12. Bon appétit

La puerta se cierra detrás de Miles y su solitaria casa lo recibe con un aire gélido. Camina desganado hasta su habitación, donde aún yacen las bolsas con la ropa que no llegó a estrenar. Comienza a recogerlas una por una, saca de su interior las prendas y las ubica pulcramente en su armario. Una lágrima deja un rastro caliente por su mejilla.

¿Por qué siempre tiene que arruinar todo?

Aunque los resultados de sus test no arrojaron más que un desequilibrio hormonal, estuvo tres noches internado por esa estupidez. No fue hasta la segunda, cuando recuperó la consciencia, que pudo pedirle disculpas a Alan y explicarle la situación. Se rehusó a decirle en qué hospital se encontraba e inventó una excusa para evitar que fuera, pese a que el alfa se había mostrado preocupado por su salud e insistió en verlo. No quería... no quería que lo viera en ese estado deplorable. Su primera cita tenía que ser en un restaurante, en un parque o en un cine, no en un maldito hospital.

Mmm... ¿Y esa minifalda? —ronronea el demonio en su forma etérea.

Hacía días que Miles no oía su voz, aunque el demonio no se movió de su habitación en el hospital, excepto por esa ocasión donde se marchó por un par de horas y regresó completamente abstraído. Estuvo a su lado hasta que le dieron el alta, en silencio, al igual que Niall.

Y hablando de Niall... Aún no le ha agradecido a su amigo por todo lo que hizo por él. Incluso se hizo cargo de los gastos del hospital y le compró parches de feromonas para estabilizar sus hormonas. Ha estado tan sumido en la aflicción que ni energías tuvo para articular un "gracias".

—¿La has comprado por mí? —sigue tonteando Haeillmon, para nada agraviado por su manifiesto desdén. Se ha arrellanado en su cama, con toda la confianza que un demonio con apariencia de dios puede tener. Miles percibe su pérfida mirada atornillada en su espalda.

—Vete a la mierda. Todo esto es tu culpa.

—¿Qué tengo yo que ver con tu resistencia de anciano?

Miles echa humo, su furia usa como combustible todas y cada una de sus desgracias, por lo que se asemeja a una fiera cuando se lanza sobre el demonio con los colmillitos expuestos y sus deditos en forma de garras.

—¡Tenías que ayudarme a prepararme para la cita! —Muerde el brazo del demonio, que solo se divierte con su despotrique.

—¡Un gatito mordería más fuerte!

Miles ruge con la boca llena y llora al mismo tiempo, hasta que Haeillmon comienza a sentirse mal por hacerlo cabrear, y luego él mismo se cabrea por sentirse mal. Ese círculo vicioso otra vez. El mundo humano corrompe a los demonios. O quizás es el omega el que lo corrompe a él.

—Oye, deja de ser tan patético —dice, acariciándole el cabello—. Hay cosas peores que perder una cita... como ser virgen.

A Miles se le tiñen las escleróticas de rojo. Haeillmon lo sujeta entre sus brazos y lo levanta antes de que su ojeriza evolucione, camina hacia la ventana y se lanza por ella con él a cuestas.

Lanza un gritito. No tuvo tiempo para procesar la situación, solo vio el mundo borrándose y sintió sus órganos cambiar de lugar.

—¡A-Auxilio!

Nadie oye su súplica, pues el demonio abrió sus enormes alas y ganó altura en unos pocos segundos. Se sujeta a él instintivamente, su cara encajada entre los pectorales. Ojos que no ven, corazón que no siente, dicen, aunque tiene mucho que objetar. Su corazón galopa con saña, y aunque el peligro de muerte colabore, es consciente de que es el aroma del demonio, que lo envuelve como un segundo abrazo, y el suave latido de su demoníaco corazón, la principal causa de su arritmia. Tiene los ojos cerrados, pero siente muchas cosas. Poco a poco se anima a separarse del pecho ardiente a pesar de la noche helada que por encima los ampara.

—¿Y? ¿Qué tal? Pensé que necesitabas... aire fresco —comenta casualmente Haeillmon, su vista puesta al frente.

Gustarle es poco. Miles está fascinado con las vistas: la ciudad es como un sol nocturno, o como un reflejo del éter estrellado, con sus innumerables luces de colores y los ronroneos de los últimos carros cantando una nana que llama al sueño. Su ira se quedó en su cuarto, ahora solo lo acompaña un demonio y la inefable emoción de haber cumplido un deseo.

—Siempre... quise poder volar —devela en un susurro. Haeillmon lo oirá a pesar del viento.

—Siempre he querido arrojar a un humano desde las alturas...

—No arruines el momento.

Aunque Haeillmon se ocupó de cubrir a su humano con una capa de magia aislante, teme que vuelva a enfermarse por el frío, por lo que el paseo por aerolíneas infernales no se dilata más de lo necesario. No obstante, la siguiente parada no es la casa del omega, sino la azotea del edificio más alto que encontró. Aterriza en el parapeto y lo deja con cuidado en el suelo, permaneciendo a su lado por si algún mareo lo hace irse de bruces.

Por el contrario, en lugar de estar enturbiados, los ojos de Miles brillan. Se asoma por el borde para admirar el panorama.

—No te acerques demasiado...

Miles observa a Haeillmon con suspicacia.

—¿Qué? —pregunta el risueño demonio.

—¿Vas a comerme o algo así?

—Si tanto insistes... —Miles le aparta la cara cuando hace ademán de darle un mordisco.

—¡Quita!

—¿Por qué? Los demonios somos maestros del deseo. Sé que te sientes atraído por mí...

El omega se ruboriza al quedar expuesto. Los demonios también son los maestros de la mentira, por lo que no servirá de nada negarlo. Saca de su parca la cajetilla de cigarrillos, enciende uno y se inclina sobre el antepecho de la azotea, evadiendo el contacto visual.

—¿Y qué? Eso no significa nada. Soy un omega joven y tengo ojos.

Se pone tenso cuando siente al demonio a sus espaldas. Lo acorrala entre su cuerpo mastodóntico y el parapeto, sus brazos fornidos lo cercan e imposibilitan su escape.

—También tienes un culo delicioso que me encantaría comer...

El hálito de Haeillmon roza su oreja y hace que su sangre borbotee. Se remueve en el sitio, incómodo por sus calzones mojados, pero no aleja a la criatura tentadora. Desde que invocó al demonio por error, Miles ha sentido que sus defensas se han oxidado, o tal vez se venían gastando desde mucho antes y Haeillmon solo acabó de romperlas. No sabe si el demonio lo ha alistado para la muerte o para la vida, pero quiere descubrirlo.

Descubre el cuello cuando el demonio se inclina para olfatearlo. Oye un sutil gruñido antes de que algo caliente y húmedo barra su piel. La lamida lo estremece y la ciudad se vuelve brumosa ante sus ojos.

Los caninos de Haeillmon juegan con su collar protector, y su nuca arde y pica al mismo tiempo: son sus glándulas omega estimuladas, que segregan feromonas y se inflaman para acoger una mordida.

Haeillmon se toma su tiempo para paladear cada reacción, aunque está forzando su autocontrol hasta el límite. El omega es como un nuevo pecado que ansía cometer y siente que ese deseo lo subyuga.

¿Humano?

. Qué buena broma. Es la segunda vez que ese "humano" le enseña el cuello, y alrededor de la vigésima vez que él quiere morderlo.

—Miles... —se oye decir, rodeándolo con sus brazos. Su polla endurecida halla un sitio cómodo entre sus nalgas—. Voy a quitarte el collar...

Ngh...

Miles se frota contra su polla y agita sus pequeños pies, pues se han despegado del suelo por el amarre.

—¿Te gustaría ser mío? Mío por completo... Puedo hacerte sentir cosas que ni siquiera llegarías a imaginar...

Miles no puede pensar con claridad ahora mismo, y lo que piensa se resume en una polla siniestra en su culo y en obtenerla pronto. Ahogado como está en la excitación, no capta sus alarmas cuando el demonio lo libera solo para empujarlo contra la barrera.

A Haeillmon se le forma una sonrisa desquiciada cuando le baja los pantalones con calzones incluidos. Un agujero rosado, hinchado y empapado con la lubricación del omega le invita. La saliva comienza a desbordársele de sus comisuras.

Y ese aroma. Haeillmon ha luchado en muchas batallas, pero nada le había golpeado tan fuerte como la feromona de este omega.

—¿Por qué hueles tan bien? ¿Por qué diablos hueles así, cariño?

El omega junta sus rodillas y las lude, inquieto como nunca. Gimotea cuando le abre las nalgas con ambas manos. Por debajo, ese precioso agujero tiembla y se abrillanta con más fluido. Una epifanía espeta el cráneo de Haeillmon con fuerza, y le revela que, una vez que pruebe lo que tiene enfrente, se creará un punto de inflexión en su vida.

Quizás es justo lo que necesita.

Saca la lengua y la presiona justo sobre el anillo. Raspa hacia arriba y saborea la muestra. Empieza a reír.

—Jodido Dios, debe ser otro de tus castigos...

Haeillmon ha sido castigado innumerables veces, pero ninguna de ellas ha estado cerca de matarlo. Ahora siente que realmente le han dado un golpe bajo. ¿Por qué un humano? Y uno que gime tan bonito...

Hunde el rostro en el surco de su trasero, respondiendo a su llamado urgente. Miles levanta el culo y grita al ser penetrado por su lengua, luego se impulsa hacia atrás, buscándolo cada vez que sale de la cavidad para lamer los alrededores. El cigarrillo a medio consumir se escapa de entre sus dedos firmemente rizados.

—¡Ah, Haeil...!

El pene de Miles ataca la pared con un chorro de ciere. Su parte inferior se siente tan floja que duda poder mantenerse sobre sus piernas, por eso se sujeta del borde que lo separa de una caída mortal, su vida depende de eso y del demonio que lo folla con la boca. Jadea y mueve el culo en busca de más, y la criatura se lo da, metiéndole la lengua que jura sobrepasa con creces la longitud de una humana. Está caliente y viscosa, no puede evitar retorcerse por dentro y por fuera cada vez que entra y sale de su agujero. En su vientre cosquillea una sensación agradable y a su vez desesperante. Quiere que dure para siempre, pero también llegar a ese final que su cuerpo exige.

Haeillmon lo acaricia por dentro, presiona ciertos lugares que lo enloquecen y finalmente clava esa lengua inhumana en sus profundidades. El placer se vierte por todo su cuerpo cuando aquel núcleo de tensión en su vientre revienta al fin. Se muerde el labio en un intento fallido de detener todos los gemidos jadeantes que el demonio aspiraba a robarle.

Haeillmon lo sostiene por las caderas mientras disfruta su comida. El líquido omega desciende por su tráquea, pero su calentura sigue en ascenso. Siente que su polla explotará y luego seguirán sus sesos. Retrae su lengua cuando los latidos del clímax se calman y contempla los resultados de su obra de arte: el culo con la marca de sus manos y el agujero satisfecho, junto a la mente del omega vagando por el quinto satélite de júpiter. Y aunque lo ha dejado hecho un maravilloso desastre, el verdadero caos llamea en él. Es levemente consciente de que sus caracteres demoníacos han salido a la luz, como sus cuernos y escamas, y que su respiración está agitada. Avienta a Miles al suelo, que cae como un muñeco de trapo, se cierne sobre él y le arranca el collar sin siquiera una mínima resistencia por su parte. Una nuca pálida y limpia resplandece a la luz de la luna. Haeillmon se repasa las encías pulsantes y luego lame la piel expuesta, cubierta de feromonas y sudor.

Pulchrum lilium album, cupio videre te conteri in manibus meis...

Se detiene a medio camino del fino cuello cuando oye los sollozos de Miles. Una parte de él responde a los mismos, deseando subsanar lo que sea que lo está angustiando, la otra solo quiere enterrar los dientes en la piel cremosa. Las gafas del omega han salido disparadas en la caída, por lo que los grandes orbes violetas lo enfrentan en toda su dulce desnudez.

Dump-dump.

La mente enturbiada de Haeillmon se despeja. A la par, un diamante rueda por el moflete rojizo del omega; es una lágrima con la luna en su espejada superficie.

—No me muerdas... Me da miedo...

Haeillmon está tan contrariado que hace chirriar sus dientes, pero acaba retrayendo su impulso y comienza a acomodar la ropa de Miles.

—No me digas qué hacer —bufa. Ni siquiera consigue sonar amenazante, aunque para el omega, que está asustado, es una bestia mostrando sus garras.

El silencio los acompaña hasta que Miles está completamente vestido y de pie en su cuarto. Durante el vuelo de vuelta, se aferró al demonio y hundió la cara en su pecho como en un inicio, aunque algo había cambiado: el corazón de Haeillmon latía con mayor brío.

Miles lo interpretó como un indicador de enfado y prefirió no abrir la boca.

—¿Te gustó?

Mira al demonio de soslayo. Aunque sigue temeroso, ya no hay riesgo de que lo arroje desde las alturas, y ahora otras preocupaciones, menos básicas pero igualmente perturbadoras, comienzan a despuntar en su cabeza. Una de ellas tiene que ver con cuánto disfrutó que le comiera el culo.

Se pone su pijama —una camiseta desteñida que le llega a las rodillas y unos calcetines de lana— y se lanza a su cama sin darle una respuesta a Haeillmon.

—A mí me gustó mucho —dice este con una combinación de sonrisa de zorro y hoyuelos encantadores, tan incoherentes con su maléfica naturaleza. Como era obvio, Haeillmon no iba a dejar a Miles tranquilo. Se acuesta a su lado, invadiendo descaradamente su espacio personal.

—¡Vete!

—Chuparé ese delicioso agujero tuyo las veces que quieras.

Miles adquiere un color afrutillado.

—Maldito, solo haces lo que quieres. Deja de molestarme.

Kryshs'sia...

—¡Ya cierra la...!

—¿Qué les sucedió a tus padres?

El tren de insultos que preparaba Miles frena en algún lugar de su garganta. El dolor enseguida se asoma en su semblante, que gira hacia el lado opuesto a la criatura para ocultárselo.

—No te incumbe —escupe.

—Creo que no eres humano.

Su cabeza vuelve a virar hacia la boca que lanzó aquella absurdez. Esperaba encontrarse con una burla, no con el rostro serio y las pupilas dilatadas devolviéndole la mirada. Ríe, porque es la única reacción que halló en su confusión.

—Tal vez tengas razón. Ningún humano sería capaz de soportarte.

Mn. Ningún humano soporta mis feromonas, pero tú te mojas con ellas —Miles va a rechistar, pues tiene un puñado de mentiras con las que contradecirlo, pero Haeillmon le tapona la boca con su palma—. Ni siquiera entiendo por qué lo intentas. Tu cuerpo no engaña a ninguno de los dos.

—¡Mmmh!

—¿Quizás eres un íncubo? No, imposible. Jamás he oído de uno que sea un mojigato quejica como tú.

Miles le muerde la mano.

—¡Piérdete! —chilla apenas su boca es liberada.

—He visto las fotos familiares del vestíbulo. No se parecen en nada... ¿Tu madre tuvo una aventura extramatrimonial?

La mirada de Miles podría rebanar un lingote de hierro con solo posarse sobre él. A Haeillmon le encanta ser receptor de ella, pues ha hallado en la experiencia sentires, tan extraños después de haber permanecido muerto durante veinte años.

—No te metas con mis padres —le advierte Miles, dándose la vuelta para dormir.

Haeillmon no insiste. A pesar de que tiene métodos más rápidos y eficaces para obtener la información, prefiere que el omega responda voluntariamente. Como todo usuario de magia, es partidario de que nada ocurre por casualidad. Hay baches e incongruencias en la historia de su contratista y él tiene que llegar al fondo del asunto, porque Miles lo hizo dueño de su alma desde que lo invocó. Ahora es suyo.

—Mi madre biológica me abandonó en cuanto nací —cede inopinadamente Miles, e inmediatamente levanta las orejas—. Me dejó al cuidado de sus amigos, ellos me criaron... Se supone que iba a ser algo temporal, pero ella nunca volvió por mí. Mis padres la conocieron en un grupo religioso, fue allí donde se hicieron amigos, por eso decidieron hacerse cargo de mí en lugar de darme en adopción cuando se esfumó. Hace cinco años, tuvieron un accidente en el coche. No pudieron salvarlos —musita con la voz estrangulada—. No hay mucho más que eso. Ahora déjame dormir.

Haeillmon casi resopla por lo sospechoso que es el relato.

—¿Un grupo religioso? ¿Cómo se llamaba?

—¡Yo que sé!

El demonio gruñe y Miles se acoquina. Intenta hacer memoria, rescatar algún dato que pueda tener que ver con el grupo al que sus padres concurrían con frecuencia, pero como no hablaban mucho de ello y su cerebro se arruinó después de que el cretino que tiene al lado le comiera el culo, su lupa mental no encuentra una mierda.

—¡No lo recuerdo! —jura.

—¡Haz memoria! —lo insta Haeillmon.

Los engranajes neuronales de Miles empiezan a humear. Él no trabaja bien bajo presión, por eso siempre estudia con mucha anticipación para sus exámenes, no como Niall...

Y la luz se hace parcialmente.

—¡E-Espera! Algo recuerdo... Mis padres solían mencionar un nombre o lo que sea, era difícil de mencionar, por eso nunca lo aprendí. Era algo como... ¿Nairot? ¿Neriot?

—¿Naeprhyroth?

—¡Sí! —Se voltea por enésima vez, pero en esta ocasión su nariz roza la de Haeillmon. La sorpresa se enrosca a su corazón y lo estruja, y aunque quiere apartarse, la fuerza gravitacional de esos ojos inhumanos lo succionan. Poseen esa belleza embelesante que solo las cosas oscuras y malignas tienen.

Haeillmon le sujeta la barbilla cuando trata de alejarse. Aquella belleza cautivadora, ignominiosa, también vibra en los ojos púrpura.

—Mírame.

—¡M-Me da miedo!

El demonio sonríe.

—Quiero enseñarte lo que hay más allá del miedo.

Titubeante, Miles arrastra sus orbes, fijos en una esquina del techo, de vuelta a los de la criatura, rivalizando o tal vez complotándose con ellos. No imaginó que pudiera haber algo más íntimo que tener una cara enterrada en el trasero hasta ese momento. Se siente demasiado... vulnerable. Y extraño. Cuando ve una guerra, una muerte y un demonio doblándose con un llanto desgarrador cree que ha comenzado a alucinar, como si Haeillmon fuera una droga que intoxicara con solo observarla.

Se zafa del agarre y retrocede perturbado.

Haeillmon piensa que su termómetro de vergüenza estalló y le da un poco de ternura. Acaba riéndose de lo ridículo que es todo, y con todo no solo se refiere a lo innegablemente pillado que está por su contratista y lo estúpido que es por dejarse vencer nuevamente por una pasión, sino porque el supuesto "grupo religioso" al que asistian los "padres" de Miles es un jodido aquelarre de brujos. De hecho, es el aquelarre que más conexión posee con el Sheol medio y los Altos Obsygaar. Ahora comprende por qué la casa apesta a brujería.

Se incorpora con algo en mente.

—¿A-A dónde vas? —le pregunta Miles, todavía mirándolo como si hubiera pateado un perrito.

—¿Quieres que duerma contigo?

—¡Por supuesto que no!

—¡Entonces lo haré! Pero primero...

... debe revisar este lugar. 

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