| -El Caso de La Novia Sollozante- |
Los días habían ido pasando con calma desde el nacimiento del pequeño Hamish. El antes tranquilo piso de Baker Street estaba ahora lleno de actividad gracias al nuevo integrante de la familia Holmes. Claro que los padres primerizos apenas dormían algo por las noches debido a que el bebé los despertaba con sus llantos, pero ellos ni siquiera se molestaban por ello, ya que habían aceptado ser padres, y debían bregar con las dificultades que aquello conllevaba. El pequeño Hamish ya tenía unos dos meses cuando Sherlock y Cora decidieron volver a la rutina de resolver casos. Decidieron que Cora continuaría trabajando de vez en cuando como profesora, mientras que Sherlock asistía a Lestrade con los casos. Eventualmente Cora se quedaba más en casa para cuidar de su hijo, quien cada día se parecía más a su padre. Sin embargo, eso no evitaba que ambos salieran a pasear con su bebé por las calles de Londres, recibiendo miradas e incluso sufriendo un leve acoso por parte de los fans y paparazzi.
Aquel lunes de octubre, Cora acababa de salir del colegio en el que impartía clases cuando su teléfono móvil comenzó a sonar de pronto. Tras suspirar con pesadez, dado que lo único que quería ahora era llegar a casa junto a su hijo, posó sus ojos escarlata en la pantalla de su smartphone, leyendo el nombre de quién la llamaba. Era su marido. Tras sonreír por un breve instante, la pelirroja descolgó, colocando el teléfono contra su oreja derecha mientras continuaba caminando por las calles.
-Hola cariño –saludó a su marido en un tono suave–. ¿Qué sucede? ¿Está bien Hamish? –preguntó, su sonrisa borrándose, alarmada por la extraña llamada de su marido, a quien escuchó reír al otro lado de la línea, junto a los gorgoritos de su hijo.
–Hola querida -la saludó–. No, no te preocupes. Hamish está bien -le aseguró.
–Sí, puedo escucharlo –afirmó Cora mientras una sonrisa dulce aparecía en su rostro al escucharlo balbucear–. ¿Qué ocurre, Sherlock? No sueles llamar a menos que sea algo importante... O para cerciorarte de que estamos bien cuando trabajas...
–Cierto –dijo Sherlock, recordando de pronto la causa de su llamada–. He encontrado un caso para que resolvamos: la clienta, Emily Wilder, ha perdido el contacto con su prometido, Stuart Hamlyn, unos días antes de su boda. Se ha esfumado de pronto.
–Hmm –reflexionó la de ojos carmesí antes de detener su caminar–, reconozco que es un caso prometedor, aunque me extraña que no lo hayas descartado. No es el tipo de asunto por el que te suelas interesar... –indicó en un tono reflexivo–. No me digas que la paternidad te está volviendo blando –bromeó, escuchando la risa de su marido por el auricular del teléfono móvil.
–Puede... Aunque solo soy blando cuando se trata de vosotros dos –indicó Sherlock en un tono lleno de cariño, escuchándose cómo daba un beso a Hamish, quien se rio a los pocos segundos–. Si no te molesta, ¿podrías ir a casa de Emily para interrogarla y recabar más datos? Me gustaría ir yo mismo, pero sé que me matarías si dejase solo a Hamish, y más ahora con John trabajando y la Sra. Hudson fuera del piso –comentó–. Además, sería un abuso de confianza si lo dejásemos al cuidado de Molly, ya que también está cuidando de Rosie –apostilló–. Podríamos dejarlo con mis padres... Pero tengo la corazonada de que no querrían devolvérnoslo al final del día –bromeó, logrando hacer reír a Cora, quien entonces decidió parar un taxi.
–De acuerdo entonces –dijo Cora con una sonrisa–. Iré a recabar más datos para el caso. De todas maneras, me vendrá bien retomar los viejos hábitos... –comentó antes de subir al taxi.
–Perfecto –se alegró Sherlock–. Emily vive en Chelsea, relativamente cerca de tu colegio. Oh, y no te olvides de conseguir una foto reciente de Stuart –le recordó.
–De acuerdo. Lo recordaré –afirmó Cora–. Te quiero.
–Yo también te quiero, querida –reciprocó Sherlock–. Y Hamish también –añadió–. Hasta luego.
–Adiós –se despidió Cora, colgando el teléfono, antes de dirigirse al taxista, quien en algunas ocasiones la había llevado, por lo que se había mantenido en silencio, esperando a que terminase la llamada–. Gracias por esperar, Frank –le dijo–. A Chelsea, por favor –le informó, el taxi poniéndose en marcha.
A los pocos minutos de haber cogido el taxi, Cora se apeó frente a una casa de ladrillos adosados de color blanco, un coqueto porche con arbustos llenos de rosales y una aldaba en forma de loto. Observó que la casa era realmente acogedora y casi provinciana, pese a que sabía por los datos que Sherlock le había mandado, que la joven disponía de una gran fortuna. Tras entregarle la suma de dinero a Frank, éste le indicó que la esperaría y llevaría él mismo aquel día hasta donde necesitase. Cora se lo agradeció, ya que el amable hombre siempre se había portado bien con ella. Caminó hasta la puerta de la casa y tocó con la aldaba. A los pocos segundos, una mujer joven de cabello rubio y ojos azules le abrió la puerta.
–Hola Srta. Wilder, soy Cora Holmes –se presentó–. Mi marido me ha comentado que ha solicitado usted nuestros servicios.
–Oh, Sra. Holmes –se sorprendió Emily–, que rapidez. Por favor, pase, pase –le indicó, haciéndose a un lado para que entrase en la casa. Ésta era igual de acogedora y hogareña por dentro que por fuera. Todo estaba decorado con gran detalle pero sin recargarlo demasiado–. Por favor, siéntese –le pidió, gesticulando hacia el sofá de color crema de la sala de estar, sentándose ambas en él, quedando frente a frente.
–Srta. Wilder, me gustaría sabes más detalles sobre la extraña desaparición de Stuart, si no le importa –abordó Cora el tema, abriendo una libreta que siempre llevaba consigo, sacando un bolígrafo de su bolso, para apuntar lo que ella le dijese.
–Oh, pues verá, Stuart desapareció hace seis días y no ha vuelto a casa, ni se ha presentado en la biblioteca en la que suele trabajar desde entonces –replicó Emily, comenzando a darle detalles sobre su caso mientras tomaban un té que una sirvienta les trajo–. Normalmente es tan atento e inteligente, siempre consultando libros de viaje o soñando despierto sobre el futuro –continuó con una mirada soñadora.
–Vaya, realmente parece el hombre perfecto –dijo Cora con una sonrisa mientras escribía aquellos datos en su libreta.
–Oh, lo es, se lo aseguro –dijo Emily, reciprocando su sonrisa.
–Y dígame, ¿no tendrá por un casual una foto reciente de él?
–¡Oh, sí! –exclamó Emily antes de levantarse del sofá, acercándose a una cajonera, de cuyo interior sacó un álbum de fotografías, extrayendo de una de sus páginas una de ellas–. Aquí la tiene –caminó hasta la pelirroja, entregándosela: en ella se podía ver a la pareja frente a la puerta de la casa. Emily abrazaba al joven de cabello castaño corto y ojos marrones, quien como la de ojos carmesí supuso, se trataba de Stuart. La rubia sonreía con una gran felicidad, pero no podía decirse lo mismo de su prometido, quien parecía de todo menos entusiasta. Aquello extrañó a Cora, pues no se veía como un novio ansioso por su próximo compromiso–. Íbamos a casarnos la semana que viene y Papá se gastó hasta el último penique que tenía en organizar la ceremonia. ¡Por favor, traiga a mi pequeño soñador de vuelta! –rogó antes de tomar una caja de pañuelos, sacando uno y sonándose la nariz.
–Haré todo lo que esté en mi mano, Srta. Wilder –le dijo Cora con una sonrisa suave–. Puede que no sea mi marido, pero le aseguro que traeré a Stuart a casa.
–Gracias, gracias, Sra. Holmes –agradeció la rubia con una sonrisa pese a que su rostro estaba lleno de lágrimas. Tras levantarse del sofá, Emily abrazó a la pelirroja, quien correspondió el abrazo con cariño, pensando cómo de cómica habría sido la situación si se hubiera tratado de Sherlock. Tras romper el abrazo, Cora posó sus ojos en el perchero de la entrada, el cual había obviado al entrar a la casa. Se percató de que sobresalía un trozo de papel de uno de los bolsillos, por lo que se acercó al perchero, examinando el abrigo.
–Dígame, ¿este abrigo pertenece a Stuart?
–Sí, así es. A decir verdad, es muy extraño que no se lo llevara consigo –admitió Emily tras dar un gesto afirmativo con la cabeza. Cora reflexionó sobre sus palabras antes de sacar el trozo de papel del bolsillo, percatándose al momento de que se trataba de una hoja de apuestas:
7-2
Shangai Suprise
to win
500£
"Esto es interesante... Una gran apuesta, y con ello una gran pérdida de dinero", pensó Cora tras observar la cantidad que había escrita en la hoja.
–¿Srta. Wilder, tenía conocimiento de que Stuart apostaba? –le preguntó, volviéndose hacia ella, recibiendo un gesto negativo por su parte a modo de respuesta, lo que provocó que frunciera el ceño, pues ahora estaba claro que Stuart no había abandonado a su prometida por una razón cualquiera. Claramente tenía relación con su hábito de apostar–. Gracias. Estaremos en contacto –se despidió de ella, caminando hacia la puerta y subiendo de nuevo al taxi que Frank conducía–. A Baker Street –le indicó mientras repasaba los datos que había obtenido en su encuentro con Emily.
En cuanto llegó a Baker Street, Cora dio las gracias a Frank y le indicó que no necesitaría más sus servicios aquel día, despidiéndose de él y entrando al 221-B de Baker Street, donde la esperaba su marido, con Hamish en brazos.
–Hola cariño –lo saludó ella tras despojarse de su abrigo, caminando hacia sus dos chicos y brindándole un beso en los labios a su marido–. Hola cielo –saludó a su hijo, cogiéndolo de los brazos de Sherlock, quien sonreía con adoración.
–¿Qué tal ha ido la reunión con Emily? –le preguntó Sherlock mientras observaba a su mujer preparando un biberón para Hamish.
–Oh, ha sido bastante fructífera –afirmó Cora, entregándole su cuaderno, la foto y la hoja de apuestas. Se sentó en el sofá, comenzando a alimentar a su pequeño mientras Sherlock examinaba lo que ella había recabado.
–Así que a Stuart le gustaba la emoción de las apuestas equinas –comentó Sherlock mientras la contemplaba alimentando a Hamish.
–Así es –afirmó ella mientras inclinaba un poco el biberón, pues Hamish, a pesar de ser tan pequeño comía mucho–. Esa apuesta se hizo en una casa de apuestas en Queensway... Demasiado lejos del trabajo y de su casa –apostilló en un tono sereno antes de dejar el biberón vacío en la mesita frente al sofá, haciendo eructar al bebé, quien lo hizo a los pocos segundos–. Bien hecho, Hamish –lo alabó, recibiendo una sonrisa por parte de su hijo.
–Interesante. Tenemos que averiguar qué estaba haciendo allí –indicó Sherlock, observando a su mujer e hijo con una sonrisa llena de ternura.
–Entonces será mejor que pregunte a la Sra. Hudson si puede cuidar de Hamish mientras nosotros vamos a investigar –propuso Cora mientras acunaba a su pequeño en brazos–. Hablando de la Reina de Roma... –comentó, la puerta de la sala de estar abriéndose y entrando por ella la amable casera y madrina de Cora.
–¡Cu-cu! –exclamó con una sonrisa–. ¡Oh, hola Cora! ¡Me alegro de verte! ¿Qué tal las clases? –la saludó–. ¡Aww, qué bonito está el pequeño Hamish...! –mencionó mientras se acercaba a la pelirroja y al bebé, entregándoselo ésta con una sonrisa.
–Hola Sra. Hudson –la saludó con una sonrisa–, las clases han ido bien. Los niños aprenden muy deprisa –sentenció en un tono orgulloso–. Me preguntaba si podría pedirle un favor: ¿podría cuidar de nuestro pequeño mientras Sherlock y yo vamos a investigar un caso por el cual nos han contratado? –mencionó, el rostro de la casera iluminándose con una sonrisa.
–¡Por supuesto querida! ¡Cuidaré encantada de este rayo de sol! –afirmó la Sra. Hudson–. Menos mal que ha salido a su madre, porque de lo contrario, lograría traerme de cabeza...
–¿Disculpe? –se extrañó Sherlock en un falso tono ofendido.
–Oh, es una broma, cielo –dijo la casera–. Vamos, ya estáis tardando –los animó para que salieran de allí.
–Gracias –dijo Cora con una sonrisa, abrazando a la casera antes de darle un beso en la mejilla a Hamish–. Hasta luego, cielo.
–Volveremos pronto, hijo –se despidió Sherlock con una sonrisa, besando su frente, el niño comenzando a reír, pues adoraba escuchar la voz de su padre.
Al cabo de una hora y media aproximadamente, Sherlock y su mujer llegaron a la pista de carreras en las que se había organizado la apuesta. Una vez llegaron allí, Cora se internó en el recinto junto a su marido de ojos azules-verdosos, caminando hasta un escritorio, donde observó a un corredor de apuestas.
–Discúlpeme, señor –apeló a él en un tono de voz suave.
–¿Qué puedo hacer por usted, señora? –preguntó con una sonrisa.
–Soy Sherlock Holmes y esta es mi mujer, Cora Holmes –los presentó el detective–. Si lee los periódicos, sabrá quienes somos.
–Nos preguntábamos si podía decirnos algo sobre Stuart Hamlyn –sentenció Cora–. Sabemos que vino aquí y apostó por un caballo –le comentó, enseñándole la hoja de apuestas que había encontrado en el bolsillo del abrigo del hombre.
–Ah, sí –afirmó el corredor de apuestas–. Stuart vino hace algunas semanas. Era uno de ellos, ¿sabe? Un amateur de las apuestas. Estaba realmente nervioso –les indicó–. Estuvo sudando durante toda la carrera y se sorprendió cuando perdió.
–¿Ha estado por aquí recientemente? –le preguntó Sherlock, recibiendo un gesto negativo por parte del corredor de apuestas.
–No, no ha vuelto desde entonces. Aunque probablemente sea lo mejor...
–¿Por qué dice eso? –preguntó Cora, de pronto interesada en sus palabras.
–Bueno, tenía muchas deudas, y si está desaparecido, lo más probable es que sus deudas lo hayan sobrepasado –replicó el hombre en un tono sereno. Cora intercambió una mirada con Sherlock, quien asintió de forma imperceptible.
–Gracias por su cooperación –le dijo Sherlock antes de salir del lugar junto a su esposa, quien caminó en todo momento a su lado–. Stuart puede que haya dejado alguna pista sobre su paradero actual... Deberíamos consultarlo con Lestrade –comentó mientras detenía un taxi.
–Sí, creo que tienes razón –afirmó Cora mientras el taxi paraba a su lado.
–Las damas primero –dijo Sherlock tras abrir la puerta.
–Vaya, gracias, caballero –se sinceró ella con una sonrisa, entrando al taxi tras brindarle un beso en los labios con ternura.
Tras subirse al taxi y llegar hasta la comisaría de Scotland Yard, Cora y Sherlock fueron raudos a reunirse con el Inspector Lestrade, quien los recibió en su despacho con una sonrisa. Los detectives lo informaron rápidamente sobre el progreso del caso que tenían entre manos, con la pelirroja mandando un mensaje rápido a la Sra. Hudson, preguntándole sobre su hijo.
–Me estáis diciendo que es un jugador de apuestas... –mencionó Lestrade, observando cómo la de ojos escarlata se sentaba frente a él, junto a su marido.
–Así es, Greg –afirmó Cora en un tono suave, recibiendo un mensaje por parte de su madrina, confirmando que su pequeño Hamish se encontraba bien, durmiendo, de hecho.
–Quizás cogió prestado dinero de la gente equivocada –reflexionó el Inspector de Scotland Yard–. De todas maneras, no ha aparecido en la morgue... Aún. No ha usado su pasaporte o tarjeta de crédito en seis días, sin embargo imagino que se habrá fugado con su secretaria y ella es quien lo paga todo.
–Es una teoría muy bonita, Greg –comentó Cora–. Pero aunque parece posible, no creo que lo sea... Hay algo en todo esto que no me cuadra.
–Concuerdo contigo. Sería demasiado decepcionante –sentenció el sociópata de cabello castaño con un tono algo aburrido.
–Entonces propongo que vayamos y preguntemos a sus compañeros de trabajo –dijo Greg–. Quizás ellos sepan dónde ha ido –apostilló, levantándose de su silla y saliendo de la comisaría junto a los dos detectives, encaminándose hacia la biblioteca en la que Stuart trabajaba, la cual estaba a tiro de piedra. Los tres se adentraron en la biblioteca, entre las inmensas estanterías de libros, hasta llegar hasta un mostrador, donde una mujer con lentes de cabello corto y algo de sobrepeso se encontraba. Tras enseñarle su placa, Lestrade comenzó a hablar–. Soy el Inspector Lestrade de Scotland Yard, y estos son Sherlock Holmes y su esposa, Cora Holmes –los presentó, los ojos de la mujer del mostrador abriéndose con admiración.
–Vaya, vaya, ¿en que puedo ayudarlos?
–Discúlpeme Sra, pero nos preguntábamos si conocía a Stuart Hamlyn –habló Cora con en uno amable, sonriéndole.
–Pues la verdad es que sí que lo conozco, sí –afirmó la bibliotecaria–. ¿Le ha pasado algo?
–Desgraciadamente así es, Sra –afirmó Sherlock–. ¿No sabrá por un casual dónde se encuentra?
–No, me temo que no lo sé –replicó la bibliotecaria.
–¿Qué relación tiene con él, si no es indiscreción que pregunte? –la cuestionó la de ojos escarlata.
–Soy su secretaria, Sra. Holmes –sentenció con una sonrisa, provocando que Cora observase al Inspector Lestrade, con su marido decidiendo apostillar con una sonrisa confiada.
–Vaya, me temo que has errado el tiro, Inspector –dijo Sherlock, provocando que una expresión confusa apareciera en el rostro del aludido.
–¿A qué se refiere, Sr. Holmes? –preguntó la secretaria, observando a las tres personas frente a su mostrador.
–El Inspector Lestrade, aquí presente, estaba convencido de que Stuart y usted estaban en una relación, y que por ello había huido en su compañía –replicó Sherlock sin pelos en la lengua, lo que hizo que la secretaria se carcajease.
–Bueno, estoy halagada por la hipótesis, Inspector –dijo la mujer con una sonrisa–, pero me temo que Stuart es como un hijo para mi. No hay gente joven en este tipo de trabajo, ya que todos somos algo ancianos. Solo espero que no esté en problemas.. Es un chico tan delicado, siempre estudiando detenidamente los mapas de Geografía... –mencionó, Cora intercambiando una mirada con Sherlock y Lestrade al escucharla decir aquello–. Siéntanse libres de revisar su casillero, si creen que les será de ayuda para averiguar qué le ha pasado.
–Eso será, en efecto, de mucha ayuda, gracias –replicó Cora con un sonrisa suave antes de seguirla a una habitación apartada en la biblioteca, donde estaban las taquillas de los empleados. Tras sacar las llaves y desbloquearla, la mujer volvió a su puesto, frente al mostrador. Sherlock apenas había comenzado a revisar las cosas de Stuart, cuando encontró otra hoja de apuestas en la que había escrito PÉRDIDA:
American
in Paris
to win
12-1
1000£
"Vaya, vaya... Una suma mayor de dinero a un número aún más arriesgado que el anterior. ¿Acaso estaba desesperado?", pensó la pelirroja mientras observaba la hoja con el ceño fruncido.
–Pues ya está: ¡caso resuelto! –exclamó su marido tras revisar de nuevo el billete.
–¿Espera, espera, qué? –preguntó Lestrade, visiblemente confuso, pues no le quedaba claro cómo diantres podía el caso estar resuelto con tan solo dos hojas de apuestas. No le cabía en la cabeza. Al observar la expresión confusa del padrino de su mujer, Sherlock se apresuró en clarificar, su tono de voz más suave.
–Stuart obviamente tenía un sistema para apostar. Échale un vistazo al periódico en el que se anuncian las carreras equinas, y verás de lo que hablo, Greg –se acercaron entonces a una mesa en la que se exponían varios periódicos, tomando uno y abriéndolo en la sección de las carreras. De inmediato pudieron observar una gran cantidad de nombres que parecían realmente extraños.
Runaway Bride (Novia a la Fuga), lo que hizo que Cora diese una risa irónica debido al caso que tenían entre manos, Deerstalker (Gorra de Caza), lo que provocó que Sherlock pusiese los ojos en blanco y Getting Warmer. Sin embargo, uno de los nombres logró captar la atención de la joven de ojos carmesí: Moscow Mule, el cual tenía una tasa de acierto de 150-1.
–¡Ya está! ¡Es este! –exclamó Cora mientras señalaba el nombre en el periódico, sobresaltando a Lestrade, quien observó a su amiga con confusión.
–¿De qué estás hablando? ¡No comprendo nada de lo que decís!
–Deja que te lo explique entonces –intercedió Sherlock–: Stuart estaba teniendo dificultades con un empleo mal remunerado y pensó que su esposa de Chelsea podría hacerlo rico –comenzó a decir, Greg cruzándose de brazos, escuchando su explicación. El detective miró a su mujer, indicándole que continuase con una sonrisa.
–Pero al acercarse el día de la boda, la perspectiva de casarse con ella era cada vez más repugnante e insoportable, especialmente cuando su padre gastó todo su dinero en organizar la ceremonia –continuó Cora, las piezas del puzle comenzando a encajar por fin–. Stuart se desesperó y comenzó a hacer apuestas cada vez más grandes.
–A todos los jugadores les gusta pensar que tienen un sistema, y el suyo era escoger caballos con ciudades en sus nombres: Shangai Suprise, American in Paris y Moscu Mule. Cuando el último llegó con la tasa de acierto de 150-1, finalmente fue rico –concluyó Sherlock, brindándole un beso en la mejilla a su esposa, quien le sonrió.
–Bueno, no es de extrañar que no estuviera usando sus tarjetas de crédito –indicó Lestrade, al fin comprendiendo el razonamiento de los dos detectives–: tiene una gran cantidad de efectivo –concluyó antes de suspirar y alzar su rostro para mirar al joven de cabello castaño–. ¿Dónde está, entonces?
–Me temo que no lo sé –admitió Sherlock–. Dondequiera que esté, Emily no debería mantener la esperanza de que regrese para la boda. Pobre chica –negó con la cabeza tras chasquear la lengua en un claro gesto de decepción.
–Supongo que tendré que ir a su casa y darle la mala noticia –murmuró Cora casi para ella misma, su voz apenada por Emily–. Me temo que será muy difícil para ella superar esto... Realmente lo quería.
–De acuerdo –concedió Sherlock–. Yo iré a casa para cuidar de Hamish. Lleva ya demasiado sin nosotros haciéndole compañía –se despidió, besando su mejilla.
–Yo te acompañaré, Cora –propuso Greg, caminando con Cora hacia la calle para tomar un taxi, subiéndose a él, mientras el marido de la joven volvía a Baker Street–. Quien lo iba a decir... El antes impenetrable Sherlock, ahora es un hombre de familia –bromeó–. Si me lo hubieran contado hacía años no me lo habría creído –apostilló antes de comenzar a reflexionar–. Aunque claro, cuando le conocí, antes de que me ascendieran a inspector, ya estaba estudiando en el último año de la universidad, y si no recuerdo mal iba acompañado siempre por una chica. Claro que jamás supe su nombre... Ni recuerdo su aspecto –mencionó, provocando que Cora comenzase a carcajearse, lo que hizo que la observase con los ojos abiertos–. ¿Qué pasa? ¿Qué he dicho?
–Esa chica era yo, Greg –sentenció la pelirroja, los ojos del Inspector de Scotland Yard abriéndose con pasmo ante sus palabras–. No lo recordábamos hasta hacía poco tiempo, pero él y yo fuimos compañeros de clase y nos conocimos en nuestra época de estudiantes universitarios.
–¡Vaya! ¡Menuda casualidad! ¡Ni que el destino os hubiese unido! –exclamó, sonriéndole a la joven, quien asintió con calma.
Una hora más tarde aproximadamente, en la cual Cora había tenido que consolar a una sollozante Emily, la pelirroja al fin atravesó el umbral de la puerta de Baker Street, subiendo las escaleras hacia su piso, escuchando la suave tonada de un violín que reconoció de inmediato, una sonrisa suave apareciendo en su rostro. En cuanto abrió la puerta de la sala de estar, sus ojos carmesí fueron directamente a posarse sobre su pequeño niño, quien ahora estaba dormido plácidamente en un pequeño columpio-hamaca que la Sra. Hudson había tenido bien de regalarle tras su nacimiento. El bebé iba vestido con un mono de color azul que incluso tapaba sus pequeños pies. Cora apenas tuvo que sumar dos y dos para percatarse de que Hamish se había quedado dormido al escuchar a su padre tocar el violín. Tras despojarse con calma del abrigo que llevaba, se lo colgó en el brazo, apoyándose en el dintel de la puerta, sus ojos escarlata ahora fijos en su marido, quien le daba la espalda, continuando su pieza. El detective continuó tocando por varios minutos hasta que se detuvo, dándose media vuelta con una sonrisa llena de afecto dirigida a su mujer.
–Eso sonaba maravillosamente, cariño –le dijo ella sonriente, caminando hasta el perchero y colgando su abrigo, guantes y bufanda. Sherlock dejó el arco y el violín en el sillón donde se sentaba habitualmente, caminando hacia ella, acariciando sus brazos con dulzura.
–Bueno, lo he compuesto pensando en ti y en Hamish, por lo que es normal que suene maravillosamente, querida –le comentó, la felicidad de nuevo a punto de desbordarse fuera del pecho de la pelirroja por la dicha que la invadía.
–Oh, Sherlock... –musitó ella con mucho afecto, recibiendo el abrazo de su marido con gran felicidad, reciprocando el mismo con rapidez, notando que el de cabello castaño apoyaba su rostro sobre su cabeza. Tras unos segundos de mantenerse en aquella posición, Sherlock se apartó ligeramente, tomando su rostro entre sus manos y brindándole un beso en los labios. De pronto, y como si fuera una reacción ante sus muestras de afecto, Hamish abrió sus ojos idénticos a los de su padre, emitiendo un gorgorito antes de parecer que iba a ponerse a llorar–. Ay, no, no, no –se apresuró Cora en acercarse a él y tomarlo en brazos–. Ya está, ya está mi niño –intentó calmarlo, abrazándolo contra ella con cuidado y suavidad–. Mamá está aquí, contigo... Shh... Tranquilo –susurró con amor, comenzando a acunarlo lentamente, Sherlock acercándose a ambos, colocándose a la espalda de ella, acariciando el pelo de su hijo.
A unas pocas horas, Sherlock estaba recostado en la cama de ambos leyendo un libro que la pelirroja se había traído de su casa de la infancia. No le extrañaba el título del mismo, pues ambos habían representado aquella misma obra cuando estaban en la universidad: Orgullo & Prejuicio. Sonrió al recordar aquellos días, a pesar de su inicial reticencia a profundizar en su amistad, incluso intentando evitar los sentimientos que habían comenzado a crecer en él en aquel entonces. En ese instante desvió su mirada de las palabras del libro, centrándose en la pelirroja, quien caminaba casi de puntillas, pues al fin había acostado a Hamish en la cuna, en la otra habitación.
–Perdona que haya tardado tanto –se disculpó en un susurro con una sonrisa, caminando hacia la cama, sentándose en el borde–. Incluso después de beberse todo el biberón seguía sin conciliar el sueño... En eso se parece a ti –apuntó, provocando que Sherlock se riese de forma suave–. No me ha quedado más remedio que tararearle una canción para dormirlo.
–Como siempre, eres increíble –dijo Sherlock, ayudándola a recostarse a su lado, con su cabeza apoyándose en su hombro derecho, sujetando el libro con su mano izquierda, suyo título fue rápidamente leído por los sagaces ojos de Cora.
–Orgullo & Prejuicio... –leyó en una voz suave–. Ha pasado mucho tiempo desde que representamos esa obra -rememoró con una sonrisa–. Aunque en aquel entonces era más complicado el hablar contigo.
–Lo reconozco.
–Pero el misterio que resolvimos juntos fue lo más divertido que hice en aquella época –se apresuró a decir, mirando los ojos azules-verdosos de su marido.
–Sí –afirmó él–. Pero luego nos separamos: yo me gradué antes que la mayoría gracias a mis habilidades, y a ti te ofrecieron un trabajo en Japón cuando yo iba a marcharme de la universidad.
–Lo recuerdo –sentenció Cora en un suspiro–. Y pensar que ese trabajo acabaría por tenerme secuestrada... –mencionó, recibiendo un beso en la frente por parte de Sherlock, quien tras dejar el libro en la mesilla, la abrazó con cariño–. Ahora no hay forma de que pudiera ser más feliz. Te quiero.
–Yo también te quiero, querida –reciprocó Sherlock con suavidad–. Descansa –le indicó, tumbándose de costado, dejando que ella aproximase su cabeza contra su pecho, escuchando el latido de su corazón, el cual pronto la llevó al mundo de los sueños.
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