18 ⫸Los estafados

—¿Benny? No, no es posible. No puede entrar al festival.

Por miedo, empecé a recoger nuestras pertenencias y Skyler me imitó.

—Está aquí y no es todo. —Vi le dio una ojeada a mi compañero—. Estuvo haciendo preguntas.

—¿Sobre mí?

—No te mencionó, pero me mostró una foto de Skyler. —Nos miramos sin entender—. Dijo que le robó algo.

El corazón se me aceleró.

—No puede saber que estamos juntos —dije, mirando a Skyler.

—¿Qué se robaron? —cuestionó la morena.

—No puedo decirte.

—Tenemos que irnos —comentó Skyler, ignorando la desconfianza de Vi.

—¿Le robaste algo a ese imbécil?

—No. —Señalé a Skyler con la cabeza—. Él lo hizo.

Vi mordió su labio. Supe lo que pensaba.

—La jodes y te castro —advirtió con la vista sobre Skyler.

—Tranquila, primero me castra ella.

Me tomó del brazo y no pudimos salir porque Mar se interpuso.

—No salgan por la entrada principal, lo verán. Por el costado hay una valla que comunica con el parqueo, por ahí entré con mi amigo y la droga.

Asentimos y apenas tuve tiempo de abrazarlas sin decir palabra. La despedida fugaz nos llevó al exterior, en la dirección indicada.

Los fiesteros que regresaban como zombis, tras la noche de fiesta, nos miraban, confundidos.

Él llevaba el pantalón de Vi, la chaqueta de cuero sobre el pecho desnudo y mi mochila en la mano. Yo apenas me cubría con la camisa que mi amiga me lanzara. No tenía ropa interior y mi trasero sentía la brisa de la mañana en lo que corríamos.

Alcanzamos la valla y costó hallar por dónde cruzarla, dar con el auto fue peor. Me desesperaba correr en todas direcciones sin encontrarlo y entre tanto vehículo.

Skyler silbó para captar mi atención y tuve que atravesar la mitad del espacio para montarme en el asiento del copiloto. En dos minutos estuvimos en carretera.

—¿Cómo tienen una foto tuya? —pregunté, buscando mi teléfono en la mochila.

—No lo sé.

Maldije por lo bajo cuando vi la escasa batería que me quedaba.

—¿Cómo podría saber que robaste el auto? —balbuceé en lo que intentaba usar el teléfono para ubicarnos.

Skyler no respondió y su silencio me hizo dudar. Su expresión calmada no correspondía con la rigidez de su cuerpo.

—Otro detalle que no me contaste, ¿no es cierto?

—El auto tenía una cámara —confesó, señalando al espejo retrovisor, donde colgaban unos cables—. No lo supe hasta que subí.

Las maldiciones se atoraron en mi garganta.

—¿Por qué no lo dijiste?

—Esas cámaras no guardan la información cuando son desactivadas.

—¡¡¡En tu puto libro!!! —bramé y detuvo el auto de un frenazo que casi me hace dar de cara al cristal.

—Cálmate.

—¡Siempre dices lo mismo, pero no lo puedo hacer si sigues haciendo estas cosas!

Las manos me temblaban y cuando intenté ver a dónde dirigirnos para no perder tiempo, mi teléfono se apagó.

—No puedo cambiar lo que ya hice, Dakota —explicó con voz baja y grave.

Alcé la vista. Un desagradable dolor de cabeza comenzaba a darme náuseas, pero no teníamos tiempo para discutir o intentar vomitar.

—Conduce y toma la derecha en el primer desvío.

—¿Qué?

—Voy a revisar si el auto tiene rastreadores, pero tenemos que alejarnos del festival.

—Los quité todos...

—Pues quiero asegurarme —mascullé, temblando, aterrada, con ganas de bajarme y correr en dirección contraria a Skyler, el auto y Benny.

Bufó, pero hizo lo que pedía y a toda velocidad, recordándome que no llevaba cinturón.

Tomó varios kilómetros encontrar el desvío y al girar por el camino a la derecha, las gomas chillaron. Nos alejábamos del cálido clima del norte, acercándonos al oeste. Una ligera neblina teñía de gris el paisaje húmedo y los árboles que bordeaban la carretera.

No paró hasta que lo pedí, cuando el festival estaba lo suficientemente lejos.

Recorrí cada centímetro del auto en busca de los rastreadores que acostumbraban a poner. Skyler se recostó al capó, se cruzó de brazos y me siguió con la mirada.

—¿Te aburriste de hacer el ridículo? —preguntó tras varios minutos.

Estaba a cuatro patas, mirando debajo del auto por tercera vez y alcé la vista con ganas de tener un hacha con la que rebanar su cuello.

—Si no hay un rastreador, ¿cómo demonios nos encontraron?

—Me encontraron —puntualizó.

—¡Deja de hablar en singular! —Me puse de pie—. Estoy contigo, estamos en esto. Si te metes en problemas, yo también. No es un juego y es Benny el que nos busca.

Analizó mi rostro antes de hablar:

—La falta de sueño te impide pensar.

—¿Perdón? ¿Ahora me vas a insultar?

—Dijiste que ellos saldrían a rastrear la mercancía, que ya debían saber de la venta que hice —explicó—. Cualquiera pudo decirles y calcular que con tanta droga solo habría un lugar bueno para venderla, tú misma lo escogiste por eso.

Mis dientes castañetearon por el frío y la ira que me causó entender que tenía razón.

—Nada de esto habría pasado si me contaras la verdad —reproché.

—Eso no tiene importancia.

—¡Para ti nada la tiene!

—No es cierto.

—Has repetido: "no tiene importancia" en cuatro días, más de lo que yo en los últimos cinco años.

—No sabes analizar los problemas con frialdad, tu primera reacción es esta —dijo, señalándome de arriba a abajo.

—Quizás mi primera reacción no fuera esta, si me contaras lo que pasa —espeté, encarándolo y dejando un paso entre nosotros—. No me dices la verdad, haces lo primero que se te ocurre y cuando los problemas salen a la luz, ¡soy yo quien tiene que arreglarlos!

—Pienso antes de actuar, si se convierte en un problema...

—¡¿Piensas?! —Tomé su barbilla para que me mirara a los ojos—. ¡¿Por eso andamos con una montaña de marihuana en un auto que le robaste a los jefes del cretino de mi ex?!

—Eres tan exagerada —murmuró con una sonrisa.

Tuve que soltar su cara antes de cruzarla de un golpe. Quise alejarme, pero me tomó de la muñeca, hizo que girara hasta dar contra su pecho y me besó.

No puede responder a su intensidad. Devoró mis labios, atrapó mi cintura y revolvió mi cabello antes de liberar mi boca sin cambiar la distancia.

—¿Qué haces? —murmuré, agitada, sobre sus labios.

—Me excita cuando te pones en modo jefa —murmuró, mirando mis labios.

El calor subió por mi pecho y olvidé que estábamos en una carretera en medio de la nada. Lo besé. Pude seguir su ritmo, responder a las caricias violentas de su lengua y a los toques poco sutiles de sus manos.

Apretó mi trasero y quedé desnuda de cintura para abajo cuando la camisa subió. Me pegó a él y sentí lo excitado que estaba. No dudé en desabotonar su pantalón.

Me alzó por las caderas para sentarme en el capó del auto y tan solo tocar la superficie chillé, lo empujé y me bajé, frotando mi trasero.

—¿Pasó algo?

—Está helado —me lamenté con la desagradable sensación en mi entrepierna.

Skyler rio en voz alta y le di una patada antes de ir a por unas bragas y algo de ropa.

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El enojo y la calentura pasó gracias al incidente del trasero contra el capó. Nos refugiamos del frío y la lluvia en el auto.

Skyler se puso a tararear el estribillo Crazy de Gnarls Barkley en bucle, impidiendo que pudiera pensar.

—Nos desviamos demasiado —comenté con tal de que se callara—. Esta carretera lleva a un solo lugar.

—¿Y ese es?

—Regen, una ciudad al oeste.

—Podemos volver y...

—Tenemos que deshacernos del auto: esconderlo, conseguir uno que no sea robado.

—No tiene rastreadores.

—Igual no es buena idea viajar medio continente con eso en la cajuela.

No se vio convencido.

—Tenemos el dinero de ayer. Podemos manejar hasta esa ciudad y conseguir otro auto.

—No voy a ponernos en riesgo. —Lo miré de reojo—. Más riesgo. Si rastrean el auto, que lo encuentren con la droga y el dinero, así no hay nada robado. —Intenté creer mis palabras—. Los jefes de Benny querrán tu cabeza, pero, con suerte, habrás desaparecido y morirán barriendo el continente para encontrarte.

—¿Crees que esconder un auto es fácil?

Fingí que no lo había escuchado.

—Maneja. Encontraremos un lugar y pediremos un aventón hasta Regen, alguien nos ayudará.

Frunció los labios al meter primera y entendí el porqué. No había pasado un solo vehículo desde que nos detuviéramos. No me importó. Quería sacar mi trasero de aquel auto lo antes posible.

—¿Con qué dinero rentaremos un auto o pagaremos gasolina?

Abrí la guantera y le mostré la bolsa en que escondiera sus anillos.

—Llegó el momento de venderlos.

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No fue fácil esconder el auto. Hicimos un camino entre los arbustos hasta que el bosque se volvió oscuro en impenetrable.

El vehículo terminó rayado y con cristales rotos. Lo tapamos con ramas, hojas y hasta tierra. Limpiamos el camino de huellas y la entrada que hicimos pegada a la carretera, la cubrimos como se pudo.

Le pedí perdón a Vi antes de rasgar su camisa y treparme a un árbol para amarrarla fuera de la vista. Necesitaba marcar el lugar.

A precavida y paranoica, nadie me ganaba.

El trabajo nos costó sudor y fuerza que no teníamos por la falta de comida en las últimas doce horas. Terminamos llenos de tierra y los pocos autos que pasaron hicieron ojos ciegos a mis señales de ayuda.

Skyler caminaba, en silencio. Ni por casualidad llegaríamos a Regen a pie, pero no paramos. Sentía un hueco en el estómago y supuse que debía ser media tarde, mi sistema pedía descanso.

La llovizna y el frío me pasaban factura cuando, finalmente, un alma caritativa sobre un camión se detuvo a recogernos. Me sentí al inicio de una película turbia en la que terminaríamos degollados y picados en pedazos. Los cristales tintados me dieron mala impresión.

Skyler que se veía ecuánime y decidí confiar. Teníamos una pistola y un cuchillo, él era letal, de algo tenía que servir el mafioso.

La sorpresa llegó al treparnos a la cabina frontal. El conductor era un señor mayor, canoso y de bigote espeso. Sus mejillas sonrosadas y la música de The Rolling Stones inundando el pequeño espacio me calmó. Cuando nos ofreció comida y empezó a parlotear animadamente, supe que sobreviviríamos.

Skyler conversó con él durante el viaje, inventando una historia creíble de como nos dejaran tirados tras el festival. El hombre, a cambio, estuvo feliz de contar sobre sus viajes por el continente, su vida y sus siete nietos, con los que podría pasar una semana de vacaciones antes de salir a carretera para volver al trabajo.

Recosté la cabeza a la ventanilla y me desentendí de la conversación. Agotada y con la lluvia cayendo sobre el cristal, me sumergí en un estado de soñolencia en lo que contemplaba el verde y marrón del paisaje.

No me espabilé hasta notar las primeras luces de las casas en las afuera de la ciudad. Los árboles iban desapareciendo y, aunque lloviera con más intensidad, las ganas de llegar desaparecieron el sueño.

Era de noche y muchos negocios estaban cerrados. De igual forma insistimos en que nuestro salvador nos dejara lo más cerca posible de la única casa de empeños de la ciudad, en ese momento, cerrada. Gracias a él supimos que los dueños vivían en el apartamento sobre el establecimiento.

Agradecimos hasta que el conductor nos recordó que iba a tarde para entregar la carga y volver con su familia.

Estábamos en la calle principal, donde solo los negocios de comida seguían abiertos. Eran las diez de la noche cuando cruzamos, corriendo bajo la lluvia, en dirección de la puerta junto a la casa de empeños.

Toqué el timbre y demoraron en atender. Estaba a punto de volver a hacerlo cuando una voz salió del intercomunicador:

—¿Quién es?

—Señor, tenemos algo para ofrecerle —dijo Skyler, adelantándose.

Lo miré con mala cara por no dejarme hablar.

—Está cerrado, vuelva mañana.

—No, señor, espere —supliqué, poniendo una mano sobre la boca de Skyler—. Es algo de calidad y necesitamos el dinero.

Skyler apartó mi mano y negó con expresión molesta en lo que el señor no respondía.

—¿Qué tienen? —dijo la voz a través de viejo intercomunicador y con tono más amable.

—Anillos. Son únicos, buenos y de platino.

Skyler masajeó sus sienes, frustrado con el segundo silencio.

—Ahora bajo.

—¿Eres tonta? —murmuró cuando el intercomunicador sonó, apagándose.

—Nada de esto estaría pasando si no fuera por tu culpa, mejor calla —advertí.

—Son mis anillos y querrá comprarlos por nada, sabe que lo necesitamos.

—Pues lo necesitamos.

—No vas a regalar mis anillos.

—Son solo anillos y cuando vuelvas a tu libro podrás mandar a hacer tu peso en ellos —reproché—. ¡Tenemos que salir de aquí!

Iba a rebatir cuando la puerta se abrió y forzamos una sonrisa al hombre de piel curtida y marcadas arrugas que apareció al otro lado de la reja que protegía la entrada.

—¿Qué es lo que tienen? —dijo, evaluando nuestro mal aspecto.

Arranqué la funda de anillos de la mano que Skyler mantenía a su espalda y se la entregué. Brillaron bajo la luz amarilla de la escalera.

—Son de diseño —agregué—, no hay nada igual en el continente.

Tomó su tiempo para evaluarlos. Sabía que quería desesperarnos, pero traté de mantenerme tranquila.

—Puedo darles quinientos —concluyó.

—¿Por cada uno? —pregunté.

—No, por todos.

—¿Está bromeando? —Skyler sonó amenazador y su mano se movió en dirección a donde guardaba la pistola en el cinturón.

Lo tomé del brazo, pidiendo perdón al usurero y buscando la privacidad que nos diera unos metros de distancia, bajando la acera. Nos mojábamos, y esperé que eso lo hiciera razonar.

—Cada uno vale el triple o más.

—Lo sé, pero no conseguiremos nada mejor.

—Y con quinientos no podremos rentar un auto, menos cubrir la gasolina, comer o...

—Tienes razón —zanjé.

Suspiré, tomando fuerzas, y miré al señor que fingía no prestar atención a nuestra conversación desesperada. Tenía frío y sueño.

—¿Cuánto nos daría por uno? —pregunté, alzando la voz.

Se demoró en escoger y supe que era el más grande, el del eclipse con múltiples grabados.

—Cincuenta por este.

—Cien.

—Setenta.

—Ochenta.

Entrecerró los ojos antes de asentir.

—Perfecto —murmuré para que solo Skyler escuchara y me dedicara una media sonrisa.

—Ya entendí, es una buena idea. Hacemos que nos pague y después lo amenazamos para que devuelva el anillo.

—¡¿Qué?! ¡No!

—Aunque sería más inteligente que nos dé quinientos por todos y después robamos los anillos.

—¡¿Estás loco?!

Se veía confundido.

—¿Prefieres que lo mate?

—¡Claro que no! ¿Qué haríamos con el cadáver?

—Podríamos...

—¡Era sarcasmo! —mascullé para controlar mi voz y no gritar—. Mientras estés conmigo no matas a nadie.

Bufó.

—Qué aburrida. —Miró de reojo al hombre que seguía viendo la bolsa con interés— ¿En serio quieres regalar mis anillos?

—No tenemos opción.

—Ochenta no alcanza para nada.

—Podremos comprar comida y un pasaje de autobús.

—¿Hasta dónde vive Shinavi?

—No, hasta un pueblo donde encontraremos a gente decente que no querrá estafarnos.

Se peinó con ambas manos, aplastando su cabello empapado por la lluvia hacia atrás.

—¿A dónde vamos ahora?

—A Soleil.


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Hola, champiñones...

Aquí habrá quien sepa dónde es Soleil y quien ni idea. Creo que necesitamos un mapa lo antes posible. 🤭

Quien no conozca Soleil, es donde se desarrolla "No te enamores de Nika" y "No te enamores de Mia", otras de mis novelas.

Tengo una pregunta...

¿Les parece que la historia va demasiado rápido?

Acostumbro a escribir libros lentos, pero este es una carrera a contra tiempo en todos los sentidos. Ellos están huyendo, como ahora saben, e intentando llegar a la escritora antes de que salgan más capítulos.

Me siento bien con lo que voy contando y por la extensión del libro, pero me gustaría saber cómo es leerlo.

¿Se siente muy rápido? ¿Hay detalles que no entienden? ¿Logran ubicarse en los lugares y los movimientos de los personajes?

Recuerden que estoy escribiendo un borrador y que sus comentarios, opiniones... todo el feedback me ayuda mucho a la hora de editar una vez el libro termine.

🥰

Interrogatorio a un lado, espero que tuvieran linda semana y que el finde empiece bien después de la actualización.

Nos leemos el próximo viernes. 🤭

Las amo.

Besito.

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