6. Mala suerte de principiante

—¿Realmente te quedarás esperando por él?

Miles se pone de pie violentamente, siendo atacado por un vertiginoso mareo en consecuencia.

—¡Dame eso! —Le arrebata uno de los vasos a Niall para ahogar sus penas en él, aunque en verdad lo único que quiere es ahogarse a sí mismo.

El beta, sin embargo, frustra sus planes al quitarle la bebida nuevamente. Cuando la arroja a un arbusto, Miles abre la boca y alza sus brazos con ambas palmas apuntando al cielo, completamente incrédulo.

—¡¿Qué haces?!

—¡¿Tú qué crees?! —espeta Niall, furioso—. ¡Salvo tu jodida dignidad!

—¡Tú mismo lo has dicho! Si ya está jodida, ¡¿por qué te molestas?!

Ahora es Niall quien abre la boca, aunque acaba gesticulando cuando se arrepiente de lo que estaba a punto de soltar. Se muerde el labio y su mirada cerúlea se desvía hacia un punto lejano y anodino.

Miles asiente con algo de rencor. Esperaba que su amigo, su único puntal, le levantara el ánimo con algunas palabras de aliento, no que pisoteara un poco más su autoestima. Se enciende un cigarrillo y se pierde en sus pensamientos negativos, despistándose de vez en cuando con los sonidos de la noche: el crepitar del tabaco quemándose, el coleteo de los peces koi sobre la superficie del agua y el murmullo de la festividad.

—Eres un omega grandioso. No te rebajes por un poco de cariño.

Apenas capta la voz de Niall entre toda su barahúnda mental.

—¿Gracias? —grazna—. ¿Qué pasa contigo, Niall? Sabes que me gusta Alan. Tú mismo intentaste convencerme de venir a la fiesta usándolo como carnada. ¿Por qué ahora actúas así?

—No parece una buena persona...

—No lo conoces.

—¿Y tú? ¿Lo conoces? —esgrime el beta—. Tan solo ves un alfa y una buena polla.

Miles bufa.

—¿Desde cuando uno tiene que conocer a la otra persona para tener sexo? ¿De qué época eres? Demonios...

—Vale, adelante. Vete con él, finge que eres igual a los omegas que lo rodean.

—¿A qué te refieres? —muerde, estrechando la mirada. Niall niega con la cabeza, el omega es un ciego a sus ojos.

—Saldrás lastimado. Tú... no eres tan simple como ellos...

—Oh, ya. Crees que soy uno de esos gilipollas a los que les va el amor no correspondido.

Los ojos de Niall se oscurecen con algo feo. Haeillmon musita un "ouch" entre sus risotadas.

—No es lo que quise decir...

Miles sonríe sardónicamente.

—No soy un adolescente ingenuo. Tampoco necesito que nadie me cuide, o lo que sea que estés intentando.

Regresa a la casa, tirando la colilla del cigarro en una maceta destinada a ello. Siente más que oye a Niall siguiéndolo. Sabe que su amigo quiere lo mejor para él, pero su idea sobre "lo mejor para él" es muy distinta a la que tiene Miles.

Él quiere pertenecer. Quiere amar y ser amado para dejar de sentirse abandonado. Quiere ser mimado e inolvidable. No le importa vender una mentira y comprar otra para conseguirlo. Tampoco recurrir a un demonio capullo que se alimenta de su desdicha. ¿Y qué si no es como los omegas que rodean a Alan? Hará lo posible para asemejarse. ¿Y qué si Alan no se enamora de él? Con una migaja alcanzará. Niall no lo entiende. Alguien exitoso y adorable como él jamás lo entendería.

Se ha montado una trifulca en la casa. Guantazos vienen y van alentados por un coro de idiotas que se divierten como si vieran una pelea de gallos. Alan se halla entre el jubileo, callado pero con una media sonrisa en su rostro que hace galopar el corazón de Miles, que se escabulle para no ser visto por el alfa. No quiere darle ideas equivocadas, como que lo está siguiendo, a pesar de que es exactamente lo que está haciendo. No es que sea un acosador, solo quiere saber qué tipo de relación mantiene con Candy. Las manos del omega alrededor del musculoso bíceps de Alan le da una pista desalentadora.

«Están follando, es obvio», comenta con liviandad Haeillmon, cabreándolo un poco más. «Si es algo que no eres capaz de soportar, solo ríndete y dame tu alma.»

No me importa. Sé muy bien que la gente de mi edad suele tener parejas sexuales simultáneas. Está bien para mí.

«Bueno...» El demonio ríe por lo nerd que es su contratista. «Al menos no parece ser serio con el omega, validando tu inteligente observación».

—Piérdete.

—Vaya, nos encontramos de nuevo.

Miles da un respingo. Por un instante cree que Alan lo ha pillado, pero su corazón vuelve a insertarse en su caja torácica al caer en la cuenta de que es Brad, no, Brandon el que le ha cerrado el paso.

—¿Buscas a Alan?

—N-No... —Espera que su tartamudeo pase como mera consecuencia del alcohol y no de su estado ansioso—. Solo... busco la barra.

—¿Te preparo unos tragos? —ofrece el alfa con una enorme aura de autoconfianza que hace sentir a Miles de tres centímetros—. Soy barman.

Antes de que pueda balbucear una estupidez que lo ponga en evidencia, siente una presencia avasallante a sus espaldas que agita a su omega. Los orbes negros de Brandon ruedan hacia arriba, enfocando a alguien con recelo. Miles se desconcierta enormemente al reparar en que ese alguien es Niall. ¿Por qué sus feromonas se volvieron más fuertes de repente? Un beta no debería oler tan fuerte. Frunce el ceño.

—¿Tu amigo? —tantea Brandon, pendulando entre la diversión y el mosqueo. Niall se adelanta un paso, como confirmando su supuesto.

Hallándose frente a frente con el alfa, Miles comprueba que el enorme Brandon no es tan enorme como había estimado. Objetivamente hablando, es un poco más alto que Niall, apenas unos centímetros, pero, subjetivamente, su amigo beta es quien provoca mayor impacto. Hay algo novedoso en Niall, o quizás Miles estuvo ciego hasta ahora. Niall es realmente imponente. Siempre lo consideró un cachorro inofensivo, cariñoso y algo torpe. Que ese cachorro tonto ahora se asemeje más a un huargo enseñando las fauces desorienta al omega de Miles, aunque de una agradable manera.

—Estamos apurados. Si nos disculpas... —dice Niall, esquivando a Brandon como si fuese un engorroso poste en medio del camino. Y puede que lo sea, pero el alfa no está dispuesto a ser ninguneado. Les bloquea el camino con un despreocupado paso al costado.

—Haremos algunos juegos cuando estos burros se calmen —le dice a Miles, ignorando olímpicamente la mirada torva del rubio—. ¿Te unes?

—No soy muy bueno en los juegos...

—No tienes que ser bueno para estos —Brandon ríe—. Solo tienes que ponerte como una cuba. En los juegos de pareja puedes unirte a alguno de nosotros, aseguraremos tu victoria.

Miles levanta las orejas en la parte de "juegos de pareja". Imagina a Alan emparejándose con ese omega descarado y su ojo es atacado por un molesto latido. Teniendo en cuenta que se encuentran en una fiesta atiborrada de alcohol y estudiantes universitarios en sus mini vacaciones, puede hacerse una certera idea sobre el tipo de juegos que tendrán lugar.

—Vale. Participaré.

Miles —masculla Niall en advertencia, pero el alcohol en sangre en el omega ya ha tumbado sus barreras de precaución.

—¡FONDO, FONDO, FONDO, FONDO!

El beta en el centro de la turba titubea cuando el vaso de un litro ya se ha vaciado hasta la mitad, pero vuelve a vigorizarse ante el jolgorio que está provocando en su público y acaba por zamparse el medio litro restante. Luego sale corriendo con una mano sobre su boca. Rápidamente le abren el paso, nadie quiere quedar bajo una lluvia multicolor.

Miles intenta no moverse, limitándose a moldear una sonrisa cuando los alfas a su alrededor comparten sus opiniones y burlas con él. Niall fue arrastrado por la corriente caótica de borrachos y ha quedado del otro lado de la ronda, luchando en vano por llegar hasta él. Miles no determina si ha tenido buena suerte o no al haber quedado rodeado por Alan y sus amigos. Los alfas son como una fortaleza impenetrable y recia y ya van cinco ebrios que han terminado en el suelo por chocarse con sus cuerpos macizos.

Cuando los abucheos al beta "perdedor" acaban, una tía de pelo rosa alza un banderín brillante y el juego cambia. Miles se ha negado a participar en los cuatro juegos anteriores por cobardía. Las prendas a los perdedores van de la humillación al atentado contra la integridad física, con mucho alcohol de por medio. Contempla la fusta en las manos enguantadas de uno de los "verdugos" y se estremece ligeramente, captando la atención de Alan.

—¿Qué sucede, cariño? ¿Te sientes mal?

Miles niega. Tiene el estómago algo revuelto, pero está seguro de que es debido a las "mariposas" que revolotean en él cada vez que el alfa le habla al oído, acariciándolo con su aliento mentolado y sus palabras melosas.

Una muchacha extiende hacia ellos una bolsa llena de papeles. Miles no sabe qué hacer hasta que Alan y el idiota de Candy —que se encuentra al otro lado del alfa— sacan un trozo cuadrado para cada uno.

—¿Esta vez jugarás? —inquiere Alan. ¿Su voz suena con cierta súplica o su cabecita de enamorado se lo ha imaginado?

«Participa» —lo persuade Haeillmon—. «Tranquilo, nadie te humillará ni te azotara, de eso solo me encargo yo.»

Se le enrojecen las mejillas por el odio que le imbuye el demonio. Aun así, saca un pedazo de papel para él. En él hay un 23 trazado con marcador azul.

—Este juego es bastante simple —explica la omega de pelo rosa. Es linda, divaga Miles, pero hay algo en su expresión que lo incomoda. Tal vez el brillo sádico en sus ojos amarillos—. Hay sesenta jugadores, cada uno de ustedes tiene un número que puede ser azul o rojo. El azul es el pasivo, el rojo el activo. En cada ronda participarán dos jugadores que serán elegidos al azar con este bolillero, y dentro de esta caja se hallan las... actividades que deberán cumplir para no ser castigados.

Miles casi lanza una carcajada por el eufemismo. Lo hubiera hecho de no estar amilanado. ¿Y si toca su número? ¿Y si el número que toca junto al suyo le pertenece a un maniático pervertido? ¡Suficiente tiene ya con el demonio cabrón!

La omega sigue enunciando las reglas del juego con pasión y él da un paso atrás, como si de esa manera pudiese eximirse de la mierda en la que se ha metido. Los números azules —los pasivos— además de tener que cumplir con la tarea que les toque, están obligados a obedecer cualquier condición de un número rojo —los activos—. Por suerte, la regla no aplica cuando los jugadores de turno poseen un número del mismo color, ya sea dos azules o dos rojos. Miles implora a los Cielos que no salga su número en ninguna ronda. Hay cincuenta y nueve idiotas además de él jugando y pudo advertir en los juegos anteriores que la caterva comienza a aburrirse a partir de la sexta o séptima ronda, momento en que la omega pelirosa decide pasar al próximo reto. Según sus cálculos, solo jugarán alrededor de doce personas. Esperará a presenciar un par de rondas para no decepcionar a Alan y luego implementará la excusa del baño para escapar. No puede tener tan mala suerte de ser elegido en las primeras...

—¡Veintitrés y cincuenta! —chilla el ayudante, extrayendo dos bolillas y mostrándolas al los espectadores—. ¡Al frente!

Miles siente la sangre abandonar su rostro y las rodillas flojas. Él veintitrés... ¡es él! ¡Es el muy azul y pasivo veintitrés! Decenas de maldiciones se despliegan en su fuero interno. ¿Por qué tuvo que hacerle caso al demonio? Su ebriedad se disipa en buen grado por el "mal trago", como si lo hubiesen dejado caer en una bañera llena de cubos de hielo.

El público tiene poca paciencia y los abucheos se reanudan cuando los elegidos no aparecen.

—¡Vamos, no sean tímidos! —acucia la omega. Sus pechos rebotan dentro de su top cruzado con cada minúsculo movimiento.

Los invitados alzan sus voces en acuerdo.

—¡Venga, que no tenemos toda la noche!

—¡¿Para qué juegan si no tienen cojones?!

Miles se acobarda más al oír la furia de quienes lo circundan. El papelito con su número ha quedado arrugado dentro de su palma y piensa salir corriendo en el momento en que vea una posibilidad. Y mientras urde un plan de escape, la multitud se calla. Desconcertado por el cambio brusco, Miles intenta hacerse un hueco entre los dos tipos que se encuentran adelante para echar un vistazo al centro de la enorme ronda, el "podio" de la fiesta.

Su corazón falla.

—Disculpen, disculpen. Estaba distraído. Tengo el cincuenta, ¿dónde está mi compañero?

Miles gesticula y retrocede otro paso, pero su cabeza choca inmediatamente contra el pecho de Brandon.

—¿Quién es ese? —oye al alfa cuestionar con recelo—. No lo he visto en la universidad.

—Tampoco yo —coincide otro, el alfa que tiene el cabello azul.

A su lado, Alan perfila su mirada pero permanece en silencio.

Miles no puede creer que el demonio se haya atrevido a aparecer en su forma física. No puede asimilar que Haeillmon se encuentre en el centro de la ronda de extasiados esperándolo a él. Esperándolo para hacer cosas impúdicas y despiadadas en público.

Tras el lapso de silencio prosigue un bisbiseo general motivado por el poseedor del número 50. Haeillmon se jacta ante los comentarios lascivos y las miradas grávidas de deseo. Lleva una camisa azul —desprendida porque le queda pequeña— y unas bermudas tan apretadas que su vanguardia y retaguardia parecen a punto de explotar. ¿Quién habrá sido el desgraciado al que le robó? Probablemente lo averiguará cuando vea a alguien desnudo.

—¡Yo tengo el veintitrés!

—¡Mentirosa! ¡Yo lo tengo!

—¡Apártense, gatas rompehogares! ¡Yo soy el veintitrés!

Las bromas lujuriosas de la multitud rápidamente evolucionan a escaramuzas. Miles empuña la mano con mayor saña aplastando el verdadero veintitrés, incrédulo ante el mal gusto y el escaso sentido de supervivencia de los idiotas que están peleándose por ser el compañero del vanidoso cincuenta.

—¡Ya basta! —La omega pelirosa hace restallar el látigo que le ha robado a uno de los verdugos. El ¡HA-THISH! se eleva por sobre el griterío y la música, imponiendo el orden—. ¡Déjense de mamadas! Si el verdadero veintitrés no aparece, ¡este atractivo cincuenta deberá elegir a su compañero!

El calor abandonó a Miles hace mucho tiempo, pero ahora siente que lo invade de nuevo cuando los ojos rojos de Haeillmon lo encuentran entre el follón. Miles es como un pez que ha picado el anzuelo de su maliciosa mirada y ahora es arrastrado inevitablemente por esa cuerda invisible en la que se ha enganchado. No encuentra una manera menos metafórica de explicar el hecho de que haya terminado en el centro del podio frente a frente con el demonio.

Los invitados se van a pique en otra ola de denso silencio. Miles cree ahogarse entre todas esas miradas que lo atosigan. Percibe manos invisibles quitándole la ropa mientras otras lo despedazan.

Su cabeza gira sin pensarlo hacia Alan. La estupefacción del alfa es flagrante y lo avergüenza aún más. Finalmente vuelve hacia Haeillmon con sus orbes destilando rencor.

—Me manipulaste —lo inculpa, hablando en voz baja y entre dientes para que nadie lo entienda.

El demonio inclina la cabeza hacia un lado.

—¡Oh! ¿Tú eres mi veintitrés? —vocifera, burlándose de su contratista en crisis—. ¡Qué bien! Ya podemos jugar, ¿verdad?

La omega organizadora asiente con euforia.

—¡Maravilloso! ¡Acérquense, acérquense a coger su actividad!

Miles avanza solo por la presión de la expectativa ajena... y porque el demonio se le ha puesto detrás y lo arrastra como una topadora.

«¡¿En qué diablos estás pensando?!» ruge mentalmente Miles. «¡Mi compañero tenía que ser Alan, no tú, gilipollas!»

«Eso sería demasiado cliché».

El omega se pregunta si los demonios pueden morir, porque su cabeza ya está ideando métodos de demonicidio.

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