3. Cupido entra en acción

Cuando llega la hora del receso, Miles y Niall se dirigen hacia el Starbucks que se encuentra dentro de la universidad. Niall insiste en comprarle a Miles su malteada favorita, pero el omega lo rechaza amablemente y paga su propio café, negro y austero. El beta no se muestra conforme con la negativa, pero lo deja pasar. Sin embargo, se aventura a comprar un muffin de chocolate extra para Miles. A poca distancia, el demonio siente arcadas por el pertinaz cortejo. ¿Cómo es posible que el omega no se dé cuenta? El chico es asquerosamente meloso.

—Bien... entonces, dime qué te sucedió —comienza Niall. El resentimiento que guardaba por la anterior respuesta grosera de Miles ya se ha esfumado por completo.

—Uhmm... realmente no sé cómo decírtelo.

Niall se reconcome.

—¿Estás enfermo?

—No.

—¿E... Estás embarazado?

—¡¿Qué?! ¡No! ¿Cómo diablos se te ocurre?

El beta exhala un suspiro imperceptible, extremadamente aliviado.

—No sé, tienes una cara muy trágica en este momento, ¿sabes?

Miles se lo suponía. Bebe un sorbo de café y se aclara la garganta antes de lanzar la bomba. Las mejillas se le calientan por lo que está a punto de revelar.

—Y-Yo... cometí un error...

—¿Te está persiguiendo algún mafioso? —lo interrumpe Niall, el terror y el desazón colonizando hasta el último de sus huesos.

Miles mira por sobre el hombro de Niall a la sombra escurridiza que gira y gira alrededor de una sonrisa flotante con grandes colmillos. Su rostro se contrae con disgusto y rabia. Esta vez la hipótesis de su mejor amigo no está del todo errada.

—Alguien me está persiguiendo... pero no es un mafioso. Bueno, tal vez lo es un poco.

—¡¿Es un acosador?! Lo mataré. Vendrás conmigo a mi casa o yo me quedaré en la tuya, y cuando aparezca...

—Es un demonio.

El beta casi deja caer el trozo de muffin masticado de su boca. Analiza durante un minuto a su amigo en busca de rastros de diversión que le confirmen la chistosa broma. Pero Miles luce muy serio. El único color en su rostro es el rojo de sus pómulos.

—¿Qué?

—Invoque a un demonio por error... —Como Niall se ha quedado sin palabras y ya no lo interrumpe, no le queda más opción que tragarse su inexistente orgullo y continuar—. Yo solo quería... hacer un hechizo de amarre. ¿Sabes de qué se trata, cierto? Quería tener una oportunidad con Alan y... algo salió mal.

Como si hubiese invocado también al alfa, Alan y su grupo de amigos entran a la cafetería conversando animadamente, empujándose y dándose puñetazos en los brazos como una pequeña manada de adolescentes estúpidos y hormonados. A Miles se le para el corazón al admirar los cabellos castaño-dorados del impresionante alfa, su pecho amplio y su sonrisa de promotora. Se olvida en un santiamén de que le estaba confesando a su amigo algo sumamente importante, incluso deja de molestarle por un momento la presencia del demonio. Alan pasará cerca de su mesa... ¿y si eligen una mesa próxima a la de ellos? Los nervios escalan por sus pantorrillas hasta formar un nudo en su garganta. Culpa y anhelo. Deseo y frustración. El omega estalla de sentimientos ambiguos.

Niall sigue la dirección de la mirada de Miles y entiende la causa de su pasmo al ver al grupete de tipos que se creen dueños del universo. El fastidio le amarga las facciones. Está a un pensamiento de estirar la pierna para hacerle una zancadilla a Alan, pero mientras el macabro plan se urde en su mente, Miles grita y da un bote, tirando su silla hacia atrás. Niall atraviesa un instante de confusión que acaba en el momento en el que advierte la taza de café de Miles abatida y su contenido volcado en la ropa del omega. Un gesto de dolor contorsiona el rostro de Miles en tanto se aferra con ambas manos al borde de su camiseta para separarla de su piel.

El beta brinca de su asiento para ayudarlo de alguna manera, pero alguien llega antes que él. Alan Murphy. El alfa justo pasaba por su lado cuando ocurrió el accidente y su instinto se activó instantáneamente al olfatear las feromonas exaltadas de un omega herido.

—Oye, ¿estás bien?

A Miles casi le da un patatús al oír la profunda voz de Alan, especialmente porque se está dirigiendo a él. Por otro lado, se siente mortificado. ¡Ahora pensará que es torpe, y todo gracias al jodido demonio que le echó el café encima! Antes de responderle al alfa, se le forma un furioso mohín y le atiza una mirada igualmente iracunda al aire, donde solo él puede notar las sombras bufonas.

—Yo... s-sí, solo me quemé un poco —balbucea. Como se ha levantado la camiseta para evitar en la medida de lo posible la quemazón del líquido impregnado en la tela, la tierna piel de su estómago ha quedado a la vista de todos junto al enrojecimiento naciente por encima de su ombligo. La quemadura luce como una grotesca roncha, destaca demasiado en la palidez de su dermis.

Algo brilla en los ojos verdes de Alan Murphy. Detiene su mirada durante un breve lapso en la herida y luego corre hacia la caja de la cafetería. Un minuto después, regresa sosteniendo un paño húmedo.

—Ponte esto, está frío. Evitará que tu piel se siga quemando.

Miles arde y no precisamente por la quemadura. Algo cálido le embarga desde su centro.

—Gracias... —Acepta el trapo y desvía velozmente la vista al hacer contacto visual con el alfa, víctima de un ataque de timidez.

A los ojos de Alan, aquello luce como un adorable gesto de sumisión.

El demonio contempla entretenido la escena y capta el altibajo feromonal del alfa. Su instinto protector respondió muy bien a las feromonas de Miles y, además, se sintió atraído ante la imagen vulnerable. Maldito sádico. Haeillmon aplaude con sus manos vaporosas. En verdad lamenta haberle arrojado el café encima a su contratista —o no—, pero fue su primer movimiento y lo considera exitoso. Será pan comido con Alan Murphy.

El alfa aprovecha para echarle un vistazo general al omega y decide que le gusta lo que ve: pequeño, de rasgos delicados y silueta interesante. La camisa holgada que lleva encima no le permite indagar demasiado, pero la porción de cuerpo desnudo que ha visto —su vientre plano e irritado— y sus pantalones apretados han hecho volar su imaginación hacia resultados muy satisfactorios.

Haeillmon toma nota mental y pone los ojos en blanco. Qué gustos tan clichés.

—Deberías untarte alguna pomada luego, es una herida superficial, por lo que ahora que has evitado que el resto de las capas de tu piel se sigan quemando, debería ser suficiente con aplicar una crema —sugiere Alan ostentando seguridad, protección y sabiduría, rasgos ideales —clichés— para un alfa. Miles asiente, su mirada violeta se niega a moverse de las puntas de sus Converse.

El demonio observa que el "beta" amigo de Miles se ha quedado al margen a pesar de hallarse mucho más preocupado que Alan Murphy. Interesante. Sus instintos alfa de protección también han brotado con intensidad, pero el humano los ha reprimido y le ha cedido la oportunidad de cortejo a otro alfa. ¿Sufrirá algún defecto genético? ¿O tal vez un déficit de andrógenos? Bueno, que no sea tan cliché como Alan Murphy no significa que esté fallado. Quizás solo tiene problemas de autoestima, como Miles. Los desgraciados se juntan, después de todo.

—Tengo que apresurarme o llegaré tarde a la próxima clase. Hasta luego —se despide Alan.

Miles tartamudea un "adiós" y levanta la vista una vez que el alfa se marcha.

—Será mejor que vayas a tu casa a cambiarte la ropa —habla finalmente Niall, desganado—. Le diré al profesor que tuviste un accidente.

—Sí... un accidente —sisea, fulminando al demonio con una horadante mirada.

Una carcajada corta y seca devuelve su atención al beta.

—Realmente es escalofriante que le hagas muecas al aire, ¿sabes? No me digas que ese demonio está aquí.

—Lo está. —Miles advierte que su amigo no le cree y su mal humor evoluciona a pésimo. Deja un billete sobre la mesa como pago del café que lleva encima, literalmente, y da media vuelta—. Te veo luego. No creo que regrese a la última clase.

—¡Oye, espera!

Niall se aferra a su brazo con una expresión difícil, impidiéndole avanzar.

—¿Qué?

—¿De veras estás bien?

—Estoy bien. Por ahora. —Con Haeillmon moviendo los hilos de su vida como un titiritero, incluso tomar un simple tentempié se ha convertido en una actividad peligrosa.

—¡T-Te escribiré! —le grita Niall cuando se aleja a toda velocidad, ocultando como puede la mancha oscura en su camiseta y pantalón. Ahora parece que se ha meado encima, ¡grandioso!

La primera impresión que causó en Alan fue nefasta. Si antes tenía 0 puntos de atracción, ahora es acreedor de varias cifras por debajo del 0. Miles está cabreadísimo, pero decide esperar a llegar a su casa para increpar al demonio. No desea seguir siendo etiquetado como un "rarito" al ladrarle al aire.

—¿En qué diablos estabas pensando? ¡Se supone que me ayudarías, pero solo me hiciste quedar como un menso frente a Alan! ¡Renuncio a este contrato de mierda!

Haeillmon ríe. Se ha materializado y ahora se encuentra arrellanado en el sofá doble frente al televisor. Es tan enorme que sus piernas y brazos se desbordan, pero se ve bastante cómodo, como un gran gato perezoso que se cree dueño de casa. Su desfachatez exaspera al omega, que no deja de despotricar sobre su deplorable servicio.

Miles procura no apartar los ojos del rostro hilarante del demonio. Si se aventura hacia otros lados, presiente que se le enredará la retahíla de insultos que marcha por su mente y ya no podrá soltar ninguno. El maldito se encuentra desnudo de la cintura para arriba y de la cintura para abajo viste unos pantalones de chándal negros muy terrenales. No es que Miles tenga un problema con los pantalones de chándal, más bien tiene un problema con lo que se encuentra debajo de ellos. Haeillmon es un demonio de gran porte y lo monstruoso y mutante también se aplica para lo que lleva entre las piernas. Los pobres pantalones no pueden hacer mucho para disimularlo.

Por supuesto, el malvado ser del Inframundo está al tanto del atolladero de su contratista y eso lo divierte en demasía. No puede esperar a meterle el dedo en la llaga. Y en su...

—Ya sé que usar como tapón bucal para hacer que te calles —ronronea a la par que aprieta su bulto descaradamente con una mano.

El bochorno consume a Miles y se ve fuertemente necesitado de buscar algún objeto para arrojárselo, pero enseguida lo reconsidera y decide inteligentemente mantenerse en calma para no darle el gusto. Si salta como leche hervida cada vez que lo molesta, el cabrón lo seguirá haciendo por pura diversión.

—Alardeas mucho, pero eres un demonio gilipollas que hace todo mal.

Haeillmon se despereza y se levanta del sofá amodorrado, caminando lentamente hacia el omega, cuya primera reacción es retroceder. Por supuesto, cree que está siendo acechado por haber sido impertinente. Comienza a farfullar disculpas cuando las paredes lo dejan sin escapatoria. Mejor perder la dignidad que el pellejo. Sin embargo, el demonio no se detiene hasta que solo algunos centímetros los separan. Miles cierra con fuerza los ojos al sentir un tacto caliente sobre su vientre. Es la mano de Haeillmon. Piensa que será cortado en dos, que todas sus tripas se saldrán cuando esas largas garras negras finalmente se entierren en su carne, pero solo siente un cosquilleo. Segundos después, Haeillmon está de vuelta en el sofá. Miles examina su estómago con recelo. comprobando que sus órganos siguen dentro. La sorpresa lo aturulla: su piel está lisa y sana, no hay rastros de la quemadura.

—Ve a vestirte, necesito que me muestres la ropa que elegiste para la fiesta —dice Haeillmon—. Tenemos que proceder con nuestra próxima jugada.

Miles lo sondea desconcertado antes de huir a su cuarto. Estuvo jodidamente asustado cuando el demonio se le acercó con su andar felino y capcioso, en verdad creyó que estaba viviendo los últimos segundos de vida. Debería ser más cauteloso la próxima vez. Haeillmon no es una celestina cualquiera y probablemente se rige por una psicología muy diferente a la humana, lo que lo hace impredecible. ¡Pero el maldito lo saca de sus casillas!

Pendulando entre el enojo y el espanto, Miles extrae de las bolsas las prendas que compró con la ayuda de Niall y se desliza en su primer conjunto. Se portará obediente esta vez. Haeillmon no parecía enfadado, pero no puede dejarse llevar por lo que observa a simple vista. Regresa rápidamente a la planta baja con una camisa a cuadros beige y azul claro, unos vaqueros casuales y sus típicas zapatillas de tela. Le agrega una sonrisa tierna y expectante a su conjunto, esperando enmendar sus gritos anteriores.

—Horrible —dice el demonio, aplastando cruelmente la sonrisa que tanto le costó forjar.

—¿P-Por qué? No tiene nada de malo —se ataja.

—No atraerás a ningún alfa con la ropa de tu abuelito.

Miles respira pacientemente, tratando de mantener a raya la furia que comienza a hacerle bullir la sangre.

—¿Qué tanto puede saber de moda alguien que no vive en este mundo?

—Te sorprenderías. —Los labios del demonio se curvan.

Miles siente un cosquilleo estúpido en su pecho, no está acostumbrado a que machos atractivos le sonrían. Además, es jodidamente chocante que tu demonio personal posea un par de adorables hoyuelos. Esos pocitos embaucadores solo deberían serles permitidos a la gente bella y talentosa como Harry Styles.

—Vale, me pondré el otro conjunto...

—Ni siquiera te molestes. Tenemos que ir de compras, tu estilo avejentado destrozará tus posibilidades.

—¡No es avejentado! —Aunque Miles tiene que admitir que le encanta la moda de los '80s. Su armario se encuentra repleto de camisas grandes, bermudas y calcetines gruesos que le cubren hasta la mitad de los gemelos. ¡Pero que su ropa sea de "la vieja escuela" no significa que sea de ancianos!—. Además, ¿por qué te haría caso a ti? Ya lo arruinaste una vez.

—¿Lo arruiné? ¿Quieres apostar?

—Ni loco —responde sin titubear. Los hoyuelos de Haeillmon se hunden aún más.

—No te preocupes, kryshs'sia, tendrás al alfa en la palma de tu mano en poco tiempo.

Los ojos de Miles se estrechan, pero decide darle al demonio una segunda oportunidad.

—Está bien... pero no tengo dinero para comprar más ropa.

—No será un problema.

—Recuerdas que los métodos ilegales están fuera de discusión, ¿verdad?

—Por supuesto.

Miles no se lo traga, por lo que antes de salir de compras toma su tarjeta de débito.

Poco más tarde, Haeillmon camina al lado de Miles como un transeúnte más. La gente puede verlo, Miles se percata de ello porque no hay siquiera una mirada que se salve de quedar embelesada por la sublime apariencia del demonio. Son como insectos atraídos por una luz potente. Incluso a los alfas se les afloja la mandíbula.

—¿Qué pasó con tus cuernos?

—Siguen allí.

—Oh... —Miles especula que debe de haberlos ocultado con algún tipo de magia demoníaca y pasa a otro tema—. Pensé que no te gustaba mi ropa.

Haeillmon ha tomado prestado uno de sus gorritos de lana para tapar sus orejas puntiagudas y una camisa de su armario, una que a Miles le llegaba a las rodillas y cuyas mangas debía doblar al menos unas cinco veces para que no le estorbaran. El demonio tiene un problema similar y opuesto al mismo tiempo: la camisa le queda demasiado pequeña. Las mangas parecen a punto de explotar al intentar contener los brazos musculosos y debe llevarla desprendida. De otra manera, los botones saltarían como proyectiles. Como consecuencia, su pecho de piel acaramelada ha quedado al descubierto, la cadena montañosa en su abdomen y el par de colinas que forman sus pectorales salen a relucir en cada brisa que hace flamear la camisa, robándoles suspiros a los omegas y despertando la envidia de muchos alfas. Miles no entra en ninguna de las dos categorías. Él se siente conmocionado y cohibido y prefiere mantener sus ojos lejos del idílico panorama.

El demonio llama mucho la atención, pero nadie sospecha de su abyecta naturaleza. Para el resto, solo es un humano increíblemente hermoso, mientras Miles es el omega ordinario y suertudo.

—Bien, entremos aquí —indica Haeillmon. Miles observa el escaparate de la tienda y le baja la presión.

—No —dice rotundamente, pero ya está siendo empujado hacia el local y una dependienta eficaz acude velozmente a ellos.

Ya no puede decir que no le gusta la tienda ante la amable sonrisa de la chica, aunque es obvio que va dedicada exclusivamente a Haeillmon. Las pestañas de la omega se sacuden coquetas, Miles siente sus propios ojos pesados al apreciar el rimel acumulado en ellas.

—¿Qué necesitan?

—Pantalones ceñidos de charol, algún top de tela traslúcida, un arnés superior y un saco largo a juego para el hermoso omega de aquí. Todo negro.

Miles gesticula sin llegar a decir algo. La vendedora se muestra fascinada ante la exactitud del pedido y al mismo tiempo eufórica. La tienda posee todo lo que el sexy cliente demanda.

—Regreso enseguida.

Cuando los deja a solas, Miles escanea acoquinado la tienda. Todo tiene una traza gótica, encuentra vestidos de encaje negros, escalofriantes muñecas de ceramica, lámparas de calavera, carteras con forma de ataúd y un par de gárgolas sonrientes a cada lado de la puerta de entrada. La ropa exhibida en las perchas y maniquíes lleva carteles con su denominación: top gothic Lollipop, minifalda Hannibal, pantalón rasgado Krueger black, vestido miss Alice... para Miles, todos aquellos ingeniosos nombres podrían resumirse en "lencería erótica". No vestirá así ni de coña.

La vendedora regresa en un abrir y cerrar de ojos con lo solicitado y los invita a pasar a los probadores.

—Estás demente si piensas que me pondré esto —le dice al demonio cuando la dependienta les da privacidad. Levanta el mentón y endereza la espalda fingiendo entereza.

—No tienes que usarlo si no te gusta, no te obligaré. Solo pruébatelo.

Miles hace un puchero, ojea las excéntricas prendas en las manos del alfa y finalmente se rinde. Ya llegaron hasta aquí y la vendedora espera ansiosa que se pruebe todo lo que consiguió para él. Al menos tiene que hacer eso. Luego simplemente dirá que olvidó la billetera en su casa y que volverá más tarde con dinero para comprar. Por supuesto, no regresará jamás.

Entra al cubículo y cierra la cortina negra antes de empezar a desvestirse con movimientos desmañados por la presura. Quiere abandonar la tienda cuanto antes, le pone los pelos de punta. Se libra de sus tenis agitando los pies para luego enfundarse el pantalón de charol. Le cuesta horrores subirlo por su trasero, pero acaba encajando a la perfección. Sigue con el top negro y las mejillas se le arrebolan al admirar su reflejo. Sus pezones rosados son fácilmente perceptibles a través de la ligera tela y su ombligo ni siquiera llega a ser cubierto. En ese momento una ventisca se cuela por algún lado y lo hace estremecer. Su cabeza se agita en negación. No usará esto. Definitivamente no lo hará.

Da un bote al percibir un peso extra sobre sus hombros. Haeillmon ha entrado al vestidor con él y ahora se encuentra acomodándole "gentilmente" el arnés sobre el torso.

—Supuse que tendrías problemas para ponértelo...

—No iré así a la fiesta —reniega tozudamente. El demonio manipula sus brazos y el arnés con destreza hasta que las correas quedan bien ajustadas. Miles tenía la esperanza de que alguna de ellas ocultara sus pezones, pero, por el contrario, los rodean y acentúan aún más. Son como dos pequeños botones hinchados e incitantes.

—¿Por qué no, omega?

—M-Me veo vulgar...

Haeillmon se le arrima por detrás, coloca sus poderosas manos sobre su estrecha cintura y pega sus labios a su oído.

—No te ves vulgar... te ves hermoso y sexy... —En el espejo, las garras del demonio se deslizan suavemente por la sensible piel de su vientre, haciéndole cosquillas en la superficie mientras que sus profundidades se incendian. Miles se arroba con el pecaminoso reflejo y sus cuerdas vocales se afanan por entonar un gemido—. Cualquiera desearía amasar tu lindo culo brillante, arrancarte el jodido pantalón para hundir la cara entre tus piernas y darse un festín.

La parte omega de Miles se alborota con tanta facilidad que se avergüenza de sí mismo. Unas palabras guarras y un somero toque, y su agujero ya comienza a lubricarse obscenamente. Una vez más siente sus párpados pesados, pero ya no se trata de la impresión que le generan las pestañas engrasadas de la vendedora, sino de la bruma del deseo, que lo pone mimoso y temeroso por igual. Este tipo de intimidad, la cercanía de otro cuerpo caliente, el roce áspero de unas yemas ajenas en su cuerpo, la respiración electrizante que acaricia su oreja... todo es demasiado nuevo para él, y también demasiado procaz considerando la situación. Miles se siente como un golfo en este momento, y no debería sentirse tan bien. Se siente alto y poderoso, deseable y atrevido. El Miles feo y desdichado ha desaparecido, y aunque sea por un perecedero instante, por primera vez puede respirar, como si hubiese salido a la superficie después de haber estado sepultado en el fondo del océano.

El delgado cuerpo de Miles tiembla bajo las palmas de Haeillmon, tan frágil y ansioso que el demonio se sorprende. Las reacciones del pequeño omega son fascinantes, deliciosas. Ante un insignificante toque, sus pupilas se dilatan y su temperatura escala a pasos agigantados. Su aroma, como el de las flores de azahar, se intensifica y riega la atmósfera con un dulzor afrodisíaco. Si Haeillmon aprieta los botones correctos, el provocativo omega que se encuentra enterrado bajo un montón de inseguridades emergerá, y una vez que lo haga, ya jamás volverá a la oscuridad.

Miles lo aparta antes de que sus manos logren alcanzar los tentadores pezones. Inclina su rostro rubicundo hacia abajo en un vano intento de esconder la vergüenza tras su flequillo. Aunque no pueda ver su expresión, el demonio percibe todos los demás signos de la excitación: la fragancia, el bombeo brioso del corazón, la celeridad de la respiración, la inestabilidad de sus emociones, los pensamientos lábiles y rijosos... y en una maravillosa sintonía, su propio cuerpo responde.

Haeillmon se retira enseguida del vestidor, esforzándose por contener sus feromonas almizcladas. Casi se ríe de sí mismo. Lo hubiera hecho de no haberse sentido tan estupefacto.

Esto no debería suceder.

Miles sale del probador varios minutos después. Su tez ha vuelto a la normalidad, su corazón ha encontrado un poco de paz. La vendedora se acerca sin demora y fija su mejor sonrisa.

—Llevaré todo esto —le informa Miles.

Haeillmon se mantiene a tres metros de distancia, como su contratista había pautado. Su expresión es críptica y ya no intercede. Miles no tiene idea de lo que rondará por su endiablada mente.

La joven omega asiente alegremente, toma toda la ropa y la empaqueta en bolsas llamativas, de tela oscura y con estampas de glifos. Cuando Miles le ofrece su tarjeta de débito, la chica la rechaza amablemente y mira a Haeillmon con admiración.

—Un regalo para milord. Sanguis bibimus —Inclina la cabeza en una ligera reverencia.

—Corpus edimus —responde Haeillmon.

Su voz aguardentosa causa estragos en el sistema de Miles, sus vellos se crispan y sus rodillas se sienten de gelatina. Confundido, coge las bolsas que la omega le tiende y acto seguido sale de la tienda con Haeillmon por detrás. Gira su cuello para contemplar con curiosidad a la dependienta. Ella aún los despide agitando su mano fervorosamente, no obstante, unos cuernos retorcidos que antes no estaban allí ahora adornan su cabeza y una cola con punta de flecha se balancea en el aire.

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