Un representante llamado Ganbaatar

 Al regresar a casa, se encontraron con la sorpresa de que Asumi no estaba. La abuela se esforzó por bajarle la fiebre que comenzó en el Uber, pero Scarlett se ofreció a cuidarlo hasta que el Byakko regresara, algo que nunca sucedió. A la mañana siguiente, a pesar de no querer dejarlo solo, Leticia le instó a que se fuera a tomar su clase porque ella se mantendría observándolo.

El cerebro era despiadado, ya que no deja de revivir una escena en particular, por más, que se trata de olvidar o ignorar. Scarlett percibió el instante preciso en el que sus mejillas empezaron a ruborizarse al recordar los labios de Ryo, envuelto en el aroma de los cerezos en flor.

Negó con la cabeza, trató de despejar su mente y decidió prestarle un poquito de atención a la asignatura de física. Ya lo peor había pasado, razonó, la ambulancia no era para ellos, sino que se dirigía hacia un almacén donde había ocurrido una explosión, de origen inexplicable, según la prensa y la policía. Y, no tuvo que contarle nada a Máximo porque Héctor llegó a tiempo antes de que metiera la pata.

Scarlett entrelazó sus dedos tras su nuca y estiró el cuello. Entonces, Esteban, sentado detrás, le tocó el hombro para que mirara hacia su izquierda. Sus ojos chocaron con los de Máximo, parpadeó, sin comprender las señas que le hizo, aun así, le sonrió y asintió como si lo entendiera.

—¿Señorita Parra, le pasa algo? —preguntó, el profesor Hidalgo.

—¿Qué... qué dice? —respondió Scarlett en un jadeo.

—¿Se siente usted bien? —afirmó el profesor Hidalgo, dándole una palmadita en la espalda.

—Sí, claro—balbuceó ella.

El profesor ni le contestó y continuó explicando los puntos que debían desarrollar para la siguiente lección. Por el rabillo del ojo, Scarlett vio que Max elevó la comisura de su boca. Lo ignoró y se concentró en lo que restó de la clase. Al finalizar, tomó sus cosas y salió a buscar a Héctor, quería hablar con él sobre la salud de Ryo y la desaparición de Asumi.

—¡Oye, espera! —le llamó Máximo.

—Tengo que irme—se excusó Scarlett.

—Antes de qué te vayas, me gustaría pedirte un favor—expresó Máximo.

—¿Cuál? —preguntó Scarlett curiosa.

—Podrías prestarme tu cuaderno—solicitó Máximo juntando las manos en forma de súplica—. Necesito comparar unos apuntes.

Scarlett se descolgó la mochila, sacó el cuaderno y se lo entregó.

—Gracias, escribo lo que necesito y te devuelvo mañana —añadió Máximo dedicándole una sonrisa genuina.

Scarlett asintió y le dio la espalda para irse, pero Máximo la retuvo.

—¿Por qué estás tan apurada? ¿Por el inquilino de tu abuela? —quiso saber él—. Por cierto, ¿cómo sigue?

—Es que tengo que resolver algo, en verdad Máximo, y sí, el inquilino de mi abuela se encuentra mejor, gracias por preguntar—le contestó.

—¿Qué le pasó? —curioseó Máximo.

Scarlett suspiró, y luego ladeo la cabeza hacia él.

—No lo sé—le mintió Scarlett.

—¿No lo llevaron al médico? —indagó Máximo a la vez que se acomodaba la mochila.

Máx inclinó la cabeza, imitándola y alzó las cejas.

—Su familia lo hará.—Otra mentira de Scarlett.

Héctor entró al aula en su búsqueda. Saludó a Máximo y como los amigos de antaño que eran, le bastó una mirada para darse cuenta de que Scarlett se encontraba en un apuro.

—Tengo que hablar algo urgente contigo—comentó Héctor, sacando un chicle de sus bolsillos.

Scarlett miró a Máximo excusándose, pero este captó que ambos mentían. Se despidió, no sin antes decirle que la llamaría en la noche.

—Por lo que veo, estás a punto de crear una nueva la maldición: la de mandar a la zona de amigos a un Crush sin retorno. —Héctor le guiñó un ojo y su amiga apretó su mandíbula.

—Deja de decir disparates—carraspeó Scarlett.

Colocó un brazo sobre los hombros de ella y la escoltó hasta el salón donde impartiría sus clases Euclides. Se sorprendió al enterarse de que la acompañaría a esa sesión. Al parecer, el profesor de Héctor le solicitó ese favor a su colega porque estaba muy enfermo y no pudo hallar un sustituto.

Al entrar se encontraron una mesa repleta de panfletos, galletas y refrescos. Una persona iba vestida como un mozo de telenovela, los invitó a que tomaran lo que se ofrecía sobre en la mesa, Scarlett estaba un poco indecisa en agarrar algo hasta que Héctor la empujó y masculló entre dientes que dejara de ser tan pendeja.

Se sentaron en la primera fila, los murmullos llenos de curiosidad no se hicieron esperar. Ninguno tenía ni la más remota idea de lo que está ocurriendo. Y como si fuera Houdini en pleno espectáculo, el profesor Euclides apareció conversando por teléfono, y de pronto salió corriendo nervioso.

Héctor aprovechó la ausencia de profesor, se levantó y repitió mientras que guardó más galletas dentro de su mochila. Pasaron unos diez minutos más y por fin llegó Euclides con el hermano perdido de Álvaro Torres, incluso Scarlett no fue la única que lo pensó porque Víctor comenzó a tararear la canción "De que me sirve quererte" en son de burla.

El profesor Euclides ordenó que el murmullo se silenciara, y cuando tuvo la atención que solicitó, se le infló el pecho para anunciar con bombos y platillos a un representante de un programa de becas internacional y enfatizó los beneficios que todos obtendrían al participar.

El señor tomó la palabra y se presentó como Ganbaatar, representante de Yuèliang, una organización con sede en Ámsterdam, que busca financiar el talento de estudiantes mediante becas y programas de apoyo con la ayuda de alianzas internacionales.

Ganbaatar arrastraba mucho las erres, percibió Scarlett. Se movió por el salón haciendo ademanes y redundando en la misión y visión del programa. Al percatarse de que muchos de los estudiantes soltaban sonoros bostezos, dio la señal y las luces de pronto se apagaron, lo que provocó un ruidoso murmullo que, silenció una vez más por Euclides.

Encendieron el proyector y apareció la imagen de una mujer de rasgos asiáticos, muy hermosa, con su piel casi traslúcida, el pelo negro y largo, los ojos luminosos y las cejas bien enmarcadas. Tenía la boca en forma de cereza, dientes brillantes y blancos y los labios pintados de color bermellón.

—Aquí hay truco de cámara—masculló Scarlett—. Es imposible que una mujer sea así de bella.

—Controla tu envidia—susurró Héctor en medio de una risita, luego se unió a la manada de lobos hambrientos con sus silbidos.

Scarlett sabía que la chica no le daba ni frío ni calor a su amigo. Lo hizo con la clara intención de llevarle la contraria, admitió que la joven era hermosa, pero había algo en ella que no le cuadraba. Y era obvio que abusó del filtro y del Photoshop.

—Silencio—demandó el profesor Euclides—. Presten atención.

La chica debía de ser un holograma, pensó Scarlett porque parecía una diosa de tan etérea y perfecta que se veía. El video comenzó a reproducirse:

Según una leyenda, la humanidad se encontraba en armonía con las deidades lunares, manteniéndose en armonía. Asimismo, existía un reino indeleble entre las estrellas, más allá del firmamento donde residía una princesa de nombre Xing, cuyo talento y conocimiento eran extraordinarios.

Sobresalía por su calidez y pureza, no había nadie que pudiera opacarla. Lo que despertaba la envidia de las otras doncellas. En especial, las hijas del fuego. Un día, recibió la visita de uno de los dioses lunares llamado Ming, quien, sorprendido por lo que había oído, decidió comprobar por sí mismo si era verdad lo que se decía de ella. Al verla, cayó de inmediato enamorado y ofreció convertirla en reina, a lo que la joven se negaría.

Lo que el dios Ming desconocía era que todas las noches la princesa tocaba el arpa para deleite del príncipe Sying, hijo menor del dios rey Keung. El príncipe Sying amaba la música y como muestra de su agradecimiento ofrecía piedras preciosas a la princesa Xing. No trascurrió mucho tiempo para que los jóvenes se enamoraran bajo la luz de la luna.

Despertando la ira y los celos del dios Ming.

—Profesor Euclides, ¿es necesario que veamos esto? —interrumpió Héctor la historia con su pregunta.

—Guarde silencio—respondió Euclides con la mandíbula tensa—. Después de ver el video, puede hacer las preguntas que deseen.

—¡Por favor! —Bufó uno detrás de ellos—. Se sabe a leguas cuál será el final, una historia típica de cualquier manga japonés, y no comprendo lo que tiene que ver con el programa ni con su clase.

—Es necesario que escuchen esto—intervino el señor Ganbaatar muy ecuánime.

—Esto me aburre—insistió Héctor.

Scarlett lo pellizcó para que hiciera silencio. Agrandó los ojos y le susurró que se callara y, que se tragará con gusto, su holograma de mujer perfecta relatando su novela trágica.

—Puede continuar, profesor Euclides—dijo Scarlett, forzando una sonrisa.

El docente les dio una mirada de reproche a ambos antes de solicitar que se reproducirá el video de nuevo.

El sentimiento de afecto entre la princesa y el príncipe Sying causó un gran impacto en el divino Ming, quien, junto con la bruja solar, unieron sus poderes para separar a los amantes. Hicieron un pacto con el dios maldito Hēi'àn donde prometió darle todas las riquezas de la luna si conseguía separar a la pareja de amantes.

Hēi'àn después de librar una larga batalla, logró encerrar con dificultad al príncipe y lanzó sobre él, un hechizo que, si no era disuelto antes de que la luna apareciera doce mil veces, moriría. Y, para que ningún dios pudiera auxiliarlo, lo ocultó en el mundo de los humanos. Una de las hijas del dios de las montañas ayudó al príncipe al protegerlo con su magia. Durante dicho periodo podría transformarse en humano por las noches, aunque en el día estuviera recluido en una planta, pero si no lograba romper el maleficio, repetiría el ciclo una y otra vez, perdiendo partes de sus recuerdos en cada vida.

Un escalofrío sobresaltó a ambos amigos que no dudaron en conectar esa historia con Ryo. Scarlett levantó la mano tratando de esclarecer sus sospechas. El profesor Euclides le concedió la solicitud.

—Interesante leyenda, señor —comentó ella, escupiendo las palabras—. Me gustaría saber ¿cuál es el propósito de que viéramos esto?

—Esta historia es conocida como Los Amantes Lunares—especificó el profesor Euclides.

—Este material puede que les sirva de inspiración—comentó Ganbaatar con templanza.

—Eso es un disparate —intervino uno de los estudiantes detrás. Scarlett se giró y se sorprendió al ver a Máximo sentado al fondo.

El profesor Euclides miró molesto por encima de sus gafas a todos los alumnos. Mientras que el señor Ganbaatar se paseó por el aula con las manos entrelazadas detrás de su espalda. Soltó un suspiro como si estuviera conteniendo la respiración

—Una nota musical, un poema o una leyenda ancestral sirve de inspiración—comentó Ganbaatar —. No se ahoguen en un vaso de agua. La institución que representó se centró en la creatividad de los jóvenes de Latinoamérica. Tengan la amabilidad de abrir sus folletos, ya que estoy seguro de que ninguno tuvo la gentileza de revisar.

Todos abrieron como autómatas los folletos. Scarlett le echó un ojo a las características que exigían y no era nada del otro mundo. Por ejemplo, Héctor y ella podían unirse para presentar el proyecto debido a que su amigo estudiaba arquitectura y podría hacer una maqueta, mientras que ella, al estudiar botánica, podría aportar algo de paisajismo.

—Los mejores diseños serán evaluados por un comité que de ser elegidos ganadores obtendrán los beneficios que se mencionan allí—dijo Ganbaatar mientras los evaluaba y, luego, mencionó la palabra clave de convencimiento total—: Esta beca pretende explorar la creatividad, sus carreras no serán un obstáculo para favorecerlos, nosotros aportamos lo económico, ya que queremos formar profesionales..

—Sigo sin entender—admitió Scarlett—. ¿Quiere decir que, si mi maqueta cumple con los requisitos, ustedes me ayudarán con mi carrera de botánica? Deberían ir a la facultad de artes, no aquí. Además, sus condiciones me parecen algo un tanto infantiles.

—La organización quiere ayudar a los jóvenes de aquí. No pueden negar que muchas instituciones tienen requisitos difíciles de cumplir. Este video es solo una inspiración. Esperamos que participen y nos muestren sus mejores diseños —dijo Ganbaatar, mientras sacaba un pañuelo y se limpiaba un sudor inexistente de la frente.

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