El albino de los mil cuentos

La noticia de la cita de Scarlett con Máximo no fue del agrado de Ryo, se sintió molesto y en lo más hondo de su corazón, brotó una pasión ácida de unos celos, sin merecerlo, porque no tenía ningún derecho a mostrarse posesivo con ella. En cuanto a Scarlett mantuvo una batalla interna con sus sentimientos, había soñado por meses que le pasara algo como eso con Max y ahora que por fin lo obtendría no entendía por qué se sentía fatal.

El acuerdo de dormir juntos y hablar por horas terminó desde el mismo instante en que le notificó sus planes, a partir de allí procedieron a evitarse. Y, por motivos que Máximo no le explicó, tuvieron que mover la cita para unos cuantos días después.

Scarlett salió de su habitación lista para tomar una materia en la universidad, se detuvo en el quicio de la puerta de la cocina, Ryo estaba sentado a la mesa, comiendo lo que parecían un ramen, aunque conociendo a su abuela lo más seguro era una de esas sopas instantáneas de la marcha Maruchan. El estómago le gruñó a Scarlett. Ryo levantó la vista y la miró. Después empujó su silla hacia atrás y, sin mediar palabra, tomó otro plato del armario, donde vació una ración y lo colocó en la mesa.

Scarlett se sentó a la mesa frente a él. Comieron en silencio, al terminar, él recogió los platos y los llevó al fregadero y comenzó a fregar. Indecisa, ella agarró un trapo y se colocó a su lado secando la vajilla.

—Me enteré de que Tito te llevará a un centro de videojuegos —dijo ella al cabo de un par de minutos.

—Sí —susurró él.

—Tengan cuidado—musitó sin atreverse a levantar la vista del trapo.

Ryo la miró de reojo:—Gracias.

Después Scarlett se marchó a tomar sus clases. Al día siguiente, en la mañana, su abuela le encomendó la limpieza de la única habitación que había en el negocio que usaban como depósito, no le quedó de otra que aceptar la orden de Leticia. Entró al cuarto húmedo y oscuro, le costó mucho abrir la única ventana que había para contar con un poco de ventilación y no morir asfixiada cuando levantara el polvo. Agarró la escoba y comenzó con su faena, entonces levantó una tabla tirada del piso y de pronto salió una masa de pelo largo y sucio parecido a un perro pequeño.

La aparición de la criatura le sacó un susto de muerte a Scarlett, quiso tocarlo cuando logró calmarse, pero era muy esquivo. Se movió de un lugar a otro, dejando incluso más suciedad a su paso y luego desapareció. Ella tomó su celular y después de navegar por algunas páginas, encontró a un yoaki que tenía las mismas características de lo que había visto. La información decía que podría tratarse de un Keukegen considerados un espíritu de mala suerte y pestilencia que traen enfermedad a los que viven cerca. Eran fáciles de espantar y, para mantenerlos lejos de las casas, se tenía que mantener limpio el lugar. Aunque eran difíciles de ver, el efecto enfermizo de su presencia era muy obvio.

Con la información que obtuvo se puso manos a la obra, dejó el cuarto muy limpio, se esmeró en dejarlo reluciente. Además, aprovechó que había cobrado y fue a la farmacia y compró algunas vitaminas y jarabes para subir las defensas como medida de protección.

Ryo y Tito se llevaban bastante bien, mucho mejor que ellos dos que apenas se hablaban. Esa situación la mantenía un poco tensa, así que aprovechó que los vio saliendo del edificio para unírseles. Los acompañó al centro de videojuegos, donde fue víctima de las manipulaciones de su hermanito para que comprara las monedas. Todo el momento que estuvieron allí, Ryo se dedicó a ignorarla o en su defecto a evitarla. Al final, Scarlett cedió al enojo que le hizo sentir esa situación.

—¿No crees que te estás portando de forma muy infantil? —le preguntó ella con enfado, gesticulando con las manos—. No está bien lo que estás haciendo, ¿entiendes?

—¿Piensas que soy el único que está haciendo las cosas mal?—la retó Ryo, alzando las cejas y fijando la mirada en sus ojos.

—No merezco la forma en que me tratas—murmuró ella cruzándose de brazos.

Ryo respiró hondo. Tardó un par de segundos, y le mantuvo la mirada cargada de dureza. Entraron a un duelo de miradas. Entonces, Tito les señaló una tienda de bonsáis. Al parecer, recién inaugurada porque Scarlett no recordaba haberla visto antes.

—Echemos un vistazo—dijo Tito emocionado.

—No—le dijo Scarlett.

—Por favor—le suplicó con insistencia su hermano.

—Ven, yo te llevo. —Se ofreció Ryo tirando por el piso las palabras de Scarlett que alzó las cejas esperando una rectificación que no llegó.

Entraron a la tienda y lo primero que vieron fue un estanque con peces Koi de diferentes colores y bonsáis sobre pedestales de madera. El techo era una enorme lona en forma de sombrilla.

—Bienvenidos al museo.

Un señor con rasgos asiáticos parecido al Maestro Splinter  de los muñequitos de las Tortugas Ninjas  Mutantes les dio la bienvenida. Scarlett caviló que al país lo estaban invadiendo los orientales porque desde que se topó con el asesino del señor Tanaka no hacía más que encontrarse a uno de ellos.

—Gracias—contestaron con amabilidad.

—Hoy estamos ofreciendo un tour gratis—añadió el señor con una sonrisa.

Tito la miró con ojos suplicantes.

—Prometo ser breve—aseguró el guía muy afable.

Tito, para sorpresa de su hermana, le tendió la mano al señor como si fueran conocidos. Eso le preocupó mucho, en la casa le hablaría de los peligros de ser tan confiado. No solo tenía que echarle un ojo a su hermanito que escuchaba con atención la explicación del guía, sino que luchó contra la necesidad de retornar su conversación con Ryo.

—¿Le pasa algo? —preguntó el señor con sincera preocupación.

—No, ninguno—masculló Scarlett.

El guía los condujo a una hermosísima sala en forma de jardín con un camino de piedras con muros verdes donde sobresalían tabla pulida que, servían para sostener algunos bonsáis. En el centro había un enorme árbol de cerezo de color rosa con un sutil toque de blanco, o una mezcla de ambos. Estaba rodeado de agua alimentada de una pequeña cascada revestida de piedras apiladas.

Los pies de Scarlett se movieron por voluntad propia, una brisa agitó el árbol trayendo consigo una suave y delicioso olor a cítrico que le hizo recordar la primavera. Una de sus hojas cayó en su mano, de súbito en su mente, se visualizó un lugar donde alguien colocaba sus cálidos brazos alrededor de su cintura mientras reposaba su barbilla sobre su hombro.

Scarlett negó con la cabeza, demasiado hermoso para ser cierto. Miró a Ryo para comprobar si no era una de sus ilusiones, pero estaba escuchando las explicaciones del guía. Se agregó al grupo y le echó un vistazo al señor que les mostraba una pintura.

—Esto representa al Monte Penglai, la morada de los ocho inmortales. Todo en la montaña parece blanco con palacios de oro y platino con árboles en los que crecen joyas. Allí no se conoce el dolor ni el hambre. Además, crecen frutas con poderes curativos capaces de curar cualquier enfermedad, dar la juventud eterna o incluso resucitar a los muertos.

» Otros dicen que contiene quintillones de almas y si se respira una de esas se obtiene todo su conocimiento. Porque son pequeñas hadas, cuyos corazones no han crecido nunca al no tener noción del mal.

—Muy interesante—mintió ella para salir del paso.

—Es un hermoso lugar el cual visitar—dijo el guía sin dirigirse a nadie en particular—. Noté que le impresionó mucho el árbol de cerezo.

—Es muy hermoso—contestó Scarlett mirando el árbol.

Una mezcla de tristeza y esperanza se agitó en el interior de la joven al recordar lo que vio mientras tuvo la flor en sus manos.

—Existen muchas historias con relación al árbol y en todas, sobresale el verdadero amor. Permítame relatarles unas muy breves: Shizuka Gozen fue el gran amor en vida de Yoshitsune, hermano del emperador Yoritomo, y quiso seguirlo después de que él fuera condenado al exilio por enfrentarse a su hermano. Emprendió un largo camino para encontrar a su amado, pero enfermó y murió. Tenía 31 años y llevaba consigo una rama de árbol Sakura que hizo brotar de la tierra, un árbol que aún se mantiene en la prefectura de Nagano.

» Otra historia es la de Yohiro el árbol que nunca florecía. El hada del bosque lanzó un hechizo en el cual podría convertirse en humano. Sin embargo, si al cabo de los veinte años no lograba recuperar su vitalidad y brillo, moriría. Con el tiempo conoció a una joven llamada Sakura que eligió fundirse para siempre con Yohiro. Se convirtieron en uno solo y el árbol, entonces, floreció.

—Y la última historia cuenta que las flores de cerezos al principio eran blancas y cuando un samurái caía en batalla, su esposa se quitaba frente al árbol que con la sangre que absorbía, se iba tornando rosada. Siempre que salía un samurái de su casa se sembraba un árbol de cerezo en su honor.

—Esa última historia da miedo—dijo Scarlett—. ¿Quién en su sano juicio se quitaría la vida por otra persona?

—En las tres historias sobresale que el verdadero amor, uno que no conoce de límites si se desea estar con la persona que ama—afirmó el guía con una sonrisa. —Me gustaría regalarle un bonsái de cerezo, señorita, ¿lo aceptaría?

—Es muy amable de su parte, pero no puedo—. Tito abrió la boca; aun así, lo silenció con la mirada—. Sé que cuidar de un bonsái requiere de mucha responsabilidad y de tiempo. Y, de momento, no cuento con lo último.

—Acepto con gusto su rechazo—dijo inclinando el torso y la cabeza hacia delante—. Usted me recuerda mucho al emperador y a sus semillas de flores.

—¿Al qué? —preguntó ella confundida.

—Un Emperador—le aclaró antes de continuar—, preocupado por su muerte, convocó a todas las jóvenes del reino y le dio una semilla a cada una. Ellas debían de regresar en la primavera y la que tuviera la planta con la flor más hermosa se convertiría en la esposa de su hijo.

» Al cabo de un año, todas regresaron con hermosas flores, excepto una. Cuando el emperador llegó junto a la joven que no pudo hacer germinar su semilla, quien cabizbaja y melancólica, vio que los ojos del Emperador brillaban. Fue entonces cuando el emperador anunció que ella sería la esposa de su hijo.

—¿Y por qué hizo eso? —Soltó Scarlett confundida.

—Por la simple razón de que fue la única que actuó con honestidad. Todas las semillas que repartió el Emperador estaban tostadas y ninguna podía florecer—le explicó el guía.

—Ah, muy buena lección—contestó ella.

—Si las personas se detuvieran solo un poco en analizar esas historias, no se harían preguntas en el presente—comentó el guía, y una pacífica calma se instaló en su rostro.

Scarlett frunció el ceño ante su comentario. Al rato salieron del local con un Tito echando pestes porque su hermana no aceptó el bonsái.

Ya en casa Tito, se retiró a hacer sus tareas, aunque Scarlett tenía la fuerte sospecha de que se pondría a ver animes. En cuanto a ellos, procedieron a aplicarse la ley del hielo. Más tarde por instancias de Leticia subieron a la azotea, estar allí hizo que ellos volvieran a montarse sobre la montaña rusa de sus sentimientos. A ambos les dolió el pecho por la crudeza de las emociones.

Se tumbaron en el suelo bajo la única cobertura de las estrellas, el aire se tornó fresco, casi frío. Entonces, la abuela, después de repartir unas arepas, comenzó a relatarles mitos sobre las estrellas. Por ejemplo, les contó sobre la de Andrómeda y Perseo, inmortalizados por el dios mitológico Zeus para que su historia no fuera olvidada. Scarlett observó como Ryo entornaba los ojos como si esperara verlos allá arriba.

—¿Buscas a la hermosa Andrómeda o al valiente Perseo? —le susurró ella dándole un leve empujoncito con el hombro. En verdad, no le hacía bien estar así con Ryo.

—No—negó Ryo pensativo.

—Entonces, ¿qué haces? —curioseó Scarlett alzando las cejas, expectante.

—Busco la estrella que sea la más bonita, pero no puedo encontrarla—le respondió Ryo girando el rostro para mirarla a la cara.

—¿Y eso por qué? —Preguntó ella confundida a la vez que sacaba su móvil de su pantalón, frunció el ceño al ver un número desconocido. Como tenía costumbre de no contestarlos, lo apagó—. Si te fijas bien, hay muchas allá arriba.

Ryo cerró sus párpados y soltó un leve suspiro.

—Ninguna brilla como tú—dijo en voz baja, abrió sus ojos y la miró.

A Scarlett se le atragantó la respiración y un torrente de emoción le hizo saltar el corazón. Sus mejillas se tiñeron de rojo.

Leticia se aclaró la garganta, con una mezcla entre sorpresa y curiosidad. Scarlett apartó la vista de Ryo y se puso a contemplar las estrellas tratando de calmar los erráticos latidos de su corazón. Todo ese rollo con Ryo la tenía muy confundida en cuanto a sus sentimientos se refería, pero de lo que, sí estaba segura, era lo feliz que se sentía cuando Ryo le decía cosas bonitas sobre ella.

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