15 ⫸¿Seguimos fingiendo?

—Entonces, sigues viva —dijo Mario al otro lado de la línea en lo que yo ponía en orden la habitación que se había convertido en un desastre cuando la estilista me había ayudado a escoger un atuendo digno para la gala y el desfile inaugural de la semana de la moda de Nubia D'Angelo.

—En un vestido que casi no me deja respirar, que posiblemente pise en lo que camino y que terminará muy sucio.

Por suerte era de los que Skyler había escogido y, por tanto, de los que no se descontarían de mi salario.

—¿Por qué sucio? —preguntó Mario y supe que él debía estar todavía en su oficina del hotel a pesar de que eran las ocho de la noche, el sonido de papeles deslizándose sobre la mesa lo delataba.

—Skyler me dijo que escogiera lo que quisiera, pero que fuera blanco.

Su risa baja me sorprendió.

—¿Qué?

—Es para que vayan combinados.

—No me dirás que se va a vestir de blanco, ¿cierto? Creo que su piel se confundiría con el traje, parece vampiro.

Otra risa.

—Se vestirá de negro al completo.

—¿Te cuenta sus planes de outfit o le preparaste la maleta al niño pequeño? —bromeé porque con él era muy fácil dejar salir a la Dakota que venía de ese otro universo.

—Lo conozco demasiado bien.

—Puede que no tanto como piensas —murmuré y no sabía si se lo quería decir a él o a mí misma.

—Si quieres podemos apostar —dijo con tono juguetón.

—Ya tu jefe me ha hecho gastar la mitad de mi salario de los próximos tres años. No tengo ganas de tirar a la basura lo poco que me quedará cada mes.

Una vez más no entendía aquella necesidad de cuidar un dinero que no utilizaría porque mis necesidades básicas estaban cubiertas.

—Si Skyler va vestido de negro hasta los dientes, me deberás una comida —propuso.

Descansé las manos sobre las caderas y me detuve en medio de la habitación. Puse los ojos en blanco como si él estuviera frente a mí y pudiera ver mi obstinación.

—¿No entendiste mi necesidad de no gastar dinero? Además... Comemos juntos casi todos los días.

—Digo una comida fuera del horario laboral —aclaró y podía imaginar el hoyuelo que se formaba en su mejilla, solo de un lado, al sonreír.

—Sigues sin entender que estoy casi en bancarrota.

—Un helado.

Miré el teléfono que estaba sobre la cama. Llevábamos más de media hora conversando y solo los primeros cinco minutos había sido de trabajo. Me faltaba poco para bajar a mi encuentro con Skyler.

—Me parece que estás muy seguro de que ganarás —dije en lo que buscaba mi bolso de mano, cubierto de lentejuelas tornasol que hacía juego con mis zapatos, el fino cinturón del vestido, el maquillaje, mis pendientes y los curiosos adornos diminutos que la estilista había acomodado en mi cabello recogido.

—Si pierdo yo, te compro un helado —propuso.

—Trato hecho —dije al momento—. De todas formas, veo muy posible que ni un helado pueda pagar. Skyler también amenazó con bajarme el salario si no aprendía a disparar bien.

Una risotada me obligó a prescindir de los auriculares para no quedarme sorda. Los apagué y dejé sobre la mesita de noche junto a mi cama. Acerqué el teléfono a mi oreja para salir de la habitación.

—No te rías —le reproché al llegar al elevador y presionar el botón para bajar—. No me ha visto disparar y ya asegura que lo haré mal. —Siguió riendo—. Es como si nos fueran a acribillar a balazos en cualquier momento.

Sabía que eso podía pasar, pero era absurda la insistencia de Skyler.

—Dice que tendré que correr y seguro me caeré porque estaré en tacones y me dejarán como un colador: llena de agujeros.

En lo que el elevador descendía hacia la planta baja, solo dos pisos abajo, me di cuenta de que lo que más me molestaba era que posiblemente tuviera razón.

—Créeme —dijo Mario al otro lado de la línea sin recuperar el aliento después de otra risotada—, si se desata un tiroteo es más importante que sepas ocultarte, no correr o saber disparar. Es una mejor decisión buscar refugio y dejar que todo se calme.

—Eso tiene más sentido —murmuré cuando las puertas se abrieron.

Algo dijo Mario, pero no lo escuché porque se me secó a la garganta al ver a Skyler con las manos en los bolsillos de un exquisito traje negro, camisa y corbata incluida. La tela destellaba una especie de tenue brillo que me dejó hipnotizada. Su cabello le hacía juego con el meticuloso peinado. Sus ojos grises me perforaron al percatarse de mi presencia por un aviso de Fabriccio, que estaba a su lado.

Se me aflojaron las rodillas porque Skyler, con respeto y disimulo, me evaluó de pies a cabeza. Por un segundo olvidé cómo se caminaba con aquellos finos zapatos, un arte que había aprendido a dominar a duras penas gracias a las estrictas lecciones de Fabriccio.

—Creo que has ganado la apuesta —dije por el teléfono que seguía en mi mano y Mario acababa de preguntar si todo estaba bien tras mis segundos de silencio—. Te debo un helado —agregué y deseándole una buena noche, corté la llamada sin esperar respuesta.

⫷⫸

No hubo palabras de aceptación por la elección de mi ropa o halagos por mi apariencia, no de parte de Skyler. Fabriccio, sin embargo, me dio un asentimiento de cabeza al ayudarme a subir al auto y supe que era su manera de darme un rotundo aprobado por mi imagen. Tantas horas encerrados en el gimnasio privado del hotel le habían enseñado a él mis debilidades y a mí el significado de su silenciosa comunicación. Me hizo feliz que al menos él reconociera mi esfuerzo.

El camino fue silencioso. Skyler no me dedicó una palabra y es que había notado que, si no era trabajo, no me decía nada, no después del viaje a hacia Catania y lo sucedido en el vestidor de la maldita tienda.

El fugaz momento de complicidad tras mi interacción con Angelo se había esfumado y estábamos en el mismo lugar distante e incómodo, peor que al inicio. Sin embargo, eso cambió cuando nos detuvimos. Sus únicas palabras fueron "sígueme la corriente" antes de bajar y ofrecerme su mano. La sonrisa falsa y perfecta apareció en su rostro cuando mi piel rozó la suya y bajamos frente el estrecho camino bordeado por postes de cordón que mantenían a raya a los periodistas y fotógrafos, los que estaban en el corto espacio que separaba la calle de las puertas de la entrada al evento.

Los flashazos de las cámaras me cegaron por unos segundos y caminé entre Skyler y Fabriccio, bordeados por tres de nuestros guardias de seguridad, con la cabeza abajo para evitar los incómodos disparos de luz.

Atravesamos el altísimo arco de la entrada de lo que reconocí como la fachada bien conservada de una antigua catedral, solo la fachada. El interior había caído por completo y de alguna manera la habían mantenido en pie, quizás para conservar el patrimonio de la ciudad. Dentro, si se le podía llamar así a estar al aire libre, todo estaba montado especialmente para el evento.

Lo primero que encontramos fue la alfombra roja con un fondo perfecto para que los invitados posaran para las fotos o concedieran cortas entrevistas a los periodistas detrás de otro cordón de postes de seguridad.

No conocía a nadie de los que estaba allí, pero suponía que eran empresarios, modistas y modelos los que esperaban entre conversaciones para ir pasando por la alfombra roja en pequeños grupos que los del comité organizativo iban llamando. Todos tenían una hora de llegada y por eso apenas tuvimos que esperar para que fuera el turno de Skyler, a quien nadie haría perder un segundo.

Al momento retrocedí para posicionarme junto a Fabriccio que se mantenía fuera de cámaras sin quitarle la vista de encima a Skyler. Sabía muy bien que para atravesar la alfombra bordearía el camino por detrás de la pared que habían levantado para montar el paseo de la alfombra roja y por donde se movía el personal para no acaparar la atención o arruinar las fotografías y entrevistas.

Me habría fundido al cuerpo de Fabriccio para evitar aquel incómodo momento si Skyler no me hubiese tomado de la mano para que lo acompañara. No tuve opción más que seguirlo.

—Espero que no te caigas y me avergüences —dijo sin casi mover los labios y eso encendió mi interior.

—¿Lo haces a propósito? —pregunté—. ¿Por qué siempre me estás recordando que soy inútil?

—Eso te lo dices tú misma, yo solo tengo la capacidad de prever un desastre antes de lamentarlo.

No parecía que estuviéramos hablando, no él que mantenía la sonrisa. Su mano sostenía mi espalda y con la otra el codo del brazo que quedaba entre nosotros. Una pose respetuosa, cercana, para quien nos viera. Me di cuenta de que estaba listo para sostenerme si uno de mis pasos fallaba. Algo cosquilleó en mi interior, algo que llegó hasta mis ojos, pero lo controlé.

—Finge una bonita sonrisa para mí —dijo al mirarme a los ojos cuando nos detuvimos en el inicio de la alfombra, donde las primeras fotos se dispararon en dirección a nosotros.

Estaba conteniendo el aliento porque aquellos ojos grises que parecían pura plata me acababan de hechizar... una vez más.

—No puede ser tan difícil sonreírme —dijo sin perturbar su expresión. Se acercó a mi oído—. Soy atractivo, Dakota, los dos lo sabemos. Fingir que te agrado no es un reto imposible.

Se alejó y esperó por mi reacción, pero yo apenas pude mirar al frente para posar a las fotos, se suponía que eso debía hacer si él me quería a su lado.

—¿También te tengo que enseñar a fingir sonrisas? —preguntó de nuevo sin mover los labios—. La lista de cosas que no sabes hacer se hace larga.

—Déjame en paz —refunfuñé.

Su risa sonó más natural cuando caminamos, despreocupadamente, guiados por miembros del equipo organizativo para que llegáramos al medio de la alfombra, el centro de atención.

—La única manera que tengo de hacerte reaccionar es si te provoco —dijo cuando nos detuvimos en la marca que indicaba la alfombra.

—Mentira.

Me sonrió de medio lado.

—Es eso o tocarte la espalda, la cintura, las caderas y el trasero como el otro día. —El calor subió a mi rostro porque estando delante de tantas personas no podía insultarlo o pelear—. Bonito rubor, quedará perfecto en las fotos.

Skyler se inclinó y no permitió que una de las estilistas que rondaban por la alfombra tocara mi ropa, la acomodó el mismo. Otro teatro bien montado cuando descansó una rodilla en el suelo para arreglar la cola de mi vestido blanco y que se viera como agua que fluía desde mi cintura y me envolvía.

Cuando alzó la vista desde esa posición mi rostro se volvió a encender porque lo recordé de rodillas. No en nuestro tiempo juntos o en ese baño donde lo tuve con la cara entre mis piernas mientras yo descansaba sobre la encimera, sino en mis fantasías. Esas en que yo estaba de pie y él se arrastraba por el piso chupando y mordiendo mis muslos para terminar con su lengua en mi centro, donde sostenía mis piernas para que no me fallaran las rodillas y devoraba cada milímetro de mi sexo.

Se puso de pie y tragué con dificultad.

—No tanto rubor —advirtió.

Debía tener la cara encendida.

—¿Por qué haces esto? —pregunté para contener un jadeo.

—Queremos que las revistas hablen, no demasiado, solo darles algo de sutil material —dijo acomodándose para posar.

No podía estar normal con él tan cerca de mí, con esa sonrisa, con solo la fina tela de mi vestido separando su piel de la mía en el lugar donde descansaba su mano, sobre mi cintura.

Desde afuera debíamos vernos como esas parejas en el estreno de sus películas. Podían no ser pareja en la vida real, pero cuando se presentaban frente a la prensa debían actuar con una cercanía que mostrara la química entre ellos. Toda una estrategia, una forma de vender una fantasía a los fans, una mentira. Eso era lo que él quería y, de nuevo, un cosquilleo, esa vez doloroso, fue lo que tuve que aplastar en mi interior.

—Ese bolso es demasiado pequeño —dijo sin que yo pudiera entender a qué se debía el cambio a pesar de que seguíamos en el mismo sitio, acribillados por las fotos.

Tomó mi mano con naturalidad y examinó el pequeño accesorio de lentejuelas.

—¿Llevas un arma ahí?

—¿Qué?

Alzó las cejas y por primera vez no estaba controlando sus acciones, solo que mantenía el movimiento de sus labios tan imperceptible que nadie podría leerlos.

—No me digas que vienes desarmada.

—¿Cómo voy a traer algo de eso?

No me atreví a mencionar la palabra pistola, revolver o arma porque a mí sí me entendería un ojo experto a pesar de estar susurrando.

—¿Cómo vas a venir indefensa a un evento de este tipo? —preguntó.

—Tenemos guardaespaldas.

—Quieres que alguien te salve el culo o lo quieres hacer con tus manos.

Apreté los labios para no mandarlo a la mierda porque prefería pelear con él que estar nerviosa.

—Te ves linda cuando te enojas —dijo sin más y logró que mi cuerpo se aflojara—. Prometo comprarte algo lo suficientemente pequeño, pero efectivo, y que quepa en esa cosa que llevas en la mano.

Abrí la boca para protestar.

—Tranquila —interrumpió—, no pienso descontarlo de tu salario.

Por alguna razón se me escapó una risa. Puede que fueran los nervios o que cayera en la cuenta de que el cliché del mafioso que te paga todo y te da saldo ilimitado para mí había terminado en un recorte de salario.

—Así me gusta —dijo sin dejar de mirarme y me di cuenta de lo tanto que me había relajado y de cómo debíamos vernos frente a las cámaras que al parecer habían notado la intimidad del intercambio y se desesperaban por disparar una foto tras otra a mayor velocidad.

Se acercó a mi oído y fue mi rostro el que quedó expuesto para que él pudiera susurrar sin necesidad de que sus palabras fueran poco articuladas:

—Sonríe como si te estuviera prometiendo hacerte llorar de placer cuando nos quedemos a solas.

Y lo hice porque su voz grave encendió cada parte de mi cuerpo. Sonreímos a las cámaras, mirando a todos lados y después me atreví, más bien me dejé ser yo, me acerqué a su oído para susurrar sin miedo a ser vista.

—Sería mucho más fácil fingir si de verdad estuviera diciéndome todo lo que podrías hacer.

Sus ojos mostraron sorpresa.

—Eres perversa... —Ladeó la cabeza—. Me gusta y me gustaría saber si tienes la boca tan sucia mientras te follan como cuando me insultas.

—Mucho más —aseguré.

—¿Y si te tapo la boca?

—Te mordería la mano.

—No lo dudo, ya te vi hacerlo. —Fue el brillo retorcido en su mirada lo que esa vez me excitó—. Puede que tenga que amordazarte.

—Te lo permitiría, pero depende de en que lugar lo hagas.

—Imagina que llegamos al hotel —murmuró— y cuando estés a punto de dormir me cuelo en tu habitación. ¿Me dejarías amordazarte y esposarte a la cama?

—¿Qué tal si no esperas a que esté lista para dormir? Este vestido es muy difícil de quitar, no llego al broche en mi espalda.

—Prefería arrancártelo, a fin de cuentas, lo pagué yo.

Era una competencia o un desafío, una actuación o solo diversión. No tenía manera de identificarlo.

—Si vas a hacer eso, mejor empezamos en el elevador —dije, dispuesta a no perder, nunca perder.

—No podría —dijo cuando nos quitamos del centro de la alfombra roja. Envolví mi brazo en el suyo para caminar—. Hay cámaras en todos los espacios comunes de ese hotel.

—A mí no me molestan.

No pudo responder. Se aclaró la garganta cuando nos detuvimos en el tercer punto donde seríamos fotografiados. Todavía algunos de los fotógrafos del centro mantenían sus cámaras sobre nosotros e ignoraban a la siguiente persona que ocupaba el espacio principal de la alfombra. Skyler siempre sería más interesante que el resto del mundo.

—Si no te preocupa el público —continuó—, Fabriccio está más que acostumbrado a bajar la mampara que divide los asientos delanteros de los traseros en uno de mis autos. Podrías estar encima de mí sin que tu cabeza chocara contra el techo, hay mucho espacio ahí.

Me dolieron todos los músculos de la espalda cuando traté de mantenerme erguida e imperturbable. No sabía ni qué cara estaba dando a las cámaras, pero a Skyler le pareció adecuada porque se puso un poco por detrás de mí para permitir que fuera yo la protagonista de las fotos.

Miré por encima del hombro. No iba a permitir que mis fantasías me ahogaran, eso era la guerra.

—No quiero esperar al auto —murmuré—, prefiero que sea aquí. Estoy segura de que sería más entretenido si me tiras encima de la primera mesa de un camerino o una oficina. Solo tendría que desabrochar tu pantalón y hundirte en mí.

Por primera vez lo vi tragar con dificultad y volví a sonreír, la satisfacción me inundó el cuerpo junto al calor sofocante que venía del suyo.

—Primero tendría que arrancarte las bragas.

—No llevo.

Y no era una mentira.

—Perversa. —Lamió sus labios y me perdí en ellos cuando caminamos por el último tramo de la alfombra—. Como me gustan —murmuró tan bajo que no supe si quería que lo escuchara—. Pero que no lleves bragas significa que ahora tienes los muslos húmedos por lo excitada que estás. Si yo fuera tú iría al baño antes de sentarme y arruinar ese bonito vestido.

—No necesito hacerlo —mentí porque sentía la humedad de mi sexo hasta la mitad de los muslos, no era normal.

—Sí, lo necesitas, porque yo también necesito ir al baño a calmarme antes de dar todas las entrevistas que me han pedido.

Mis ojos se fueron por un segundo a su entrepierna y lo noté, lo duro que estaba. Entendí por qué se había parado detrás de mí y por qué en ese momento caminaba con sumo cuidado, con un arte bien estudiado para no delatar su excitación, lo cual solo alimentaba la mía.

—Tranquila, Dakota —dijo con calma—. No lo olvides, el cuerpo siempre reacciona.

Su sonrisa desapareció como por arte de magia cuando pusimos un pie fuera de la alfombra y nos encontramos con Fabriccio. Le comunicó que iría al baño, pero me miró antes de irse.

—Excelente trabajo, señorita Jensen. Parece que me equivoqué, puede fingir muy bien.

Toda emoción desapareció de mi cuerpo. El calor se convirtió en una helada sensación tres veces más abrasadora, dolorosa. Fingir, eso habíamos hecho, solo eso.

⫷⫸

Aburrido, muy aburrido.

No sabía disfrutar de cosas de aquel tipo, era la peor protagonista de la historia. Yo debería estar bebiendo, emborrachándome con el champán que bailaba de un lugar a otro por el cóctel de bienvenida o el evento posterior al desfile inaugural. Me comería las fresas que burbujeaban en el fondo de las copas hasta perderme y el protagonista sobre protector se ocuparía de mí. Era un clásico. Me dejaría a salvo entre las mantas de mi habitación y al día siguiente se enojaría por mi comportamiento...

Yo no podía hacer ninguna de esas cosas. Si bebía de más se me iría la lengua y las verdades volarían. Estaría en problemas antes de que Fabriccio se ocupara de cuidarme y llevarme de regreso al hotel porque Skyler no me dirigió la palabra ni una vez, no le importaba nada de mí.

Beber de más era la única manera de soportar si no tenías amigos. Solo tenía a Fabriccio a mi lado y, aunque segura me sentía, las palabras no era algo que le sobrara a menos que fuera para gritarme en el gimnasio.

Extrañé a Mario porque él siempre me daba conversación y a su lado no me sentía sola. Había olvidado lo que era sentirse así y no precisamente por la ausencia de persona, el lugar era un hervidero de murmullos y alegría.

Me las arreglé para sobrevivir la noche sin pensar demasiado, atenta a cualquier señal u oportunidad que pudiera tomar para hacer algo importante, pero no vi nada, no hasta que Skyler desapareció a lo que debía ser una reunión a la que yo no debía asistir. No me dio ni una mirada o señal de despedida cuando le dijo a Fabriccio que lo acompañara y que el chofer de uno de los autos debía llevarme al hotel.

Supuse que aquella no era una noche trascendental, pero alguien me tomó de la muñeca cuando me disponía buscar la salida.

—La princesa de los Moretti —dijo la voz que ya se hacía conocida: Angelo Russo.

Mi sorpresa fue genuina. Yo no lo había visto en toda la gala, pero lo supe por la manera en que me miró: él había esperado pacientemente para acercarse cuando yo estuviera sola.

—Ni princesa —dije por lo bajo—, ni de Moretti.

Una sonrisa se extendió en sus labios y los brillantes que adornaban sus colmillos destellaron.

—Me encanta escuchar eso.

—¿Por qué?

—Significa que nadie decide lo que haces esta noche. No estás trabajando y, si me lo permites, quizás yo tenga la oportunidad de mostrarte la noche de Catania.

Me brindó su mano, un gesto caballeroso y lleno de intenciones, no sabía de qué tipo. Podía haber leído del hombre frente a mí, sin embargo, había mucho por ver en esa historia y yo tenía información que sacar. No estaba en nuestros planes que el acercamiento fuera tan pronto, pero no había problema por llevar las riendas, hacer mi trabajo lo antes posible.

Coloqué mi mano sobre la suya que resultó cálida y suave.

—Enséñeme el atractivo de la Catania nocturna, señor Russo —dije sin rodeos.

—Angelo —dijo mientras caminábamos entre la gente, no soltó mi mano—. Para ti, por favor, solo Angelo.

Ese era un buen comienzo. Le dediqué una sonrisa. Esa noche iba a trabajar tan bien que Skyler se lamentaría por recortarme el salario.

⫷⫸

¿Les cuento algo? Llevo días anunciando que voy a actualizar y se me olvidó.

Pero me acordé ahora. 😈😈😈

Hola, champiñones. 😏

¿Qué les pareció el capítulo? Voy a leer sus comentarios.

Dejaré  una dinámica en Instagram  para que pregunten lo que quieran sobre el libro.

Esta semana tienen pase libre para leer libros con cosas impuras, pero solo si prometen comer sano y tomar awita.

Las vigilo.

😡

Y las amo.

💋

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