificultad; mis manos temblaban y me era imposible insertar la llave en la cerradura. Leonardo se acercó, tomó la llave pidiendo permiso y abrió la puerta sin dificultad.
Una vez dentro, encendí las luces del pequeño recibidor, la cocina y la sala. Por primera vez, sentía miedo de la oscuridad de mi propia casa.
Le señalé a Leo que tomara asiento en la sala y él obedeció.
—Subiré a cambiarme —señalé las escaleras detrás de mí—. Buscaré una playera para ti.
—No es necesario, en el auto tengo una camisa extra. Iré por ella —se levantó del sillón y caminó hacia la puerta.
Esperé a que regresara para dejarlo en la sala de estar. Luego subí a mi cuarto para buscar algo cómodo y regresar al hospital.
Busqué entre todos los cajones y me cambié por completo; sentía que la sangre se había impregnado hasta en la gota más pequeña. Entré al baño y lavé cualquier rastro de sangre que había quedado en mi piel. Después, lavé mi rostro y me quedé viendo al espejo durante un par de segundos, observando lo demacrada que estaba: ojeras oscuras, piel pálida y labios resecos que habían recuperado su color tras recibir el golpe de agua.
Me froté el rostro con las manos y regresé a mi cuarto para cambiarme. Me puse un pantalón negro y unos tenis deportivos para no demorar más.
Al bajar, vi a Leonardo con los brazos en la espalda, parado frente a la pared donde estaban colgadas las fotos familiares. Tenía la mirada fija en una de las fotos, era la mía. Era una foto de cuando tenía cinco años, llevaba un vestido amarillo con girasoles en la parte de abajo y dos coletitas hechas rizos.
—¿Leo? —volteó a verme rápidamente, pasando sus manos al frente.
—Yo… —aclaró la garganta y luego señaló la foto que miraba con tanto interés—. ¿Eres… tú?
Le sonreí.
—Sí —hice una pausa y me acerqué—. Tenía cinco años, era mi cumpleaños. Mi abuela me hizo ese vestido como regalo y fuimos a misa para ser bendecida.
—¿Bendecida? —frunció el ceño.
—Es una costumbre de la familia de mi abuela, y se hizo —reí nerviosa.
—Luces muy linda y tierna —sonrió mirando la foto y después a mí.
—Gracias —volví a sonreír.
Nos quedamos en completo silencio, mirándonos a los ojos y sin movernos un solo centímetro. Ni siquiera el ruido de la ciudad nos molestaba, ni el sonido de nuestras respiraciones.
De pronto, Leonardo suspiró con desesperación y negó con la cabeza.
—Perdóname, pero ya no aguanto —me tomó de la cintura y me acercó a él para besarme.
El beso no era desenfrenado ni tenía una pizca de lujuria, era un beso tierno, lleno de amor y de esa añoranza de tanto tiempo. Él me abrazó con fuerza sin dejar de besarme, me pegaba más y más a él como si la idea de soltarme fuera sinónimo de desaparecer, hasta que la necesidad de respirar fue inevitable.
—Lo siento, yo no… —susurró.
—No, perdóname… —pronuncié apenas por la falta de aire.
Leonardo estaba a punto de besarme de nuevo, pero lo detuve poniendo mi mano sobre sus labios.
—No, no puedo… —bajé la mirada.
—Nadia, por favor… —suplicó.
—No, no debe pasar otra vez —lo miré a los ojos y traté de zafarme de su agarre hasta conseguirlo—. No puedo hacerle esto a Matt, soy su novia y él me necesita.
—¿Y tú? —sus ojos se cristalizaron, me partía el alma verlo de esa forma—. ¿Tú lo necesitas a él?
—Sí.
—No mientas, Nadia. Dime la verdad —me tomó de la mano—, por favor…
—S-Sí… Él… —aclaré mi garganta para evitar que un nudo se formara en mi garganta—. Debo estar con él.
—Nadia…
—No —lo interrumpí—. Debemos regresar al hospital, no quiero dejarlo solo más tiempo.
Di media vuelta y logré escuchar a Leonardo suspirar.
Ambos salimos de mi casa y subimos a su coche. El viaje fue en completo silencio, fingiendo que ese beso tan preciado no había sucedido en ningún momento, haciéndome la promesa de que no lo volvería a hacer. Mientras avanzábamos por las calles oscuras, mi mente no dejaba de repasar lo que había sucedido. Sentía una mezcla de culpa y confusión que me revolvía el estómago.
Llegamos al hospital, y al bajar del coche, Leonardo y yo intercambiamos una mirada breve. Quise decir algo, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta.
Caminé hacia la entrada y me detuve frente a ella para mirar por encima de mi hombro.
—Gracias por traerme, Leo —dije finalmente, rompiendo el silencio.
—Siempre estaré aquí para ti, Nadia —respondió con una voz suave y llena de tristeza.
Asentí, sintiendo las lágrimas acumularse en mis ojos, pero las contuve. No podía permitirme el lujo de desmoronarme en ese momento. Tenía que ser fuerte, por Matt, por mí misma.
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Dentro del hospital, esperábamos noticias de alguno de los médicos que atendían a Matt. Cada vez que un médico llegaba y anunciaba el nombre de un paciente, mi corazón parecía detenerse y volvía a latir solo cuando el nombre no era el de Matt.
Sarah sobaba mi espalda en silencio, pero su curiosidad era inevitable y empezó a interrogarme.
—¿Qué sucedió? ¿Te dijo algo? —su cabeza se inclinaba más y más al frente para indagar—. ¿Hicieron algo?
—Sarah, por favor… —negué con la cabeza.
—Perdón, pero ya me conoces —encogió los hombros.
Suspiré y la tomé del brazo para alejarnos de los sillones donde todos se encontraban.
—Me besó —dije en voz baja. Parecía que pedir discreción era una misión imposible para Sarah porque empezó a brincar y estuvo a punto de gritar si no le hubiera puesto la mano sobre la boca—. Por favor…
Sarah quitó mi mano de su boca, inhaló profundamente y después exhaló para calmarse.
—¿Cómo? ¿Qué sucedió? ¿Cuándo? —interrogaba con el tono de voz más bajo que podía, pero responderlas no era una opción.
—Sarah. Quisiera responderte, pero mi cabeza me da vueltas con todo esto —suspiré de nuevo.
—Ya me contarás después —sonrió—. Además, hay algo que…
—¡Doctora Simons! —no dejé terminar a Sarah, pues la doctora apareció en la sala de espera y fui directamente hacia ella—. Mi nov… amigo, ¿cómo está?
Estuve a punto de cometer el error de llamar a Matt mi "novio". No era culpa mía, pero recordar que Leonardo se había presentado como mi novio frente a la doctora y ahora mencionar que era Matt podría llevar a que me negaran información sobre su estado.
—La cirugía fue un completo éxito, a su amigo ya lo están trasladando a una habitación y en cualquier momento despertará —la doctora Simons me sonrió.
—¿Puedo pasar a verlo? —fruncí el ceño en forma de súplica, esperando que no me negara la oportunidad de ver a Matt.
—Sigue sedado y es posible que no despierte hasta dentro de una o dos horas —junté mis manos para intentar convencerla. La doctora me miró unos segundos antes de volver a hablar—. Está bien, pero solo usted y nadie más.
—Gracias, gracias, gracias —la abracé y antes de irme les dije a todos sobre el estado de Matt y que quedaría con él.
Al recibir la noticia, todos se alegraron y suspiraron. Los amigos de Matt querían quedarse para verlo, pero insistí en que yo me quedaría y que podían regresar a sus casas para descansar. También les pedí a mis padres que volvieran a casa y descansaran, y qué les llamaría por la mañana para informarles la hora de mi regreso
Cuando estaba a punto de irme con la doctora, Leonardo me detuvo tomándome del brazo, haciéndome dar media vuelta para mirarlo.
—Nadia, aún debemos hablar —su ceño estaba fruncido y sus ojos mostraban tristeza y preocupación, y podía entender por qué, pero no podía quedarme con él en ese momento.
—Ahora no… —le supliqué con la mirada—. Mañana hablamos.
Me solté de su agarre, di unos pasos atrás y luego me giré para seguir a la doctora hasta la habitación donde estaría Matt.
Estaba ansiosa, nerviosa y más que preocupada por ver a Matt y saber cómo se sentía. Me iba a quedar con él toda la noche y parte del día siguiente para asegurarme de que estuviera bien, pero pensaba en lo sucedido con Leonardo y en lo mal que me sentía por hacerle eso a Matt en un momento como ese. Tampoco podía pedirle terminar nuestra relación mientras él permanecía acostado en la cama de un hospital y con una herida sanando; sería muy cruel.
Pensaba y pensaba, buscando una solución o resignándome a quedarme como estaba.
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La noche fue larga. Matt había despertado dos horas después, como había dicho la doctora Simons, pero seguía un tanto adormilado, y le aconsejaron seguir durmiendo hasta que se recuperara completamente de la anestesia.
Por mi parte, dormí en un sillón reclinable al lado de la cama. No era del todo cómodo, pero al menos era suficiente para conciliar el sueño hasta la mañana siguiente.
Cuando desperté, vi la hora en mi celular: eran las 7:30 a.m. y Matt seguía dormido. Me levanté del sillón con mucho cuidado, tratando de no hacer ruido, y salí de la habitación. Hacía un poco de frío y el antojo de un café caliente me llevó a buscar un lugar donde pudiera conseguirlo. Una enfermera muy amable me indicó cómo llegar a la cafetería y me dijo el precio del café. Así fue que regresé a la habitación de Matt con un café en un pequeño vaso de papel.
Intenté dormir un poco más, pero la cafeína estaba surtiendo efecto. Terminé por quedarme viendo mi celular y el sinfín de mensajes que mamá me había dejado la noche anterior. Comencé a disculparme por ignorar sus mensajes y le dije que estaría en casa más tarde. Mientras revisaba y respondía los mensajes de mamá, recibí uno de Leonardo.
“Iré por ti y te llevaré a tu casa. Debes estar cansada y no me gustaría que te fueras en el autobús. No te preocupes por el tema de anoche, ya tendremos oportunidad de hablarlo.”
Sonreí a la pantalla del celular como una tonta. Aún no podía creer que, a pesar de todo lo que había sucedido, él aún lograra sacarme una sonrisa de oreja a oreja y hacer que mi corazón latiera con tanto entusiasmo.
Estaba tan concentrada en el mensaje que escuchar la voz de Matt me hizo sobresaltar en el sillón.
—Matt… —un nudo se formó en mi garganta—. ¿Te sientes mal? Voy a buscar a la doctora, no tardo.
—No, espera —estiró su brazo en mi dirección—. Solo… quédate.
Dudé unos segundos antes de acercarme a la cama. Matt seguía adormilado, pero me mostró una sonrisa de lado. Volvió a estirar su brazo, esperando que estrechara mi mano con la suya, y eso hice.
—¿Te duele? —podría parecer una pregunta tonta, pero era adecuada para el momento.
—Solo cuando me río —bromeó, haciendo que ambos rieramos. Luego tosió y se quejó—. Sí, sí duele.
Pasé mi mano libre por su cabello para mostrarle mi apoyo y hacerle sentir que estaría allí en todo momento.
—¿Pudiste descansar? —volví a preguntar.
—Ya dormí mucho y tú también lo necesitas —sentí un leve apretón en la mano que tenía entrelazada con la suya—. ¿Irás a tu casa y descansarás, cierto?
—No, me quedaré contigo —respondí de inmediato, esperando que no me negara la oportunidad.
—Debes descansar. Estoy seguro de que alguien vendrá a relevarte —sonrió.
—Pero… —me interrumpió.
—Debes descansar también. Ya nos veremos más tarde cuando estés recuperada —sentí cómo su pulgar acariciaba lentamente mis nudillos. En cierto modo, su gesto era tranquilizador.
Sonreí y asentí con la cabeza.
Matt volvió a cerrar los ojos y se quedó dormido. Me dolía verlo así. Había salido herido por mi culpa; estaba segura de que esa bala era para mí y que yo debería estar en su lugar.
Triste y con lágrimas en los ojos, solté la mano de Matt y volví a sentarme en el sillón en el que había dormido. Permanecí allí, permitiendo que las lágrimas salieran de mis ojos mientras evitaba hacer ruido para no despertar a Matt. Finalmente, me quedé dormida.
Sentí cuando me tomaron del hombro y me sacudieron levemente para despertar. Con dificultad, logré visualizar el rostro de Kyle.
—¿Kyle? —froté mis ojos y parpadeé varias veces hasta que logré enfocar con claridad.
—No quería despertarte, pero encontré a… tu amigo en el pasillo —explicó en voz baja—. Dice que te llevará a tu casa para que descanses.
—¿Quién? —me estiré y bostecé.
—Ammm… ¿Leo? —ladeó la cabeza, mostrando cierta duda—. Creo que así se llama.
—Oh, sí —volví a bostezar. Cuando estuve completamente despierta, me levanté del sillón—. Iré con él.
—Claro, ve a descansar —Kyle se despidió dándome un pequeño beso en la mejilla y tomó su lugar en el sillón donde pasé la noche.
—¿Kyle? —me regresé cuando estaba a punto de abrir la puerta del cuarto.
—¿Sí?
—¿Me avisas si pasa algo? —junté mis manos en forma de plegaria.
Kyle sonrió y respondió con un seguro “Sí”, luego me obligó a salir del cuarto para que pudiera buscar a Leonardo y así ir a descansar.
Miré a ambos lados del pasillo y no encontré a nadie. Estaba a punto de volver a entrar al cuarto para preguntarle a Kyle en qué dirección ir cuando Leonardo apareció al final del pasillo, del lado izquierdo. Traía en la mano izquierda una pequeña bandeja de cartón con tres vasos de café y en la otra mano llevaba su celular.
Cuando finalmente estuvo a unos centímetros frente a mí, me sonrió.
—Traje estos cafés para los amigos de tu… ammm… —parecía que tenía un nudo en la garganta que le impedía decir esa palabra o cualquier otro sonido.
—Gracias —tomé la bandeja y regresé al cuarto de Matt.
Kyle me regañó por seguir en el hospital, pero le expliqué rápidamente el motivo y terminó diciéndome que él se encargaría de llevar el café a los demás mientras me quitaba la bandeja de las manos.
Volví con Leo y caminamos en silencio hasta su auto. Allí, me ofreció una pequeña manta para que pudiera dormir una siesta mientras llegábamos a mi casa, y acepté su oferta. Estaba muy cansada, y tanto el sillón del hospital como el asiento de copiloto eran incómodos, pero al menos me permitieron dormir un poco.
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Cuando recuperé un par de horas de sueño, regresé al hospital para que los amigos de Matt pudieran descansar. Mi papá me llevó en coche y mencionó que se quedaría a esperarme, pero le pedí que regresara a casa; mamá se alteraría si él no volvía o no daba señales de vida. Al principio se negó, pero después de varios intentos, terminó cediendo con la condición de que alguien me llevara de regreso a casa o que avisara si me quedaba en el hospital.
Caminé por los pasillos y chocar con alguien. El sujeto fue tan grosero que ni siquiera se dignó a mirarme a la cara y disculparse, fue muy extraño.
Al llegar al cuarto de Matt, vi a Josh, James y Kyle dentro. Los cuatro estaban riéndose, y Matt se quejaba del dolor mientras bromeaba.
—Sigan así y saldré más herido —mencionó Matt.
—Estás casi igual de insoportable que Josh cuando se rompió el tobillo el año pasado —Kyle rió y Josh replicó.
—¡Estuve a punto de morir! —Josh se llevó una mano al pecho.
—¡Estabas bailando salsa con tu prima! —James recordó el incidente y todos soltaron una carcajada. Matt volvió a quejarse, llevándose las manos a la herida.
—Tranquilos, chicos —dije, entrando al cuarto.
—¡Nadia! —dijeron al unísono el cuarteto de chicos.
—Bueno, ya llegó tu guardaespaldas —Kyle me guiñó un ojo y luego miró a Matt—. Un minuto más y estoy seguro de que te ahogabas con tu propia saliva.
Todos reímos, y después los chicos se despidieron. Matt fue el último en irse; me dio todas las indicaciones que los doctores y la doctora Simons le habían dado para cuando Matt fuera dado de alta.
Cuando por fin nos quedamos solos, acerqué el sillón a la cama de Matt y me senté.
—¿Cómo sigues? —tomé su mano.
—Estoy mejor. Y tú te ves más descansada —me dio un apretón a la mano y le sonreí.
—Me siento mejor, gracias.
Nos quedamos en silencio por un par de segundos. Matt volvió a acariciar mis nudillos con sus dedos hasta que rompió el hielo.
—Debemos terminar, Nadia —soltó de golpe.
—¿Qué? —lo miré completamente confundida.
Sentí un vacío en el estómago, como si hubiera hecho la peor cosa y él se hubiera enterado. Una avalancha de emociones se acumuló en ese momento, esperando a que él volviera a hablar.
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