10. De cupido a psicólogo
Miles quería estar despampanante y cuerdo para su primera cita con el alfa de sus sueños, pero entre el querer y el obtener lo deseado hay un largo camino. Y el de Miles está lleno de pozos y púas. Y demonios gilipollas que adoran verlo arrastrarse en su mierda.
—Estos... son inhibidores de alfa —susurra. Iba a increpar al demonio por haberse equivocado en el mandado, pero entonces comprendió que, en realidad, el que se equivocó fue él.
Cayó redondo en la treta de Haeillmon.
Cuando llegó a casa, cansado luego de un largo día de universidad, trabajo, interacciones sociales indeseables y calentura irresuelta, lo único que consiguió insuflarle un poco de ánimo fue ver al demonio aparecer con una bolsa repleta de medicamentos. Sus inhibidores de celo. Saltó del sofá en el que se había desinflado como un globo pinchado, inyectado por la esperanza de degustar la buena noticia del día. Le arrebató la bolsa a la criatura infernal y sacó una caja de inhibidores, su rostro rozagante al notar el logo de uno de los mejores laboratorios de su país impreso en ella. ¡Bien! Miles irradió alegría y alivio hasta que sus ojos decodificaron las letras de abajo.
"Inhibidores de RUT"
Ahora, la cara del demonio se encuentra dividida por una estratosférica sonrisa.
—¿Y cuál es el problema? —suelta con frescura.
La impotencia de Miles escala a pasos agigantados. Es como el reactor cuatro de la Central de Chernóbil en el pico de su inestabilidad química. Puede percibir cómo la ira se expande sacudiendo sus entrañas y haciendo temblar sus músculos, pero, cuando estalla, apenas le sale un gimoteo, unas lagrimitas y un mohín. Deja caer la caja al suelo, resignado.
Es su culpa, solamente su culpa. Fue su error no formular la propuesta en términos claros. Es decir, no puede culpar al demonio por ser un demonio. La orden había sido "tráeme inhibidores". Olvidó especificar cuáles, puesto que un humano normal con la mínima noción de amabilidad y lógica habría sobreentendido que lo que necesitaba eran inhibidores para él y le habría traído inhibidores de omega. Pero no está tratando con un humano. Haeillmon siempre estará atento al momento en que su ignorancia o despiste salga a la luz para regodearse y usarlo en beneficio propio.
Cuando juegas sucio, como Miles, tarde o temprano terminarás atrayendo a los de tu misma calaña.
Iba a prepararse una cena frugal, pero ya no tiene hambre. Se retira hacia su cuarto en silencio, y luego se mete al baño para sacarse el sudor y la amargura del día. Es normal no sentir el propio aroma, sin embargo, en esta ocasión Miles arruga la nariz ante el olor que desprende su ropa. Es empalagoso, le recuerda a una fruta demasiado madura, pronta a pudrirse. Sus feromonas omega. Lanza toda la ropa al cesto, asqueado, y se rasquetea con manía bajo la lluvia de la ducha, intentando dejar atrás los pesares del día. Los combate con pensamientos optimistas sobre su cita del sábado y los recuerdos de los besos de Alan. Cuando acaba de enjuagarse el jabón, ya se siente un poco mejor.
"Está bien" —se alienta en pensamientos—, "no puedo usar esos inhibidores, pero sí puedo intentar venderlos".
Puede venderlos con descuento en Facebook, y como esa marca es costosa, seguro recaudará un buen monto incluso con las primeras cajas que venda. Con ese dinero, comprará inhibidores para omega. ¡Y Niall puede ayudarle a vender!
Sale de la ducha con una sonrisa y un asentimiento, validando sus propios pensamientos. Sí, Niall lo ayudará. Conociéndolo, hasta le ofrecerá prestarle dinero o insistirá en comprarle los inhibidores sin pedir nada a cambio, no como el maldito demonio.
Niall siempre ha sido muy bueno con él. Ahora se siente horrible por haberse comportado tan mal hoy en la universidad. Intentará enmendarlo lo antes posible. Y conseguir sus supresores lo antes posible. Solo le queda mañana. Con uno o dos inhibidores que tome, su proestro se aplacará lo suficiente como para no volverse loco cuando huela las feromonas de Alan.
Con la bata puesta y su cabello casi seco tras una rápida ventilada con el secador de pelo, Miles estira el cuerpo cansado, pero relajado luego de la ducha, y vuelve a su cuarto.
En su cabeza visualiza con añoranza su tentadora cama. Pero algo lo golpea al entrar a la habitación. No es un golpe físico, sino químico. Una fragancia penetrante y atractiva.
Un extraño mareo lo asalta y lo obliga a sujetarse de la jamba. Ya lo ha olfateado antes... Ese aroma... ¿son feromonas?
Observa extraviado al demonio repantingado en el desgastado sofá de la esquina de su cuarto, con el torso al descubierto y unos pantalones que le quedan demasiado apretados. Los globos oculares de Miles ruedan inmediatamente hacia la forma alargada que comienza en su entrepierna y acaba imposiblemente cerca de su rodilla. A Miles se le desorbitan los ojos y el cerebro. ¡¿Qué es eso?! ¡¿Cómo es que eso es real?!
Ya lo había palpado antes, cuando se le trepó en el sofá de la sala para "darle una lección", pero jamás lo había visto duro y desde esa perspectiva. Se hace el tonto, desviando rápidamente la mirada y avanzando hasta su cama con un andar rígido, pues siente inflamada su parte trasera. Se alarma al sentir una gotita escurriéndose por su pierna.
Es... mortificante. Y desconcertante.
Está mojado por la cosa monstruosa de un maldito monstruo con cuernos. ¡Es un jodido fetichista! ¡Un pervertido!
—¿Ya terminaste de fingir no desear comerte mi polla?
—¡Déjame solo! —Su chillido estrangulado acaba por aplastar su dignidad. Hizo un enorme esfuerzo mental para salir de su atolladero depresivo, pero el demonio de mierda lo volvió a enterrar en él con solo un par de palabras—. ¿Tanto disfrutas hacerme miserable? Estoy seguro de que hay personas mucho más interesantes que yo, así que, ¿no puedes dejarme en paz por un momento? ¡Ve a atormentar a otro!
—Lo pensaré.
—¡Agh, solo lárgate!
—Aún tienes que pagarme.
Miles aprieta la mandíbula. La cólera lo impele a enseñarle el dedo corazón.
—Pues, que te pague Dios.
Miles se voltea a buscar un pijama limpio en el armario y se topa con el titánico cuerpo del demonio. Da un respingo por la sorpresa y se echa hacia atrás cuando Haeillmon se inclina hacia él con su aura mefistofélica en su máxima expresión. Está en su forma semi humana, con cuernos, garras y demás rasgos bestiales, pero a comparación de las pocas veces que se le ha presentado así, Miles advierte una notable diferencia en su altura. Si no estuviera todo agazapado como si fuera a devorarlo de un bocado, definitivamente sus cuernos tocarían el techo. Y no sólo ha crecido. Uno de sus ojos se ha renegrido en su parte blanca y la piel de sus manos y antebrazos también ha empezado a oscurecerse y a brillar como si se hubiera cubierto de escamas charoladas.
¡Aguarden, sí tiene escamas!
Miles contiene la respiración, acoquinado por el aspecto sobrecogedor y más por el hecho de saber que lo sobrecogedor no se limita al aspecto. Acaba de hacer enojar a un demonio.
No debería tener tanto miedo, después de todo le vendió su alma. Ya atravesó el duelo, ya aceptó su cruel destino. Sin embargo, no puede controlar la emoción, que parece surgir de lo más recóndito de su alma. Es como la básica sensación de tener hambre, pero en lugar de ser inherente a su fisiología, esta lo es de su psicología. Un terror primario, elemental, enraizado en su misma esencia, muy diferente a los miedos cotidianos y mucho más impetuoso.
Colapsado por la potencia del sentimiento, su biología intenta amoldarse a la situación y su cuerpo reacciona como lo haría en un caso similar de riesgo de vida: inclina la cabeza y muestra el cuello manifestando sumisión.
Gracias al Cielo, eso parece afectar positivamente al demonio, que deja de acercarle las fauces colmilludas. Haeillmon se detiene a apreciar la porción de pálida piel expuesta.
Miles no lleva su collar de protección. Siempre se lo quita en su casa, porque en su casa no lo necesita. El caso parece haber cambiado ahora.
—¿Estás ofreciéndome tu cuello como pago? —La furia de Haeillmon se diluyó en el instante en que Miles se sometió. Realmente quería descuartizarlo, pero ¿cómo podría hacerlo cuando el pequeño omega tiene esas reacciones tan adorables? Incluso en sus peores momentos es mono, como ahora, con sus ojos a punto de saltar de sus cuencas por el terror visceral.
—¡N-No! ¡No me muerdas, por favor! —El ruego del omega repercute directamente en su polla—. P-Perdóname, te pagaré, lo juro... Solo no me muerdas...
Haeillmon quiere seguir simulando ira para que el chico no deje de suplicarle. Ni de coña le dirá que un demonio no puede marcar a un humano. Todos ellos están protegidos desde su nacimiento por el "Amparo Divino". Amparo Divino es la fastuosa manera con la que el Estado Angélico se refiere a las marcas que pone a todos y cada uno de los humanos para reclamarlos como propios y ejercer su poder en el mundo terrenal. Es una marca de ganado con un nombre más propagandístico.
Pliegues de animadversión se juntan en la nariz de Haeillmon al pensar en los apestosos ángeles, pero como el omega es ajeno a sus pensamientos, se lo toma personal y se asusta aún más.
—¡Lo siento! ¡N-No me mates! —vocifera. Haeillmon advierte cómo su lamentable contratista resiste el impulso de volver a exhibir el cuello.
Curioso. Los humanos huyen y se desmayan ante los demonios, definitivamente no les muestran el cuello para ser salvados. Pero los demonios tampoco deberían sentir la necesidad de ceder a la propuesta. Haeillmon se siente dominado por el impulso, y lo conflictúa verse como la víctima en lugar del victimario. Ah, el omega cambia sus roles con tanta naturalidad que hasta su molestia se endulza. ¿Qué diablos está haciendo?
Suspira y retrae su cuerpo a una forma más humana. Ni siquiera se había percatado que estaba regresando a su complexión original.
—Si no quieres morir, págame. Y no vuelvas a mencionar a ese cabrón.
Miles tiembla una vez más. Luego, como si fuera un milagro del mismo cabrón que acaba de censurar, el omega baja los hombros y repentinamente deja caer la bata que lleva puesta.
Haeillmon se queda pasmado, mas no sus ojos, que devoran la imagen sin perder el tiempo.
Haeillmon no es un poeta, pero podría convertirse en uno con solo describir lo que tiene enfrente. Tampoco es un sacerdote, pero de repente le han entrado ganas de postrarse y rezar. El omega es una armonía de curvas amables y arreboles inocentes. Los pezones rosados son como dos luceros en un éter blanco. Más abajo, en el pubis, una aurora boreal de vello fino marca un camino hacia el pene más adorable que ha visto nunca jamás. Está empequeñecido y tímido, como su dueño.
Miles no es un criminal, pero le ha robado las palabras.
Y algo más.
—¿Qué estás haciendo? —se repite a sí mismo, pero como esta vez lo dice en voz alta, Miles se atribuye el deber de responder.
—Tú... d-dijiste "aún tienes tu cuerpo"...
Haeillmon cae con retraso.
—Oh... Espera, ¿quieres que te coja? —dice con verdadero asombro—. ¿Por qué te daría semejante honor? Solo eres un humano simplón y patético.
El omega se afiebra por la humillación. Las partes rojas de su piel se vuelven aún más intensas y sus pestañas se colman con pequeñas gotas como pesados cristales. La imagen golpea una vez más a Haeillmon, ahora con más fiereza. En realidad, tampoco pretendía decir aquello en voz alta, solo estaba intentando convencerse de un hecho objetivo (Miles = humano simplón y patético) para probarse a sí mismo. Si Miles es un vulgar y nada impresionante mundano, un poderoso demonio de sangre real como él no debería sentir todo lo que siente. No debería sentir, y punto. Un poco de excitación sexual estaría bien, miles de demonios cogen humanos cuando les apetece cambiar de aires, pero experimentar molestia y necesidad y pensar que el omega es la cosa más mona que ha visto jamás es otra historia.
Miles se agacha fugazmente para recoger su bata y poder cubrirse.
—Alto. Quédate así —lo detiene.
El omega lo mira con resentimiento.
—Si no quieres mi cuerpo, entonces déjame taparme —se impone, aunando coraje de algún lado—. Te pagaré, pero no me degradaré para hacerlo. Prefiero que me mates.
—¿Degradarte? —Haeillmon sonríe y le pellizca la barbilla—. Al contrario. Te haré subir a la cima, te quitaré tus cadenas para que puedas volar alto.
—Puedo hacerlo por mí mismo, gracias.
Miles mete su cuerpo desnudo dentro de su bata y se congela cuando se le acerca al oído.
—Vale, puedes dejártela, pero no la ates por delante.
—Yo no...
—Recuéstate en la cama —le ordena intransigente. Luego regresa al sillón, dejando al omega vacilante y receloso.
Miles se sienta en la cama cuidadosamente, como si hubiera una bomba dentro del colchón.
—¿Qué pretendes? —dice en un hilo de voz.
—Mastúrbate.
Su pequeño rostro se crispa por el puro terror. También pasa por varios colores, hasta detenerse en el que mejor le queda: el carmesí.
—¿P-Por qué quieres que me masturbe?
—Es el precio por los favores de hoy, humano. ¿Por qué me miras como si estuvieras a punto de palmar? Sé muy bien que mueres por poner algo en tu trasero.
—¡No puedo hacerlo delante de ti! —chilla.
—Puedes, y lo harás. Te sugiero que tomes lo que te ofrezco sin rechistar. No quieres verme de mal humor.
Miles se muerde el labio, la ambivalencia astilla su belleza natural arrugando su entrecejo. Haeillmon no entiende por qué la decisión le produce una batalla interna al omega, cuando lo que desea está tan claro. Le recuerda a sí mismo, o más bien, a esta nueva versión de sí mismo que su contratista sacó a la luz. Siempre fue un demonio hecho y derecho. Los demonios obtienen lo que desean y ya, no se cuestionan por qué desean o por qué desean lo que desean. Es sencillo. Quieres algo y lo tomas. Dudar y sumergirse en bucles interminables de cuestiones existenciales y morales es cosa de humanos, no de demonios.
Finalmente el omega llega a un desenlace y se recuesta en la cama con la bata desprendida. Acomoda su almohada en la cabecera de la cama y luego se arrellana sobre ella. Miles mira hacia otro lado.
—Está bien... Lo haré —accede—, pero con la luz apagada.
—Vale.
Haeillmon no tiene problemas para ver en la oscuridad. Después de todo, nació de ella y vivirá en ella por el resto de la eternidad. Apaga las luces con un pensamiento para que el omega no se levante. No quiere perder el tiempo. Está... ansioso. Y la tiene jodidamente dura.
—Apresúrate —gruñe.
Miles demora en contestar. Cuando lo hace, suena al borde del desmayo.
—No puedo hacerlo.
A Haeillmon le late el párpado del fiasco.
—Joder, solo tienes que meterte un dedo en el culo.
—¡Que no puedo! ¡Deja de hablar así!
—¿Quieres que meta los míos? —se ofrece.
—¡Por supuesto que no! ¡N-No te atrevas!
Haeillmon clava las garras en el reposabrazos. ¿Por qué siquiera le está preguntando? Simplemente debería follarlo y ya. Dejar su cuerpito seductor como un lienzo expresionista salpicado de manchas violáceas, nalguearlo hasta que la forma de su mano se le quede grabada como un tatuaje. Aun así, y por más demoníaco que sea, siempre le atrajeron los enigmas y los desafíos. Ya que se está poniendo a prueba a sí mismo, ¿por qué no poner a prueba también al humano?
Con una sonrisa macabra, suelta sus feromonas abruptamente.
Las feromonas arremeten contra Miles como perros de caza recién liberados de sus jaulas.
Un largo gemido retumba en la habitación. Maravillado, Haeillmon contempla con atención la manera en que el humano se retuerce sobre su edredón, enseñándole entre el enredo de sus piernas una pequeña abertura inflamada y brillante.
Eso confirma sus conjeturas, aunque no puede determinar si el experimento salió más que magnífico o, por el contrario, el resultado es el peor de los desastres.
A sabiendas de que su aroma había tenido cierto efecto afrodisíaco en el chico anteriormente, se le ocurrió usarlo para darle un pequeño empujón y animar su líbido. Pero definitivamente no esperaba hacerlo entrar en celo. Mucho menos esperaba ser contraatacado con otra ola de feromonas omega, como si su inofensivo contratista le hubiera devuelto la bofetada. Mientras intenta recordar cómo pensar con su cabeza de arriba, descolocado por la hiperactivación de su sistema límbico, Miles lo condena entre llantos y gemidos.
—¡¿Qué me estás haciendo?! ¡Para!
El chillido del humano lo trae a tierra. Se le escapa una risa lunática al volver en sí.
—¡Asombroso! ¿Entras en celo solo por olerme un poco? ¿Acaso quieres que te haga un bebé? ¿Quieres tener al anticristo?
—¡N-No! —grita con horror Miles, recordando la película de La Profecía. Sin embargo, está más excitado que asustado, y comienza a restregarse contra el edredón para saciar su sed de contacto—. ¡Detente!
Haeillmon se detiene. O eso intenta. Aunque tenga cierto control sobre sus feromonas, su biología aún quiere seducir al omega, por lo que, aunque el torrente disminuye, no desaparece del todo. Es peculiar. No se enoja con su organismo, totalmente funcional y saludable, sino con su mente. ¿Por qué tratar de subyugar a su instinto? No tiene razones morales para hacerlo. Es un demonio.
Miles se queja.
—Si quieres que me detenga, deja de soltar ese aroma apetitoso —le advierte. Tener al humano servido y deseoso enfrente es como vagar por el Valle de la Parquedad del Infierno y encontrarse un pastel de sangre en el camino.
Los demonios, de todas las criaturas vivas, son los más resistentes a la tentación, aunque la creencia popular afirme lo contrario. Este hecho tiene mucha lógica. Si quieres dominar algo, primero tienes que aprender a no ser dominado por eso. Todos los brujos y magos lo saben: dominan la naturaleza y la magia porque han entrenado arduamente para no ser vencidos por ellas. De igual manera, los demonios dominan la tentación y los pecados. Haeillmon jamás será tentado por otro demonio, es él el que tienta. Por eso se le hace inconcebible estar siendo embelesado por su vulgar, simplón humano.
—Yo... no puedo detenerlo... estoy en celo... —gimotea el omega.
—Exacto. Y yo solo reacciono a ti.
—¡Entonces lárgate!
—Claro que no. Tienes que pagarme y tú accediste a hacerlo. —Haeillmon se pellizca el puente de la nariz, concluyendo que el experimento en realidad salió bien, solo que no tuvo el resultado que él quería. No está acostumbrado a que las cosas no salgan como desea, ni a sentirse víctima, ni a sentir compasión o contradicción—. Solo dedéate y ya. Tu libido se calmará, habrás saldado tu deuda y todos felices.
—No es tan fácil... —alega Miles, colorado de pies a cabeza, pero lo suficientemente cuerdo como para dejar de frotarse.
—Me ha quedado claro. ¿Cuál es tu maldito problema?
—¡Tú!
—Vaya, hubiera jurado que te encantaba mi aroma.
Miles juega con el dobladillo de su bata y guarda silencio. Haeillmon lo interpreta como una confirmación, pero está lejos de estar satisfecho.
—No puedo hacerlo... frente a alguien que piensa que soy vulgar y... y un simplón.
Haeillmon oye con paciencia. Se siente un jodido psicólogo.
—Eso no significa que no me gustes.
—¡N-No digas tonterías! —exige Miles, hecho un lío de pudor y sentimientos encontrados.
—Me gustas —reitera Haeillmon, internamente muriendo de risa. Como si algo le produjese cosquillas. Cosquillas cálidas en el estómago.
—¡Mientes! De todas formas, eso no importa... A los demonios les gustan las cosas feas y malvadas...
El demonio frunce el ceño.
—¿Qué diablos con ese prejuicio? —sisea molesto. Todo es culpa de los jodidos ángeles, que esparcieron mierda sobre ellos para mantener su imagen de impoluta majestuosidad.
—¡No es un prejuicio! ¡A ustedes les gustan las cosas sucias como... como los besos negros!
Haeillmon escupe una carcajada.
—¡Eso me encanta! —proclama.
—¡Cerdo!
—Apuesto mi pecaminosa alma a que a ti también.
—¡No!
En realidad Miles no tiene ni idea, pues nunca lo ha hecho ni lo ha recibido. Por supuesto, Haeillmon lo sabe. Podría enseñarle... Se relame con solo tener en mente ese agujero ruborizado, rechoncho como una apetitosa cereza.
—Si quieres...
—¡No quiero! —se opone rotundamente Miles antes de que Haeillmon remate su propuesta.
—Lo haré igual. Nadie se opone a mí y sigue vivo. —Miles se abraza a sí mismo, temeroso, y lo mira como un perrito golpeado—. Venga, mete tus preciosos deditos en tu culo y correte para mí.
Miles no dice más, pero sus mejillas encandecen. Pasan algunos minutos hasta que se afloja lo justo y necesario para recostarse y abrir sus piernas. Haeillmon no puede creer hasta dónde ha llevado su paciencia el omega. Intenta echar un vistazo entre sus muslos, pero su contratista se lo impide acomodando rápidamente su mano para comenzar la labor.
No lo mira a los ojos. Cuando mete un dedo en su orificio, incluso se traga todos los ruiditos que pujan en su garganta para no darle el gusto. Haeillmon sonríe, preguntándose cuánto tiempo resistirá ese caparazón de recato.
Por su parte, Miles piensa en lo ridículo debe verse haciendo algo tan... erótico. Lo cierto es que no es tan prejuicioso como puede parecer. Su problema no es la sexualidad, sino él mismo. Su sexualidad. Su sexualidad apesta porque él apesta poniéndola en práctica, y envidia a todos aquellos que pueden disfrutarla con libertad.
Se siente feo y torpe, y totalmente inadecuado para realizar un show como este, que requiere de alguien atrevido y coqueto. Alguien como Candy. Al final vuelve a bloquearse, esta vez con llanto incluido. Está en celo, y aun así comienza a secarse y tiene que sacar su dedo por el escozor.
—L-Lo siento —solloza, incapaz de ver a los ojos al demonio—. Lo haré, solo dame un momento...
Pero Haeillmon ya no se halla en el sofá. Miles siente un cambio en la presión sobre su espalda. La superficie en la que se encuentra recostado es más dura que su almohada y emana mucho calor. También huele bien. Le encanta ese aroma. Dos piernas largas y fibrosas se extienden por la cama, una a cada lado de las suyas, conteniéndolo como las murallas de las antiguas ciudades.
Sus ojos se redondean al caer en la cuenta de la situación.
—¿Q-Qué haces...?
—Te sentías incómodo —le susurra al oído el demonio. Su piel se eriza al sentir la caricia de su aliento—. Ahora que no te estoy observando, será más fácil para ti.
A Miles se le estalla el corazón, o al menos siente que va a estallarle por lo fuerte que choca contra sus costillas. Está nervioso, sí, pero no cree que ese sea el principal motivo de su arritmia. El contacto de su espalda contra el pecho desnudo de Haeillmon, el aroma cálido que irradia... Se siente bien. Seguro. ¡Qué absurdo! En verdad ha enloquecido. Está tan loco como Chuck Noland haciendo amistad con un balón. ¿Hasta dónde ha naufragado su corazón para llegar a sentirse protegido acurrucado entre los brazos de un demonio?
Se le escapa un ruidito extraño, producto de un gemido reprimido, cuando un tacto húmedo y suave le recorre el cuello. Labios. Los labios de un demonio, el demonio que atormentará su alma por siempre.
—Entonces, ¿qué tal ahora? —ronronea Haeillmon—. ¿Crees que puedes hacerlo?
Miles se descubre asintiendo.
—No me harás nada, ¿verdad? —pregunta con timidez.
—No lo haré. Me quedaré quieto, lo juro.
Resopla. ¡Cómo si pudiera confiar en su palabra! ¿Y por qué diablos se siente decepcionado?
—¡O-Oye! —chilla cuando la malvada criatura le agarra la mano para guiarla hasta la abertura entre sus piernas.
Son sus propias yemas las que rozan su agujero, pero el hecho de que el movimiento esté siendo controlado por el demonio, como si fuera su titiritero, le genera una sensación bastante sucia y rijosa. Y eso enciende su sangre, poniendo en marcha su hasta entonces bloqueado aparato reproductivo. Soportando la vergüenza, Miles se deja manipular por Haeillmon, que con su enorme mano hace girar la suya. Sus dedos raspan sobre sus bordes ya lubricados. Los deditos de sus pies re rizan y pellizcan el edredón.
Quiere reprocharle al demonio por haber roto su promesa un segundo después de haberla pronunciado, pero teme que le salga un gemido en lugar de un regaño. Ahora que no se siente tan observado y que está siendo estimulado indirectamente, su celo parece aflorar.
—¿Te gusta?
Dos dedos de Miles entran empujados por los ajenos, robando un "sí" difícil, mudo, que tienta a Haeillmon a continuar saqueándolos. Besa el cuello que se le revela y Miles se revuelve.
—No tienes que callarte conmigo —lo induce Haeillmon, y entre besos en el cuello y susurros en el oído, Miles empieza a ceder.
Sus dedos adquieren un ritmo constante y su voz se escapa por las aberturas de su boca como el gas de una máquina de vapor. Ya ni siquiera puede controlar el mohín cuando el demonio lo deja seguir por sí mismo. Pero sigue, y lo disfruta. Sigue porque lo disfruta, y porque a pesar de que el demonio lo coacciona bajo amenaza, por otro lado le muestra lo que es la libertad. El demonio es un oxímoron de carne y hueso. O de humo, o veneno, o de lo que sea que esté hecho.
Miles se relaja completamente contra el pecho fuerte y busca aquel punto en su interior que le provoca placenteras corrientes eléctricas. Frota con ímpetu sus paredes resbaladizas hasta dar con la protuberancia que lo hace gritar.
Se estremece y gimotea, se retuerce y bombea en su agujero con rapidez. Tomado por el instinto y el gozo, gira un poco su cuello para olfatear el aroma que desprenden los poros del demonio. Haeillmon se ha quedado quieto, como si hubiera cumplido su promesa con retardo. Pero Miles siente que algo de él se mueve y se pone rígido contra la parte baja de su espalda. El estar excitando a Haeillmon por masturbarse descaradamente en su presencia lo hace poner demasiado cachondo. Algo obsceno y travieso se despierta en él y barre todo el resto de autocontrol que su moral pudiese haber retenido hasta el momento.
Hunde sus dedos hasta los nudillos y en el próximo golpe introduce un tercero, dilatando su virginal entrada, que derrama un montón de líquido viscoso sobre el acolchado. Siente que el pecho de Haeillmon se expande y se pregunta si él también estará olfateando sus feromonas, que en este punto ya están totalmente desbordadas.
Sus caderas comienzan a mecerse para encontrar sus dedos.
—¡Ah, ah...!
Sujeta su pene con la mano libre para jalarlo con brío. A la par, una de las manos del demonio se activa y se posa sobre su pierna. Perezosa, acaricia desde su rodilla hasta su cadera. Las uñas filosas rascan el interior de su muslo y lo hacen retorcerse cuando se acercan a su intimidad.
Miles respira con dificultad y suda profusamente, sus glándulas escupiendo feromonas para atraer una pareja que lo folle y lo embarace.
Quiere ser follado.
Quiere una polla grande empujando en él y anudándolo.
—¡Ngh...!
Echa la cabeza sobre el hombro del demonio y se viene con fuerza, imaginando que es follado duramente por la polla hirviente apoyada contra su espalda. Su agujero se contrae y su pene lanza un chorro de ciere¹ que aterriza en su pecho. Cuando los espasmos disminuyen, Miles queda lánguido y tembleque sobre el cuerpo del demonio.
Pudoroso, pero todavía obnubilado por la descarga placentera, levanta el mentón y busca la expresión de Haeillmon para ver si le ha gustado. Se encuentra con un rostro difícil de decodificar.
Del rojo de sus irises solo quedó una aureola muy, muy brillante, como una farola. No puede distinguir demasiado con la luz apagada, pero identifica lo suficiente como para saber que el demonio lo está observando fijamente con ojos de depredador. Más allá de eso, Miles percibe su cuerpo y aura tensos, y parece que ni siquiera respira, aunque su aroma sigue picándole la nariz y fundiéndose con el suyo.
—Has saldado tu deuda —musita de repente Haeillmon. Su voz aguardentosa se asemeja al gruñido de un monstruo. Acto seguido, se vuelve en su forma vaporosa y desaparece, haciendo que Miles caiga hacia atrás y se pegue en la cabeza con la cabecera de la cama.
—¡Ay! ¡Capullo! —protesta, pero no obtiene respuesta.
El demonio simplemente se esfumó.
(1) Ciere: Los omegas segregan su propio lubricante durante el acto sexual para que la penetración no sea incómoda. Los genitales de los omegas macho tienen una función diferente a los de los alfas y betas macho (además de ser de menor tamaño), la cual es expulsar durante el sexo una sustancia llamada "ciere", consistente en una enorme acumulación de feromonas. Este líquido incrementa la potencia sexual del alfa y favorece la impregnación. Por este motivo se dice que los omegas macho poseen gran fertilidad.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top