28 ⫸ ¡BOOM!

Dakota POV

Paula. La exnovia de Skyler, la que habían matado años atrás frente a sus ojos. Era imposible.

En lo que él hacía preguntas por el teléfono yo me vestía. Dio la orden de que la trajeran porque en ese momento era lo más inteligente.

Nada tenía sentido o pasaba en el libro que yo había leído, pero... a fin de cuentas, era ficción. Podían revivir a un muerto con facilidad, un cliché, más cuando el funeral de Paula jamás sucedió porque los asesinos desaparecieron el cuerpo y lectora que se respete sabe que sin cuerpo no hay muerto.

Skyler se vistió sin pronunciar una palabra. Todo lo que acababa de pasar entre nosotros se había esfumado. Cuando intentó decir algo, puse la mano sobre su pecho y se lo impedí.

—Sé quién es ella. Sé que es importante saber qué está pasando y es la prioridad.

No pude evitar que mis ojos se fueran a mi dedo, el de la cicatriz y el anillo que él me había regalado. Los suyos hicieron lo mismo. Nuestros anillos gemelos eran un regalo que Paula le había hecho a él a los dieciocho años. Vi las preguntas en su rostro, las que decidió guardar.

—Necesito tu ayuda en esto —murmuró y lo único que hice fue asentir porque yo siempre estaría a su lado.

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Skyler puso al tanto de todo a Mario y Fabriccio. Eran más de las dos de la madrugada cuando Fabriccio bajó para encontrarse con sus contactos de la policía, los que debían traer a Paula.

Mario, Skyler y yo no hacíamos más que mirar al suelo y sabía que los tres estábamos en shock. El único que se mantenía impasible era Fabriccio, que, al entrar por la puerta, hizo que nos pusiéramos en pie de un salto. Traía con él a una mujer envuelta en una manta gruesa, pero eso no hacía que dejara de temblar, de frío o por los nervios.

Tenía el pelo negro, enmarañado y sucio, cortado como si lo hubiesen hecho con un cuchillo o una tijera roma. La piel cenicienta se le pegaba a los pómulos y sus labios estaban cuarteados y secos. Apenas podía caminar con la ayuda de Fabriccio, si la soltaba, se desplomaría. No fue hasta que la sentó en un sillón que vi sus ojos azules, apagados y llenos de lágrimas, pero tan claros que harían que cualquiera se detuviera a mirarla.

Nunca había visto a Paula, pero la descripción encajaba, a pesar de que la mujer sentada frente a nosotros no fuera más que la sombra de lo que había sido.

No dejaba de mirar a Skyler las lágrimas mojaron sus mejillas. Nadie era capaz de decir nada y ella, al parecer, quería, pero no tenía fuerza suficiente.

—Salgan —dijo Skyler con suavidad, mirando a Paula—. Por favor, déjenos a solas.

Era evidente que lo mejor que podíamos hacer en ese momento era irnos. Mario se sobó las sienes cuando salimos al pasillo.

—Necesito ocuparme de que esto no llegue a los oídos equivocados —dijo—. Nadie puede hablar y tendremos que pagar a muchas personas en la policía para que no se les vaya la lengua.

—Y yo necesito que antes vengan conmigo —murmuró Fabriccio—. Hay algo que me gustaría hablar con ustedes.

Mario y yo nos miramos.

—Algo que ni Skyler puede saber, pero vete —le dijo a Mario y hubo un extraño intercambio silencioso cuando se miraron el uno al otro—. Ocúpate de esto y hablaremos más tarde.

Mario asintió y se fue antes de que Fabriccio y yo tomáramos la dirección contraria.

—¿Qué has sido eso?

Alzó una mano para que no lo interrogara sobre lo que no me estaban diciendo y bajamos hasta el segundo piso del hotel, una de las plantas a las que solo accedían los trabajadores. Al final del pasillo, me hizo pasar a una oficina y encendió la luz de la lámpara de mesa al tomar asiento detrás del escritorio.

—La historia que cuente Paula será de importancia —dijo en lo que revisaba en sus cajones y sacaba una tablet—. No sabemos qué ha pasado y me preocupa la reacción de Skyler a todo esto.

—Se supone que el padre de Skyler la mando a matar, ¿cómo es posible que...?

Mis palabras se desvanecieron cuando Fabriccio hizo girar la tablet hacia mí.

"Alguien puso micrófonos en mi oficina. Sigue hablando como si nada pasara".

Sostuve la respiración para controlarme y cerré las manos en puño cuando me empezaron a temblar.

—Su padre... Si él la mandó a matar, ¿por qué está aquí? —pregunté con voz temblorosa en lo que Fabriccio escribía en la tablet.

"No tenía que hablar con Mario, él ya lo sabe".

—La pregunta no es por qué está aquí —dijo con naturalidad—. Lo que me intriga es dónde ha estado Paula todo este tiempo.

—Es evidente que con los Russo.

"Alguien quiere saber lo que yo hago y hasta el momento no ha podido. Los micrófonos llevan semanas aquí y los he dejado con tal de descubrir quién está detrás".

El corazón me golpeaba contra las costillas y estaba sudando.

¿Qué mierda es esto?

—Entonces... —La voz me falló—. ¿Los Russo fueron quienes lo planearon todo, quienes hicieron creer que estaba muerta?

—Es una posibilidad.

—Y el padre de Skyler no tuvo nada que ver... —murmuré y en ese momento ambas conversaciones tenían importancia.

Fabriccio mostró la tablet una vez más.

"Alguien quiere información de cómo atacarnos, no la ha conseguido y va a seguir intentándolo".

—Puede que los Russo planearan todo para poner a Skyler en contra de su padre —dijo Fabriccio.

—¿Por qué dejar a Paula...? —Mi cerebro maquinó a toda velocidad y se fue al pasado, unas semanas atrás—. Angelo. Angelo me dijo que su padre siempre tenía un as bajo la manga.

"Parece que la está usando".

—Pero fuimos nosotros quienes destapamos su negocio en esos muelles —dije y mis palabras continuaban nuestra conversación en voz alta y la que manteníamos en secreto.

—Supongo que arruinamos sus planes, pero quiero saber cuáles eran.

—¿Crees que utilizaría a Paula para extorsionar a Skyler?

"Creo que a Paula no ha sido liberada, alguien la ha colocado aquí".

Y después de eso no pude seguir fingiendo que teníamos una conversación porque la idea de que ella, el amor de la vida de Skyler, fuera, posiblemente, una traidora, iba en contra, no del libro que leí, sino de toda la saga. Mi universo literario se acababa de derrumbar.

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Skyler POV

Esa noche, Paula me abrazó cuando me arrodillé frente a ella y tras un par de sollozos se desvaneció. No pudimos hablar.

Había pasado una semana desde su llegada. Estaba recluida en una de las habitaciones del piso del hotel que reservábamos para nosotros. Los doctores estaban con ella todo el tiempo, por turnos.

En su cuerpo había evidencia de maltrato, heridas, cicatrices, pero en especial, de dos semanas comiendo muy poco y al borde de la deshidratación. Había sido un milagro que la policía la encontrara en los túneles subterráneos, en una cámara acorazada que tardaron en descubrir.

Sentía que la cabeza me iba a explotar, que nada en mi vida había sido real hasta ese momento. Las pesadillas volvieron a pesar de que, por primera vez, tomé los medicamentos que el doctor me recetó para dormir.

No eran las pesadillas que siempre me perseguían o las de los últimos meses, sino las de mi padre diciendo que le dejara explicarlo todo antes de que yo lo matara, las de Paula siendo estrangulada frente a mis ojos.

La vi caer al suelo sin respirar, leí un te amo en sus labios antes de morir. Después de eso me golpearon y perdí el conocimiento. Desperté en medio de la nada sin rastro de las personas que nos había detenido en la carretera para matarla.

—Señor Moretti —llamó alguien desde la puerta, uno de los doctores.

Llevaba más de una hora sentado detrás del escritorio que tenía en mi habitación, mirando al bolígrafo junto al ordenador. Fingí que estaba bien y le di un asentimiento al doctor para que pasara.

—Es la señorita García —dijo sin moverse de la puerta—. Ha insistido por horas en que quiere hablar con usted y...

Me levanté.

—Puedo ir a verla.

—La he traído —dijo el hombre.

Una enfermera pasó a mi habitación, de su brazo iba Paula, apoyada en busca de seguridad para mantenerse sobre sus pies. Me acerqué a ayudarla y que tomara asiento en el sofá cercano a la puerta.

—Esperen afuera —les dije.

—La señorita no debería estar mucho tiempo fuera de su cama —dijo el doctor—. Ha mejorado, pero sigue necesitando reposo.

Asentí y se retiraron. Me senté junto a Paula y busqué en ella a la chica que había conocido con diecisiete años. Estaba ahí, detrás de la extrema delgadez y las marcadas ojeras. Sus ojos tenían el mismo color, pero habían perdido la luz. Acaricié su rostro y dos lágrimas rodaron por sus mejillas.

—No quiero hacerte preguntas —murmuré—. No estás en condiciones de hablar, aún no.

Tomó mi mano para que no la apartara de su cara.

—Siete años —musitó y su voz no había cambiado, todos los recuerdos volvieron a mí—. Me dijeron que han pasado ocho años.

No pude contestar.

—Me han tenido encerrada por ocho años.

Había perdido la noción del tiempo y era normal.

—Después de que pasó... —Negó repetidas veces—. No sé cuándo desperté, pero me tenían en una celda y nadie vino a verme. Grité e imploré. No veía el sol, solo podía contar los días o tener una idea del tiempo si contaba las comidas que pasaban bajo la puerta.

Le tembló todo el cuerpo.

—Cuando llegué a trescientos sesenta y cinco días, volví a empezar de cero y... cuando iba por cien, un hombre entró, me tapó la boca con un pañuelo y perdí el conocimiento... Desperté en un lugar distinto.

Quería detenerla, decir que no podía escuchar esa historia, pero en el fondo quería saber y ella necesitaba dejarlo salir.

—Traté de seguir contando, pero cada cierto tiempo me movían y olvidé hacerlo. Me cansé de gritar, de pedir ayuda. —Me mostró los brazos llenos de heridas, cortes profundos que no habían cicatrizado bien—. Hubo un momento en que quise que todo acabara y de alguna forma se las arreglaban para mantenerme con vida. No me hablaban, pero tenían cámaras y me vigilaban día y noche.

Se tocó el lado del cuello y vi otra herida. Se había intentado matar no solo cortando sus antebrazos, sino la yugular y, aun así, la habían salvado.

—Perdí la cabeza —continuó—, perdí todo y hubo un momento en que era pura oscuridad y solo comí y respiré cuando era necesario. No me dejaban morir y eso era lo único que yo deseaba... Hasta que ese deseo también se apagó.

—Paula, mírame —le pedí—. No puedes estar hablando de estas cosas, no ahora, no...

—Hasta que un día sentí hambre —dijo sin prestarle atención a mis palabras.

Puede que sus medicamentos fueran tan fuertes que no le permitieran estar lúcida.

—No trajeron más comida —continuó— y por primera vez sentí algo... Supuse que finalmente iba a morir, pero llegaron esas personas y me sacaron de ahí... —Tomó mi rostro entre sus manos, estaban heladas—. ¿Sabes lo primero que pensé cuando supe que no me iban a noquear para llevarme a otro lugar? —Sus lágrimas no paraban de brotar—. En ti, pensé en todo lo que habíamos hecho juntos, en la única luz que había tenido en mi vida, la que no se había apagado a pesar de lo que me hicieron.

Juntó su frente a la mía y descansamos así, inmóviles, ella llorando y yo recordando aquel viaje a la playa cuando teníamos dieciocho años. Ese día llevaba un anillo en el bolsillo, iba a proponerle matrimonio...

La puerta sonó y los dos miramos. Dakota estaba ahí.

—Lo siento, no pensé que... Puedo irme si...

—Llama a los doctores —la interrumpí—. Paula necesita descansar.

Dakota hizo lo que le pedí y nos quedamos en el pasillo, viendo a Paula alejarse, caminando, muy despacio, envuelta en una manta y aguantándose del doctor y la enfermera.

—Perdón —repitió Dakota—. Solo quería saber cómo estabas, no pensé que estarías acompañado.

Volví a mi habitación y me dejé caer en el mismo sofá. No cerré la puerta porque no quería que ella se fuera, pero tampoco tenía la fuerza de pedirle que no me dejara solo. Apoyé los codos sobre las rodillas y enterré la cara entre mis manos.

—Skyler —dijo al arrodillarse frente a mí.

Alcé la vista y nuestros ojos estaban a la misma altura.

Deslizó los dedos por mi pelo. Su toque se llevó el aire en mis pulmones y por primera vez en toda la semana sentí una pizca de paz.

—Estamos preocupados por ti —murmuró sin dejar de acomodar mi pelo—. Llevas días aquí encerrado.

—No quiero... no puedo. —Traté de recomponerme, pero no podía—. Si salgo de aquí será más real.

—Es real, todo lo que está pasando es real. —No me dejó apartar la mirada—. Sé que necesitas tu tiempo, pero desde estas cuatro paredes no estás haciendo nada.

—No entiendes.

—Sí, te entiendo —dijo con seguridad—. Sé lo que estás pensando, en la muerte de tu padre, en que tú lo mataste y que si Paula está viva existe la posibilidad de que él no fuera el culpable o que no estuviera involucrado. Te estás torturando y recordando hasta el más pequeño de los detalles... y eso no servirá de nada.

Ella verdaderamente sabía todo de mí y no me importaba la razón, me importaba que estuviera allí, conmigo, porque de solo mirarla sentía que no iba a hundirme.

—Maté a mi padre —musité y nunca lo había dicho en voz alta.

—Y conozco las razones que tuviste y que también te dolió, que te torturas cada día por eso porque a pesar de lo que hizo, él era tu padre.

—Me pidió que le dejara explicar lo que había sucedido.

Presionó los labios juntos.

—Lo sé —murmuró.

Nadie había estado en ese lugar cuando yo lo había matado, pero ella lo sabía.

—¿Y si esto era lo que quería explicar? —le pregunté.

—Nadie puede saber qué quería decirte. Podemos investigar si tuvo que ver o no, si es culpa de Jack Russo o de quien le haya hecho esto a Paula.

Se acercó más a mí, acarició mi rostro y peinó mis cejas con los pulgares.

—Vamos a llegar a la verdad de esto.

—Y si...

—Sea cual sea esa verdad —interrumpió—, no hay nada que puedas cambiar del pasado. —Me dio un beso en la frente que me hizo recordar que debía respirar profundamente para mantenerme tranquilo—. Podemos trabajar en el presente, en lo que está a nuestro alcance.

La calidez en su voz era lo único que me estaba sosteniendo en ese instante.

—Podemos... —susurré—. Nuestro...

—Sí. —Me dio una sonrisa ladeada—. Plural, porque lo haremos juntos.

Tomé sus manos y las acuné sobre mi regazo. Miré sus finos dedos, la cicatriz idéntica a la mía, más blanca que el resto de su piel. La toqué con suavidad y ella hizo lo mismo con la mía.

—No sé las razones por las que me siento así y quizás nunca me las digas —murmuré—, pero puedes estar segura de que, a partir de hoy, si me dices que salte de un acantilado, lo haré.

Confiaba ciegamente en ella, como si nos conociéramos de toda la vida.

—Si me dices que esto lo solucionaremos juntos... —continué—, te creo.

Sus ojos brillaron y pasó los brazos por encima de mis hombros para atraerme hacia ella. Me di cuenta de que necesitaba su abrazo, necesitaba aceptar que no podía lidiar solo con todo y agradecí haberla contratado ese día, que estuviera a mi lado.

—Pienso hacerte saltar del balcón —murmuró y la risa que salió de mí fue una respuesta nerviosa para suavizar el dolor en mi pecho.

Estaba a punto de decirle que si me ordenaba eso la arrastraría conmigo, cuando el edificio tembló. Sostuve a Dakota de la mano para que no se cayera de espaldas y la ayudé a ponerse de pie. La idea de que fuera un terremoto y que tuviéramos que...

Algo estalló, un sonido potente y ensordecedor, diez veces más fuerte que un fuego artificial, y el cielo oscuro de Palermo tomó un color entre rojo y violeta.

Corrimos a la terraza donde había una vista de la ciudad. Un edificio había sido derrumbado con una bomba. Las llamas se alzaban por encima de las construcciones que lo rodeaban y el humo procedente de la explosión.

De nuevo, el cielo se iluminó y no muy lejos de la primera explosión vino otra. Los gritos de las calles se alzaban por el temblor que precedía a una y otra explosión.

—¿Qué demonios es esto? —dijo Dakota y sostenía mi mano tan fuerte que me cortaba la circulación.

Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete bombas en lugares distintos.

Estaba hiperventilando, viendo arder la ciudad que me había visto crecer, la que más amaba, donde había nacido mi madre. Las sirenas de policías, ambulancias y bomberos taparon los gritos.

Fabriccio llegó corriendo y hablando, primero conmigo, luego con Dakota, porque yo no era capaz de responder. Mi ciudad, mi espacio, mi vida... Todo destruido.

—¡Skyler! —gritó Dakota y me trajo a la realidad.

Las llamas a muchos pisos por debajo de nuestros pies, las que iluminaban el cielo, también se reflejaban en su rostro. Apretó mi mano con fuerza.

—Angelo —mascullé porque en mis entrañas algo me decía que era él—. Angelo hizo esto.

El teléfono de Dakota empezó a sonar y leí la vista previa del mensaje cuando lo sacó de su bolsillo.

Angelo: ¡BOOM!

Le dio su teléfono a Fabriccio que soltó un gruñido de impotencia.

—Lo voy a encontrar —gruñó y nos dio la espalda—. Hay que desalojar el hotel y revisar si hay explosivo en algún lugar. Mario ya está con el personal...

—No —dijo Dakota y lo sostuvo de la muñeca—. No hay nada aquí, él no quiere matar a Skyler, quiere verlo sufrir.

Me miró.

—¿Quiere vengarse destruyendo mi ciudad?

—Y viéndolo desde un lugar privilegiado —murmuró—. Yo sé dónde está, dónde encontrarlo.

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Hola, queridas champiñones del demonio...

¿Cómo ha ido la semana? ¿Qué tal están?

Desde el capítulo pasado odian a Paula y la mujer estaba muerta, pero ahora está más muerta que viva, ni caminar puede. Solo quieren que reviva personajes cuando les conviene.

¿Qué pasará con Paula? No sabemos. ¿Alguien la liberó para arruinarle la vida a Skyler? Posible. ¿Angelo? ¿Bombas? ¿Teorías? ¿Empanadas?

El capítulo que viene les va a gustar.

Leo sus comentarios y más tarde contesto preguntas por historias de Instagram. ✨✨✨

Coman sano y lean cositas bonitas.

Las amo.

💋

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