16. Un destello en la ruina

Las luces tenues y la música suave hacen que el lujo destaque, especialmente el dorado, que abunda en el distinguido restaurante, como los acabados de las mesas y las sillas y los reflejos del cabello de Alan Murphy. Eso está observando Miles cuando Alan llama su atención.

—¿Quieres pedir otra cosa? —le pregunta con un haz de preocupación—. No has tocado tu comida.

—A-Ah, ¡no! Solo estaba... disfrutando las vistas.

Alan ríe y Miles se abochorna. Podría haber sido menos sincero, o más sutil, considerando dónde estaban puestos sus ojos. Carraspea y coje el tenedor de mango delgado, demasiado complejo de manipular para alguien atontado por la ansiedad y el ambiente, que le grita "¡mucho dinero!" al oído. Consigue enroscar la pasta en el segundo intento y llevársela a la boca sin hacer un desastre. ¡Bien! Solo le resta el 95% del plato. Acompaña el bocado con vino, su nuevo aliado. Espera que a la tercera copa su torpeza comience a disolverse en el alcohol.

—No tienes que frustrarte tanto. Eres tan bonito como este lugar.

Miles no se atraganta con el vino de milagro. Deja la copa rápidamente en la mesa para evitar oprobios y le muestra su rostro ceñudo al alfa.

—Podríamos haber ido al McDonald's a la vuelta de Blacklaw —protesta en una broma que tiene mucho de verdad—. Prefiero ahogarme con una hamburguesa al lado de un yonqui pasando el bajón y no con un tallarín a los ojos de algún CEO remilgado.

La sonrisa de Alan tiene un cariz ladino cuando baja la cabeza hacia su pasta.

—Yo prefiero que te ahogues con otra cosa, y solo conmigo, pero no hay que saltearse las formalidades...

Miles pendula entre lanzar una risa o pedirle a la tierra que se lo trague. Le da otro sorbo copioso al vino, que solo empeora su acaloramiento.

Ha descubierto muchas cosas sobre Alan en el poco tiempo que llevan hablando, y una de ellas es que el humor del alfa hace que sea mucho más sencillo acercarse a él. Además, le añade varios puntos a su sex appeal. Alan debe de haber sido programado durante su gestación para atrapar omegas con ese combo fatal. Por eso Miles se la pasa con una sonrisa y un arrebol intenso hasta que limpian sus platos y rematan el vino. El alfa le conversa sobre su grupo de amigos idiotas, sobre un profesor al que quiere degollar y lo mucho que le costó retomar su entrenamiento después de un accidente que tuvo en su moto hace poco más de un año. Durante el postre —algo semejante a un pudín blanco que hizo brillar sus ojos al primer saboreo—, Miles ya está lo suficientemente suelto como para sumirse en las historias de Alan y contar algunas suyas, como cuando era pequeño y vio un OVNI desde la casa de la amiga de su madre. Miles vio muchas otras cosas cuando era pequeño, pero no quiere espantar a Alan con sus cuentos de freak.

—¿Y no lo grabaron? —indaga el alfa, cruzando sus brazos sobre la mesa—. ¿Cómo es posible?

—Los móviles de esa época apenas podían enviar mensajes... ¡No me crees! —se queja frente a la expresión de Alan. Es evidente que está reprimiendo la sonrisa.

—¡Si te creo! Sería ridículo pensar que los aliens no existen. Además, he visto cosas más extrañas —revela, espoleando la curiosidad de Miles. ¿Será que no es el único que ha visto cosas extrañas?

—¿Qué has visto?

—No me creerás.

—Ah, ¡venga!

—¡Te asustarás! —le advierte mientras rellena sus copas de champagne.

—¡No! —insiste Miles. Si tan solo Alan supiera que duerme con el demonio que invocó por equivocación cuando intentó hacerle un amarre...—. No hay nada que me asuste más que las cucarachas. —Excepto la oscuridad y el jodido ático de su casa—. Cuando nací, mi madre me contó que hubo un apagón en toda Nueva York, incluso en Vermont, Nueva Jersey y otros estados limítrofes. ¿Qué puede ser más extraño que eso?

Miles bufa y ríe, aunque su risita va en descenso y se pierde entre la melodía de un violín a medida que el silencio de su compañía se alarga. Alan lo observa sin pestañear, con el borde de su copa de champagne apoyada sobre su labio inferior en un sorbo interrumpido. Miles aparta la vista y juega con una onerosa servilleta de tela, evidentemente incómodo y rumiante. El alfa no tuvo la reacción esperada y ahora se siente estúpido. ¿Dijo algo demasiado ridículo?

Alan percibe el declive en su racha confianzuda y eso parece despertarlo, porque sonríe de un momento a otro y empina la copa, como si alguien lo hubiera puesto en pausa y luego en play.

—Eso es muy extraño, sí —conviene; su nuez de Adán se mueve al pasar el trago y atrae los ojos de Miles nuevamente hacia él—, pero he oído historias aún más locas. Deberías escuchar las de Brandon cuando está chalado.

—Seguro oiré muchas en la fiesta...

—¿Eso significa que irás?

A decir verdad, Miles se había acobardado después de que Haeillmon le dijo que no lo acompañaría, pero ahora que está un poco ebrio y muy fascinado con la sonrisa del alfa que tiene enfrente, luego de una velada maravillosa, ni siquiera se le cruza por la cabeza rechazarlo.

—Iré. Creo que me has convencido con las historias de Brandon el chalado.

—¿Irás por Brandon y no por mí? —lo abuchea con la ceja enarcada—. Harás que me ponga celoso.

Miles se ha amoldado al coqueteo juguetón de Alan, y esos puntos de experiencia se dejan ver en sus contraataques.

—Estoy seguro de que tengo más motivos para ponerme celoso que tú.

—¿Los tienes? —Alan lo toma desprevenido cuando extiende su brazo para sujetarle la barbilla—. Entonces debería confesarte que me tienes a tus pies.

A Miles no se le cae el mentón solo porque la mano de Alan lo sostiene. ¿Todos los alfas son así de elocuentes o solo este? ¿Y todos los omegas se calientan con esas cursiladas o solo él? Es simplemente demasiado. Si Alan buscaba embelesarlo como un tritón malvado para luego hundirlo hasta el fondo del mar, lo ha logrado. Iría a cualquier lado que Alan lo lleve, por eso lo sigue al balcón sin preguntar cuando acaban el postre. Se muerde el labio mientras observa al alfa encenderse un liado. Olfatea el agradable aroma a chocolate, Alan le sonríe y le pasa el pitillo, que acepta agradecido.

—¿Rico?

—Delicioso —dice tras exhalar el humo hacia el cielo y la grandiosa vista a la ciudad. Le recuerda a la azotea donde Haeillmon le comió el culo.

Carraspea, un poco azorado.

Alan se apoya de espaldas en el borde acristalado del balcón. Las luces de la ciudad crean un efecto de halo dorado a su alrededor.

—¿Has pensado en mi propuesta?

Miles le da otra pitada al cigarrillo antes de devolverlo a su dueño y apoyarse a su lado en el murete. Hace mucho frío, pero el saco largo que le dio la demonia debe de tener un hechizo o algo, porque es jodidamente caliente, como Alan.

—Lo he pensado.

La espera se dilata, la respuesta de Miles se demora en darse a conocer, pero ninguno se molesta o inquieta por ello. Ambos saben que será un .

—Yo... soy virgen.

A Alan se le escapa el cigarrillo de la boca. Ni siquiera atina a agacharse para recogerlo del suelo. Miles se cohíbe tanto que tampoco es capaz de salvar el pitillo. No se hubiera sincerado de no haber bebido esa copa de champagne ridículamente caro, que estuvo de más.

—Sé que es raro... —dice con la voz algo ronca por el alcohol—. No esperes de mí lo que podría darte otro omega...

Alan da un paso para ponerse frente a él.

Junta coraje para mirarlo a la cara. Solo resta un fino círculo de las esmeraldas que tanto le gustan.

—Ningún omega podría darme lo que puedes darme tú. —Alan está tan cerca que lo embriaga un poco más con sus feromonas. Es abrumador, pero adictivo, como el olor del combustible—. Sería un gran honor para mí que me eligieras...

Miles tiembla ante el gruñido que le sigue a la última palabra. Al instante siguiente, está derritiéndose en los labios de Alan, que no desaprovechó su pasmo para ganar terreno, atacando de la manera más traicionera: un beso con lengua. ¡Así no podrá pensar con claridad! Ah, es incluso más delicioso que el postre que le sirvieron...

Alan es implacable y avanza sin miramientos y, como si no fuera ya demasiado para él, acaricia la parte trasera de sus muslos hasta sus nalgas y se las agarra con fuerza. Lo empuja contra su pelvis, y allí Miles siente en vivo y en directo la novena maravilla del mundo: su polla gigante de alfa, dura por la excitación. Suelta un gemido involuntario, que nace de su parte más primitiva.

—Vamos a mi carro —le dice ronco al oído.

Luego lo sujeta del brazo y Miles es arrastrado por el restaurante sin ver más que la espalda de Alan y sin oír más que los latidos de su corazón.

El Mustang pita con un parpadeo de luces. Se encuentra aparcado en el estacionamiento junto a una decena de carros que solo podrían permitirse los forrados, pero Miles no está en sus cinco sentidos como para sentirse fuera de lugar. No replica cuando Alan se lanza al asiento del acompañante y lo jala sobre su regazo. Le quita el saco con destreza antes de reanudar lo que estaban haciendo en el balcón, con la diferencia de que, encontrándose Miles a horcajadas, el bulto del alfa se clava directamente en su culo. Es como si estuviera apretando un botón de evacuación escondido entre sus pliegues: no puede controlar la cantidad de líquido que sale de él. Ni sus gemiditos. Alan saca la lengua de su garganta en uno de ellos, solo para apartarse y seguir comiéndoselo con sus pupilas dilatadas. Miles advierte que lo está olfateando cuando su pecho se infla.

—Estás listo para mí —Alan se relame. Una de sus manos calientes se inmiscuye bajo su camisa. El contacto directo con su piel se siente eléctrico mientras sus yemas suben por su columna vertebral, pero es la mano opuesta la que lo hace arquearse al sorprenderlo dentro de sus pantalones—. ¿Me dejas tocarte?

—Tócame... —le susurra con timidez. Alan suspira, le besa el cuello e introduce dos de sus dedos en su agujero.

Miles se retuerce y se frota contra su polla, imaginándola dentro de él en lugar de los dedos. Alan responde a su insistencia penetrándolo despacio, hasta que se hace evidente que Miles desea más y aumenta el ritmo.

—Dios, estás tan mojado... No puedo imaginar lo que se sentiría cogerte en mi cama...

Los dígitos resbalan con facilidad y frotan un punto en la pared de Miles que le hace olvidar hasta su nombre. Su pene tampoco es desatendido, siendo presionado contra el duro abdomen del alfa, se lude en cada sutil corcoveo y le envía una correctantada de sensaciones y pensamientos demasiado alejados de su castidad. Haeillmon estaría orgulloso de ellos.

Gime y tiembla cuando el demonio aparece como un destello aislado en su cabeza. Intenta olvidarse de él, pero nadie puede ignorar al elefante en la habitación durante mucho tiempo. Menos cuando tiene un par de dedos taladrando una zona que Haeillmon reclamó como suya desde el momento en que metió allí su lengua.

Extraña mucho a Haeillmon. Quiere agarrar sus cuernos mientras deja que lo folle con la lengua. Quiere sentir el refugio de sus alas mientras lo coge desde atrás con su enorme polla de demonio.

La explosión del orgasmo lo succiona dentro de una vorágine de necesidad cruda y animal. No entiende de dónde viene, ni por qué Haeillmon no lo deja en paz ni siquiera cuando lo ha abandonado.

Alan saca sus dedos de su interior cuando termina de apretarlos rítmicamente y se los lleva a la boca, degustando su sabor a omega.

Gruñe.

—Quiero llevarte a mi casa y hacerte mío.

Miles gimotea, hecho un desastre disuelto sobre el cuerpo tensionado del alfa. No está en condiciones de tomar decisiones, no con su cabeza enturbiada de preguntas y temores y atolondrada por haberse corrido con los dedos de su crush mientras pensaba en su demonio.

Alan gruñe de nuevo, quizás frustrado por haberse dado cuenta de que no podrá llevarse a Miles en su condición, considerando el olor a alcohol que corrompe el azahar de sus feromonas.

—¿Miles?

Miles rezonga. A los omegas, principalmente a los dominantes, el orgasmo los sacude con demasiada fuerza. Sumado a que ha bebido de más, no es descabellado que proteste y se niegue a moverse.

Alan sonríe. Le punza la polla, pero también se siente satisfecho con su desempeño. Puede esperar un poco más.

Miles percibe desde un lugar lejano que su cita lo acomoda sobre el asiento y lo sujeta al mismo con el cinturón de seguridad.

Cuando despierta, ya están frente a su casa. Se frota el rostro, un poco desorientado, pero su cerebro consigue enviar los comandos correctos y se desabrocha el cinturón. Alan lo observa divertido desde el asiento del conductor.

—Lo siento. M-Me quedé dormido —balbucea, temiendo haberla cagado a último momento. Pero Alan ríe con esa atractiva parsimonia suya.

—¿La pasaste bien?

—¡S-Sí! Estuvo delicioso... todo. —enfatiza con un intenso rubor—. Gracias por invitarme.

—Gracias por aceptar. ¿Te veo pronto?

Miles asiente con timidez. Antes de apearse, intenta liberar un poco de vergüenza suspirando y decide zanjar el tema de la propuesta.

—Mis celos... son muy irregulares. Te avisaré cuando llegue el momento.

—Podemos ir practicando —sugiere Alan.

—Oh... bueno, sí. Podemos.

Luciendo plenamente satisfecho, el alfa se inclina hacia él y le planta un beso en la boca.

—También me la he pasado muy bien. Descansa, cariño.

Miles baja del auto con la expresión de quien vive una fantasía.

—¡Miles! —Miles se detiene y se vuelve curioso hacia el alfa—. ¿Qué edad tienes?

—Uhm, eh, veintiúno —suelta con torpeza.

La expresión de Alan adquiere un matiz extraño. Aunque su sonrisa sigue allí, pudo captar el muy sutil cambio en su mirada y en su ceño. Eso lo desconcierta un poco. ¿Hay algo malo con su edad? ¿Quizás se ve más joven o más viejo?

—Venga, ve a casa antes de que te congeles.

Miles se despide con la mano y se queda mirando la cola del carro hasta que se convierte en un punto amarillo chillón.

Entonces el hechizo se rompe y vuelve a sentirse solo y ansioso.

Gira hacia el portal robusto de su casa.

No quiere entrar. No quiere estar en su casa sin Haeillmon. Quisiera estar aún más ebrio para acallar a su omega, que parece tener una fijación demoníaca. ¿De qué diablos se trata? ¿Un delirio? ¿Un fetiche?

Ha comenzado a chispear de nuevo, por lo que finalmente mueve su culo al interior de su casa helada.

Se siente... impotente. Debería estar saltando en una pata. Realmente disfrutó de su cita, pero Alan apenas mantuvo a Haeillmon al margen de sus pensamientos. Eso no está bien. No pasaron ni dos minutos desde que Alan se marchó y Haeillmon volvió a arrasarlo como un tsunami.

No puede... haberse enamorado de él, ¿verdad?

Lanza un bufido. Él siempre fue ridículo, pero llegar a tales extremos... Presiona el interruptor de la luz, que no enciende, lo que lo desvía de sus rumiaciones.

—No puede quemarse el maldito foco otra vez —masculla.

Lo ha cambiado tres veces en lo que va del invierno. Pero intenta con el interruptor de abajo, y tampoco funciona.

Comienza a sentirse nervioso.

Vale, puede que se haya estropeado un fusible. No tiene idea de cómo cambiarlos. Ya sucedió una vez, hace un par de años, pero fue Niall el que se ocupó de solucionarlo. No llamará a Niall a estas horas. Mucho menos bajará al jodido sótano, que compite con el ático en ser espeluznante.

Decide probar encendiendo la TV. Cuando gira hacia la sala de estar para buscar el mando, un sonido extraño lo sorprende desde esa dirección.

Hay algo sobre la mesa entre la TV y el sofá.

Algo levitando. Negro. Horroroso.

No queda ni un solo vello de Miles acostado.

Eso no es Haeillmon. Eso lo está observando con sus ojos que son dos círculos luminosos.

—Ha... —Miles retrocede—. ¡¡¡HAEIL!!!

Haeillmon deambula por los pasillos olvidados de lo que alguna vez fue su hogar: un castillo desvencijado, muerto, aislado y lleno de polvo, cuyos corredores llevan a ningún lado y cuyas puertas están inexorablemente selladas. Es el homólogo de su corazón, tal y como quedó hace veinte años. Aún conserva algunos recuerdos de sus buenos tiempos, pero son tan diferentes a la actualidad que le cuesta creer que se trate del mismo lugar. Cualquier demonio escupiría una risa si le dijeran que esta madriguera de arañas es la casa de su lord.

Sus pasos retumban con un sonido disonante en la soledad mientras busca un camino, un sentido, un signo de esperanza, de que todo pueda resucitar.

Tal vez... podría traer a Miles algún día.

La amargura trepa por su garganta. ¿Cómo podría mostrarle este basural? A Miles le disgustaría ver un corazón tan corrompido como el suyo. Jamás lo amaría. Sin embargo, ahora que ha confirmado que el omega tiene sangre de demonio, no puede evitar tener esperanzas. Como estimaba, las almas de sus padres adoptivos se resistieron a hablar. Incluso cuando las forzó con su poder de Obsygaar, las almas simplemente se disolvieron. Ya estaban débiles. Tenían la marca de un contrato, con un demonio muerto. Aunque no consiguieron determinar de qué demonio se trataba, Haeillmon está seguro de que la contratista fue la madre biológica de Miles.

Todo este jodido misterio lo inquieta a niveles extraordinarios. ¿Quién fue la madre de Miles? ¿Por qué huyó del Sheol y abandonó a su hijo al negligente cuidado de un par de brujos? Los demonios son diferentes a los humanos. Tienen otras necesidades, otros tiempos, otros ciclos. Tiene mucho sentido que Miles siempre haya tenido problemas con sus celos, que son inherentes a la raza del demonio y necesitan de un demonio para satisfacerse por completo. A Haeillmon lo frustra de sobremanera no ser capaz de descubrir a qué raza pertenece Miles. Alguien debe de haberlo hechizado para que sus caracteres no se desarrollen.

—Joder... —gruñe.

Tiene que resolver esta mierda. No puede ser una arbitrariedad del destino que Miles lo haya invocado justamente a él.

Tal vez así tenía que ser.

Observa el pasillo en toda su extensa sordidez y lo imagina limpio y brillante, como en sus recuerdos. Imagina al omega con su bonita sonrisa y su culo respingón corriendo a través de él con un puñado de cachorros detrás. Su alfa aúlla en conformidad. Correcto. Mío.

Niega con la cabeza, pero hay una estúpida sonrisa en su rostro. Hasta su instinto está fallando últimamente. Se ha terminado estropeando como su castillo y su corazón.

O tal vez solo tiene que hacer a Miles suyo.

—¿Por qué diablos me llamaste? —le dice a Norox horas más tarde.

Detesta los putos antros de los lúbricos. Apestan a orgías, feromonas baratas, sangre, drogas y alcohol.

Pero no todos los demonios son tan cliché como puede creerse. O tan cerdos. Solo los lúbricos.

—Más te vale que hayas encontrado algo que justifique mi presencia en este chiquero.

Norox le dirige una sonrisa tensa. Él le devuelve una sonrisa asesina.

—Bueno... —Norox se aclara la garganta—. Seguimos investigando, pero no te he llamado por eso.

—¿Crees que no te mataré solo porque estoy en tu escondrijo?

—No si quieres información fidedigna sobre tu humano —esgrime el íncubo—. O tu demonio, como sea.

A Haeillmon le tiembla la comisura del labio. Desgraciadamente, Miles está antes que sus ganas de descuartizar a Norox, y Norox parece saberlo.

Un par de súcubos se aproximan con su andar de golfas para ofrecerle una copa, y una probable invitación a su coño, pero se largan con un puchero luego de ser firmemente ignoradas.

—Dharla y Dharma son excelentes haciendo trío. ¿Estás seguro de que...?

Haeillmon se inclina hacia el íncubo, que se halla sentado en un sofá con una pila de libros en la mesa de enfrente.

Norox se encoge, temiendo haber tentado a la suerte.

—Puedo conseguir otro informante —susurra Haeillmon. Entonces Norox le tiende una carta y pone distancia por si las dudas.

El sobre negro no da ninguna pista sobre lo que guarda. Haeillmon lo abre sin entusiasmo, aunque con prisa. No perderá más el tiempo. Tiene cosas mucho más importantes que hacer, como investigar las raíces de su omega.

Lee el retazo de papel manuscrito que viene dentro y luego se lo avienta a la cara a Norox con sobre y todo. Detrás del proyectil de papel siguen sus manos, abiertas en forma de arañas en busca del cuello del lúbrico.

Como Norox ya vaticinaba esa reacción, despliega sus alas y vuela hacia hacia el entresuelo. Haeillmon chasquea la lengua. El maldito sabe que no lo seguirá, porque allí se encuentran las habitaciones donde los jodidos lúbricos cogen y apesta terriblemente.

—¡Tienes que ir, Haeil! —clama Norox—. ¡Es tu oportunidad para encontrar un erobhi fértil! ¡Los manzanos están a punto de florecer, el celo se acerca!

A Haeillmon se le infla la vena de la frente, ataviando su expresión con locura. Cuando tenga al íncubo cabrón al alcance de sus garras, le dejará un collar muy bonito para la Ceremonia de Vinculación luego de ahorcarlo un rato.

Ceremonia de Vinculación. Ah, la vida siempre encuentra la manera de golpearlo en la cara. El traidor de Jaemon va a unirse con un erobhi. Y hará una puta fiesta en su impecable castillo, con muchos invitados, entre ellos preciosos erobhis, como el que asesinó hace un par de decenas de años.

Asesinó a su erobhi, poco antes de su Ceremonia de Vinculación, ¿y ahora que su vida es un completo desastre lo invita a su fiesta de mierda?

Jaemon realmente no tiene cara.

Sus dientes rechinan por la ojeriza. Hasta está pensando en volar hacia Norox para desollarlo, aunque lo mate poco después el hedor a fluidos de lúbricos.

Norox parece leerle la mente, porque su garganta ondea al tragar saliva.

—¡Ha-Haeil, solo estoy pensando en lo mejor para ti! ¡Tienes que elegir una pareja!

Haeillmon hace crujir sus nudillos.

—Cariño, ven aquí...

—¡Hay muchos erobhis que no dejan de preguntarme por ti! ¿Por qué no les das...?

¡¡¡HAEIL!!!

Haeillmon se queda rígido, una ola eléctrica se propaga por sus fibras nerviosas y le deja la piel hormigueando. Las burradas de Norox quedan atrás cuando se lanza dentro del portal camino al mundo humano.

Su alfa está a punto de salirse de su piel. Lo siente rasguñando por debajo y con todos sus sentidos alerta por el llamado aterrorizado de su omega. Aterriza en pocos segundos dentro de la casa de Miles, y él es lo primero que sus ojos rapaces buscan y encuentran. Está temblando contra el portal de entrada, con sus enormes ojos violetas fijos en un punto de la sala de estar, hasta que su presencia los atrae hacia él. Haeillmon se conmueve por el alivio que atraviesa el rostro de Miles en ese instante. Salta hacia sus brazos con cascadas de lágrimas y se aferra a su torso, hundiéndose como sí quisiera meterse dentro de su piel.

—Haeil... —solloza.

Haeillmon lo rodea con un brazo y pliega una de sus alas para protegerlo mientras examina la casa. A simple vista, nada ha cambiado, pero sus sentidos de Obsygaar son agudos y percibe un residuo energético demoníaco. ¿Los tótems y gárgolas con los que regaron la casa el Sr. y la Sra. Singer no fueron suficientes para repeler la maldad?

—¿Qué sucedió? ¿Estás...? —El olor a feromonas alfa golpea a Haeillmon en ese momento. Agita la cabeza, queriendo sacárselo de encima. Pero es Miles el que lo tiene pegado.

No puede evitar soltar un gruñido alto y enfurecido. Reconoce ese olor nauseabundo.

—¿Ese cabrón te hizo algo? —brama—. Lo voy a matar.

—N-No... —musita Miles, su vocecita ahogada por su pecho—. Había algo...

—¿Por qué apestas a feromonas ajenas? —replica con impaciencia. Aunque es muy consciente de que está desviándose de lo importante y de que lo último que necesita Miles es un gruñido, no puede hacer nada con el alfa revuelto en su interior.

Por eso no le extraña que el llanto de Miles se haya exacerbado. Al menos logra que su alfa recapacite y se sienta como un gilipollas. Su omega busca la protección de su alfa, no una puta escenita de celos. De cualquier manera, ningún demonio con cerebro, por pequeño que fuera, intentaría lastimar a Miles con él presente. Ni siquiera se atreverían en su ausencia. Nadie toca lo que pertenece a un Obsygaar.

Acaricia la cabeza de Miles y suspira.

—No temas. Nadie ni nada te hará daño.

—No te vayas... —pide el omega en un hilo de voz, reacio a desprenderse de él—. No quiero estar solo, no me dejes...

—Me quedaré contigo, Miles. —A la mierda el jodido mes de diciembre. No le harán nada algunas noches de tortura—. Dime qué viste.

—Allí... —Desentierra la cara de su torso y señala la mesa pequeña de la sala de estar—. ¡Vi una cosa negra flotando! ¡Me estaba mirando! ¡No quiero volver a verlos, no quiero!

—¿Volver a verlos? ¿De qué hablas?

—Esos monstruos... me perseguían cuando era niño. ¡Todos me decían raro y nadie me creía!

Haeillmon se queda con la expresión en blanco.

—¿Por qué olvidaste mencionar ese importantísimo dato?

—¡Creerías que soy raro!

—¡Soy un demonio! —bufa, incrédulo por lo ridículo que suena el pretexto de su omega—. Eres raro para los estándares humanos, pero no para mí.

En realidad, también es raro para él, pero no por los motivos a los que podría alegar un humano. Su identidad oculta, sus padres incógnitos y ahora la presencia de demonios a su alrededor hacen que los sesos de Haeillmon se devanen intentando resolver el misterio. ¿Quién es Miles Singer?

Además de su omega, por supuesto.

Un gruñido burbujea en su garganta. El pensamiento de que un humano asqueroso puso sus patas sobre lo suyo parece haberse quedado en una esquina de su mente. Su estúpido alfa debe de haberlo colocado ahí como recordatorio.

Miles parece darse cuenta de algo, porque se sonroja.

—Iré a bañarme.

—Bien —espeta, internamente agradecido.

—P-Pero...

Haeillmon lee en sus ojos de cachorro golpeado lo que su boca calla. Lo levanta en brazos y sube hacia el baño con el omega sujetándose a su cuello tímidamente. Le agrada llevarlo en brazos, casi tanto como meterse en su cama para dormir acurrucados. Cuando lo deja en el suelo frío del baño y usa su magia para preparar el mejor aseo que Miles se dará jamás, intuye que acicalarlo también se convertirá en una de sus cosas favoritas del mundo.

Miles se ha acostumbrado a su cercanía y también a su tacto, por eso, aunque su pudor no se ha ido del todo, no se resiste cuando comienza a quitarle la ropa.

—¿Tuviste una cita? —pregunta.

Haeillmon ya sabe la respuesta. Le jode profundamente ver marcas violáceas en el cuello de Miles, donde su collar no llega a cubrir, y también le jode que se lo haya ocultado.

Mn... —Los pantalones de Miles caen, sus calzones y las prendas superiores le siguen. Por último, Haeillmon destraba el collar. Miles se deja hacer. No parece importarle que su lugar más vulnerable quede expuesto frente a él—. Si ese monstruo aparece...

—No lo hará.

—Lo hará cuando te vayas —insiste Miles.

—Me encargaré de que no lo haga.

Haeillmon mete al omega a la bañera y se deleita cuando se zambulle hasta la mitad de su cabeza, dejando afuera solo sus orbes brillantes. Le encanta. Como siempre, a Haeillmon le encanta que le encante. Hasta su alfa se olvida por un momento del lugar donde estuvieron apoyándose los labios rojizos de su omega.

Miles se sumerge por completo y luego se sacude el cabello cuando emerge, empapando a Haeillmon, que ni se inmuta.

—Haeil...

—Dime.

—Gracias por venir...

—Te prometí hacerlo si me llamabas. —Toma el pote de shampoo y lo vuelca sobre el cabello de Miles. La espuma crece de inmediato cuando comienza a masajear, convirtiéndose en una peluca albina y pomposa.

Miles ronronea.

Haeillmon sonríe.

Solo su supuesto Supremo Señor de los Pecados sabe lo jodido que está.

El amor siempre jode a los Obsygaar.

Más tarde, Haeillmon se mete a la cama con un Miles limpio y fresco. Lo rodea con su ala y brazo y esparce sus feromonas discretamente, lo que resulta en un omega satisfecho, adormilado y muy ronroneante.

—¿Te gustaría conocer Sheol?

El ronroneo se pausa. Miles se remueve un poco, como si quisiera sacudirse el sueño que lo estaba atrapando.

—¿Sheol...?

—Mi hogar —le explica, sintiéndose extraño por la inexactitud del término. Sheol dejó de sentirse su hogar hace mucho tiempo. Celyane arrancó todas las raíces que lo sostenían, que lo nutrían. Las raíces qué le habían permitido crecer con expectativas y sueños.

Esas raíces arrancadas se secaron y el resto solo murió poco a poco.

¿Y eso es lo que pretende mostrarle a Miles?

Sus labios se tensan y empieza a arrepentirse de lo que dijo. Pocas veces en su larga vida se sintió inseguro de sí mismo. Una de esas veces ocurrió cuando aceptó que Celyane lo traicionó. La otra sucedió poco después, cuando Celyane fue asesinado por Jaemon y él se quedó solo y sin respuestas para aliviar el vacío. Actualmente, es consciente de que, de todos los Obsygaar, él definitivamente es el peor partido. Su sectio se fue cuesta abajo al igual que su reputación. Su ejército se desmanteló y su palabra dejó de ser importante en la Corte. Siendo honesto, tuvo un papel bastante voluntario en todo ello. Sheol prescindió de él y él de Sheol, y un día simplemente desapareció. Se fue a tontear a otras dimensiones y abandonó todo lo que algún día tuvo en alta estima y en la cima de sus proyectos. Y creyó que no le importaba, hasta ahora. En realidad, ni en sus fantasías más absurdas imaginó encontrar a un omega que lo agitara como Miles lo hace. Desea darle un reino próspero y un castillo lujoso y seguro para que ronronee hasta hartarse, pero solo puede enseñarle sus ruinas.

Su pecho se oprime con un dolor punzante.

Tampoco es que Miles vaya a acceder. ¿Por qué querría ir al Infierno de todos los lugares? Joder, se siente un gilipollas. El omega acaba de ir a una maldita cita con ese humano de mierda, muy plausiblemente a un restaurante de pijos en la torre más alta de la ciudad, ¿y el lo invita al Infierno?

—Me... ¡Me encantaría!

Miles deja de darle la espalda para mirarlo de frente, su carita hasta el borde de emoción.

—¿En serio? Vaya —suelta, impresionado y atontado, pero también risueño—, pensé que te acobardarías...

—He vivido en una casa embrujada toda mi vida —alega Miles—. También hay un demonio en mi cama. Nada puede ser más espeluznante que eso. Además —esconde la cabeza en su pecho, como hace cada vez que la vergüenza precede a una confesión—... no me da miedo si estoy contigo.

Haeillmon siente murciélagos en el estómago. Su alfa está exultante, creciendo un millón de metros y a punto de tocar el Cielo que detesta. Y como todo alfa satisfecho por poner a su omega confiado y contento, lógicamente su polla se despierta. No es que esté buscando una retribución sexual (aunque no se quejaría si Miles se la diera). Los buenos alfas saben que un omega complacido es un omega receptivo. Ellos solo responden en consecuencia. Puede olfatear las feromonas de Miles, sutilmente más intensas con un leve resto almizclado al final, lo que alimenta la tensión de su polla. Se llena los pulmones con su aroma y baja la mirada hacia su cuello desnudo. A estas alturas, Haeillmon se inclina más a creer que Miles elige no usar su collar cuando están solos, en lugar de simplemente "olvidarlo".

¿Confía tanto en él como para creer que no lo morderá? ¿O es su manera de manifestar que desea ser suyo?

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