Amaterasu

Scarlett se despertó en medio de un jardín decorado con arena poco profunda, grava y rocas que simulaban montañas. Además, abundaban el bambú, los pinos negros, helechos y musgos. Caminó por un sendero de piedras brillantes parecidos a los diamantes. Cruzó un puente arqueado de madera, debajo del cual las aguas se refugiaron con cientos de colores y tonalidades diferentes. Miró hacia arriba y contempló un millar de estrellas.

De pronto, apareció un tipo de gallo llamado Onagadori, cuya cola era excepcionalmente larga. Se adentró dentro de un bosque lleno de árboles de glicina, cuyas sus flores colgantes parecían nubes coloridas flotando sobre el suelo, mientras cientos de mariposas blancas revoloteaban a su alrededor.

El viento empezó a mecer las flores ya a lo lejos se oyó una melodía silenciosa. Siguiendo la voz, llegó hasta una enorme terraza. Una mujer con un largo cabello negro y vestida con tipo de jūnihitoe aplaudía hacia un cielo estrellado donde brillaban cuatro soles, moviéndose al compás de sus manos.

Dime, Scarlett, ¿alguna vez has escuchado que cuando la diosa de la luz desaparece, las fuerzas malignas tienen vía libre? —preguntó la mujer con una sonrisa de orgullo.

—¿Sabe quién soy? —indagó Scarlett interesada.

Un trueno iluminó el balcón de marfil.

Las historias cuentan que soy una diosa que enseñó a los humanos a plantar arroz y tejer ropa—dijo la mujer con un bufido de fastidio—. Otros dicen que soy una de las figuras más importantes de la mitología japonesa y de la religión sintoísta.

Un escalofrío recorrió los huesos de Scarlett.

Mi nombre significa "resplandeciente en el cielo". Soy la reina del Takama No Hara (la Alta Llanura del Cielo), que es el reino de los Kami. Incluso los humanos alegan que soy el primer ancestro de la familia imperial de Japón.

—¿Acaso he muerto y en vez de ir al paraíso cristiano, vine al de los sintoístas? —tartamudeó Scarlett, presa del pánico. Un destello emergió entre los árboles que colindaban el perímetro del jardín.

¿Quién soy, Scarlett? —mientras preguntaba su pelo negro se sacudía arriba y abajo, movido por la energía que desprendía su cuerpo.

Scarlett sintió mucho miedo de suponer que estaba hablando con una diosa. Y no una cualquiera.

—Soy Amaterasu, Scarlett, pero déjame aclararte que todas esas leyendas se quedan cortas con lo que realmente soy.

Una brillante luz salió de su cabeza y al instante cientos de llamaradas en forma de rayos cayeron a su alrededor. Sus manos se iluminaron y una impresionante descarga impactó sobre la pierna de Scarlett, quien aulló de dolor. Amaterasu se movió a la velocidad impresionante, y se paró frente a ella, chasqueó sus dedos y unas ramas ataron sus extremidades.

—Ni en todas tus reencarnaciones se te ha quitado lo terca—comentó depositando un beso en la mejilla de Scarlett—. Si tu padre estuviera vivo y te viera, dudaría de su paternidad. Y en verdad, mi hija amada, no sabría ni qué decirle.

La diosa introdujo una de sus manos en un pequeño estanque y sacó un espejo de bronce.

El miedo, en sí mismo, no es dañino—comentó con parsimonia a la vez que acariciaba su cabello—. Si lo manejas bien, puedes llegar a ser prudente, pero en tu caso, te ha vuelto en una cobarde.

—Suélteme—grito mientras luchaba contras las ramas.

—En verdad que eres tonta, no crees quien soy a pesar de que te he lastimado, tampoco confías en que Asa y Suki son tus hermanas a pesar de que te han salvado. Ah, pero si crees en la existencia de Puck, el duende de la buena suerte que, nació de una planta de marihuana y del gato con botas que habla. Por todos los soles, hija mía, sé un poco más congruente.

¡Solo quiero irme, maldita sea! —exclamó Scarlett, exhausta, física como mental.

—Ve el espejo y te dejaré libre—expresó Amaterasu con voz persuasiva.

—No quiero—se negó Scarlett.

—Ese es mi castigo por haberte mimado tanto, pareces una mocosa enfurruñada—dijo Amaterasu con cara de aburrimiento—. Si fuera por mí todo este lío se resolvería aquí y ahora, bajo mis términos.

De entre los árboles de glicinas, salieron dos criaturas con apariencia de niños con una cabeza enorme y pelaje pelirrojo que cubrían sus cuerpos. Treparon por el cuerpo de Scarlett, usando su cabello para abrirle los parpados.

—Tal vez no los recuerdes ahora, pero esas criaturas se llaman Kijimuna—expresó Amaterasu con una risita—. Cuando eras pequeña, te encantaba jugar con ellos.

—¿Qué clase de madre es usted que obliga a su hija hacer algo que no quiere? —replicó Scarlett con una mezcla de miedo y enojo.

—Recuerda que los dioses no pedimos permiso para nada, no te equivoques, te amo con todo mi corazón—le respondió la diosa—. Más adelante tendremos tiempo para conversar. Por ahora, solo deseo que recuerdes quién eres.

Acercó el espejo al rostro de Scarlett y una mezcla de imágenes apareció en forma de vórtice, mostrando escenas de una bebé siendo mecida por la diosa del sol. Luego, vio como Amaterasu le enseñaba a caminar y a cantar. La imagen cambió y Scarlett vio a una niña parecida a ella jugando con otras niñas, al parecer, sus hermanas. Luego apareció más adulta cuidando de un jardín, y, por último, vio a Ryo robándole un beso.

Una lágrima mojó la mejilla de Scarlett. Las ramas que la sujetaban desaparecieron y las criaturas se alejaron de ella. Sus rodillas no lograron sostenerla y cayó al piso.

—No es momento de que te derrumbes, Narumi, entérate del por qué no puedes recordarme—dijo Amaterasu.

Scarlett se vio en el espejo descendiendo por unas escaleras, dejando atrás a un grupo de mujeres llorando por ella, para entrar en un lugar oscuro y tenebroso como el que había soñado días atrás. Una mujer podrida y llena de gusanos, junto a ocho horribles dioses del trueno, la capturaron.

—Esa mujer es Izanami—explicó Amaterasu—. Ella envió a un Yomotsu-shikome a que te detuvieran. Sin embargo, no les resultaste una presa fácil. Cuando Reiko y yo dimos con tu paradero, ya te habías encargado de las mujeres demonios llamadas Hannya. Tu hermana se encargó de la Nure-onna, a quien castigué con dureza por atacarla a traición, dejándole una herida horrible en la espalda. Yo terminé enfrentándome a Izanami, teníamos asuntos que resolver, la muy perra intentó matarte y no iba a perdonárselo.

» Caíste en la trampa de una Nure-onna que se disfrazó de una mujer en peligro que cargaba a un bebé. Cuando fuiste en su ayuda, el supuesto bebé, se convirtió en una piedra gigante que te impidió escapar de su ataque. Fue entonces que Yomotsu-shikome, usando la magia Kodoku, lanzó sobre ti un maleficio que borró todos tus recuerdos. Esos sueños que te persiguen fueron distorsiones del hechizo demoniaco.

El viento azotó la melena azabache de Amaterasu, quien dejó escapar un grito de pena.

—Fue tan doloroso para mi ver en tus ojos que no me reconocías—expresó la diosa acongojada—. Eres tan fuerte, Narumi... Tú no sabes lo fuerte que eres. Ahora debes salvar a tu chico marihuana.

Scarlett la miró con un corazón rebosante de reproches. No entendía por qué la dejó sola, por qué no intervino en su ayuda en todo ese tiempo. Llegó a la conclusión de que nunca se interesó por ella.

—No pienses eso de mí, Narumi. Nunca estuve de acuerdo con tu relación con el lunarcito, y aunque no entiendas del todo, quiero que sepas que tuve mis motivos—explicó Amaterasu.

—Me abandonó—le reprochó Scarlett, a punto de llorar—. No importa con qué fin lo haya hecho.

—Tu resentimiento hacia mí es lo menos importante. Ahora te enviaré de vuelta al mundo terrenal. No olvides de que, si quieres romper la maldición para que tú y Akio regresen, debes de convencer a los ocho inmortales.

Una luz salió de la frente de Amaterasu que dejó ciega de inmediato a Scarlett. Y antes de perder la conciencia, escuchó:

—Te he devuelto tus recuerdos y tus antiguas emociones para que sepas utilizar los dones que heredaste de mí. Lo vas a necesitar, ya luego te castigaré por bajar al Yomi sin mi permiso y hacerme sufrir.

Héctor sacudió bruscamente, zarandeó a Scarlett para despertarla.

—¡Piensas matarme! —exclamó Scarlett, enojada por los métodos de su amigo para despertarla.

—¡Eres una desgraciada! —replicó Héctor, con los ojos llenos de lágrimas—. ¿A dónde te fuiste? Por más que te sacudí, parecía como si estuvieras muerta.

—Digamos que estuve en una reunión familiar—informó Scarlett.

Adhara y Suki intercambiaron miradas. Scarlett las miró y recordó el vínculo empático que las unían.

—¡Otra vez juntas! —exclamó Adhara, sollozando.

Entre hipidos y sollozos, las hermanas se fundieron en un conmovedor abrazo. Scarlett, con palabras atropelladas, les pidió perdón. Además, no desaprovechó la ocasión para propinarle un puñetazo a Adhara por estar de amistosa con Akio. Luego, la ayudó a levantarse en medio de carcajadas. Ahora que todos sus recuerdos habían vuelto, estaba consciente de muchas cosas.

—Hay algo que no entiendo, si en verdad Scarlett es hija de Amaterasu, ¿por qué no tiene rasgos nipones? —Preguntó Máximo.

—Su mundo divide a sus habitantes por razas o rasgos, el nuestro no—explicó Suki—. Por ejemplo, nuestra hermana Dai parece a una rubia vikinga, Reiko una hermosa princesa sudafricana. Más adelante te puedo explicar mejor. Además, tenemos que borrar las memorias de tus compañeros. Tal vez, incluso la de ustedes—dijo Suki con frialdad.

—No puedes borrar mis recuerdos sin mi consentimiento—replicó Máximo—. Tanto Héctor como yo podemos serles de mucha ayuda.

—Ni para buscar para papel sanitario—replicó Suki sin ningún tipo de censura en su mirada.

—Estoy de acuerdo en que las memorias de los demás sean borradas—intervino Asumi—. Pero creo que estos dos nos pueden servir de mucho.

—¡Oiga, yo no soy ningún tributo! —reclamó Héctor—. Entendí muy bien sus segundas intenciones en ese comentario.

—Mi hombre de confianza se encargará de llevar estos chicos a sus casas, por otra parte, tenemos que idear un plan para encontrar y rescatar al amo Akio—expresó preocupado Asumi.

—Tenemos asuntos pendientes que aclarar, Asumi—amenazó Scarlett mientras lo acusaba con un dedo—. ¿Y quién es su mano derecha? —preguntó con interés.

—El hombre del cual hablo es el detective Cabrera, el padre de Máximo. Incluso, quiero informarle que su amigo también pertenece a mi grupo de búsqueda de seres mitológicos.

Scarlett miró a Máximo en busca de respuestas, pero este agachó la cabeza. Entonces, recordó las palabras de Héctor el día en la cancha de baloncesto, se sintió un poco decepcionada, sin embargo, no contaba con el tiempo para que Máximo pudiera aclararle. Y como si hubiese sido invocado, apareció el detective Cabrera.

Dagoberto Cabrera, un detective retirado y amante de lo mitológico, entró hace varios años en un grupo que se encargó de investigar sucesos relacionados con apariciones de demonios o dioses de la mitología china y japonesa. Con el tiempo, fue escalando posiciones y conoció a Asumi, y con el paso de los años se ganó su confianza.

Fue el detective Cabrera quien guió a Asumi al edificio donde vivía Scarlett, y juntos la siguieron hasta la floristería del señor Tanaka, quien también era uno de sus colaboradores y donde por error también se topó con Jiro. También le explicó que Joan pertenecía a la secta de Jiro, aunque desconocía si él sabía quién era ella o el porqué de su asesinato.

De repente, el suelo se abrió y otro potente temblor sacudió los pocos cimientos que quedaban en pie. Entonces, Ganbaatar apareció detrás de Asumi y le clavó por la espalda una espada.

—Perdonen la interrupción—dijo Ganbaatar con mirada burlona—. Pero mi ama solicita su presencia.

Al igual que pasó con Ryo, unas cadenas aprisionaron a Asumi. Él exhaló un suspiro y le gritó a Scarlett: —Busqué la carta que le envié.

Las cadenas tiraron de él, y unas columnas de humo se alzaron por el aire, esparciendo hollín por todas partes. Cuando se esclareció, Asumi y Ganbaatar habían desaparecido.

—No tenemos tiempo que perder—exclamó Suki—. Si se llevaron a Asumi es porque sabían que él podía dar con el paradero de Akio.

—No solo se llevaron a Asumi—aclaró Héctor—. También a Suzaku.

—¿Dónde está la carta, Narumi? —Asa preguntó.

—No sé a qué carta se refería—musitó Scarlett.

—Dijo que te la envió, lo más seguro estará en tu casa—añadió Máximo.

—Que el detective Cabrera y Máximo se encarguen de llevar a estos chicos a sus casas—ordenó Suki—. Asa, Asumi, Héctor y tú, vayan a buscar la susodicha carta.

—¿Y tú qué harás? —le preguntó Scarlett.

—Tengo que resolver un pequeño asunto, no se preocupen, me reuniré con ustedes dentro de poco. Además, necesito usar mucho poder para reparar esta casa o lanzar un hechizo que altere la realidad de las personas que la han visto—explicó Suki.

Llegaron a la casa de Leticia, y como Asumi les había asegurado, encontraron la carta. Estaba junto a unos recibos. Corrieron a la habitación de Scarlett para leerla.

Eres la pequeña chispa nacida de la que brilla en el cielo. Permite que las luciérnagas te guíen, y cuando un arcoíris aparezca en la noche, cuidado con Antares. Deja que la mangata te muestre los peldaños que te llevarán de vuelta a donde todo comenzó, antes de que el escondido, termine su ciclo. No temas a la reina ni al amante enfurecido. Recuerda que tu poder reside en algo que quizás crees no poseer. No olvides que cuando los dioses se inclinen a observar, debes entregar una dádiva para que puedan regresar.

—Entiendo algunas cosas, otras no tanto—expresó Adhara.

—¡Me encantan los acertijos!—exclamó Héctor emocionado.

El celular de Scarlett comenzó a vibrar con insistencia, mientras alguien tocaba el timbre de la puerta. De repente, se escuchó un grito de espanto. Todos corrieron a la sala y se encontraron con Jiro, quien tenía retenida a Leticia a punta de navaja.

—No te enseñaron, cuñada, que es de mala educación no contestar una llamada—dijo Jiro con una sonrisa siniestra.

—¡Deja a mi abuela en paz!—rugió Scarlett, mostrando una determinación feroz.

Jiro se echó a reír ante la reacción de Scarlett.

—¡Suéltame, hijo de la...! —le gritó Leticia, luchando por liberarse.

—Cállese, vieja loca—escupió Jiro con desprecio—. Si hubieras contestado mis llamadas, esto no hubiera pasado. ¿Quiero que me lleves con mi esposa Lin Jing?

—Qué clase de marido eres tú que no sabe dónde está su esposa—se burló Adhara.

—No tengo por qué contestarte, zorra —replicó Jiro con infinita arrogancia.

—La única zorra que conozco que anda lloriqueando por las esquinas por un hombre que no la quiere es la tuya—contraatacó Adhara.

—¡Diablos, esa si estuvo buena muchacha! —exclamó Leticia.

—Andando, zorras del sol—les ordenó— Tu amigo y está vieja también nos acompañaran a dar un paseo.

El príncipe Jiro los obligó a todos a abordar la parte de atrás de una camioneta. El conductor aceleró a una velocidad alta e imprudente, y comenzó a zigzaguear como si estuviera tratando de esquivar algo. Scarlett y los demás escucharon un ruido sobre el techo y de pronto, una espada llameante los atravesó como si fuera mantequilla, creando una gran apertura.

Adhara soltó un grito emocionado al ver a su hermana Seiko. En cambio, Scarlett se entristeció al notar la horrible cicatriz que le cruzó la cara. La camioneta volvió a zigzaguear y Seiko casi salió disparada. El chirrido de las llantas del vehículo se mezcló con el sonido de varios disparos.

—¡No te quedes ahí sin hacer nada, Narumi, protege a estas personas!—le gritó Seiko a Scarlett antes de saltar a otro vehículo.

Scarlett intentó formar un campo protector con sus manos. Vio a Héctor y a su abuela mirándola temerosos. Cerró los ojos y trató de acumular energía, pero no lo consiguió. El conductor frenó abruptamente y la puerta fue arrancada de golpe. Suki, con moretones y heridas, los ayudó a salir de la camioneta. Scarlett alejó a su abuela y a Héctor de la carretera y, de inmediato, Suki lanzó fuego a diestra y siniestra contra un grupo que iban a atacarlos.

—¡Agáchate! —le gritó Reiko mientras saltaba por encima del grupo con su espada.

En el cielo se formó una gran nube negra de la cual descendieron decenas de Ubagabi. Scarlett notó que su abuela quedó impactada por los seres extraños que vio. Entonces, miró a su alrededor y reconoció el parque donde había tenido su cita con Máximo. Tomó de la mano a Leticia y empezó a correr hacia allá. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top