23 ⫸Amarillo pollito
—No lo hagas —dijo Skyler.
—Acepta que gané el juego y problema resuelto.
—Bailar semidesnudo sobre un escenario es el límite.
—Querías que yo lo hiciera... ¿Cuál es la diferencia? —Tuvo que morder su lengua y reí en voz alta—. ¿Dónde quedó el "nadie se murió por perder un reto"? —Bromeé—. Frase que me robaste, por cierto.
—No la inventaste y si se me pegan tus malas costumbres, por algo será.
—Porque te vuelvo loco, no puedes resistirte a mis encantos y eres incapaz de perder un juego —dije con falsa voz melosa e impedí que interrumpiera cuando abrió la boca para protestar—. Quédate a la vista, hablaré con el dueño.
Le di la espalda y atravesé el club.
El Delirium no tenía nada que ver con los clubes nocturnos que conociera en Prakt,
donde solo había borrachos y aprovechados, deseosos de tocar hasta a las meseras. Las chicas bailando en cada tarima disponible, quitándose la ropa lentamente y yendo a salas privadas para darle lo que fuera a los clientes porque tenían un jefe que las manejaba.
El ambiente estaba cargado de humo y perfume dulzón. El Delirium olía a cedro, la temperatura era agradable y los clientes no te miraban con ganas de arrancarte la ropa, tampoco los meseros.
Un escenario cuadrado presidía el amplio espacio. Varios niveles en el piso del club se alzaban y permitían que las mesas tuvieran vista privilegiada del espectáculo que no comenzaba. La luz roja y tenue, con destellos danzantes de amarillo, creaba una atmósfera sensual... íntima.
Los clientes, entre murmullos y risas, iban subiendo su grado de alcohol con las bebidas que salían de la barra y los meseros reemplazaban sin necesidad de pedirlo.
Con los ojos fijos en quien el chico de la entrada, al cobrarnos, señalara como el dueño del club, llegué a la barra. El
hombre vestía una camisa azul oscuro ceñida al cuerpo, era más bajo que yo y su físico decía que había cuidado cada músculo para llegar a ese momento de su vida luciendo tan bien.
Le dediqué una sonrisa al pararme a su lado. Devolvió el gesto con un saludo cordial.
No había ideado un plan en lo que caminaba hacia él y tuve que improvisar.
—Me han dicho que usted es el dueño del club —comenté en voz baja, sin necesidad de esforzarme, la música era perfecta para conversar.
—¿Pasó algo? —cuestionó con voz ronca y profesional—. ¿La novia necesita servicio de algún tipo?
Me confundió su respuesta, pero me apegué al inexistente plan.
—No, solo quería saber qué debo hacer para que mi amigo baile en su escenario.
La primera reacción fue como si dudara de mi cordura, luego respiró profundamente y se dignó a responder:
—No permitimos que cualquiera suba al escenario.
—Lo entiendo, pero mi amigo está muy bueno y le aseguro que volvería locos a sus clientes. —No respondió a pesar del entusiasmo que intenté mostrar—. También baila bien —aseguré, aunque no tenía idea de si ese tipo de baile estuviera a su alcance.
Se remangó la camisa y cruzó los brazos sobre su fornido pecho.
—Este no es un lugar cualquiera —declaró—. Mis chicos son artistas, bailarines profesionales, no personas que encontré en la calle y venden su cuerpo a quien aparezca. ¿Quieres que añada a tu amigo a coreografías que no conoce?
Era absurdo por donde quiera que se viera.
—Quizás puede dejar que salga después del show —propuse sin esperanzas.
Me sentía como una niña, pero haría lo que fuera con tal de que Skyler perdiera o subiera al escenario.
—Imposible —concluyó—. Incluso si accediera a una idea que arruinara mi reputación y la de mi club, estamos reservados. No se puede cambiar nada del programa por el que nos han pagado.
—¿Reservado?
—Tenemos una despedida de soltera y el espectáculo es para acompañantes de la novia.
No me costó identificar a la homenajeada. Llevaba una diadema de pene con velo blanco hasta media espalda y reía con un hombre a su lado, rodeada de chicas y como centro de atención del resto de mesas cercanas.
—Y si ella quisiera que mi amigo subiera a bailar, ¿lo permitiría?
El hombre, deseoso de perderme de vista, asintió, seguramente, pensando que no lo lograría o que debía carecer de vergüenza para llegar a tanto. No sabía que mi cara era de piedra y quedar como payasa un modo de vida.
Con ser amable al presentarme con la novia y contarle mi juego de retos con Skyler fue suficiente. Su buen humor, el alcohol y apoyo de su mejor amigo, dijeron sí. Le hizo un gesto al dueño del lugar para dejar saber que hiciera lo que yo quería.
Sonreí, satisfecha, cuando regresé con Skyler, que había ocupado una de las mesas al fondo sin despegar los ojos de mí.
—Problema resuelto, cariño, tendrás cinco minutos después del espectáculo.
Le pasé la botella de agua que había comprado para él y no la tocó, me miró fijamente.
—¿Sabes que serías muy buena sacando información?
—¿Qué?
—Eres atrevida y no mides las consecuencias.
—Me siento halagada. —Abrí mi cerveza y le di un sorbo—. ¿Intentas adularme para que cambie tu reto?
—No es un cumplido, te estoy llamando estúpida. —Estampé la lata contra la mesa en gesto de protesta y se derramó un poco—. Te lo dije desde el principio, lo eres, pero igual serías buena sacando información.
—Eso no sirve de nada.
—Serviría si trabajaras para mí... en mi universo.
No bromeaba.
—¿Dejarías que trabajara contigo?
—Confío en ti, ¿por qué no?
Sus palabras podían ser livianas en cualquier contexto, pero conociendo al Skyler del libro y lo que hacía, era un halago.
—Sería entretenido, pero ya no me meto en problemas con la ley —dije, fingiendo desinterés.
—Lo dice la que ha roto varias en la última semana.
—Sigue intentando provocarme. —Bebí la mitad de mi cerveza en dos largos tragos—. No vas a lograrlo y lo único que me interesa es ver cómo lo das todo en ese escenario en lo que te quitas la ropa.
La idea me hizo reír, pero Skyler acercó mi silla a la suya con tal fuerza que casi me caigo. Lo impidió al tomarme de la cintura y pegarme a su costado.
—Bailaré aquí —murmuró, acercándose a mi cuello—, pero mi reto viene después. Prometo que terminarás sin ropa y haciendo lo que yo diga.
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Cuando las luces del club bajaron, el piso del escenario cobró vida. El tono del lugar cambio a tonos azul y violeta. La música fue reemplazada por los gritos de los espectadores.
Aplaudí y vitoreé, desde la mesa de la novia, que me invitó con sus amigos cuando el dueño del club se llevó a Skyler. Según él, no permitiría que alguien saliera a su escenario sin saber algo de lo que tenía que hacer.
La bebida gratis iba y venía. Tuve que controlarme para no pasar mi límite cuando la futura novia llenaba mi vaso cada dos minutos.
—Mañana me caso —gritó, acercándose a mí, cuando la música apareció en lo que las luces volvían a bajar—. Toca disfrutar de una noche de fiesta con la excusa. —Me pasó un shot de tequila—. Este es el mejor espectáculo del continente, vas a disfrutarlo.
Le sonreí y brindamos antes de que gritar fuera más importante para ella que hablar con una extraña.
Una plataforma bajó al ritmo del sonido y las luces. Había seis hombres sobre ella, todos de negro, pantalón ancho, chaqueta a juego, cerrada hasta el cuello y pañuelos cubriendo parte de sus rostros. Mantenía la vista abajo, imperturbables a los aplausos.
Bajaron de la plataforma con movimientos felinos y coordinados en los que esta regresaba al techo y desaparecía. Nos dejaron a oscuras, a la expectativa, en silencio, hasta que la música rompió a todo volumen. Las luces parpadearon y dieron comienzo al espectáculo.
Entendí las palabras del propietario. Eran bailarines, se movían como seda sobre el escenario con la música sexy, a veces lenta, otras rápida.
El primer número terminó y cuando entró otro grupo, entendí cómo funcionaba el espectáculo. Si era un club de strippers, la ropa sobraría en algún momento, pero lo hicieron tan despacio y con tantos bailarines que se sintió como si nos prepararan para tener sexo.
El tercer grupo solo se deshizo de la chaqueta militar que llevaban, el cuarto apareció en camiseta de manga corta y algunos bajaron, siguiendo los pasos del baile que guiaban los del escenario, rodeando las mesas de quienes chillaban y silbaban. Antes de terminar su número, cayó agua del techo, empapando sus camisetas con una señal para que las hicieran trizas y las luces se apagaran, haciendo que los torsos desnudos desaparecieran.
Grité y aplaudí con fuerza en lo que brindaba con el padrino de la novia.
Una prenda de ropa desaparecía con cada número. Los bailarines era una combinación de cuerpos esculturales y flexibilidad. Ya no sabía si el juego de luces era mágico o los músculos marcados en el abdomen estaban tan bien definidos.
Invitaron al público a subir al escenario y por turnos, a las arriesgadas, las hicieron parte del espectáculo. Bailaban a su alrededor, las cargaban con facilidad y hacían de ellas lo que querían en una baile extremadamente sensual. Sin embargo, era... ¿respetuoso?
El movimiento de sus caderas, la manera en que tocaban a las mujeres o las hacían quedar a su merced, no era un número vulgar, pensado para darle una oportunidad a ellos de satisfacer necesidades o a ellas de abusar de su posición como público.
Fue más evidente cuando para el baile final subieron a la novia y su padrino. Dos bailarines ejecutaron una perfecta coreografía. De alguna manera terminaron de una silla, al suelo, a su cara, entre las piernas de los hombres, con chillidos, risas y billetes, volando en dirección al escenario.
Me dolían las manos de aplaudir cuando la novia volvió a nuestra mesa, agitada y riendo a carcajadas con su amigo.
Los bailarines se despidieron, agradeciendo los vítores del público.
Cuando el dueño del club subió al escenario con un micrófono, fue la primera vez que hubo algo similar al silencio.
—Felicidades a la futura novia —dijo con una sonrisa—. Espero que el espectáculo fuera de su agrado. —Más aplausos hicieron que tomara tiempo para continuar—. Nuestro equipo le desea el mejor matrimonio —añadió, mirando a nuestra mesa. La novia gritó un agradecimiento que hizo reír a todos—. El Delirium quiere hacer esta noche un día inolvidable y antes de que continúe la fiesta tenemos una petición especial de la novia.
Sabía lo que venía y si al hombre le molestaba presentarlo, no se notó.
>>Tenemos un invitado especial, alguien que jamás ha pisado un escenario de este tipo. —Las risas nerviosas recorrieron el lugar—. No sean muy duras con el chico —bromeó—, está empezando.
Nos guiñó un ojo.
>>Con ustedes, Skyler. —Una figura de negro, como los chicos del principio, subió, ganando silbidos de bienvenida—. Veamos qué tiene para mostrarnos.
Lo dejó solo en medio del escenario.
Un pañuelo cubría su cara y casi me atraganto de risa cuando pidió una silla entre el público y la música.
Una melodía lenta y desconocida acompañó a Skyler mientras acariciaba su cuerpo con ambas manos, desde su pecho hasta su trasero. Se movió, bailando alrededor de la silla vacía, con movimientos que intentaban imitar a los bailarines y le salía tan mal que me tapé la boca con tal de no soltar una carcajada. No era la única que pensaba igual, pero el público animaba para que siguiera intentándolo.
La música tomó otro ritmo e igual lo hicieron sus caderas, en lo que se movía por el escenario, tomando espacio y confianza. El bajo de la canción rompió a la vez que se deshizo de la chaqueta, con fuerza, todos los botones se abrieron y quedó en una camiseta, ceñida y de manga corta. Logró la primera expresión real del público que recibió la prenda lanzada como si fuera la verdadera estrella del espectáculo.
Cuando las luces destacaron la esbelta forma de su cuerpo, el ambiente cambió. Skyler no estaba repleto de músculos como los bailarines, pero era hermoso. La iluminación hizo su trabajo, cambiaba de color y lo acompañaba mientras se sentaba en la silla y seguía copiando los movimientos que viera antes.
Acariciaba su cuerpo y bailaba, pasando de ridículo a decente. Cuando se sostuvo del asiento y movió sus caderas contra él, sensual y con flexibilidad admirable, ganó chillidos emocionados y aplausos. No se detuvo y por un momento deseé que mi cara fuera la silla.
El calor subió por mi cuerpo cuando se puso de pie y me miró a través de la oscuridad. Junté las piernas, pero el momento de calentura fue fugaz. Se dejó caer sobre las rodillas y rasgó su camiseta. Todas gritaron y yo casi caí al suelo por el ataque de risa. Me atraganté con saliva y me escondí bajo la mesa en lo que más chillidos me dejaban sorda.
Alguien tiró de mi brazo y reconocí a la novia.
—Es tu turno —declaró, divertida.
Skyler miraba en nuestra dirección y hacía un gesto con dos dedos, llamándome. Quise negarme, pero entre mi ataque de risa y los pedidos de la novia terminé extendiendo la mano para que me ayudara a subir al escenario.
Me pegó a él y recorrió el contorno de mi cuerpo en lo que bailaba contra mí.
—Si yo lo hago, tú lo disfrutas en primera fila.
Tuve que reír cuando me tomó del cabello y me hizo caminar hasta la silla en medio del espacio. Me apoyé de los bordes, doblando la espalda. Bailó, rozando mi trasero, recordándome las veces en que estuviéramos en la misma posición con nada de ropa.
Acariciaba mis caderas y, aunque no veía su baile, los aplausos y silbidos me decían que algo estaba haciendo bien.
Me trataba como una muñeca y mientras yo cooperara, él podría seguir intentando cumplir su reto. Terminé sentada, frente a frente. Se arrodilló, tomó mis rodillas y separó mis piernas, metió su cara entre ellas y subió por mi torso hasta llegar a mi cuello, solo rozándome.
—Se supone que puedo tocarte lo justo —murmuró antes de ponerse de pie, detrás de mí, dejándome ver al público que no paraba de gritar.
Recorrió mis brazos, cuello e hizo que ladeara la cabeza, permitiendo que su aliento rozara mi piel.
—No debo tocarte, pero puedo hacerlo mientras no me vean.
Con agilidad subió sobre mí, a horcajadas, para bailar en mi regazo. Aprovechó que su cuerpo nos tapaba y mordió mi labio, metió su mano entre mis piernas, por encima del pantalón, y presionó en el lugar correcto, como si no estuviéramos frente a una multitud.
Gemí con la seguridad de que nadie me escucharía y acaricié su abdomen. Automáticamente, golpeó mis manos, como si tocarlo estuviera fuera de los límites. Las risas se esparcieron junto a las palmadas de ánimo.
Skyler giró, mirando al público en lo que frotaba su trasero contra mis piernas. Acaricié su espalda, riendo, divertida y siguiendo el ritmo que tomaban sus caderas en lo que la música llegaba a su fin.
El último movimiento me tomó desprevenida. Se puso de pie, caminó al borde del escenario y arrancó su pantalón, especial para que tipo de espectáculo, mostrando su cuerpo.
El confeti plateado llovió, reflejando la luz violeta con el final de la canción. Todas se pusieron de pie y entendí la emoción
Frente a mis ojos estaba el trasero de Skyler con una hilo que se perdía entre sus glúteos. Licra ceñida y color amarillo pollito. Mi silla se fue atrás y me revolqué por el suelo, sosteniendo mis costillas para controlar la risa. El golpe no fue nada cuando se acercó a levantarme, con aquella ropa interior que cubría sus partes íntimas, pero marcaba lo que había debajo.
—Deja de reírte o el próximo reto lo vas a llorar —susurró sobre mis labios al ponerme de pie.
Hicimos una reverencia como si el número nos perteneciera. Había valido la pena cada minuto.
Los aplausos no se detenían y fue el sonido de unos disparos lo único que pudo hacerlo.
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A @_withlovemandy_ que cumplió años hace un par de semanas y una de sus amigas me pidió que le dedicara un capítulo. Felicidades atrasadas, linda. 🥳😘
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Hola, champiñones.
¿Qué tal las últimas dos semanas? Las leo para no sentirme mal con mi miserable vida o alegrarme con las suyas.
Yo recibí muy buenas noticias y otras malas. Por eso el atraso en las actualizaciones. A veces no me da la vida, pero la siguiente semana HAY capítulo.
Espero que perdonen mis erratas. Recuerden que es un borrador y a la hora de editar puliré la historia. Ahora necesito avanzar escribiendo para terminar la historia sin castigarme para que quedé perfecta porque nunca lo será. Toca superarlo.
Consejo del día:
Es mejor avanzar equivocándose que no hacer nada.
Espero que pasen buen fin de semana. Nos leemos el próximo viernes.
Besito.
Las amo.
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