26 ⫸ ¿A quién le importa?
—¿Tienes claras las reglas?
Tomé la mano que Mario me brindó para salir del auto.
—Muy claras. —Le sonreí y acomodé mi vestido—. Nada de hablar de trabajo —enumeré—, nada de hablar de trabajo y nada de hablar de trabajo.
Me dio un tierno beso en el dorso de la mano.
—Es usted muy inteligente, señorita Jensen.
Alcé una ceja.
—Llamarme por mi apellido suena a trabajo.
—Dakota.
Ladeé la cabeza para darle el aprobado.
Un valet se acercó y le di la llave de mi auto.
—Gracias —dijo él—. Ha sido muy emocionante que fueras tú la que estuviera lista antes, que me esperaras en el lobby del hotel y me abrieras la puerta del copiloto para traerme hasta aquí.
—Eres lento y necesito darle uso a ese bebé. —Señalé a mi espalda en lo que caminábamos por el muelle de la parte más bonita de Palermo—. Costó millones, ¿sabes?
—Vi el estado de cuenta de Skyler, sé que...
Alcé un dedo e hizo silencio.
—Nada de trabajo. Estás rompiendo tus reglas.
Tomó una profunda inhalación.
—Tienes razón.
Me tomó de la mano y me resultó extraño caminar con alguien así, no recordaba la última vez que había hecho algo tan íntimo, de pareja. Aguanté las ganas de apartarme. No quería abrir la noche con uno de mis traumas de la adolescencia que pudiera arruinar la cita.
Mario me había llevado a un lujoso restaurante dentro de un barco de dos pisos que salía del muelle a las nueve de la noche. Llegamos quince minutos antes y nos llevaron a lo más alto de la embarcación, por encima del segundo piso. Una pequeña cabina con paredes de cristal dejaba una clara vista del paisaje en todas direcciones. La mesa estaba preparada para dos personas, con velas, platos y copas finas. Era, posiblemente, el mejor lugar de todo Palermo.
Me sonrió a la espera de una reacción cuando nos quedamos a solas con la promesa de nuestro camarero personal de regresar con la carta de vinos. No pude decir nada, tampoco tomar asiento, solo quedarme de pie, viendo a Mario con su traje gris claro que combinaba a la perfección con su cabello platino peinado hacia atrás. Sus ojos negros contrastaban con su piel y reflejaban la luz cálida que nos envolvía.
—¿La verdadera segunda regla de la noche era solo hablar de nosotros? —pregunté.
—Para conocernos de otra manera —coincidió.
Ser sincera era complicado, darle paso a alguien a partes más privadas de mí. Como Skyler había dicho, follar podía ser con cualquiera, no tenía por qué incluir nada sentimental, sin embargo, una cita... La última persona a la que me abrí emocionalmente fue a Skyler y no salió mal, pero nuestros caminos se separaron y...
Saqué de mi mente todo pensamiento que lo involucrara. Estaba con Mario, no había aceptado por compromiso o para quitar ideas de mi cabeza. Quería vivir aquello, real o ficticio, ya no me importaba.
—Nunca me han llevado a una cita —confesé. Abrí los brazos para señalar al acogedor espacio—. No a una real, menos a una lujosa en la que es evidente que pusiste tiempo y esfuerzo.
—¿Cómo sabes que no traigo aquí a todos mis ligues? —se burló.
—Eres adicto al trabajo, es bastante obvio que no llevas a cenar a nadie.
Resopló.
—Eso es cierto, pero me sorprende mucho que a ti jamás te hayan llevado a una cita.
Deslizó la silla más cercana para que me sentara y le agradecí.
—Si cuentas como cita cuando mi ex me llevó al tiradero en el que se reunía con sus amigos para pasar droga, puede que haya tenido varias —confesé.
Mario se quedó sin palabras. Ellos hacían cosas más ilegales, pero estaban en un nivel superior, siempre lo habían estado. Pasar droga, robar o vender armas de contrabando no era lo que conocía. Él era lo que, en broma, llamarías un mafioso con modales, de alta cuna.
—Lo siento —dije—. Pero si me pides sinceridad, eso es lo que obtendrás. Mi vida no ha sido color rosa y nunca he tenido una relación... Puede que una y muy sana no fue.
—Esto no me lo esperaba —dijo para no dejarme hablando sola—. Supongo que... ¿lo siento?
Se me escapó una carcajada nada adecuada para el lugar. Por suerte, estábamos a solas.
—Créeme, él lo siente mucho más —murmuré cuando el camarero entró a recomendarnos los mejores vinos.
En lo que hablaba yo solo podía pensar en Benny y su rodilla destrozada. Se suponía que debía darme lástima un año después, pero lo único que lamentaba era no haberle destrozado las dos.
—Entonces, terrible vida amorosa —dijo Mario cuando tuvimos vino sobre la mesa y pedimos la comida.
—Deplorable —acepté—. ¿Tú?
—Nada que contar, así de aburrida. Mejor hablamos de por qué no comes pescados y mariscos. ¿Alergias?
Negué.
—Mi tía tiene... —Me aclaré la garganta. Debía ajustar detalles de mi pasado o sería muy obvio que venía de cualquier universo menos de aquel—. Mi tía tenía un restaurante y yo iba a trabajar para ella durante las vacaciones para hacer algo de dinero. Era en el puerto de la ciudad y la especialidad eran pescados y mariscos.
—¿Cómo aquí?
—Si yo fuera tú, no me atrevería a establecer una semejanza entre el restaurante de mi tía y este. Es un insulto.
—Lo siento, no quise decir que tu tía o esto fuera mejor que...
—Un insulto a este restaurante —aclaré para evitarle el mal rato. Me encogí de hombros—. Pero la comida de mi tía era muy buena, lo era hasta que me dio asco el olor por tantas horas de trabajo, aunque esa no fue la razón por la que dejé de comerlos.
Había contado aquella historia pocas veces.
—El restaurante de mi tía también tenía un lugar especial, al final de un pequeño muelle, rodeado por el mar. Una mesa para dos, perfecta para los enamorados o las propuestas de matrimonio. —Se me ponía la piel de gallina al recordarlo—. Me tocó atender a una pareja, una chica y un chico, el problema es que a ella la conocía de otros lugares y me gustaba... mucho. En ese tiempo yo no estaba con el cacas, estábamos...
Me percaté de que estaba pasando los límites de la confianza, que me había bebido una copa de vino mientras hablaba con Mario y no Mar o Vi, mis mejores amigas, con quienes usaba un lenguaje muy distinto.
—Mi ex... Estábamos separados. —Aunque las infidelidades por venganza en esa relación habían llovido—. La chica me gustaba, pero tenía novio, y por mucho que traté de cambiar con otro camarero, no pude. Me vi obligada a poner mi mejor cara y atenderlos.
—¿Qué edad tenías? —Se veía divertido.
—Diecisiete y estaba pasando por una fase en la que creía que ir al gimnasio me convertía en la persona más interesante del planeta, por lo que iba una vez cada dos semanas, hacía todos los ejercicios posibles y al día siguiente me temblaban las piernas cuando caminaba.
Mario frunció el ceño porque no entendía a dónde se dirigía mi historia.
—Trata de cargar con dos bandejas repletas cuando pesas cuarenta kilos y un día después de haber hecho una rutina de entrenamiento para profesionales. —Cerré los ojos y la ansiedad que me provocó el recuerdo hizo que me estremeciera—. Me caí al agua mientras caminaba por el muelle para llevarles la comida. Terminé nadando entre pulpa de cangrejo, cóctel de camarones y enchilado de pescado. —Forcé una sonrisa—. Añade que todo el restaurante, incluyendo la chica que me gustaba, me vio luchar contra mis propios pies para no caer y fracasar de la manera más ridícula posible.
Rio a pulmón suelto, como jamás lo había visto. No lo juzgaba, era uno de mis épicos ridículos y merecía la pena que alguien la pasara bien con ellos.
—Desde ese día corro en dirección contraria a todo lo que venga del mar, me provoca náuseas.
—Pues has venido a vivir a una isla, el peor de los lugares para eso, y yo te he traído a la cita más inadecuada de la historia porque estamos en medio del mar.
El barco se había alejado lo suficiente de la costa, Palermo se percibía como una fila de luces a los lejos.
—Igual seguí sirviendo de camarera en el restaurante de mi tía, necesitaba el dinero. Parece que lo de trabajar en lugares que no me gusta es una maldición que...
—Nada de trabajo —advirtió y durante el resto de la cena el tema no volvió a salir.
Mario era divertido. El tiempo me había mostrado su otra cara y ese día se vio más relajado, joven. Supuse que, a él, como a mí, nos hacía bien estar lejos de Palermo, pretendiendo que nuestros problemas no existían. Algunos los compartíamos, otros eran propios porque yo lo veía a solas mirando a la nada o sobando sus sienes frente al ordenador para resolver cosas que nunca comunicaba al resto para evitarnos dolores de cabeza.
Puede que me gustara porque era atractivo, tanto que era absurdo, pero también me gustaba su manera de ser. Hasta el toque rencoroso, su incapacidad para dejar ir las cosas más diminutas, me resultaba gracioso. Seguía echándome en cara que le había robado una rosquilla dos meses antes.
Terminamos de comer y seguimos conversando. Me pareció una broma cuando dijo que teníamos que bajar a ver el espectáculo de fuegos artificiales a medianoche. El tiempo no había pasado a toda velocidad, no de la manera en que conocía, se me había escapado de las manos porque la estaba pasando bien.
Llegamos a la cubierta con el resto de clientes, unos veinte, por lo que el espacio para apoyarnos en la barandilla del lado que el personal nos indicaba, era más que suficiente para mantener la privacidad. La noche era fría, no lo había notado porque habíamos estado en un saloncito cerrado y...
—Estás temblando —dijo Mario y no dudó en quitarse el saco para abrigarme con él.
Pesaba, tenía la calidez de su cuerpo y su aroma. Me quedé sin aliento al mirar sobre el hombro y ver que me dedicaba una sonrisa. ¿Estaba viviendo el cliché del romance literario? ¿Sería Mario el verdadero chico bueno que podía conquistar mi corazón herido? No sabía si me estaba burlando de mí misma, de la situación o solo lo usaba como mecanismo de defensa, porque la verdad era que lo estaba pasando bien al ser tratada como lo merecía por alguien que se había ganado mi amistad y que me hacía sonreír.
—Gracias —murmuré.
Evité mirarle a los ojos.
La chica del libro, la protagonista, se enamoraba de Mario. Tenían no una, varias citas, mucho tiempo para conocerse antes de que algo pasara entre ellos. ¿Estaba yo ahí para suplantar su lugar? ¿El libro me estaría arrastrando a su gusto y por eso me sentía atraída hacia Mario o era todo real?
—¿Cómo tú y Skyler se hicieron amigos? —pregunté y eso lo tomó por sorpresa.
—Pensé que...
—No es trabajo, es de ti, quiero saber cómo llegaste a esta isla si no naciste aquí y por qué te quedaste.
En ningún libro explicaban eso. Solo estaba la repetición de "habían estado juntos desde que tenían memoria" o "eran los mejores amigos". Nunca hubo un flashback o una explicación del nacimiento de tal amistad, tampoco del origen de Mario.
Apoyó los codos en la barandilla y me miró.
—Mis padres se mudaron a Sicilia. Mamá era la encargada de la limpieza de la casa de los Moretti y papá conducía para el padre de Skyler. —Sonrió—. Su madre se ofreció a cuidarme cuando ellos no podían y, de alguna manera, logró que yo me quedara más seguido en la casa...
»Crecimos juntos y su padre me ayudó a entrar en la misma academia de niños ricos en la que estaba Skyler, lo pagó todo como si fuera un hijo más. Yo estaba feliz porque me dejé de sentir un marginado, tenía un mejor amigo que me entendía... Lo que no entendía era por qué mis padres se mostraban tan reticentes a la ayuda que nos brindaban, a las oportunidades que los Moretti me ofrecían.
Miró al mar.
—Yo no entendía a qué se dedicaba el padre de Skyler, tampoco que mis padres trabajaban para él sin ensuciarse las manos. Tenían miedo de que yo terminara en ese mismo mundo y... —Dejó salir un suspiro—. Supongo que los decepcioné cuando Skyler decidió unirse a la familia y yo lo hice con él.
—Después de la muerte de Paula.
Asintió.
—Skyler quería venganza y yo no iba a dejarlo solo. —Juntó los labios—. Cuando descubrimos que había sido su padre... Me resultó igual de complicado que a él... Creo que los dos lo hicimos, aunque fue él quien apretó el gatillo. —Entrelazó los dedos—. Puede que él no lo acepté, pero jamás dejará ir la culpa de lo que hizo con su padre y yo tampoco, le tenía el mismo cariño que al mío, a pesar de que no estuviera haciendo las cosas bien, de que hubiese ido tan lejos como para lastimar a Skyler matando a la mujer que amaba.
»Hay cosas que no tienen perdón... Eso es también lo que nos ha mantenido unidos por tantos años. Dormimos en la misma cama desde pequeños, su madre fue como mi madre, nos peleamos como hermanos y nos reconciliamos, negamos el mundo que crecía a nuestro alrededor, la maldad en él, queríamos huir, pero la culpa por todo lo que hemos hecho, la que compartimos y la que cargamos del otro... Eso nos hizo uno.
Lo miré por largo rato. Yo nunca había tenido una amistad así y puede que jamás la tuviera porque me era tan complicado conectar con las personas, pasar esa barrera de confianza.
—No me los puedo imaginar peleándose por un juguete —dije para relajar el ambiente.
Estaba a punto de responderme cuando el primer silbido recorrió el cielo y comenzó el espectáculo de fuegos artificiales. Me asustó y dejó hipnotizada. Yo jamás había ido a lugares bonitos, mucho menos porque alguien estuviera pensando en mí para que pasáramos una noche agradable.
Mientras las luces de colores estallaban e iluminaban la embarcación, tuve que mirar a Mario. Me sonrió y me di cuenta de que yo hacía lo mismo a pesar del frío y que me castañeteaban los dientes.
—Te vas a helar —se burló.
Se paró detrás de mí. Mi espalda dio con su pecho y apoyó las manos a la barandilla. Me sentí atrapada de la mejor manera posible. Entre su saco y el calor de su cuerpo, la brisa nocturna dejó de molestarme, incluso en la cara, su cercanía hizo que se me calentaran las mejillas.
—Es la primera vez que vengo con alguien a este barco —murmuró muy cerca de mi oído—. Aquí mis padres celebraban su aniversario de bodas. Ahorraban todo el año para eso y a mis veinte ya yo podía pagarlo con lo que ganaba en un día... Se los eché en cara. —Su voz se fue apagando—. Ellos siempre me quisieron llevar por el buen camino y yo...
—Fuiste egoísta y un cretino —concluí por él.
Me dedicó una sonrisa.
—Todos hemos sido cretinos en algún momento. —Me encogí de hombros y él se pegó más a mí para abrigarme con su abrazo—. Mi madre trataba de advertirme de la basura que tenía por novio y yo lo único que hacía era pelear con ella. No es que sea la mejor para dar consejos, grita muchísimo.
La risa de Mario me hizo reír y darme cuenta de lo mucho que la extrañaba y de que sentía aquellos meses como años. Deseaba volver a mi universo, a estar con ella, mis amigas.
—También fui egoísta, desconsiderada y no vi cuando las personas a mi alrededor trataban de ayudarme. Creo que todos lo somos en algún punto, en especial con nuestros padres.
Entrelacé mis dedos con los suyos y me abracé a mí misma por encima de sus brazos.
—Entendí tarde que los años dan experiencia, que nuestros mayores tratan de transmitírnoslas y que lo mejor es escuchar atentamente para que, cuando nos llegue la hora de chocar con la realidad, tengamos como hacerle frente y salir lo menos golpeados posible.
Su nariz rozó mi oreja y un cosquilleo me recorrió la columna vertebral.
—Gracias —susurró—. Gracias por no dejarme pensar que soy un pésimo hijo.
—Estoy segura de que tus padres saben que no lo eres.
Lo miré por encima del hombro y fue cuando me di cuenta de que los fuegos artificiales se habían detenido. Su rostro, a centímetros del mío, era iluminado por las guirnaldas que adornaban aquella parte del barco.
El torbellino de emociones que me invadió me obligó a contener la respiración. Tampoco me había sentido así con nadie, nunca en mi vida había tenido tantas ganas de que alguien me besara, pero a la vez no podía moverme.
Mario recorrió mi rostro con la mirada y se acercó, despacio. Fui yo quien acorté la distancia final e hice que nuestros labios se tocaran. Su beso fue suave, respetuoso, tan tierno que giré para rodear su cintura con mis brazos.
Sostuvo mi rostro cuando nos separamos y me percaté de que no quería que aquel beso se detuviera. No era la única que pensaba de la misma manera. Me tomó de la mano y caminamos por el restaurante, en ese momento casi vacío porque todos disfrutaban del exterior. Llegamos al fondo del lugar y entramos por un pasillo que nos llevó a otro hasta el baño.
Para mi sorpresa, abrió el de las mujeres, me tomó de la cintura y me obligó a entrar. Escuché cómo pasaba el cerrojo, pero no tuve tiempo a ver más porque estuvo sobre mi boca, caminando hacia mí hasta que mi espalda chocó contra la pared.
Gemí cuando su lengua tocó la mía y no de la manera en que lo había hecho en público, fue con un deseo más carnal.
—Si quieres que vayamos despacio —dijo entre jadeos—, podemos parar.
—Sigue.
Gruñó sobre mi mejilla y subió mi vestido con ambas manos. No dejó de besarme y yo de desordenar su cabello en lo que él rompía mis bragas. Cuando su mano estuvo entre mis piernas, estaba tan excitada que sus dedos al penetrarme fueron un alivio instantáneo.
—No sabes lo que he deseado que esto pasara. —Bajó besando mi cuello—. Me encantas, Dakota, me vuelves loco.
Mordió mi pecho con demasiada fuerza y volvió a mis labios pidiendo perdón, aunque mientras siguiera penetrándome con los dedos como lo estaba haciendo, yo sentiría agradable cualquier dolor.
Me cargó y sentó en la encimera donde estaba la hilera de lavabos. Nos miramos a los ojos y la oscuridad en los suyos me encendió más. Bajó dejando besos por mi escote y subió mi vestido por encima de la cintura.
—¿Alguna vez te han hecho sexo oral en un barco, Dakota?
De mi boca iba a salir una negativa cargada de diversión, pero me percaté de que estábamos en un baño y lo que él estaba a punto de hacer. Fue mi turno de que los recuerdos volvieran y lo sentí como un déjà vu... Yo había estado en una situación similar con Skyler.
Me bajé el vestido y salté de la encimera. Mario se vio asustado.
—¿Te hice algo? ¿Estás bien?
Me tomó el rostro con las manos para que lo mirara. Ahí estaba él, preguntándome una y otra vez si me pasaba algo o necesitaba ayuda. Yo no podía responder.
Ni un momento esa noche había pensado en Skyler, no en lo que había pasado antes o después de nuestra separación con su partida. Me prometí no ir a esa cita si no estaba preparada para hacerlo y, al parecer, era imposible dejarlo fuera de mi cabeza.
—Nada —le dije a Mario—. Tú no hiciste nada mal, pero yo sí.
Arrugó las cejas, pero no se separó, sino que trató de acomodar mi pelo. Fui yo la que di un paso atrás.
—Hay algo que deberías saber.
Yo no habría deseado estar en la posición de Mario sin conocer la verdad, sin tener todo claro.
—Yo... —Tomé aire hasta llenar mis pulmones—. Skyler y yo...
—Ya sé que pasó algo entre ustedes antes del operativo en los almacenes de los Russo. Él me lo contó.
—¿Cuándo?
—Hoy en la tarde.
¿Lo había hecho para que Mario cancelara nuestra cita? No me decía que yo le importaba, pero tampoco me permitía hacer algo más con mi vida o que su amigo fuera feliz en la suya. ¿Así de sucio jugaba ese Skyler que era capaz de...?
—Me contó lo que había sucedido porque se sentía culpable de no habérmelo dicho antes y sabía que tú y yo saldríamos hoy en la noche.
—¿Qué...? Exactamente qué te dijo.
—Todo lo que ha pasado entre ustedes... —Me tomó de la barbilla para que lo mirara—. En el campo de tiro, lo de esa madrugada después del operativo antes de que yo llegara y lo que hablaron hoy en la mañana.
Todo. Le había dicho todo.
—Dudó en decirme porque no sabía cómo sentirse al respecto. —Se me hizo un nudo en el estómago—. Me dijo que se dio cuenta de que, no importaba lo que él sintiera después de lo que ha pasado entre ustedes, le importaba lo que yo sentía.
Me dolió escucharlo. Yo hubiese querido que él me quisiera, pero me reconfortó porque ese era el Skyler que yo conocía, el que pondría a Mario y su felicidad primero.
—Me dijo que no debía preocuparme por lo que había pasado y que era mi elección hacer lo que quisiera con esa información.
—Y no me dijiste que lo sabías.
—Pensé que tú habías hecho una elección porque estabas aquí conmigo. —Me dio una media sonrisa—. No me pareces el tipo de persona que jugaría con otras de esa manera y no me equivoqué.
Nos mantuvimos en silencio y me acerqué para acomodar su pelo rubio que caía a los lados de su rostro, yo había destrozado su peinado con mis dedos.
—No te sientas culpable. —Mis manos se congelaron, no entendí a qué se refería—. Por no elegirme —especificó.
—Yo no he... —Negué repetidas veces—. Esto no va de escoger entre tú y Skyler. No es tan sencillo como...
—Si has detenido esto —interrumpió, señalándonos—, es porque sabías que es un error hacerlo si sientes algo por él.
—Yo no he dicho que...
—A mí no me importa —me cortó—. No me preocupa que tuvieras algo con Skyler mientras a él no le afecte que yo esté interesado en ti y me dejó muy claro que tenía vía libre contigo, que podía avanzar sin pensar en él. Confío en mi amigo y sé que, si mañana tú y yo tenemos algo, él jamás te mirará de una manera indebida, jamás me dañaría de esa forma o te pondría en una posición incómoda.
Y yo sabía que era verdad.
—A mí no me importa —repitió—, pero a ti sí.
—No quería que tuviéramos sexo en un baño sin que tú supieras que Skyler y yo tuvimos algo.
—Y ahora ya sabes que lo sé, pero sigues dudando... o repitiéndote que estás dudando porque no quieres aceptar la verdad.
No supe si me estaba retando o intentaba hacerme razonar. Por la manera en que acarició mi mejilla me percaté de que era lo segundo.
—Mario...
Dejó un suave beso en mis labios.
—Le patearé el culo a ese hijo de puta en el ring —murmuró—. No le voy a perdonar de que lo prefieras a él antes que a mí.
No me dejó hablar, solo me abrazó y lo agradecí. Mi cuerpo iba a responder a todo lo que viniera de Mario, ya fuera porque era otro personaje irresistible escrito por una mujer, o porque el personaje que yo estaba suplantando a veces influía en mi personalidad o la trama me quería obligar a cumplir con un papel en específico... pero mi mente. Mi pensamiento siempre estaba con Skyler.
⫷⫸
El regreso fue silencioso e incómodo. Mario se despidió con una sonrisa cuando llegamos al hotel. No subió en el mismo elevador que yo, se excusó en que debía arreglar algo... Una mentira. Era pasada la media noche, a esa hora no había nada para hacer.
No sería fácil dejar atrás lo sucedido. Me lamenté por haber accedido a salir juntos, por ser tan estúpida de jugar al cuento de hadas y al libro feliz. Había perdido de vista mi objetivo una vez más, todo por querer sentirme normal.
Odiaba haber quemado tantas etapas de mi vida y añorarlas en ese momento, que nadie me hubiese valorado para dedicarle tiempo a una cita conmigo. Odiaba no haberme amado lo suficiente para reconocer que lo deseaba, por haber aprendido a quererme tan tarde y, que, cuando mi vida había tomado el rumbo correcto, me había metido en aquel problema ficticio en vez de pensar en mí y olvidar a una persona que ni tan siquiera sabía quién era yo.
Me temblaban las manos de la ira contenida. Abrí la puerta de mi habitación, lancé mi bolso de mano hacia la mesa que estaba a la entrada. El grito que dejé salir para liberar lo que llevaba en el pecho fue apagado por el jarrón lleno de flores que se estrelló contra el suelo cuando la mesa se desestabilizó.
Respiré profundamente y caminé por encima del desastre. Cuando tuve una vista de mi habitación, la tensión que había creído liberada, volvió a mi cuerpo. Skyler estaba sentado al pie de mi cama.
⫷⫸
Hola, champiñones...
¿Alguien quiere seguir leyendo? Yo sí porque el capítulo que viene está fuerte. 😛
¿Y si pongo una cuenta atrás y actualizo de nuevo dentro de 8 horas? Es viernes, pueden estar despiertas hasta tarde... pero si no quieren, no.
Leeré comentarios en un rato
💋
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