30 ⫸Tictac

Sí, el auto estaba fuera de lo que resultó ser el almacén abandonado de una pequeña fábrica que a lo lejos se caía a pedazos. Todo lo que nos pertenecía se encontraba dentro, incluso el poco dinero restante y el teléfono de Skyler.

Tuve que ayudarlo a caminar con un brazo sobre mis hombros hasta dejarlo caer en el asiento trasero. Le hablé por todo el camino para que no se quedara dormido. Temía que, tras tantos golpes, la contusión fuera grave y no estaba segura de las consecuencias.

No podía llevarlo a un hospital y lo único que se me ocurrió fue encontrar un lugar de descanso con las peores calificaciones de los clientes, un motel pequeño y antiguo donde sería menos posible que preguntaran por mi mano sangrando o el estado de Skyler. Lo dejé en el auto con la música a todo volumen para que se mantuviera despierto y logré conseguir la llave de un cuarto en la planta baja, el más cercano al parqueo.

Cuando estuvimos en la seguridad de un espacio diminuto y cuadrado, con humedades en las esquinas y una cama con sábanas que no debían haber visto una lavadora en meses, me centré en qué debíamos hacer. Skyler apenas se mantenía en la silla, esforzándose para que la cabeza no se le fuera a los lados.

Era jueves en la noche, yo estaba herida, me dolía todo, pero nada comparado con él. Su cara deformada por tantos golpes, inflamada y roja, en especial de un lado. Hematomas por doquier, quemaduras por fricción en muñecas y tobillos, producto de las ataduras a la silla.

Necesitábamos medicina y descanso, pero nuestro tiempo se acababa porque debíamos llegar a Indaba antes del lunes.

Lo dejé frente al televisor cuando ponía de su parte para mantenerse despierto y salí a la farmacia, varios kilómetros al este. Gasté casi todo nuestro dinero en analgésicos, los más fuertes, antiinflamatorios, varias cremas, entre ellas antibiótico, desinfectantes, gasas y lo que la señora que atendía me recomendó, aunque me veía, asustada, con la mano envuelta en una camiseta vieja y ensangrentada, como si en vez de pagar pensara que la asaltaría al terminar el pedido.

Por suerte, el hielo lo pude encontrar en el motel y pasé la madrugada haciendo todo lo que decía en internet que podía ayudar a los golpes de Skyler. No fue hasta el día siguiente en la noche que volvió a hablar con claridad y pudimos dormir.

El sábado despertamos a medio día, listos para otra ronda de pastillas que entumeciera para aliviar el dolor. Nos mantuvimos en aquel estado de vigía tras horas atados y torturados, pero cayendo de sueño y atontados por los efectos de lo ingerido.

Ambos sentados, o en un intento de estarlo, con la espalda contra la dura madera del cabecero de la cama, con las precarias almohadas para estar más cómodos. Skyler descansaba la cabeza sobre mi hombro, su torso, yo intentaba sostenerlo con tal de que estuviera a gusto. Nos costó encontrar esa posición en que pudimos mantenernos inmóviles y con la vista pegada al televisor por donde pasaban "Metrópolis", una película silente.

—¿Por qué le disparaste? —murmuró con un tono de voz que no parecía el suyo.

—¿A quién?

Me dolía la garganta, el cuello.

—¿A cuántas personas le has disparado en las últimas horas? —preguntó con tono burlón—. Asaltaste a alguien cuando me dejaste solo hace un rato.

Dejó salir una risa floja. Las pastillas hablaban por él. Había perdido la noción del tiempo, llevábamos dos días en la habitación.

—A tu ex —aclaró al no obtener respuesta—. Dos veces has podido disparar para salvarnos el culo estas semanas, pero no lo has hecho... —Se le escapó otra risilla y no supe a qué se debía—. Esta vez lo hiciste. ¿Por qué?

—Se lo merecía... Tenía ganas de verlo sufrir. —Tragué en seco—. Si no lo hacía te matarían. —Cerré los ojos por un momento—. ¿Te sirven esas respuestas? —murmuré. A mí también me entumecía el cerebro lo que había tomado, aunque no fueran ni la mitad de la dosis que le diera a él—. Es una o todas a la vez... No lo sé.

—Me gusta la última —dijo en un hilo de voz—. Me gusta que me protejas, Dakota. —Apenas movía los labios y un sonido que debía expresar satisfacción salió de su garganta, algo imperceptible—. Me gustas tú.

El silencio volvió y me aseguré de no moverme para dejarlo dormir. No pude imitarlo y me concentré en el televisor, aunque no entendiera nada... y no solo de la película.

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El domingo en la mañana me encontraba mejor, aunque apenas pudiera mover la mano derecha. Me sentía mal, pero comparada con Skyler, era una diosa.

La inflamación había cedido. Su rostro, aunque de distintas tonalidades entre rojo y púrpura, se asemejaba al de siempre gracias al hielo constante y los baños helados que le di para los golpes en el cuerpo. Igual seguía necesitado de analgésicos que lo noqueaban, pero no podíamos perder más tiempo.

Fue mi momento de tomar el volante y lo dejé dormir en el asiento del copiloto en lo que conduje sin detenerme y al límite de velocidad hasta media tarde.

Paré en una pequeña ciudad para comprar algo de comer con lo que nos quedaba de dinero y consciente de que, si dábamos con Shinavi y cumplíamos nuestro objetivo, no tendría cómo volver a Elksan. Mi tía debía estar de los nervios sin noticias y con mi teléfono apagado por cuatro días seguidos, más bien desaparecido de la faz del continente.

Dejé a un Skyler en mejor estado, junto al auto, y le dije que caminara para mantenerse despierto, pero que no se alejara demasiado en lo que yo conseguía unas hamburguesas. Al regresar, no lo encontré, estaba a dos calles, al parecer en una pequeña tienda.

Me senté en la acera junto al auto, muerta de hambre y sin darle importancia a los que pasaban y me miraban preocupados por mi manera de engullir y la venda manchada de sangre que protegía mi mano. Tendría que cambiarla antes de seguir el viaje.

—Tengo algo para ti —dijo con voz ronca al regresar y sentarse a mi lado.

—Yo también. —Le ofrecí la hamburguesa envuelta en papel y un refresco—. Eran lo mejor y lo más barato, come y no protestes.

—¿Alguna vez lo he hecho?

Le costaba mover los labios por los golpes, pero era un avance. Me tranquilizaba que pudiera hablar con coherencia... escucharlo.

—Constantemente te quejas —declaré.

—De tus gritos y rabietas, sí... De la comida, nunca.

Sonreí y terminé mi comida con el último bocado. Estuve a nada de atragantarme cuando puso una caja frente a mi cara. Al principio, no pude enfocar lo que era y alejé su mano. Estaba sellada y por la imagen en la tapa quedaba claro lo que era: un teléfono.

—¿Qué...?

—El reemplazo.

Lo miré, creyendo que era una broma.

—Esto es caro. ¿Qué fue lo que...?

Vi su muñeca izquierda vacía, la había tenido así los últimos días para que sanaran sus heridas. Su reloj, el que le dejara una marca al proteger la zona de las ataduras, paró en mi mochila y estaba segura de haberlo visto minutos antes, cuando rebusqué para encontrar el dinero para la comida.

Tenía que ser eso porque no le quedaba nada más para canjear.

—Vendiste tu reloj. —Su silencio fue la confirmación—. ¿Estás loco? Fue un regalo.

—De mi madre. Sí.

—Vamos a devolver esto.

Me sostuvo de la mano y chillé por las rozaduras en la muñeca. Caí de culo sobre la acera y añadí un golpe a los que me atormentaban. Maldije, insultándolo por lo bajo.

—No lo quiero.

—Pero...

Toqué su cuello buscando señales de fiebre, su frente. No había más que el calor elevado producto de la piel lastimada.

—¿Los analgésicos siguen afectándote? ¿Tienes mareo? ¿Cuántos dedos ves?

Apartó mi mano con delicadeza.

—No estoy drogado. Soy consciente de lo que hago.

—Responde —mascullé, volviendo a mostrar tres dedos—, ¿cuántos ves?

Rechistó.

—Es solo un recuerdo y no lo necesito para tenerla presente cada día de mi... vida. Mi madre no estará menos muerta por eso. Tú misma lo dijiste.

—Es solo un teléfono, podría comprar otro en el futuro, quizás uno mejor en un par de semanas. Mi tía debe tener alguno de repuesto.

—Cuando dices semanas te refieres a meses o más de un año. No vas a gastar tus ahorros en un teléfono.

—Es el reloj de tu madre, es importante —protesté—. Hiciste una rabieta el día de la fiesta ilegal por dejarlo en mi casa, creyendo que lo robarían.

—Supongo que dos semanas no son poco para cambiar cuando pasan tantas cosas.

No era el único que lo pensaba.

Volvió a alcanzarme la caja.

—Lo necesitas y con algo tengo que pagar todo lo que has hecho.

Lo miré de reojo.

—¿Crees que un teléfono paga por lo que me has hecho pasar?

—Es un buen teléfono —provocó y habría sonreído si eso no le hiciera quejarse de dolor—. Además, yo estoy peor que tú.

Alcé la mano y le mostré el vendaje.

—¿Te parece pago suficiente a tener un dedo mutilado hasta que muera?

—Estaremos igual. —Mostró el suyo—. Te dejo el pago en forma de teléfono y la marca como recuerdo.

Miré la caja, el teléfono de última generación con buena calidad de imagen que podría usar para hacer mis proyectos de clase sin necesitar que Mar o Vi me prestaran los suyos.

—Lo acepto, pero me ofende muchísimo —me burlé.

Se vio complacido al verme destrozar la envoltura de plástico. Yo sí podía sonreír y lo hice porque jamás había tenido nada similar.

—Hacemos un buen equipo, ¿sabes? —murmuró, acercándose por la acera hasta que su pierna rozó la mía.

—Para serlo, terminamos bastante magullados —dije sin quitar la vista de la pantalla, familiarizándome con el nuevo sistema operativo y la exquisita sensibilidad táctil.

—De verdad me encantaría que trabajaras conmigo.

Ladeé la cabeza al mirarlo.

—¿Te gusta que nos torturen a la vez?

—Me gusta lo valiente que eres.

Quedé sin palabras, viendo aquellos ojos grises detrás de los golpes, los extraños colores de su piel dañada y el cabello negro que se acomodaba sobre su frente. Caí en que faltaba muy poco para la siguiente actualización del libro y lo tanto que deseaba que se pospusiera, y, a la vez, que halláramos a Shinavi para ayudarlo a volver a su universo.

Sostuve la respiración para suprimir esos pensamientos.

—Conduciremos toda la noche —declaré.

Aparté la mirada y guardé todo en mis bolsillos antes de ponerme de pie, un movimiento que evidentemente no esperaba.

—Pensé que nos quedaríamos aquí, que no querías viajar de noche —dijo.

—Si salimos ahora, entraremos a Indaba al amanecer. No tenemos opción.

—No pasa nada si...

—Otro capítulo puede ser la diferencia y cuando ella dice que publicará el final, no está bromeando.

Le costó un tiempo valorarlo sin dejar de evaluarme, pero asintió. Saqué las llaves para encargarme de conducir y que él pudiera dormir un poco más.

Era momento de centrarse en nuestra meta, no de pensar en el tiempo que nos quedaba juntos.



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@Ely_silv603 que su cumple fue el viernes pasado, pero vi su mensaje por Instagram cuando ya había publicado el capítulo. ¡Felicidades, linda!

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Hola, champiñones.

Siento el capítulo corto, pero está, sin lugar a dudas, en el top 5 de mis preferidos. Dice mucho y poco de lo que son el uno para el otro y sí, fangirleo con mis personajes. ;)

Listas para ver qué sucede con la escritora??? Yo no estoy lista porque...

LA PRÓXIMA SEMANA VIENE EL FINAL!!!

Estaré anunciando calendario de actualizaciones más seguidas porque pienso publicar el final de una vez o en días consecutivos ya que faltan varios capítulos. Si están por Instagram o Twitter sabrán cuándo esperarlos.

Beso con sabor a "vamos a llorar como es debido".

Las amo.

💋

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