La Chispa de sol y la Gota lunar
La habitación se llenó de jadeos y palabras entrecortadas. Akio besó a Narumi en cada rincón de su boca y la hizo suspirar. Narumi se estremeció al recordar cómo la había sujetado como si no pesara nada, contra la pared del pasillo. La había desnudado entre caricias expertas que la dejaban sin aliento, mientras compartían besos y jadeos, en ese espacio que solo les pertenecía a ellos, sin nadie más.
Narumi, como Akio le gustaba llamarla en momentos como este, se mordió suavemente el labio inferior cuando el amor de su existencia la tumbó en la cama y comenzó a depositar besos húmedos por su rostro y cuello. Luego, descendió hacia sus pechos y envolvió uno de ellos con la boca, succionando ligeramente para arrancarle otro gemido. Mientras continuaba acariciando con destreza su zona íntima, y cuando Narumi se estremeció impaciente la boca de Akio sustituyó la magia que hasta ese momento hacían realizado sus dedos.
El corazón de Narumi estaba a punto de estallarle, mientras gemía con fuerza ante las succiones de Akio. Un brazalete mágico sonó insistentemente en alguna parte de la habitación, reclamándola para el trabajo, pero él tiró suavemente de sus caderas para acercarla más aún a su cuerpo y continuó hasta llevarla al punto en que sus gritos resonaron por toda la habitación. Narumi tenía los ojos cerrados y se humedecía los labios en un intento por recuperar la respiración.
—Akio, creo que tengo que irme—dijo Narumi jadeante.
Akio se inclinó hacia delante y la besó despacio, se separó por un segundo para coger aire y atrapó sus labios de nuevo.
—Ni creas que me vas a hacer cambiar de opinión, tengo que irme —susurró Narumi, sin estar del todo convencida.
Akio pasó la yema de los dedos por el muslo de Narumi hasta recorrer su piel erizada. Ella enredó los dedos en su pelo, atrayéndolo para atrapar sus labios. Suspiró y se removió bajo él, buscando una postura más cómoda. Akio no quería escuchar sus excusas, solo quería sentirla, nada más.
—¿Decías algo? —preguntó Akio contra los labios de Narumi.
Narumi sintió un tirón en la parte baja del vientre cada vez más fuerte. Envolviendo la cintura de Akio con sus piernas, lo ayudó a entrar en ella. Jadeó contra su cuello antes de comenzar a moverse con él despacio. Entre gemidos y caricias, lograron moverse más rápido hasta que sintieron como si estuvieran cayendo en un vacío sin fin. Jadeando en el oído del otro, ambos se movieron un par de veces hasta que los temblores cesaron y Akio dejaba caer la cabeza sobre el hombro de ella.
Durante un par de minutos, el silencio reinó en la habitación, que rompió cuando escucharon el sonido del brazalete. Sonrojada y sudorosa, Narumi se apartó el pelo de la cara y se sentó en la cama. Al ser consciente de que Akio la miraba, tomó sus cosas y se encerró en el baño. Cuando estuvo lista, se despidió con un beso, pero Akio la abrazó por la cintura, alzándola.
—¿Y si esperas a que me bañe? —preguntó Akio en voz baja sobre el oído de Narumi, mordiendo el lóbulo de su oreja levemente.
Narumi se rió, pero al ver su intención de llevarla de nuevo a la cama, le dio un beso en la mejilla y desapareció.
Narumi apareció en frente a un restaurante y su cuerpo se llenó de alegría al escuchar la risa de su hermano Tito. Un nudo se le instaló en la garganta al pensar que había desperdiciado la oportunidad de decirle cuanto lo amaba, y que, a pesar de todos sus pleitos, el cariño entre ellos siempre los mantendría unidos. Vio a su padre pasándole un regalo, mientras que su hermano Miguel y Scarlett miraban algo en su celular.
Cuando accedió a convertirse en la vasalla de los ocho inmortales, les pidió que le concedieran un último deseo: que las personas a las que había conocido en su última reencarnación tuvieran un final feliz. Su madre terrenal, en efecto tuvo una niña, la cual murió a las pocas horas de nacer. Y fue en ese preciso instante cuando la esencia de Narumi entró en ese cuerpo. Alguien que también se benefició fue Joan, a quien mantenía vigilado por si decidía volver a sus malas costumbres.
—Hola, mi niña preciosa—la voz de Leticia la tomó desprevenida.
Narumi no podía soportar que todos los miembros de su familia terrenal la olvidaran. Y, He Xiangu, la única mujer del grupo de los ocho, le hizo ese regalo. Leticia fue una de las pocas personas que podían verla.
—Hola abuela. —Narumi la abrazó—. ¿Se puede saber que están celebrando?
—Tu padre acaba de conseguir empleo—respondió Leticia con una nota de nostalgia.
—Me alegro mucho de que sean felices—dijo Narumi, suavemente.
—No es lo mismo—expresó Leticia observando a la otra Scarlett—. Tiene tu cuerpo, tu sonrisa, tus gestos, pero no eres tú. Aún estoy en el proceso de adaptarme a ella, pero cada día te extraño más.
Narumi se tragó un intenso sentimiento que brotó desde lo más profundo de su corazón y la abrazó con fuerza.
—Siempre serás mi abuela—le dijo a punto de llorar—. Y siempre estaré cerca de ustedes.
—Hola, Narumi.
Máximo también fue uno de los beneficiados del regalo de He Xiangu.
—Hola, Máximo, ¿cómo estás? —le respondió Narumi.
Una brisa cálida levantó los mechones del cabello de Narumi que volaron en diferentes direcciones. Ambos se miraron en silencio, y Narumi cambió la dirección de su mirada para enfocarse en Scarlett. Ella se preguntó si hubieran sido felices si no hubiera ido a la floristería del señor Tanaka. Pero fue consciente de que nunca podría amarlo por completo, no mientras Akio existiera en algún lugar del universo.
—Ni lo pienses—murmuró Máximo con voz ronca.
—¿Qué? —le pregunto Narumi, sorprendida.
—De que podré enamorarme de ella—le respondió.
—Máximo, yo... —Empezó a decir Narumi.
—Mejor no digas nada—dijo a la vez que soltaba un suspiro hondo.
Después de su encuentro con los ocho inmortales, ellos tuvieron un tiempo para hablar y aclarar las cosas. Máximo le confesó que siempre supo quiénes eran ellos, pero eso no impidió que en su corazón albergara la esperanza de que una diosa se enamorara de él. Ahora, se había convertido junto a su padre, el detective Cabrera, en sus asistentes para rastrear a las deidades que no querían regresar al Takamagahara. Todos ellos serían juzgados usando las habilidades de las columnas: Miru-me y Kagu-hana, además, de destruir a los Yokais que estaban cometiendo atrocidades.
—Si piensan hacer algo, primero tiene que contar con mi aprobación.
Narumi se tiró a los brazos de su amigo en medio un gritito de alegría, rodeó el cuello de Héctor con los brazos mientras él la alzaba para hacerla girar.
—No se olviden de que soy el responsable de que ustedes hagan bien su trabajo—expresó Héctor cuando se detuvo tomando una posición de dictador.
—¿Y a ti quien te patrocina? —se quejó Narumi.
—Tu mamacita Amaterasu—respondió Héctor con orgullo.
Amaterasu encargó a Héctor de supervisar la misión, lo que infló su ego. Además, le permitió el acceso al Takamagahara. Las hermanas de Narumi lo habían adoptado como a un hermano. Alguien se materializó detrás de Narumi y la envolvió entre sus brazos.
—Antes de irse el sol matiza y así la tarde se hace rojiza—le cantó Akio.
Narumi cerró los ojos, feliz y en paz. No existía nada ni nadie que pudiera separarlos. Jiro se encontraba en algún rincón del universo siendo castigado por sus crímenes por su Tsukuyomi. El mismo destino lo tuvo Ganbaatar en manos de Asumi y Suzaku, quien fue liberado del Yomi.
En cuanto a Lia Jing, fue encerrada dentro de un camafeo que llevaba colgado en el cuello, a pesar de las quejas de sus hermanas de quemarla viva. La muerte no era un castigo justo para ella, les explicó Narumi. Su castigo sería que viera por toda la eternidad como Narumi era feliz con el hombre que intentó arrebatarle.
—Hola, mi princesa hermosa—le susurró Akio con voz ronca, su voz llena de ternura—. Que bueno es volver a verte.
—Apuesto que ya no es virgen—expresó Héctor en medio de una carcajada, compartida solo por Leticia.
Narumi abrió la boca sorprendida ante el comentario de Héctor, que no dejaba pasar ninguna oportunidad para saber y así terminar el debate que tenía con Dai y Seiko, quienes alegaban que Narumi nunca conocería el placer de un buen orgasmo. En cambio, Suki y Asa le enviaban mensajes sobre posiciones y lugares en donde podrían obtener un poco de acción antes de ponerse a trabajar. La única que no se pronunció fue Amaterasu.
—Si soy virgen o no—respondió Narumi sacándole la lengua—. No es de tu incumbencia.
—Se lo diré a tu madre—replicó Héctor.
—A mi suegra no le importa—expresó Akio, que soltó un grito de dolor cuando sintió un azote en el trasero cortesía de Dai.
—Cuida tus manos, lunarcito. Y para que sepas, estamos vigilándote—le dijo señalándolo con su dedo, luego miró a Héctor y le sonrió resaltando su belleza.
—Lo más seguro es que está embarazada—tarareó Héctor.
—Es hora de que tenga un bisnieto—añadió Leticia entre aplausos.
—Espero que no—dijo Máximo incomodo.
Akio gruñó ante el comentario de Máximo sin dejar de abrazar a Narumi. Y para molestar a Dai, volvió a besarla, lento y suave. Narumi se apartó feliz y miró al cielo, observando a su madre y sobre unas nubes, intercambiando miradas.
Los ocho inmortales le permitieron a Narumi un acceso limitado a Narumi entre los dos reinos hasta que pudiera terminar su encargo, y ellos reevaluarían su castigo. También aceptaron la solicitud de Amaterasu y Tsukuyomi para que Akio se uniera en la búsqueda.
—Scarlett, antes de que te vayas—expresó Leticia, que nunca dejó de llamarla de ese modo—. Si ves a Asumi y a Suzaku, diles que recuerden nuestra cita.
A Narumi no le gustó la nueva amistad entre su abuela y el ave Fénix y el tigre blanco. Ya suficiente tenía con ignorar los comentarios llenos de picardía que le lanzaba Héctor con respecto a ellos. Se despidió porque la otra Scarlett llamó a Leticia. Y, antes de que Máximo se marchara, planificaron las estrategias a seguir ante los posibles avistamientos de deidades y demonios. Héctor y Dai tomaron otra dirección para realizar un encargo hecho por Susanoo. Aunque no le pasó desapercibido que fueron tomados de las manos.
—Por fin, solos —expresó Narumi con felicidad—. Y, viendo mi reloj, aún nos queda un poco de tiempo.
Los ojos de Akio brillaron de emoción ante la insinuación de ella y depositó un beso en mis labios y susurró: —Te amo mi Narumi y mi Scarlett. Siempre y para siempre seré tuyo por toda la eternidad.
Y así, queridos lectores, se despiden la Chispa, que siempre guardará el beso de su amado, y la Gota de luna, que en una silenciosa esperanza permanecerá unido por toda la eternidad a su pedazo de sol. Esta historia fue tallada en las estrellas. ¿Quién sabe si cuando salgas al balcón y mires hacia arriba, logres verlos allá en el firmamento?
Fin
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