14. La mejor medicina
El móvil de Miles vibra la mañana del lunes mientras se ocupa de que su regreso a Blacklaw no sea tan traumático. Aún hay gente que recuerda su debut en la fiesta de Alan y que se afana por interceptarlo en los pasillos para invitarlo a fiestas esperpénticas y asignarle roles puercos en ellas.
—Jugaremos a ponerle la cola al burro, ya sabes, con más animales. Habrá colas de todo tipo...
Miles forja una sonrisa y evade al alfa desconocido por el costado.
—Lo siento, no estoy interesado.
—¡Son colas a estrenar! ¡En serio, no han sido usadas aún!
Consigue escapar y finalmente revisa su móvil con los gritos del alfa de fondo. Su corazón da un brinco al leer el nombre de su crush en la notificación. El mensaje es escueto: Te veo en la cafetería.
Aunque su cita fracasó, Alan no dejó de escribirle en ningún momento. Miles no es ningún experto en ligar, la mayoría de las veces ni siquiera se le ocurre cómo espolear las conversaciones para que no se estanquen luego del clásico "Hola, ¿cómo te encuentras hoy?". Por suerte, Alan sí lo es. Sus preguntas no son sosas ni ridículas, hace comentarios ingeniosos y bromas en los momentos oportunos, lo que llevó a Miles a convertirse en otro de esos idiotas que le sonríen a la pantalla del móvil. Y así pasó su primera clase del día, con una sonrisa boba y la mente volando a través de fantasías censurables hasta que Niall acabó por sacarlo de sus casillas en el receso.
—¡Ya te dije que estoy bien!
—Pero tal vez es... demasiado pronto para volver. Si te sientes mal...
—¡Niall! —Su amigo debería conseguirse una puta novia.
—Es que... tienes un olor extraño.
Miles intenta no sentirse ofendido y se olfatea discretamente las axilas.
—¡Me duche antes de venir! —protesta.
—No he dicho que huelas mal. Solo hueles raro.
—Pues será que cambié de shampoo.
En verdad le preocupa que se le haya pegado el hedor de Haeillmon y ahora ande apestado al diablo por su culpa. Mira hacia arriba, buscando el nubarrón con sonrisa maligna mientras caminan hacia la cafetería y frunce el ceño al no hallarlo. Cuando despertó, Haeillmon no estaba a su lado. No es que se haya levantado con un humor de perros por eso, solo le jodió un poquito perder su olorosa y calentita manta de ala. Y le jode más que siempre desaparezca cuando va a encontrarse con Alan.
Niall prosigue cauteloso ante su cara de mala hostia.
—Bien... solo quiero que sepas que, si necesitas algo, cualquier cosa, puedes contar conmigo.
Miles suspira. Hubiera bufado si su amigo no tuviera esa expresión de absoluta gravedad y seriedad. Es totalmente incapaz de enfadarse con él.
—Lo sé. Ahora cierra el hocico, déjame ponerme nervioso en paz.
Lo primero que captan sus ojos al llegar al suntuoso comedor de Blacklaw con Starbucks incluído, es la figura de Alan Murphy a juego. Un alfa de élite con cuerpo de atleta profesional, rostro de publicidad de Pacco Rabanne y calzones de Versace. Alan advierte su presencia enseguida, su impoluta dentadura luciéndose entre los labios rellenos y sonrientes. Miles está entre ponerse pálido del susto y rojo de lujuria. Lo peor de todo es que la mesa donde el alfa se encuentra sentado está vacía... como si lo hubiera estado esperando solo a él.
Niall da media vuelta incluso antes de que pueda lanzarle una miradita de disculpas.
—Descuida, tengo que ir a sacar unas copias. Pásalo bien.
—A-Ah... V-Vale...
Admira la espalda de Niall perderse entre la gente que sale de clases para tomarse un break, y luego no le queda otra opción que continuar su marcha hasta la mesa de Alan. No está preparado para esto. Jura que va a golpear al demonio cuando se digne a aparecer.
—¡Hey! ¿Cómo ha ido tu regreso a clases? —pregunta el alfa, haciendo un ademán con su cabeza para que ocupe la silla de enfrente. Miles lo hace de una manera mecánica. Por dentro, desea con furia un cigarrillo y teletransportarse a la cúspide de alguna montaña.
—No ha estado tan mal. Solo debo ponerme al día con algunas asignaturas... ¿y tú? ¿Cómo has estado? —agrega, su memoria trabajando a toda máquina para recordar las reglas de la comunicación humana. Pudo articular una respuesta sin tartamudear. ¡Bien!
Alan revuelve su café con nata y lo observa con tanta fijeza que le suda frío la nuca.
—Los exámenes ya terminaron, así que no he tenido mucho que hacer... Vale, en realidad hemos estado organizando una fiesta de navidad.
—¿Una fiesta? —inquiere con tiesura.
Alan sonríe y llama a la moza para pedir un café negro con un croissant para él, situación que Miles apenas capta conscientemente, pues la palabra fiesta siempre lo deja en estado catatónico. Incluso más si sale de la boca de Alan.
—Esta vez la haremos en la casa de Brandon. Tiene un chalet en Green Lakes, el lago y el bosque se ven muy bonitos con la nieve... Me gustaría que vinieras conmigo.
—O-Oh...
—No tienes que preocuparte por las festividades, la haremos unos días antes de navidad —aclara con rapidez—. Puedo pasar a buscarte, también podemos quedarnos a dormir en la casa de Brandon, es muy grande...
—A-Ah...
Los ojos de Miles han empezado a girar como remolinos a estas instancias. Casi le arrebata el café a la moza que llega con la orden para zampárselo en medio de su ataque de nervios. La moza lo mira como si fuera un energúmeno y se marcha con su entrecejo fruncido.
—Ten cuidado, está caliente...
Ya se ha quemado la lengua, pero educa su rostro en un gesto decente y se traga los insultos. Deja el café sobre el platito y finge una sonrisa agradable.
—Necesitaba café, ya sabes, la abstinencia...
—Eso es muy americano de tu parte —dice Alan entre risas sutiles y seductoras. Lamentablemente, el tema "adicción al café" no es lo suficientemente interesante para hacerlo olvidar el tema "fiesta bizarra de navidad", al que vuelve con una expresión igualmente suave, pero más seria—. Mira, Miles, si no quieres ir, no tienes que hacerlo... No me gustaría que te sintieras presionado...
—¡N-No! ¡Iré! —lanza antes de arrepentirse, pero arrepintiéndose justo después de hacerlo—. No me siento presionado... Solo... estaba pensando si tenía algo que hacer...
—¡Qué bien! —Los ojos verdes del alfa resplandecen. Miles se lleva a la boca un trozo de croissant con crema de frutos rojos y evita el contacto visual. Enfrentar a personas bellas siempre ha sido un desafío en su vida, apenas puede hacerlo con Niall y Haeillmon ni siquiera cuenta como una persona—. Estamos haciendo lo posible para que el receso de invierno en Blacklaw comience una semana antes, como el año pasado, así que no tendrás que preocuparte por ir a clases con resaca.
Alan ríe y él lo imita solo porque parece adecuado para el momento. El poder y el dinero manejan el mundo, no le sorprende que los reyes de la universidad puedan manipular también sus "días no hábiles". Le propina otro trago al café, organizándose mentalmente. Si Alan lo ha invitado personalmente a la fiesta, algo de interés en él debe tener, aunque solo sea sexual. No está tan mal. Muchas veces las relaciones comienzan con sexo, como en muchas de las historias que se venden a paladas en Wild Letters. El problema es que él es virgen. Solo debe hallar una manera de convertirse en una fiera en la cama en dos semanas.
—Miles... ¿Qué tal vas con tu problema hormonal?
La pregunta lo toma desprevenido. Ese es otro de los temas que se ha convertido en su tabú personal, tanto como el de las "fiestas bizarras de Alan Murphy y su mafia de pijos". Hace unos días, cuando recibió un mensaje del alfa preguntando por su salud, le comentó en un texto mediocre que había sufrido un "simple desequilibrio hormonal", intentando restarle importancia a su internación. Los omegas suelen tenerlos de vez en cuando. Especialmente los omegas que no ingieren polla a diario. No había reparado en ese detalle cuando le dio al "enviar", y tampoco pudo borrarlo porque las palomitas del WhatsApp ya se habían coloreado. Solo le quedó rezar para que Alan fuera un pijo sin cerebro como muchos de los estudiantes de Blacklaw, y no estuviera familiarizado con la biología omega. Ahora entiende que, con un demonio viviendo en su casa, ningún dios lo escuchará jamás.
—Uhm... bueno... —carraspea—, ya estoy mejor...
—Pues, te ves precioso, como siempre. ¿Te dieron algún tratamiento?
Sus mejillas se encienden con saña, pero al menos atina a articular un "gracias" apenas audible y a afirmar con la cabeza.
—Debo tomar una medicación —se explaya—, pero me da jaqueca. Tal vez le dé otra oportunidad en el receso invernal, no quiero acumular inasistencias...
—¿Y tienes a alguien para pasar el celo?
El trozo de croissant que circulaba por la garganta de Miles se atora. ¿Alan se ha estudiado el manual de asuntos que le dan por el culo para exponerla en su plática o qué diablos? Tose y termina de pasar la comida con café. ¿Qué debería responder a eso? ¡Todo es culpa de Haeillmon! ¡No tendría que pasar por esto si el maldito demonio hiciera su trabajo!
—Y-Yo... Esto... —Y ya está haciendo el ridículo. El celo quizás era un tabú en los años cincuenta, pero en el siglo XXI es tan trivial como hablar del clima. Todos tienen compañero de celo, sea algo estable o no, sea uno o varios, y nadie se escandaliza por ello. Muchos menos debería hacerlo un estudiante de medicina. Incluso muchos omegas pasan sus celos con otros omegas o con betas, o solos, como Miles. No debería abochornarse, pero aún así lo hace, y ahora luce como un subnormal frente al alfa que lo observa a detalle—. Verás... mis celos...
—Puedo ser tu compañero. Me gustas mucho, Miles.
Miles detiene sus balbuceos dramáticamente. ¿Qué acaba de decirle Alan?
—Me encantaría ayudarte con tu problema hormonal. Soy un alfa dominante —declara con su media sonrisa mojabragas—. Mis feromonas serán más efectivas que cualquier medicación.
Se pasa un largo medio minuto apabullado. Ahora debería reír, ¿verdad? ¿O tal vez algo más sutil como sonreír? Cualquier cosa sería mejor que su cara de pasmo de todas maneras.
—No tienes que hacer nada por mí —se oye decir. Su voz suena tan extraña como se siente—. Realmente no quiero molestarte...
Y eso es todo lo que se le ocurrió decir ante tal magnífica propuesta. Si el demonio estuviera allí, apuesta que ya le hubiera tirado encima la taza de café de nuevo.
—¿Molestarme? —Alan le quita con el pulgar un poco de nata que quedó en su comisura, añadiendo un toque de cliché romántico a la escena—. Creo que estarías haciéndome un favor. —Ríe—. Mira, no es mi intención incomodarte. No es una conversación, uhm, adecuada para tener en la cafetería de la universidad. Quería proponértelo en una cita, pero lo mejor es que lo sepas cuanto antes... Podría empezar a ayudarte cuando tú quisieras —remata con un tono aguardentoso y una mirada por el borde de sus ojos—. Piénsalo, Miles. Si estás libre el viernes... pasaré a recogerte después de entrenar.
Como pensar era una de las cosas que Miles hacía en exceso, pensó en ello hasta que le dolió la cabeza.
Ya ha oscurecido cuando resuelve que aquella charla con Alan verdaderamente sucedió y no fue producto de su imaginación. El alfa había pagado su café con croissant, lo había halagado, lo había invitado a una fiesta guarra —a lo que él había aceptado—, y finalmente, le había propuesto acompañarlo en sus celos. "Ayudarlo" con su problema hormonal. Cualquiera que lo viera allí tirado con la expresión vacía pensaría que la idea no le apasiona demasiado, pero su rostro ecuánime es el resultado de un colapso mental más que el de un absoluto vacío emocional.
Miles está extasiado por dentro, pero no es capaz de expresarlo. Tampoco está el demonio para darle sus arrumacos diarios y eso lo ha inquietado todo el día. Lleva esperándolo echado en el sofá desde que volvió del trabajo.
Debido a ello es que acabó buscando en su cajonera su consolador más grande. Necesita depurar las emociones contenidas con un orgasmo... y calmar el molesto vacío que le ha provocado la repentina ausencia de Haeillmon.
El polvo azulino del suelo se levanta en grandes nubes cuando Haeillmon aterriza tras un último aleteo. Norox ya lo está esperando en los portones del AyünAyüb, rodeado de basiliscos que huyen en cuanto lo ven.
Se acerca al íncubo con un andar grácil, sus patas fuertes y escamosas marcan un ritmo lento que deja las huellas de un temible dragón.
—Apestas eligiendo el lugar para tus citas, ¿sabes? Así nunca seducirás a tu humano.
—A mi humano no lo llevaré a un cementerio. —Se detiene frente al lúbrico, que queda bajo una sombra casi tan titánica como su cuerpo—. ¿Me acompañas?
—¿Es completamente necesario? —inquiere Norox con la voz en un hilo.
Haeillmon sonríe con maldad. El AyünAyüb es el cementerio más siniestro de Sheol Medio. Él se encargó de que así fuera, como lo hizo con todo su sectio¹ después de La Infiltración. Cualquier demonio se lo pensaría dos veces antes de entrar, porque puede que nunca llegue a salir. Norox vacila cuando se abren los portales de sangre cristalizada de cuarenta metros, invitándolos a pasar, pero finalmente se atreve a seguirlo después de una breve lucha mental.
El miasma y la niebla son tan espesos que apenas se puede notar un esbozo de los propios pies al caminar. Al igual que un espectro del montón, Haeillmon se desplaza con sigilo dentro de aquel silencio fúnebre, oscuro y helado; volutas negras y grisáceas se enroscan en sus cuernos y sus patas como guirnaldas. Norox lo sigue de cerca solo para no perderlo de vista y con la boca cerrada. No le agradaría despertar a alguna criatura oriunda de uno de estos mausoleos. Su cola se agita de lado a lado como la de un gato inquieto. Después de un tiempo adentrándose en aquel monstruo laberíntico de efigies y energía resentida, a Norox le gana la ansiedad y pregunta:
—¿Se puede saber porque me has citado a este lugar? Prefiero los burdeles...
—He preparado una tumba para ti, en el caso de que no me sirvas para nada.
Norox palicede. Puede que Haeillmon esté bromeando, o puede que no. Después de La Infiltración, de perder a su erobhi y la cabeza, el Obsygaar se transformó en una criatura tan críptica e impredecible como su sectio. Por eso queda aterido cuando este se detiene frente a la tumba de Celyane.
—En realidad... quería tener la mente clara para cuando me dieras respuestas. Ver a quien amé con devoción cubierto de enredaderas y mierda de basiliscos, siendo apenas un soplo desgraciado vagando por miles de destinos desdichados... a veces me ayuda a refrescar la memoria.
Norox contempla el rostro sin emociones de Haeillmon y sus ojos apagados en dirección a la efigie, efectivamente sepultada bajo una cumbre de mierda y maleza. Mentiría si dijera que no le sorprende el estado de la tumba del difunto erobhi. En el pasado, no le dio demasiadas vueltas al asunto cuando se enteró de que Haeillmon dispuso un lugar para Celyane en el AyünAyüb en lugar de en su castillo, pero ahora que ha visto esta ruina, comienza a replantearse varias cosas. ¿Haeillmon reconoció la traición a su manera y eligió castigarlo de esa manera?
Sus ojos se deslizan hasta la estatua: Celyane, mostrando sus garras y colmillos, con sus alas emplumadas erizadas, mirando hacia arriba con rabia, pero también con pánico. Qué cruento debe de ser su camino. Aunque Norox dista mares de compadecerse de él, le da un poco de vértigo ver su cara petrificada para siempre en una mueca de odio y espanto, cuando alguna vez conoció ese mismo rostro con una sonrisa de enamorado.
—¿Qué has encontrado? —grazna Haeillmon.
Norox demora unos segundos en volver en sí y enfocarse en su trabajo.
—No he encontrado nada —revela.
Haeillmon finalmente se gira hacia él con una expresión que acobardaría a cualquiera.
—¿Nada?
—Nada de nada. Y eso es bastante extraño —reconoce Norox—. Los registros oscuros de Miles Singer están vacíos. Hackee además los registros akáshicos, y... ni siquiera tiene uno allí.
—¿Tiene registros oscuros pero no akáshicos? —inquiere Haeillmon.
Eso confirmaría que Miles es realmente un demonio, aunque su cuerpo ya se lo demostró mucho antes.
—Exacto. O al menos, yo no los encontré —se encoge de hombros—, y sabes que soy muy buen rastreador. Además, dijiste que tenías un contrato con ese humano... No hay manera de que un contrato con un demonio, y mucho menos con un Obsygaar, no aparezca en los registros. También ordené a mis chicos que investiguen las bases de datos del mundo humano. Nancy Kazakov y Jonathan Singer, fallecidos el veintitrés de noviembre de dos mil diecinueve por un accidente en el coche, obtuvieron la patria potestad de tu humano cuando era un bebé, luego de que fuera abandonado a su suerte y lo acogieran los monjes de una iglesia en la ciudad de Syracuse, en los Estados Unidos.
Haeillmon resopla.
—Claro... Una iglesia...
Norox ríe, ajeno al verdadero motivo detrás del tinte sarcástico en la voz de Haeillmon.
—¿No es demasiado cliché? Y resulta que su madre biológica huyó a España, según los documentos humanos —continúa con entusiasmo, olvidándose por un momento del escalofriante cementerio donde se supone tiene un lugar reservado—. Una tal Juliet Faulkner. El problema es que mis chicos la encontraron, no en España, sino en Inglaterra, y hablaron con ella. Vivió un tiempo en Estados Unidos, pero no recuerda haber abandonado a un crío en ninguna iglesia. De hecho, nunca ha tenido hijos. Es una beta en pareja con otra beta desde hace veinticinco años.
Haeillmon tararea palabras indiscernibles a cada dato que Norox agrega.
—Los orígenes de Miles Singer son muy turbios —evidencia el lúbrico—, aunque ha tenido una vida relativamente normal. Completó el nivel primario de educación humana en su casa en la ciudad de Syracuse, pero luego asistió a la preparatoria. Fue un buen estudiante y no dio problemas, a excepción de una ocasión en la que golpeó a unos compañeros luego de que lo dejaron encerrado en el baño. El chico era el rarito de la prepa, así que probablemente fue víctima de manual de muchos matones y zorras.
—¿Sabes por qué hizo el nivel inicial en su casa?
Norox se pellizca el labio mientras observa los pies desnudos de la efigie.
—Sus padres argumentaron que Miles tenía problemas de salud, y eso es lo que se ha plasmado en los documentos. Nada en específico. Tampoco tiene historias clínicas en ningún hospital, clínica ni consultorio privado de la zona.
Haeillmon asiente lentamente, sus párpados algo caídos en su semblante meditabundo.
—Puedo imaginar por qué.
—No pareces sorprendido —señala Norox, curioso—. Con estos antecedentes, podría haber fuerzas del inframundo involucradas con tu humano... además de ti, por supuesto.
—Mi humano... me ronronea y me ofrece su cuello. Busca mi olor cuando cree que no me doy cuenta. Incluso su celo se desató solo porque mis feromonas se salieron un poco de control...
Haeillmon experimenta una sensación inigualable, tan extraordinaria y valiosa para un demonio que se siente fuera de lugar, como si estuviera soñando o poseyendo el cuerpo de otra criatura, una a la cuál no se le fue vedada la luz como a él. Paz. Su humano la trajo a su machacada alma con sus ronroneos y caricias. La deuda de Miles quedó extinguida para siempre en ese momento. Haeillmon sabe que no hay nada que valga lo que vale un minuto de paz para un demonio.
Norox parpadea con asombro. Ni siquiera los íncubos han logrado despertar un celo o un RUT humano, por la sencilla razón de que los humanos temen consciente e inconscientemente a los demonios. Eso iría directamente en contra de su instinto de supervivencia y de conservación de la especie. Pero eso ni siquiera es lo más impactante.
—Tus feromonas se salieron de control... —repite, solo para corroborar que oyó bien.
—Lo hicieron. Siempre lo hacen.
—¿Solo por el chico? Tal vez tu RUT está cerca...
—No lo está. —Y es la verdad, pero a Haeillmon realmente le preocupa su RUT. Le preocupa la integridad física y mental de Miles si por esas "casualidades" de la vida llega a gatillar su RUT con todo ese show omega que le encanta hacerle y a él le encanta recibir.
Norox se aclara la garganta.
—¿Crees que Miles Singer es un daemonus?
Un daemonus es un híbrido humano-demonio. Haeillmon no cree que haya ni un gramo de sangre humana en Miles, pero decide no alegar nada más por ahora. Como dijo Norox, sus orígenes son turbios. No hay registros de su verdadera progenitora ni de su progenitor. Miles ni siquiera mencionó a su padre cuando le contó su historia.
Admira la efigie endurecida y asolada.
Amó a Celyane.
Luego Celyane le mintió, lo traicionó, y se llevó todo su amor consigo a la tumba. Dentro de esa figura de piedra de rostro salvaje y aterrorizado, hay ilusiones, confianza, tiempo y esfuerzo que quedaron petrificados y muertos, perdidos para siempre.
Haeillmon aprieta los puños y comienza a andar tras dar media vuelta.
—Intenta hallar a las almas de Nancy Kazakov y Jonathan Singer. Vamos a hacerlas hablar. Es muy probable que vayan a resistirse, así que consigue a un buen nigromante. —Le lanza a Norox una mirada muy poco amigable—. Mantén todo esto en secreto. Y que nadie se entere de que estoy visitando a un humano.
—Haeillmon... ¿en serio no piensas volver?
Haeillmon continúa su camino sin molestarse en responder. No estuvo con Miles durante su regreso a clases y no deja de pensar en si se habrá encontrado con otro hijo de puta en el baño. ¿Le habrá pasado algo? ¿Y si necesitó de él y él no acudió a su llamado?
—Taemon se quedó ciego —suelta el incubo de repente. Se detiene apenas unos segundos para que termine de contarle el chisme, que de todos modos le suda la polla—. Sabes lo grave que es eso, ¿verdad? Sheol Medio podría peligrar, y si Sheol Medio peligra, también lo hará nuestro Supremo Señor de los Pecados.
Haeillmon pone los ojos en blanco. También le suda la polla su Supremo Señor de los Pecados, que nadie ha visto en la puta vida. Tiene la hipótesis de que es un demonio decrépito que no puede mover el culo, o que en el Sheol Profundo no hay nada y que "el Supremo Señor de los Pecados" es solo un invento de los imbéciles para equipararse al Edén. "Si las piojosas palomas tienen a su Supremo Señor, los demonios también debemos tener uno".
—Pues quedó ciego, pero no eunuco —denota con sorna—. Si lo ves, sugiérele que se busque otro erobhi y se reproduzca para que alguien herede Los Ojos pronto.
Sí, es un maldito cínico, con la cara tan dura como las estatuas que poblan el AyünAyüb, pero el tiempo de compadecerse de ellos mismos ya acabó. Si Taemon elige otro erobhi, está bien. Si Taemon sigue odiándolo por lo que pasó, está bien. Si elige hundirse en la miseria y abandonar a Sheol, como lo hizo él, está bien. A Haeillmon dejó de importarle todo hace mucho tiempo.
Norox lo observa desaparecer en silencio, engullido por las sombras del AyünAyüb.
Lo primero que ve Haeillmon cuando regresa al mundo humano es a su contratista semi desnudo y semi tumbado en el sofá, ametrallando con la mirada al pene de silicona que sostiene en su mano. Miles advierte su presencia después de lanzar algunos siseos indescifrables, y en el momento en que sus orbes violetas lo enfocan, su rostro ya de por sí enrojecido por la rabia se pone como una cereza por la vergüenza.
Haeillmon no se esperaba que le arrojara el dildo a la cara, pero así lo hizo Miles.
El pene rebota en su frente y cae al suelo, y Miles explota en llanto y se oculta bajo la manta que tiene consigo.
Haeillmon permanece de pie sin decir nada, dándole —y dándose— un tiempo para asimilar la situación. Comprueba que su tamaño y aspecto sean lo más cercano al de un humano para no asustar al omega, pero conserva sus cuernos, porque ya lo ha pescado varias veces observándolos. Tiene la conjetura de que a Miles le gustan mucho.
Pasado el tiempo prudencial, se acerca hasta el sofá y se sienta en el hueco que encuentra al lado del bulto lloroso.
—¿Qué ha sucedido? ¿Alguien te hizo daño o te dijo algo? —pregunta, algo asqueado consigo mismo.
Parece un angelito de la guarda con dos canicas de cojones, pero el llanto del omega le pone el vello de la nuca de punta. Gatilla su instinto alfa, que de inmediato se prepara para una ofensiva letal. Ni la piedad divina podrá salvar al humano cabrón que se atreva a tocar lo suyo.
Miles sigue sollozando debajo de la manta y lo azuza a gruñir a la nada como un gilipollas, por lo que se la arranca de un jalón, dispuesto a acabar con esta escenita. Lo halla en posición fetal, con una camiseta gigante y el culo al aire. Miles le lanza una mirada de reproche, pero se ajusta en su ovillo al oír los gruñidos combinados con sus colmillos expuestos.
—¡Respóndeme o provocaré un suicido colectivo en tu puta universidad! —ruge.
El omega da un bote y se amilana aún más, pero esta vez, en lugar de llorar y chillar como lo haría cualquier humano, gira la cabeza y le obsequia la nuca.
El rostro de Haeillmon se queda en blanco. Los minutos pasan sin que pueda dar con una explicación. ¿Miles es siquiera consciente de lo que hace? ¿Hace lo mismo con otros humanos o solo con él? ¿Es posible que lo esté manipulando? Porque de ser así, el muy bribón lo está logrando, y eso le jode muchísimo. Se pasa la lengua por los colmillos punzantes e intenta calmarse en tanto se frota el rostro con ambas manos.
Es inaceptable.
Jamás le había costado tanto controlarse a sí mismo, pero ahora siente que su férrea disciplina se diluye un poco más a cada día que pasa.
Alza a Miles y lo ubica sobre su regazo para luego arrellanarse contra el respaldo del sofá. No mucho después, un ronroneo empieza a vibrar en la laringe de su contratista, leve en los albores y progresivamente ruidoso. Haeillmon acaba adormilado, e incrédulo. Un jodido ronroneo omega ha logrado lo que él ya no es capaz de conseguir.
—Ha, me has puesto una correa en el cuello. ¿Qué clase de demonio eres? Jamás he conocido a uno como tú.
Miles continúa con su ronroneo a sabiendas de que surte efecto y porque se siente a gusto. En pocos minutos ya se ha olvidado de su frustración y vuelve a olfatear con brío y a desplegar todo su show omega. Se restriega en el cuello y en la parcela de pecho que la túnica deja a la vista; Haeillmon abre las solapas para meterlo dentro como un bebé canguro y así poder calentar la piel helada de su culo. El ronroneo sube algunos decibeles en tanto su emisor se arrebuja en su guarida favorita.
—¿Me dirás ahora qué sucedió?
El ronroneo se detiene cuando Miles está listo para responder.
—Yo... no puedo correrme —confiesa en un murmullo.
Haeillmon no sabe si reír o llorar. Siente alivio y le da un poco de gracia, pero a la vez se frustra por no tener un motivo para matar. Si asesina a un humano sin que éste le haya dado una buena razón para hacerlo, el Estado Angélico se alertará y las palomas le tocarán los cojones. Se pellizca el puente de la nariz y contempla el pene de silicona que yace en el suelo luego de que lo zurró en la frente.
—Por supuesto que no podrás correrte con eso luego de haber probado mi lengua.
Miles empieza a lagrimear e hipar de nuevo, dejándole los nervios como Peter Parker evitando la tragedia del tren en Spiderman 2.
—¡¿Por qué diablos lloras?! —ladra exasperado, lo que impele a Miles a hacer un escándalo de llanto y gritos.
—¡Es tu culpa! ¡Tú... me quitaste lo único que tenía! ¡No tengo sexo y ahora tampoco puedo correrme por mí mismo! Y tú... ¡no me tocas! —Eso deja aturdido a Haeillmon, que solo recepta los plañidos con el cuerpo rígido—. Bromeas y me haces creer que te gusto, ¡pero solo soy un humano estúpido y simplón para tí!
Muchas cosas se ponen en juego en la mente de Haeillmon en ese momento. Por un lado, su alfa enloquece: el omega que pretende lo está injuriando al banalizar la fuerza de su instinto, rebajándolo a una mera "broma". No obstante, como el omega se encuentra realmente frustrado, no puede hacer más que darle la razón y pensar que lo ha descuidado, a pesar de que ha evitado el contacto sexual precisamente para protegerlo. Necesita confirmar que no lo lastimará si le mete su polla de veintisiete centímetros (lo máximo que puede reducir su tamaño) antes de hacerlo suyo. Necesita confirmar que no se intoxicará y volverá loco si lo llena de litros de esperma de Obsygaar. Por otro lado, la culpa es un sentimiento intolerable para un demonio, porque los hace débiles contra las palomas. Sentir culpa es una traición hacia sí mismo, y Haeillmon es muy sensible a las traiciones, pero aquí está, siendo reprochado por su omega y sintiéndose terrible por eso.
—Omega... ya deja de llorar —le pide en un tono más delicado. Lo estrecha entre sus brazos y libera un torrente de feromonas para apaciguar su alma. Como intuía, las fosas nasales de Miles se dilatan para acapararlas todas hasta calmarse—. Eres un omega perspicaz aunque te lo niegues a ti mismo. No puedo obligar a mi cuerpo a dar señales para "hacerte creer" que me gustas. ¿Acaso tú ronroneas a propósito?
A Miles le da pudor, pero acaba negando con la cabeza.
—Exacto, tú tampoco puedes hacerlo. Me ronroneas y te mojas porque te gusta lo que te doy, y me pones la polla dura porque me gusta que me ronronees y te mojes para mí. Olvida lo que te dije la otra vez, ¿sí? No creo que seas un humano estupido y simplón —remarca. Ni siquiera cree que sea humano en primer lugar, pero ese es tema aparte—. Y si no te he follado aún, es porque intento mantenerte con vida. Yo no soy el puto Alan Murphy.
Cuando acaba el diálogo más cursi de su maldita vida, Haeillmon se siente más raro si cabe. Luego advierte que no se trata simplemente de la pérdida de dignidad por ser uno de los pocos demonios sinceros que existen, sino que Miles lo está mirando fijamente, y hay algo en esa mirada que lo está inquietando; en esos ojos, que disparan una sensación de familiaridad en algún lugar recóndito de su memoria.
Pero cuando Miles lo besa, también empuja todo a un plano lejano, a las espaldas de una monarquía de fuego y deseo.
(1) Sectio: Sheol medio se encuentra dividido en siete territorios, llamados sectios, cada uno de ellos perteneciente a un Alto Obsygaar.
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