25 ⫸ Nunca va a decir que le importa

Skyler POV

La extracción de Fabriccio y Dakota no había sido sencilla. Mis hombres cavaron en la tierra hasta dar con un túnel que habían encontrado para escapar. Nuestro equipo médico de confianza los atendió y se los llevaron antes de que pudiera ver en que estado se encontraban.

Mario y yo lo habíamos presenciado todo a través de las cámaras integradas en sus trajes. Por esa razón conduje a toda velocidad hasta la casa segura más cercana, la que estaba preparada por si algo salía mal.: una vieja finca.

Cuando llegué, primero vi a Fabriccio. A pesar de sus condiciones, me mandó a la mierda e hizo que saliera de la habitación donde lo atendían, o donde los médicos intentaban hacerlo. Él insistía en que él podía curar de sus propias heridas. Lo dudaba. El informe del médico principal me dijo que llevaba puntos en la espalda por una herida profunda y que tenía varias costillas fisuradas o rotas y que necesitarían llevarlo a un hospital para examinarlo con rayos X.

Si Fabriccio había salido de allí y todavía era capaz de mirarme con expresión asesina cuando yo daba una muestra de preocupación, significaba que sobreviviría.

—La mujer, señor Moretti —dijo el médico—, el problema es ella.

Cerré las manos en puño a los lados de mi cuerpo. Resistí el impulso de correr y patear puerta a puerta hasta encontrarla.

—¿Qué pasa con ella?

—No se deja tocar. —Debió ver la confusión en mi rostro—. No parece tener ninguna herida profunda, pero no podemos asegurarlo sin quitarle la ropa y examinarla. Grita cada vez que alguien se le acerca y... Tiene un hombro dislocado, no hemos podido ponerlo en su lugar.

Tragué con dificultad y logré mantener la compostura al hacer un gesto con la cabeza para que el médico me llevara a donde estaba Dakota. Caminaba demasiado lento, demasiado tranquilo en comparación con mi corazón que bombeaba sangre por todo mi cuerpo a una velocidad alarmante.

La habitación al final del pasillo estaba abierta y la ventana también. Dejaban circular la brisa de la madrugada y en medio había una cama con un diván a los pies. Allí estaba ella.

Seguía con el traje negro, cubierta de sangre, encogida en sí misma y con varias enfermeras alrededor que le brindaban palabras de consuelo, pero que mantenían distancia. Cuando una dio un paso en su dirección, Dakota mostró los dientes y alzó un cuchillo.

—No podemos perder más tiempo para poner ese hombro en su lugar, no nos ha permitido ni pasarle calmantes para el dolor —explicó el médico—. Tiene que estar sufriendo.

Su hombro derecho estaba en una extraña posición. El sudor que perlaba su frente, daba reflejos de la luz azulada que entraba por la ventana.

—Saque a todos —le murmuré al hombre—, solo quédese usted.

Al momento, la habitación quedó casi vacía y eso hizo que Dakota examinara el movimiento a su alrededor. Sus ojos se posaron sobre mí. Era un animal herido que no deseaba ser molestado. Vi el dolor en su mirada, la alerta permanente, cada organismo vivo sería identificado como un peligro.

Me quité el saco con extrema lentitud porque ella seguía todos mis movimientos. Hice lo mismo al remangar mi camisa, sin apartar la mirada o pensar en la sangre cerca del nacimiento de su pelo, el labio partido y la suciedad. Di un paso en su dirección y se tensó. Esperé hasta que respiró con calma y di otro. Me atreví a dar un tercero, pero con el cuarto, cuando la distancia entre nosotros fue de un metro, su mano sana apretó la empuñadura de su cuchillo, una señal de amenaza.

Me agaché para que no tuviera que alzar la cabeza para verme.

—¿Me abrirás la garganta con eso? —pregunté, aunque no esperaba obtener respuesta—. Apuesto que te gustaría después de todo lo que ha pasado.

No hubo reacción, pero tampoco cambió la fuerza con que apretaba el cuchillo. Por la contracción de los músculos de su mandíbula supe que el dolor por el que estaba pasando era cada vez peor.

—Están todos bajo custodia policial —le dije—. Salió como planeábamos, lo hicieron bien.

Contrajo el rostro al tragar.

—Van a pagar por lo que viste —continué porque sabía lo tanto que le importaba, no sabía cómo lo sabía, siempre me pasaba con ella, pero lo sabía—. Van a pagar por lo que han hecho y será gracias a lo que ustedes hicieron hoy.

Sus ojos brillaron y me atreví a dar dos pequeños pasos si incorporarme, manteniendo mi cabeza por debajo de la suya al estar agachado. No intentó protegerse de mí. Había pasado su línea de seguridad, la que le había trazado para las enfermeras.

—¿No quieres que te quiten el dolor? —pregunté.

Sus labios secos se entreabrieron y supe que podía acortar los centímetros que nos separaban. Me quedé de rodillas entre sus piernas y me senté sobre mis talones para seguir más abajo que ella. No dejaba de mirarme, atenta, pero relajada.

—¿Me darás el cuchillo o vas a apuñalarme? —susurré para que ni el doctor lo escuchara—. Puedo dejarte si quieres, sería justo después de todo o que te he hecho. —Le sonreí con tal de terminar de calmarla, aunque su deplorable estado y el dolor que verla así me causaba, no me diera gracia alguna—. Quizás, si dejo que me claves eso en el pecho, me perdones de una vez por todas y me dejes de mirar como si fuera una rata cada vez que nos cruzamos.

Habría dado todo por ver una muestra de vida en ella, con un insulto me conformaría. Coloqué mi mano sobre la suya, donde sostenía el cuchillo, con suavidad, no sabía cuánto le dolería.

—¿Qué te parece si ahora dejas que el médico te ponga el hombro en su lugar y después te permito que me hagas todos los agujeros que quieras con ese cuchillo? Prometo no moverme hasta que te canses.

Le dio una mirada al doctor y luego a mí. Movió la cabeza, solo un poco, un asentimiento, así que le quité el cuchillo y lo dejé en el piso. Acuné sus manos entre las mías con sumo cuidado por miedo a lastimarla.

—El médico te pondrá algo que alivia el dolor...

Negó y alcé una mano para que el hombre, que ya había dado dos pasos hacia nosotros, se detuviera.

—Tienen que poner el hombro en su lugar —le expliqué—. Va a doler y el calmante...

Volvió a negar.

—¿Quieres que lo haga sin nada? —Asintió—. Dolerá.

Su falta de reacción me dijo que debía aceptar sus deseos y el doctor se mostró en desacuerdo. Se paró a su lado y pidió permiso antes de examinarla. Dakota no dejaba de mirarme y cada vez que el hombre la tocaba, un músculo de su rostro saltaba de manera involuntaria porque el dolor era soportable, pero estaba ahí.

—No hará falta acostarla —dijo él y Dakota tomó una bocanada de aire, consciente de lo que venía.

Apreté su mano y me incorporé, de rodillas y nuestros rostros quedaron a la misma altura. Se lo sostuve para que solo me mirara a mí, no a su hombro y lo que hacía el médico. Yo tampoco miraría, pero el sonido, el grito que se escapó de sus labios fue suficiente para sentir que un cuchillo, uno invisible, me atravesaba el pecho. Dakota cedió al dolor y el llanto, su espalda se dobló y la aguanté.

El doctor me pidió que sostuviera su brazo sobre el pecho de ella para inmovilizarlo.

—Yo me ocupo —dije.

—Señor Moretti, no sabemos si necesita...

—Váyase —pedí en voz baja para no alterar a Dakota—. Yo puedo atenderla, deje el equipo necesario.

Una herida, puntos... Yo podía hacerlo todo.

Nos quedamos a solas y no me moví. Le permití llorar en mi hombro, a pesar de que no tenía fuerzas para hacerlo. Esperé sin soltar su mano o tocarla en otro lugar. No sabía si alguna herida pudiera estar debajo del traje.

Cuando hizo silencio, volví a tomarla del rostro e hice que me mirara. Las lágrimas seguían deslizándose por sus mejillas manchadas de tierra y restos de la explosión, tinte negro que se mezclaba con el sudor. Ese no era un llanto por un dolor físico.

—Eres una mujer muy valiente, Dakota —murmuré, limpiando sus lágrimas—. Lo vi todo, te vi, estuve ahí contigo, aunque no lo creas.

La peor de todas las torturas que había sufrido habían sido esos minutos dentro de aquel edificio, con ellos en peligro y yo de manos atadas mirando una pantalla.

Dakota dejó escapar un sollozo.

—Los maté —dijo con una voz que no era para nada la suya—. Los maté.

Asentí y comprobé que esa era la razón de sus lágrimas: sus primeras muertes.

—Y te agradezco que por eso Fabriccio esté aquí. —Insistí en limpiar sus mejillas, pero ella no paraba de llorar—. Salvaste al que considero mi padre, mi compañero y mi amigo. Fuiste muy valiente, Dakota, y no tengo cómo pagar lo que has hecho.

—Los maté —susurró.

—Lo lamento —dije y nunca había sentido esas palabras como en ese momento—. Siento mucho que te hayas visto envuelta, pero no lamento haber confiado en que podías con esto y más. Hoy dejaste muy claro que no necesitas de mí o de nadie.

—Pero los maté —sollozó.

—Y si no lo hubieses hecho, no estarían aquí y yo habría tenido que perseguir a esos hijos de puta para arrancar su piel pedazo a pedazo con tal de que pagaran por tu muerte y la de Fabriccio. —La idea me hacía temblar, pero me controlé—. Te salvaste y eso es lo único que importa.

Se mordió el labio y no le importó lastimar la herida que le volvió a sangrar.

—Mírame —dije cuando quiso apartar la mirada—. Te salvaste, te defendiste de personas que te querían dañar, hiciste lo que debías hacer, ¿entiendes?

Sostuvo la respiración para controlarse.

—Nunca olvides lo que eres y lo que vales —murmuré—. Tú vienes primero, tú eres a la única que debes proteger, tú eres la persona más importante en el mundo para ti misma y lo que hiciste fue demostrarlo, protegerte.

Se quedó viéndome, congelada, como si acabara de decirle algo que apagara un interruptor en ella, el de la culpa. Tras unos segundos en los que no hicimos más que vernos a los ojos, tuve que hablar:

—Tengo que bañarte y limpiar toda la suciedad antes de curarte. Quieres que te ayude a caminar al baño o que te cargue.

No respondió, seguía hipnotizada, con los ojos brillantes y llenos de preguntas.

—¿Prefieres la primera opción o la segunda? —insistí.

—Se... Segunda.

Le pedí que mantuviera el hombro contra el pecho y la cargué al baño, alumbrado por unos pocos bombillos de luz cálida. Me aseguré de que pudiera mantenerse de pie, busque una tijera y después de obtener su aprobación, corté los arneses que habían sostenido sus armas y el equipo necesario para la misión y el traje. Se quedó con una malla color piel muy fina que iba debajo.

Fue un alivio que no estuviera desnuda porque no sabía si eso le haría sentir mal en un momento tan vulnerable. No pregunté si podía quitársela, no era necesario. La cargué a la bañera de agua tibia que las enfermeras habían preparado.

Tenía varios cortes en una pierna, del mismo lado del hombro lastimado, una que parecía más profunda. Además de eso, se había partido la cabeza en el nacimiento del pelo, el labio y la ceja, pero algo muy pequeño. Estaba llena de arañazos y golpes que se pondrían peor. A pesar de todo, sentí alivio porque nada era preocupante. Sanaría con toda la atención que pondría a su alrededor cuando llegáramos al hotel.

Usé jabón para limpiarla con cuidado y champú para su pelo. Quería que se sintiera fresca antes de curarla y dejarla dormir.

La ayudé a salir de la bañera y la sequé: su pelo, sus piernas, los pies; y coloqué un albornoz por encima de sus hombros. Pasó un brazo por una manga, el otro, el del hombro dislocado, se lo inmovilicé contra el pecho al cerrar el cinturón del albornoz.

Estuvimos de vuelta a la habitación y la senté al borde de la cama. Busqué lo necesario y fui herida a herida, desinfectando, aplicando medicina y cubriéndolas. Solo toqué las preocupantes. Cuando estuviera en mejores condiciones podrían atenderla.

—Necesito que te tomes unas pastillas. —Puse una botella de agua con un pitillo a la altura de sus labios para que tomara un sorbo—. No puedes beber mucho, debes ir poco a poco. El doctor te pondrá un suero para hidratarte una vez te duermas, y para eso tienes que tomar algo para el dolor y para dormir. ¿Lo harás?

No había llorado más, solo seguía mis movimientos, medía mis palabras y parecía que hasta contaba cada una de mis respiraciones.

—Sí —dijo con la misma voz—, pero quiero algo... a cambio.

Reí por lo bajo y encontré las pastillas que debía tomar.

—Vale. —Puse la primera a la distancia perfecta para que abriera la boca y la tomara—. Pero advierto que son cuatro pastillas.

Tragó la primera y la segunda pastilla con un corto sorbo de agua.

—Sabes que nunca nadie me ha cuidado así —dije para darle conversación después de que tragó la tercera pastilla.

—Mentira —susurró.

—Bueno... Mi madre lo hizo cuando era chico, pero no por haber estado en la explosión de un edificio.

—Yo lo hice —dijo.

No puede moverme.

—¿Me cuidaste?

—Y te di medicamentos.

No pude hacer el intento por darle la última de las pastillas. Eso jamás había pasado, sin embargo, por su seguridad, por algo en el ambiente entre nosotros podía haberlo creído. El dolor de cabeza que me había empezado en el auto con Mario desde que ella y Fabriccio se habían internado en aquella base, se hizo más fuerte.

—Me habrás cuidado, pero no me contarás cuándo o por qué. —No era momento de pensar en nada que no fuera su bienestar—. Si vas a estar alardeando de lo mucho que sabes de mí, hazlo cuando tengas fuerzas para poder interrogarte —bromeé.

Aceptó la última pastilla sin protestar y me quedé de rodillas frente a ella. Se veía agotada y en pocos minutos caería en un sueño profundo que le ayudaría a reponerse.

—Ahora dime qué es lo que quieres como pago a tomar las pastillas —dije con voz segura, no quería que notara lo preocupado que estaba por su palidez o lo que aquella experiencia la cambiaría para el resto de su vida.

—Bésame.

Me pareció que había escuchado mal y las palabras se atoraron en mi garganta.

—Bésame —repitió.

Miré sus labios secos, la herida limpia y cubierta en la que había puesto especial cuidado para que no le doliera la cura.

—Dakota...

—Sí, es para sentirme mejor. —Le costó juntar las palabras—. Es para olvidarme de lo que pasó... Solo un segundo, por favor... Bésame.

Una lágrima silenciosa se le escapó y me acerqué para besar su mejilla. Quería robar todo su dolor, vivirlo por ella. Besé sus párpados mientras tenía los ojos cerrados, su frente, el nacimiento de su pelo, de nuevo sus párpados, las mejillas saladas por nuevas lágrimas, la punta de su nariz, pero jamás su boca.

Su aliento me rozó los labios porque no me alejé, esperé compartiendo el mismo aire.

—Bésame —pidió.

Quería hacerlo, más que nada en el mundo, pero ella no estaba bien y Mario...

Dakota se inclinó solo un poco y sus labios estuvieron sobre los míos. Un toque suave, pero no dudó en deslizar la lengua por mi labio inferior y pedir permiso para adentrarse en mi boca.

Habría querido resistirme, apartarla y pedir que se detuviera, pero al sentir la calidez, el sabor de ella, mis ideas se nublaron. Nuestras lenguas apenas se rozaron y el calor que inundó mi pecho fue sofocante. Me sentía ahogado porque ella estaba ahí, estaba viva y yo no podía corresponder a su beso porque lo único en lo que podía pensar era en qué habría pasado si todo hubiese salido mal, si la hubiese perdido.

Con su mano sana acarició mi rostro y profundizó el beso, contesté como pude y las manos me escocieron por las ganas de tocarla. Moví mis labios y me acoplé a su ritmo, quise disfrutarlo, pero no pude...

El sonido de unos nudillos contra la puerta fue el escape perfecto para poner distancia y me odié por hacerlo, por no poder besarla, por verla cansada y lastimada. Me odié por existir y no entender qué me impulsaba y me detenía a la vez, por qué me sentía tan cercano a ella, a sus labios o sus toques, por qué era tan fácil amoldarme a todo lo que rodeaba a Dakota.

—¿Puedo pasar? —dijo Mario con la puerta entre abierta y me puse de pie al momento.

Esa era una de las razones: mi mejor amigo, mi hermano.

Los ojos de Dakota brillaron con más lágrimas, pero las pudo contener cuando Mario entró directo hacia ella con la preocupación embargándole, lleno de preguntas para mí con tal de saber qué había dicho el médico. Respondí por inercia, sin dejar de mirar a Dakota o ella a mí, ambos estábamos todavía en ese beso, extraño y cargado de emociones.

—Ve con Fabriccio —dijo Mario y volví a la realidad—. Tiene algo que decirte. Yo puedo quedarme con ella.

Asentí porque lo mejor que podía hacer era alejarme a pesar de que su mirada me suplicaba que no me marchara, o puede que eso fuera lo que yo deseaba ver, que me necesitaba, que me quería a su lado.

—Sobreviviste —escuché decir a Mario cuando me alejaba—. Me debes una cita. —Mi mano se tensó antes de que pudiera alzarla para abrir la puerta—. Dijiste que si salías viva tendríamos una cena con velas, ¿recuerdas?

La ternura en la voz de mi amigo me desarmó y quise huir, pero no pude evitar dar una última mirada hacia ella. Tenía clavada la vista en mí.

—Sí —murmuró sin fuerza—, lo recuerdo.

Fue suficiente para que mi cerebro le ordenara a mis piernas moverse.

Mal, todo lo estaba haciendo mal. Le contaría la verdad a Mario y me apartaría del camino de dos buenas personas que podían tener una oportunidad en esa vida. Yo debía encargarme del desastre y los problemas, cada uno venía a ese mundo a cumplir un rol y yo tenía claro el mío, el problema era que ella me hacía olvidarlo.

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Dakota POV

La magia de aquel universo te hacía sanar en menos tiempo. Mis heridas habían desaparecido. Mi hombro no dolía y lo podía usar con normalidad. Lo que nos habría tomado dos meses o más, se dio en un abrir y cerrar de ojos.

Mantenía la esperanza de que el daño mental desapareciera a la misma velocidad. Quince días después las pesadillas se volvían cada vez peores. Mi cuerpo estaba sano, pero habría dado lo que fuera por no cargar con los recuerdos de aquellas muertes. Prefería haber estado gritando de dolor en una cama que despertando sudada y con la falta de oxígeno quemando mis pulmones.

Los rostros de los dos hombres que había matado se volvían más claros con cada día que pasaba. El terrible recuerdo y el momento en que Skyler había cuidado de mí, era lo único que ocupaba mis pensamientos, por mucho que intentara lo contrario.

Había suficientes problemas a nuestro alrededor, pero ya nada me importaba o eso creí hasta la primera reunión que tuvimos en la oficina de Skyler. Él y Fabriccio en un sofá, Mario y yo en el que estaba al otro lado de la mesa central.

—Alicia sigue detenida por la investigación de su padre y he presionado para que la saquen de prisión, pero es imposible —dijo Skyler y sonaba realmente preocupado.

—Está a salvo —intervino Fabriccio.

—Ella no tenía nada que ver con el tráfico de personas de su padre, ni siquiera estaba enterada —agregó Mario—. Puede que ni Angelo supiera la verdad.

—Tengo mis dudas —intervine sin mirar a ninguno, solo a la mesa—. Ya saben lo que me insinuó en esa cena, sobre meterse en los negocios más oscuros de su padre y las consecuencias. No sé si formara parte, pero él sabía. Además, se dio a la fuga.

—Entonces tenemos que eliminarlo —propuso Mario—. A él y a todo los que lo acompañen. No podemos permitir que...

—Angelo debe tener mucho para contar —murmuró Fabriccio—. No sería inteligente matarlo sin dejar que hable. Puede que esté dispuesto a testificar contra su padre por protección y reducción de condena.

Los tres me miraron en busca de aprobación porque era yo la que más contacto había tenido con Angelo en los últimos meses.

—No ha respondido mis mensajes o llamadas —dije—. Está escondido y planeando algo. Puede que quiera vengarse porque le quitamos la oportunidad de heredar el imperio de los Russo o por robarle la muerte de su padre al ponerlo en una prisión de máxima seguridad.

—Lo más inteligente es quedarnos en nuestro lugar y observar cómo se mueven las fichas —dijo Skyler.

—Yo considero que Angelo y todos los que le son fieles deben morir lo antes posible y que estamos perdiendo tiempo para encontrarlos —dijo Mario.

Fabriccio lo miró.

—Entiendo lo que quieres porque barrería los problemas, pero no es lo correcto.

—¿Esperaremos sentados a que Angelo haga el mundo arder? —cuestionó Mario.

—Esperaremos con los ojos muy abiertos para prever sus movimientos antes de que pueda respirar —intervino Skyler para frenar a su mejor amigo.

—Es peligroso —coincidí—, va a actuar, pero tenemos que cuidar la paz, por débil que sea. Tenemos que estar listos para lo que pueda venir.

Encontré los ojos de Skyler. Por primera vez estábamos de acuerdo en algo. Tuve que apartar la mirada. Fabriccio no era ajeno a lo que acababa de suceder y tenía un talento especial para saber cuándo debía salir de la habitación.

—Mario —dijo de la nada—. Estoy vigilando todos los puntos débiles posibles, pero tú eres el experto en detectarlos. Necesito ayuda.

Se puso de pie y el otro hombre no dudó en seguirlo. A los dos pasos, Mario giró y centró su atención en mí.

—¿Esta noche?

Asentí.

—Esta noche.

Sin más, desaparecieron y me quedé a solas con Skyler por primera vez en dos semanas. Ninguno de los dos se movió, ya fuera por falta de excusas o, como en mi caso, porque no quería irme sin hablar.

—¿Qué pasará esta noche? —preguntó, finalmente.

—¿Eso es de lo que quieres hablar?

—¿Hay algo más?

Éramos incapaces de tener una conversación sin retar al otro.

—Puede —murmuré sin dejar de mirarlo.

—Pensé que no querías hablar de las cosas que pasaban entre nosotros, que querías fingir que nada había sucedido.

—Esta vez es distinto.

—¿Por?

El recuerdo de su mirada, arrodillado ante mí, con verdadera preocupación. En esos momentos, esas terribles primeras horas después del escape, lo vi, encontré al Skyler que estuvo conmigo en mi universo. Podía haber sido la situación límite, el peligro, que verme al borde del abismo hubiese sacado esa parte de él. ¿Qué tendría que hacer para obligarlo a regresar por completo?

Quizás mi cercanía lo ayudaba. Las veces en que más unidos estuvimos fue cuando lo sentí como mi Skyler. Esa tarde en el campo de tiro cuando tuvimos sexo desenfrenado, la noche en que me interceptó en el pasillo porque quería hablarme y ese día, ese maldito día en que cuidó de mí y repitió palabras que me había dedicado en mi universo, que fue su mejor versión, la que habría dado todo por mí. Lo leí ese día en sus ojos, en como me tocó con tanta dulzura y en la ternura de ese beso fugaz.

—Una cita —dije sin seguir nuestra conversación, saltando a la primera pregunta que me había hecho—. Mario me invitó a salir, a una cita.

Su rostro se ensombreció.

—¿Te parece bien salir con un compañero de trabajo?

—¿Te parece bien follar con tu asistente encima del capó de un auto y al aire libre?

Presionó los labios hasta que se volvieron una línea.

—No es lo mismo follar que ir a una cita —dijo.

Tuve que sonreír.

—Te parece más serio lo segundo, obviamente.

—Se puede follar con cualquiera, pero una cita... Los dos somos el tipo de persona que tiene muy clara esa diferencia o me equivoco.

Sí, nos parecíamos mucho, en todas sus versiones. Quizás, si él entendía que en algún momento había sentido algo por mí ... Esa era la única opción que no había utilizado.

—¿Te molesta?

Frunció el ceño y me puse de pie, rodeé la mesa. Me detuve a su lado y se tensó, mirando hacia arriba para no perder el contacto visual.

—¿Te molesta que vaya a una cita con Mario? —repetí.

—Espero que no lastimes a mi amigo o le pidas que olvide todo al día siguiente.

—¿Te molesta que te haya dicho eso a ti?

—Mario no merece que jueguen con él.

Evadiría mis preguntas, era capaz de hacerlo por horas.

—No me atrevería a jugar con él —confesé—. Si acepté que saliéramos juntos es porque tengo ganas de sentirme normal, aunque sea por una noche, y porque me atrae.

No era una mentira. Mario me gustaba, por alguna razón algo en él me llamaba y no podía negarlo.

Mantuvo el silencio y apoyé una mano en el espaldar del sofá para inclinarme hacia él.

—¿Te molesta que me atraiga tu amigo?

—¿Por qué me molestaría?

—¿Te importa que suceda algo entre él y yo?

Se mantuvo impasible, inmóvil, no respondió.

—¿Te importo yo? —insistí sin darle más rodeos a la conversación.

Silencio.

—Si quieres que hablemos de lo que pasó en el campo de tiro, hagámoslo —dije para presionarlo, para retirarme o seguir—. Si quieres que hablemos del beso que te pedí, estoy dispuesta a hacerlo.

Sus labios temblaron.

—¿Eso es lo que quieres hacer antes de salir con mi mejor amigo? ¿Quieres hablar de lo que ha pasado entre tú y yo para después ir a hacer lo mismo con él?

—No. Lo que quiero es saber si quieres hablar del tema, que me digas si te importa. Porque si la respuesta es que sí, no me atrevería a hacer nada con tu mejor amigo.

Conté sus profundas inhalaciones al respirar. El olor de mi perfume era el que nos envolvía y nuestros rostros estaban cada vez más cerca.

—¿Te importo? —insistí.

Los segundos se sintieron minutos y podrían haber sido horas.

—No lastimes a Mario —murmuró—. Si lo haces, me importarás y mucho, pero para dañarte mil veces más. ¿Entendido?

Se me escapó una risa débil.

—Gracias por su tiempo, señor Moretti. —Me enderecé todo lo que mi espalda lo permitió—. No debe preocuparse, tomaré su advertencia muy en serio, aunque no era necesario. Mario es una persona a la que estimo lo suficiente, como compañero de trabajo y como amigo, jamás jugaría con él o sus sentimientos.

Le di la espalda y me fui.

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Para Gaby, que no me sé su usuario de Wattpad. Me pediste que te dedicara un capítulo hot. Lo siento, esté no es hot, pero es de los más importantes en la relación de Dakota y Skyler en ambos universos. Es de mis preferidos y es para ti. Te quiero, mi Gaby, amo cuando me dices Meera Elizabeth Tercera.

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Hola, champiñones...

¿Cómo va la semana?

Ya dije que este es de mis preferidos y no sé si lo verán con mis ojos... Lo que sé es que cierta pareja va a tener una cita especial el próximo capítulo.

Todo parece tranquilo y bonito, no? 🥰

Abro cajita de preguntas sobre el capítulo en ig y les dejo mini spoilers.

Las quiero.

💋

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