4. Sapo de otro pozo

Miles abre su Instagram con cien seguidores para husmear el perfil de Alan Murphy. El alfa tiene cinco historias nuevas, cuatro con amigos y la última con un omega popular del área de ciencias sociales de su universidad. Un calambre de celos le recorre el pecho y le deja la saliva amarga cuando sube por su tráquea. No sabe de qué se siente más celoso, si de la apariencia refinada y adorable del omega o de la relación que tiene con Alan. ¿Serán pareja? No es la primera vez que el alfa publica una foto riendo y abrazando a ese omega. Miles deja el dedo pegado a la pantalla del móvil para retener la historia y así poder analizarla mejor. No puede discernir nada en el fondo que le ayude a identificar el lugar, por lo que devuelve su escrutinio a los protagonistas. Alan muestra a la cámara su alba y prolija sonrisa mientras su brazo se encuentra enroscado en la cintura del omega rubio. A su vez, la cabeza del omega se halla inclinada hacia la de Alan mientras saca la lengua en un gesto pueril. Hay un pequeño texto en una esquina de la foto.

"Sweet boy 👅 🍭"

El ceño de Miles se pellizca.

—Es lindo... el omega —opina Haeillmon, fisgoneando la pantalla.

—Ya.

—Pero tú eres más lindo.

—No tienes que mentir para hacerme sentir mejor —musita, poniéndose rojo. Finalmente deja correr la cadena de historias, deslizando velozmente la yema mientras aparenta entretenerse con la lujosa vida de los demás.

—No estoy mintiendo.

—Eres un demonio malvado. Mientes todo el tiempo.

—Si soy un demonio malvado, ¿por qué querría hacerte sentir mejor?

Miles se enfurruña al quedarse sin réplicas lógicas, así que simplemente manifiesta lo que siente.

—No estoy a la altura de ese omega, ni de todos los omegas con los que Alan ha salido. De seguro todos ellos estarán en la fiesta... no tengo posibilidades. No entiendo para qué demonios iré.

Y Niall ya debería estar por llegar. Si no fuese casi la hora en la que quedaron, le diría que no se molestara en pasar a buscarlo. La foto de Alan con el chico rubio terminó de aplastar sus menesterosas esperanzas y sus ganas de ir a la fiesta se fueron por el desagüe. El demonio no responde esta vez, pero se le queda mirando fijamente y lo pone nervioso.

—¿Qué?

—Ese bálsamo labial resalta tus labios de chupapollas.

—Vaya, muchas gracias —bufa, sus cejas casi se tocan de la rabia.

—No te enfades, era un cumplido, kryshs'sia.

—Vete a la mierda, ¿y qué coño significa krysha o lo que sea? Me lo dices todo el tiempo.

—Virgen —devela Haeillmon.

Un cojín se estampa en su cara rudamente. Luego otra, y otra zurra. El omega perdió la paciencia y recurrió a la agresión para mostrar su descontento. Haeillmon solo carcajea y se queda inmóvil recibiendo todos los golpes. En lugar de estar satisfecho, Miles se cabrea cada vez más.

A la décima morrada, la bocina del carro de Niall suena en la calle. Miles atiza al demonio una última vez antes de saltar del sofá a buscar su billetera, las llaves y el saco. Es una noche fría y solo cuenta con ese abrigo para sobrevivirla. Por culpa del maldito demonio, su torso está prácticamente desnudo y ante cualquier brisa fresca, sus pezones quedarán erectos inmediatamente. Sale de su casa pudoroso y arrepentido por haber seguido aquel desvergonzado consejo de moda. No luce muy diferente a un puto callejero.

Niall parece pensar lo mismo, porque cuando se sube al carro su mandíbula cae y sus ojos alcanzan su máxima circunferencia. Miles se abraza a sí mismo para ocultar su descarada desnudez. Lamentablemente, el abrigo no posee cremallera ni botones, por lo que la única manera de adecentarse es manteniéndolo cerrado con las manos. Su amigo todavía no arranca ni saluda, evidentemente quedó atónito.

—Wow —suelta con retardo.

—No digas nada, solo maneja.

—C-Claro... oye, pero, ¿estarás bien sin tus gafas? —Niall nunca se acostumbrará a ver a Miles sin gafas. Sin esos cristales gruesos estorbando, su mirada es aún más impresionante y siempre lo deja embobado. En términos sencillos, su cabeza se ha detonado por el omega que acaba de entrar a su carro.

—No las necesito, tengo lentillas... aunque son un poco incómodas.

—Sí.. bien... vale —dice el beta, muy liado. Su raciocinio tiene que dar varias vueltas antes de seguir avanzando.

Elige una playlist trillada de Spotify y pone el carro en marcha.

La casa de campo de Alan Murphy queda a unas treinta millas de la ciudad, por lo que cuando comienzan a ver las luces parpadeantes rasgando la oscuridad de la noche y a oír la música electrónica, la lista que se reproduce por el estéreo ya está a punto de acabar y de la ciudad solo resta un indicio luminoso en la lejanía, reflejada en el profundo cielo negro.

Niall se desvía de la carretera para introducirse en una bocacalle oscura. Si no fuera por el sujeto que les hace ademanes con varas refulgentes, probablemente la hubieran pasado por alto. Varios metros por delante se alzan unos portones de hierro forjado muy espectaculares, y muy por detrás de ellos se extiende una finca de incalculables hectáreas. En el medio de uno y otro, la casa de campo resuena con los bajos de las bocinas y el barullo festivo. Miles y Niall no llegan tarde, pero la fiesta ya está en pleno apogeo. El beta aparca en un hueco que encuentra en el estacionamiento y se toma un momento antes de mirar a Miles, como si primero hubiera tenido que coger valentía para hacerlo.

—Estás... estás muy lindo. Si Alan Murphy no cae ante ti, es porque es un idiota redomado y ciego.

Niall siempre hace ese tipo de comentarios para darle ánimos, pero por algún motivo Miles se siente un poco incómodo en esta ocasión. Si el jodido demonio no le hubiese susurrado esas absurdas guarradas hace algunos días atrás mientras estaba en clases, su cabeza no se hubiese mareado por dar tantas vueltas alrededor del asunto y ahora los comentarios bienintencionados de su mejor amigo no lo harían sentir extraño.

—Oh... bueno, gracias...

—Y con respecto a lo del demonio...

—Niall, olvídate de eso, ¿sí? Ya te dije que fue una broma.

—Pero parecías bastante preocupado en la cafetería...

—Estaba estresado, tenía mucho trabajo en la librería. No hay ningún demonio hostigándome. —Y sin embargo sus ojos zumban ansiosamente hacia el espejo retrovisor.

Desgraciadamente, hay un escultural y bronceado trasero al aire reflejándose desde el asiento trasero, balanceándose burlescamente de un lado al otro. Miles se gira de sopetón jurando entre dientes, pero encuentra el asiento vacío. Niall sigue la dirección de su mirada con una expresión desconcertada.

—Vamos, será extraño si venimos solo a quedarnos en el aparcamiento —dice Miles, tomando la iniciativa.

Se apea junto al beta y ambos caminan a la par hacia la mansión denominada vulgarmente "casa de campo". En esta zona no hay ningún tipo de calor generado por el asfalto ni por el hacinamiento de edificios como en la ciudad, por lo que el aire abundante arrastra a los cuerpos al punto de congelación en un par de minutos. Miles se ciñe el abrigo, intentando reprimir el castañeo dental hasta llegar al interior. Mientras más avanza, más gente amontonada encuentra y más miradas lo espetan como flechas, volviéndolo un manojo de nervios. ¿Estarán juzgándolo por su ropa? El abrigo es largo hasta sus rodillas y está convencido de que lo que hay por debajo no se ve si lo aferra por delante, entonces ¿por qué miran tanto?

«Están curiosos por la identidad del recién llegado. Luces diferente sin gafas y sin tus camisas de viejito, kryshs'sia.»

—Nadie te preguntó, pelmazo —le gruñe al demonio, que debe de andar por algún lado flotando en su forma volátil.

—¿Dijiste algo? —inquiere Niall.

—Que hace mucho frío. Espero no pescar un resfriado. —Sigue caminando, inspeccionando el majestuoso jardín delantero. No ve a Alan por ningún lado. ¿El alfa lo reconocerá? Sinceramente, Miles ruega que no. Quién sabe qué lastimera imagen se habrá formado Alan de su persona luego del "incidente" del café.

A pesar de la gelidez, saca un cigarrillo y se sienta en un banco libre para calmar su nerviosismo. Niall se frota las palmas, su aliento forma nubecillas de vaho cuando habla.

—Iré a buscar unas bebidas. ¿Qué quieres?

—Vodka —contesta sin vacilar. Niall sonríe.

—¿No prefieres empezar con algo más suave?

—No necesito algo suave, ya ves.

—Vale, vuelvo enseguida, ¡no te muevas de aquí!

Niall se aleja con rapidez, perdiéndose entre la muchedumbre corajuda que puebla el jardín. La mayoría son fumadores. Miles va a darle una calada a su propio cigarrillo, pero alguien lo ataja antes de que pueda apoyar el filtro en sus labios.

—Vicioso y huraño. Me gusta. —Haeillmon le dedica una sonrisa licenciosa y se queda con la calada que era para él.

Miles observa arrobado los dedos tatuados del demonio mientras sostienen el cigarrillo, la suave succión de los labios y el humo que sueltan luego.

—¿Qué haces? La gente te verá... y estás prácticamente desnudo. —Su torso está al descubierto otra vez, pero el frío no parece afectarlo en absoluto.

—No lo harán. Solo verán un cigarro levitando y consumiéndose por arte de magia.

Miles le quita el tabaco, molesto.

—Joder, ¿puedes hacer tu trabajo con seriedad? —espeta—. Por una vez no quiero quedar como un rarito.

—Para el resto estás hablando solo en este momento, ¿sabías?

Miles aprieta los labios y mira hacia el frente. Por suerte, se encuentra a una buena distancia de los demás invitados y un arbusto frondoso lo encubre.

—Alan Murphy está preparando bebidas dentro como un buen anfitrión —prosigue Haeillmon, fingiendo seriedad para no encabronar más a su contratista—. Hay un total de doscientas treinta y tres personas, noventa y dos betas, ochenta y tres alfas y cincuenta y ocho omegas. De los omegas, cuarenta son hembras. Alan Murphy prefiere los culos a los coños, por lo que tu competencia es reducida. Tienes muy buenas posibilidades. Cuando decidas entrar, tienes que quitarte el abrigo y dejar de suprimir tus feromonas.

—No me quitaré el abrigo —se opone Miles, hablando entre dientes para disimular su gesticulación—. Y mis feromonas apestan, ni siquiera me dejaste ponerme perfume.

—Yo no te obligo a nada, omega. Solo te ofrezco mis sugerencias para que puedas conquistar la polla y el corazón de ese humano.

—Pues tus consejos son nefastos.

—Lo único nefasto aquí es tu virgen culo y tu estilo de viejo senil.

Miles lo acribilla con la mirada, incapaz de controlar su ojeriza. Se levanta del banco y, dando zancadas airadas, se encamina a la mansión para buscar a Niall.

—No quiero verte ni escucharte durante el resto de la noche, y si es posible, durante el resto de mi vida.

—No es posible. Tengo que cuidar que no quedes preñado de un desconocido en un desliz de ebriedad —esgrime Haeillmon—. Eres pobre, no podrías hacerte cargo de un crío.

—Vete al coño, capullo.

Además, ese no es el tipo de cliché al que aspira Miles. Esquiva algunos cuerpos en el jardín, pero cuando llega a la casa ya no le es posible hacerlo debido a la aglomeración. Tiene que empujar o pedir permiso para avanzar, y como duda de la viabilidad de la segunda opción, se inclina por la primera. Ignora los insultos y se pone en puntitas para buscar la cabeza platinada de su amigo. La música en ese momento cambia a una canción de moda y la caterva enloquece, zamarreando a Miles en su baile frenético y convirtiéndolo en víctima de codazos y caderazos por doquier. Acaba sintiéndose tan abrumado que huye a una habitación más descongestionada. Entonces, advierte algo pegajoso en su brazo: alguien le ha arrojado una bebida encima.

«Yo no fui» se excusa una voz vaporosa.

—Debe ser una broma. —Lo peor, es que ahora emana un penetrante olor a vino—. Esta es una de tus artimañas, ¿verdad?

No le llega ninguna respuesta del aire, así que suspira y se quita el abrigo empapado. Cuando lo hace, siente una extraña amalgama de adrenalina, timidez y algo más que, paradójicamente, se asemeja mucho a la confianza. Miles nunca ha sido una persona confiada, no confía ni en los demás ni en su propia sombra, por lo que se trata de un sentimiento novedoso y tampoco logra definirlo del todo. Le gustó el reflejo que vio en el espejo del probador de aquella tienda gótica. Se sonroja de solo recordar cómo sus pezones se lucían a través de la tela y no puede creer que ahora mismo esté enseñándole a todo el gentío presente esa misma imagen lasciva. Se siente atrevido, pero poco a poco su ansiedad se diluye. Nadie lo mira raro, nadie parece estar cuchicheando sobre lo vulgar que se ve. Los estudiantes siguen riendo, bailando y bebiendo, inmersos en sus propios mundos.

Miles suspira. Bien. De todas maneras, no vino hasta aquí para agradar a los invitados. Vino a conquistar al anfitrión. Atisba un perchero en una esquina de la habitación y tiene que sortear varios sofás para llegar hasta allí. Cuelga el saco y extrae sus pertenencias del bolsillo, pensando en dónde diablos se las guardará. El pantalón de charol le queda muy ajustado y se vería mal si fuerza su billetera, llaves y móvil en los bolsillos.

«¿Necesitas ayuda, kryshs'sia?»

—Sí. Sirve para algo y llévalo al carro de Niall.

«A sus ordenes, milord.»

Una ventisca lo envuelve durante un instante. Cuando cesa, sus cosas han desaparecido de sus manos. El demonio es bastante útil cuando obedece sin rechistar gilipolleces.

Miles encuentra un baño en uno de los pasillos laberínticos de la mansión y lava los restos de vino adheridos a su piel. El resto de su ropa quedó intacta, por suerte, lo que lo hace sospechar aún más de Haeillmon. Aprovecha para arreglarse un poco el cabello y para limpiar de sus párpados el rímel que se ha corrido. El frío ha enrojecido su nariz y sus pómulos concediéndole un rubor natural y restándole algunos años a su apariencia. Sus ojos descienden al arnés y a sus pezones erectos y vuelven a subir fugazmente, como si la visión le hubiera quemado la retina.

¿Qué pensará Alan cuando lo vea? No tiene idea. La única certeza en este momento es que necesita una copa y otro cigarrillo. Se despide de su ominoso reflejo para seguir buscando a Niall, pero antes de llegar a coger el pomo de la puerta, esta se abre y casi le da en el morro.

—En serio, ¿cómo puedes ser tan zopenco tío?

—¡Te juro que alguien me golpeó!

—¡No había nadie a tu lado, infeliz! —Alan Murphy entra al baño con una enorme mancha en su camisa. Cuando advierte la presencia de Miles, ambos se quedan petrificados, observándose ojipláticos.

El corazón de Miles se arruga por el pavor. Debido a la sorpresa y los nervios, sus feromonas inevitablemente se alborotan. Las fosas nasales del alfa se dilatan curiosas y, una vez reconoce el aroma, afanosas.

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