Capítulo Cinco: Hermosos ojos
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Habían pasado tres semanas desde aquel incidente; me sentía perdida, tan extraña y llena de pensamientos que no me dejaban descansar. A veces, durante las noches despertaba alterada con miedo y sin poder respirar; mis sueños parecía tan reales que sentía que jamás iba a poder despertar.
Estas últimas tres semanas se habían vuelto complicadas, no solo por los malos sueños, si no, porque era el último parcial y el estrés se había combinado con todo mi pesar. No sabía como concentrarme sin que los malos recuerdos afectaran mis horas de estudio y mis ratos de "diversión" con mis nuevos amigos.
Sarah me daba ánimos hasta más no poder y podía ver la alegría y el alivio en su rostro cuando le conté lo que había sucedido.
—¡¿Qué hizo qué?! —Sarah levantó la voz atrayendo la atención de quienes estaban cerca de nosotras.
Estábamos sentadas sobre una manta en el pasto, algo típico que hacían los estudiantes de la facultad en horas libres, o eso habíamos notado durante el primer semestre.
—¡Shhh! —coloqué mi mano sobre su boca—. ¡Nos están volteando a ver!
—¿Cómo me pides guardar silencio con todo lo que me acabas de contar? —apartó mi mano.
—Bueno, sí. Tal vez tengas razón, pero habla en un tono más bajo —miraba a todas partes, notando como las miradas se desviaban o perdían interés en el gritó de hacía unos instantes—, sólo... quiero que esto quede entre nosotras.
—Nadia, me siento tan impotente por no haber estado ahí —tomó mi mano—, pero me siento tan aliviada y alegre de que esos chicos te hayan ayudado. ¿Sabes cuantas personas son testigos de esa clase de violencia y prefieren hacerse los ciegos?
Asentí con la cabeza, yo fui testigo de esas miradas. Cuando Marco llegaba a ser muy brusco conmigo en la calle, la gente solo se limitaba a ver o a desviar la mirada para evitar un problema. Una vez, me acerqué a una señora ya mayor para que me ayudará y pudiera salir de un mal momento, pero en vez de ayudarme, me reclamó y me acuso de haber provocado el enojo de Marco, tuve que aguantarme las ganas de llorar y gritarle a la señora.
A pesar de que el tiempo avanzaba, la sensación que me inundaba era demasiado rara, como si nada fuera real y solo estuviera en el limbo o en un mal sueño.
Mi familia no se había atrevido a preguntar, tenían la idea y yo lo sabía; me daba vergüenza que hayan tenido que enterarse de esa manera lo que sucedía entre que Marco y yo, pero el alivio y el peso sobre mis hombros había desaparecido. La casa se había vuelto un lugar lleno de incomodidad pero a pesar de eso, mi familia respetó mi espacio y el tiempo que necesitaba para después poder hablar con ellos.
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Me encontraba en el salón, recogiendo mis cosas, Sarah se había adelantado para encontrar una mesa libre en la zona de los jardines de la facultad para poder estudiar; la semana de los examenes se acercaba cada vez más y más y el final del semestre era una tortura para todos, o al menos, para mí lo era. Debía lograr estudiar lo suficiente para poder pasar mis materias con una calificación "pasable", corría el riesgo de reprobar al menos dos materias y eran las únicas dos donde las inasistencias me habían afectado.
Una vez todo guardado en mi mochila, me despedí de la profesora y salí del salón, y por tercera vez en un mismo semestre, choqué con alguien, sólo que esta vez, era arrollada por aquella persona.
—¡Dios! —me quejé al intentar incorporarme—. Deberías fijarte por...
Quedé pasmada cuando vi aquellos ojos de un tono de azul oscuro. Mis mejillas comenzaron a arder de la vergüenza y aquellos bellos ojos, se fijaron en los míos.
—Creo que ya es costumbre que así nos encontremos —bromeó mientras me regalaba una hermosa sonrisa—. ¿No crees?
—¿Qué? —lo miré sintiéndome aún más caliente de las mejillas. Me había fijado tanto en su sonrisa que, ignoré el hecho que estaba aún en el suelo y frente a él.
—Déjame ayudarte. —se puso de pie cómo pudo y extendió un brazo hacia mí, ofreciéndome su mano.
Al poner mi mano sobre la suya, noté la diferencia del tamaño entre ambas. Su mano era grande, con dedos largos y un poco áspera; mi mano, era pequeña y algo suave.
Él me sonrió y me miró fijamente.
—¿Puedo saber tu nombre? —ladeó su cabeza.
—¿Cómo? —levanté una ceja, estaba confundida y nuevamente avergonzada.
—Bueno, ya son tres veces que nos encontramos de esta forma —movía sus manos mientras hablaba, chocando las palmas—, y en ninguna he podido saber tu nombre.
Dejé salir una risa nerviosa, ahora recordaba que yo tampoco sabía su nombre. Nuestros encuentros eran fortuitos y siempre eran interrumpidos por... Marco.
—Tienes razón —extendí mi brazo para poder darle la mano—. Me llamo Nadia, Nadia Rodriguez.
—Un gusto, Nadia —mi piel se erizo al escuchar mi nombre con esa voz gruesa. Tomó mi mano y dio un pequeño apretón—. Yo me llamo Leonardo...
Un compañero nos interrumpió y no me permitió escuchar el apellido del hombre frente a mí.
—¡Nadia! —pronunció Miguel, mientras se acercaba a donde me encontraba—. Sarah ya encontró una mesa para nosotros, te estabamos esperando y... —paró en seco cuando el hombre a mi lado volteó a verlo.
—En seguida voy —le sonreí—, dile a Sarah que no sea impaciente.
—No te preocupes, deberías ir y no hacerlos esperar más —se escuchó aquella voz gruesa de Leonardo—. Debo irme, me están esperando.
Leonardo asintió levemente con la cabeza y paso por en medio de Miguel y yo. Ambos mirábamos en dirección a donde aquel hombre se había dirigido.
Parecía que nuestra suerte no solo era chocar cada que salía de un salón, si no, también ser interrumpidos en el peor momento.
Miguel y yo terminamos por salir juntos del edificio y caminar hacía el lugar donde se encontraban los demás. Una vez ahí, tomé mi lugar y comenzamos a estudiar. De vez en cuando tomábamos descansos para no saturarnos y así, aprovechábamos para conocernos aún mucho mejor.
A pesar de que Sarah había sido la primera en hablar conmigo, me di cuenta que no tenía la mínima idea de porque estaba estudiando medicina y a la vez, me percate de su forma de ser y su físico. Alta, rubia, nariz respingada, alegre y delgada, pero con un cuerpo bien trabajado y nacida en California. Ella era el "estereotipo" que muchos catalogaban como "rubia tonta", pero había demostrado que era todo lo contrario. Ella era quién nos motivaba y resolvía cualquier duda sobre los temas que impartían los doctores; era prácticamente "perfecta", pero como todos, ella tenía sus miedos y se limitaba a decir "Eso es otra historia".
Por otro lado, se encontraba Miguel; un chico con quien compartía raíces, justo era mexicano y había sufrido una historia parecida a la mía. Era alto y me superaba al menos por cabeza y media, espalda ancha, ojos café oscuro, piel morena y cabello negro que le sentaban; debía admitir que era apuesto, supongo que por eso era que Marco siempre preguntaba si tenía su número o si en algún momento me llegaba a quedar a solas junto a él; hasta ahora que prestaba atención, entendía porque siempre Marco me celaba con Miguel. Por último, estaba Gargi, que al igual que Miguel y yo, era migrante y originaria de India. Ub poco más baja que yo, de piel trigueña y brillante; una sonrisa que iluminaba cualquier lugar y unos ojos verde olivo que podrían hipnotizar a quién se le cruzara en el camino.
Diferentes orígenes y los cuatro estabamos unidos por una misma razón, el amor a la salud.
Terminábamos exhaustos por las pequeñas jornadas de estudio y algunas veces, aprovechábamos la libertad de irnos a "divertir" o al menos eso intentábamos, pero era casi imposible por el cansancio que se apoderaba de cada uno de nosotros. Cuando no podíamos seguir, cada quién tomaba rumbo a casa y el único que coincidía con mi ruta era Miguel. Ambos nos hacíamos buena compañía y poco a poco nos íbamos haciendo más cercanos.
Cuando llegué a casa, unos cuantos integrantes de mi familia ya se encontraban en ella.
Mi mamá me llamó para ir a la cocina, cuando entré la vi cocinando.
—¿Necesitas algo? —pregunté mientras me posicionaba a un lado de ella.
—Tienes tiempo sin contarnos sobre las clases. —dijo animada.
Sabía que su intención era saber como me iba en clases, pero para mí era una daga que se clavaba con fuerza en mi pecho, debido a que mis calificaciones no eran tan buenas y corría el riesgo de reprobar dos materias.
—Pues... —hice una pausa pensando en que podría decirle.
—Pues... ¿qué? —dejó de cortar la verdura y volteó a verme. En ese momento, sentía que mi vida peligraba.
—Bien —mi voz se hizo aguda y mi mamá permaneció en silencio—. Sí, bien.
—¿Segura? —puso una mano sobre su cintura.
«Ojalá», me decía a mi misma.
—Si. He tratado de dar mi mayor esfuerzo. —sonreí nerviosa y podría decir, que mi cuerpo temblaba.
—Bueno —suspiro con alivio—. Trata de darte unos minutos para descansar y pensar lo que tengas que pensar. No quiero que te enfermes.
Mi mamá paso una de sus manos por mi rostro y después me abrazo. Sentí cómo mis lagrimas se acumulaban en mis ojos y amenazaban con salir rodando por mi rostro. Todo este tiempo les había estado ocultando lo que me había sucedido y lo que estaba sucediendo con mis calificaciones, no estaba segura si podría resistirlo o explotaría en cualquier momento.
Mi mamá me soltó y me fui a mi cuarto, deje mis cosas sobre la silla frente a mi escritorio y me deje caer sobre mi cama.
Mientras miraba el techo, los recuerdos de Marco venían a mi mente. Necesitaba sacar todo eso de mi cabeza, cada vez iba abriendo más los ojos y me daba cuenta de todo lo malo que estuvo en esa relación y no podía evitar sentir asco, repulsión, irá y tanta impotencia por no haber levantado la voz desde antes. ¿Qué me costará tiempo en superar todo? Claro que si, Roma no se construyó en un día y yo no podría sanar de la noche a la mañana, pero el tiempo me estaba ayudando a lograr eso.
El cansancio poco a poco se iba apoderando de mí, mi cuerpo se hacía más liviani, era cómo estar en un trance donde parecía estar flotando a pesar de estar sobre la cama. Al fin iba a poder dormir a gusto y plácidamente, pero el vibrar de mi celular y el tono de llamada me sacaron de ese trance. Me quejé contra la almohada y sin levantarme, moví mi mano para buscar mi celular; cuando lo tuve en mi mano revise la pantalla y sentí el frío recorrer mi cuerpo que me arrebató el sueño. Me incorporé y vi fijamente la pantalla de mi celular; mi corazón latía a golpes que su vibrar parecía llegar a mis oídos. No estaba segura de si era un sueño o era real, pero el nombre en la pantalla aún me causaba ciertos espasmos en mi pecho.
«No puede ser cierto», pensaba aún con la mirada en la pantalla.
Deslice el botón verde y pegué el auricular a mi oído, en ese momento... escuche su voz.
—Nadia —escuché mi nombre como si al pronunciarlo le costará trabajo—. Por favor, regresa... conmigo.
Estaba ebrio y haciendo una llamada para pedir que regresará con él. Marco no podía ser más... idiota.
La irá se apoderó de mí, quería gritarle y decirle que me dejará en paz, pero antes de poder hacer algo, él volvió a hablar.
—De verdad, regresa conmigo —sabía que estaba ebrio, su lengua parecía arrastrarse con cada palabra—. Te... lo suplicó.
Suspire frustrada y había tomado la decisión de contestar, pero la risa o más bien, la carcajada de una mujer me hizo hervir la sangre. Alejé el celular de mi rostro y colgué la llamada.
No estaba molesta por saber que estaba con alguien más, me daba igual; me molestaba el hecho de su descaro para pedir perdón estando ebrio a la vez que estaba "divirtiéndose". Ya me había faltado al respeto, pero esta vez no me iba a dejar molestar en absoluto.
La pantalla de mi celular volvió a encenderse, era Marco una vez más. Negué con la cabeza y bloqueé la pantalla, al menos así ya no me molestaría.
Intenté recuperar el sueño, pero me fue imposible; aproveché el tiempo para adelantar alguna tarea y estudiar, pero también me era imposible concentrarme, pues, la voz de aquel hombre con quién siempre chocaba en los pasillos, retumbaba en mi cabeza haciendo eco. Me perdí tanto en mi imaginación que, aún si sólo era una alucinación, sentía que sus hormosos ojos estaban mirándome fijamente, provocando que mis mejillas ardieran y mi corazón latiera muy rápido.
¿Era demasiado pronto para que alguien me gustará después de un evento tan traumático? ¿Qué pensaría la gente sí se enteraran de qué ya me gustará alguien?
Lo mejor que podía hacer o al menos eso creía yo, era guardar silencio y quedarme con mis sentimientos, escondiéndolos de todos y así, evitar que me lastimaran.
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