21. Desencantado
—Mmmnn... Ah... Ngh...
Aquellos lamentos son lo único que puede aportar Miles mientras es duramente azotado por detrás por las caderas de un demonio-perro, taladrado por una polla gigante y asfixiado por un bíceps de piedra.
No llegaron a Sheol. Haeillmon le arrancó el collar de protección y lo empujó al sofá del salón, lo manipuló hasta que quedó de rodillas, con el pecho contra el respaldar y su culo levantado, le bajó los calzones y luego lo montó como todo un semental. Cada vez se asemeja más a una bestia cuando lo folla. Si no fuera porque siempre lo envuelve con su cuerpo, como si lo quisiera engullir, se desarmaría por completo en las primeras embestidas.
—¡Ah!
Chilla al ser clavado a una profundidad insospechada. Un ramaje eléctrico y rocambolesco se dispara hacia todas sus extremidades y queda temblando por un shock de placer. Haeillmon gruñe contra su oreja. Ajusta el brazo con el que le rodea el cuello y da otro empujón, tocando algo desconocido dentro de él.
Se arquea y sus ojos ruedan hacia atrás.
Oye a su demonio jadear algo que no llega a comprender, luego siente un aguijonazo en la nuca que lo hace venirse alrededor de su maravillosa polla. Un torrente de lubricación encharca el sofá.
—Ha... Haeil... —intenta llamarle, pero su voz se distorsiona por la falta de aire.
Un hilo de saliva cae por su barbilla, y la piel le hormiguea, allí donde el demonio ha clavado los colmillos.
El dolor empeora, pero también la sensación gloriosa, cuando el Lord del Infierno cierra la mordida y penetra más hondo.
Marca. Quiere una marca.
Un tacto caliente y húmedo se desliza lentamente por su nuca. Un lenguetazo de consuelo que no acaba de satisfacerlo, porque su omega sabe que la mordida no fue lo suficientemente lejos como para vincularlos.
La polla atrapada entre sus paredes se retira en el apogeo de su orgasmo para enterrarse una última vez y lanzar su semilla. Miles se contrae instintivamente para retenerla y queda hinchado y amodorrado.
Deja caer su rostro de lado en el borde superior del respaldo, relajando sus brazos sobre el mismo. A la par, Haeillmon se deja caer sobre él y abraza su torso, con su pene todavía enfundado y convulso.
Miles gimotea.
—¡Marca!
Se siente traicionado. Los colmillos rompieron su piel, pero solo estuvieron jugando, y ahora le duele la mordida en vano.
Haeillmon le gruñe.
—No aún —sentencia con la voz grave y gutural. Si un dragón hablara, jura que se oiría así. Y él se moja otra vez, pero también se enfada y revuelve contra el pecho que lo mantiene cautivo.
Su reacción solo espolea el despotismo del demonio, que lo aplasta con todo su peso y usa sus alas para encapsularlo.
Quiere ser reclamado y su alfa se lo ha negado. Aunque no han hablado de ello, buscó formas sutiles y no tan sutiles de demostrarlo. Primero fue algo inconsciente. Sus deseos no se definieron hasta que Haeillmon lo reconectó con su omega, con sus raíces.
—No me quieres... —se lamenta en un hilo de voz.
—Di eso de nuevo y te demostraré lo contrario, a mi manera. Luego no te quejes si te asusto.
—Marca... —insiste, aunque intimidado. Tuvo la mala idea de girar el rostro y se topó con un par de ojos que sí lo asustaron. Rojos, con un borde naranja brillante alrededor de las pupilas dilatadas y un intenso negro entintando lo demás.
—Te marcaré durante tu celo.
—¿Por qué? —inquiere.
El vínculo de una mordida puede establecerse en cualquier momento, motivo por el que los omegas siempre llevan su collar de protección.
—Porque será tu momento más vulnerable, y también el mío.
Haeillmon se separa, con una idea bastante clara de cuáles son los límites que no debe transgredir para no lastimarlo. Miles respira y sus pulmones arden un poco, pero las feromonas lo sedan lo suficiente y la leve molestia se envanece en la primera exhalación. El demonio se sienta con él en el regazo, cuidando que las escamas abiertas de su polla —las que los mantienen atados— no jaloneen su interior y le hagan daño.
—Si sientes y decides que soy un buen alfa para ti cuando te encuentres debilitado por el calor, sabré que tu alma está completamente dispuesta a vincularse a la mía.
—Si lo siento y lo quiero ahora, más lo querré en mi celo —protesta Miles. Aunque cree tener un buen punto, Haeillmon no parece estar de acuerdo. Él le besa las heridas que dejó en su nuca e inmediatamente el dolor se va.
—Jamás has pasado tu celo con otro alfa. El impulso reproductivo puede llevarte a desear una polla, pero no una marca. La marca une espíritus. Une energías. Marcar a un omega que no lo desea es ruin hasta para un demonio.
—Te deseo, Haeillmon —aclara, aunque a estas alturas ya es demasiado obvio.
—Lloraste la otra vez en la azotea. Me rogaste que no te mordiera.
Miles recuerda que lo hizo. Habían tenido un momento caliente en aquel rascacielos de la ciudad y en un momento creyó que iba a ser mordido. No pasó mucho tiempo desde aquella ocasión, pero sus sentimientos por su demonio se han solidificado tanto como un fósil de millones de años.
—Borraré cualquier duda y temor antes de hacerlo —continúa Haeillmon—, para que cuando veas el monstruo que realmente soy, me quieras de todas maneras.
—Lo haré. Tal vez suene estúpido, tal vez lo soy, pero siento que... puedo ver a través de ti.
Con una suave torsión, Miles se acomoda de manera que puedan quedar frente a frente sin que su parte trasera queme. Sus ojos violetas atraviesan el océano rojo centelleante y milagrosamente encuentran el fondo. Ve historias, rostros y muchas lágrimas como si observara una larga película en solo un segundo. No es la primera vez que le sucede. Siempre pensó que se trataba de su imaginación inusual, que tenía la habilidad de tejer historias conmovedoras con solo ver los ojos de alguien. Pero quizás se trate de algo más. Después de todo, Haeillmon asegura que es un demonio.
—Eso... me asusta mucho —confiesa su alfa en un susurro. Le acaricia la mejilla con el pulgar y Miles derrama una lágrima.
También le asustan las heridas que atisba en su corazón. No sabe si será capaz de curarlas.
La mudanza fue sencilla, sin demasiado ajetreo, sin muchas idas y vueltas entre la Tierra y Sheol. No tenía mucho que llevarse de su casa. Además, en el castillo de Haeillmon, en su habitación, halló mucho más de lo que podría necesitar: ropa, productos de higiene y electrónica humana, todo en cantidades exageradas. Había cosas específicas de omegas y objetos desconocidos, tal vez originarios del Infierno. Haeillmon le explicó minuciosamente sus usos; diferenció entre las pociones anticonceptivas, las energizantes y las depurativas, también departió sobre el funcionamiento de artilugios cuyo mecanismo Miles no llegó a comprender y con los que acabó jugueteando.
Haeillmon le dio una clase sobre el calendario de los demonios y los ciclos reproductivos de los omegas, que se ven influenciados por ciertos eventos, dependiendo del tipo de demonio que seas.
El RUT de los alfas suele coincidir si hay compatibilidad entre las razas y es gatillado por el celo omega, aunque el de los Obsygaar no se sujeta a la norma, por lo que Haeillmon le dio a entender de manera vaga. Mencionó brevemente que los lores de Sheol tienen ciertas particularidades y condiciones para reproducirse. No ahondó en el tema y avanzó con la guía turística: le enseñó a Miles su armario. Por un lado, prendas típicas que él usaría en la cotidianidad del mundo humano. Por otro... quedó anonadado al observar los trajes destinados al Miles demonio. Aunque no sabe una mierda de telas, pudo afirmar que las prendas eran de una calidad superior, dignas de la realeza. Capas, parcas, chalecos, camisas y pantalones en gamas oscuras, rojas y violetas, atusadas con plata, oro, piedras preciosas, vuelos y encajes. Nada que fuera a usar. Él solo es un número más dentro de la plebe. Haeillmon se cabreó cuando lo intentó evidenciar a modo de broma. De alguna manera, eso los arrastró a otra follada increíble en la enorme cama que ahora compartirían. Haeillmon ama darle lecciones con la polla y Miles es un excelente alumno.
Después de follar, conoció un poco más del castillo y sus mecanismos, y entendió por qué se había perdido de manera ilógica el día anterior. Las habitaciones "se mudan". Sorprendentemente, el castillo sintoniza con los pensamientos de sus ocupantes y ubica frente a ellos lo que desean... siempre y cuándo el huésped tenga sus ideas claras. Miles aprendió a interactuar con su nuevo hogar y a moverse a su gusto. Lo último que conoció fue la cocina, donde logró devorarse una deliciosa fruta infernal antes de que Haeillmon diera por finalizada la excursión.
Lo esperaban en el mundo humano, en su trabajo sorpresa.
Miles no sabe qué decir cuando se ve a sí mismo en la tienda de ropa gótica que siempre lo cohibió, ya no como cliente, sino como vendedor. La empleada demonio que lo ha atendido desde la primera vez mueve la cola con punta de flecha —o corazón, advierte Miles en un tercer vistazo— hacia todos lados, como un gato en pleno juego. Se parece a Mandy, con sus ojos y cejas oscuras y su corto cabello rubio.
—¡Bienvenido, Miles! Milord, cuidaré muy bien de él.
Miles tiene una réplica entre las cejas. No necesita que lo cuiden, mucho menos que lo haga un demonio que no sea el suyo.
—Debo atender unos asuntos, pasaré por ti en unas horas. Diviértete.
Haeillmon lo besa en los labios y desaparece dentro de un torbellino de humo negro.
Aghakara, la demonia gothcore, lo contempla como si fuera un bebé a punto de decir su primera palabra.
—Eres lindo. ¿Quieres ponerte un poco de sombra negra?
Miles se siente incómodo ante el repentino halago. Y aunque se ha hecho el smokey eyes en varias ocasiones, siempre lo hizo dentro de las paredes de su tenebrosa casa. Le da pena que lo vean con un maquillaje excéntrico. Se niega amablemente y luego comienza su segundo curso del día: cómo engatusar a un cliente. Como esperaba, Aghakara es muy buena en ello, y en dos horas han llegado tantos clientes que la barra de experiencia de Miles sube hasta la mitad. No es muy diferente a su trabajo en la librería, solo cambia el producto y la traza de las personas que entran. Nunca había visto tantos aretes de calavera, tatuajes de arañas y labiales oscuros en su vida.
Se dispone a atender a un omega que parece haber salido de Nana. Tiene los ojos verdes sombreados con negro, como a él le gusta, un collar de cadena gruesa con candado y una polera con rayas negras y musgo. Su cabello le hace juego con la misma combinación de colores. El chico sonríe y saluda a Kara —como Miles optó por llamar a su compañera demonia para no gastarse la lengua—, pero se queda patidifuso frente a él. Un fuerte sonrojo atraviesa la capa de base de su piel. Ya ha tratado con omegas pudorosos en el pasado —los que buscaban libros con más sexo que letras, como esos salidos de Wattpad—, por lo que encarna el papel de empleado carismático y lo acompaña a través de la tienda, recomendando combinaciones de faldas y medias a pesar de no tener ni jodida idea de moda. De alguna manera, logró que el chico se llevara todo lo que propuso.
—Por nuestro oscuro Señor Supremo, ¡lo cautivaste! Si hubieras aceptado pintar tus ojos, Billy se habría desmayado apenas verte. Le gustan mucho los omegas monos. —Además de estudiar los precios y las secciones de la tienda, Miles se aprendió la vida de todos los clientes del día. Kara es muy chismosa—. Él ha dejado de venir con el omega que siempre lo acompañaba. Apuesto a que se pelearon. Podrías darle una oportunidad...
Miles se siente un poco molesto mientras ordena las prendas que han quedado desparramadas sobre las mesas de exhibición. No quiere que Kara le vaya con cotilleos maliciosos a Haeillmon, como que anduvo coqueteando con un omega en su primer día de trabajo.
—Claro que no. Tengo a mi alfa.
—¡¿Eh?! ¡¿Tienes un alfa?! ¿Quién? ¡Enséñamelo!
Kara se entusiasma, pero la indignación de Miles es insondable.
—¡Haeillmon! —clama con fervor, inflando el pecho—. ¡Yo soy su Lhergie!
La demonia deja caer el fajo de billetes que fiscalizaba sobre el mostrador. Sus labios violetas forman un círculo que luego se deforma en una carcajada. Miles pierde la seguridad y el orgullo con cada "¡ha, ha, ha!", con cada lágrima que se acumula en las comisuras de los ojos de Kara, que comienza a calmarse solo por su persistente mueca de enfado.
—¿Lo dices en serio? —pregunta ella. Lamentablemente, no hay visos de maldad, sino de duda verdadera en sus ojos.
—¿Qué es lo que te parece tan gracioso? —grazna, flagrantemente herido al fondo de su furia—. ¿Crees que no puedo gustarle a Haeil?
—¡N-No! ¡Definitivamente le gustas a milord! Pero...
El corazón de Miles truena, sacudido por una tormenta de inseguridades.
—¿Pero qué? —insta, aunque no quiera oír la respuesta.
—Mi señor debería estar ocupado ahora mismo con la Ceremonia de Vinculación de Jae... Todos nuestros lores solteros aprovecharán la oportunidad para buscar un erobhi y asegurar su descendencia, ya que se acerca la floración. Ya sabes... nosotros somos demonios mediocres —dice Kara, encogiéndose de hombros con brutal honestidad, como si no fuera irrespetuoso llamar mediocre a alguien que acabas de conocer. Pero Miles no está hablando con un humano. Está claro que para los demonios la verdad no ofende, o bien no tienen filtros a favor de la condescendencia—. No tenemos oportunidad con ellos... ¡pero siempre es divertido si nos permiten tener una aventura!
Miles siente su pecho abollarse como una lata de cerveza pisoteada.
—¿Erobhi? ¿Qué... qué es eso?
Puede que haya escuchado a Haeillmon mencionar aquel término alguna vez, o no. No lo recuerda. El idioma de Sheol es muy complejo y el demonio a veces lo tararea cuando habla solo y cuando follan.
—Lo siento, a veces olvido que apenas conoces nuestro mundo. Un erobhi es un híbrido de ángel y demonio. ¿El señor te habló sobre la historia de los Obsygaar?
—Me explicó algo de unas manzanas —balbucea. En este momento se siente chiquito ante la mirada de Kara. Como si no fuera nada. Nadie.
—Sí, verás, los Obsygaar como el señor nacieron del Árbol del Pecado, de las semillas de sus manzanas cuando Eva lo corrompió y se pudrió. Aunque sus frutos se ennegrecieron y mancharon de rebeldía, cayeron en la tierra sagrada del Edén y los lores se nutrieron y desarrollaron en ese sustrato. Por eso, la biología de nuestros señores exige una matriz sagrada y a la vez viciosa para procrear... necesitan a un erobhi, aunque ellos son muy raros. Algunos de los lores ya tienen a uno que los acompañe en su reinado y crías para garantizar que su sectio prospere. Pero Taemon y milord Haeillmon perdieron a su pareja trágicamente en una guerra con las palomas hace dos décadas. Muchos erobhis murieron en las manos de los malditos ángeles, porque son odiados en el Edén. Tal vez más incluso que los demonios puros. Luego de la guerra, reforzar Sheol se convirtió en una prioridad, por lo que los lores solteros están un poco apresurados por hallar a un erobhi compatible. Eso es muy difícil, no todos soportan las feromonas ni la semilla de un Obsygaar —relata Kara con mucha seriedad. Le revuelve el estómago—. Ahora que Jaemon encontró una pareja, se vincularán en una ceremonia y se celebrará una gran fiesta. Asistirán demonios de alta cuna y todos los erobhis de Sheol Medio. Se rumorea que milord ya tiene a alguien en la mira y que es del sectio de Taemon, pues lo han visto allí a menudo.
Hay ilusión en los ojos de Kara, manifestado en un brillo intenso en ellos y en el sonrojo saludable de sus mofletes. En contraste, una profunda amargura opaca el rostro Miles.
—¡Ojalá sea invitada! —prosigue, aunque no suena convencida respecto de sus posibilidades—. A lo que voy... —Y ahora sí, Miles reconoce un halo de compasión en su expresión—. Está bien sacar ventaja del atractivo del señor Haeillmon en la cama, pero... no deberías ilusionarte. Tal vez hayas... malinterpretado su personalidad de casanova. Él es especialmente magnético, pero siempre ha sido honorable y sensible con los omegas que lo pretenden. No querrá verte resentido con él por un rechazo.
La última palabra le da una bofetada. Haeillmon no puede haber estado jugando con él después de todas las promesas y gestos cariñosos con los que lo ha consentido... ¿verdad? Él no puede haber sido solo su pasatiempo, cuando lo quiere llevar consigo a su castillo. Incluso... le ha ofrecido beber un asqueroso brebaje anticonceptivo después de tener sexo. ¿Cuál diablos es el sentido de ello si no puede concebir a su cría?
—Haeil... m-me dijo que yo era su omega. Que era su Lhergie...
Kara está sentada en un taburete alto, pero aun así advierte la vacilación en sus movimientos.
—Bueno... no puedo saber lo que está pensando milord. ¿Tal vez los años de pena y aislamiento lo han cambiado? Su erobhi... Ah, olvídalo. No debería hablar de esto.
Miles boquea, pero una clienta entra y le pone fin a todas las desagradables revelaciones de Kara.
No tiene ganas de atender a la clienta, así que le deja el trabajo a su compañera.
Ha perdido las ganas de todo. Ya no es tan especial como Haeillmon le hizo creer. ¿Ese es el trasfondo de su negativa a dejar una marca en él?
De repente, el futuro dulce con el que empezó a fantasear desde que conoció al lord del Infierno se oscurece por los bordes y se apaga como una vieja televisión. Se ausenta como el hechizo de Cenicienta.
Y vuelve a ser el mismo de antes.
El omega empollón que solo tiene un amigo, dos cifras en su cuenta bancaria, varios traumas y cero esperanzas en ser amado algún día.
Que efímera es la felicidad.
No se oye ni un hálito en el obsygaarium¹, ni se huele una feromona que susurre sobre el ánimo de su dueño. Los rostros diabólicamente atractivos destacan entre las prendas ostentosas en su fría ecuanimidad. Pero Haeillmon conoce a sus congéneres lo suficiente como para saber que internamente se están preguntando qué diablos hace un payaso como él ahí.
Ah, la jodida Corte. ¿Cuántos años han pasado desde que pisó este nido de cucarachas? Hay una que desea especialmente evitar, y la tiene justo enfrente. El rojo fuego de sus ojos impacta contra los témpanos de hielo de Jaemon. Los ojos bien podrían ser las ventanas del alma, porque los suyos son su puto epítome: puro frío glacial, cortante y despiadado. Jaemon es el demonio que mejor representa la definición humana de un demonio.
—¿Qué miras, cabrón? —escupe, acabando con la guerra de silencios calculadores—. A mí no podrás amordazarme y torturarme, déjame lejos de tus apestosas inclinaciones.
Le apena muchísimo la pobre criatura que cazó para vincularse. Realmente anhela que ese erobhi sea más cabrón que él y le haga la vida imposible.
Jaemon sonríe de lado.
—No esperábamos tenerte nuevamente con nosotros, Haeillmon —intercede Gharamon, pisoteando la llama antes de que se convierta en incendio—. Es bueno que este tiempo te haya ayudado a reflexionar y a retomar tu compromiso con Sheol y tu sectio.
—Gracias por su cálida bienvenida —dice con sarcasmo, deslizando la mirada del imbécil de Jaemon al lugar vacío a su lado.
Taemon no vendrá, como lo suponía. Debe seguir consumiéndose en las sombras de sus pérdidas. Aunque se siente un poco cabrón por esconderle la existencia de Miles, su prioridad es proteger a su omega y hay demonios de Emêryals que han estado acechándolo en su casa con intenciones incógnitas. Hasta que no descubra quiénes son y lo que quieren de Miles, solo escuchará en silencio y tendrá sus sentidos bien alerta. Cualquier dato puede ser valioso, considerando que las últimas noticias que obtuvo de Sheol son de hace más de veinte años (sin contar los datos aislados que ha aportado Norox entre tanta burrada que sale de sus labios de chupapollas).
—Deberíamos ponerte al tanto del estado de nuestra situación e ir a lo importante —dice Claermon. Como ella fue la primera manzana en caer, siempre encabeza las discusiones y dicta veredictos como si fuera el cacique de la tribu.
Los ojos de Haeillmon trazan un semicírculo.
—¿No hablarás de la jodida fiesta de enamorados de Jae? Seguro que es muy importante, considerando que todos los erobhis lo evitan como si fuera el Señor Podado. Ah, esperen, si lo es.
Se ganó con honra el título durante la Infiltración, cuando un Serafín le cercenó un ala y un trozo de asta con su Fulguración. Aunque la realidad detrás del rechazo de los omegas hacia Jaemon no radica en que haya sido recortado como los arbustos rebeldes de un jardín. Nadie quiere a Jaemon simplemente porque es un hijo de puta.
Sus ojos de hielo se estrechan, para su completa satisfacción.
—Hay cosas más urgentes que tratar que sus peleas de críos, como la exaltación de las criaturas del lemniscatos —sisea Claermon con severidad—. Es un pésimo augurio. Antes de La Infiltración, las bestias se descontrolaron por la energía errática que supuraba la brecha.
—Puede que haya algún cometa o asteroide radiactivo cerca —sugiere—. Ha sucedido en otras ocasiones.
El lemniscatos es la fuente inacabable de energía de Sheol Medio. Un bosque que simboliza y traza un infinito, de proporciones colosales, que atraviesa todos los sectios y nutre sus tierras y sus cielos de magia. También la guarida de bestias y tesoros ocultos en su vastedad y peligros. Al parecer, algunas de esas criaturas están saliendo de los límites del bosque, causando problemas en sus territorios por razones desconocidas. Y si han llegado a Lŏvrev, sectio fronterizo al suyo —por desgracia, el de Jaemon—, probablemente también han estado jodiendo a los demonios de VranHăleys. Si quiere recuperar su reputación y darle todo a su omega, deberá tomar las riendas nuevamente.
—Iré a investigar. Magnesia puede servir.
No ha usado a Magnesia, El Corazón, desde La Infiltración. Había dejado de funcionar, hasta que Miles lo empujó a latir de nuevo como un electroshock, con todo su combo poderoso de ternura y seducción. De no haber sido por su Lhergie, probablemente hubiera perdido a Magnesia para siempre, como Taemon perdió a Videra, Los Ojos. Aunque puede que Videra no se haya perdido por completo. Su Lhergie apareció con un montón de sorpresas y secretos después de todo.
Un demonio irrumpe apresuradamente en el Obsygaarium, pero no es Taemon, como Haeillmon creyó cuando escuchó el enorme portal abrirse, sino un oniro² engalanado para la ocasión, con todos sus caracteres alfa a la vista y el escudo de Emêryals en la túnica. Hacía años que Haeillmon no veía un oniro. La mayoría de ellos murieron cuando el Brujosueño fue asesinado en La Infiltración.
El oniro vacila un poco al advertir su presencia en la sala, pero se recupera en milisegundos y camina con plena confianza hacia el lugar de Taemon.
Haeillmon alza las cejas.
—Siento la tardanza. Surgieron problemas en una villa cercana al lemniscatos y tuvimos que intervenir —se excusa el oniro, todo ceremonioso—. Espero no haber interrumpido a mis lores.
—¿Quién eres tú? —espeta.
El oniro parece bastante familiarizado con el ambiente y la presencia de seis Obsygaars en un lugar cerrado, lo que intimidaría y asfixiaría a la mayoría de los demonios, pero este no es el caso. Hace que el escrúpulo cosquillee en su corazón.
—Dargas viene en representación de Taemon —explica Claermon—. Lo ha hecho durante años.
—No estoy de acuerdo con su presencia aquí. —Deja un surco en el cuerpo trajeado de Dargas con su intenso sondeo.
No confía en él. Incluso sin usar a Magnesia puede sentir algo extraño en su campo electromagnético. Extraño, pero algo familiar también, y el hecho de saber que hay demonios de Emêryals que andan tras su omega alimenta sus sospechas.
—Dargas es el general del ejército de Emêryals y la mano derecha de Taemon —se involucra Laikamon. Por su tono, es evidente que está cabreado. De seguro sigue resentido de la vez que le ganó una pulseada hace treinta años. Asi de gilipollas es—. Ha colaborado con la Corte con información y manteniendo a raya a las criaturas del lemniscatos. A mi juicio, tiene más derecho de estar aquí que tú, que has descuidado tus responsabilidades como Obsygaar desde que le diste toda la libertad y los medios a tu erobhi para destruir Sheol. Después desapareciste y dejaste que nosotros nos encargaremos de reconstruir cada sectio desde sus cimientos mientras tonteabas en el mundo humano, buscando contratistas estúpidos como si fueras un demonio de baja ralea y no un lord.
Haeillmon traza círculos con su garra sobre la mesa y lo mira con aburrimiento.
—Y aún así, puedo ganarte una pulseada en diez segundos. Qué injusta es la vida.
Una púa traslúcida vuela hacia él, aunque la desvía con facilidad con un golpe del dorso de su mano. La púa cambia de trayectoria y zumba hacia Dargas, que se protege con un escudo mágico.
Haeillmon sonríe. Excelente.
Con un latido discreto de Magnesia, atrae hacia sí una muestra de la cualidad mágica del oniro. Si resulta que coincide con la muestra que tomó del glifo en la casa de Miles, ya tiene a su acosador. Le pone el vello de la nuca de punta imaginar al cabrón siguiendo a su omega con la mirada. Llega a ver rojo al recordar que a Miles a veces lo atosiga el hambre nocturno y baja a la cocina en calzones. Haeillmon se promete a sí mismo arrancarle los ojos al hijo de puta apenas confirme sus intuiciones.
Laikamon, cuya púa de gokkanyta fue apartada como si fuera una simple mosca, muestra su hilera de colmillos filosos y ahumados, desafiándolo.
Ah, nunca aprende.
—¡Ya basta! —Claermon intenta restablecer la armonía social, aunque haya perdido toda su parsimonia—. ¡Son una deshonra para el Supremo Señor de los Pecados! ¿Cómo piensan mantener a sus sectios y a Sheol a salvo? ¡Las palomas estallarían a carcajadas si nos vieran ahora!
El sermón pone en su lugar a Laikamon, que niega con la cabeza y suprime su ira, y aunque no tiene ningún tipo de efecto en Haeillmon, decide quedarse y escuchar lo que tienen para decir. Especialmente le interesa oír a Dargas, "la mano derecha" del gilipollas de Taemon. El pobre debe estar tan arruinado como su castillo y verdaderamente ciego como para dejarle toda la responsabilidad de su sectio a un demonio cualquiera.
Hay una buena razón por la cual VranHăleys quedó acéfalo cuando se marchó.
En Sheol, no se puede confiar en nadie. Entregar poder y tierras no es defender tu sectio, no es cumplir con tu deber, y definitivamente no es la mejor alternativa. Es fomentar una traición.
Allí estriba el por qué prefirió dejar que todo se pudra en el abandono.
Créditos a Celyane por convertirlo en un resabiado.
Puede que haya llegado el momento de compartir su sabiduría y abrirle los ojos a su suegro.
♥♥♥
(1) Obsygaarium: sala de reuniones y tácticas de los lores de Sheol Medio.
(2) Oniro: demonio de los sueños. Los oniros son de alta jerarquía y tienen afinidad con la luna y la sombra, volviéndose más poderosos bajo la luz de la primera y la oscuridad de la segunda. Los oniros quedaron al borde de su extinción después de que el Brujosueño, su creador, muriera en batalla contra la legión de Sorael, serafín gobernante del cuarto reino del Edén.
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