07 ⫸Inevitablemente, toda protagonista hará lo no debe hacer (Parte 2)

Una terraza con excelente vista a la catedral del Palermo, a lo lejos el mar, el olor característico de una isla, algo nuevo y delicioso. Estaba dentro de un libro y la experiencia se sentía tan realista que empezaba a acostumbrarme con solo dos días.

Sin embargo, de ser real estaría en la playa, de vacaciones, no con un traje formal con chaqueta, falda de tubo y otros tacones finos que no sabía dominar. Mi armario había sido escogido por el propio Skyler. Según Mario, como mi jefe y parte del contrato que no leí porque me daba igual lo que pusiera, estaba obligada a usar lo que él escogiera durante las horas de trabajo, siempre y cuando no violara ninguna normativa de las que me protegía, de acuerdo a la ley de Italia y Sicilia.

¿Traducción? No podía obligarme a pasear en ropa interior, pero sí en un traje que me hacía sudar, con el cabello suelto e impecable, arreglado por las estilistas del hotel, en vez de la coleta alta y desarreglada que yo habría escogido. Sentía que me estaban asando a fuego lento.

Esa mañana estábamos en una reunión de negocios, bueno, el imbécil de Skyler que no me recordaba después de que salvé su culo por...

Concéntrate, Dakota.

Él tenía una reunión con el Ministro de Turismo, que había venido desde la península para llegar a un acuerdo con Skyler, quien dominaba el sector en Sicilia, no solo el norte de la capital. Mario me explicaba con calma y detalle quién era, cuál sería el trato y cómo nos beneficiaría... Sí, me incluía como uno de ellos por ser una asistente.

Me esforcé para fingir que lo atendía, dando un asentimiento o dos. La verdad es que lo único que hacía era mirar el reloj, faltaba media hora, solo treinta minutos para que se desatara el principio del fin. No se me ocurría ninguna idea para apartar a Skyler de esa mesa en la que bebía y reía tranquilamente con los nuevos socios. Necesitaba hablar con él de una vez, contarle todo y que evitara lo que estaba por suceder, que se ocupara de cambiar su futuro y solucionar aquel problema para volver a mi universo en paz, a fin de cuentas yo no tenía nada que hacer allí, mucho menos si él no sabía quién yo era.

La garganta se me cerró. No quería pensar, pero me dolía que no hubiese tan siquiera dudado al verme, que mi cara fuera nada para él. Me molestaba que mi cerebro maquinara lo mismo todo el tiempo.

Miré a la barra, donde preparaban las bebidas que serían llevadas a la mesa de Skyler y me revolví en el asiento. Mi mano, a voluntad, jugueteo con el cuchillo de mesa frente a mí. Le di vueltas al ritmo de las palabras de Mario, tantas que la mano me empezó a sudar y casi se me cae al suelo. Lo apreté con fuerza sobre mi regazo, como si tener un arma fuera a ayudar de algo en esa situación.

Veinte minutos solamente y...

Una mujer de pelo negro, ondulado y por debajo de los hombros, apareció en la terraza. Portaba una expresión encantadora con los labios color carmín en contraste con su piel bronceada, la de alguien que tomaba el sol intenso de su isla... Su isla porque caminaba como si todo le perteneciera, saludando a los conocidos con una sonrisa. Cada movimiento agitaba su vaporoso y fresco vestido de flores. Las miradas estaban en ella y no podía culparlos, era hermosa, igual que todos en aquel puto libro.

Se acercó a la mesa de Skyler y lo besó en ambas mejillas. Él le dedicó una sonrisa que jamás le había visto, ni tan siquiera a mí cuando estuvo en mi universo. Me hirvió la sangre y supuse quién era.

—¿Quién es ella? —pregunté a Mario cuando Skyler la invitó a tomar asiento a su lado.

—La señorita Alicia Russo.

Suposición confirmada: su amante. Lo fue por mucho tiempo y todo terminó a mitad del libro anterior, pero en este ellos volvían, ella jugaba un papel importante en la guerra que se acercaba y la relación que desarrollarían no sería como la de antes, sino más intensa, cercana, real.

Una punzada me atravesó el estómago, pero no tuve tiempo ni de alejar el molesto sentimiento que me ocasionaba ver cómo él le hablaba al oído. Me di cuenta de que algo estaba mal...

Barrí el lugar con la vista. Repleto, con un suave murmullo, todos bebiendo en las mesas bajo las bonitas sombrillas, Mario hablando de los hoteles en la costa sur de la isla. Una bandada de palomas despegó vuelo desde la plaza, cinco pisos más abajo, por donde los niños corrían para espantarlas y el camarero acomodaba las bebidas en la bandeja para llevarlas a la mesa de Skyler y sus invitados.

Todo estaba como debía, menos ella, era lo único fuera de sitio. En libro que había leído esa madrugada en la oficina de Shinavi, Alicia no se sentaba a su lado, ni tan siquiera se encontraba en la terraza.

El corazón me palpitaba a toda velocidad. Apreté el cuchillo de mesa que seguía en mis manos al ver como el mesero servía las bebidas. Iba a pasar y no podía cambiar nada porque Shinavi me advirtió que no lo hiciera.

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Skyler POV

Una reunión más, otro político interesado en el tráfico de drogas de la península a la isla, disfrazándolo de negocios de turismo porque su cargo le otorgaba el privilegio y lo quería aprovechar al máximo.

El trato no era conmigo, sino con D'angelo, pero los dos sabían que había reglas que dejé claras al abandonar mi puesto como cabeza de la familia. No necesitaban mi permiso, yo no ganaba nada, pero el respeto no se había perdido. Mientras el tráfico de droga no fuera un problema para mis negocios o atrajera la atención de la policía, todo estaba bien.

D'angelo era una persona legal, de palabra, y en un año no me había fallado ni una vez. Él se ocupaba de las drogas sin entrar en conflictos con territorios ajenos y no se pasaba de la raya. Ganaba suficiente con lo que hacía y no me traicionaría por unos euros más, lo demostró en varias ocasiones y Fabriccio, que no confiaba ni en su sombra, estaba de acuerdo conmigo.

Por eso accedí a la reunión e hice que fuera rápida, dejando claro que conmigo solo conversaría de temas legales. Llevé el encuentro a terreno más relajado y se atrevieron a beber y charlar como amigos: mis inversionistas, el Ministro y sus acompañantes. Me limité a reír cuando era necesario y medir la actitud de cada uno porque no quería problemas. El Ministro de Turismo olía a uno y supe que debía tener un ojo en él una vez abandonara Sicilia.

Alicia apareció, como le había pedido, una hora después de que estuviéramos en la terraza.

—Hermosa como siempre —dije cuando se sentó a mi lado.

—Adulador cuando te conviene, como siempre —rebatió en lo que sacaba un cigarrillo y lo encendía.

—¿Bebida?

—Sabes que sí.

Necesitaba tenerla contenta y hacer las preguntas indicadas para saber cuán implicados estaban los miembros de su familia en los incidentes que me había comentado Fabriccio. Puede que no supiera mucho, pero algo me daría.

El camarero se acercó, sirvió la mesa y dejó la limonada que yo había pedido.

—Whisky con soda para la señorita Russo —pedí y el chico que no debía pasar de los veinte años asintió.

—¿Me dirás lo que quieres directamente o me emborracharás antes? —bromeó ella cuando nos quedamos en nuestra pequeña conversación privada entre susurros para que el resto de la mesa no se enterara.

—El ladrón cree que todos son de su condición.

Chasqueó la lengua.

—No bebes, Skyler, no podría emborracharte ni aunque quisiera. —Señaló mi bebida con un movimiento de la cabeza—. Vives a base de agua, limonadas y bebidas rosa sin alcohol y con sombrillitas para decorar.

Tuve que reír y me recordó la fría bebida a mi alcance. Estaba a punto de tocarla cuando alguien tocó mi hombro. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral y me controlé para no agredir a quien me hubiese tocado sin mi consentimiento. No quería un espectáculo.

—Señor Moretti —dijo esa voz temblorosa del primer día.

Encontré a mi nueva asistente, en su traje de color azul, mucho mejor que el rojo espantoso del primer día. Estaba pálida y le costó saludar a Alicia, que le respondió con una amable sonrisa.

—¿Mario quiere algo? —cuestioné porque no encontraba razón para que se atreviera a interrumpir cuando había indicado que no lo hicieran.

—No, señor —dijo mi amigo a su espalda—. Dakota, vamos.

—No —insistió ella—, déjame hablar con él.

Me sorprendió que se tutearan. Mario jamás permitía ese nivel de confianza y supe que Alicia lo notó por igual.

—Después —mascullé porque el resto de la mesa notaba la interrupción.

—No —repitió ella—, es muy importante.

Quizás había cometido un error al contratarla, al medir lo que podía dar con un poco de entrenamiento. No sabía seguir órdenes y eso era una falla que la haría caer por mi mano o la de otros.

—Señorita Jensen —dije con la mayor calma—. Aprenderá a abordarme en el momento indicado cuando tenga más experiencia—. Tomé la limonada para darle un sorbo y simular desinterés porque el ministro nos observaba de reojo. Miré a Alicia y le guiñé un ojo para despistar—. Es nueva, ya entenderá como debe comportarse.

—Maldito, hijo de puta —siseó mi asistente y antes de que pudiera posar el vaso en mis labios le dio un manotazo a mi bebida.

El vaso estalló al escaparse de mi mano y tocar el suelo. La bebida salpicó en todas direcciones, los cristales también. Los presentes en la terraza nos miraron, algunos soltaron un chillido, asustados. Miré de Jensen a Mario, luego a Alicia y al resto de la mesa.

Los que estaban cerca habían visto lo sucedido, no un accidente, no el vaso cayendo de mi mano, sino el golpe para quitarme la bebida.

Me puse de pie y el fugaz episodio de valentía que Jensen tuvo al insultarme, desapareció al darse cuenta de lo que acababa de provocar.

—Perdonen, señores y señoras —dije para que los más cercanos me escucharan con claridad—. Parece que las bebidas en la mañana no me sientan bien.

La mayoría rio por lo bajo y volvió a lo suyo. Miré a Jensen que sostenía la respiración con las manos en puño a los lados de su cuerpo. La tomé del brazo y la hice caminar conmigo, con cuidado de que pareciera casual. Pasé las puertas de la cocina y los trabajadores se detuvieron, viéndonos ahí parados.

—Necesito usar la espaciosa nevera de este hermoso establecimiento —dije con una sonrisa.

El chef demoró unos segundos en reaccionar, señalar al fondo del lugar donde había una gruesa puerta plateada. Me encaminé con Jensen a mi lado. No se resistió, lo cual hacía todo más fácil.

Cerré la puerta a mi espalda y ella estaba a punto de hablar cuando la tomé del cuello y la estampé a la pared más cercana. No fui delicado y se le escapó un jadeó antes de que cortara su respiración. Sus ojos se abrieran demasiado cuando me acerqué a su rostro para acorralarla. No permitiría que se moviera un centímetro.

—¿Qué crees que estás haciendo? —mascullé.

Estaba aterrada. Sus labios se separaron y un extraño sonido salió de ellos, ni una palabra, solo la calidez de su aliento. El olor a fresa de su brillo labial tocó mi nariz, sentía el calor de su cuerpo a pesar del frío en la habitación. Relajé los dedos sobre su garganta para que pudiera hablar, pero no la solté.

—¿Qué crees que estás haciendo? —repetí.

—Yo...

—¿Tienes idea de lo que puede significar que tiraras mi bebida delante de todos esos imbéciles?

—Yo...

—Debería ponerte de patas en la calle por lo que acabas de hacer.

Su expresión se contrajo y ahí estaba, de nuevo, la mirada amenazadora, la que nadie me daba desde que tenía memoria, ni mis enemigos.

—Lo que deberías hacer es agradecer, hijo de puta.

El calor subió por mi cuerpo y una desesperación que hace mucho no experimentaba se apoderó de mí. Cerré la mano alrededor de su cuello hasta bloquear por completo su respiración, pero no volvió el miedo a ella, por el contrario, clavó sus uñas en mi antebrazo desnudo por la camisa remangada.

—Te acabo de... salvar... una semana en... hospital —balbuceó con el aire restante.

Solté su cuello y me alejé un paso. Se dobló, apoyándose en las rodillas, tosiendo y con la respiración agitada, saciando sus pulmones que debía quemar por la falta de oxígeno. Mi brazo tenía diez medias lunas de las que salía algo de sangre.

—Por lo que acabas de hacer, un año atrás habría desaparecido del mapa.

Se sostenía el cuello cuando alzó la vista, incapaz de incorporarse.

—¿Estás sordo? —espetó con voz ronca—. Te acabo...

—Señor Moretti —aclaré.

Su falta de respeto me irritaba, cada una de sus acciones estaban sacando lo peor de mí y apenas nos habíamos visto dos veces. Los músculos de su mandíbula se tensaron.

—Ese vaso tenía veneno —dijo, entre dientes—. No la bebida, el puto vaso.

No contesté, me di tiempo a sopesar sus palabras, saber si mentía o no, y eso fue lo peor, que había odio en su mirada, pero no engaño.

—¿Cómo sabes eso?

—Como mismo sé que la semana en que estaría en el hospital hay quienes aprovecharía para poner el norte de Palermo patas arriba, empezando por hoy en la noche.

Me acerqué a ella y antes de que volviera a acorralarla contra la pared sacó un cuchillo de mesa y lo puso en mi cuello.

—Me vuelves a tocar y las marcas del brazo te parecerán una dulce caricia —susurró.

No me moví, tenía el arma en un lugar peligroso, muy cerca de la yugular, como si supiera donde herir para que no hubiera remedio. No temblaba, solo quedaba aquel brillo en sus ojos marrones, con el mentón arriba para sostenerme la mirada.

El frío del metal hizo que la piel de mi nuca se pusiera de punta. Tuve que poner todo mi autocontrol para no mostrar la sorpresa o el disparo de adrenalina que había dejado salir mi cuerpo al ponerse en modo supervivencia.

—Mátame o esto te costará la vida —advertí.

Respiró una, dos, tres veces.

—Mi vida aquí no existe —murmuró—. Me matas y no me pasará nada, pero si tú no haces algo pronto estarás en muchos problemas.

Tragué con suavidad para evitar una herida accidental del cuchillo en mi cuello. Podía desarmarla, pero no sabía cuán rápida era o si tenía la capacidad de reaccionar y hacer un corte en el lugar indebido.

—Entonces mi vaso tenía veneno y tú lo sabías... —dije para ganar tiempo—. Curioso, ¿no te parece?

Su respiración tembló, no de miedo, de ira.

—No tengo tiempo para juegos mentales, Skyler —masculló—. Te iban a envenenar y hoy en la noche van a poner una bomba en el Riddle Club.

—¿Cómo sabes eso?

—¿Importa? —cuestionó.

—¿Quién te dio esa información?

—No es relevante.

Di un paso hasta que nuestros pechos casi rozaron. Mi cuerpo estaba tenso por el cuchillo que nos separaba, el frío de la nevera y, una vez más, el olor a fresa de su labial entre nosotros.

—¿Para quién trabajas?

—Deja de hacer preguntas —escupió sin moverse del lugar.

—¿Quién eres?

—Alguien que quiere ayudar. ¿Es tan difícil de entender? —Volvió a barrer mi rostro—. Tienes que aprender a confiar —murmuró y sus palabras se tornaron suave, familiares—, no todos están en tu contra.

Me tensé porque no era la primera vez que escuchaba esas palabras, mi madre las usó el día de su muerte. Un consejo dulce de la mujer que más había amado.

—Confío en quienes debo y que tengas un cuchillo en mi garganta no me anima hacerlo.

Bajó el arma y su mano quedó colgando al lado de su cuerpo. Una parte de mí se relajó. Valoré matarla en ese mismo instante, pero me controlé. Yo no era esa persona, ya no.

—Haz algo —dijo en voz baja—. Tienes que hacer algo.

Sonó como una súplica maquillada. No quería verse débil, pero ahí estaba, en el fondo.

—Mañana Mario rescindirá su contrato. —Di un paso atrás—. Será recompensada con lo establecido al romper el acuerdo por nuestra parte y la quiero lejos de Italia, mucho más de Sicilia.

Su rostro se descompuso.

—No escuchaste lo que...

—Si en una semana sigue en el país, la pagará muy caro, señorita Jensen.

Le di la espalda y salí de la nevera. Atravesé la cocina sin que nadie se apartara de sus labores, ojos ciegos a mis acciones, sin importar las que fueran. Me recordó a un tiempo que prefería no recordar, así como el tomar a alguien del cuello o amenazar. Me di asco, el mismo que me desagrado que experimenté por años cada vez que me miraba al espejo. No era distinto a mi padre y si quería serlo tenía que esforzarme más.

Mario me interceptó al salir de la cocina.

—Skyler, la chica...

—Sácala de la nevera —zanjé—, está despedida.

—¿Crees que...?

Alcé una mano para no volver a interrumpirlo de manera grosera.

—¿Dónde está el vaso que rompió? —Pregunté.

—Lo recogieron al instante.

—¿Dónde está Fabriccio?

—Abajo.

—Dile que recupere el vaso, con un pedazo basta. Quiero que lo lleven a un laboratorio y lo examinen. —Miré a mi amigo por encima del hombro—. En una hora los resultados tienen que estar en mi mano.

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¡Hola champiñones! ¿Cómo están?

Yo muero de sueño, pero pienso sentarme a escribir para poder actualizar la semana que viene porque es que NO PUEDO, MARTHA!!! Esta gente me va a matar de un paro cardíaco porque quiero llegar a ciertos momentos y a más drama...

Me calmo.

¿Qué les pareció el capítulo? ¿Teorías? ¿No veo a nadie preguntándose por qué Dakota es más rubia?

No me extiendo, quiero leer sus comentarios ya para saber qué les parece el capítulo.

Las quiero mucho. 😘

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