21 ⫸ No debí hacer eso

Dakota POV

Mi teléfono no había parado de vibrar, lo podía sentir contra el cuero del asiento delantero del auto. Había tanto silencio en el campo de tiro, donde era la única persona a kilómetros de distancia, que la vibración perturbaba la concentración que me envolvía. Era Skyler, pero no tenía ganas de hablar con él.

Guardé en el maletero la escopeta con que había estado practicando en una diana más cercana y valoré entre una nueve milímetros y un revolver pequeño y fácil de esconder. Necesitaba probarlo para disparar de lejos, pero me decidí por la primera opción.

Vacié el primer cartucho en el blanco a diez metros, el segundo en uno a quince metros y cuando recargué el tercero escuché un auto acercándose. Con una mirada por encima del hombro vi un Bugatti Chiron que se acercaba, el de Skyler, lo reconocería en cualquier sitio. Fingí que no lo había visto y me concentré en mi nuevo objetivo, no a veinte, sino a treinta metros.

Ignoré el sonido de la grava crujiendo bajo los neumáticos, el frenazo violento y la manera en que tiró la puerta al bajarse. Esperé que dijera algo y cuando estaba lista para disparar, me tomé unos segundos para preguntarle si quería algo. No respondió y a continuación disparé como si él no me estuviera mirando. El dulce sabor de la victoria me hizo sonreír cuando no fallé ni un disparo. Definitivamente, la Berreta M9 era mi arma preferida, como la de Fabriccio.

Respiré profundamente y giré despacio para que no viera la felicidad que me embargaba por la mejora de mi puntería después de tanta práctica. Cerré mis emociones e imité el rostro de Fabriccio. Mirarlo por tiempo suficiente era útil.

—¿Puedo ayudarle en algo, señor Moretti? —repetí.

No llevaba chaqueta, solo la camisa blanca y el pantalón negro.

—¿Por qué no contestabas el teléfono? —preguntó, modulando la voz para no mostrar lo enojado que estaba, lo delató la manera en que aflojó su corbata con una mano y se la quitó del tirón.

—Estaba concentrada, no lo escuché.

—Mentirosa.

Me encogí de hombros.

—Puede pensar lo que quiera, es su decisión.

Caminé al maletero y lo abrí. Señalé lo que había en el interior y se acercó a mí.

—Estoy practicando más, como dijo que debía hacer.

—¿Estás loca? —Su voz flaqueó solo un segundo al volver a su acostumbrado tono glaciar—. ¿Crees que puedes venir al medio de la nada por tus medios, con un montón de armas que...

Su vista quedó en el auto y su entrecejo se arrugó.

—¿De dónde ha salido este auto? —preguntó con los ojos en el moderno y recién estrenado Bugatti Chiron idéntico al suyo, pero en blanco perlado.

—Lo compré —dije, tratando de mantenerme seria—. Mi jefe me dijo que podía derrochar lo que quisiera con sus tarjetas y empecé con un auto. La nave espacial llevaba demasiado papeleo.

Su rostro perdió algo de color.

—Este auto vale tres millones de euros —murmuró.

—Cuatro —especifiqué—. No había del color en que lo quería y fue algo más costoso.

Parpadeó varias veces.

—¿Sorprendido? —Le di una falsa sonrisa, de las que le había visto hacer en la alfombra roja de aquel evento en Catania—. Me tiraste todas esas tarjetas a la cara. ¿Pensaste que no me iba a quedar ni una?

Me dio la espalda y caminó de un lado a otro, desordenando su pelo y con los ojos tan abiertos que podrían haberse salido de sus órbitas.

—No está bien de la cabeza —dijo más para sí mismo—. Está asquerosamente loca.

Me miré las uñas cuando estaba a punto de decirme algo y mi desinterés le sorprendió. Me habían hecho la manicura dos horas antes de salir al campo de tiro y el color rojo se veía más bien de lo que había imaginado.

—Dijo que derrochara todo el dinero que quisiera —le recordé—, pero que no gastara su tiempo. ¿Qué hace gastando su tiempo conmigo, señor Moretti?

En dos pasos estuvo frente a mí.

—Eres como una niña pequeña. ¿No calculas las consecuencias de tus actos?

—No debería usted hacerse la misma pregunta.

—Deja de tratarme de usted.

—Eso era lo que quería que hiciera desde que puse un pie en su oficina. Aprendí tarde, pero aprendí.

Su respiración había variado y le costaba mantener su fachada.

—Trabajas para mí y estás sola en un lugar donde cualquiera puede matarte o secuestrarte para extorsionarme.

—Dudo mucho que eso suceda.

—Medio Palermo cree que tenemos una relación, nunca he salido en público con una mujer. —Se acercó más—. Ahora mismo tienes una diana sobre la espalda, en el pecho y en la frente.

—Todo trabajo tiene sus peligros, yo escogí este.

Traté de irme, pero lo impidió.

—¿Por qué dijiste eso?

Él había usado las mismas palabras en algún momento de su vida, en los libros.

—¿Cuándo me escuchaste decir eso? —insistió.

—No lo escuché.

Me tomó del brazo.

—Esas son mis palabras y sabes de las pesadillas, de mí, de lo que he hecho, de mi vida. Tienes esa cicatriz idéntica a la mía, el anillo, el mismo anillo, como si lo hubiesen clonado. —Sus aletas nasales se dilataron—. ¿Quién eres?

—Nadie —susurré porque a la distancia que estaban nuestros rostros no necesitaba alzar la voz.

—Dime de dónde nos conocemos, dime...

—Una respuesta por una respuesta —interrumpí.

Necesitaba ganar algo de tiempo. La conversación estaba tomando un camino que no terminaría bien. Se demoró unos segundos, pero...

—Una respuesta por una respuesta —aceptó y se le tensaron los músculos de la mandíbula cuando dijo, entre dientes—: ¿De dónde me conoces?

Podía decirle tantas cosas que cambiaría su percepción de la vida, o existencia, o lo que fuera que se tuviera dentro de un libro, pero escogí la más sencilla y real.

—Nos conocemos, pero tú no me recuerdas. —Frunció el ceño—. Pasamos tres semanas juntos.

—Eso no es cierto.

—¿Entonces sigues pensando que lo que tienes son déjà vu? No lo son, son recuerdos.

Contrajo el rostro ante mis palabras como si le provocaran dolor. Me soltó y aproveché para alejarme.

—¿Recuerdos de qué?

—Quedamos en que era una respuesta por una respuesta.

—¡Responde! —demandó.

Lo encaré.

—¡Responde tú y dime por qué demonios estás aquí y no repitas estupideces de secuestros y...!

—Es la verdad.

—¡Estás mintiéndome! Podías haber mandado a cualquier persona a por mí, no hacerlo, dejar que me maten y punto, pero estás aquí. Viniste tú, como mismo lo hiciste ese día en Catania cuando salí con Angelo.

—¡Y con quién no irás a ningún lugar hoy!

—¡¿Por qué no?!

—¡Porque soy tu jefe y haces lo que yo te diga!

Lo tomé de cuello de la camisa.

—Mentira. —Podía ver lo que ocultaba detrás de los ojos grises cargados de ira contenida—. Dime por qué.

—Porque eres una irresponsable.

—Mentira.

—Angelo es peligroso, este mundo lo es y casi te matan hace dos semanas.

—Mentira —repetí—. Esas no es la respuesta. ¡Dijiste que una respuesta por una respuesta y estás faltando a tu palabra!

Me tomó de la muñeca.

—Porque no soporto verte en peligro. —El aire se escapó de mis pulmones porque no era lo que esperaba escuchar, pero era su verdad—. Porque es enfermiza la manera en que me sentí ese día cuando supe que no estabas en el hotel, cuando te vi con él, cuando imagino que una puta bala podía haberte atravesado la cabeza.

Estaba agitado, contraído por las palabras que acababa de pronunciar. Yo también lo estaba, pero no era momento de jugar a recuperar los recuerdos de Skyler, ya había entendido que eso era un caso perdido.

—Si tanto te preocupara mi bienestar, no me habrías dejado en esa carretera con Fabriccio.

Lo obligué a soltarme y caminé hacia la puerta de mi nuevo auto para irme. Evitó que la abriera.

—¡Te dije que lo sentía, estuvo mal, no debí...!

—¡Y yo te dije que las disculpas no borraban nada!

—¡¿Qué más quieres que haga?!

—Que me dejes hacer mi trabajo como bien dices que tengo que hacer.

—¿Eternamente vas a tomar mis palabras de cualquier conversación para usarlas en mi contra?

—Las palabras son armas, ten cuidado cuáles empleas porque alguien podría empuñarlas en tu contra —me burlé.

—¡Basta! —gritó—. ¡Deja de usar frases que jamás te he dicho! ¡Deja de fingir que me conoces!

—¡Entonces deja de decirme lo que puedo o no puedo hacer!

Traté de abrir la puerta, pero fue imposible, su fuerza lo impedía.

—No irás a ninguna cena con Angelo.

—Haré mi trabajo y tú el tuyo. Déjame en paz.

Forcejeé sin lograr nada porque si quería apartarlo tendría que golpearlo de verdad.

—No irás a ningún lugar —advirtió—. Ni con Angelo Russo, ni con quien sea. ¿Quedó claro?

—¡¿Ahora me vas a decir lo que puedo hacer con mi tiempo libre?! —grité.

—Ni con él, ni con nadie —repitió—. Te dije que nadie toca lo que es mío y tú eres mía.

Mi contesta fue ahogada cuando me acorraló contra el auto. Antes de que pudiera darme cuenta me había tomado del cuello y atrapado mis labios entre los suyos. Gemí de sorpresa, al saborear su boca, la manera en que invadió la mía y los recuerdos que trajo. Sin embargo, mi instinto era más fuerte y algo activó mis reacciones de defensa, las que había perfeccionado en el gimnasio. Le di un puñetazo en las costillas y al momento se alejó de mí.

Nos quedamos inmóviles, agitados y sin apartar los ojos del otro. No sabía de dónde había salido ese beso y supe que él se sentía igual por el miedo y la sorpresa en su mirada. Eso no debía haber pasado, no tenía sentido, nada lo tenía, pero no quise que lo tuviera.

Lo tomé del cuello de la camisa y ataqué sus labios con la misma necesidad que él lo había hecho. La adrenalina corría por mi cuerpo, cada nervio activado por la discusión, el calor que venía de él y su hambre. No era normal la manera en que me estaba besando, me sentí más deseada que nunca en mi vida.

Skyler no paraba de maldecir entre un beso y otro, nuestras lenguas en una danza asesina que ninguno podía frenar. Era tan conocido besarlo, el movimiento de sus labios y como mordía y chupaba los míos. Era evidente que no era la primera vez que nos besábamos... Nada había cambiado.

Se me escapó un gemido cuando pegó su cuerpo al mío y me apretó contra el auto. Empecé a desabrochar su camisa y él a subir mi vestido hasta llegar a mis bragas. Apretó mi trasero.

—Te odio —dijo sobre mi boca.

—Cállate —gemí y me deshice de su cinturón.

—No tengo condones —gruñó cuando iba a meter la mano dentro de su pantalón.

—No me importa.

Me tomó por debajo de las rodillas y abracé las piernas a sus caderas para no caerme.

—No puedes decirme eso —masculló sobre mi boca cuando mi espalda golpeó el capó del auto y quedé acostada con él encima de mí—. No puedes decirme eso.

—Si no quieres hacerlo vete —dije sin dejar de besarlo—, pero si quieres follarme hazlo de una puta vez.

Me mordió el labio tan fuerte que sentí el sabor de la sangre en nuestras bocas. Me llevó al borde del capó y desabotoné su pantalón. Sentí lo duro que estaba y jadeé de anticipación. El delicioso calor que se concentró en mi vientre hizo que gimiera más alto.

Éramos un desorden de manos queriendo tocarse en todos los lugares posibles, de besos y jadeos. Se me escapó un chillido cuando rompió mis bragas y otro cuando sentí su erección contra mi sexo.

Enredé los dedos en su pelo, lo hice un desastre y alcé las caderas buscando alivio a mi excitación. Skyler gruño en mi boca, maldijo mil veces y bajó mi vestido hasta la cintura de un tirón. Atacó mis pechos sin compasión, los mordió tan duro que imaginé las marcas que quedarían en ellos, pero eso solo me excitó más, tanto que cuando estuvo en mi entrada me penetró de una vez y el grito que se escapó de mis labios fue de puro placer.

Se detuvo, puede que para disfrutar de lo mismo que yo, sentirle dentro de mí como si eso fuera todo lo que mi cuerpo necesitara para estar en paz. Mi piel hormigueaba y mi cerebro estaba en un lugar del mundo donde solo éramos él y yo.

Nos miramos, respirando sobre la boca del otro. Fue un instante de infinita tranquilidad en lo que movió muy despacio las caderas y sentí que se hundió por completo en mí.

Sus pupilas se habían dilatado y volvió a maldecir por lo bajo, a repetir que me odiaba.

—Deja de lamentarte —murmuré—. Si quieres hacerlo, hazlo de una vez.

Me tomó de cuello y apoyó la frente mi hombro. Me mordió con fuerza.

—Te odio —susurró con voz ronca—. Odio no poder sacarte de mi cabeza.

Después de eso se retiró lentamente y volvió a entrar en mí, pero no fue suave o delicado. Me penetraba cada vez más rápido, violento. El choque de nuestros cuerpos era un golpe divino que enviaba oleadas de placer por mi cuerpo. No podía hacer otra cosa que pedirle más, que dejar que mi voz se quebrara de tanto gritar.

Ni tan siquiera nos besábamos, era difícil hacerlo y mantener el ritmo desenfrenado de nuestras caderas balanceándose para estar más unidos. Jadeábamos sobre la mejilla del otro, maldecíamos sin entendernos y sentí el cosquilleo en mi vientre y la tensión en mis piernas anunciando el orgasmo inminente.

Debió sentirlo porque sus estocadas se volvieron más profundas. Él no me recordaba, pero su cuerpo recordaba el mío porque llegamos al clímax al mismo tiempo y fue la sensación más cegadora y fuerte que había experimentado en mi vida.

Sentí que el oxígeno me abandonaba, que no había nada que me pudiera salvar. Todo se oscureció y no pude respirar o pensar, como si la vida me hubiese abandonado. Si aquel estado se parecía en algo a la muerte, quería morir mil veces con él.

No se detuvo, siguió entrando y saliendo de mí, despacio, prolongando la exquisita sensación. Lo sentía palpitar en mi interior, lo duro que seguía. Chupó mi cuello y dolió.

—¿Me odias? —pregunté con una voz que no era la mía.

—Más que a nadie en el mundo.

Por alguna razón eso me excitó más y sentí que a él también, pero habíamos ido demasiado lejos.

—Me alegra —dije y me incorporé, haciendo uso de toda mi fuerza para ponerme en pie, dominar los zapatos y no caer—. Si soy la persona que más odias, supongo que los Russo quedan en un segundo plano y podré ir a la cena con Angelo esta noche.

Lo dejé sin palabras, acomodándose el pantalón, y rodeé el auto para entrar al asiento del piloto como si nada acabara de pasar.

—Voy a salir con Angelo esta noche y no estoy pidiendo permiso —le dije—. La palabra es honor y el honor es respeto.

Subí al auto y no me atreví a aumentar demasiado la velocidad porque apenas tenía dominio de mis piernas. Dejé atrás a un Skyler sorprendido por mi cambio de actitud.

Nunca había tenido un orgasmo tan rápido, nunca había follado de esa manera o sentido tanto con alguien, ni con él mismo en mi universo.

Tragué con dificultad.

No debí hacer eso.

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Skyler POV

Me costó entender lo que había pasado, subir a mi auto y volver al hotel. Apenas fui consciente de que tomé una ducha y me vestí para estar a tiempo en el auto con Mario para dirigirnos a nuestra reunión con Costa en el Riddle Club. Mi amigo me miró con el ceño fruncido cuando estuve a su lado. Había llegado dos minutos tarde a nuestra hora acordada de salida y yo acostumbraba a estar con diez minutos de antelación en todo los lugares.

Dakota me había dejado tirado en medio de la nada después de que tuviéramos sexo. No sabía si sentirme usado o... No entendía nada.

Resultaba imposible organizar mis pensamientos o evaluar lo que había sucedido en el campo de tiro sobre el capó de ese auto o pensar en... ella, que estaría preparándose para esa cita con Angelo Russo.

Como siempre, el Riddle Club nos recibió en su reservado más seguro en el segundo piso, un espacio circular con solo cinco asientos y una mesa que al momento llenaron de comida y bebida.

Mario dejó un espacio de por medio entre él y yo. Seguía demasiado serio, cerrado.

—¿Por cuánto tiempo haremos esto? —pregunté.

Me hartaba seguir así. A la vez, necesitaba usar el cerebro y poner palabras en mi boca que me distrajeran de lo que había pasado con Dakota. Los eventos caería como una cascada cuando llegara el momento de reflexionar.

Mario me miró y sabía muy bien a lo que me refería.

—¿Le pediste disculpas por lo que hiciste?

Por mucho que quisiera concentrarme en nosotros, ella salía a la luz.

—Sí, lo hice, y... Dakota no se vio muy feliz al aceptarlas. —Sus gemidos sobre mis labios mientras entraba y salía de ella volvieron a mi mente. Tuve que cerrar esa puerta para no tensarme más de lo que ya lo estaba—. No me va a perdonar, siento que es de las personas que jamás olvida.

—Razones tiene.

Mantuvo la vista al frente.

—Razones tiene —repetí—. Prometí no volver a hacer algo parecido y voy a cumplir esa promesa. —No dijo nada—. Sabes que cumplo lo que prometo.

—Lo sé —murmuró.

—¿Puedes dejar de darme el tratamiento del hielo?

Cerró los ojos y sus hombros se relajaron.

—Llegó en pésimas condiciones al hotel, no la viste.

La había visto por las cámaras. Ese día había estado esperando su llegada, deseando ver a Fabriccio cargando la maldita bolsa repleta de armas y a ella con el rostro lleno de furia, lista para irrumpir en mi oficina y gritarme hasta quedarse sin voz. Cuando la vi desmayarse en los brazos de Mario, tuve que hacer uso de todo mi autocontrol para no correr a cargarla yo.

Esa era una de las razones por las cuales la odiaba, sinceramente sentía que la odiaba. No podía entender mi comportamiento y obsesión hacia ella, lo pendiente que estaba de cada uno de sus movimientos y el dolor de cabeza que me invadía cada vez que miraba el anillo en su dedo o la cicatriz idéntica a la mía. Había dicho que nos conocíamos, pero yo no la recordaba. ¿Por qué no la recordaba?

—No volverá a pasar. Es una de nosotros —aseguré—. Está preparada, no estará indefensa la próxima vez que suceda algo.

No me creía lo que estaba diciendo. Temía a que siguiera igual de indecisa en una situación de vida o muerte. Disparar bien o ser más fuerte físicamente no te hacía capaz para saber reaccionar ante una crisis y eso era algo para lo que nadie la podía entrenar. Congelarse ante el peligro era normal, más si ella jamás había experimentado el tipo de peligro que nos rodeaba.

Mario asintió y supe que su frialdad hacia mí iría variando en los próximos días, que estaríamos bien porque nuestra amistad siempre iba a ganar sin importar el obstáculo. Sin embargo, la tensión bien disimulada que le hacía mantener una mano en puño mientras con la otra bebía de una copa de vino, llamó mi atención.

—¿Pasa algo más?

Se tomó su tiempo para responder.

—Dakota está ahora mismo con Angelo y eso me... No quiero pensar en qué puede estar pasando en esa cena, me... —Respiró profundamente—. No la quiero cerca de un tipo como él y odio que hayas sido tú quien la puso en esa posición, que ella esté dispuesta a todo por hacer lo que debe hacer, según sus propias palabras.

Apoyó los codos sobre la mesa y sostuvo su frente. Nunca lo había visto así de desesperado.

—Me gustaría culparte porque pienso que ella quiere demostrarte algo, dejar claro que es capaz, pero sé que no es así. Lo está haciendo porque quiere llegar al fondo de esto. Quiere que su palabra cuente y sea respetada y no le importa que su vida vaya a convertirse en un tormento o que pueda terminar muy pronto. Sabes bien que llegar a los treinta años haciendo lo que hacemos es un logro.

Tragué con dificultad.

—No hacemos lo que hacíamos antes.

Alzó la vista, inexpresivo, solo con la angustia en lo más profundo de su mirada.

—¿Qué estamos haciendo ahora, Skyler? —No respondí—. Buscamos culpables y ajustamos cuentas, torturas a gente en los pasajes subterráneos del hotel que siempre ha sido un lugar de interrogatorios, que las muertes siempre han sido controladas y solo cuando es necesario porque jamás disfrutaste de esto, lo odiaste con todas tus fuerzas y ahora...

—Lo sigo odiando —interrumpí—. Lo único que quiero es terminar con esto, volver a lo que hemos hecho el último año, estar en paz.

—Eso no es lo que parece, no fue lo que vi el otro día con esos hombres. Además, estás metiendo a una persona como Dakota en todo esto y sabes que se puede alargar muchísimo, que la puede afectar más que a nadie porque no tiene la experiencia para...

—¿Por qué todo esto gira en torno a ella?

—Porque me gusta —dijo sin más—. Me atrae como pocas personas lo han hecho y no quiero que se meta en esto. Preferiría mil veces no verla nunca más, no tener ni una oportunidad con ella a que se metiera en nuestro mundo, más de lo que ya lo está.

Me quedé sin palabras. Había pensado en el interés de Mario en Dakota, en la cercanía o la posibilidad de lo que estaba confesando, pero tener la confirmación era distinto. Lo primero que entendí fue que me sentía muy parecido a él, pero no... Ella no me gustaba, no podía, no me atraía...

Hace unas horas no parecía eso —dijo una voz burlona al fondo de mi cabeza, una que sonó como la de ella.

Horas antes la había tenido entre mis brazos y cada parte de mí la había deseado con nunca antes a otra persona. Aparté el pensamiento porque saber que me había follado a la persona que a Mario le atraía era más importante, preocupante.

—Me gusta demasiado —murmuró y regresó la atención a su copa de vino.

Lo conocía lo suficiente como para entender el peso de esas palabras.

Mi cerebro me gritaba cosas que no podía entender. Una parte quería reclamarle por fijarse en ella, otra por hacerlo sabiendo que si trabajaban juntos era un error y la que más fuerza tenía me estaba obligando a hablar, a contarle lo que había pasado entre ella y yo esa tarde porque de otra forma no podría dormir en paz. Suficientes dolores de cabeza tenía como para sentir que traicionaba a mi mejor amigo.

—Mario...

—Costa acaba de llegar —dijo al mirar su teléfono y detuvo mi intento de confesión.

No era el momento, teníamos asuntos urgentes de los que ocuparnos, de vida o muerte, asuntos que iban por encima de su atracción por Dakota. Sin embargo, tenía que encontrar la oportunidad para decirle la verdad, para que habláramos de ella. Me asustaba pensar en el resultado de esa conversación y prefería no imaginarlo.

Por suerte, Costa entró al reservado un minuto después y se acomodó frente a nosotros. Se veía más serio que de costumbre, cansado.

—Sin vueltas —dije, recomponiéndome y adoptando el papel que debía interpretar para enfrentar aquella situación.

Costa me dedicó una larga mirada de sus ojos pequeños y astutos, respaldados por la experiencia que le daba no solo la edad.

—Sí, las armas con las que asaltaron el desfile en Catania son de las mías, de las que traigo a Sicilia.

Mario me vio de reojo.

—¿Y eso quiere decir que...?

—No regalo armas sin saber a quién —declaró sin pizca de miedo, solo preocupación—. Me encargo de saber en manos de quién cae cada una, cada lote está marcado y esas solo pueden haber salido de dos lugares.

Me incliné en su dirección, apoyando los brazos sobre la mesa y a la espera de más información. Costa miró de uno a otro antes de hablar:

—O son armas que les proporcioné a ustedes hace un año y quiere decir que se atacaron a ustedes mismos, les robaron o...

—¿Quieres decir que alguien ha robado las armas de nuestras propias manos? —le interrumpí.

—O alguien infiltrado bajo tus narices que sabe cómo hacer que tus enemigos se roben esas armas para que no haya manera de rastrearlos —aclaró el hombre.

—Imposible —dijo Mario—. Lo chequeé porque siempre es una posibilidad. Nuestros depósitos de armas están intactos.

—Dijiste que había otra opción —intervine porque tener a un topo entre los nuestros no era posible si Fabriccio existía, no habría un espía o traidor bajo sus narices, no por más de un par de semanas.

—Hubo un cargamento que perdí hace unos meses, armas que eran para ustedes —explicó y al momento recordé que nos lo había informado.

—El barco se hundió en el mar —dijo mi amigo.

—Y con todo esto hice que lo buscaran en el fondo de la costa de Sicilia, porque si algo no me traiciona es mi instinto. —Costa descansó la espalda en su sillón—. Estaba vacío, ni una sola arma o munición dentro. Dudo mucho que La Sirenita haya robado mi cargamento del fondo del mar.

—Lo hundieron —murmuré—. Los asaltaron y lo hicieron pasar por un accidente.

—Fue una noche tormentosa —explicó Costa—. Nunca dudé del accidente, no es la primera vez que sucedía. Al parecer, fue todo parte de un plan bien calculado.

Demasiado.

—¿Dónde fue el incidente? —preguntó Mario antes de que yo pudiera hacerlo.

—Cerca de la costa Sur, entre Sciacca y Agrigento

Mario me miró y supe que estaba pensando lo mismo que yo.

Los almacenes de los Russo, la misma zona, una sospechosa coincidencia. No podíamos perder un minuto más sin saber lo que sucedía en aquel lugar.



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A Frida, porque no se puede perder la costumbre y el primer capítulo +18 de "Mi crush literario (1)" estaba dedicado a ella. Este también. Te quiero, tirana.

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Hola, champiñones.

Hay que ponerse serias porque aquí está gente de va a jugar la vida. ¿Qué tiene el señor Russo escondido en los almacenes? ¿Quién es responsable del tiroteo en Catania?

Angelo siempre sospechoso y Dakota a cenar con él.

A Mario le gusta Dakota y Skyler se la... ajam. Eso. ¿Apuestas para saber quién dar llorando de este triángulo amoroso?

Yo juzgaré a Skyler si no le cuenta la verdad a Mario después de que esto y sabemos que últimamente se despierta siendo alguien diferente cada día. 😀

¿Cómo están? ¿Sobreviven? Espero que sí para que lean el capítulo de la semana que viene.

Nos leemos. Las quiero.

Pórtense bien como las niñas lindas que son y tomen awita, nada de azúcar o Coca Cola.

💋

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