9. Endeudado
La consciencia de Miles aún no despierta cuando regresa al interior de su hogar. Su cuerpo tiembla y su piel hierve como si hubiera tenido un día de playa y bronceado al sol.
Camina hacia el sofá con el andar de un zombie de The Walking Dead y se arroja sobre los cojines con el mismo desapego hacia la vida. Echado a su lado, Haeillmon lo contempla con la sonrisa torcida.
—¿Qué tal?
—Eso fue... increíble —responde con sinceridad. Sus mejillas sonrosadas y ojos brillantes lo asemejan a un niño que ha probado un caramelo por primera vez. Y es que se ha comido un caramelo, uno muy grande y sabroso. Se pregunta si Alan podría causar adicción como el azúcar, pues se siente completamente abrumado y colgado al sentimiento. Y como un adicto al que le han prohibido su dosis diaria, su humor se viene abajo súbitamente—. Tú... ¡¿Por qué lo hiciste?!
Haeillmon lo contempla desapasionadamente.
—Sé más específico.
Miles se sonroja.
—Me... M-Me... —El pudor le traba la lengua, pero la sonrisa burlesca del demonio lo cabrea lo suficiente como para empujar la bola de palabras atascadas en su garganta—. ¡Me dejaste con las ganas! —chilla, tan indignado como miserable. Haeillmon arquea las cejas.
—¿Yo?
—¿Crees que no me di cuenta que esa llamada fue una putada tuya? ¡Lo hiciste a propósito para estresarme!
—¿Piensas que fui yo quien lo llamó? Cariño, no me he movido de aquí, ¿cómo podría? —replica, pero es tan falso como los labios rechonchos de ese tal Candy—. Además, estaba muy entretenido...
—¡¿C-Cómo pudiste?! —lo increpa a los gritos Miles, recordando su comportamiento vulgar—. ¡No vuelvas a hacer eso, no es parte de tu trabajo acosar a mi... a mi...!
Se traba de nuevo. ¿A su qué? ¡Alan y él no comparten ningún vínculo especial! Aun así, se siente con el derecho a reclamar por daños y perjuicios a su libido, y Alan es el motivo por el que incurrió en este abominable contrato, lo que lo hace suyo en cierto sentido.
—¡No vuelvas a acercarte a él! —remata, cruzado de brazos. La calentura menguó, pero todavía lo mosquea el haber sido privado del placer de una manera tan abrupta. Está irritable y sensible, y la cercanía de su celo lo hace todo más intenso.
—Pero...
Miles lo interrumpe antes de que pueda continuar rebuznando,
—¡Y si quieres hacer bien tu trabajo, no empeores mi frustración!
—Eso definitivamente no está en el contrato —se mofa Haeillmon.
Miles aprieta los dientes. Por supuesto que no está en el contrato. ¡El contrato ni siquiera existe físicamente! Era obvio que este demonio ladino y traidor iba a aprovechar cada oportunidad para importunarlo.
Renuente a darle el gusto por sacarlo de quicio, Miles se marcha a su habitación para ponerle fin a este espectáculo donde él es el bufón del demonio.
—¿No me darás las gracias? —suelta el cabrón cuando va por la mitad de las escaleras.
Aplicando la ley del hielo, Miles se guarda todos sus desaires y continúa su camino.
A las dos de la madrugada, decide aceptar que tiene un problema, y que ese problema no desaparecerá si no hace algo al respecto. Él nunca ha sido tan tozudo como para no reconocer lo obvio y negar su impulso biológico, pero las circunstancias actuales —tener un demonio gilipollas en casa— lo hacen todo más complejo... Como por ejemplo, buscar un dildo y metérselo en el culo. La mera idea de que Haeillmon pueda verlo haciendo eso restringe sus capacidades lógicas y de pensamiento práctico y lo arrastra a un bucle de negación de la realidad. Sin embargo, después de horas de insomnio por la excitación acechando bajo la piel, Miles finalmente desiste y acepta estar deseando tener algo metido en el trasero, y también que no podrá masturbarse hasta que el contrato se acabe. En otras palabras, no podrá masturbarse hasta que el demonio se lleve su alma, lo que quiere decir que ya no podrá masturbarse en lo que resta de su vida.
Aquella certeza lo deja en una especie de shock. Ni siquiera le ha llegado el celo aún, y la calentura no lo deja dormir. ¿Qué hará cuando llegue? Lo incierto de la respuesta lo atormenta. Horas más tarde, cuando el cielo comienza a clarear y el despertador suena, Miles no ha llegado a una respuesta que lo tranquilice a pesar de haber estado buscándola durante toda la noche.
En la universidad, Niall lo aborda en el corredor durante el receso entre materias.
—Te ves cansado —asevera.
—Debo cambiar el colchón... Uhm, iré a sacar unas copias —se excusa Miles, agobiado por todas las preocupaciones que lo persiguen desde la noche anterior. Y porque la voz del demonio no cesa de reproducirse en su dañada psiquis.
"Ese humano tiene los cojones a estallar cada vez que te le pones cerca".
Apura sus piernas para dejar atrás a su amigo y todas las vulgaridades que el demonio le implantó en la cabeza. Cuando siente un impacto contundente en su vanguardia, le cuesta discernir si es la realidad la que lo ha golpeado de nuevo o si realmente atropelló a alguien.
Al final, fue un poco de ambos. Su rostro se acidula con una rapidez impresionante al encontrarse de frente con el rostro pellizcado del jodido Candy.
—¡Oye, qué diablos...! Oh... —El omega parece reconocerlo en un segundo vistazo y se olvida de que acaba de ser arrollado con idéntica facilidad—. Miles, ¿cierto?
Miles lo ignora, arrebujándose en su sudadera y pasándole por al lado como si no existiera. Lamentablemente, Candy acarrea tras su trabajado culo a un grupo grande de alfas y omegas, y la huida se complica para la Miles, que acaba chocando contra uno de ellos. El alfa escudriña su rostro ensombrecido por la capucha antes de vociferar:
—¡Vaya! ¿No es el omega de la fiesta? ¿El de la adoración de pies?
Eso llama la atención del grupo completo. Incluso los omegas, que habían decidido ignorarlo para seguir caminando, se detienen y giran sus ojos curiosos hacia él. Miles maldice al universo en su fuero interno, y el universo, por supuesto, le devuelve la bronca con más fuerza. Una de las omegas se le acerca con los ojos iluminados. Tiene el cabello rosa chillón, como el colorete de sus mejillas.
Oh, no. ¡Es la tía que presentó los juegos en la casa de Alan!
—¡Es él! —confirma ella, aumentando peligrosamente la tendencia suicida de Miles—. Oye, te llegó la invitación al evento de mañana, ¿verdad? ¡Tienes que asistir!
Acorralado, Miles se encoge aún más dentro de su ropa. Si no contesta, duda que pueda sacárselos de encima, pero tampoco sabe qué decir y el pulso se le dispara.
—E-Eh... Estoy ocupado, lo siento...
—Venga, ¡será divertido! ¡Y deberías traer contigo a Cincuenta!
—¿Cincuenta? —pregunta alelado.
—¡Ese alfa divino! ¡Tu adorador!
Miles abre los ojos como platos y siente que una especie de fuego lo devora desde el interior. Un cóctel de vergüenza y excitación ante el recuerdo de los tórridos labios del demonio acariciando los dedos de sus pies.
—¡N-No lo conozco! —Sale corriendo hacia algún lugar random, deseando poner distancia entre él y el mundo, si es posible.
Acaba en los excusados, acalorado y sudoroso. Se quita la sudadera y abre el grifo para echarse agua helada en el rostro rubicundo. Joder, estos acaloramientos menopáusicos no son normales. Su celo está más próximo de lo que esperaba...
—Oh, hueles bien...
Miles salta como si hubiera visto una cucaracha. Mira turbado al alfa que acaba de salir del excusado y que lo observa de arriba a abajo, sintiéndose incómodo y (que la Parca se lo lleve) deseoso. El alfa desconocido también huele bien, pero es consciente de que su ridículo olfato solo está subordinándose a su instinto por la cercanía de su periodo reproductivo.
—E-Estás en el baño equivocado... —balbucea. Su voz sale demasiado fina y tembleque, y el alfa da un paso hacia él con las pupilas agrandadas, como si oyese en ella una invitación.
—Estoy en el baño de alfas, y estoy seguro de que soy un alfa —sentencia el tipo con la voz ronca. Es alto y lleva el pelo castaño amarrado en una coleta. Si Miles no estuviera tan anonadado, probablemente le dedicaría más de un vistazo—. Nunca había estado tan seguro en toda mi vida...
Su agitación empeora, tanto por la excitación como por la sirena de alarma que suena al fondo de su cabeza. Sabía que esto pasaría algún día. Su cuerpo ya le había dado señales de alarma anteriormente, pero no las quiso ver, y por su falta de diligencia hacia sí mismo ahora sufrirá las consecuencias. Incluso terminó en el baño de alfas inconscientemente, seguro atraído por las feromonas acumuladas por todas las pajas y acabadas que han salpicado las superficies. El expendedor de inhibidores de emergencia para RUT a un lado de los lavabos confirma los temores de Miles y las palabras del alfa, que sigue acercándose de a poco para no espantar a su objetivo sexual.
Debería correr. La puerta está abierta, pero su juicio se ha encerrado dentro de una bruma de antojos y no puede detenerse a sí mismo cuando clava la mirada en la entrepierna abultada del alfa.
—¿Lo quieres? —grazna el desconocido—. Solo tienes que pedirlo y te llevaré a mi casa. Si tienes muchas ganas, podemos ir a algún aula desocupada...
Miles entra en una encrucijada, es como un elástico tensado entre un sí y un no. Tiene miedo, pero también tiene ganas. Le gusta el aroma y la apariencia del alfa, pero se siente incómodo ante personas que no conoce y la idea de intimar y mostrarle su cuerpo remueve al Miles civilizado, ese que fue relegado al fondo de su mente por el Miles primitivo.
Presionado por la presencia avasalladora de un pretendiente vigoroso, su escasa capacidad de decisión se vuelve nula y lágrimas de impotencia se acumulan en sus líneas de agua.
—¡Haillmon! ¡Haeillmon! —se escucha chillar.
No pasa ni medio minuto cuando un cuerpo hercúleo se le arrima por detrás y una mano grande repta por su cintura. Los ojos del alfa con coleta se desplazan del rostro lloroso de Miles hacia arriba y el cariz lascivo en ellos se tiñe de precaución.
—Vete. Es mío.
Tanto el Miles primitivo como el civilizado desfallecen al oír al demonio a sus espaldas. Nunca hubiera creído posible que una criatura de pesadillas y cuentos de terror pudiese convertirse en el suelo que faltaba bajo sus pies.
Y aunque él suspira de alivio y se relaja, la llegada de Haeillmon tiene efectos contrarios en el otro alfa.
—Si fuera tuyo, este pobre omega no estaría tan desesperado por la polla de un alfa —espeta el castaño, agraviando el orgullo de Miles—. ¿O es que no sabes usarla?
—Yo no soy el que imagina ser Batman para que se le pare.
Miles ya sabe lo que se siente ser humillado, por eso reconoce al instante el sentimiento cuando surca la cara del alfa.
—¿Cómo...? —El tipo niega con la cabeza y resopla en medio de una risa nerviosa—. ¿Qué diablos dices, imbécil? No tienes que inventar estupideces solo porque...
—Siempre tienes que ponerte en el papel e imaginas que tu pareja es Robin —continúa sin piedad Haeillmon. El tono de piel del castaño se desatura—. A veces cambias de roles y dejas que te cojan con la fantasía de tener un hijo superhéroe al cual heredarle tu máscara.
—¡¿Qué coño...?! —El alfa se atraganta con su propia saliva y estupefacción. Blanco como los azulejos del baño, sortea a Miles y a Haeillmon y huye despavorido—. ¡Maldito loco desagradable!
En el recinto solo suena el agua que pierde uno de los retretes y la respiración de Miles, que paulatinamente retoma su compás. El aroma que viene de Haeillmon lo sosiega lo suficiente como para regresar a sus cabales.
—¿Batman? —musita.
—No es lo más extraño que escucharás, te lo aseguro.
Ni siquiera tiene ánimos para regocijarse, de experimentar el Schadenfreude por el infortunio del alfa que lo ofendió. Más mortificante es aún el haber llamado desesperadamente a su verdugo para que lo salve, como si fuera... como si fuera su alfa. Miles no encuentra explicación para tan inconciliable comportamiento, más que la fiebre que le produce el celo inminente. Su cabeza está jodida, al nivel del delirio.
Se muerde el labio y retiene el llanto. Antes de continuar lamentándose y autocompadeciéndose, tiene que salir de aquí. No quiere mirar a la cara al demonio, pero ya que su orgullo está irremediablemente aplastado, pedir otro favor no hará diferencia.
—¿Puedes... hacer algo por mí?
—Mírame y lo consideraré.
Miles hace un puchero, pero decide ser valiente y se gira hacia él. Al contrario de lo que esperó encontrarse —una insufrible sonrisa jocosa— el rostro de por sí aristado del demonio se ha vuelto aún más lacerante, con los ojos carmín entrecerrados y una suave arruga entre las cejas oscuras. Es como una daga de plata, pero en carne y hueso. O en lo que sea que esté compuesto su cuerpo demoníaco.
Haeillmon se inclina hasta rozar su nariz con la de Miles.
—No soy tu angelito de la guarda, kryshs'sia—le recuerda con la voz cavernosa—. Cada vez que me llames por algo que no tenga que ver con el contrato, tendrás que pagarme. Si no lo haces, tu deuda crecerá y cada vez será más difícil de saldar.
—Ya te he prometido mi alma, ¿qué más crees que puedo ofrecer? —inquiere Miles, la protesta quiere filtrarse en su tono, pero consigue contenerse por miedo. La respuesta del demonio casi lo hace echar para atrás.
—Aún tienes tu cuerpo.
Traga saliva. No entiende cómo se le hizo tan fácil aceptar que vendió su alma, mientras que pensar en hacerlo con su cuerpo le reconcome. Quizás porque es lo único que le queda.
—¿Qué pasa si no puedo pagar mis deudas?
—Estarás en default, y no querrás saber lo que eso significa para los demonios.
Miles medita. Luego se le escapa una risa que hace reír a Haeillmon.
—¿Ya enloqueciste? Ni siquiera he empezado contigo.
—Ya. Estoy sudando, caliente y frustrado, discutiendo con el demonio psicópata al que le vendí mi alma y que acaba de salvar mi trasero de un tío cualquiera, lo que probablemente me costará un sacrificio de sangre o alguna mierda diabólica, en el baño de alfas de mi universidad, al que llegué porque soy un maldito necesitado. Es decir, es un poco gracioso. Me río porque es ridículo.
—Enloqueciste —resume Haeillmon.
Sí. Probablemente tenga razón. De otra manera, no estaría pensando en decir lo que va a decir.
—Necesito unos inhibidores. ¿Puedes traerme algo? Lo más caro que encuentres. Muchos, treinta cajas. —Si pide más, de cualquier forma se vencerán—. Te pagaré, siempre y cuando sea razonable. Nada de rituales extraños, sacrificios y muertes. Nada de orgías ni de hacerme bailar desnudo en medio de la plaza de día.
—Puede ser de noche, entonces... —La cara risueña del demonio brilla. Miles lo atiza con la mirada—. Qué aburrido... A sus ordenes...
Su voz se evapora en el aire.
Miles agarra su sudadera y escapa del baño antes de que pueda toparse con otro alfa. Corre por el campus, riendo histéricamente. Realmente se descocó.
Ya no importa nada. Solo tiene que conseguir a Alan, y el próximo paso es estar despampanante y cuerdo para el sábado.
Para su primera cita.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top