30 ⫸ La culpa

Skyler POV

Primero hubo una explosión, uno de los dos autos que perseguíamos bloqueó la carretera y eso le dio ventaja a Fabriccio y Dakota, pero nos atrasó a nosotros. Apenas veía las luces traseras del todoterreno cuando sentí las gomas chirriar contra el pavimento...

Un auto se lanzó sobre el de Fabriccio, ambos vehículos salieron de mi vista y por mucho que aceleraba bajo los gritos de Mario, la distancia no se hacía más corta, no veía lo que pasaba. Cuando frené abruptamente y bajé para correr en dirección al borde de la carretera, la explosión y su onda expansiva me hizo perder el equilibrio.

Escuché gritos en lo que Mario me ayudaba a ponerme de pie, disparos en lo que corríamos ladera abajo y una segunda explosión que nos hizo caer de espaldas.

A mi lado estaba Mario, igual de aturdido, y un auto volcado, el que había salido de la nada y chocado a Fabriccio. No muy lejos vimos dos cuerpos. Unas potentes llamas se alzaban al cielo. Los restos del todoterreno se quemaban a toda velocidad, de ahí habían venido las explosiones...

Una fuerza invisible me oprimió el pecho al ver el metal negruzco y las gomas a fuego vivo.

—¡Dakota! —gritó Mario y mi vista se fue a unos metros de las llamas, donde ella estaba de rodillas, acuchillando un cuerpo entre sus piernas y gritando a todo pulmón.

Corrí para sostenerla antes de que se derrumbara y caí con ella, pero logré que su cabeza no chocara contra el suelo.

Repetí su nombre una y otra vez. Tenía el rostro y las manos cubiertos de sangre, la del cadáver a nuestro lado. La creí inconsciente hasta me agarró de la camisa. Su cuerpo podía sentirse ligero e inerte, pero la fuerza con la que estrujó la tela...

—Tengo que salvarlo —jadeó—. Fabriccio... Tengo que sacarlo del auto...

Se revolvió entre mis brazos.

—Suéltame —dijo sin fuerza—. Tengo que salvarlo...

Cayó en la inconsciencia y la abracé. Me temblaron los brazos al hacerlo, al levantar la vista y ver la figura de Mario contra las llamas, caminando de un lado a otro y gritando al entender lo que había pasado... Terminó por caer de rodillas y ceder a la realidad.

Entre las llamas doradas y naranja, bajo el crepitar de metal y las piezas del auto castigadas por el calor, también estaba Fabriccio...

Abracé con más fuerza a Dakota y solo así logré contener las ganas de lanzarme al fuego para encontrar lo que fuera de él. Mi padre, mi amigo, mi salvador... y yo no había sido capaz de llegar a tiempo para hacer por él lo que tantas veces él había hecho por mí.

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—Skyler —dijo Mario cuando íbamos en la ambulancia con Dakota en la camilla.

Mi amigo tenía la cara manchada de negro, el traje deshecho y los ojos hinchados y rojos de tanto llorar. Yo no debía verme distinto, pero no había llorado, ni una lágrima, ni producto al calor del fuego, ni por mirar fijamente cómo lo apagaban o por ver al cadáver calcinado de Fabriccio.

—Skyler —repitió Mario—, tenemos que...

—Encárgate tú —dije con la vista en Dakota.

—Pero...

—Acompáñala al hospital y déjala en las mejores manos, después encárgate de lo demás.

Sabía muy bien que "lo demás" era cada pequeño detalle de lo que había sucedido esa noche.

Los paramédicos ignoraban nuestra conversación. Eran personas de confianza y sabían muy bien que debían mantenerse callados. Uno canalizó la vena de Dakota para pasarle un suero...

Tomé su mano inerte, acaricié el anillo en su dedo anular y la cicatriz en él. Ella estaba bien, pero Fabriccio no. Ella había intentado salvarlo, pero no había podido y yo tampoco, ni tan siquiera había estado a tiempo para hacer el intento. Mi amigo estaba muerto por mi culpa y ella podía haber sufrido el mismo destino.

—Me iré al hotel —murmuré—. No quiero ver a nadie, que toquen a mi puerta o me molesten. Ni tan siquiera tú...

A Mario se le contrajeron los músculos de la mandíbula y se le escaparon las lágrimas.

—Tú no eres el único que está viviendo esto.

—Pero seré el que se encargue de darle una solución y quiero tiempo para pensar, que tú te encargues de conseguirme toda la información que necesito.

Apretó las manos en puño y no dijo nada más porque era el momento de obedecer, era mi momento de componerme, de vaciar mi mente de toda emoción y encontrar la manera de hacer que Angelo pagara por todas las muertes que había causado.

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—Enderézate —ordenó Fabriccio y lo hice porque le tenía miedo—. Separa un poco las piernas, busca tu centro de equilibrio.

Mario soltó una risita y lo miré con mala cara. Él no recibía regaños durante nuestras clases de boxeo, era demasiado bueno en el ring.

—Si te pego una patada, caerás al suelo —dijo Fabriccio y me tensé—. Párate como debes.

Caminó a mi alrededor y traté de colocarme en la posición adecuada.

—Tu equilibrio está en la fuerza de tu abdomen, en la postura de tus piernas y en tus pies, en la manera en que logres adherirte al suelo.

Contraje los dedos de los pies.

—No eres un mono —dijo sin dejar de moverse—. Ya te gustaría tener la habilidad y la fuerza de uno, pero apretando los dedos de los pies no va a servir de nada si alguien te pega un puñetazo.

Mario no pudo contener la risa y se ganó una mirada amenazante de Fabriccio. Sentí mi cara arder por la vergüenza. Tuve ganas de pegarle a Mario y a Fabriccio por humillarme de esa manera.

—Lo que estás maquinando es una mala idea —dijo él al pararse frente a mí—. Si atacas con odio en las venas, vas a perder... y yo no estoy aquí para entrenar a dos perdedores. —Miró de uno a otro—. Ustedes son ganadores. —Dio unos golpecitos en su sien con el dedo índice—. Los ganadores no pegan a ciegas, piensan antes de pegar.

Y con esas palabras me tomó de la muñeca, perdí el equilibrio y con una sencilla maniobra caí de cara contra la colchoneta.

—Pésimo equilibrio, Skyler. —Se paró a mi lado y me sentí una hormiga a los pies de un gigante—. Si no practicas, caerás con cada uno de mis golpes, tu frustración crecerá y no podrás pensar antes de querer atacarme en busca de venganza. —Me ofreció la mano para que me pusiera de pie—. Se gana con habilidad, no con fuerza bruta.

Me enojaba no ser capaz de dominar lo que a Mario le había costado días. Mi padre se encargaba de recordármelo a diario y eso me hacía sentir más débil.

—Nadie nació sabiendo —continuó Fabriccio sin apartar la mano que yo me negaba a aceptar—. Si quieres aprender, yo estoy aquí para guiarte, no importan los errores o los fracasos, de esos es de los que más se aprende.

Mario, que ya no estaba riéndose, sino que escuchaba atentamente a nuestro instructor. Fabriccio no era mi padre, no quería lastimarme o humillarme, quería ayudarme.

Alcé la mano y tomé la suya para que me ayudara a ponerme de pie. Me pareció ver una media sonrisa en su rostro cuando notó mi cambio de actitud, la determinación.

—De nuevo —dije al ponerme en posición—. Hazme caer de nuevo.

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Hice que el bolígrafo se deslizará entre mis dedos con los recuerdos corriendo por mi mente. Si echaba el tiempo atrás, a mi infancia, solo recordaba el amor y la sonrisa de mi madre, las bromas y peleas con Mario, y Fabriccio: sus regaños en el ring, los gritos en los entrenamientos y una que otra palmada en el hombro, porque no conocía otra manera de demostrar afecto.

Fabriccio era del tipo de persona que permitiría que lo torturaran hasta la muerte antes de traicionarme, el que mataría a cualquiera si se lo pedía y quien se interpondría entre el peligro y yo... Le habían desfigurado el rostro por protegerme.

Pasado, todo era en tiempo pasado. Fabriccio ya no estaba.

No hubo velorio, ceremonia o entierro. Los restos de su cuerpo fueron llevados a un crematorio y sus cenizas estaban en una esquina del escritorio de mi habitación, dentro de una urna plateada con su nombre grabado. Eso era todo lo que quedaba de él.

Alguien tocó a la puerta y le pedí que se fuera.

—Skyler —dijo una voz femenina—, soy yo, Paula.

Observé la entrada por un largo rato, tanto que volvió a golpear.

—No tengo fuerza para tirar la puerta abajo —dijo—, pero esperaré hasta que me dejes entrar o salgas.

Conté hasta veinte usando cada una de mis inhalaciones como guía y me levanté para abrirle. Encontré sus ojos azules llenos de preguntas tras la inspección que me hizo de pies a cabeza para comprobar mi estado.

Ella se veía mejor. No necesitaba ayuda para caminar, tampoco de mantas para mantener el calor de su cuerpo, aunque su delgadez seguía siendo preocupante.

Le di la espalda y volví al escritorio. Dudó, pero escuché sus pasos al seguirme. Se quedó de pie al otro lado de la mesa cuando tomé asiento.

—Hace unos días Mario me contó lo que pasó. —Sus ojos se llenaron de lágrimas al mirar la urna con las cenizas de Fabriccio—. Me dijo que viniera a verte.

—Y yo le dije que quería estar solo.

—Estás encerrado. Desde que llegué no sales de aquí, no me fuiste a ver y... Fabriccio...

—No digas su nombre.

Sus lágrimas no paraban de resbalar hasta su barbilla.

—A mí también me duele —murmuró.

—Basta.

—Para mí también fue como un padre y después de todos estos años en los que jamás pensé volver a verlo, solo pude conversar con él un par de veces...

—Basta.

—¿Vas a negar lo que está pasando?

Golpeé la mesa con el puño cerrado y eso la sobresaltó. Miró de mi mano a mi cara varias veces. Ella nunca me había visto enojado, violento, no sabía nada de mí porque después de su supuesta muerte yo me había transformado.

Ella estaba muy distinta por el sufrimiento al que la había sometido. Mirarla me llevó a otro momento de mi vida donde el aire no era tan pesado y mis pasos no tenían que ser tan medidos. Sus ojos brillantes me transportaron a mi adolescencia. Había tenido todo lo que amaba en un momento de mi vida y lo perdí. Lo único que me quedaba era Mario porque Fabriccio ya no estaba y Paula...

—No quiero hablar de Fabriccio.

Se mordió el labio.

—Por las veces que he visto a Mario sé que no está durmiendo nada. Parece un zombi, como tú. Dice que no encuentra a Angelo.

Mis dientes crujieron cuando mi mandíbula se tensó al escuchar el nombre.

—Hubo muchos muertos y heridos por las explosiones —continuó—. Mario dispuso todo para ayudar a los que lo necesiten, para compensar a las familias y reconstruir las zonas afectadas por...

—Basta —supliqué una vez más.

—Dame algo para hacer —dijo con el mismo tono de súplica—. Dime que ayude en algo, haré lo que sea, pero no quiero estar aquí encerrada. Necesito moverme porque estas paredes me están aplastando y lo único que hago es pensar en Fabriccio y... —Sollozó y aunque quise ponerme de pie y consolarla—. No puedo seguir siendo una inútil.

La entendía, la sensación de asfixia, las paredes cerrándose a su alrededor. Yo sentía lo mismo, pero era capaz de no moverme, de ahogarme en pensamientos y planes hasta que encontrara la fuerza para ponerme en pie y hacer lo que debía hacer para proteger a las personas que amaba y todavía estaban con vida.

Dakota...

No había ido a verla al hospital, aunque pedía tres informes diarios sobre su estado que iba avanzando de manera positiva.

Tengo que verla.

Me puse de pie y Paula me miró sin entender cuando tomé mi chaqueta.

—Tengo que ir al hospital —dije antes de que preguntara.

—¿Vas a ver a esa chica? ¿La que Mario visita a diario?

—Dakota, sí. Trabaja con nosotros y casi... Ella casi muere ese día, por estar en ese auto, por tratar de salvar a Fabriccio.

Paula se interpuso en mi camino cuando me dirigía hacia la puerta.

—No te cierres, no huyas de esta conversación —pidió—. Sé que es complicado, pero estamos pasando por el mismo dolor. Fabriccio no habría querido esto para nosotros, nos habría querido unidos para ser más fuertes.

Sus palabras me recordaron a lo que efectivamente él nos decía cuando mi padre se oponía a nuestra relación. Fabriccio siempre nos apoyó y Paula era de sus personas preferidas. La había aceptado como una hija más, como a Mario y a mí.

Puso una mano sobre mi pecho y recostó la mejilla.

—Quiero ayudarte —murmuró—. Déjate ayudar, por favor.

Me miró y nuestros rostros estuvieron muy cerca. Me acarició el pelo y se puso de puntillas para poner sus labios sobre los míos, pero desvié la cara para que su beso cayera en mi mejilla. Se separó ante el rechazó y pestañeó varias veces, confundida.

Le tomé del hombro y puse más distancia.

—Entiendo que quieras ayudarnos. —Acomodé su cabello y besé su frente—. La próxima semana estarás más fuerte y te necesitaré, pero ahora quiero que cuides de ti misma.

Tragó con dificultad antes de asentir y no quise perder un minuto. Tenía que ver a Dakota.

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Dakota POV

Desperté varias veces, desorientada por los sonidos de los aparatos con que monitoreaban mis signos vitales. Me costó entender que estaba en un hospital y rememorar cómo había llegado allí. Comenzaba repitiéndome quién era yo, lo que había pasado en los últimos meses y, finalmente, llegaba a esa noche: la muerte de Fabriccio.

Ese era el momento en que perdía el control. Me retorcía para levantarme de la cama. Gritaba su nombre y ante mis ojos aparecían las llamas que me impedían llegar a él, se hacían gigantes y quemaban mi piel hasta que irrumpían los médicos y enfermeras para que me calmara. Terminaba sedada y perdiendo el conocimiento una vez más.

Lo demás eran extraños sueños donde aparecían personas de mi vida para hablarme y desaparecían junto a sus voces. Unas diez veces después de mi caótico despertar, entendí que, si seguía reaccionando así, me volverían a dormir y no quería eso, necesitaba que alguien me contara todo lo que había pasado.

Fue Mario quien me explicó. Las manos me empezaron a temblar cuando confirmó cada punto de mi historia, al menos lo que él había visto. Perdí el control ese día y me volvieron a sedar, pero en la siguiente visita no hice preguntas sobre el tema y en la quinta ya estaba calmada, todo lo que podía estarlo.

—¿Cómo te sientes tú? —le pregunté a Mario.

Habían pasado casi tres semanas desde el accidente y cada vez que lo veía estaba más ojeroso y distraído. Ese día apenas había hablado. Se sentó en el sillón junto a mi cama con los brazos apoyados en las rodillas y la vista al suelo. Que no llevara uno de sus elegantes trajes no ayudaba a su imagen. La ropa informal hablaba mucho de cómo se encontraba emocionalmente.

—Cansado —murmuró—. Furioso... Impotente.

Era inevitable que el tema de Fabriccio saliera a la luz. Solo de pensar en él se me hacía un nudo en la garganta y me ardían los ojos.

—Skyler apenas me habla —continuó—, solo me da órdenes y no protesto porque quiero cumplirlas.

—¿Ha salido de su habitación?

—Sí, pero solo ha salido del hotel para verte.

Fruncí el ceño porque ni una vez había conversado con él, pero eso explicaba los sueños donde escuchaba su voz y veía su rostro. Puede que hubiese pasado por mi habitación cuando yo estaba inconsciente.

—Lo que más me importa ahora mismo es encontrar a Angelo —continuó— y si no me muevo a la misma velocidad que él, desaparecerá antes de que podamos hacer algo.

Entrelazó las manos y las apretó con tanta fuerza que sus dedos se pusieron rojos.

—Necesito encontrarlo —dijo para sí mismo.

Quise incorporarme para hablar, pero me dolía todo el cuerpo. No podía hacerlo sola y Mario me ayudó.

—No voy a preguntar por qué estás tan desesperado por encontrarlo.

—Lo voy a matar.

Un escalofrío me recorrió la columna vertebral. No podía permitirme explorar ese deseo porque yo también quería a Angelo muerto, pero sabía muy bien que, si dejaba que mi mente se fuera por ese camino, mi ritmo cardiaco se dispararía y empezarían las sudoraciones. No iba a permitir que me volvieran a sedar.

—Voy a dar con él y lo voy a matar lentamente —dijo.

Tragué con dificultad al ver el monitor a mi lado y comprobar que mis palpitaciones por minuto se habían elevado un poco.

—¿Todo está bien en el hotel? —pregunté para cambiar de tema—. Las cosas que no se relacionan con... ya sabes.

No quise hablar de más porque si algo no dejaba de darme vueltas en mi cabeza ya afectada por los medicamentos, era la conversación con Fabriccio en su oficina, los micrófonos. Tampoco olvidaba esos últimos momentos en el auto, cuando me explicó quién estaba detrás de todo y cómo habíamos sido engañados.

No descartaba que hubiese nuevos topos y más micrófonos. Era una de las razones por las que ansiaba salir del hospital, para averiguarlo.

—Por suerte —dijo Mario—, Paula ha mejorado y se ofreció a ayudarnos. Hace mi trabajo como gerente del hotel junto a Skyler. —Tomó una bocanada de aire—. Está todo el tiempo con él.

Quizás fue su tono de voz o el vuelco que dio mi estómago lo que me hizo decir:

—¿No te gusta que Paula esté ayudándonos?

Negó varias veces.

—Skyler no está bien y no creo que ella le pueda ayudar, por buenas que seas sus intenciones. —Sus ojos brillaron al mirarme—. Tú opinas lo mismo, ¿no es cierto?

Fabriccio lo había dicho: Mario sabía de los micrófonos y sobre la teoría del secuestro manipulado de Paula.

—No sabemos si Paula le hace bien o mal —dije para que supiera que yo también sabía lo que Fabriccio había descubierto—. Pero no deberíamos dejarlo solo con ella.

—No, no deberíamos.

El silencio se apoderó de la habitación y no hicimos más que mirarnos. Necesitaba salir de allí y encontrar una manera de comunicarnos sin miedo a ser escuchados.

—¿Cuánto me queda aquí encerrada? —quise saber.

—Dos semanas más, según tu médico.

—Haz que sea una.

—Dakota...

—Hazlo —insistí—. No quiero pasar más tiempo aquí. Necesito ver a Skyler, hablarle, ver qué está pasando en ese hotel. Los dos sabemos que ya no se puede confiar en nadie.

Asintió y gracias a él estuve fuera del hospital cinco días después.

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Volví a mi habitación, lo que ya consideraba mi espacio después de tanto tiempo. Estaba todo limpio y ordenado, olía a flores y para alguien hastiada del olor a hospital, era como el paraíso.

Con ayuda de una de las empleadas del hotel, me vestí. Todavía tenía vendas en el torso por las costillas rotas y los dolores en los músculos no habían desaparecido por completo. Llevaba uno diez puntos en una herida en la parte de atrás de mi cabeza, la que más estaba demorando en sanar. Sin embargo, sabía que estaría bien sin importar lo que hiciera, que mi vida no estaba en peligro, no en ese momento.

Después de una tormenta, los libros te llevaban a una calma y otro conflicto. Todo aquello pintaba una imagen cercana al desenlace. Cuánto podría faltar para la última batalla, no lo sabía, o si Angelo era esa prueba final. Si lo era, tenía que asegurarme de que Skyler no perdiera la cabeza en busca de venganza.

Caminé por los pasillos del hotel como si mi cuerpo no chillara por el esfuerzo con cada paso y llegué hasta la oficina del Skyler. No toqué antes de entrar y me lo encontré sentado en el sofá con Paula a su lado. La mujer tenía una mano sobre sus hombros y le hablaba por lo bajo. Sus rostros estaban tan cerca que apostaría todo a que, si mi entrada no los hubiese interrumpido, se habrían besado.

Controlé el calor que subió desde mi pecho a mi garganta.

Me miraron, sorprendidos por la interrupción y Paula se puso de pie. Me dio una media sonrisa. No habíamos intercambiado ni una palabra desde su llegada, yo había estado ausente la mayor parte del tiempo. Noté los cambios en ella.

Ya la piel no se le pegaba a los pómulos. Sus ojos tenían vida. Podía apostar que debajo de la ropa, ya no era la escuálida chica que había estado encerrada por años.

Su ropa... La conocía...

—Sí, es tu ropa —dijo al notar donde estaba mi vista—. No tenía nada que ponerme.

—Yo la tomé de tu armario —intervino Skyler y caminó hasta quedar frente a mí—. Espero que no te importé.

Sus ojos grises estaban tan apagados que no los podía reconocer. Las ojeras marcadas y la piel reseca eran evidencia de lo poco que dormía y lo mal que se estaba alimentando.

Alzó la mano y me acarició la mejilla. Se acercó a mi rostro y pensé que iba a besarme, allí, frente a Paula, pero se detuvo.

—¿Cómo te sientes? —murmuró—. No deberías estar aquí. Todavía necesitas reposo.

Mis emociones se mantenían contenidas en mi pecho desde que decidí que no volvería a dejarme sedar por los médicos. En ese momento estaban forzando la pared con la que las apresaba.

No estaba segura si era por volver a verlo, tenerlo tan cerca, desear besarlo, que me abrazara, aunque me doliera. Pude que fuera el enojo de verlo con ella, a solas, tan cerca, o el miedo que había ido creciendo en mí cuando tenía tantas horas para imaginar lo que podía estar sintiendo Skyler al estar de nuevo con el amor de su vida, la única mujer a la que había amado. Quizás, fuera la culpa y las ganas de pedirle perdón por no haber sido capaz de salvar a Fabriccio. Quizás era todo al mismo tiempo.

Mario irrumpió de la misma manera que yo y se quedó junto a la puerta al vernos a los tres de pie, estáticos y en silencio.

—No tenemos tiempo para perder —dijo Mario y pasó junto a nosotros para tomar asiento en uno de los sofás.

Skyler no se movió, a la espera de mi respuesta.

—No podemos perder tiempo —murmuré y, a pesar de que le costó, me dio un asentimiento para que nos uniéramos a la reunión que estaba planificada.

Skyler hizo el intento de tomarme de la muñeca y lo evité. No quería que me tocara, era estúpido, pero estar junto a él se sentía necesario e incorrecto a la vez. Me fui a sentar al lado de Mario para poner distancia.

Paula llamó a Skyler para que se sentara con ella cuando él no se movió. Finalmente, tomó asiento en el sofá al otro lado de la mesa y sentí su mirada sobre mí, pero no alcé la vista.

—Tengo mucha información de las últimas semanas —dijo Mario con voz apagada, también estaba agotado—. Pero no significa que haya llegado a algún lugar.

Abrió la laptop que llevaba bajo el brazo y nos dejó ver una foto de una cámara de seguridad en la que aparecía un hombre: Angelo. La sangre me hirvió en las venas, pero apreté los puños con fuerza para contenerme.

—Angelo se esconde y no deja de moverse —explicó en lo que pasaba varias fotos de cámaras de seguridad, unas más claras que otras—. Me llega la información de donde está, pero siempre es muy tarde, incluso para comprobarlo. No se va a dejar atrapar tan fácil.

—¿Williams está ayudando? —preguntó Skyler, refiriéndose al contacto que teníamos en la policía.

—La mitad de estas son gracias a él y han emitido una orden de búsqueda y captura. —Me miró de reojo—. Logré presentar pruebas de que el auto involucrado en el accidente en el que... —No podía decirlo, mencionar el nombre o la muerte de Fabriccio—. Era de Angelo, se cambió de senda y embistió a los nuestros bajo sus órdenes. Se le inculpa de asesinato y por lo que ha sufrido Dakota.

Mi cara debió ponerse roja porque el calor que sentí en las mejillas y el escozor en mis ojos fue insoportable. Sorbí por la nariz para controlarme y fingir que no pasaba nada. Mi culpa, era todo mi culpa.

—En algún momento darán con él —dijo Paula y su voz me resultó tan suave como una caricia—. Cometerá un error. Esa será nuestra oportunidad.

—¿Oportunidad? —cuestioné—.¿Oportunidad para qué?

—Para atraparlo —dijo Mario.

—Y matarlo —agregó Paula.

Miré de uno a otro y luego a Skyler.

—¿Tú estás de acuerdo con esto?

—No podemos dejar que siga vivo —respondió Mario por su amigo.

—No podemos o queremos —aclaró Paula.

No entendía como ambos estaban tan de acuerdo en aquello y Skyler se mantenía tan callado.

—¿Planean localizarlo y matarlo? ¿Quieren traerlo aquí y torturarlo hasta que pague por lo que ha hecho? —Entrelacé las manos con fuerza y apreté los dientes antes de volver a hablar, para que la voz no me temblara—. ¿Eso es lo que harán, otro pago de sangre por sangre?

—No podemos arriesgarnos a que se escape de Sicilia o del país —dijo Mario—. Tenemos que resolver esto lo antes posible.

—No va a escapar —murmuró Skyler y descansó la espalda en el sofá—. Ha llegado demasiado lejos, su orgullo no lo dejaría. Seguirá forzando los límites, haciendo hasta lo imposible para tomar el trono que dejó libre su padre.

—Su orgullo no lo dejará irse de Sicilia —coincidí porque había pasado mucho tiempo pensando en eso, para calmarme, para ocupar mi mente en algo productivo y no en el dolor de los recuerdos de aquella noche.

—¿Proponen esperar tranquilamente a que siga haciendo lo que quiera? —preguntó Mario y sentí el resentimiento oculto en su voz.

—Es más inteligente —declaré.

—Y una propuesta de alguien que no se ve tan afectada por la muerte de Fabriccio.

Las palabras de Paula, aunque delicadas, trajeron consigo el silencio del resto, de los que no eran capaces de mencionar su nombre. Alcé la vista para mirar a sus ojos azules llenos de lágrimas.

—Tú no lo conociste como nosotros —prosiguió—. Para ti es fácil pensar tan fríamente y no querer que el culpable pague antes de que vaya a por otra persona que Skyler ame de verdad.

—Por la misma razón creo que no deberíamos lanzarnos a la calle con los ojos vendados y una ametralladora en la mano para acribillar a Angelo.

Paula negó repetidas veces.

—No tienes ni idea de lo que Fabriccio fue para nosotros, del dolor...

—La última vez que miré, señorita García —le interrumpí—, usted no estaba aquí, de hecho, no ha estado aquí en... ¿Siete? ¿Ocho años?

Sus facciones se endurecieron.

—La última vez que miré, yo era la que pasaba meses encerrada en un gimnasio con Fabriccio. —Su nombre me quemó la garganta y vi como Mario y Skyler se tensaban—. Fui yo la que estuvo con él en sus últimos momentos, así que no se atreva a decir que no siento haberlo perdido o que me resulta fácil lidiar con esto.

Frunció los labios.

—Lo siento —dijo—, pero unos meses no hacen la relación de tantos años cuando muere la persona que considerabas como un padre.

—Apenas lo conociste un año antes de que supuestamente murieras —repliqué, perdiendo el poco autocontrol que me quedaba—. Preferiría que te callaras y no hablaras de lo que no sabes si llevas años encerrada y no conoces nada de las personas que están sentadas en esta habitación o del mismo Fabriccio. No incites a que se manchen las manos de sangre cuando...

—Basta —pidió Skyler.

—¿Por eso no voy a querer ver muertos a todos los que me lastimaron, que lastimaron a las personas que quiero, al hombre que amo? —cuestionó ella.

Se me escapó una risa.

—Llevas años bajo una piedra, no sigas diciendo estupideces de las que...

—Basta —dijo Skyler con voz más fuerte y Paula se tragó su réplica—. No estamos ganando nada si...

—No tienes ni puta idea de quién era Fabriccio —continué sin dejar de mirarla—. No sé por qué estás aquí sentada, qué derecho tienes para opinar de lo que no sabes y por qué razón quieres vengarte de alguien que no te ha hecho nada porque seamos sinceras, Fabriccio no es para ti ni la mitad de lo que es para Skyler o Mario.

—Todo lo que sea importante para Skyler lo es para mí.

—Porque lo amas.

—Porque lo amo —masculló.

—Eres una ridícula.

—¡Ya basta! —espetó Skyler—. No quiero que discutamos, no entre nosotros.

—¿Cuál nosotros? —cuestioné—. Ella llegó ayer y ¿ahora su opinión es relevante? No me parece que tenga que estar aquí.

—Yo no me voy a mover de esta habitación —declaró Paula con más fuerza en la voz.

Estampé la mano en la mesa, me puse de pie e incliné el cuerpo en su dirección. El corazón me latía en los oídos. Tenía ganas de saltarle encima y arrancarle los ojos.

—Pues si lo hicieras nadie te extrañaría —siseé.

—Dakota. —La mano cálida de Skyler se posó sobre la mía y la sensación hizo que mi interior se enfriara—. Cálmate —me pidió con una mirada suplicante.

Tragué con dificultad, pero pude apartar mi mano de la suya y retirarme hasta volver a ocupar mi lugar en el asiento, junto a Mario. No volví a mirar a Paula, había perdido el control. Reconstruí la pared que contenía mis emociones y clavé la vista en la mesa.

—Yo estuve con Fabriccio esa noche y la única razón por la que sobreviví fue porque no tenía el cinturón de seguridad puesto y porque él abrió mi puerta. —Había soñado las veces suficientes con ese preciso momento como para entenderlo—. Calculó mis probabilidades de sobrevivir si salía volando por los aires frente a seguir en el auto. Pensó en mí antes que en él.

Nadie dijo nada y tomé aire antes de continuar:

—Si alguien quiere ver al culpable pagando, soy yo, pero no voy a permitir que me gane el odio. —Prefería que me quemara por dentro—. La única manera que tengo de honrar a Fabriccio y agradecer lo que hizo por mí es pensar en cómo él habría querido que lo hiciera.

Miré a Skyler.

—Pues yo creo que deberíamos vigilarlo hasta que cometa un error y matarlo en donde sea que este —dijo Paula.

—Y yo quiero lo mismo que Paula —dijo Mario—, pero... —Exhaló un suspiro—. Pero lo que dice Dakota es cierto.

—Y solo por eso haremos lo que ella... decida —objetó Paula—. Ni tan siquiera ha propuesto una idea.

—Pero lo hará —intervino Skyler que no había apartado sus ojos de los míos—. Dakota ocupará el lugar de Fabriccio y era él quien tomaba las decisiones en estos momentos.

—¿Ella será tu segunda al mando? —preguntó Paula, atónita

Mario bajó la vista y supe que no objetaría. Yo me había quedado sin palabras.

—¿Estás de acuerdo, Dakota? —me preguntó Skyler.

Su segunda al mando. Eso implicaba muchas cosas. Sin embargo, sonaba como algo que Fabriccio habría querido, como la mejor manera de hacer algo contra las personas que lo habían asesinado, Angelo y todos los involucrados.

—Sí —dije con fuerza—. Estoy de acuerdo.

—Tienes una semana para descubrir dónde encontrarlo, cómo atraparlo y qué haremos con él, porque la única opción que no está en la mesa es dejarlo en paz —declaró Skyler con la voz de un jefe, no la del hombre que había suplicado por mi calma o por el cese de una discusión.

—Lo encontraré —dije.

Y no sabía como iba a hacerlo, pero mi tiempo estaba contado y necesitaba usarlo de la manera correcta. Lo que hiciera a partir de ese momento podía cambiar el final del libro y definitivamente nos acercábamos a la recta final.

Skyler dio por terminado nuestra breve reunión y Mario fue el primero en desaparecer, prometiendo que me pondría en contacto con Williams. Paula salió antes que yo porque Skyler me detuvo y cerró la puerta para que nos quedáramos a solas.

El corazón se me aceleró cuando tomó mi rostro entre sus manos y pegó su frente a la mía.

—Estás viva —musitó.

Cerré los ojos y dejé que el calor de su cuerpo me invadiera.

—Estoy viva —confirmé y fue para decírmelo a mí misma, porque a veces no estaba tan segura o simplemente no quería estarlo, no ahí.

Dijo frases a medias, palabras que no entendí. Todas me trasmitían lo mismo: el dolor lo estaba consumiendo por la pérdida de Fabriccio, más que a mí. Quise pedir perdón por lo que había pasado, por no haber sido capaz de salvar a una de las personas que amaba, pero no pude aceptarlo en voz alta.

Skyler acarició mi labio con el pulgar. Su aliento me rozó la mejilla y estaba a punto de besarme cuando di un paso atrás. Se quedó con las manos vacías por mi rechazo y yo helada por la distancia. Leí las preguntas en sus ojos...

—¿Es por Paula? —No contesté y él miró sobre su hombro, al sofá en el que había estado minutos atrás—. Sé que nos encontraste hablado, pero...

—No, no lo hagas.

—¿Qué?

—Darme explicaciones.

Su semblante palideció.

—No te importa lo que haga —murmuró.

—No estás preguntando.

—Porque leo en tu cara que no te importa.

—No tienes que explicarme lo que hagas o no con Paula —especifiqué.

—Y yo lo quiero hacer porque no voy a permitir que malinterpretes... —Tomó aire—. Lo que pasó entre nosotros antes de que todo se fuera a la mierda no es un juego. Yo no juego con nadie, mucho menos contigo.

En otro momento habría dado todo por escuchar esas palabras. Fue cuando me di cuenta de que estaba vacía, que, más allá de la culpa, no había lugar para nada en mi pecho.

—Me diste una semana para encontrar a Angelo —dije—. Necesito usar cada minuto de ese tiempo porque no voy a permitir que esto se extienda o que otras personas... terminen lastimadas.

Dio un paso atrás y me miró de arriba abajo, preocupado, pero no preguntó más.

—Una semana —concordó—. Utilízala bien, por favor.

Asentí y me di la vuelta.

—Dakota.

Miré por encima del hombro.

—Confío en ti —dijo por lo bajo—. No olvides eso.

Y no pude responder, solo salir al pasillo en donde alguien se interpuso en mi camino: Paula. Era un poco más baja que yo y me miraba con determinación. Solté todo el aire en mis pulmones.

—Lo siento —le dije para que lo sucedido no trascendiera—. Creo que perdí el control hace un momento.

Ladeó la cabeza. Su cabello lacio y negro se deslizó a un lado su cara.

—Todos estamos alterados.

—Supongo que dejarnos llevar no es lo más inteligente.

—Es cierto, deberíamos aprovechar el tiempo, no pelear entre nosotros.

Me mordí la lengua porque la palabra "nosotros" no la incluía, no para mí. No tenía sentido que ella estuviera viva, seguía sin entender cuál era su papel en la historia.

—Si me disculpas —dije—, voy a aprovechar ese tiempo.

La rodeé para irme, pero me tomó de la muñeca con más fuerza de la que había imaginado que tendría. Me pegó a su costado y miró hacia arriba para que nuestros rostros quedaran muy cerca.

—No sé quién eres, de donde saliste o por qué Skyler te tiene en cuenta como si fueras parte de su vida —siseó—, pero lo voy a averiguar.

Una parte de mí me decía que le pegara en las costillas y la hiciera caer al suelo.

—Llevo más tiempo que tú si eso es lo que quieres saber —murmuré si esforzarme por alejarla.

—Tú no eres nadie —masculló, marcando cada palabra—. No confío en ti y haré que Skyler vea que tampoco puede hacerlo. Antes de que termine esta semana estarás en la calle y a kilómetros de nosotros.

—Si quieres la verdad —dije sin inmutarme—, yo tampoco confío en ti.

Sonrió de medio lado.

—Haces bien.

Me soltó y volvió a la oficina de Skyler. Escuché cómo pasaba el cerrojo para que nadie pudiera interrumpirlos y me quedé mirando del pasillo a la puerta.

No confiaba en ella, en Mario... ni tan siquiera en Skyler. Solo confiaba en mí y en lo que pudiera hacer por mi cuenta, por eso necesitaba estar alejada de todo y de todos. Caminé en dirección a los elevadores.

Empezaría revisando la oficina de Fabriccio. Sin embargo, sabía muy bien que, si quería encontrar a Angelo lo antes posible, solo había una manera de hacerlo: pedirle ayuda a otro miembro de la familia Russo.


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Para Sam (AArdelleFeanor) que está recuperándose y le vendría bien un Skyler o una Dakota que la cuidara. ❤️
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Hola, champiñones del demonio.

Estamos de luto, ya me cancelaron y expulsaron del grupo de lectoras. Espero que vaya pasando el dolor de la muerte de nuestro Fabri, que en paz descanse.

¿Cómo encontramos a Angelo? ¿A quién le va a pedir ayuda Dakota? Hay pocas opciones.

No acostumbro a hacer personajes femeninos que den ganas de odiarla, Paula es la primera. Pero si yo hubiese pasado siete años encerrada también sería insoportable y quisiera ver a todos tiesos.

No digo más. En unas horas estaré respondiendo preguntas por Instagram para chismear un rato o haré en vivo, no sé.

Cuídense mucho. Las quiero.

💋

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