Estaba dando vueltas por el salón, un tanto preocupada porque a mi hijo le hubiera ido bien en su primer día de instituto. Todo tendría que haber sido de lo más normal, sino fuera porque Joaquín seguía en sus trece de ser un pony a pesar de que intentara disimular. No había forma humana de que me ocultara sus verdaderas intenciones, era demasiado obvio.

Con ese panorama en la cabeza, me preparé mentalmente para ayudarle a sobrellevar las burlas a las que sería sometido, al fin y al cabo los niños de trece años no eran precisamente dulces y sutiles para decir las cosas.

―¡¡Mamááááááá!! ―Cerré los ojos para no poner mala cara por los gallos que mi hijo aún soltaba al hablar.

Vi que Joaquín entraba con un chaval de su misma edad, que se veía igual de emocionado.

―¡Mi primer día ha ido genial! Mira, este es mi nuevo mejor amigo, se llama Antonio.

Respiré hondo, porque mi mayor temor al menos no se cumpliría.

―Hola, Antonio, encantada ―Le sonreí.

―¡Bello! Mi want banana.

Parpadeé raro, porque no sabía qué quería decirme aquel extraño chaval. De pronto me tendió la mano, enseñándome lo que parecía una pulsera en su palma.

―¡Para tú! ―volvió a hablar.

―¡Solo habla minion! ¿No es genial? ―Mi hijo sonrió como si le hubieran dado el mejor regalo de reyes de su vida―. Vamos a mi habitación que tengo que aprender a entenderlo. Los profes aún no saben lo que habla y están probando con coreano.

No esperaron que yo dijera nada y se marcharon al cuarto, desde donde se empezaron a escuchar ruidos de lo que ahora sabía eran pequeños bichos amarillos.

Y esos chicos son nuestro futuro... Desde luego el mundo se va a la mierda.