Visita a la casa embrujada

 Scarlett pagó los artículos bajo el escrutinio del guardia de seguridad. Además, notó como a la cajera se le dilataron las aletas de la nariz y los miró con recelo mientras facturaba los artículos, y el guardia les brindó el amable servicio de acompañarlos hasta la puerta, mascullando palabras altisonantes como jóvenes calenturientos. Regresaron a casa, Ryo le comentó lo ocurrido a Asumi mientras que ella se internó en su habitación, aún molesta por el maltrato recibido por el personal del supermercado.

Llegó el día en que debía de subir a la plataforma sus ejercicios de estadística y, como la mala suerte siempre la persigue el sistema colapsó, lo reportó, sin embargo, los administradores del sistema no le respondieron en el tiempo establecido. Le escribió al profesor Euclides y le explicó lo sucedido y le incluyó capturas, pero era más fácil nadar entre tiburones en pleno ciclo menstrual que él le concediera algo de tiempo.

Después de mucho rogarle le aceptó la práctica y le restó algunos puntos, Scarlett se quejó y con su justa razón. Euclides le recordó en tono condescendiente que agradeciera su benevolencia hacia ella. Scarlett se sintió tentada a quitarse los guantes y estrangularlo aparte de calcinarle su cuello.

Y ese fue otro problema que tuvo que lidiar Scarlett, las constantes habladurías con relación al uso de esos guantes. Las especulaciones andaban de boca en boca en su sesión de clases y los más osados se atrevieron a preguntarle no con la intención de saber, sino para crear otros cuentos fantásticos en torno a por qué ocultaba sus manos.

Se quejó con Asumí sobre lo que le ocurría, a lo que él alegó ignorancia y se ofreció a pagarles los estudios que demandaba. También le exigió una compensación por los daños causados, pero como siempre su abuela se le había adelantado y fue allí que se enteró de que ella desde hace unos días estaba cobrando su indemnización. Le reprochó a Leticia su avaricia, lo cual cayó en oídos sordos.

Otra cosa que también tuvo que enfrentar en el transcurso de las dos semanas antes de la fiesta de Máximo fue las exigencias de Ryo. Como su sirvienta cohesionada tuvo que llevarle toallas, libros y chucherías que exigía mientras tomaba unos baños en la azotea. Y, sin darse cuenta, ese balneario acondicionado a Latinoamérica sirvió para el deleite de las vecinas que no ocultaban su descaro en espiarlo mientras se relajaba en una especie de tina improvisada por Leticia con el fin de ahorrar hasta el más mínimo peso.

Un día Scarlett llenaba la bañera con una manguera, hacía mucho calor a pesar de haber caído la tarde. Las gotas de sudor se formaban en su nuca y se deslizaban por su cuello hasta y espalda. Ryo salió a darse su baño correspondiente y sin quererlo, Scarlett se quedó viéndolo, y pensó que su cuerpo no tenía nada que envidiarle al de un modelo de bañadores.

—Tiene una espalda perfecta—susurró ella.

— ¿Dijiste algo? —preguntó Ryo confundido.

— ¿Yo? — Le replicó ella con el cuerpo en tensión.

—Creí escucharte hablar—dijo Ryo confuso.

—No es cierto —dijo, alterada—. Yo ni siquiera he abierto la boca. —Scarlett tuvo que obligarse a pronunciar las siguientes palabras—. El estar encerrado todo el día te está afectando.

—Creo que tienes razón, el encierro algunas veces me hace enloquecer si no fuera por la abuela Leticia que me baja al negocio para que vea y escuche a la gente y Tito que cuando regresa de sus clases me lleva a su habitación a ver anime te juro que perdería la razón.

Scarlett ni siquiera les prestó atención a las palabras de Ryo se quedó mirando su boca y luego volvió a mirarlo a los ojos. Un calor extraño le recorrió el cuerpo con el pensamiento de besarlo. Arrugó el rostro al cuestionarse el motivo por el cual quería cometer una estupidez tan colosal como esa.

—Scarlett, ¿te pasa algo? —indagó Ryo preocupado.

— ¿Por qué la pregunta? —Le contestó ella, nerviosa.

—Te he estado hablando y tu rostro enrojeció de repente, Mmm. —Ryo hizo una pausa de repente como si estuviera buscando la palabra que quería decirle—. ¿Acaso tienes calentura?

— ¡Que! —exclamó Scarlett, su voz sonó amortiguada

—Perdón—rectificó Ryo—. Lo que quiero decir es si tienes fiebre.

—No me pasa nada —le aseguró con una sonrisa demasiado tensa.

Scarlett lo miró y vio desconfianza en sus ojos. Luego le sonrió y le respondió:

—Sabes, me voy a estudiar, su baño, libros y juguetes están listos—le dijo y luego observó a las vecinas que fingían hacer algo en sus balcones—. También sus fans están listas para su espectáculo nocturno. Las labores de su esclava por hoy han terminado.

Justo cuando salió de la azotea, oyó la armoniosa risa de Ryo detrás de ella. Y cuando sintió su corazón revolotear, se juró que no aplazaría más su visita al psicólogo.

Al día siguiente Scarlett salió muy desanimada de su jornada de trabajo, su paciente Tasya no estaba respondiendo a los tratamientos, incluso se notaba muy desmejorada. El cáncer le estaba drenando las pocas fuerzas que le quedaban y eso la dejó muy mal. Incluso tuvo un problema con otro conductor por una imprudencia de ella, al estar tan sumida en sus pensamientos que casi provocó un accidente.

Llegó a la escuela con los ánimos por el piso, fue al baño a refrescarse un poco. Tuvo que esperar junto a una chica de la facultad de economía que el grupo de publicidad abandonara el lugar para poder usarlo y mientras se lavaba la cara las ventanas se cerraron y se abrieron solas y el secamanos del baño se encendió sin que nadie lo hubiera tocado. Las luces se apagaron, pero solo durante un segundo. De pronto entró una corriente de aire helada, la otra joven que estaba dentro de uno de los cubículos salió y comenzó a persignarse y a implorar ayuda a Jesucristo.

La puerta de golpe se cerró y el teléfono de la chica sonó con fuerza que casi provocó que se orinara encima, contestó la llamada en la pantalla, pero este mostró que estaba fuera de servicio, intentó llamar a emergencias. Y, fue entonces, ambas escucharon una risa grave y siniestra. La risa no procedió de ninguna de las dos personas, ya que ninguna de ellas la reconoció como suya.

De la nada apareció una neblina que se acumuló en el suelo y subió por las paredes, la chica corrió hasta la puerta y al no poder abrirla comenzó a patearla mientras gritaba por auxilio. La risa se intensificó de forma espeluznante, que creció en volumen y se repitió en forma de eco. Entonces, Scarlett vio algo parecido a un fantasma porque tenía un cierto aspecto etéreo que hizo un movimiento a su lado que provocó que perdiera el equilibrio, si no hubiera sido por la encimera del baño hubiese caído al suelo.

Se formó la silueta de una dama que flotaba, translúcida, y unos ojos que reflejaron un odio descomunal y una sonrisa gélida. Su presencia parecía provocar un aire de maldad y soledad. Vestida con kimono gris y un collar negro que resplandeció de manera extraña. Se acercó a Scarlett que comenzó a retroceder hasta que su espalda chocó contra la pared. La mujer levantó su brazo como si tratara de tocar o arañarle el rostro, Scarlett sintió repulsión al verle la piel en descomposición, cerró los ojos y solo escuchó un susurro que no pudo entender porque el fantasma desapareció.

Por los gritos de la otra joven se aglomeró un grupo de estudiantes que dieron parte al personal de seguridad del recinto universitario. Todo lo ocurrido fue tan irreal que algunos que escucharon la versión de ambas pensaron que estaban bajo los efectos de una droga alucinógena, por eso fueron llevadas ante su coordinadora que ante las explicaciones les aconsejó que tomaran unos días porque creyó que todo eso fue producto del estrés.

Scarlett se encaminó hasta el parqueo, ahora aparte de sentirse desanimada, ahora se le agregaba la incertidumbre de no saber explicar lo que ocurrió en los baños. Siempre sufrió de alucinaciones, pero la chica, aunque no vio el fantasma, si pudo sentir el cambio tan repentino en el ambiente. Estaba tan sumida en sus pensamientos que no escuchó la voz de Máximo que la llamaba, y cuando le tocó el hombro le dio un susto de muerte.

—Perdona—se excusó Max—. Te estaba llamando desde el pasillo.

—Perdóname tú a mí—dijo mientras se rascaba la frente—. No me digas que me llamabas para preguntarme sobre lo que ocurrió en el baño.

—No, para nada. Es una locura los comentarios que ese incidente ha levantado, incluso escuché que pretenden volver hoy a la medianoche—le comentó Máximo.

Scarlett negó con la cabeza.

—La gente ya no sabe en qué invertir su tiempo. —Scarlett aspiró una bocanada de aire y sus ojos se cerraron con fuerza brevemente.

—Te ves cansada. Toma, te ayudará —dijo Máximo.

Max le ofreció a Scarlett un Frappuccino, era una crema con suave nata, leche y cookies crujientes. Todo batido y bien frío. Le dio un sorbo y se arrepintió de inmediato, el sabor no le gustó. Cuando levantó la vista, Máximo la estaba mirando, así que Scarlett esbozó una sonrisa forzada.

—Bueno, quieres que te lleve a casa—le preguntó Máximo.

Scarlett se sintió tentada en decirle que sí, sin embargo, recordó la pregunta de Héctor sobre ese interés tan repentino en acercarse a ella. Tuvo miedo de preguntarle, pero se sentía muy cansada y tuvo miedo de dormirse en la carretera, así que aceptó su ofrecimiento. Le escribió a Héctor que tenía clases hasta más tarde para decirle que le dejaría el auto y que le dejaría las llaves con Iris, la encargada de la cafetería.

Desde que abordó el auto se quedó dormida, solo despertó cuando Máximo le tocó el hombro para avisarle de que había llegado. Se despidió sin muchas palabras porque se sentía muy cansada. Razonó que mañana se patearía ella misma su trasero por desperdiciar esa oportunidad, pero su cuerpo le pedía a gritos una cama para dormir y desconectarse.

Máximo se ofreció a acompañarla hasta su casa, temía que cruzara ese parque y le pasara algo a lo que Scarlett le aseguró que nada malo le pasaría. Se despidió y empezó a caminar por el sendero poco iluminado, en la distancia divisó una sombra y su corazón se detuvo por un momento, por nada en el mundo quería que Max presenciara una de sus alucinaciones o algo peor, que viviera la extraña experiencia que tuvo en el baño.

Se abrazó los codos, temblorosa. Entonces, Ryo salió de las sombras y le sonrió.

— ¿Qué haces aquí? —le preguntó ella y miró hacia atrás donde Máximo los observaba.

—Te estaba esperando—le contestó Ryo.

— ¿Por qué? —curioseó Scarlett.

Ryo hizo una pausa, luego explicó:

—Aunque sé que puedes cuidarte sola, no me sentía tranquilo, así que decidí esperarte—le contestó Ryo.

— ¿Desde cuándo estás aquí?—indagó Scarlett.

—Cuando pude salir de mi encierro me quedé aquí esperándote—le respondió Ryo ocultando sus manos en su chaqueta.

La boca de Scarlett se abrió y Ryo se la cerró poniendo su dedo bajo su barbilla.

— ¡Llevas más de tres horas y media aquí solo! —exclamó y se preguntó porque Asumí era tan negligente—. Ryo por aquí deambulan un montón de maleantes y no puedes usar tus poderes porque empeorarías las cosas. Todos sabrían lo que eres y bueno, sería un caos.

Ryo se quedó inmóvil, sin decir nada.

— ¡¿Scarlett todo bien?! —le vociferó Máximo.

— ¡Si, claro! —le respondió ella.

Ryo le extendió la mano y Scarlett se quedó mirándolo por unos segundos, antes de ceder. Antes de continuar se giró sin soltarse de Ryo para despedirse por última vez de Máximo. Ni siquiera probó bocado cuando entró a su casa, solo encontró una nota de su abuela pegada a su puerta donde le recordaba el pago por su habitación.

Se desvistió y cambió de ropas. Su dormitorio era el único que tenía baño integrado los demás debían de compartir un baño común menos Ryo y Asumi que compraron el derecho de usar el de la propia dueña. Se acostó en la cama y la sensación que sintió no le gustó. Se sintió observada, aunque sabía que estaba sola.

La luz de la luna que se reflejó en su ventana era engañosa, se quedó mirando con tanta fijeza las sombras en su pared, las cuales se fueron uniendo hasta formar una figura espeluznante. Scarlett de un brinco salió de su habitación y corrió a la de su abuela, pero nadie le abrió. Entonces decidió ir a la de Ryo, le tocó con impaciencia y cuando este le abrió le suplicó que la dejara dormir allí con él. Scarlett pensó que mañana tendría otro motivo por el cual reprocharse, pero cuando se acostó en su cama y sintió el brazo de Ryo rodeando su cintura se sintió segura.

Scarlett se despertó al salir el alba, Ryo no estaba con ella, ya se encontraba encerrado en su planta. Antes de irse le dio las gracias. Se fue a su habitación como los gatos cuando se roban algo, no quería que nadie la viera salir del dormitorio de uno de los inquilinos. Abrió su puerta y cuando iba a entrar divisó a Asumi que subía las escaleras con una funda de abono y una regadera de jardín llena de agua. Le llamó la atención los moretones que tenía en el rostro y en sus nudillos.

Lo saludó y pretendió darle a entender que salía de su habitación porque recién se estaba levantando. Y cuando vio que entró en la habitación de Ryo se dio cuenta lo tonta que fue, ellos duermen juntos, así que era obvio que sabía lo que había hecho.

Se dirigió hasta la habitación de su abuela donde encontró a su hermanito tirado en la cama viendo anime, Scarlett vio la hora en el reloj de pared y empezó a apurarle para que se alistara para el colegio, Tito tuvo el descaro de mentirle al decirle que estaba enfermo algo que Scarlett sabía que no era cierto se le notaba la mentira en el rostro.

Comenzaron a discutir y fueron los gritos de su abuela desde el negocio que los detuvo. Bajaron a ver con quien reñía su abuela tan acaloradamente, por un lado, estaba un grupo de amigos de Juan Pablo que exigía conversar con la "planta que habla" para que les dieran más consejos, incluso uno de ellos gritó que necesitaba que le interpretara un sueño y les diera los números de la lotería y por el otro lado estaba el detective Cabrera que exigía hablar con Scarlett.

Ella no iba a colaborar con ese detective y menos con nada que esclareciera la muerte de Joan. Volvió a su habitación donde se dedicó a estudiar y ver un poco de televisión. En la tarde llamó al asilo para preguntar cómo estaba la señora Tasya, no le gustó escuchar que estaba estable, pero sin mejoría. Decidió adelantar algunas prácticas de morfología vegetal para despejar la mente. Como a eso de las cinco de la tarde, Héctor entró a su habitación para entregarle las llaves del auto y dedujo que debía de llenarle el tanque porque lo más seguro él lo había consumido.

Le sorprendió enterarse de que su visita tenía otro motivo, el primero era saber por boca de ella lo que había pasado en el baño, la universidad era un hervidero de rumores y chisme en torno a lo ocurrido. Además, le informó que había recibido una llamada por parte de Asumi, donde le decía que necesitaba verlo. Scarlett salió disparada como un cañón en plena batalla, ni muerta volvería al Yomi y mucho menos su amigo. Lo encontró regando la planta de aspecto raro y que desprendía el olor característico de la marihuana donde estaba encerrado Ryo. No perdió tiempo y lo encaró.

—¿Por qué llamó a Héctor? —inquirió Scarlett cruzándose de brazos—. Ni crea que volverá al Yomi para que se lo coma una mujer con cuerpo de serpiente.

Asumi se limitó a sonreír, sin despegar los labios.

—¿No piensa darme una respuesta? —indagó Scarlett.

Asumi sacudió la cabeza.

—En absoluto—le respondió Asumi con voz pasible.

Scarlett lo observó, pero no notó nada extraño en su expresión.

—Necesito que vayan a otro lugar que no es el Yomi—les informó Asumi.

—¿Cuál es ese lugar? —preguntó Héctor que se acercó a la planta para rascar el tronco, simulando que estuviera haciéndole cosquillas a Ryo.

Ese gesto le pareció algo extraño tanto a Scarlett como a Asumi, que apartó la maceta a pesar de la queja de Ryo que no dejaba de reírse a carcajadas.

—¡Oiga, no sea aguafiestas! —se quejó Héctor con indiferencia—. Debe de ser horrible estar encerrado y todo eso.

—Lo peor es que te traten como a un niño—se quejó Ryo.

—¡Hum! —gruñó Asumí—. La lluvia es un problema solo para quienes no quieren mojarse. Mis cuidados son necesarios, príncipe Ryo para su supervivencia. Sin embargo, ahora que están reunidos voy a resumirles los planes que tenemos.

—¿Tenemos? —replicó Scarlett levantando una ceja.

—Pude localizar otro fragmento...—comenzó a explicarle Asumi.

—¿Pero por qué no va usted a buscarlo? —lo interrumpió Héctor.

—Ya les dije que no puedo—gruñó Asumi algo incómodo por la interrupción y le pasó a Scarlett la maceta—. Señorita, tenga la gentileza de tomar al joven Ryo por unos instantes. La misión es simple, encuentran el fragmento y regresan al sonido de mi rugido. No creo que allá encuentren dificultades, aunque eso me lo dirán cuando regresen.

Asumi no les dio tiempo a replicar, se convirtió a su verdadera forma, Byakko, rugió y abrió una vez más el portal que los llevaría al lugar donde se encontraba uno de los fragmentos del espejo de Amaterasu.

Y como en la primera vez fueron absorbidos por una fuerte corriente de aire que los llevó a un castillo enorme, deshabitado. Scarlett cayó sobre su trasero aun manteniendo la maceta en sus manos, después de soltar algunas obscenidades a causa de la caída, buscó a Héctor con la mirada. No lo encontró, pero cuando un mapache rechoncho de grandes ojos y cola larga y peluda, vestido con un sombrero de paja y un kimono le habló, reconoció la voz de su amigo.

—¡Maldita sea ahora soy un Tanuki! —gritó Héctor horrizado.

— ¡Ay, pero ¡qué lindo te ves! —exclamó Scarlett encantada.

—Ten cuidado, Scarlett, los Tanuki son conocidos por utilizar artes mágicas para engañar y robar—le advirtió Ryo.

—Tienes razón, pero te aseguro que soy Héctor—le respondió el aludido mientras se miraba los pequeños brazos peludos.

—¿Cómo podrías demostrarlo? —le preguntó Ryo.

—Muy fácil, esas criaturas pueden transformarse en lo que sea, pero no pueden tomar los recuerdos. Y si nos vamos a eso, quieres Ryo que diga donde estuvimos hace unos días—dijo Héctor con los ojos brillantes de picardía.

—¿A dónde fueron? —curioseó, intrigada Scarlett, ante el silencio sepulcral de Ryo.

—Su silencio es mi carta de identificación rojito—habló Héctor victorioso.

De las hojas de los árboles se filtró unos sollozos como de personas que estuvieran siendo torturados. Eso motivó a Scarlett y a Héctor a entrar en el castillo, el suelo era de madera envejecida y techos altos. Las paredes estaban construidas con piedra cubierta de polvo. El lugar transmitía una especie de peso emocional, como si quisiera contar todas las historias y emociones tristes que allí habitaban.

Al subir por las escaleras, sintieron una sensación de opresión, como si la propia estructura estuviera soportando un peso espiritual terrible. Además, Héctor sintió que algo los estaba observando. Transitaron por pasillos iluminados por antorchas y lucharon contra la claustrofobia porque a cada paso que daban el espacio para caminar se volvía más estrecho, de pronto circuló un olor podrido en el aire.

— ¡Dios mío, pero y este hedor! —se quejó Héctor.

—No lo sé—susurró Scarlett—. Oye Ryo, ¿por qué aún no han salido de tu cárcel? —le preguntó confundida.

—Aún no es hora—le respondió. —El príncipe Ryo sintió cómo su cuerpo le fallaba, como si algo frío se hubiera apoderado de él—. No me estoy sintiendo bien.

— ¿Qué te pasa? —preguntó preocupado Héctor.

—No lo sé—le contestó Ryo.

Héctor ladeó la cabeza.

— ¿Quieres salir y no puedes? —indagó Scarlett.

El corazón del príncipe latió con fuerza en su pecho, como si se esforzara por salir de su cavidad. Su respiración era entrecortada y parecía que el aire no le llegaba bien a sus pulmones. La tensión se hacía más densa a medida que avanzaban por los pasillos del castillo.

—No se trata de eso, es algo que tiene este lugar—dijo Ryo.

Sin saber muy qué hacer, Scarlett acarició una de las hojas de la planta, ignorando con todas sus fuerzas el olor que desprendió la hoja.

—No te preocupes, todo estará bien—susurró Scarlett casi sin voz—. Yo te cuidaré.

Doblaron por uno de los pasillos y empujaron una puerta entreabierta, allí encontraron un montón de pergaminos esparcidos en el suelo. De repente oyeron ruidos extraños, y entonces los documentos empezaron a flotar hasta formar un tornado.

— ¡Salgamos de aquí! —les gritó Héctor.

Salieron cerrando la puerta de golpe. Entonces un espejo fue flotando con mucha fluidez. Se detuvo delante de ellos y poco a poco reflejó una imagen distorsionada de una escalera, esa imagen inquietó a Scarlett de una forma que no pudo explicar.

— ¿Por qué nos muestra eso? —preguntó Scarlett desconcertada.

Héctor se miró en el espejo, pero este no reflejó nada.

— ¿El qué, por qué yo no veo nada? —bufó Héctor.

—Yo tampoco veo una escalera Scarlett, leo un mensaje—dijo Ryo.

—Pero lo único que veo es una escalera—contestó Scarlett confundida.

— ¿Por qué rayos yo no puedo ver nada? —se quejó Héctor—. Ni siquiera mi reflejo.

—No lo sé Héctor—habló su amiga que no ocultó su preocupación—. ¿Qué es lo que puedes leer Ryo?

Ryo sintió una sensación de hormigueo en el cuerpo, una clase de escalofrío que lo estremeció, junto a eso un vacío en el estómago.

— ¡Dime qué es lo que lees! —demandó Scarlett impaciente.

"Recuerda lo que olvidaste"—susurró Ryo sintiéndose confundido y aturdido.

De pronto el suelo empezó a mecerse y de la nada se inclinó convirtiéndose en una especie de rampa que causó que empezaran a patinar. Al poder ninguno agarrarse de nada, se deslizaron cada vez más aprisa hasta caer en una especie de sótano con el suelo cubierto de hongos, sus pilares y columnas tenían una inclinación retorcida. En el centro vieron una estatua pintada con un azul desgastado.

— ¡¿Qué diablos es esa cosa!? —exclamó Scarlett que al levantarse comenzó a falsear.

—Parece un...un Oni—le contestó Héctor, iba a decir una cosa, pero al ver la cara de miedo de Scarlett le preguntó—: ¿Qué te ocurre?

—No veo a Ryo—susurró casi sin voz.

Ambos empezaron a buscarlo, entonces, Héctor notó que los ojos de la estatua empezaron a brillar, luego oyó un suave crujido, como si la piedra empezara a respirar. Un gruñido fue creciendo como si estuviera empujando algo hacia afuera, luego, una voz ronca y fría comenzó a hablar con palabras de maldición y odio.

— ¡Scarlett! —balbuceó Héctor asustando.

—Aún no lo encuentro—le respondió mortificada—. Además, no tienes que gritarme.

— ¡Scarlett! —Vociferó Héctor retrocediendo— ¡Corre!

Ella se volteó y vio a los ojos de la estatua arder con furia. La estatua empezó a moverse con cierta pesadez y rigidez; sin embargo, cuando intentó golpearla con su mazo, lo hizo con rapidez. Por un pelito Scarlett no perdió la cabeza. Empezó a retroceder ante los garrotazos que le lanzaba.

— ¡No te metas con mi amiga! —le gritó Héctor que se abalanzó sobre el Oni que lo agarró por la nuca y lo tiró como si fuera una pelota.

Partes del suelo empezaron a moverse como si fueran parte de un Rubik y aprisionaron un pie de Scarlett. La estatua se acercó a ella, cada paso que daba estremecía el lugar. La levantó por el cuello y le sonrió, fue como una vibración grave y poderosa. Héctor volvió a atacarlo con sus garras, pero el Oni lo pateó tan fuerte que su cuerpo chocó contra la pared.

Scarlett se enfureció tanto que empezó a golpearlo sin éxito, entonces recordó el problema de sus manos, con agilidad se quitó uno de los guantes e intentó quemarlo, pero no le hizo nada. El Oni le sonrió con un aire de victoria y venganza.

—¡No la toques!

Un grito, una amenaza, estremeció el lugar. Entonces, un rayo cayó sobre la estatua, por un momento brilló tan poderosamente que cegó a Scar. El sonido del rayo retumbó con un estruendo similar al trueno haciendo temblar el suelo y por un momento todo quedó en silencio.

Se oyó un crujido, la estatua comenzó a quebrarse hasta volverse un montículo de piedras. Scarlett cayó al piso y, cuando el polvo se disipó, pudo ver a Ryo que traía consigo a Héctor en los brazos.

— ¿Dónde estabas? —le preguntó Scarlett a Ryo con las emociones a flor de piel.

—Cuando caímos pude liberarme de mi encierro, pero fue transportado en otro lugar—le respondió Ryo mientras colocaba con cuidado a Héctor en el suelo.

— ¿Por qué tardaste tanto? —indagó Héctor adolorido.

—Porque tuve que luchar para conseguir esto. —Ryo le mostró un fragmento del espejo—. ¿Se encuentran bien?

—Si el dolor emocional cuenta, pues estoy molido, además miren mis bolas son enormes y me pesan—se quejó Héctor—. Scarlett, ráscame ahí que me pican.

— ¡Estás loco! —exclamó Scarlett arrugando la cara.

—Sabías que estos testículos son un símbolo de riqueza y prosperidad—dijo Héctor en tono de burla.

—No me importa, no voy a hacerlo—se negó Scarlett rotundamente.

— ¿Puedes caminar? —le preguntó Ryo a ella mientras se pasaba una mano por el cuello.

Scarlett intentó caminar y se quejó del dolor que sintió en el tobillo derecho.

—Siéntate y déjame inspeccionar—dijo el príncipe.

Ryo se agachó y tomó el tobillo de Scarlett y cuando ella sintió sus dedos en su piel se le hizo un nudo de emociones mudas en la garganta. Ryo soltó una risita silenciosa ante ese insistente cosquilleo que provocó el haberla tocado.

—Basta, Ryo me duele lo que me estás haciendo—le susurró Scarlett en un intento de aliviar esa energía que se expandía por su cuerpo ante su toque y que apenas la dejaba respirar.

—Cálmate—le ordenó Ryo con voz suave.

— ¡Pero me duele! —se quejó ella.

Ella intentó apartarse, pero Ryo ni se inmutó y continúo aplicando cierta presión en tobillo que mezcló con masajes.

—De seguir así me dejarás imposibilitada para bailar.

En ese instante, el tiempo se detuvo para ambos. Y, cuando Ryo levantó la cabeza. Sus miradas se unieron en un remolino de incertidumbre, miedo y añoranza que ninguno pudo comprender. El corazón de ambos se aceleró.

— ¡Chicos, el rugido! —Les anunció Héctor que soltó una risita irónica—. Aunque la tensión tele novelística está buena, debemos de largarnos de este lugar.

Una luz brillante los envolvió, y la corriente de aire los arrastró a los tres llevándolos de regreso al dormitorio de Ryo. Cada uno de ellos, tenía algo que decirle a Asumí, el primero fue Héctor que volvió a quejarse de sus transformaciones, Ryo quería contarle sobre lo que experimentó al leer la frase en el espejo y Scarlett que cojeando se le acercó para amenazarlo de muerte si volvía a enviarla a otro lugar sin su consentimiento. Luego, se alejó huyendo de la presencia de Ryo por qué aún el corazón le martilleaba contra las costillas.

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