18. Lhergie ♡ Dhêrnyere

Haeillmon inhala una profunda respiración rápida. Sufre una especie de marasmo antes de despertar frente al paraíso. Un paraíso que tiene una cara bonita, labios humectados y un par de hermosos ojos cándidos que lo observan como si fuera la criatura más cautivante que conoció jamás.

A Miles le late muy fuerte el corazón. Finalmente dijo lo que quería decir hace días. Solo necesitaba un empujoncito, un haz de esperanza de que Haeillmon lo quisiera, que estuviera interesado en él como omega y no como una mera alma para su colección.

—No quiero a Alan. Ya no. Quiero que me folles, quiero tu polla —insta, aguantando el pudor y sintiendo el calor en sus mejillas. También entre medio de sus piernas. Esa escueta interacción que acaban de tener, con Haeillmon gruñendo, invadiéndolo con sus feromonas y su atractiva voz mientras frotaba su pene contra su culo... Y lo que Haeillmon dijo...

"Te llevaré conmigo y te haré mío. Completamente mío."

Miles se siente inflamado allí abajo y muy húmedo. No sabía cuánto ansiaba ser suyo hasta que dicha sentencia salió de sus labios deliciosos.

Haeillmon se acuclilla a su lado, muy cerca, y acuna su rostro en su mano.

—Eso que has dicho, omega... es lo más dulce y gratificante que he oído en mi vasta existencia.

—No he sido muy romántico —alega Miles con una sonrisa leve y coqueta. Se siente un poco pecaminoso y atrevido por sus dichos, y eso le sienta bien.

—Déjame tomar ese papel. Tal vez así... te enamores de mí. Haré que te olvides por completo de ese alfa.

Miles tiene la seguridad de que el demonio es capaz de hacerlo, después de todo, superó a su crush de años en tan solo semanas.

—Tienes que saber lo que implica que le ofrezcas libre y voluntariamente tu virginidad a un demonio —continúa con seriedad Haeillmon—. Dejaré una marca imborrable en tí, y tú en mí. Me meteré dentro de ti de todas las formas posibles y crearé otras nuevas para que jamás puedas quitarme de tu cabeza...

Las piernas de Miles están cada vez más inquietas y su ropa interior más mojada.

—Haeil... —ruega con toda su timidez y su deseo elaborando un cóctel asesino para Haeillmon.

Lo quiere dentro. Quiere todo eso que Haeillmon dice y mucho más.

Y Haeillmon lo sabe, porque puede olerlo. Sus pupilas están en su máxima circunferencia.

—Solo dime cuándo, omega, y te enseñaré la experiencia más jodidamente buena de tu vida.

Miles no necesita palabras para responder. Con un beso bastará. Por eso se arroja hacia su objetivo y lo caza en un abrazo por el cuello. Su presa lo recibe con una enorme sonrisa que pronto es desarmada por sus labios.

Haeillmon se pone de pie enlazándolo por la cintura, y Miles siente un leve vértigo que atribuye a su mejunje emocional de entusiasmo, deseo voraz y ansiedad por lo que va a suceder.

Cuando el demonio lo deja sobre una superficie mullida y sus lenguas se separan, Miles abre sus ojos y se encuentra con una habitación gigante y desconocida. Es como si el beso lo hubiera despertado en una obra de Bram Stoker. Su cuello se tuerce de manera dolorosa en tanto otea de lado a lado, tonos negros, grises y rojos por doquier, entreverados en una arquitectura tanto majestuosa como intimidante. Todo es grande, como Haeillmon: el espejo que llega a la pared, de marco damasquinado; el balcón oscuro en el que Miles ve el reflejo del extraño cielo; la cama en la que Haeillmon lo dejo caer... nunca había visto una cama tan ridículamente enorme. Podría acostarse allí con cinco clones y aún tendría espacio suficientente para hacer angelitos.

—Bienvenido a VranHăleys. Bienvenido a Sheol, byn'Lhergie.

Miles se vuelve hacia el demonio hecho una bola de estuporosa fascinación.

—¿Sheol? Esto es...

—Mi hogar. Y el tuyo, si me aceptas como tu alfa.

El corazón de Miles duele, siente que se le está inflando dentro del pecho y que reventará en algún momento, manchando todo de sangre y amor, añadiendo más rojo a la habitación. Siente que su piel se derretirá como las velas de los candelabros de hierro forjado del cuarto, descubriendo al dichoso omega que se esconde debajo.

—¿Por qué yo? —pregunta. Aunque ya ha advertido que sus inseguridades molestan al alfa y que parece ir en serio, aún hay una parte de él que se resiste a creerle. Haeillmon es un lord del Infierno y Miles es... Miles.

—¿Por qué no?

—Soy...

—¿Un lindo omega con sonrisa divina y culo infernal? —replica Haeillmon—. Me preguntaba cómo habías logrado conciliar dotes tan antagónicos, aunque ahora puedo hacerme una idea...

Miles se arrebola.

—¿Y qué si soy...? Ah, olvídalo —Suspira, convencido de que perderá todas las batallas con Haeillmon. Tampoco tiene ganas de seguir luchando. Mucho menos con el demonio mirándolo de extremo a extremo, con sus pupilas agigantadas como si fuera a comérselo de un bocado—. ¿VranHalen... es tu reino?

VranHăleys —le corrige con una sonrisa—. Es mi sectio. Los Obsygaar no reinamos, dominamos.

—No veo la diferencia —declara Miles con un bufido.

—Puedo darte una pequeña muestra...

Haeillmon apoya las manos a sendos lados de Miles y se cierne sobre él hasta dejarlo tumbado en la cama. A Miles le tiembla la respiración y el cuerpo a partir del infernal instante en el que Haeillmon empieza a repartir besos por su cuello.

Qué lindo... te ves... en mi cama... —susurra por aquí y por allá, desatándole un gemidito. Miles retuerce los deditos de sus pies dentro de sus zapatillas mientras es despojado de su chamarra y camiseta.

Recuerda algo entonces.

—Haeil... Déjame tomar un baño primero... Ah... He estado... ngh... en la universidad y...

El demonio deja lo que está haciendo para soplarle un gruñido de molestia en la cara.

Miles se acoquina y desvía la mirada. Luego de un rato en el que Haeillmon parece haberse embarcado en un debate interno, le deja un cariñoso lametón en la mejilla.

—Lo siento. Sí, claro que puedes tomar un baño... —Haeillmon se retira e incorpora. Con una gran sonrisa de colmillos blancos, le tiende la mano.

Miles se deja llevar a donde el demonio desee. Ni siquiera le preocupa el hecho de saber que se encuentra en el Infierno, ni cómo llegó allí, ni por qué. Si Haeillmon está a su lado, todo está bien para él.

Cruza la habitación sintiéndose liviano como un globo. Apenas se detiene a admirar los detalles, como las criaturas extrañas pintadas en el techo y las cerraduras que parecen de rubí y oro. Haeillmon abre una de ellas y una recamara cuadriplica el tamaño de la aledaña se abre ante ellos. Si es que podría considerarse una recámara.

La piscina del centro se lleva toda la atención de Miles. Piscina, estanque, laguna, no lo sabe. ¿Aguas termales, quizás? El vapor que desprende le hace decantarse por esto último, y también su forma natural, aunque lo despista el color violeta del agua, claro y fulgente, como si hubieran leds en el fondo. El resto del recinto se luce en su colorida penumbra por todos esos cristales que tornasolan y sobresalen de las paredes y del suelo cual estacas. Y eso ni siquiera es lo más impresionante. Miles retiene el aire en sus pulmones al elevar la vista y toparse con el éter. Jamás había visto algo así, aunque quizás sí lo había soñado. Tantas estrellas y astros del tamaño de la luna en un firmamento violeta y verde menta solo podrían ser vistos en las fantasías, en el arte o en el cine en el mundo humano.

—Aquí el cielo nunca es igual. A todos los astros les gusta pasar de visita.

La voz grave de Haeillmon retorna a Miles desde varios puntos del recinto. Es abrumadora. Hay algo en ella que inquieta al omega de Miles.

—Es... maravilloso...

—Y es mejor cuando lo pruebas. —Le da un empujoncito que lo acerca un pequeño paso hacia la piscina natural.

¿Aquí se dará su baño? Qué locura... Miles dudaría de sus facultades mentales si tan solo existiera algo que le diera motivos, pero no está enfermo, no se droga y sigue siendo uno de los mejores alumnos de su clase. Su criterio sigue intacto, y definitivamente puede diferenciar lo que es real de lo que no... ¿verdad?

Ignorando el pinchazo de pudor, se quita las Vans y los pantalones, dispuesto a poner a prueba su cordura. No es la primera vez que se expone a Haeillmon, que incluso ha tenido su cara entre sus nalgas —y próximamente otra cosa—, pero igualmente se siente cohibido. Y excitado. Un cosquilleo extraño persiste en su vientre, aunque el agua caliente del pozo donde se sumerge poco a poco hace que la sensación se funda con ella. Desciende por unos escalones rústicos de piedra con la inseguridad entorpeciendo su avance. El agua púrpura lo abraza hasta las caderas, la temperatura lo reconforta y gana confianza, caminando unos pasos más hasta verificar que la profundidad aumenta a medida que se aventura hacia el centro, aunque de manera sutil. Se detiene cuando la línea de la superficie toca su ombligo, girándose hacia el demonio y brillando de entusiasmo. Pero su entusiasmo se desintegra cuando una sensación explota en él al encontrarse con los ojos negros de Haeillmon. Es una onda expansiva de algo que no consigue definir, pero que borra todo lo demás de una manera caótica y ardiente. Esa agitación redobla a cada paso que Haeillmon da hacia él, porque además de cerrar distancias, su apariencia comienza a cambiar. La piel de sus antebrazos, cuello y pantorrillas se recubren de escamas negras y brillantes. Le recuerdan a los zapatos de charol que su padre solía usar cuando iba a la iglesia. Aunque Haeillmon suele dejar sus cuernos a la vista en la intimidad de su casa, esos cuernos con los que ha fantaseado incontables veces crecen y se retuercen. Sus pies descalzos también mutan, se alargan en patas fuertes con peligrosas garras, propias de los dragones que tanto le gustan a Miles y que solo ha podido ver en series de ficción o libros de mitología. Cuando Haeillmon alcanza la orilla del pozo termal, Miles consume su nueva skin y se saborea inconscientemente.

Sus alas se extienden en todo su esplendor y las luces coloridas del firmamento y de los cristales le dan de lleno. Luego se cierran, retroceden y vuelven a extenderse en una secuencia de movimientos que dejan a Miles embobado. Percibe una segunda secuencia por detrás, protagonizada por una cola larga, gruesa y escamosa, que barre el aire y se curva como la de un gato en pleno juego.

Miles toma una bocanada de aire y su sangre se vuelve lava. La excitación hormigueante que había sentido desde que se propuso al demonio ahora rasca límites inexplorados. Le gusta lo que ve. El demonio ejerce una fuerza de atracción violenta que lo hace desear, necesitar. Se afana por responder a esa fuerza, por corresponderle, por demostrarle algo que no sabe qué, y que tampoco sabe cómo. Pero su omega está un paso por delante. Entiende lo que él no y pone a sus glándulas a trabajar, desatando un torrente masivo de feromonas.

Haeillmon emite un gruñido grave que vibra directamente en sus entrañas y gatilla un gemido impaciente en Miles. Sus manos atrapan su pene por debajo del agua. Lo tiene tan duro que pesa entre sus piernas. Por si no fuera suficiente el suplicio, el demonio se baja los pantalones blancos y el impresionante bulto que la prenda sugería finalmente es liberado.

Todo el mundo de Miles se resume en eso. Haeillmon lo observa con total atención y una expresión suave, pero seria. Sus patas siguen su camino y poco después se sumergen en el agua. Su polla a media asta se balancea con el movimiento.

Se detiene a un paso de un desesperado Miles e inhala el aire espeso que lo rodea.

—Tócame —demanda.

A Miles se le seca la garganta. El demonio le está haciendo sentir y anhelar cosas tan extrañas que incluso se siente un poco enajenado. Titubea pero obedece sin mucho preámbulo, llevando sus manos torpes primero hacia el abdomen, inseguro sobre qué debería tocar y si tiene todo permitido. Pronto, su omega, el más sabio aquí, conduce sus acciones. Lleva las palmas lentamente hacia arriba, dejándose seducir por las colinas de músculo y la textura sedosa de su piel. El pecho es aún más abultado, tanto que sus manos forman cuencos al desplazarse sobre su forma. Poco más arriba, y en gradiente comienzan sus escamas, y su primer contacto con ellas es casi como imaginaba: increíblemente suave y caliente. Creyó erróneamente que serían frías, como la piel de una serpiente. Las escamas oscuras se extienden hasta sus hombros, donde se fusionan con la piel, y reaparecen más abajo, en sus antebrazos.

Miles exhala un vaho tembloroso cuando decide volver para explorar el terreno más peligroso: el sur. Atraviesa nuevamente el torso hasta su V abdominal, un embudo que desemboca en una polla descomunal. Las escamas brotan nuevamente en aquella zona. Se extienden hacia arriba, hasta donde debería estar su ombligo, y hacia abajo, desapareciendo paulatinamente hacia las rodillas.

Las manos de Miles se quedan paralizadas en la ingle. Admira el miembro del tamaño de su propio antebrazo sin saber qué hacer con él. No hay escamas allí. En su lugar, una película rojiza, venosa y de aspecto resbaladizo recubre el tronco hasta un glande sutilmente diferente al humano.

Una mano grande se posa en el dorso de la suya, la sujeta con una delicadeza incongruente con su tamaño y garras filosas y la dirige hacia aquel mástil duro. Siendo manipulada, la palma de Miles lo rodea y siente sus pulsaciones en su piel, en sus oídos, en su corazón, en sus genitales... es un eco del deseo del demonio. Así como la habitación le da un matiz omnipresente y omnipotente a su voz, la presencia del alfa repercute en él con idéntica tiranía. Empuña la superficie escurridiza y acaricia, incentivado por Haeillmon hasta que gana confianza para hacerlo solo. Los párpados del demonio caen y su respiración vacila. Atento a sus cambios, Miles se motiva y centra en sus propios sentimientos. La experiencia es novedosa y lo moviliza en el buen sentido. Se habitúa enseguida y la comodidad que germinó hace tiempo ahora demuestra cuánto ha crecido. Sus temores son un murmullo lejano mientras que la calentura le grita al oído.

—Quiero probarte —declara.

—Hazlo.

—Eres muy alto. —Si se pone de rodillas, no llegará a tomar la polla con su boca.

Haeillmon le acaricia la mejilla con una sonrisa.

—¿Te gusta que así sea?

Sonrojado, Miles asiente. Se imagina bajo ese cuerpo poderoso, desapareciendo felizmente entre masa muscular, escamas y feromonas demoníacas.

—Con que sí... A mi me gusta tu boca —dice el demonio, pasando el pulgar sobre la boca en cuestión—. Creo que se vería preciosa alrededor de mi polla.

—Guarro... —berrea, aunque su culo siempre siente cosas maravillosas cada vez que lo lisonjea con guarradas.

Haeillmon lo sabe, así como sabe sobre su fijación por sus cuernos y su adicción a su olor. Y luego de conocer lo que trae entre sus piernas, Miles está convencido de que inevitablemente también se convertirá en su obsesión. Haeillmon lo toma de la muñeca y lo conduce hacia una orilla del estanque de agua púrpura con algo en mente. Cuando se sienta en el borde y sus piernas se abren despreocupadamente, con esa cosa extraordinaria entremedio apuntándolo como un misil ruso, la certeza de que acaba de abrir la Caja de Pandora se asienta su corazón.

Ya no hay vuelta atrás. No quiere volver atrás. Su mundo dio un giro de ciento ochenta grados cuando el demonio apareció, se desbarató y lo sacudió, pero paradójicamente y de esa alocada manera, todo se acomodó para él.

A veces solo necesitas un demonio en tu vida.

Miles se inclina y toma la polla con su mano antes de hacerlo con su boca. El sabor rápidamente lo asalta y lo deja abrumado al son que el gemido áspero de Haeillmon rebasa la recámara y los límites de su propia calentura. No puede acaparar mucho más que la punta y unos pocos centímetros, pero lejos de sentirse decepcionado, aprovecha para degustar la polla de distintas maneras. Lamiendo, besando, succionando... Aprieta sus labios alrededor del glande y bombea mientras su lengua se enrosca y raspa intentando hacerse con más.

Ah... sí, así... —Haeillmon tira de su cabello sin intenciones, solo y por puro placer. Sus feromonas parecen aumentar a cada pequeño envite con el que su cabeza se hunde en su entrepierna.

Miles se intoxica en la sensación cruda de lo que está haciendo y su cuerpo reacciona a cada endiablado gemido de Haeillmon derritiéndose en fluidos. Si no estuviera sumergido en el estanque hasta la mitad, su lubricación ya iría por sus rodillas.

Se saca la polla de la boca para tomar una bocanada de aire, hilillos de saliva penden entre sus labios y la erección palpitante. Con curiosa fascinación, se aventura hacia esos cojones rellenos cubiertos de escamas suaves. Son blandos y pesados, y definitivamente más grandes que los de un alfa humano. Los lame con dedicación, su omega está especialmente interesado en ellos y envía una señal punzante directo a su vientre bajo. ¡Oh! Jamás había sentido algo así.

Haeillmon, aún amarrando su cabello, lo aparta de sus pelotas de un jalón. Lo obliga a enderezarse, vuelve al agua y lo besa con fiereza. Maleable como la plastilina, Miles se deja asaltar. Permite que el demonio arrase su boca y muerda su cuello, le amase el culo y juegue con su goteante entrada, acariciándola con las yemas.

Su respiración se torna cada vez más errática y el contexto empieza a distorsionarse para su mente y cuerpo afiebrados.

Oye otro gruñido en alguna parte del pecho del demonio y al segundo siguiente está siendo llevado en brazos de regreso a la habitación. Haeillmon arranca las mantas de la cama y lo deja sobre las sábanas, coge una almohada y levanta apenas a Miles por los tobillos para colocarla bajo su cintura.

—A-Ah... ¡Ha... Haeil...!

La velocidad de procesamiento del cerebro de Miles no está a la par de la libido del demonio, que en un parpadeo escondió su rostro entre sus piernas, lo inmovilizó sujetándolo de las corvas y hundió su lengua en su agujero.

Miles ve estrellitas en las esquinas de sus ojos antes y después de ser golpeado por su primer orgasmo. Demasiado pronto, pero inevitable. Su pene salta y libera un chorro de ciere y sus paredes laten apretando la lengua que aún se lo come. Se arquea en la cama, con sus diez dedos replicando cada espasmo.

Hecho un desastre de agitación y placer, da un pequeño respingo cuando la lengua del demonio sale de su agujero.

Haeillmon lo admira con devoción.

Miles intenta sostenerle la mirada, diciéndose a sí mismo que se mantenga consciente, que no está soñando, que la criatura que se está acomodando entre sus piernas es el mismo Haeillmon que él conoce y que lo ha abrazado cada noche, a pesar de los cambios más o menos drásticos en su aspecto. Cambios que, lejos de amedrentarlo o causarle repulsa, lo enloquecen de gusto. Haeillmon vuelve a hacer ese ritual con las alas y la cola y le arranca un gemido alto por la sola vista.

Y ya no es capaz de hablar ni pensar, solo acierta a soltar sonidos completamente extraños y revolverse mientras arde. Este es el Infierno que le ha mostrado su demonio. Una faceta de la libertad de la que le habló. Un estado en el que reacciona y cede, en el que se deja llevar por las corrientes del deseo siendo simplemente Miles.

Haeillmon se cierne sobre él. Como una cúpula gótica, sus alas plantan sus extremos en el colchón a cada lado de Miles y lo asedian entre su calor y ese aroma a demonio alfa.

Colmaré tus deseos y saciaré la voraz hambre de tu carne... —recita, una plegaria baja dedicada a Miles, cuyo corazón olvida un par de latidos—. byn'Lhergie... te coronaré con astas de pasión y fuego inmortal —Miles es incapaz de apartar la mirada de los ojos del alfa. Advierte el juramento inquebrantable inscripto en ella. El portal abierto al no-retorno. —... y nuestras almas arderán juntas en Sheol —lo sostiene por la cintura, sus manos abrazan todo su perímetro—, como un solo sol.

Miles inhala bruscamente al sentir la intrusión. El dolor, aunque leve, golpea su ansiosa necesidad como una piedra azotando un parabrisas, y su atención se vuelca inmediatamente sobre la fractura, por donde el miedo emerge.

—Ah, no, Haeil... —Clava sus uñas en los hombros del demonio. Él le sonríe y besa su frente.

—Calma, byn'Lhergie... Eres completamente capaz de tomarme. Eres... perfecto —Suspira Haeillmon.

Y empuja las caderas.

Miles clama algo entre un grito y un gemido. Se aferra al demonio como si su vida dependiera de ello. Tal vez así sea, pues cada beso, caricia, aroma y palabra, incluso cada gruñido que los llevó a este momento, se impregnó de tal manera en su alma que ahora no hay pensamiento suyo que Haeillmon no colonice ni lidere.

No hay pensamiento suyo. Su alma está escindida entre el demonio y su propio ser.

Haeillmon aguarda con su polla enfundada hasta los cojones a que él se adapte, un proceso que solo le lleva algunas respiraciones. Luego empieza a moverse, momento en el que a Miles se le eriza la piel de placer. Gimotea y se revela ante la sensación con algunos arañazos y corcoveos, hasta que la cola del demonio se enrosca por su torso como una boa y su cuerpo magno baja y lo aplasta. Saca y entierra su polla en golpes cortos, agrediendo sin compasión un borde delicado en su entrañas.

Miles se estremece por la electricidad deliciosa. No recuerda haber logrado alguna vez sentirse así por sí mismo. Al final, es completamente vencido y se rinde a todo lo que el demonio desee tomar. Cualquier rastro que hubiera quedado de su inocencia se deshace en el sonido húmedo del sexo, en sus suspiros y gemidos quebradizos. La cola lo jala hacia abajo para profundizar la unión, Miles rodea al alfa con los brazos y deja caer su cabeza sobre la almohada, exhibiendo su cuello para que lo chupe a su gusto.

Haeillmon desciende hacia la suave nuez de Adán y ataca a Miles con besos y chupetones. Mío, vuelve a clamar su alfa, ese dragón del que solo pueden verse vestigios en su físico. Pero por dentro, es una bestia gigantesca, sedienta y demandante, y a Haeillmon le cuesta horrores sujetar las cuerdas que la atan cuando se trata de su omega. Por eso aprieta el pequeño cuerpo que se estremece por debajo y junta las alas para ajustar el cierre. Lo aislará de todo lo que no lo incluya y llegará tan profundo en su interior que su esencia se grabará a fuego. Su polla tiene tal inflamación que no lo ha anudado de milagro. Miles se moja tanto cada vez que se la mete que ha encharcado la cama y le ha empapado las bolas. Su "ah, ah, ah" constante es tan malditamente erótico que lo está llevando de manera inminente al límite por mucho que se esmere en demorar su corrida. Hinca sus patas en el colchón para impulsarse y obsequiarle la embestida definitiva: Miles grita, lo rasguña por todos lados y comienza a latir alrededor de su verga.

El masaje rítmico manda una señal directa a sus pelotas. Aprieta los dientes y respira. Jamás alguien lo había arrastrado al orgasmo en menos de cinco minutos. Él es más de tontear en juegos y simplemente relajarse en la meseta, disfrutando del placer en dosis ligeras y prolongadas. Pero esto es devastador. Es la urgencia instintiva de sembrar su semilla en su omega, es su perfecta compatibilidad sexo-feromonal. Su rostro angelical corrompido por el placer. Apenas puede aplazar lo inevitable durante algunas estocadas más, hasta que...

—¡Ah, ah, ah, alfa, quiero tu corrida! ¡Correte en mí! ¡Ngh...!

Haeillmon suelta un gemido completamente destruido en su último empuje. Su abdomen y alas se crispan y su cola se enrolla hasta el cuello de su omega para inmovilizarlo. Su polla también hace lo suyo. Las pequeñas escamas ocultas antes de la punta se abren y enganchan en el canal de Miles como púas para derramar su abundante corrida en la matriz.

Aunque en un principio Miles se pierde de la extraña sensación mientras flota en el gozo, sudado y agitado, pronto advierte que algo sucede y se asusta de nuevo. Ni hablar cuando se percata del collar de cola de demonio que le oprime el cuello. No logra moverse ni un pelo, pero lanza un plañido para alertar al alfa.

Shhh. no pasa nada, byn'Lhergie... Relájate...

Aunque la voz de Haeillmon suena más demoníaca que nunca, Miles confía y deja que su instinto afronte la situación por él. El temor momentáneo se transforma en una especie de placer generalizado. Se siente saciado. Satisfecho. Incluso podría ser un poco más atrevido y decir que se siente feliz y deseado. No imaginó que algún día podría llegar a... experimentar esto. Creyó que su ser era incompatible con sus anhelos. Que lo más cerca que estaría del amor serían sus lecturas sobre el género, viviéndolo a través de un tercero ficticio, un simple observador de historias bonitas, obligado a vivir una realidad que lo condenó a la soledad.

Sin embargo, Haeillmon lo ha hecho sentir protagonista de su propio romantasy.

La cola lentamente se afloja y lo libera. Se desliza perezosa por su piel ultra sensible y Miles observa igualmente amodorrado cómo se bate de un lado a otro, barriendo el aire. Las alas se pliegan y le dejan ver el cuarto.

El demonio se apoya sobre sus antebrazos con ojos somnolientos y risueños a juego. Miles alza la mano y acaricia el párpado de uno de ellos con su pulgar. Luego la mejilla, el cabello blanco y el inicio de su cuerno retorcido.

Haeillmon gravita hacia la caricia como si fuera el centro de su mundo.

—Haeil...

—¿Mn?

—¿Qué significa byn'Lhergie? —pregunta finalmente

—Significa... mi omega —responde Haeillmon, orgulloso. Por primera vez, Miles ha logrado una pronunciación inmaculada del ghěsheol, su idioma natal.

Una lágrima corre por la sien del omega.

—¿Qué sucede? ¿Te duele?

Miles sacude su cabeza en negación.

—Yo... pensé qué... —Vuelve a negar, sus ojos brillantes por la capa acuosa que se resiste a decantar por completo—. Gracias...

Haeillmon se ríe, lo que despierta cierta sospecha en él.

—¿Qué es tan gracioso?

—Me permites follarte, y no solo eso, me entregas tu virginidad, ¿y aún me das las gracias? —le plantea con sus hoyuelos presentes—. Miles, de todos los honores que un Lhergie puede concederle a su Dhêrnyere, esos son de los más sagrados.

Una timidez cálida envuelve a Miles.

—¿Dhêrnyere? —repite. Otra pronunciación perfecta.

—Alfa.

Byn'Dhêrnyere —Miles suelta con intrepidez, dándole a su demonio una grata sorpresa.

Sus iris rojos tiemblan dentro de esas curiosas escleróticas negras, enmarcados por unos párpados muy abiertos. Sin poder resistirse a sus encantos, Haeillmon hace colisionar sus labios en un beso tosco.

—Sí... soy tu Dhêrnyere...

—¿Y qué honores puede concederle un Dhêrnyere a su Lhergie?

—¿Qué tal mi enorme polla? Ambos sabemos que te mueres por ella.

—¡Aún me asusta!

Haeillmon inclina la cabeza con una sonrisa maligna y reanuda su movimiento de caderas cuando sus escamas se retraen. Miles pellizca las sábanas con los dedos de sus pies.

Ah, a-aguarda...

—No he terminado contigo —sentencia—. Mi enorme polla tiene unas enormes bolas, lo que significa mucha corrida para mi omega.

Miles descubre otro aspecto de la fisiología de los demonios alfa: su inexistente periodo refractario. ¿Cuánto deben follar para vaciar esas bolas? Sospecha que Haeillmon es capaz de darle todo el sexo que no tuvo en su adolescencia en un par de días.

Sus sospechas resultaron ser ciertas. En algún momento se quedó dormido, probablemente en una de las pausas que el pene de Haeillmon los obligaba a tomarse cuando se enganchaba como anzuelo en su interior. No es que el sexo lo agotara. Milagrosamente, su libido se mantuvo al nivel de la del demonio y se la pasó gritando y pidiendo por más. ¿Quién hubiera pensado que tendría tal apetito sexual? ¿O es que Haeillmon es un compañero excepcional? O es porque... ¿realmente es su alfa? Su Dhêrnyere...

Cuando despierta, aquellas preguntas rondan por su cabeza hasta que huele algo delicioso.

Haeillmon ha apoyado una bandeja repleta de comida en la cama, a su lado. Comida que luce extraña, pero huele de maravilla.

—Te enseñaré el idioma de mi sectio —le dice su anfitrión después de darle un beso en la frente—. Lo aprenderás rápido.

Su nariz está ocupada olisqueando los platillos, por ello demora en procesar las palabras del alfa.

—¿Sheol tiene diferentes idiomas?

—Así es. De esa manera resguardamos nuestra magia y hechizos... en la medida de lo posible. No es tan sencillo usar un hechizo creado por mí si no manejas mi lengua a la perfección.

—No sé si podré manejar tu lengua algún día —bromea. Haeillmon le enseña su lengua puntiaguda de diez centímetros y luego se relame, haciendo reír a Miles.

—Me encantaría verte intentarlo. Venga —lo apresura—, se enfriará lo que preparé para ti.

Las glándulas salivales de Miles reaccionan y le inundan la boca. Está hambriento, aunque...

—¿Lo hiciste tú?

—Por supuesto. Todos los alfas le damos a nuestros omegas lo que necesitan. Alimento nutritivo, un hogar cómodo, protección, polla...

—¿Son parte de mis honores?

—Tal vez, pero también de los míos. Me gusta verte feliz.

Miles siente un nudo en la garganta. Su boca insiste en fruncirse en un puchero poco estético que intenta suprimir. Haeillmon lo besa.

—Puedes chillar y lloriquear todo lo que quieras frente a tu alfa —le recuerda.

Entonces estalla en llanto.

—¡Pensé... que nadie me querría jamás! —confiesa Miles con la voz nasal.

—¿En serio? Pues, ¿sabes que otra cosa en mí es enorme?

Eso le saca una risita entre lágrimas.

—¿Tu ego?

—Mi cariño por ti.

El pecho de Miles se comprime. Se lanza hacia adelante y abraza a su adorable demonio. Después de llenarlo de mocos durante algunos minutos, se calma y comienza a ronronear. Haeillmon le rasca la espalda, lo acomoda en su regazo y luego coge una cucharada de uno de los muchos cuencos que trajo. Encamina lo que parece avena rosada a los labios hinchados de Miles, que olisquea antes de abrir la boca como un bebé para recibir la ración. Sus ojos se agrandan por el shock.

—¿Rico?

Miles le arrebata con desespero el cuenco y el utensilio para zamparse lo que sea que esa cosa sea.

Es tan dulce como su primera vez. Como el demonio al que se entregó en cuerpo y alma. Como sus besos y la forma en que lo llama byn'Lhergie.

Se siente tan feliz que le da muchísimo miedo.

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