Capítulo Cincuenta y cinco: A la Sombra del Peligro

≫ ──── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ──── ≪

Nadia

Mi cuerpo se mecía por la velocidad de la ambulancia. Permanecía sentada en mi lugar, observando a los paramédicos mientras trabajaban frenéticamente para ayudar a Matt. Cortaron parte de su camisa para poder maniobrar correctamente y detener la hemorragia. Le colocaron oxígeno y revisaron sus signos vitales. Me aterraba que su estado fuera más grave de lo que parecía, especialmente por los quejidos de dolor que salían de su boca. A pesar de la alta velocidad de la ambulancia, el tiempo parecía detenerse, y en un abrir y cerrar de ojos, llegamos al hospital.

Los paramédicos bajaron la camilla con mucho cuidado y, a paso veloz, cruzaron una puerta de vidrio donde una línea de médicos y enfermeras ya los esperaba.

—Herida de bala en el flanco lateral izquierdo del abdomen, la hemorragia está controlada —informó uno de los paramédicos—. Hemos mantenido la presión arterial y su oxigenación es correcta. El paciente está estable, pero necesita atención quirúrgica urgente.

—Entendido —respondió uno de los médicos, comenzando a dar órdenes al resto mientras se llevaban a Matt.

—Ella también está herida, tiene sangre en la ropa —dijo una mujer castaña y de mediana edad, parecía ser una de las médicas de turno, mientras me detenía.

—No, ella no está herida —el paramédico que había dado la descripción de Matt se acercó a nosotras—. Venía con el paciente del disparo. Deben revisarla en caso de haber secuelas.

—Claro —la médica asintió y me indicó con el brazo que la siguiera.

La mujer me guió a una camilla y cerró las cortinas para tener más 'privacidad', a pesar de estar rodeadas por un sinfín de ruido y movimiento. Sacó una tabla de plástico con unos cuantos papeles sujetos por el pisapapeles; la vi garabatear un poco antes de voltear a mirarme y empezar a interrogarme.

—Soy la doctora Simons —dijo, con una leve sonrisa antes de continuar—. ¿Podrías decirme tu nombre?

—Yo... es... me llamo... —me detuve de golpe, no podía hablar, era como si hubiera olvidado cómo se hacía y mi cuerpo temblaba demasiado.

—Tranquila. Respira hondo y luego suelta el aire —hizo una seña con las manos de arriba a abajo, simulando la respiración como me lo pedía—. Debo revisar que estés bien mientras ayudan a tu amigo. Créeme, él está bien y recibirá la mejor atención, pero necesito que me ayudes a ayudarte.

Respiré profundamente, siguiendo sus instrucciones, y poco a poco me sentí un poco más calmada.

—Nadia... mi nombre es Nadia —dije finalmente, aunque mi voz aún temblaba.

—Muy bien, Nadia —respondió la doctora Simons, anotando mi nombre en su tabla—. Ahora, vamos a revisar algunas cosas para asegurarnos de que estés bien.

Comenzó tomando mis signos vitales, colocando un manguito alrededor de mi brazo para medir mi presión arterial.

—Solo respira normalmente, Nadia —dijo mientras inflaba el manguito y luego lo desinflaba lentamente, escuchando con su estetoscopio.

—Tu presión arterial está un poco elevada, lo cual es normal dado el estrés que acabas de pasar —me explicó, anotando los resultados en su tabla—. Ahora, vamos a revisar tu pulso.

Tomó mi muñeca y contuvo el aliento mientras contaba los latidos.

—Tu pulso es un poco rápido, pero eso también es normal en estas circunstancias. Ahora, ¿puedes seguirme con la mirada sin mover la cabeza?

Seguí su dedo con mis ojos mientras lo movía de un lado a otro, arriba y abajo.

—Bien. Ahora, ¿puedes abrir la boca y decir 'ah'?

Obedecí y ella revisó mi garganta con una pequeña linterna.

—Parece que todo está bien aquí. ¿Has tenido algún mareo, dolor de cabeza, o dificultad para respirar desde el incidente?

Negué con la cabeza.

—No, solo me siento muy nerviosa y mi corazón late muy rápido.

—Eso es comprensible —respondió, anotando más cosas en su tabla—. Ahora, voy a palpar tu abdomen y tu espalda para asegurarme de que no haya ninguna lesión interna que no hayas notado. Si sientes algún dolor, avísame.

La doctora Simons comenzó a presionar suavemente diferentes áreas de mi abdomen, luego pasó a mi espalda. No sentí ningún dolor, solo un poco de incomodidad.

—Todo parece estar en orden, Nadia. No hay signos de lesiones internas. Quiero que te quedes aquí un momento y te relajes. Voy a traer un poco de agua para ti y luego veremos si necesitas algo más.

Asentí, sintiéndome un poco más aliviada ahora que sabía que físicamente estaba bien. La doctora Simons salió de detrás de las cortinas, dejándome sola por un momento mientras procesaba todo lo que había sucedido.

Regresó poco después con un vaso de agua, que acepté agradecida.

—Gracias, doctora Simons —dije, mi voz más estable ahora.

—De nada, Nadia. Si necesitas algo más, estaré cerca. Vamos a asegurarnos de que te sientas mejor antes de dejarte ir —dijo, dándome una sonrisa tranquilizadora antes de volver a sus tareas.

Me quedé allí, bebiendo el agua lentamente y tratando de calmarme, sabiendo que Matt estaba en buenas manos y que yo también había recibido la atención que necesitaba. Sin embargo, a pesar de las palabras tranquilizadoras de la doctora, no podía evitar sentirme mortificada. La imagen de Matt, herido y sangrando, seguía repitiéndose en mi mente, y la angustia de no saber cómo estaba realmente me carcomía por dentro.

Poco después, mi celular empezó a sonar. Lo saqué con manos temblorosas y vi el nombre de Leonardo en la pantalla. Contesté la llamada.

—Nadia, ¿estás bien? —La voz de Leonardo sonaba preocupada—. ¿En qué hospital estás? Iré de inmediato a buscarte.

—Estoy en el Hospital General —respondí, mi voz aún quebrada—. Estoy... estoy bien físicamente, pero...

—Voy para allá ahora mismo —me interrumpió Leonardo—. No te muevas de donde estás. Te veré en unos minutos.

Asentí, aunque sabía que él no podía verme. Colgué el teléfono y me quedé sentada, sintiendo una pequeña chispa de alivio al saber que Leonardo estaba en camino. Quizás, con él a mi lado, podría encontrar un poco de consuelo en medio de todo este caos.

Tal vez pasó media hora antes de escuchar la voz de un hombre preguntando por mí. En cuestión de segundos, la cortina que me cubría del resto de la sala se corrió de golpe, revelando a Leonardo. Tenía la respiración agitada, su rostro estaba ligeramente teñido de rojo y su cabello despeinado.

Por un momento, el tiempo y nuestro alrededor se congelaron; solo éramos él y yo. No había nada que pudiera arruinar ese momento.

Por un instante, creí que se quedaría ahí parado sin siquiera tratar de acercarse, y estuve tan agradecida de equivocarme. Leonardo se acercó rápidamente, envolviéndome entre sus brazos. Sentí sus manos sobando mi espalda y un cálido beso en mi cabeza. Me sentí tan aliviada y protegida en ese momento que no me importaban las miradas de las personas que nos observaban con curiosidad.

—¿Estás bien? —Leonardo se separó de mí, mostrando su rostro lleno de preocupación.

Asentí con la cabeza y le sonreí. Él volvió a abrazarme y me dio otro beso en la cabeza.

Ese momento fue interrumpido por la voz de una mujer. Al separarnos, vi que era la doctora Simons. Nos miraba no solo con curiosidad, sino con desaprobación, pues Leonardo había entrado a buscarme sin preocuparse por los demás.

—¿Usted es…? —la doctora arregló su bata y se acercó a nosotros.

—Su novio —Leonardo respondió rápidamente. Volteé a verlo; sus mejillas estaban rojas y lo escuché aclarar su garganta.

—Creí que el chico era su novio —la doctora me miró, y yo a ella. Me quedé en silencio, pues era cierto, pero ahora no podía decir ni que sí ni que no.

—¿Puede informarme de la situación? El chico también es amigo mío —Leonardo me soltó y dio un paso hacia la doctora.

—Pero… usted tiene sangre en su ropa —habló tan fuerte que hizo voltear la mirada de varios—. También debemos revisarlo.

—No es necesario, yo fui quien atendió la herida de bala —su voz sonaba tan segura, sin ningún temblor, y no estaba petrificado por la situación como yo lo estaba.

—Siendo así, le salvó la vida a ese muchacho —la doctora suspiró y después le señaló con la mano una dirección—. Sígame, por aquí.

Antes de alejarse y dejarme sola, Leonardo regresó a mi lugar y depositó un tierno beso en mi frente. Después me miró a los ojos como una señal de que volvería pronto.

Ahí, sobre la camilla en la sala de urgencias, recordaba todo lo que había pasado desde el inicio. El sonido de la sala me ayudaba a rememorar todo el ruido que hubo cuando hirieron a Matt: el sonido de las llantas derrapando, el motor de la moto, el disparo, la gente gritando y, muy a lo lejos, la voz de uno de los sujetos que iban en la moto. A pesar de que su rostro estaba cubierto por un casco completamente negro, alcancé a percibir que era la voz de un hombre, pero no logré identificarla por la amortiguación del interior del casco.

Nunca imaginé que algo así pudiera suceder, y aún más sin saber por qué a nosotros… ¿qué habíamos hecho mal? Tal vez, el ataque no era para Matt, sino para mí, y temía no equivocarme. Recordé la vez que casi me atropellan y la descripción de los testigos sobre una mujer.

«¡Dios! Esto debe ser una coincidencia», repetía en mi mente una y otra vez.

Frotaba mis manos contra mis sienes, presa de la frustración y la impotencia.

—¿Nadia? —volví a escuchar la voz de Leonardo, girando la cabeza en su dirección—. ¿Te duele la cabeza?

—No, no es eso… —bajé la mirada y lo escuché acercarse de nuevo a mí.

—Entonces… ¿qué sientes? —me tomó del mentón y me obligó a mirarlo.

—Impotencia y desesperación —respondí sin dudar.

—Él va a estar bien, te lo… —lo interrumpí.

—No es eso —suspiré—. Es la segunda vez que algo así ocurre.

—¿Segunda? —me miró extrañado.

—¿Recuerdas cuando casi me atropellan? —lo miré y Leonardo asintió con la cabeza—. Los testigos hablaron de una mujer y ahora estos sujetos de la moto… escuché a uno de ellos, pero no logré identificar su voz.

—No creo que sea una coincidencia —indicó.

—Yo tampoco…

Nos quedamos en silencio por un par de minutos hasta que la doctora Simons regresó con nosotros. Nos indicó que ya podía regresar a mi casa, pero me negué porque no quería dejar solo a Matt. Le pregunté a la doctora si me podía notificar del estado de Matt y ella, al inicio, se negó por la política del hospital de “solo familiares”. Sin embargo, cuando le expliqué que su familia estaba un tanto lejos, terminó aceptando.

Leonardo y yo intercambiamos miradas, ambos conscientes de la gravedad de la situación. No era simplemente una coincidencia; algo más estaba ocurriendo y sabíamos que debíamos descubrir qué era antes de que volviera a suceder o algo peor.

Después, un enfermero nos guió a la sala de espera por órdenes de la doctora Simons. El lugar estaba lleno a pesar de la hora, con gente entrando y saliendo, algunos en sillas de ruedas, otros cargando a bebés y otros más saliendo por su cuenta.

Me preguntaba si algún día sería yo quien atendiera a los pacientes, aún me hacía mucha ilusión hacerlo y escuchar mi nombre por el altavoz al ser buscada por alguien.

—¿Qué tienes? —Leonardo dijo tomándome de la mano.

—Sigo preocupada —admití.

—Él estará bien, te lo prometo —me sonrió, pero de pronto su sonrisa desapareció, reemplazada por una expresión de sorpresa—. Lo olvidé…

—¿Qué? —fruncí el ceño.

—Le avisé a tus padres —respondió.

—¿Qué? —dije un tanto asustada.

—Debía hacerlo y… —señaló con su mano algo detrás de mí—. Tus padres están en la entrada.

Giré rápidamente la cabeza y vi a mis padres, fácilmente reconocibles gracias a la altura de mi hermano que destacaba entre la multitud. Mi mamá me buscaba con la mirada hasta que me encontró, sus ojos se llenaron de lágrimas y corrió hacia mí con los dos hombres detrás de ella.

¡Hija! —me abrazó con fuerza—. ¿Estás bien? ¿Te hirieron? ¿Qué sucedió?

Estoy bien, mamá —le devolví el abrazo con la misma intensidad.

¿Él es…? —miró a Leonardo y luego a mí.

Asentí con la cabeza y mi mamá se acercó a Leonardo para abrazarlo.

Gracias, hijo —mi mamá le acarició la mejilla mientras Leonardo la miraba confundido, pues ella había llegado hablando en español y él apenas sabía unas pocas palabras.

Mi papá me abrazó también y me preguntó por la sangre en mi ropa. Les expliqué lo sucedido y cómo fue que Leonardo salvó la vida de Matt.

Casi una hora después, llegaron los amigos de Matt y mis amigos, preguntando por el estado de ambos, pero no tenía noticias de Matt desde que la doctora Simons me dio de alta en la sala de urgencias.

El tiempo pasaba y la ansiedad me consumía cada vez más. Sarah hablaba con mi mamá, mientras que Miguel hablaba con mi papá y mi hermano. Los amigos de Matt: Kyle, James y Josh, conversaban entre ellos. Viéndolos, admití que eran chicos muy apuestos y entendía por qué siempre llamaban la atención. James tenía el cabello castaño y muchas pecas en su rostro, Josh era rubio y de ojos verdes, y Kyle tenía el cabello negro y lucía ese aspecto de chico malo. Pero ninguno logró captar mi atención. Mi atención estaba centrada en Leonardo, quien se encontraba recargado contra la pared con la mirada fija en el celular. No estaba segura de si debía acercarme y de cómo hacerlo, pero Sarah me dio un empujón.

—Le dije a tu mamá que lo mejor es que tú y Leonardo vayan a cambiarse la ropa —Sarah me sobaba el brazo.

—¿Qué? —inmediatamente negué con la cabeza—. No puedo, Matt sigue adentro y…

—Nosotros te avisamos de cualquier noticia —Kyle se acercó a nosotras y miré a mi mamá, ella me asintió con la cabeza.

—¿Solos? —habló mi hermano, Bruno.

Sarah y mi mamá lo voltearon a ver como si quisieran ahorcarlo en ese momento, y lo supe cuando vi la cara de terror que puso mi hermano. Mi papá también se percató de la reacción de ambas mujeres, pero mi mamá lo tomó de la mano y se lo llevó a quién sabe dónde.

—Anda, vayan —Sarah volteó de nuevo hacia mí y me regaló media sonrisa.

Una mano se posó sobre mi hombro haciéndome sobresaltar. Al voltear, los ojos de Leonardo conectaron con los míos, reconfortándome.

Antes de irme, le di un beso a Sarah y le hice una seña a Bruno para que avisara a mis papás. Leonardo pronunció un “No tardamos” y salimos juntos en busca de su auto.

Estaba nerviosa, confundida, aterrorizada y llena de un sinfín de emociones negativas, pero Leonardo me estaba proporcionando una tranquilidad con el simple hecho de mirarme.

«¿Por qué todo esto está pasando?», cuestioné al tiempo y al cielo, sin que ninguno me diera una respuesta certera, sin que me dieran una razón más que razonable o una solución.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top