⫷ E X T R A ⫸
Hoy llegamos a 1 millón de lecturas y no vi mejor manera de celebrarlo que mostrándoles el punto de vista de Skyler. Estamos creciendo juntas. Gracias por acompañarme en cada actualización, por ser parte de esta familia. Las te quiero mucho y esto es solo apto para mayores... Disfruten.
Respondió cuando la besé. Lo hizo cada vez que quise alejarme, con una sonrisa en los labios y acariciando la piel desnuda de mis hombros. Subió por mi nuca y enredó las manos en mi cabello. Pegó su cuerpo al mío y profundizó el beso.
Me desesperó la destreza de su lengua al enredarse con la mía, lo fácil que le resultaba agitar mi respiración, desearla.
La abracé sin dejar caer la manta con las que nos protegía. Se frotó contra mí. Con el muslo acarició mi entrepierna y sentí como la sangre se me iba a un solo lugar.
—Prometo que no quiero sexo para evadir mis problemas —murmuró—. Lo quiero porque lo quiero.
—Ahora mismo me da igual.
Mordió mi labio y bajó las manos por mi pecho. Sus ojos brillaron bajo la escasa luz del bombillo que iluminaba el granero. Capté el gesto divertido en su rostro cuando se sostuvo de mis caderas para ponerse de rodillas. La piel se me puso de gallina cuando dirigió la vista hacia arriba y relamió sus labios.
Sus palmas recorrieron mi abdomen hasta llegar al borde de mi tanga. Su mirada se clavó en mi entrepierna.
—Bonita ropa interior, pero no controla los... imprevistos —se burló.
El diminuto triángulo que debía cubrir las partes íntimas no soportaba mi erección. Estaba libre y apuntando a su cara, creciendo más con cada una de sus roces, en lo que quitaba el pedazo de tela amarilla.
Jadeó al estar frente a mi pene en toda su extensión. Me dolía y las ansias de que lo tocara casi me hacen pedirlo, ordenarlo, pero esperé.
Clavó las uñas en mis caderas y se acercó hasta dejar un suave beso bajo mi ombligo. La punta de mi polla rozó su pecho y se me escapó un gruñido.
Sonrió ante mi reacción que la invitó a lamer mi abdomen, bajando, acercándose a la base, donde lamió antes de mirarme. Sus dedos hicieron dibujos sobre mi piel sin llegar a tocar lo que deseaba.
—Te divierte torturarme —mascullé.
—Me encanta —confesó, alzando la mirada—. ¿Quieres que te toque? —Volvió a dibujar patrones con sus pulgares en mi ingle—. ¿Quieres que la acaricie? —Mordió su labio—. ¿Quieres que la ponga en mi boca?
Mi pene respondió al moverse por si solo con un impulso de mi torrente sanguíneo, provocado por sus sensuales palabras. Sonrió, satisfecha.
Lo tomó con ambas manos, subiendo lentamente. Acercó su boca y lamió desde la base hasta la punta, donde enroscó la lengua y se relamió. Una exquisita sensación subió por mi abdomen, tensándome, haciendo que pidiera más.
Dakota repitió la acción, siempre con aquel perturbador movimiento de su lengua al terminar el recorrido. Su saliva me lubricó hasta que pudo deslizar las manos por toda mi extensión. No podía pensar en algo más que no fuera sus movimientos, el placer que me daba.
No apartaba la mirada mientras me masturbaba y yo tampoco podía hacerlo. Era buena y lo sabía.
Medía mis reacciones hasta descubrir qué me gustaba. No me corté en jadear o asentir cuando variaba la presión o volvía a lamer para cambiar el ritmo. Me gustaba que supiera, que lo hiciera a mi forma, pero tomando el mando. Ella decidía cómo darme placer y eso me enloquecía.
Creí que podría estar viéndola toda la noche, sin embargo, lo puso en su boca. No fue delicada o subió la intensidad poco a poco, tal cual hiciera con sus manos. Chupó con decisión hasta que la punta de mi pene topó con su garganta.
Se sentó sobre los tobillos. Hizo que mis piernas temblaran al repetir la acción de meterla en su boca, succionar, y volverla a meter.
El calambre a mi ingle fue un latigazo de placer. La visión de su trasero desde aquella perspectiva era divina. Mi polla no le cabía completa y la mano que utilizaba para masturbarme, en lo que el calor de su boca lo acompañaba, empezó a desesperarme. No se detenía y los sonidos que dejaba salir al saborearme eran música para mis oídos.
Aumentó la presión y tuve que tomarla del cabello para obligarla a mirarme. Estaba agitada, con los labios hinchados y la saliva cubriendo su barbilla. Por unos segundos valoré pedir que siguiera y terminar en aquella bonita boca que tanto me provocaba.
—En mi pantalón hay dos condones.
Su rostro gritaba misión cumplida, yo había cedido. No le costó encontrarlos y extender la mano para mostrarlos.
—¿Esto es lo que buscas?
Los quité de su mano y la volví a tomar del cabello para que se pusiera de pie. Busqué su boca, devoré sus labios y callé las risas de victoria.
Abrazando su cintura, la cargué, y caminé hacia la oscuridad. Había una mesa de madera donde encontrara la manta y quería usarla para hacer que pagara.
—No voy a poner el culo ahí —declaró, sin dejar de morder mis labios.
La solté y sus pies tocaron el suelo.
—Tomaste en serio lo de ser princesa —jadeé en lo que me ponía un condón.
—Improvisa.
La tomé por debajo de las rodillas y chilló al verse en el aire. Para no caer, se agarró de mis hombros y terminó con las piernas abiertas abiertas, cada una descansando en mis brazos, y su sexo contra mi abdomen. Era liviana, pero no sabía por cuánto tiempo podría aguantar con cargándola.
Tomó mi rostro entre sus manos y me besó.
—Me gusta la improvisación.
Me aferré a su trasero y alejé su cuerpo del mío, lo suficiente para mover mis caderas hasta que mi pene encontró su entrada.
—Esto te gustará más.
Sentí el calor de su interior. Gimió y se sostuvo de mis hombros para que no entrara de una vez y ayudé para que fuera lentamente aceptándome.
Mordió mi cuello y jadeó cuando la pegué a mi cuerpo, subiendo y bajando el suyo, penetrándola de a poco. Pidió más y fui dándoselo, deleitándome en la exquisita sensación, el cosquilleo y el olor de su piel.
Cuando me hundí en ella por completo no fui capaz de moverme. La satisfacción fue tal que quise hacerla eterna. De su pecho brotó un ronroneo y supe que era el momento más deseado por ambos.
Tomé unos segundos antes de balancear mis caderas. Jadeó cuando su sexo rozó mi abdomen al mismo tiempo. Al estar sobre mis brazos dependía de cómo la moviera y no dudé en penetrarla una y otra vez.
En segundos estábamos agitados.
Su cuerpo golpeaba contra el mío. Secos y continuos sonidos que me invitaban a subir la velocidad.
Suplicó que fuera más despacio o se correría y no lo hice. Quería verla gritar mi nombre como lo estaba haciendo, contraer su cuerpo y llegar al orgasmo.
No me detuve hasta que quedó sin aliento. Me arrodillé y salí de ella al cambiar de posición. Quise acostarla, pero se aferró a mis caderas con las piernas y clavó las uñas en mis hombros.
—Ni... se... te... ocurra.
Apenas podía hablar.
—No te puedo cargar eternamente —protesté—. Soy ficticio, pero me canso.
—No voy a... No me acostaré en el suelo de un granero.
—No seas tan...
Usó un poco de fuerza para hacerme perder el balance. Me obligó a pegar la espalda al piso de madera y se sentó sobre mi abdomen. Estiré las piernas sin quitar la vista de su pecho que subía y bajaba a toda velocidad.
—Si tanto te... te gusta el piso... acuéstate tú.
Se inclinó y su aliento frío golpeó mi rostro. Me besó, solo un toque de labios, en lo que intentaba recuperarse.
—Me acuesto donde digas mientras estés encima... desnuda.
Su mano acarició mi abdomen y bajó hasta desaparecer entre sus piernas. Me sorprendió al acariciar mi pene y colocarlo en su entrada.
—Mi turno —murmuró al alzar sus caderas y hacerlo desaparecer en su interior.
Jadeé con la misma sensación que al penetrarla por primera vez, como si segundos antes no hubiese estado dentro de ella. Se acomodó sobre mis piernas y comenzó a moverse.
Primero hizo rotar las caderas, tan despacio que pude sentir cada milímetro de su interior. Me miraba con una media sonrisa y gimió por lo bajo cuando acaricié sus piernas. Alzó la vista al techo y comenzó un suave balanceo de atrás hacia adelante que enviaba peligrosas sensaciones a mi entrepierna.
Su sexo rozaba con mi pubis y la estimulaba, a la vez que me dejaba entrar y salir de ella, solo un poco. No me moví, la dejé llevar el ritmo y que me hiciera disfrutar a su manera. Subía la velocidad de sus movimientos, enloqueciéndome.
—Despacio —pedí, sintiendo el cosquilleo que precedía al orgasmo.
Fue su turno de no responder al pedido. Se apoyó en mi pecho y subió la profundidad y velocidad de su balanceo. No se detuvo ante mis jadeos desesperados o cuando mascullé su nombre al correrme.
Un segundo mi cuerpo estuvo helado y al siguiente en llamas. Respiré, agitado. Mi visión se nubló y perdí los contornos de su rostro. Jadeaba y tenía la mirada perdida, la que ya conocía que adoptaba después de llegar al clímax.
La tomé del cuello y la acerqué hasta atrapar sus labios.
—¿Te gusta estar abajo, Moretti? —jadeó.
—Me gusta si tú estás encima.
Rio, sin aliento, pero su rostro se contrajo de dolor.
—¿Qué pasó?
Tocó una de sus rodillas y cuando miró su mano, poniéndola a la altura de nuestros rostros, vi un poco de sangre. Se había lastimado por la fricción contra el suelo de madera.
—Mierda —protestó.
—Eso te pasa por agarrar altas velocidades y ponerte de rodillas —me burlé sin fuerza para levantar la cabeza.
—Muy gracioso.
—¿Y si quedan marcas?
Me dedicó una sonrisa genuina.
—Diré que estaba rezando.
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Hola, champiñones... Adiós, champiñones.
Muero por leer impresiones del extra y creo que no podré porque estarán bien calladas... Así las quería agarrar.
😏
Nos leemos la próxima semana.
😘😘😘
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