15. No solo el Grinch odia la Navidad

Miles debe estar poseído, porque lo que experimenta dentro de su cuerpo es completamente implacable y sobrenatural.

Haeillmon lo tiene preso en un abrazo feroz mientras frota su bulto contra su culo desnudo e invade su boca a un ritmo que no consigue alcanzar. Cuando se aburre de arrasarlo de esa manera, cambia a otra técnica igual de fulminante. Las manos atrapan cada una de sus nalgas y aprietan, haciéndolo saltar.

Ah... ¡Mmph! —Sigue rezongando con la lengua del demonio en la garganta, aunque dichas quejas tornan a gemiditos a medida que la fiebre lo confunde.

Y se siente tan bien...

El calor, el perderse en la locura acoplada al deseo, son sensaciones a las que siempre temió. Se aferró con uñas y dientes a la realidad para no caer en ellas, porque estaba solo para enfrentarlas. Fue un pez errante arrastrado por las olas, sacudido por un océano del que no puede escapar, porque es parte de él. Pero ahora todo su destino está en manos de Haeillmon. Y eso le da... paz. Si suena absurdo, ilógico, es porque lo es. Completamente perfecto para un rarito como él. A veces siente que Haeillmon encaja ridículamente bien en su vida, así como lo hacen sus bocas, o sus propias nalgas en sus palmas. Haeillmon es su llave maestra. Es quien lo ha encadenado con su pacto mientras al mismo tiempo le enseña de qué se trata la libertad. Es el alivio que lo pone salvaje, por eso apenas se apena cuando lleva su mano hacia la entrepierna del demonio. El pantalón vaporoso se le ha pegado a la piel por todo el fluido que ha soltado después de tanto contacto y feromonas, marcando obscenamente su...

Sus ojos se abren de par en par. Rompe el beso con una exclamación ahogada y Haeillmon observa esa expresión en un primer plano: sus mejillas rojas, sus ojos lacrimosos, sus labios gordos y entreabiertos con un impúdico cable de saliva todavía conectándolos. Es la gota que colma el vaso, una fantasía realizada de las tantas que protagoniza el omega. Lo deja con la polla dolorida y los músculos de la pelvis acalambrados.

Es en esa zona roja donde aterriza la mano curiosa de Miles, que no puede creer ni lo que ve ni lo que palpa. ¡Esa cosa mide lo que su antebrazo y puño juntos!

El gruñido áspero de Haeillmon demanda su atención. Lo mira por el borde de sus párpados, como si pudiera refugiarse detrás de su cortina de pestañas. En lugar de las finas pupilas habituales, se topa con dos túneles oscuros. No hay luz al final, o quizás no hay final. Quiere entrar en ellos y encontrar su respuesta, pero les teme al mismo tiempo.

—Omega... ¿te gusta lo que hay allí? —La línea que separa las palabras del gruñido es muy fina. Incluso cuando Haeillmon habla, le acompaña un sonido grave y ronco que excita de sobremanera a Miles.

Asiente y se atreve a cerrar su mano sobre el miembro, aún velado por la tela, sosteniendo su mirada. Siente los latidos del demonio en la palma de su mano, el bombeo rápido y firme, la sangre tórrida engrosando las venas. Se remueve sobre su regazo, los dedos de sus pies inquietos se abren y se cierran.

Por su parte, Haeillmon parece hallarse en un trance, relajado sobre el respaldo con sus piernas separadas y Miles encima de ellas. Sus garras suben desde las nalgas a la cintura pálida. Se pasean por la piel erizada de sus laterales antes de atrapar los bordes de su camiseta para quitársela junto a las gafas.

Miles no opone resistencia, aunque la inseguridad se hace presente en sus gestos una vez se halla completamente desnudo. Si no hubiera olisqueado la ráfaga de feromonas alfa en ese momento, habría pensado que el silencio radical de Haeillmon se debía al disgusto. Suelta un abundante chorro de fluidos en respuesta, porque ese aroma no habla más que de deseo. Haeillmon lo roza con los nudillos en un camino ascendente hasta reunirse con su pezón erguido. Se toma su tiempo para dibujar sus bordes como el minutero de un reloj, acechando el botón y haciendo jadear a Miles.

—Haeil... —implora. Su cuerpo bastaría para calefaccionar toda la casa. Su verdugo le acaricia el labio tembloroso con el pulgar.

—Qué criatura más dulce y cruel —Inclina la cabeza para besar el pezón. Se relame luego, demorando el sabor de Miles en su boca, antes de acercar nuevamente su lengua almibarada. Lame y Miles se estremece—. No dejo de pensar que he sido yo el que te conjuró a ti...

—Me gusta... —musita. Arquea la espalda, entregándose a sus atenciones y engarfiando las manos a sus astas en busca de un sostén.

Haeillmon concuerda con un sonido bronco y se lanza de lleno sobre su postre. Continúa chupando uno de los pezones mientras atiende el otro con su áspero pulgar. Su mano opuesta se alía en el ataque, regresando al culo de Miles para frotar su agujero. Hace que la calentura de su contratista de un salto grandísimo, que sus gemidos se eleven hasta entonar un cántico que jala todas las correas con las que se retiene a sí mismo, por eso se le escapa una queja con el pezón inflamado dentro de la boca. El ansia por meterse dentro del omega lo está haciendo sufrir, pero es incluso mayor el calibre de la satisfacción por tenerlo hecho un desastre gimoteante y mojado sobre su regazo, con ese aroma que le propone todo lo que su boquita tímida calla. Frota su entrada de manera circular y Miles lo ama jodidamente mucho. Se nota en sus temblores, en la manera en la que aprieta sus cuernos con fuerza y en el movimiento incesante de su cadera, ese sádico vaivén sobre su polla. Haeillmon maltrata entre sus dedos uno de los botones y mordisquea el otro, levanta su pelvis para encontrarlo en su serpenteo y demostrarle todo lo que puede obtener de un lord del Infierno.

Ah, Haeil, Haeil...

Miles pierde la cabeza por completo y se restriega enérgicamente, colmándolo todo con sus feromonas.

Cuando se corre, Haeillmon casi no puede soportarlo. El omega gime alto, su cuerpito se tensa con violencia y se deshace en un montón de su líquido omega sobre su mano y pantalón. Toda la superficie de su piel se eriza por la sensación gloriosa y dolorosa de poder enloquecerlo de placer. Lo estrecha entre sus brazos durante los remanentes de su orgasmo, consintiéndolo, protegiéndolo de la bestia que se esconde en su interior, demasiado afanosa por salir y follarlo hasta que cada borde que separa sus cuerpos y almas desaparezca. Por un instante, Haeillmon piensa que realmente podría perder la batalla, ceder al alfa y despojar a Miles de todo lo que tiene y todo lo que es, solo para hacerlo suyo. Lo peor, es que Miles no deja de darle señales de estar completamente dispuesto a serlo.

Un humano, que debería huir de un demonio como él, sentir rechazo y protegerse tras el escudo impuesto por el reino angélico, se entrega a él con tanta naturalidad...

Haeillmon se muerde el labio cuando Miles vuelve a tierra y empieza a ronronear y a frotar su cuerpo sudado contra su torso. Un obsequio valioso de un omega a un alfa: sus feromonas poscoitales. Tanto en Sheol como en el mundo humano, incluso en el reino angélico, surten el mismo efecto y apuntan al mismo fin: sedar, saciar y agradecer, un premio suculento para motivar al alfa a concretar futuras cogidas y, por lo tanto, aumentar las posibilidades de quedarse preñados.

—¿En serio quieres tener al Anticristo? —musita. No espera que Miles conteste, y no lo hace. Está ocupado con su embaucador show omega—. Joder, yo estaría encantado de hacértelo.

Pero sabe que es imposible. Miles no es un erobhi, y de cierta manera, eso lo deja más tranquilo. No quiere ni pensar en la remota posibilidad de que lo que sucedió hace veintidós años se repita.

—Haeil...

—¿Mn?

—Gracias.

A Haeillmon se le entibia el pecho. Su corazón ha comenzado a sanar e incluso a recuperar la capacidad de sentir algo diferente al dolor. El ronroneo lo adormila, y por suerte, también relaja la extrema tensión en su polla. O así es hasta que Miles vuelve a toqueteársela, ahora con claras intenciones de sacarla del pantalón.

—Oye, no, no, no hagas eso...

—Puedo ayudarte...

—No, no puedes. Al menos no sin morir en el intento. —Le sujeta la muñeca para detenerlo, conmoviéndose por su delgadez. Podría reunir cinco muñecas de Miles en su puño y aún le sobraría espacio. Una criatura tan frágil como un escarbadientes cayó en las manos ni más ni menos que de un Obsygaar... Qué mala suerte.

—Tú no me harías daño —sentencia Miles, observándolo con una osadía que le lanza otra flecha directo al corazón.

—No tienes ni idea, omega.

—¡Puedo sentirlo! —esgrime—. No me lastimarás. Tal vez creas que estoy loco, o que solo soy un niñato estúpido, pero estoy seguro de lo que digo.

—¡Estás loco! —Está vez Haeillmon alza la voz junto a un gruñido muy diferente a los que soltó unos pocos minutos atrás. Es uno de advertencia, que consigue que el omega se repliegue con la cabeza gacha y una mirada dolida de refilón—. Ni siquiera imaginas el jodido esfuerzo que estoy haciendo para no cogerte. No lo hagas más difícil.

Miles retira las manos de su bulto punzante y colosal y se abraza a sí mismo. Haeillmon hace restallar su lengua contra su paladar y se levanta del sofá con él en brazos.

Sube las escaleras hasta la habitación y lo deja en su cama para luego tumbarse a su lado y taparlo con su túnica. Desliza un ala por encima, apoya su codo en el colchón y contempla el capullo resultante con expectativa. Miles adora la túnica y reanuda sus ronroneos, se remueve contento y se oculta bajo la túnica y el ala hasta que solo la parte superior de su rostro queda expuesta. Su par de esferas de amatista dejan de evadirlo, brillantes y somnolientas.

—Haeil...

—Dime.

—Me gustan tus cuernos...

—¿Solo mis cuernos?

El omega se avergüenza y se esconde de su sonrisa ladina hundiéndose en los interiores de la túnica. A saber qué fantasías estarán discurriendo en su cabecita con otras partes de su cuerpo que ama y no se atreve a confesar.

—Haeil...

—Dime.

—Alan... me invitó a una fiesta de navidad.

A Haeillmon se le borra la sonrisa con ese guantazo invisible. No solo detesta la Navidad, sino también al jodido humano al que Miles desea darle su delicioso agujero. Y acaba de darse cuenta de que le toca los cojones, porque ya ha asumido que Miles es su omega. Su omega.

—¿Estás cabreado? —le oye musitar.

Afloja la mandíbula e intenta suavizar su mirada con poco éxito.

—No podré acompañarte. A los demonios... nos enferma la Navidad. No soportamos estar aquí.

Tampoco soporta la idea de que alfas apestosos y burdos toquen a su omega. No le gusta para nada no poder estar presente en esa jodida fiesta. ¿Y si Miles se emborracha y se propasan con él?

—Oh... Pero... será una semana antes, probablemente... Olvídalo, no hay problema, estaré bien...

Haeillmon prefiere omitir una respuesta agresiva y cierra la boca. ¿Realmente estará bien cuando hace unos días casi se lo folla un tipo en el baño de la universidad?

—Intentaré ir contigo —acaba diciendo temerariamente.

No debería. El lapso temporal que los humanos llaman "mes de diciembre" es repulsivo para los demonios, y específicamente se torna una tortura para un Obsygaar. Solo tiene que decidir qué tortura prefiere afrontar. No, ni siquiera tiene que decidir. Su básico y prehistórico alfa se retuerce con tan solo imaginar a algún cabrón relamiéndose por las vistas del culo de su omega.

—¿Estás cabreado? —repite Miles con la voz en un hilo.

—¿Por qué lo estaría? —bufa.

—No estás respondiendo mi pregunta.

—No estoy cabreado.

—Tus feromonas dicen lo contrario.

Haeillmon le gruñe, pero su contratista ríe en lugar de acoquinarse. Se siente desorientado cada vez que oye ese sonido cantarino y cautivador, y aunque hay muchos demonios con tales encantos, ninguno jamás ha tenido el efecto que este omega tiene sobre él.

—Eres lindo —lo sorprende Miles.

Haeillmon se olvida de todo. No solo de la fiesta y de los zopencos que pretenden a su omega, sino de Sheol, de las putas palomas y toda la mierda que lo rodea. Le devuelve la sonrisa.

—¿Solo lindo?

Miles se esconde nuevamente y luego se queda dormido ronroneando.

Si hay algo que Miles adora más que fumarse un cigarrillo a solas, sentado en el porche con un café humeante en la tranquilidad de la noche, es hacer todo eso pero con Haeillmon a su lado.

—Oye, no mantendré tu vicio —rezonga sin un ápice de tirria, solo para platicar. Contempla el perfil exquisitamente tallado del demonio y lo sexy que se ve cada vez que exhala el humo, esperando que su rubor pase como producto del frío—. Cómprate tus propio tabaco. O róbalo, da igual.

—No robaré. Eso es pecado —le dice con toda la sinvergüenzura que puede caber en su enorme cuerpo.

Rueda los ojos.

—Estás robándome.

—No estoy robándote. Eres mío, así que todo lo que tengas también lo es.

Su corazón se paraliza por unos segundos antes de comenzar a rebotar como loco entre sus costillas. Trata de disimular su aturdimiento, diciéndose a sí mismo que Haeillmon se está refiriendo a su contrato y nada más.

No comprende cómo ni cuándo sucedió. Que el demonio superó a Alan en su corazón, quiere decir. Tal vez fue alguna de esas noches en que lo arropó. Tal vez, su calor, su cercanía y sus feromonas de demonio alfa comenzaron a embrollarlo.

Haeillmon no lo vería como algo más que un mortal ingenuo del que puede sacar provecho. Miles se enoja consigo mismo por emocionarse y hacerse ilusiones, por darle una connotación romántica a ciertas acciones suyas que claramente son parte de su estratagema. Por dios, Haeillmon es un demonio. ¿Cómo puede ser tan idiota?

Advierte que el cigarrillo se ha consumido entre sus dedos, que Haeillmon ya remató el suyo y que lo está mirando fijamente. Como no sabe qué hacer, saca otro cigarro de la cajetilla y lo enciende con un fósforo. Su encendedor no volvió a funcionar después de que se le cayó a un charco, cuando terminó su jornada en Wild Letters y lo sorprendió un chubasco antes de llegar a su casa.

—¿Te has vuelto a encontrar con el humano? —le pregunta Haeillmon de repente.

Miles agradece haberse encendido otro cigarrillo, porque hablar de Alan con él ha empezado a ponerlo incómodo. Aún no sabe por qué le ocultó que el alfa le propuso ser su compañero de celo. Tampoco le ha contado que mañana tienen una cita, y que en esa cita deberá darle una respuesta.

Da una profunda pitada antes de asentir, esforzándose por verse despreocupado.

—Hoy fuimos juntos a buscar unos libros a la biblioteca después de clases. También hemos hablado por el móvil. Creo que... nos llevamos bien.

Haeillmon no despega sus ojos rojos de demonio de su cara y tampoco responde al momento, un cóctel de ansiedad para él.

—Y-Ya no me pongo tan nervioso cuando hablamos —sigue cuando el silencio se le hace intolerable—. Creo que... ya no es necesario que me acompañes siempre... Es decir, debería intentarlo solo, ¿verdad?

A Miles casi le da un soponcio en los próximos segundos. Incluso el cigarrillo se vuelve un recurso ineficaz ante la mirada penetrante e inmóvil de Haeillmon.

—Como tú desees —acaba respondiéndole, por suerte antes de que se quede sin oxígeno—. Entonces, ya no es necesario que te acompañe a esa fiesta.

—Oh... bueno, supongo que no...

Traga saliva, pero no logra tragar la mentira, que le pesa en la garganta. No le gustan las fiestas ni quiere ir solo a ninguna. No está preparado, y aunque sí es cierto que ha aprendido a acercarse a Alan de una manera menos patética, también ha perdido autonomía al cederle el control a Haeillmon, y ahora se siente inquieto cuando no lo ve tonteando a su alrededor.

Se supone que así no deberían marchar las cosas. Se supone que cada vez debería necesitar menos a Haeillmon, no más y más.

—¿Alguna vez te has enfermado o te has sentido mal en diciembre?

Otra pregunta inopinada que deja a Miles desconcertado, hasta que recuerda que Haeillmon ha estado insistiendo en que él es un demonio. Hablando de ridiculeces...

—Pues... he pillado algún que otro resfriado. También me ha llegado el celo algunos diciembres, pero eso es todo. No hay nada que lo haga diferente al resto del año —asegura.

Su móvil zumba en ese momento. Es Alan, según lo que puede ver en la notificación. Siente la familiar punzada de emoción en su pecho, aunque no abre el mensaje de inmediato. Se vuelve hacia Haeillmon, buscando sus ojos de sangre fresca y hallando la columna del porche en su lugar.

No vendré tan a menudo a partir de mañana —le avisa desde el aire con su voz etérea y en su forma nubosa—. Llámame si me necesitas.

—E-Espe...

Miles levanta la mano, queriendo sujetar el humo oscuro que se desvanece.

Se le forma un puchero cuando se queda solo en el porche. La colilla del cigarrillo robado sigue allí, pero no el ladrón, que se ha apoderado de mucho más y ahora se esfuma dejándolo con no más que limosnas.

Suspira derrotado y chequea su móvil.

"Te gusta la comida italiana?" dice el mensaje.

Miles sonríe a pesar de su desventura. Le gusta la comida italiana, y también le gusta Alan. Todo está marchando bien, asombrosamente bien. Si su corazón late más rápido cuando el demonio se le acerca, o duele cuando el demonio se aleja, es solo una ilusión que ha creado su contrato.

Tiene que despertar. No puede gustarle Haeillmon. Ellos son de mundos distintos. Literalmente.

Después de doce horas sin Haeillmon, Miles empieza a temer que la ilusión esté perturbando su realidad. Especialmente cuando comienza a sudar frío en la librería, mientras intenta explicarle al cliente que el libro que busca está descontinuado. Su lengua tropieza cuatro veces antes de poder terminar una puta frase. Ni siquiera la abstinencia de nicotina lo ha jodido tanto como cuando el demonio se va. Para empeorar las cosas, solo restan un par de horas para su cita con Alan. ¿Va a cagarla de nuevo? ¿Alan lo odiará cuando suceda?

—¿Te encuentras bien? —le pregunta Daisy más tarde, cruzándose de brazos sobre el mostrador—. No tienes buena cara.

Miles asiente de inmediato. Después de haberse ausentado durante una semana, no quiere que su jefa comience a pensar que volverá a hacerlo y termine echándolo.

—Sí, sí, solo estoy un poco nervioso... Tengo... una cita enseguida.

A Daisy se le iluminan los ojos y Miles suspira con sutileza. Al menos no tuvo que mentir (demasiado). Es pésimo en eso.

—¿Una cita? ¡Vaya, nunca me has hablado de amor! ¿Es tu novio? ¿O novia?

Por supuesto que no le ha hablado de amor. Miles no tiene la imaginación de los autores de ficción como para hablar de algo que no existe —al menos no en su vida—. Se pone a ordenar unos libros recién ingresados para que no se le note tanto la incomodidad.

—No, nada de eso. Es... solo un alfa que conocí en la universidad.

—¡Yo conocí a Scott en la universidad! —clama con alegría. Siempre se le pinta una sonrisa cuando conjura a su omega en alguna conversación—. Es una buena época para encontrar a tu pareja, Miles. ¿Cuánto tienes? ¿Veinte? ¿Veintiúno? Ah, quisiera volver a esos tiempos... Nosotros tuvimos a nuestro segundo cachorro a tu edad.

—Oh... —A Miles le da un escalofrío—. Eso es... genial.

Al final no pudo evitar mentir, pero Daisy lanza una carcajada auténtica.

—Ya sabes cómo somos los alfas y los omegas en nuestra juventud. Pero si no es tu novio, tienes que cuidarte, niño. ¿Es un alfa dominante?

Ya no quiere hablar del tema. Hablar de sexo con Daisy es como hablar de sexo con tus padres. Y como si Dios supiera de su contratiempo, otro cliente llega en el momento indicado. ¡La divinidad aún no lo ha abandonado!

Pocos segundos después tiene que tragarse sus palabras y maldecir cuando advierte que el cliente es el puto Candy. ¡¿Qué diablos hace aquí?! Aprieta los dientes. ¡Todo es culpa del demonio! Desde que apareció en su vida, solo pasa desgracias y calentura.

Candy se entretiene con algunos libros antes de avanzar hacia el mostrador, y él se escabulle por uno de los pasillos antes de que pueda reconocerlo. Pero lo hace, porque no hay desastre que no persiga a Miles como las abejas al polen.

—¡Hey! ¿Trabajas aquí?

Le echa un vistazo desdeñoso de soslayo, esperando que el idiota lea mejor el mensaje en su rostro que su placa de empleado.

—¿Qué necesitas?

Candy sonríe maliciosamente.

—El kamasutra —dice con frescura—. Estoy aburrido de hacer siempre lo mismo, ¿sabes? Los alfas se conforman con meterla y sacarla como animales, son tan básicos... Quiero probar algo nuevo.

Miles avanza por el pasillo con Candy detrás, el semblante en blanco y un tornado de adjetivos ofensivos arrasando en su fuero interno. Se dirige a la sección de libros para adultos y se la enseña rápidamente al omega para poder seguir con su trabajo lejos de él.

—Hay muchas versiones. Tómate tu tiempo —se despide.

Candy se atraviesa en su camino, impidiéndole la huida.

—Sé que quieres a Alan.

Miles lo observa con una advertencia en sus ojos. Hallándose en pleno síndrome de abstinencia demoníaca, debe ser uno de los peores días de la historia para tratar con él, por lo que se esmera por sortear al omega para evitar pleitos innecesarios. Pero el puto Candy tenía que sujetarlo del brazo.

—Ese alfa es un cretino —suelta—. Lo único bueno que tiene es su polla y su dinero.

Se zafa con brusquedad, emitiendo un gruñido amenazante, aunque lo suficientemente suave como para no alertar a Daisy.

—No tengo nada que tratar contigo —sisea—. No soy tu amigo, y no me interesa serlo. Déjame en paz.

Candy no parece impresionado ni dolido por sus palabras. Tampoco le aparta la mirada, pero retrae el brazo.

—Solo quiero advertirte. No luces como los omegas con los que él suele... juntarse. Te he visto en la universidad, eres el nerd introvertido que hace todas sus tareas y no hablas con nadie más que con ese tío caliente de cabello platinado.

—¿Y cuál es tu puto problema? —Ha perdido la paciencia. Enfrenta a Candy con el ceño fruncido y las feromonas manando de él furiosas como el viento de la costa. Eso logra cierto efecto en el omega, que arruga la nariz y se aleja un paso.

—¡Tú eres el que tiene un problema conmigo! Solo porque nos encontraste follando en el baño, ya me detestas. —Candy niega con la cabeza y alardea con su blanca sonrisa ladeada—. Déjame decirte que no soy el único al que se folló esa noche, pero sí soy el único que no ha llorado como un imbécil por su culpa. Tienes razón, no eres mi amigo. Tampoco quiero que lo seas. Pero no necesito tener ningún tipo de relación para advertirle a un omega que no se involucre con patanes.

—¿Y me lo dice el omega que se estaba follando al patán en el baño? —Resopla—. Si tienes algún tipo de resentimiento con Alan, arréglalo con él. No me jodas a mí en mi trabajo.

Se observan con fijeza hasta que Candy vuelve a agitar su cabeza y rompe con la batalla silenciosa primero. Pasa por el lado de Miles, deteniéndose apenas un segundo para otear el arsenal de kamasutras dispuestos en el librero.

—Gracias por tu esfuerzo como empleado, tus reseñas han sido muy útiles —ironiza—, pero ya los tengo todos.

El omega da media vuelta y camina con garbo hasta la salida, dejando tras su paso un rastro de feromonas seductoras que le pone de punta el vello a Miles de tanta ojeriza que le da.

Jura entre murmullos. ¿Acaso el Universo está empecinado en arruinar todas sus citas con Alan?

El llanto no demora mucho en visitarlo de nuevo. No sabe con exactitud adónde lo llevará Alan, por ende, tampoco tiene idea de qué ponerse y entra en crisis. La ropa que le obsequió la demonia de la tienda sigue guardada dentro de su placard. Se ha negado siquiera a echarle un vistazo porque le recuerda a su cita fallida y no quiere llamar a la mala suerte, pero restándole apenas quince minutos para que se cumpla la hora en la que Alan indicó que pasaría, desiste de sus supersticiones y coje todas las perchas y bolsas que nunca llegó a abrir. Echa todo sobre su cama y elige con un ojo cerrado. Salta dentro de sus zapatillas blancas y corre a peinarse, a lavarse la cara con agua helada para bajar la hinchazón de sus párpados y ponerse las lentillas. Llega a cazar en volandas su brillo labial cuando su móvil vibra.

Es Alan, y por lo que atisba por el rabillo del ojo, está afuera, esperándolo.

Respira profundamente.

Esta será... su primera cita en veintiún años. Y con el alfa de sus sueños.

Está jodidamente nervioso.

Sus piernas tiesas lo llevan hacia abajo de manera robótica. No se detiene a pensarlo. Es como si fuera a zambullirse en una piscina con el agua helada. Mejor lanzarse que darle vueltas.

Alan no viene en el mismo carro que traía cuando le regresó su billetera, ni en el que suele ir a la universidad. Este es más bajo, más deportivo, más chillón y ostensiblemente más caro. Casi le da un algo cuando el alfa se apea del carro con su atuendo de pijo sexy a juego para abrirle la puerta del acompañante. Balbucea un "hola" y entrecierra los ojos ante su sonrisa deslumbrante.

—Estás... maravilloso está noche —le dice.

Miles se ruboriza. Definitivamente no está a la par de Alan, en ningún sentido, pero agradece el halago e intenta una sonrisa de vuelta.

—Tú también.

Alan se vería maravilloso hasta calzando chanclas con medias, así que cualquier adjetivo le queda pequeño ahora, mientras se apoya en su Mustang con su gabardina larga, sus zapatos de cuero y su cabello rubio brillando a la luz de las farolas.

Sufre otra pequeña crisis cuando su próximo movimiento se bifurca. ¿Entra al carro o profundiza el saludo?

Alan se lo pone sencillo, agarrando su mano para besarle el dorso.

Miles se sube al Mustang boquiabierto.

—¿Tienes frío? Pondré más alta la calefacción —dice su cita antes de arrancar.

¿Cómo podría tener frío a su lado? Le ha dejado la libido a flor de piel. Sumado a que Alan parece evitar los perfumes, su aroma a alfa se encapsula en el carro y golpea puertas internas en Miles que teme se abran en momentos inadecuados.

Necesita rezar una oración, pero conociendo sus antecedentes espirituales, mejor quedarse callado.

Solo le queda confiar en sí mismo.

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