Capítulo diez


 Cuando yo me levantaba para desayunar e ir a la facultad, papá ya se había ido. Cuando yo regresaba, por la tarde, él, misteriosamente, no estaba. Y cuando volvía por la noche, él ya se había acostado. Una madrugada lo espié comer en la cocina, desde las escaleras. Prefería comer solo a las dos de la madrugada a que compartir la mesa con su hijo gay. Una mañana me lo crucé en el pasillo y no me dirigió la palabra.

Así eran las cosas desde el día en que había salido del armario.

Una tarde, mientras llevaba a Fabricio a su casa, me sonó el celular. Era Tommy y me pedía que lo acompañara a la endocrinóloga porque esa tarde le dirían si, por fin, podría volver a bailar. Si la respuesta era afirmativa, al día siguiente regresaría al estudio de danza.

Como estaba manejando, le grabé un entusiasmado mensaje de voz:

—¡Mi amor, obvio que te acompaño! Decime a qué hora te paso a buscar. Te quiero, mi bebé hermoso.

Okey, quizá demasiado entusiasmado. Había tratado de bajarle un cambio a mis demostraciones de afecto, pero ay, era tan difícil.

Fabo me miró con una sonrisa desbordada.

—¡Boludo, no me dijiste que tenés novia!

—Novio —lo corregí.

Se quedó callado. No habló en tres cuadras seguidas.

—Nunca me dijiste que sos gay.

—Nunca me lo preguntaste.

Se rio suavemente.

—¿Hace cuánto que salen?

—Poquito. Tres semanas.

Un semáforo de Avenida Córdoba nos detuvo y saqué el celular del bolsillo de la camisa. Abrí la galería.

—Mirá, es él. Es lindo, ¿no?

—Supongo. —Mi amigo se encogió de hombros.

El semáforo se puso en verde y retomamos la marcha.

—Tu novia es muy linda —le dije.

—¿Qué?

—Eso. Soy gay y apreciar aceptar la belleza de las mujeres no me hace menos gay. Y a vos no te hace menos heterosexual aceptar que mi novio es hermoso.

Me miró como si hubiera dicho una locura y nos reímos a carcajadas.

—A ver, mostramelo de nuevo, que no lo vi bien. —Le pasé el celular—. Mnn, un ocho cincuenta.

Carcajadas, de nuevo.

—Es menor que vos, ¿no? —me preguntó cuando nos calmamos.

—Sí, tiene diecisiete. Es bailarín. Lo conocí por mi hermana, es compañero de ella en danza.

—Te felicito. Que sean muy felices. —Y me devolvió el celular.



Pasé a buscar a Tommy por la puerta del colegio. Todavía no eran las dos, así que los chicos de quinto año aún no habían salido. Con nostalgia de mi adolescencia, contemplé el lúgubre edificio de la escuela pública; los muros llenos de pintadas, grafitis y carteles de fiestas y eventos culturales.

Salí del auto y me apoyé en el capó. Septiembre se había vuelto un poco loco y los días fríos se intercalaban con días de más de veinte grados. Siempre llevaba un abrigo por las dudas. Ahora, sin embargo, la camisa de mangas largas me estaba dando mucho calor.

Un anciano portero abrió las puertas de la escuela y los alumnos salieron en estampida. Distinguí el celeste del buzo de egresados de Tomás. Su curso ya había vuelto del viaje a Bariloche. Él había preferido ahorrar el dinero para pagar la matrícula del estudio de danza en el que quería estudiar. Para ello debería pasar un estricto examen de ingreso.

—Tanto celeste, parece que estoy en el cielo —le dije, tomándolo de la cintura, dándole un breve beso en los labios.

—¡Puto! —gritó algún pibe que no pude distinguir.

—¡Boliviano! —le gritó Tommy en respuesta.

Levanté un ceja, ¿qué clase de insultos eran esos? Pero, para mi sorpresa, el chico (alto, morocho, muy grandote para tener solo diecisiete años) se nos acercó, le dio un beso a Tommy en la mejilla y le pasó dos hojas de carpeta. Eran ejercicios de Inglés.

—Gracias, putito —le dijo, revolviéndole el pelo con afecto.

—Maximiliano, mi novio —me presentó Tommy a su amigo—. Él es Nicolás.

—Hola...

Estreché la enorme mano que me extendía. Nicolás me miró de arriba abajo, evaluándome. Levanté la ceja de nuevo.

—Cuidalo, eh —me dijo Nicolás cuando se despidió y volvió a besar a Tommy en la mejilla.

Excusez-moi?

—Buen finde.

—Chau, Nicho.

Dejamos atrás la escuela, atravesamos la peatonal.

¿Cuidalo? ¿Qué onda? Miré a Tommy. Me parecía perfectamente capaz de cuidarse solito. Se había cuidado de mí durante casi todo el año, ¿no? Ja.

—¿Vamos a comer?

—Tengo turno a las tres y cuarto —dijo—. ¿Tenemos tiempo?

—Vamos a algún bar cerca de la clínica.

Comimos dos panchos y papas fritas que compramos en un puesto callejero. Tommy insistió en comprar el postre y compró dos palitos de helado.

Otra vez, la sala de espera de Endocrinología estaba llena de mujeres con cara de malhumor. En la televisión, sintonizada en TKM, pasaban un video de Daddy Yankee y agradecí que no tuviera volumen. Tommy se anunció en el mostrador y nos sentamos a esperar. La doctora estaba retrasada, otra vez.

—¿Qué onda el flaco ese? —le pregunté, refiriéndome a Nicolás.

—¿Nicho? Es compañero mío desde primer año. —Se encogió de hombros—. Es copado...

Pero advertí que se había puesto rojo y finalmente me reveló que se habían besado en una fiesta, en tercer año, completamente borrachos. Pero que Nicolás era hetero y que blablablá. Hetero, sí, claro. Al nicho iba a mandarlo a Nicho.

—¿Y siempre te habla así?

Tommy se encogió de hombros.

—Me dijo "putito". No sé de dónde lo habrá sacado...

Nos reímos y la señora que estaba sentada a mi lado, que dormía con la cabeza apoyada contra la pared, se despertó y miró a su alrededor. Vio que la sala de espera seguía llena y siguió durmiendo.

La doctora llamó a Tommy a las tres y media en punto.

—¡Puedo volver a bailar! —exclamó Tomás en voz alta cuando salió y enseguida se tapó la boca al darse cuenta de que había hablado muy fuerte.

—Qué bueno, mi amor —le dije y lo besé en la boca frente a todas esas mujeres. Una chica joven nos contempló con una sonrisa sorprendida—. ¿Te suspendió la medicación?

—No, pero me bajó la dosis.

Salimos de la clínica casi corriendo, porque Tommy no daba más de la alegría: quería saltar, gritar, reírse a carcajadas. Por la calle, la gente nos miraba como si fuéramos dos locos. ¡Qué mal vista que está la felicidad! Caminamos de la mano por la peatonal y cuando pasamos por el local de DJ, lo hice girar al ritmo de la bachata.

—¡Bailás bien! —me dijo—. Nunca te lo había dicho.

—De tanto mirarte algo tengo que haber aprendido.


Llegué a casa a eso de las seis. Y me sorprendí de ver a mi papá sentado en la sala. Hacía días que no le veía el pelo.

—Te vi en la peatonal con... —dijo sin mirarme, cuando puse un pie en el recibidor—. El amigo de tu hermana.

—Ahora es mi novio además del amigo de mi hermana.

—Te lo acepto porque sos mi hijo. Afuera de esta casa hacé lo que quieras, pero acá adentro no quiero nada de esas cosas, ¿me entendiste?

Apreté los dientes y subí las escaleras.

Cerré la puerta de mi habitación de un portazo. ¿Te lo acepto porque sos mi hijo? ¡Qué descarado! Me acababa de decir que no quería nada de esas cosas... ¿Y a qué cosas se refería? Habíamos caminado por la calle de la mano, nada más.

De repente, supe por qué mi abuelo me había dejado el departamento a mí y no a Melody o a Javier. No podía estar un día más en esa casa. No podía soportar que mi padre fingiera que yo no existía; no podía tolerar que, a pesar de que las leyes que tanto idolatraba me permitirían casarme con un hombre, me dijera que en su casa no quería nada de esas cosas. Y me dolía la pasividad de mi madre, esa eterna pasividad que la había transformado en un fantasma, en menos que un fantasma.

Saqué una valija del fondo de mi armario. Jeans, camisas, remeras, medias, un par de suéteres y una campera. No entraban demasiadas cosas. Mi cámara seguía en el auto. Mi auto seguía en el garaje. Arranqué de las paredes mis fotos favoritas: una de mi abuelo con sus orquídeas, una de Melody haciendo el grand écart sobre la arena de Punta del Este, una de mi mamá jugando con Sultán. Me di cuenta de que no tenía fotos de mi padre. Y a pesar de todo, me dolió.

—¡¿A dónde vas, Maximiliano?! —gritó mamá desde el jardín cuando me vio bajar las escaleras arrastrando la valija.

—¡Al departamento que me dejó mi abuelo para que viva con mi futuro marido! —contesté.

Y salí de casa sin mirar atrás.



Tuve que tocarle el portero eléctrico al encargado para que me abriera la puerta. Le dije que no tenía las llaves del departamento y tuve que darle trescientos pesos para convencerlo de que me prestara su copia. Para quien diga que el dinero no abre puertas.

El departamento estaba tal cual lo recordaba. Gloria seguía limpiándolo a menudo y encargándose de las flores. Lo primero que hice fue salir al balcón. Gloria había hecho un buen trabajo. Las orquídeas seguían florecidas y el rosal estaba lleno de pequeños pimpollos. Si hubiera estado de humor, las habría fotografiado.

En el dormitorio, la cama todavía tenía el cubrecama de invierno. Y en el ropero, aún quedaban algunas prendas de mi abuelo. Mi mamá había donado la mayoría a Cáritas.

Allí, junto a aquellos elegantes trajes que mi abuelo jamás volvería a ponerse, colgué mis camisas, mis remeras y mis jeans.

Fui a la sala y me serví una medida de coñac. Me bebí el alcohol de un sorbo. Y me serví otra medida. Al tercer vasito ya estaba ligeramente borracho. Me arrojé al sofá, ese sofá donde mi abuelo había vivido sus últimos minutos. Lo necesitaba tanto. Lo extrañaba tanto. Había perdido a mi único confidente, la única persona con la que podía hablar de lo que me pasaba, que me entendía y que no me juzgaba.

Dejé que el llanto me invadiera... Necesitaba llorar, liberarme de alguna forma. Últimamente me pasaba todo el tiempo llorando.

Para que tenga una vida cómoda junto a su marido...

Lloré fuerte y profundo, aporreé el sofá como si el alma de mi abuelo se hubiera quedado entre los almohadones y tuviera que arrancarla de allí a los golpes. Era consciente de que había perdido para siempre a una de las personas más importantes de mi vida. Y que se había ido de repente, se había esfumado sin que nos hubiéramos podido despedir. Eso era lo que más me dolía: no haberle dicho cuánto lo quería la última vez que lo había visto.

Me quedé dormido y más tarde me despertó el teléfono. Era mi mamá.

—Menos mal que respondiste —susurró en voz baja. Seguramente mi padre andaba por ahí—. ¿Querés que te lleve algo? No te llevaste casi nada.

—Me traje lo necesario, ma. Gracias.

—Pedite algo de comer, Maxi.

—Sí...

—Bueno. Mañana te llamo.

—Dale. Chau.

Corté, entre sorprendido y confundido. Mamá no me había pedido que volviera. Y no entendía qué significaba eso. ¿Apoyaba que me hubiera ido porque comprendía que la postura de mi papá era vergonzosa? ¿O, como él, prefería no verme más por casa?

Quise creer en la primera opción.

Pedí una pizza y cené mirando la televisión, para evitar pensar en lo que ocurriría al día siguiente. Y al siguiente, y al siguiente. Y el resto de mi vida. Pensé en Melody y me di cuenta de que estábamos en la misma situación. Ella quería ser bailarina. Yo quería ser fotógrafo y poder estar con Tommy sin que me juzgaran. Los dos queríamos ser felices.

Llegó la hora de dormir, la hora que había temido desde que había llegado. Mi abuelo tenía una cama de dos plazas y, si bien la ropa de cama estaba limpia, me causaba una sensación extraña dormir allí. Sin embargo, me imaginé a mi abuelo contemplándome desde donde fuera que estuviera. Era su cama. Y si yo hubiera estado muerto, no habría comprendido la incomodidad de ese nieto que miraba la cama vacía con ese temor en los ojos. Era una cama, no un ataúd.

Así que me desvestí, saqué la frazada de invierno y me arrebujé entre las sábanas. Estaba a punto de cerrar los ojos cuando me sonó el celular. Era un una llamada de WhatsApp.

—Mel me contó que te fuiste de tu casa —dijo Tommy—. Que te peleaste con tu viejo.

—Sí. Estoy en lo de mi abuelo. —Y me sentí extraño al decir eso, porque mi abuelo ya no vivía allí. Ahora ese departamento era mío.

—¿No vas a volver?

—No sé. Estoy cansado, Tommy. Cansado de mi viejo, cansado de mi vieja, que parece una zombi. No quiero saber más nada. Quiero hacer mi vida. Que me dejen hacer mi vida de una vez. Ellos ya hicieron la suya.

—Vas a dejar Derecho —susurró.

Y me quedé en silencio, porque no había sido una pregunta. Había sido una afirmación y lo que más me sorprendió fue que aún no lo había pensado. Hasta había llevado mis cuadernos y mis libros. Pero Tommy decía la verdad.

No tenía intención de volver a la Facultad de Derecho.



Un secreto


Mi segundo amor fue un chico que conocí en un orfanato. Se llamaba Diego y solo lo vi una vez. Por esos años habían enjuiciado a un cura muy importante y sus orfanatos habían dejado de recibir muchas donaciones. Por eso, la catequista del colegio llevaba a los cursos de visita al orfanato del barrio y entre todos comprábamos galletitas, arroz, leche en polvo.

Era sábado y las chicas no se habían dado cuenta de que íbamos a un lugar donde nadie se vestía con jeans de 47Street ni remeras de Zara.

Era un lugar muy lúgubre, muy gris. No era como los orfanatos de las series de Cris Morena.

Los varones confraternizamos muy rápido con los chicos del lugar: tenían una pelota de fútbol. Las chicas (las huérfanas), en cambio, permanecían en un rincón, sin atreverse a acercarse a mis compañeras. Más tarde, a la vuelta, la catequista diría que mis compañeras eran todo lo que esas chicas habrían querido ser.

Yo recién me había curado de una gripe y me cansé rápido. Me senté contra una pared, pensando en esos chicos anónimos. ¿Cómo eran sus vidas? ¿Quién los llevaba al médico? ¿A quién le pedían dinero para comprar preservativos?

—¡Hola! —Un chico se arrojó a mi lado y, por su expresión, pensé que no le molestaría contestarme todas esas preguntas. Sonreía, y tenía unos dientes perfectos, blancos y bien alineados—. ¿No jugás? —señaló el partido con el mentón.

—No... Estuve con gripe. Me quedo sin respiración.

Abrió mucho los ojos. Eran castaños, corrientes, pero lindos.

—Una vez me quedé sin respiración, pero después me volvió.

Alcé las cejas, divertido.

—Qué bueno, me alegro.

—¡Sí! ¡Yo también me alegré!

Era menor que yo. Le calculaba unos catorce. Y apenas habíamos intercambiado dos frases, pero ya me caía bien.

—Me llamo Maximiliano.

—¡Qué nombre tan largo! ¡Ma-xi-mi-li-a-no! ¡Tiene seis sílabas!

—Cinco. El ia es diptongo.

Nos miramos. Y nos largamos a reír. Le pregunté su nombre y me incitó a que adivinara. Creo que habré evocado más de cincuenta nombres masculinos hasta que por fin decidí empezar a nombrar famosos.

—¿Diego? —dije mirando la pelota.

—¡Ese soy yo!

—¡Por fin!

Miré sus manos. Y algo en ellas me llamó la atención. En los bordes de sus uñas había diminutas pintitas de color rojo, como las que quedan en las uñas de las mujeres cuando se quitan el esmalte. Cuando vio que me había dado cuenta, cerró las manos. Le sonreí. Me sonrió. Sonreí más.

—¿Diego tiene diptongo? —me preguntó bajito.

—Sí. Diptongo decreciente. La i es vocal cerrada y la e es vocal abierta...

Me contó que su papá había matado a su mamá, y que después se había suicidado. Que su papá no era malo, pero que a veces tomaba mucho y le pegaba a su mamá. Por lo que me contó, sus padres debían ser de otra provincia o de algún país limítrofe. Y lo que más me extrañó fue que hablara de ellos como si aún estuvieran vivos. Hablaba en presente.

En aquel entonces no me di cuenta, pero creo que había algo mal con él. En su cabeza, quiero decir. Quizás no se llamaba Diego, tal vez sus padres no estaban muertos.

Volvimos al orfanato dos meses después y repartí entre los chicos los regalos que llevaba para Diego porque él ya no estaba allí. Cuando le pregunté a una de las monjas dónde estaba ese chico... El de pelo castaño, ese que se reía todo el tiempo, ese que se llamaba Diego... La monja torció el gesto como si hubiera recordado algo muy desagradable.

—Se fue —contestó.

A veces me acuerdo de él cuando veo una pelota de fútbol.


***********

Hola, gente! 

Muchas gracias por leer! Espero que les haya gustado el capítulo :) El secreto, acabo de terminar de escribirlo (lo tenía en la cabeza, pero no lo había escrito) y me tienta mucho retomar ese personaje en otra historia. Les gustó Diego? 

Recuerden votar si les gustó el capítulo porque me ayudan mucho a hacer popular la historia :) Aunque entrar en el ranking de Romance es súper difícil (y creo que más con una historia gay).

Les dejo un besito y nos leemos el domingo con un chat ;) Que terminen muuuy bien el año!

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