08 ⫸Efecto mariposa
Me sumergí en la bañera hasta que el agua me tapó por completo, esperando a que mis pulmones gritaran por oxígeno, como la tarde anterior cuando Skyler me tomó del cuello.
Fui débil. Cuando me pegó a la pared y sus labios estuvieron tan cerca de los míos, los recuerdos volvieron sin importar que él no fuera consciente de que habíamos estado así en un callejón oscuro, besándonos, o que en ese momento estuviera dispuesto a ahorcarme y no de la manera en que me gustaba.
Salí del agua y me sostuve de los lados de la bañera, agitada, con la angustia arremolinándose en mi pecho. Ni tan siquiera entendía por qué tenía ganas de llorar, yo nunca lloraba.
Me toqué la piel del cuello, dolía. Me costaba pasar saliva y la sensación tan familiar me hizo temblar. No era la primera vez que alguien me amenazaba de esa forma, lo habían hecho de peores maneras, pero que él lo hiciera, que me lastimara...
Era Skyler, el mismo en apariencia y a la vez no. El Skyler que yo conocía, el verdadero, el que fue conmigo, jamás me habría hecho eso.
Es un libro, nada más.
Sí, un libro que ya estaba tomando otro rumbo.
En la historia original, la que leí, Alicia no aparecía en la terraza, sino más adelante, y la asistente no era amenazada y despedida, pero en ese momento Skyler debía estar hospitalizado por el veneno que casi le cuesta la vida. Había intervenido, hice lo que no podía hacer
Me vestí con un albornoz. El papel en el que habían aparecido las palabras de Shinavi dos días antes estaba sobre la encimera, junto al lavabo. No dormí mirándolo a la espera de instrucciones, llamándola con todos mis pensamientos y recibí únicamente silencio.
Salí del baño en lo que envolvía mi cabeza con una fina toalla para secar mi pelo. Casi me caigo de culo cuando encontré a un hombre sentado en el sofá junto a la ventana de mi habitación. Se limpiaba las uñas con la punta de una navaja, sin alzar la vista, fingiendo que no sabía que yo estaba allí.
Reconocí la chaqueta de cuero, negra, el pantalón ajustado a las piernas largas y delgadas. El rostro era de rasgos marcados y fuertes, mandíbula cuadrada y nariz algo torcida, cejas pobladas y pelo cortado a máquina, escasos milímetros faltaban para que estuviera totalmente rapado. Tenía una cicatriz desde la sien hasta la comisura del labio. Era el mismo que saludó a Mario en el pasillo esa tarde de la entrevista. No lo había reconocido ese día, pero frente a frente fue distinto: Fabriccio, el encargado de los trabajos más sucios de Skyler... y eso incluía matar.
Se suponía que ya no enviaba a sus sicarios contra nadie y creí que las amenazas del día anterior habían sido vacías, todo para asustarme, pero ahí estaba él. Tomé aire con fuerza. No me importaba morir, puede que fuera lo mejor porque sería una manera de volver a mi universo.
¿Y si muero en ambos universos?
No, era imposible, o de eso me quería convencer. Mi única arma al estar en aquella casa de lobos sedados, lobos jugando a ser personas decentes y legales, era fingir que no tenía miedo.
—¿Puedo ayudarle? —pregunté.
No se preocupó de mirarme, siguió concentrado en la navaja y sus uñas.
—El señor Moretti me ha enviado para darle un par de instrucciones.
—Puede decirle a su jefe que pienso desaparecer de la habitación esta misma tarde. —Con suerte del libro—. Ahórrese las instrucciones.
—No estoy aquí para ponerla de patas en la calle. —Me miró de arriba a abajo con indiferencia—. Si fuera por mí hace mucho lo estaría.
—Entonces.
Si hubiese sido enviado a matarme ya lo habría hecho, me empezaba a preocupar una tortura. Apreté con fuerza el papel de Shinavi, el que había guardado en el bolsillo de mi albornoz antes de salir del baño. Una vez más le pedí que me sacara de allí, que estaba harta y que lidiar con un tipo como Fabriccio no era parte del plan. Me daba miedo. Solo mirarlo me hacía estremecer.
—El señor Moretti —continuó— ha cambiado de idea sobre su despido.
No pude fingir que no me sorprendía escucharlo.
—¿Por qué?
Ladeó la cabeza, exponiendo su cicatriz blanquecina a la luz que se filtraba como una línea entre las cortinas.
—¿Tantas ganas tenía de irse?
—¿Tanto le sorprende si su jefe me deja el cuello así?
Señalé la zona que empezaba a mostrar signos de los moretones que iban mostrándose gracias al incidente de la tarde anterior.
—No veo cómo eso contesta a mi pregunta.
—Yo tampoco, pero quería decirlo. Así le recuerda a la bestia de Skyler lo que me hizo.
Fabriccio guardó su navaja y se acomodó, los brazos abiertos, recostados al espaldar del sofá, como si le perteneciera. Cruzó las piernas.
—No sé ni me importa la razón por la que el señor Moretti quiere cerca a una malcriada como usted —dijo y el miedo se esfumó, me enfadaba su actitud—. Yo la habría hecho desaparecer del mapa por mucho menos.
—¿Por tirar un vaso de limonada? —ironicé—. Son extremistas en Sicilia, ¿no te parece?
Alzó una ceja al notar que había abandonado la formalidad y lo tuteaba.
—Me da igual lo que piense, señorita. Cumplo órdenes y estoy aquí para dejarle saber que nos veremos cada tarde después de las seis en el gimnasio.
—¿Gimnasio? ¿Usted y yo?
No solo era nuevo que él estuviera en mi habitación, no sucedía en el libro que había leído, tampoco se mencionaba nada sobre ejercicios, porque esperaba que eso quisiera hacer conmigo en el gimnasio... A menos que lo considerara el lugar ideal para matarme y desaparecer el cadáver.
—Hay un par de... cosas que debe aprender si quiere seguir aquí.
Se puso de pie con una gracia que no habría esperado dada su estatura. Era más alto que Skyler, tuve que mirar hacia arriba para sostenerle la mirada. Si no medía dos metros estaba muy cerca porque yo era alta, lo suficiente como para no sentirme intimidada por lo que midiera otra persona... hasta ese momento.
—¿Quiere seguir aquí? —preguntó al detenerse frente a mí.
La respuesta era no, era que quería correr y olvidarme de todo lo que había visto, era que deseaba regresar a mi universo y pegarme dos cachetadas frente al espejo por ser tan estúpida de meterme en aquel problema.
—Su silencio lo dice todo, pero firmó un contrato, no tiene opción.
Creí que se iría, sin embargo, se detuvo cuando su hombro estaba alineado con el mío, giró la cabeza para que sus palabras, bajas y graves, se entendieran a la perfección:
—No me importa si quiere o no seguir aquí —declaró—. Si vuelve a poner un cuchillo cerca de Skyler yo mismo le cortaré la mano.
Seco, conciso, tanto que mi vejiga se contrajo y de no haber aguantado me habría meado encima.
—Por cierto —dijo antes de salir—. A las dos de la tarde tenemos una reunión. —Me perturbaba que parpadeara tan poco y que tomara largos silencios entre una oración y otra—. Es en el club de socios del hotel —continuó—, vístase de etiqueta cóctel, son las instrucciones de Mario.
Cerró la puerta con tal suavidad que el seguro no sonó. Acababa de amenazarme, eso lo entendía, pero no tenía ni puta idea de lo que era etiqueta cóctel.
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Según la mucama encargada de mi habitación, el vestido verde olivo con los hombros expuestos y por debajo de la rodilla era una opción adecuada, de etiqueta cóctel... Había códigos de vestimenta, ese era uno, un descubrimiento para la Dakota que iba en camiseta, pantalón ancho y botas o zapatillas a todos lados.
Mario me pasó a buscar a las dos de la tarde y no hizo comentario alguno sobre las marcas en mi cuello, las que cada vez eran más evidentes. No me preocupaba mostrarlas o que la recepcionista del hotel me mirara con preocupación. Había escondido moretones y heridas mientras estaba con Benny, mi exnovio, no pensaba volver a pasar por ahí. Si Skyler tenía los huevos de intentar ahorcarme, que los tuviera para que sus socios vieran a su asistente maltratada en la maldita reunión.
El viaje en una limusina de color negro y cristales tintados fue silencioso. Yo miraba por la ventana a la costa que recorríamos a toda velocidad y Mario a su tableta, como siempre, aunque un par de veces creí que me observaba con disimulo, tanto que dudé si era mi imaginación.
Una hora después bajamos frente a un club de playa, nada que llamara la atención. Una casa que en algún momento debió pertenecer a alguna adinerada familia de Palermo y había terminado en manos de un inversor que la quiso rescatar.
A pesar de la fachada clásica de tosca piedra, balcones pequeños y ventanas de madera, lograron que se viera moderna. El diseño de la entrada donde los autos se detenían para que el valet se encargara de ellos, la decoración de la recepción, los muebles, el uniforme de los empleados... Todo se veía bien, perfecto para pasar un día sin preocupaciones, pero a vacacionar no era a lo que íbamos.
En la planta baja había un amplio salón de baile repleto de personas, unas cien, todos los miembros del club, según me dijo Mario, ya que era un evento anual, se paseaban de un lado a otro. Bebían, reían y conversaban sin preocupación alguna.
Seguí a Mario a todos lados, fui su mascota. Él jamás se acercó a Skyler, que, a su vez, nunca nos miró e iba de un grupo a otro, saludando y conversando como el resto.
Al cabo de una hora, yo tenía destrozada la espalda y los pies. Los zapatos eran bonitos, pero incómodos. Hasta la mano me dolía de sostener el pequeño bolso a juego. Dentro solo cabía mi teléfono, el que no había usado ni una vez, y mi preciado pedazo de papel en blanco.
Apreté el bolso con tal de no ceder a la desesperación que empezaba a asfixiarme.
Ese evento sucedía, pero Skyler no asistía por estar en el hospital. Estaba ciega, no tenía idea de qué iba a suceder. No podía quitarle los ojos de encima, esperando en que algún momento tuviera que utilizar el baño y fuera mi excusa para seguirlo, acorralarlo y decirle todo lo que sabía, lo que no fui capaz de hacer en la nevera.
—Vamos —dijo Mario y me tomó del codo.
Al mismo tiempo, un señor canoso se subió a la tarima al fondo del salón y todos le prestaron atención. Empezó un discurso ameno y divertido sobre el origen del club y sus miembros, pero no pude escuchar porque yo ya estaba fuera, caminando por un pasillo, guiada por Mario.
Dejamos atrás un salón y luego otro hasta meternos a una habitación, una pequeña biblioteca.
—¿Qué...?
Mario colocó un dedo sobre sus labios y rebuscó entre los libros hasta encontrar lo que buscaba. Era un panel digital en el fondo de la estantería. Los números se iluminaron e ingresó una contraseña tan larga que no pude memorizar. La pantalla se puso de color verde. La estantería a nuestra derecha se deslizó con suavidad y dejó expuesto un pasadizo secreto.
—¿En serio? —murmuré—. El pasadizo secreto en la biblioteca. Esta falta de creatividad para...
—En silencio, Dakota —dijo Mario y puso su mano en la parte alta de mi espalda para que pasara delante.
El espacio era pequeño y solo podía caminar una persona a la vez. Podría pasar por otro pasillo del club, pero la iluminación era tenue e íbamos descendiendo a una velocidad preocupante entre una curva y otra. Me recordó a las películas en las que terminabas en un salón secreto donde estaba el lugar de reunión de una secta y cuando dimos con una puerta de ébano, un desagradable cosquilleo me recorrió la columna vertebral.
Mario me pidió permiso para pasar a mi lado y abrió con una llave vieja y oxidada. El ambiente cambió como por arte de magia. Pasé del pasillo digno de castillo medieval a un lujoso salón de reuniones en forma circular con varias puertas idénticas a la que acabábamos de cruzar.
No éramos los primeros en llegar. Encontramos unas cinco personas y fueron uniéndose más hasta completar las diez.
Las paredes habían sido talladas en la piedra y la humedad salía de ellas, pero no de la manera que lo haría en una cueva a orillas del mar, donde evidentemente estábamos, bajo el club, en un salón secreto. Olía a brisa fresca y playa, con piso de color negro brillante y el techo de pequeñas estalactitas. Era un lugar antiguo y moderno a la vez, como la luminosa casa sobre nuestras cabezas.
Había una mesa oval de cristal grueso sobre una estructura metálica y varias sillas, doce en total... Doce... Las reuniones de los principales jefes de Skyler se realizaban en mesas de doce personas, pero yo no conocía ese salón, era nuevo, nunca había aparecido en ningún libro. Todos tomaron asiento, menos Mario, que se quedó conmigo cerca de nuestra puerta.
—Haz silencio —murmuró Mario.
Skyler apareció, caminando con las manos en los bolsillos y la barbilla en alto. Ese día llevaba un traje negro de camisa blanca, el cuello abierto, sin corbata, el pelo peinado de forma casual, para un evento desenfadado de media tarde.
Fabriccio iba detrás de él y no se detuvo hasta que su jefe llegó a la mesa y se sentó. Se mantuvo a un metro de distancia, como haría un guardaespaldas.
—Tenemos nueve minutos y treinta y tres segundos —dijo Skyler tras una ojeada a su teléfono.
Sostuve la respiración. Una reunión en aquel lugar para pasar desapercibidos, como si estuvieran en la celebración de arriba y en poco tiempo para que nadie notara la ausencia.
Pasé la vista por la mesa... Conocía a algunos si hacía el esfuerzo de recordar las características físicas de los personajes de Shinavi y no lo que yo imaginaba al leer. Todos habían entrado y salido de la saga, jugado un papel más o menos relevante. Eran miembros importantes de la mafia siciliana del norte, miembros de la familia, el consejo que Skyler dirigió por años.
No, no, no. Esto no pasa en el libro, no ahora, no así, no aquí.
Estaba temblando de pies a cabeza y la mano de Mario sobre mi hombro me sobresaltó.
—Tranquila —susurró—. No pasará nada, estás a salvo.
Me di cuenta de que respiraba a toda velocidad, agitada. Estaba sudando a pesar de estar bajo tierra a una temperatura agradable. Le habría dicho que no tenía miedo a lo que sucedía, no por lo que él creía, pero su presencia, que estuviera a mi lado y me mirara a los ojos con tal seguridad, fue reconfortante.
—Todos sabemos lo que ha pasado —continuó Skyler—. Vamos directo al grano y podremos solucionarlo.
—Una bomba —dijo un hombre al otro lado de la mesa—. Han puesto una bomba en el Riddle Club y nadie en esta mesa sabe quién se atrevió a tanto.
Su pelo era gris por las canas, tenía arrugas marcadas y descansaba las manos sobre la mesa. Sus dedos eran regordetes y portaban un anillo con una piedra azul, un zafiro. Costa, no recordaba su nombre, pero su apellido era Costa, y controlaba el tráfico de armas en toda la isla, uno de los hombres más poderosos de Italia.
—Crees que no hemos investigado —dijo una mujer de piel caoba, brillante, pelo negro amoldado a un lado de su cara y que caía sobre el pecho...
Su vestido de color negro, que habría desentonado a sobre manera en la celebración que tenía lugar en el club, con un marcado escote en v que llegaba hasta el ombligo. Era hermosa, pero no fue su apariencia lo que me dejó sin aliento, fue reconocer que era D'angelo...
Un chillido ahogado se escapó de mi pecho porque pude controlar la maldición que había estado a punto de soltar. Era la que se encargaba de las drogas, lo que entraba y salía, tenía los contactos con todos los países de Latinoamérica, en Asia... Era uno de mis personajes favoritos, diosa bajada del olimpo a la que le besaría los pies después de hacerle un altar, a la que le pediría que fuera la madre de los hijos que no quería tener.
Puta madre, Dakota. Céntrate.
Sentía la mirada de Mario sobre mí porque pasé de estar temblando a las ganas de saltar en el sitio como toda la fangirl que era. Traté de calmarme, obligarme a respirar. Tenía veintitrés años, no quince, estaba dentro de un libro, en la misma habitación que un puñado de mafiosos y hablaban de una...
—Sí, Nubia, supongo que lo han investigado, pero siguen sin saber nada —dijo Costa con la vista en ella—, como tampoco sabes nada de los que están vendiendo droga como si fueran caramelos en tu territorio.
Nubia D'angelo era una mujer paciente, inteligente y fiel. Miró de reojo a Costa sin mover el cuerpo, las manos en los reposabrazos de su silla.
—Droga no es lo único que se vende en nuestro territorio sin consentimiento —dijo con su voz grave—. No creo que debas alardear de manejar tus negocios a la perfección, Costa... Si así fuera, yo no tendría unas diez ametralladoras confiscadas en uno de mis almacenes.
—Basta —intervino Skyler y Costa, que estaba a punto de rebatir, se apoyó en el espaldar y obedeció—. Ocho minutos.
El silencio cayó sobre los presentes.
—Alguien puso una bomba en ese club y no fue una chiquillada o una guerra entre pandillas salidas de nuestras manos —explicó D'angelo.
—Es otra familia jugando con nuestro territorio —dijo una mujer rubia, una de las cinco que ocupaban la mesa, no recordaba su nombre—. Llevan semanas haciendo lo mismo.
—Y ninguno de nosotros es capaz de identificar cuál de las otras familias es —murmuró un hombre de piel olivácea y espesa barba.
—Una casualidad... ¿no? —dijo Costa en lo que recorría la mesa con la mirada.
D'angelo ladeó la cabeza y le dio su atención al hombre.
—¿Qué insinúas?
—¿Por qué crees que he insinuado algo? —rebatió con una sonrisa.
Esa gente se llevaba mal, muy mal, lo recordaba, pero no la razón.
Maldita memoria de hormiga cuando más la necesitaba.
—Nadie de esta mesa está atacando al resto —dijo D'angelo sin dudar.
—¿Cómo estás tan segura? —preguntó otro hombre de piel negra y sudadera, no estaba vestido para el evento como los demás, parecía venir de afuera, solo para esa reunión.
Los nombres se arremolinaban en mi mente y no sabía identificar a unos y otros.
—Porque si alguno de ustedes se atreviera a hacerlo, Skyler lo aplastaría como a una cucaracha —aseguró D'angelo y le dio una mirada a Fabriccio que se mantenía de pie al lado de su jefe con las manos cruzadas a la espalda en pose militar—. Y si él no lo hace, conozco personas que sí lo harían... —Barrió la mesa con la mirada—. Por ejemplo: yo.
—¿Nos estás amenazando? —dijo Costa.
—Cinco minutos —advirtió Skyler.
Miré a todos, rostro por rostro. Habían puesto la bomba tal como pasaba en el libro, como le había advertido a Skyler, al menos eso no era distinto.
—Una bomba pequeña —dijo una mujer de cabello rojo que debía pasar de los cincuenta años—, posicionada en la barra de la zona VIP.
Estaba recta en el lugar, tensa, con los ojos fijos en Skyler que mantenía la vista en el teléfono que descansaba en la mesa frente a él, donde el cronómetro corría para tenerlo informado del tiempo que les quedaba en la reunión.
—Un simple estallido —continuó la mujer—. Lo habría considerado una advertencia o una broma, nada más —Miró a los que estaban a sus lados—. Somos conscientes de que algo está pasando.
Le costó tomar aire, mantener la compostura.
—No me habría importado esa bomba, como no me importó que alguien asaltara a uno de los turistas que visitaron el Riddle Club, mi club, cuando salían borrachos en la madrugada, nadie salió herido, todo estaba bajo control. La delincuencia siempre existirá por mucho que nosotros tiremos de los hilos.
Apretó los labios con fuerza y me resultó inquietante el silencio que todos guardaban.
—Tengo una nieta, ¿lo sabían? —dijo de la nada—. Supongo que sí, porque todos sabemos de la vida de todos, porque nos espiamos y dormimos con un ojo abierto y otro cerrado. Estoy convencida de que cada persona en esta mesa sabe que mi única nieta tiene diecisiete años, rebelde y testaruda, que quería irse a estudiar a Estados Unidos y que no soportaba la idea de que su abuela millonaria le pagara todo porque quería abrir camino con sus propias manos... Y si tan bien informados están, sabrán que aceptó trabajar para mí después de que le insistiera hasta el cansancio y también sabrán...
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Sabrán que ayer en la noche, cuando esa inocente bomba explotó a las diez de la noche, ella estaba al otro lado de la barra, empezando su turno... —Se me cerró la garganta al entender—. Sabrán que no llegó viva al hospital.
No, no, no. Nadie tenía que morir, no era posible que eso sucediera.
—Nací en Sicilia —dijo la mujer con las mejillas surcadas por las lágrimas, pero sin cambiar de posición, rota, pero fuerte—. Aprendí de mi padre y mi madre, trabajé en su club, el más grande de esta ciudad. Aprendí a preparar bebidas, a chequear lista de invitados, a pasar a personas importantes al reservado, consciente del tipo de negocios que llevaban a cabo. Vi morir a mis padres, asesinados cuando yo apenas llegaba a los veinte años porque la familia Russo estaba en guerra con los Moretti.
Sus labios temblaron.
—Busqué a tu padre, Skyler, le pedí venganza, que cumpliera con su parte del acuerdo. Sabía muy bien que mis padres pagaban al tuyo por protección, como todos los negocios del norte de Palermo, me lo debía y no dudó en buscar y aniquilar a cada uno de los que estuvieron implicados. Tu padre me dio mi venganza y yo tomé el lugar de mis padres... Nunca le fallé al tuyo, nunca dije no, pagué cada cuota en tiempo y las puertas de mi club siempre estuvieron abiertas para los Moretti... Para tu familia y la de todos los que se sientan en esta mesa.
Apoyó una mano sobre la superficie de cristal.
—Tú mataste a tu padre por venganza —dijo ella— y yo no soy una hipócrita, no juzgo a quien la busca. Por eso no me fui en tu contra cuando pasó, por eso me puse de tu lado a pesar de que tu padre fue un hombre de palabra conmigo. No dudé un segundo en darte la información que quisieras, en que fueras mi capo, aunque tuvieras la edad del menor de mis hijos y nunca hubieses mostrado respeto por tu familia o la familia que tu padre formó.
Nadie se atrevía a hablar. Las palabras resonaban por la habitación, cargadas de dolor, eran dagas, representaban la ira contenida y el sufrimiento de la mujer.
—Hace un año me invitaste a esta mesa —continuó—. Dijiste que nadie te pagaría nada, que todo cambiaría y que cada uno de nosotros sería el encargado de sus propios negocios. —Señaló a los presentes—. Dejé de pagarte, de presentarle a mi capo un porcentaje de mis ganancias y no lo voy a negar, fue un alivio.
>>En mis años más rebeldes, antes de la muerte de mis padres, me cuestionaba la razón por la que tendríamos que darle dinero a unos abusadores que nos destruirían si no cedíamos a pagarles. Tu padre, a mis ojos, fue un abusador por mucho tiempo... —Una amarga sonrisa se dibujó en sus labios—. Lo era, pero... Preferiría mil veces volver a pagar por respaldo y seguridad, preferiría mil veces ser extorsionada de la más sutil de las maneras para que diera parte de mi dinero, si con eso pudiera sentarme hoy aquí, a esta mesa, frente a mi capo, al hombre que respeto, aunque le doble la edad, en quien confío, y pudiera pedirle venganza... Sangre por sangre.
Todos miraron a Skyler a la espera de una respuesta. Los segundos pasaron sin que llegara una.
—Dos minutos —murmuró él sin levantar la vista y la frialdad con que lo dijo me caló en el pecho.
Mis ojos escocían y no había una persona en la mesa que fuera capaz de mirar a la mujer. D'angelo tenía los ojos cerrados y sus labios se movían, seguramente recitando una de sus plegarias para honrar la muerte de la chica de la que se hablaba.
—Giulia perdió una pierna con la explosión —continuó la mujer—, sufrió porque no perdió el conocimiento, lloró y me repitió cientos de veces que no quería morir mientras los paramédicos hacían todo lo que estaba en sus manos. —Más lágrimas se deslizaron por sus mejillas—. Sostuve su mano en la ambulancia prometiéndole que no iba a morir hasta que lo hizo... —masculló—. Faltaban dos calles para llegar al hospital... solo dos... y si hubiese llegado, tampoco habría sobrevivido...
Sus manos descansaron en puño sobre la mesa.
—Quiero saber si tendré las cabezas de quienes hicieron esto, quiero saber si tú me las vas a dar —dijo sin quitar los ojos de Skyler.
No había una emoción en su rostro cuando él alzó la vista. No miró a nadie en específico, era pura indiferencia, tomó su teléfono y se puso de pie.
—Se ha acabado el tiempo.
Giró sobre sus pies con la elegancia que lo caracterizaba y quise gritarle, detenerlo, obligarlo a volver a su asiento y que mirara a los ojos de aquella mujer destrozada a quien le habían arrebatado la vida de su nieta, que no fuera un témpano de hielo, que demostrara algo. Era como si no sintiera, como siempre lo habían pintado, era...
Fue cuando le dio una mirada a Mario para indicar que lo siguiera... fue ese el momento en que lo vi... Un segundo, un leve brillo en sus ojos y ahí estuvo el dolor... Le importaba, le había dolido, pero estaba fingiendo. Mis pies estaban pegados al suelo de granito en lo que veía su espalda alejarse y Mario me invitaba a acompañarlo fuera de la habitación por una puerta distinta.
Tenía que recordarlo, no cometer el mismo error que otras veces. Skyler era alguien desde el punto de vista del resto de personajes y otra persona desde el suyo. Para todos en la saga él era el frío y calculador, insensible, capaz de avasallar al que se atreviera a meterse en su camino, pero eso no quitaba que él sintiera...
Me lo dijo una vez, que él sentía todo y que no lo exteriorizara, no quería decir que no estuviera ahí.
Caminé con dificultad, con las piernas débiles y sin procesar por completo lo que acababa de escuchar.
El Skyler que yo conocía estaba ahí, necesitaba que fuera ese quien me escuchara... pero... ¿Qué le iba a decir si todo era distinto? ¿Cuánta información real tenía yo en ese momento si la historia estaba cambiando tanto? Una reunión que no había existido, una muerte y un Skyler sobre sus pies, no encamado producto al veneno...
Todo era mi culpa. Había intervenido, hice lo que no debía y tendría que enfrentar las consecuencias.
⫷⫸
¡Feliz viernes, champiñones!
Este capítulo fue más largo, no pueden quejarse. Por Twitter estuvimos hablando del efecto mariposa y de lo que sucedería cuando Dakota interviniera. En los próximos capítulo y durante todo el libro será un tema recurrente.
Estamos empezando. Puede que este libro se sienta más lento que el anterior, pero tenemos que conocer este universo y aquí todo será muy distinto.
¿Tienen ganas del leer el próximo? Yo sí.
Les cuento que la próxima semana, el próximo viernes, estaré contando un chisme por Instagram y creo que les va a interesar. No puedo decir nada hasta ese día, pero mi user es kinomera99 para quien no lo sabe... No se pierdan lo que pasará ese día, además, si quieren tener adelantos y detalles sobre las actualizaciones, por Instagram y Twitter que estoy más activa.
Las quiero mucho y espero que estén comiendo verdura y tomando awita para estar sanas. Ya que leen cochinadas, al menos mantengan una dieta balanceada.
Besooooooo
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