En busca del fragmento de una diosa

Scarlett andaba de muy mal humor.

El abuso de confianza por parte de Ryo la tenía cabreada, recordó con bastante precisión las palabras de su abuela sobre lo sexual y acordado. Se sintió impotente porque sabía que Leticia no los lanzaría a la calle si les contaba lo sucedido y más que con los depósitos pudo arreglar su aire acondicionado y cambió su colchón.

Se dirigió a la habitación de Ryo con pasos decididos, no encontró la maceta en la que debía de estar, se preocupó un poco, aunque ni bajo tortura lo admitiría. Notó que había huellas de tierra en el suelo y llegó a la azotea donde encontró a su hermano Tito jugando ajardinar. Se llevó la mano a la frente, era más que evidente que su abuela le relató la naturaleza de Ryo.

—Tito, pero ¿qué diablos estás haciendo?—preguntó Scarlett.

Su joven hermano se giró sin dejar de acomodar la maceta en la que Ryo se encontraba encerrado.

—Sabes de manera sumamente clara que la única persona que tiene derecho a insultar en este edificio es la abuela—le respondió Tito con indiferencia—. Y no me preguntes lo obvio, Scarlett.

—No te pases de listo conmigo. ¿Quién te mandó a hacer esto?—indagó ella.

—Ryo necesita sol y agua para vivir—le respondió su hermano.

—Esa planta pestilente no es Ryo—mintió Scarlett—. Así que me vas dejando eso ahorita.

Tito colocó la regadera sobre la mesa con más fuerza de la necesaria, un claro indicio de rebeldía ante la autoridad de su hermana.

—Deja de tratarme como a un bebé—lanzó Tito a la vez que le daba una mirada acusatoria—. Vi al anciano convertirse en un tigre y oí lo que hablaron.

Scarlett tragó en seco. Eso se estaba saliendo de control.

—Lo que hiciste no estuvo bien. —Agarró a Tito por la muñeca—. Cuidado con andar de boquita suelta con tus amistades.

Su hermano agitó su mano para liberarse.

—Yo no soy un soplón—replicó Tito molesto—. Ryo es mi nuevo amigo y no voy a traicionarlo.

Tito era el hermano menor de Scarlett, el único que se parecía al padre de ambos y, a diferencia de los demás, salió más rebelde y manipulador.

—¡Pero si lo conociste ayer!—expresó Scarlett escéptica.

—Pues te voy a demostrar lo contrario. —Tito tomó la maceta, pero Scarlett le ordenó con autoridad de que la dejara donde estaba. Notó como se le aguaron los ojos a su hermanito—. ¡Eres una bruja, le diré ahora mismo a la abuela que me acusaste de algo que no soy!

Scarlett se sintió mal por su hermano, reconoció que exageró un poco, se pellizcó el puente de la nariz.

—Tito...—lo llamó.

—¡No me hables! —le vociferó Tito mientras corría a acusarla.

Scarlett soltó un grito de frustración, se llevó las manos a las caderas y caminó de un lugar a otro.

—Una verdadera amistad no reside en el tiempo—le habló Ryo desde su confinamiento.

Scarlett carcajeó burlona y arqueó ambas cejas mientras se colocaba delante de la maceta.

—No me vengas con consejos porque tú eres el causante de todo este lío. —Scarlett se inclinó con las manos en las caderas para que su rostro quedara a la misma altura que la maceta—. No se involucra a un niño en temas de adultos, es lo primero. Segundo, ni creas que se me olvidará el abuso de confianza de tu parte. —Tomó la vasija entre sus manos —. No tenías ningún derecho a unir tus labios a los míos, no sé si eso se hace en tu mundo o en la dimensión de donde perteneces, pero aquí está mal y a menos que te lo pida que nunca pasará, jamás de los jamases vuelvas a hacer algo así porque se rompe el acuerdo, me oyes.

—No fue mi intención causarte malestar, te pido disculpas, no sé explicar por qué lo hice—dijo Ryo con voz tranquila—. Aunque supuse que te agradó.

—¿Qué te hizo pensar una estupidez como esa? —La voz de Scarlett sonó demasiado aguda para su gusto.

—No sentí ningún tipo de rechazo de tu parte—le respondió Ryo—. Si me hubieses dicho que me detuviera lo habría hecho.

Scarlett abrió la boca varias veces, como un pez que boquea fuera del agua. Tomó un poco de aire y se preparó para hablar sobre cómo tratarla cuando escuchó unos cuchicheos. Buscó el origen de este y vio a dos vecinas que viven en el otro complejo de apartamentos mirándola desde sus balcones. No tuvo que ser un genio para darse cuenta de que debatían sobre su salud mental.

La aludida colocó la maceta en la mesa sin dejar de mirar con sospecha a sus vecinas y se llevó la mano a una de sus orejas y fingió estar hablando por sus audífonos inalámbricos. Tomó unas camisas tendidas y al momento de tocarlas estas se chamuscaron. Las soltó de inmediato sorprendida y un tanto nerviosa.

Levantó la vista hacia su audiencia chismosa, intentó mantener la calma ante sus miradas de asombro. Un músculo tensó su mandíbula. Al no saber qué hacer, tomó la maceta y entró a su casa dejando atrás los cuchicheos al rojo vivo.

Al descender por las escaleras de metal que gritaban un mantenimiento inmediato, Scarlett pensó que, si no hubiese sido por la terquedad de su abuela de no vender el edificio más viejo del mundo, estarían viviendo algo más moderno, privado y seguro. Leticia compró la propiedad ya en estado deplorable, le hizo unas cuantas reparaciones con el paso de los años, sin embargo, la infraestructura colapsaba ante sus ojos.

Años atrás, su padre le dijo que el edificio era bonito y le daba un toque original a la colonia. Pero cuando los dueños de propiedades empezaron a vender y nuevas compañías inmobiliarias construyeron complejos más modernos, se descubrió que ellos eran los que desencajaban. Incluso, la alcaldía intentó intervenir.

Los nuevos inversionistas se quejaron de que daba mala impresión para futuros compradores. En pocas palabras el edificio pasó a ser un grano horrible en la cara para una sesión de fotos de una supermodelo. Y, a pesar de las quejas de los nuevos residentes y del ayuntamiento, su abuela se abanderó y se negó a demoler la propiedad. No es raro encontrar cartas de amenazas y amonestaciones por parte de la junta de vecinos que exigen que se venda, o por lo menos se quite el negocio de empeños donde habitan las ratas que se pasan a sus propiedades.

Scarlett dejó a Ryo en su habitación, se encerró en su dormitorio para mirarse las manos, no encontró nada inusual, pero cuando agarró uno de los libros que debía devolver a la biblioteca vio con horror cómo este empezó a quemarse.

Fue al baño, abrió el grifo y depositó el libro para que el agua apagara el fuego. Se lamentó la pérdida por medio de un gruñido. Salió de la casa a un parque cercano. Debía despejar su mente o se volvería loca. Temió que el beso le hubiese causado alguna reacción o la estuviera convirtiendo en algo que no quería.

Los árboles llenos de hojas y ramitas pequeñas proporcionaban refugio a cientos de pájaros cantores. Se sentó en un banco, estaba segura de que podía percibir los fogosos latidos de su corazón que chocaba como un caballo desbocado contra su pecho. Escuchó que alguien dijo su nombre y vio a Máximo vestido con su uniforme de baloncesto que iba hacia ella. Cuando estuvo cerca, le lanzó un balón que explotó al caer en sus manos.

¿Qué diablos le contagió Ryo? Pensó derrotada.

Llegó el domingo y se dirigió a la cancha a ver a Máximo jugar un partido. Se esmeró un poco en su arreglo. Se maquilló nada sobrecargado, un poco de rímel y brillo rosa para los labios. Además, revisó su sostén y sus bragas para asegurarse de que no estuviesen torcidas.

Por instancia de su abuela tuvo que llevarse a Ryo con ella, no le valió sus pataletas, al final siempre se ejecuta las órdenes de doña Leticia. Le entregó algo de dinero para los gastos y dedujo por la poca cantidad que debía de utilizar sus propios recursos para evitar no pasar vergüenza. Decidió invitar a su amigo Héctor para no levantar habladurías.

—Solo esto se le ocurre a mi abuela—expresó Scarlett molesta tocando el claxon.

—¿Por qué nos detuvimos? —preguntó Ryo.

—Al parecer pasó algo—respondió Héctor mientras buscaba una buena canción en la radio.

La gente tocaba la bocina y bajaban de sus vehículos para intentar descubrir el origen del embotellamiento. Scarlett observó su reloj y, de inmediato, se lamentó de que llegarían tarde al partido.

—¿Podrías dejar de cambiar de emisora? —indagó Scar molando los dientes.

—No—dijo con indiferencia Héctor—. No pienso quedarme aquí encerrado contigo con ese humor que traes. Para que sepas fuiste tú quien nos invitó.

Scarlett puso los ojos en blanco y Ryo empezó a dar saltitos de impaciencia. Miró a su alrededor buscando un hueco por dónde meterse y tomar el otro carril. Cuando lo consiguió dejó las huellas de sus llantas en el pavimento.

—Recuerda nada de hablar con extraños y pedirle a tu albacea el dinero para mis estudios médicos—le ordenó Scarlett a Ryo mirándolo por el retrovisor.

—Ay, Scarlett, ya párale—dijo Héctor cuando lograron conseguir un parqueo—. Ni que te hubiera embarazado.

—Por su culpa no puedo tocar nada que no termine quemado—se quejó Scarlett mostrándole sus manos enguantadas.

—Oye, Ryo la próxima vez me das un besito a mí—expresó Héctor con tranquilidad—. Tal vez en mi caso desarrolle poderes arácnidos.

—O reptilianos—contradijo Scarlett.

—Te odio cuando te pones odiosa. —Héctor le sacó la lengua para molestarla un poco, luego dirigió su atención a Ryo, quien vestía de forma muy casual y elegante. Héctor le regaló una chaqueta negra con el logo de Dragon Ball —. Te voy a servir de guía porque tu sirvienta estará en plan "baba ven a mí" por un largo tiempo.

—¿Plan baba? —curioseó confundido Ryo.

—No me preguntes, solo obsérvala—soltó Héctor en medio de una carcajada.

La única respuesta que le dio Scarlett fue sacarle el dedo corazón a Héctor. La cancha estaba repleta de espectadores. Antes de tomar sus asientos, Scarlett miró el calendario de baloncesto masculino en la pared, necesitaba saber las próximas fechas para prepararse si había una nueva invitación.

El partido transcurrió sin dificultades, el público dividido vociferando por su equipo favorito. En el primer descanso, Máximo la miró y la saludó. Scarlett le devolvió el gestó con una sonrisa tonta y mejillas enrojecidas. Miró a Héctor que le explicaba la función de cada jugador a Ryo y la finalidad del juego.

—Esa persona tiene talento, pero es un idiota, no se concentra, solo quiere brillar acaparando el balón—le expresó Héctor a Ryo mientras agitaba las manos.

—Lo dice el experto en baloncesto—se burló Scarlett mirando a Héctor de reojo.

Héctor bajó la barbilla un momento para disimular una sonrisa.

—Scarlett, ¿sabías que el jugador debe mantener el contacto con el balón de forma continua y consecutiva? —Sacudió la cabeza antes de seguir—. Como lo vas a saber si solo estás aquí tratando de ligarte al Max.

Scarlett le lanzó una mirada de reprimenda. Fruñó los labios disgustada y movió sus dedos enguantados, tomó unos guantes sin el consentimiento de su abuela para poder tocar los objetos sin quemarlos.

—¿Sabes, Scarlett, no te parece extraño ese inesperado interés de Máximo en tu existencia? —le preguntó Héctor.

—¿A qué viene eso? —inquirió Scarlett nerviosa, de repente Héctor se puso serio, ladeó la cabeza.

—Por nada, solo me preguntaba—dijo Héctor.

Scarlett lo miró de soslayo y suspiró hondo. Tomó su refresco y cuando iba a beber vio a unas chicas que con disimulo fotografiaban a Ryo y se reían entre sí.

—Héctor, esas de allá le están tomando fotografías, creo que a Ryo—le Scarlett susurró.

—¿Celosa, señorita Brightside? —dijo Héctor en tono burlón—. Solo fue un beso—tarareo.

Scarlett le dio un codazo. De verdad sintió que su amigo se estaba pasando de la raya.

—Más payaso y te mueres—le reprochó Scarlett a su amigo—. Te recuerdo que fue idea tuya apoyar a mi abuela con que sacáramos a Ryo a dar un paseo.

Héctor miró a las chicas y le hizo entender que sabía lo que estaban haciendo.

—Solo son jóvenes que están tan calenturientas como tú, sé más solidaridad—le recriminó su amigo mirándola con fingida decepción.

Scarlett no podía negar que Ryo era lo bastante atractivo como para augurar unos bebés bonitos, el objeto de su análisis se giró y la pilló mirándolo, se enderezó incómoda, aún no le perdonaba su abuso de confianza y el virus que le contagió en las manos. Decidió concentrarse en el partido y a darle porras a Máximo, mientras que Héctor continuó con sus explicaciones.

En el medio tiempo las porristas con sus pompones bailaron en el centro de la cancha al ritmo de una mezcla electrónica de la canción Mi Gente del cantante colombiano J Balvin. Luego por las bocinas se solicitó a dos valientes del público que fueran a la cancha y jugarán un pequeño partido con el jugador estrella de cada equipo.

—Voy a bajar—dijo Ryo.

Scarlett al escucharlo casi se ahoga con su gaseosa.

—¡¿Qué?! —chilló Scarlett—. Tú ni siquiera sabes jugar.

—No, pero Héctor me explicó en que consiste—le respondió Ryo.

—Eso no es suficiente—acotó Scarlett anonadada—. Se necesita de mucha práctica, no solo observación y teoría.

—No seas agua fiesta, déjalo jugar si eso es lo que quiere—añadió Héctor mientras se atragantaba un perro caliente.

—Mejor cállate, ¿no recuerdas lo que nos dijo el Byakko? —le reprochó Scar.

—No—le respondió Héctor en tono burlón—. Por eso déjalo que se divierta.

Ryo descendió por las escaleras mientras Scarlett fue retenida por Héctor. Les explicaron a ambos que debían anotar un punto que iría al equipo contrario. El primer jugador no logró con el objetivo y fue el turno de Ryo, su oponente sería Máximo que con gran agilidad tomó el balón y corrió hacia la red y cuando iba a anotar en medio de la algarabía del público recibió un bloqueo por parte de Ryo que impresionó a la multitud.

Ryo tomó el rebote y se posicionó en la línea de tres puntos y con un movimiento rápido y nítido lanzó el balón que se arqueó hacia la red y entró. La multitud enloqueció ovacionando la buena jugada, las porristas agitaron sus pompones a su alrededor y Máximo sorprendido le extendió la mano para felicitarlo.

Las mujeres que se encontraban detrás de ellos aplaudieron y silbaron con más emoción que los demás para llamar la atención de Ryo cuando subía por las escaleras.

—¡Wow, Ryo, el balón pareció ser una extensión de tu mano! —exclamó Héctor felicitándolo.

—¿Acaso enloqueciste? —le reprochó Scarlett—. No se supone que no debes de llamar la atención y ahora todos nos observan.

—¿Ardida por tu amorcito? —se burló Héctor —. Ya bájale algo a tu discurso, déjalo disfrutar de los placeres que le brinda este planeta.

—¿Acaso hice algo mal Scarlett? —preguntó Ryo confundido.

—¡Hiciste todo mal!—expresó Scarlett de malas tomando su bolso—. Nos vamos a casa.

—¡Oye, pero!, ¿por qué? —se quejó Héctor.

Scarlett no los esperó y bajó las escaleras mientras los chicos la seguían. En el parqueo discutió con su amigo por la reacción exagerada que tuvo en la cancha. A lo que ella le reprochó su confianza instantánea en alguien de dudosa procedencia y que apenas conocía. Ryo los observó sin comprender bien lo que había pasado, pero de repente, el grupo de chicas que recordó que estaban sentadas detrás lo rodearon y le pasaron un papel lleno de números.

—Ryo, ven para acá—le llamó Scarlett.

Las chicas la miraron de forma desagradable, empezaron a murmurar.

—¿Acaso es tu novio? —preguntó una de las jóvenes.

—¡No!—exclamó Scarlett de inmediato.

—Pues no veo cuál es tu problema con que hablemos con él—opinó otra de las chicas.

—Oigan chicas, es mejor que se vayan—dijo Scarlett con una cierta tozudez.

Héctor presintió que se formaría una bronca, y se llevó a Ryo. Las jóvenes la fulminaron con la mirada y Scarlett dio media vuelta y se dirigió al vehículo. Y cuando les cruzó por el lado, una de ellas le levantó el dedo corazón.

—Qué coste de que no fue idea mía sacar a Ryo de la casa—dijo Scarlett malhumorada mientras conducía.

—Ya cállate, Regina George—le respondió Héctor, incapaz de contener la risa.

Cuando llegaron a casa, encontraron al Byakko que los esperaba afuera con cara de desaprobación, pero no les dijo nada. Les indicó que lo siguieran, había cierta tensión en el ambiente, se detuvieron en el parque que quedaba en la parte de atrás del edificio.

—¿De casualidad han escuchado sobre el Yata No Kagami? —les preguntó el Byakko a ambos.

—¿El qué? —preguntó Scarlett mientras espantaba los mosquitos.

—Te habla del supuesto espejo de la diosa Amaterasu—le explicó Héctor girando los ojos—. Amigo no se supone que eso se encuentra en Japón.

—Sí, pero no el verdadero. —Le aclaró estirando un poco su cuello el Byakko —. Acabo de enterarme donde está uno de los fragmentos.

—Le recuerdo que mi papel no es ser su mensajera, yo solo soy la sirvienta—replicó Scarlett.

—Ambos aceptaron colaborar—les habló el Byakko con firmeza—. Será algo sencillo, buscan, encuentran y regresan.

—A esto le falta mucha tela—intervino Héctor, que se sentó en un banquillo, con las piernas cruzadas—. Son escasas sus aclaraciones.

—Para que el príncipe Ryo y yo podamos regresar a nuestro mundo, necesitamos presentarlo a los ocho inmortales como ofrenda—le explicó el Byakko.

—¿Y por qué no va usted? —indagó Scarlett.

—Es algo complicado, sin embargo, les diré lo que tienen que hacer. Con uno de mis rugidos abriré un portal que atravesarán—prosiguió el Byakko—. Solo tendrán una hora para conseguir el fragmento de no lograrlo se quedarán encerrados hasta el próximo cambio de luna.

Ambos amigos compartieron una mirada de duda y miedo.

— Héctor posees un vasto conocimiento en mitología japonesa que es sumamente útil para el lugar donde irán. Además, el príncipe Ryo los acompañará, es un guerrero magnífico, no creo que su amnesia haya borrado sus habilidades.

Héctor y Scarlett miraron escépticos al supuesto guerrero legendario que estaba agachado observando feliz a una mariposa.

—Recuerden no tocar ni traer nada del Yomi—dijo el Byakko—. Solo tomen el fragmento y pasen el umbral cuando escuchen mi segundo rugido.

—Oiga y ¿ese sitio donde queda? —preguntó Scarlett.

Héctor se levantó asombrado cuando procesó el lugar. En un instante, el polvo del suelo se desplazó a formar pequeños remolinos, los cuales se ocultaron en una luminosa esfera. Un rayo impactó al Byakko, que abrió la boca y soltó un fuerte rugido. Scarlett gritó aterrada, cuando la fuerza de un fuerte viento comenzó a acercarla hacia una luz que terminó por engullirla.

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