| -Vínculos Restablecidos- |

Al día siguiente, el 3 de abril, en el penal de Pentonville, Morán se estaba preparando para ser trasladado a otra prisión de máxima seguridad, para así evitar su fuga. El joven de ojos verdes se encontraba ahora en su celda, vestido con aquel habitual mono naranja, esperando a que un vigilante lo escoltase hasta un furgón blindado. A los pocos segundos escuchó los inconfundibles pasos de uno de los guardias, por lo que, con un temple calmado, se colocó contra la pared, las manos pegadas a ella. Podría escapar, pensó, pero no haría justicia a aquella segunda oportunidad que se le había brindado por la pelirroja. El guardia rápidamente y sin mediar palabra ninguna sujetó sus manos, esposándolas, antes de cubrir su rostro con una bolsa opaca, a fin de que le resultase imposible orientarse, y por tanto, escapar de su agarre. Caminó frente al guardia, guiado por éste, quien lo sujetaba con una mano en el cuello, notando que entraba en la parte trasera de un furgón, escuchando cómo se cerraba la puerta tras él. Al cabo de unos segundos, Morán se pegó de bruces contra el suelo, pues el furgón había arrancado de forma abrupta, como si hubiera prisa en trasladarlo. Calculó que habían pasado aproximadamente dos horas desde que lo habían sacado de la cárcel, cuando el furgón se detuvo, volviendo a golpearse contra el interior del furgón, en aquella ocasión con una de las paredes.

“Cuando salga de aquí me aseguraré de quejarme por el mal trato de este maldito guardia”, pensó para si mismo, antes de escuchar cómo la puerta del furgón se abría. Sin embargo, no escuchó que el guardia entrase para conducirlo a la prisión, por lo que alzó una ceja, extrañado. Cuando alzó sus manos para tantear, se percató de que las esposas no estaban cerradas, por lo que con un simple movimiento se las quitó, despojándose también del saco en su cabeza. La puerta del furgón estaba abierta de par en par, y en el exterior parecía verse un campo sembrado. Con reticencia, preparándose para cualquier tipo de trampa u emboscada, Sebastian salió del furgón, comenzando a observar sus alrededores.

No es lógico... –murmuró para si, de pronto escuchando una voz a su espalda.

No veas lo difícil que ha sido para mi el sacarte de ahí, tigre.

Aquella voz... Aquella voz que moraba en sus sueños, que hacía años lo atormentaba en sus pesadillas, que aún recordaba con claridad. Sintiendo su mandíbula temblar, sus manos se cerraron en tensos puños, tratando en vano de controlar sus emociones, girándose lentamente para posar sus ojos verdes en su interlocutor a su espalda.

–He tenido que tirar de contactos –comentó–. No sabes cuánto me alegro de verte, Sebby.

Jim... –se sorprendió el francotirador, abriendo sus ojos con pasmo: no podía creerlo. No podía ser cierto–. Eres tú, Jim –murmuró sin poder asimilarlo.

–Lamento haberte abandonado, tigre, pero no podía dejar que Sherlock dedujese que había vuelto. Necesitaba un tiempo para vivir oculto, en paz... Y de esa manera para contemplar cómo te las desenvolvías sin mi –intentó justificarse–. Y vaya, debo admitir que no me esperaba para nada que recurrieses a Irene... Aunque admito que esa chica siempre me ha despertado un gran interés.

¿Cómo...? ¿Cómo has podido...? –inquirió el de ojos verdes, agachando el rostro, sus puños ahora apretados con más fuerza incluso que antes. No podía creer que fuera tan insensible con él.

Oh, fue muy sencillo, si te soy sincero –comenzó Moriarty con una sonrisa y un tono simple–: un poco de teatro por aquí, un poco de sangre falsa por allá, una pistola con balas de fogueo por otro lado y... ¡Tachan! –resumió como si nada, totalmente indiferente a lo que sus acciones habían causado.

Sebastian fue dominado por la ira en aquel instante, sujetando a Moriarty por la solapa de su traje, elevándolo unos centímetros del suelo, sujetándolo contra la pared del furgón policial. Sus ojos verdes centelleaban ahora con una gran ira.

¿¡Cómo has podido hacerme esto!? ¿¡Cómo!? –bramó, intentando evitar que las lágrimas comenzasen a caer por sus ojos–. ¿¡Tienes idea de lo mucho que me has hecho sufrir, eh!? –exclamó, aprisionando el cuello del criminal asesor en su mano derecha–. Debería matarte... Matarte por hacerme sufrir tanto.

Lo he hecho por ti, Sebby –logró decir el criminal.

¡Mientes! ¡Ni siquiera pensaste en mi, James! –le espetó el ex-soldado–. ¡En qué sería de mi si tú morías...! ¡No te importó! –increpó, alzando aún más la voz, las lágrimas comenzando a deslizarse por sus mejillas–. ¿¡Por qué no me dijiste nada!? ¿¡Por qué!?

¿¡Qué te habría gustado, eh!? –exclamó Jim, perdiendo por un instante los papeles–: «Finjo mi muerte. Volveré a casa pronto. Compra café» –comentó con cierto tono irónico–. Sabes que no es mi estilo –añadió, antes de que su voz se dulcificase, bajando su tono–. No podía arriesgarme a perderte, Sebby –dijo Jim, su tono suave, posando sus manos sobre las de su pareja–: si te hubiera contado mis planes, incluso si hubieras continuado con tu plan de venganza, tarde o temprano, Mycroft Holmes te habría apresado, ¿y qué habría sido de ti entonces? Te habrían torturado, y eso no pensaba permitirlo por nada del mundo –le indicó, bajándolo al fin Morán del aire, posando una de sus manos en su rostro, acariciando su mejilla como si se tratase de algo muy valioso y frágil–. He vuelto para estar contigo, Sebastian. Nada se interpondrá ahora entre nosotros –le dijo, posando sus labios sobre los del francotirador, quien apenas registró sus acciones cuando ya se encontraba reciprocando el gesto, sus manos habiendo rodeado el cuerpo del criminal asesor.

¿Ni siquiera tus células terroristas? –preguntó Morán entre besos, su voz ronca, habiendo logrado Jim aplacar algo de su ira, aunque aquello no bastó para que el lado dominante del francotirador se saciase.

Ni siquiera ellas –sentenció Moriary con una sonrisa de complicidad–. Creo que nos merecemos disfrutar un poco de nosotros, Sebby... Y de nuestro hijo –añadió, sorprendiendo al ex-soldado, cuyos ojos se abrieron con pasmo–. No creerías en serio que tras fingir su muerte iba a dejar de vigilarte, tigre. Sé lo que hiciste, y que gracias a eso tenemos un hijo de dos años –murmuró con una sonrisa que en cierta manera parecía incluso paternal–. Me pregunto si deberíamos llevarlo con nosotros... –mencionó, reflexivo.

No, Jim –negó el francotirador–. Deja que se quede con su madre por ahora –añadió, provocando que el criminal asesor arquease una ceja, pues estaba claro para él lo que sucedía.

Estás enamorado de Adler –sentenció, provocando que su pareja tragase saliva de forma incómoda, pues sabía cómo era Jim cuando se trataba de competencia en el terreno amoroso–. No te culpo, tigre... Lo comprendo. Es una mujer increíble, y mentiría si dijera que yo no siento nada por ella –admitió, Sebastian sonriendo ante sus palabras–. De acuerdo entonces. Dejemos que el pequeño Moriarty se quede con su madre por ahora. Ya tendremos tiempo cuando crezca de adoptarlo –se rindió, encogiéndose de hombros tras recibir un beso en la frente por parte de su pareja–. Por ahora, ¿qué te parece si empezamos nuestra nueva vida... Esposo?

¿Perdona? –Morán parecía de pronto descolocado por aquel nuevo término que Jim le había dado–. ¿Cómo que esposo..?

¿En serio me vas a hacer decirlo? –preguntó el criminal asesor, suspirando antes de meter las manos en los bolsillos de su pantalón, sacando de ellos una pequeña caja aterciopelada–. ¿Sebastian Morán, me harías el honor de casarte conmigo?

Con una sonrisa cruzando su rostro, el francotirador aceptó la propuesta del criminal asesor con alegría. Quería pensar que Cora le había dado la oportunidad para que el destino decidiese reunirlo de nuevo con Jim, por lo que estaba dichoso por ello. Estaba seguro de que el futuro les depararía grandes cosas, aunque ni siquiera él estaba seguro de ello. Tras haber aceptado la proposición de su ahora prometido, Morán decidió que quería despedirse de sus hijos antes de partir, algo a lo que Moriarty accedió, pues estaba deseoso de conocer a su vástago, encaminándose primero a la casa de cierta dominatrix con cabello moreno y bellos ojos.

Irene se encontraba dando de comer a su hija recién nacida, mientras que su hijo la observaba con una gran sonrisa en el rostro. En aquel instante, escuchó que alguien entraba a la estancia, quedándose petrificada ante la visión que contempló en la puerta de su habitación: James Moriarty estaba vivo y a su lado se encontraba Sebastian Morán. Apenas tuvo tiempo de articular palabra cuando el francotirador se le acercó, abrazándola con el mismo cariño que hacía tiempo le había demostrado. Cuando rompió el abrazo, Irene contempló como sus ojos verdes la observaban con cariño, incluso amor. Los ojos de Morán se posaron entonces en el pequeño bebé que sujetaba en sus brazos, una sonrisa tierna adornando su rostro.

–Es nuestra...

–Sí –afirmó Irene–: es nuestra hija –le indicó, dejando que la tomase en brazos. La bebé había heredado los ojos claros de ambos padres al igual que el cabello moreno de su madre.

Es preciosa –murmuró Sebastian, acariciando la mejilla de su hija con suavidad–. Yo... Lo siento tanto. Todo lo que te hice... Que os hice –intentó disculparse, recibiendo un beso por parte de Irene en sus labios, un beso suave, indicándole que lo había perdonado hacia tiempo ya.

–De modo –dijo Jim, entrando a la estancia tras observar a Irene con una sonrisa ciertamente sensual, incluso tierna, después de que ambos rompiesen el beso–, que este es mi hijo. Nuestro hijo –comentó, acercándose al infante, quien ahora observaba a los dos hombres con una mirada confusa–. Cuando crezcas un poco, Papá y Papi vendrán a buscarte para cuidar de ti.

¿A buscarlo? –se alarmó Adler, preocupada. Sebastian acarició su rostro para tranquilizarla.

–Sabemos que es algo poco ortodoxo, pero... Cuando las cosas se calmen y podamos regresar –comenzó a decir, su tono de voz repleto de esperanza–, ¿considerarías vivir con nosotros? ¿Ser nuestra mujer? –le preguntó, aquella petición sorprendiendo a la dominatrix, quien ni en un millar de años se habría imaginado que dos hombres tan únicos la desearan de esa forma–. Jim y yo te deseamos para nosotros. No soportaríamos la agonía de saber que podrías estar con uno de nosotros románticamente, por lo que, hemos decidido que deberíamos estar todos juntos, como una familia –argumentó–. Además, Jim y yo tampoco podríamos vivir sin el otro... Y creo que en nuestra caótica vida tú podrías poner orden.

Con una condición –dijo la morena tras reflexionarlo unos instantes, su voz severa.

–No faltaría más –dijo Moriarty–: tampoco esperaba menos de ti, pequeña.

Nada de relacionaros con el mundo del crimen una vez regreséis –sentenció La Mujer–. No quiero que mis hijos crezcan en un mundo lleno de peligros en el cual perderían su inocencia muy pronto –argumentó–. Por si fuera poco, tendremos que criar a nuestro hijo con sus habilidades especiales –murmuró–. Aunque para vuestro bien, aún sigo manteniendo una buena relación con Cora y ella podría ayudarnos con eso. Por fortuna.

–Bien –afirmó Jim, tomando a su hijo en brazos, comenzando a hacerle cosquillas, el infante carcajeándose–. ¿Algo más?

–afirmó ella–. Cuando regreséis buscaréis un trabajo honrado. Nada ilegal.

–Yo aún mantengo la empresa de mis padres –dijo Sebastian con una sonrisa–. Pero reflexionaremos sobre el trabajo cuando volvamos, ¿te parece? –le preguntó, recibiendo un gesto afirmativo por parte de Irene.

La Mujer recibió entonces un beso en los labios por parte de Morán, seguido por un beso por parte de Moriarty. Antes de que se marchasen del piso, pues ahora Sebastian era un fugitivo, la dominatrix se aseguró de proporcionarles ropa para el viaje que iban a emprender por el mundo en aquellos años en los cuales estarían separados.

Pasaron algunos meses, en los cuales Sebastian y Jim legalizaron su matrimonio, teniendo siempre cuidado de no ser detectados por la policía de todos los países. Recorrieron con calma Francia, Italia, España, Japón, Suiza... Incluso se tomaron la molestia de rendirles una visita las tumbas de los padres biológicos del ex-soldado, quien dejó un ramillete de flores frescas frente a las lápidas. Aunque pareciera increíble para Morán, pues aún no podía creer que Jim y el estuvieran juntos de nuevo, ninguno de ellos sintió la tentación de iniciar ningún tipo de conflicto. Por otra parte, Moriarty sugirió que fuesen a visitar a su hermana menor, Arabella, hija ilegítima de su padre, quien aún así apreciaba enormemente a su hermano mayor. Se encontraron con Arabella en Alemania, de donde era originaria la familia materna del criminal asesor.

–Llegas tarde, hermano –sentenció Arabella al verlos llegar, una sonrisa plasmada en su rostro, abrazando a su hermano mayor con dulzura–. ¿Cómo te ha ido el fingir tu muerte? –le preguntó, provocando que el francotirador arquease una ceja, pues no estaba al tanto de aquella información.

Bueno, he logrado recuperar a mi querido tigre, por lo que diría que nada mal –admitió el hombre trajeado con una sonrisa, rodeando la cintura de Morán con su brazo izquierdo, haciendo el francotirador lo propio, rodeando los hombros de su marido en un gesto protector.

–Ya veo –comentó Arabella, extendiendo su mano izquierda hacia el ex-soldado–. Un placer conocerte, cuñado.

–Lo mismo digo, cuñada –afirmó Sebastian, estrechando su mano–. Es extraño, Jim. No me habías mencionado que tenías una hermana... –mencionó en un tono ligeramente indignado–. Además sabía de tus planes...

–Ya te he perdido perdón Sebby –hizo un puchero James–. Y mi hermana prefiere mantenerse bajo el radar. Digamos que tiene ciertos contactos en el gobierno alemán, siendo una persona relativamente importante allí, aunque por motivos que de sobra comprenderás, no utiliza el apellido de papá cuando debe trabajar en el gabinete –replicó rápidamente antes de taparse la boca–. Ups.

–No te preocupes, hermano –negó la morena con una sonrisa–. No me importa que mi nuevo cuñado sepa que trabajo en el gabinete de ministros alemán... Aunque me resulte ciertamente embarazoso admitirlo, es cierto: gozo de una posición privilegiada en el gabinete, y tengo relaciones diplomáticas con todos los países, incluyendo Inglaterra.

–Déjame adivinar –comenzó Sebastian–: fue gracias a ti que logró escabullirse y burlar los ojos del Gobierno Británico –sentenció, recibiendo una sonrisa por parte de Arabella.

–¡Vaya...! ¡Sí que eres inteligente! –se sorprendió con falsa modestia, aunque Morán detectó rápidamente que solo bromeaba–. Pero tienes razón: no fue fácil engañar a Mycroft Holmes, te lo aseguro –dijo con cierto tono de admiración–. Es el hombre más listo y poderoso que he conocido.

Ejem –carraspeó Jim con cierto tono molesto.

A excepción de mi querido hermano, por supuesto –rectificó la mujer con una sonrisa que quitaba la respiración–. Bueno, ha sido un autentico placer conocerte, Sebastian –dijo de pronto con un tono amable–, pero me temo que tengo una reunión importante en unos minutos y lamentablemente no me la puedo perder –gruñó con molestia, antes de abrazar a su familia–. Nos veremos en las cenas de Navidad, supongo.

–Allí estaremos –sentenció el ex-soldado.

–Adiós Bella –la despidió Moriarty con un beso en la mejilla–. Provoca el caos entre las personas aburridas por mi, ¿de acuerdo?

Eso está hecho, Jimmy –replicó ella, besando su mejilla, antes de caminar hacia el Parlamento.

Cuando estuvo a una distancia prudente, Morán decidió hablar con su marido.

–¿Estás seguro de que es de fiar, Jim? –preguntó en un tono serio, sus ojos verdes no dejando de observar a la mujer que se alejaba de ellos–. ¿No nos delatará?

–Tranquilo, tigre –aseguró el criminal asesor–. Conozco a Arabella desde que nació: la lealtad a la familia es lo primero para ella. Siempre lo ha sido, desde niña –le comentó, caminando con él hacia su hotel, pues se encontraban agotados tras tantos meses viajando de un lugar a otro, sin oportunidad de hacer turismo por el temor a ser descubiertos.

–Comprendo –murmuró Morán, tomando su mano y caminando a su son hacia el hotel–. Espero que estés preparado.

¿Preparado? –Jim posó sus ojos en su marido, confuso–. ¿Preparado para qué?

–Ya lo verás cuando lleguemos a la suite del hotel –murmuró Sebastian con una sonrisa pícara.

Aquella tarde y hasta el amanecer, Morán hizo el amor con Jim de todas las formas posibles que se le vinieron a la mente, entre ellas el BDSM, en el cual el francotirador asumía el rol dominante, aprovechando la ocasión para castigar al criminal asesor por todos esos años que había pasado preocupado por su aparente muerte, por todo el sufrimiento que le había causado, por no confiar en él, pero sobre todo, por sentir de nuevo su cuerpo contra el suyo, disfrutando de aquella sensación que anhelaba, la cual únicamente había podido satisfacer en sus sueños más húmedos. Moriarty no opuso resistencia en aquella ocasión, pues estaba consciente de que podría haber obrado de otra manera... Sin hacer sufrir al hombre que amaba de aquella forma tan cruel. Cuando a las 04:00 al fina cayeron rendidos en el lecho, Morán dejó que Jim recostase su cabeza sobre su pecho, rodeándolo con sus brazos en un gesto protector.

–No vuelvas a dejarme, Jim –ordenó el ex-soldado en un tono severo–. Nunca.

Hasta que la muerte nos separe, Sebby –dijo Moriarty con una voz adormecida–. Hasta que la muerte nos separe.

–Sí –afirmó Morán–. Y por ahora no pienso darle esa satisfacción. Tendrá que esperar para tenerme –murmuró, contemplando el rostro dormido de su marido antes de besar su frente–, y a ti también –concluyó, cerrando los ojos.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top