5⋆.˚ Gato, gato, gato
꒰ Irina ꒱
Max, en simples palabras, era un atrevido gato naranja. Nació en una familia sumamente religiosa, así que sus padres impartían reglas y prohibiciones que durante algunos años lo hicieron esconderse del mundo exterior. Ellos creían que un hijo varón necesitaba ser fuerte, rudo y capaz de formar una familia. Y que el amor era solo para sus creencias. Pero Max solo era un chico gay a punto de rebelarse. En ese entonces él ni siquiera entendía porque odiaba la sola idea de ser como sus padres, hasta que finalmente se sintió capaz de descubrirlo.
Y por primera vez en su vida fue libre.
Cuando lo conocí, comprendí perfectamente sus razones para alejarse de ellos. Max se sentía solo incluso si a su alrededor estaban sus propios padres o la numerosa gente de la iglesia a la que asistía cada domingo. Porque sabía que ninguno se sentiría lo suficientemente orgulloso de lo que en realidad era.
¿Y qué era realmente Max?
Muy aparte de ser coqueto, su personalidad era como el mismísimo Sol. Brillante, energético y cálido. Declarado abominable por sus padres por el simple hecho de ser gay, Max solo tenía un deseo: quería ser fielmente amado. Por eso llevaba más de dos años en búsqueda de su amor eterno. Él creía que el amor era la fuerza más poderosa del universo, que ni la propia maldad podía vencerla, que todos en la vida necesitamos ser amados para ser finalmente felices.
Max era un amante empedernido del romance. Y sus creencias iban más allá de las coincidencias.
—Así que tú eres el adorable alienígena que le propuso matrimonio a mi queridísima Irina, ¿verdad? —dejó en un rincón la enorme caja de leche descremada y alisó su arrugada camisa—. Es un gusto conocerte, soy Max. Puedes llamarme Maxi, Maximiliano o el amor de tu vida. ¡Da igual! Estoy para ser amado
Almond sonríe, encantado.
—Eres muy alegre —comenta, entusiasmado después de escucharlo—. Me da gusto conocerte. Maxi. Me llamo Almond
—Almond, Almond. ¡Es un nombre único! Pero muy lindo
Guiña el ojo y, si no fuera porque estaba demasiado cerca de mi jefe y no quisiera quedarme sin trabajo, rodaría los ojos.
—Maxi —chillo— ¿terminaste de coquetear?
—Nena nací para coquetear, así que no frenes mi sabrosura. ¡Déjame vivir!
—Hablando así pareces cubano
—Cubano, colombiano, dominicano, da igual. Hay sabrosura en mi sangre
No me quedó de otra que resoplar.
—Bien, como digas, nene —pero mi torpe intento por imitar su tono de voz cada vez que decía aquel apodo fue un total fracaso—. ¿Para qué tanta leche? Tenemos reserva en el frigorífico para la venta de hoy
—Porque tenemos un gran pedido de pan dulce
—¿El asilo volvió a pedir pan dulce? —pregunte, era una inconfundible rutina de las enfermeras de aquel lugar pedir pan dulce para alegrar los últimos días de aquellos pobres ancianos. Porque así describen el por qué de tal compra
—Sip, así que ha trabajar. Al menos que Almond quiera unirse a nosotros y ser de ayuda
Al adorable alienígena no parecía importarle tanto la intensa mirada de Max, pero sabía que estaba demasiado nervioso como para responder de inmediato. Así que no me quedaba de otra, tenía que ser yo la que hablará por él.
—Almond tiene vida, nene
—Oh, es una pena. Me agradaba la idea de tener que convertirme hoy en su maestro de repostería —baja los labios, desilusionado—. ¿Piensas volver otro día? Prepararé magdalenas para ti o el postre que desees
—Le gustan las tartaletas de fresa
Sí que estaba prestando atención.
—¡Wow! Son una delicia. Tienes buenos gustos, Almond
Vuelve a guiñar el ojo y siento que me estoy quedando sin ideas.
—En realidad, no tengo nada que hacer hoy. Así que puedo quedarme, Maxi
Mi coqueto jefe sonríe como nunca.
—¡Qué buena noticia! Necesito manos masculinos en mi cocina
—Max no —advierto—. No lo uses de forma indecente
—No lo haré, simplemente quiero ver otro rostro en mi cocina. No tu celosa mirada
Sabía lo que intentaba decir, estaba actuando como una novia celosa y no parecía dispuesta a dejar de hacerlo a pesar de que no deseaba demostrar mi interés de proteger al tímido compañero que permanecía todavía de pie, sumamente expectante.
Max fue directo al grano y entrelazando su brazo al de Almond, lo guio hacía la cocina dejándome atrás.
Ahora sí me permití rodar los ojos y suspirar, establecer mis emociones en está clase de situación era sumamente agotador. Sobre todo, si Almond todavía seguía poniéndome nerviosa. Pero dudaba que pudiera escapar de esto, tarde o temprano tenía que darle una respuesta, probablemente arrepentida o victoriosa. Todo dependía de lo que el destino, al parecer, estuviera haciendo con nosotros dos.
O conmigo, en específico.
Solo segundos después los estoy siguiendo hacía el interior de la cocina. Ahí donde el orden para Max es la mejor forma de trabajar, donde la música disco y las baladas románticas se escuchan en la radio cada vez que nos sumergimos en recetas, pedidos y más pedidos.
Pero en este momento la radio está apagada y Max enseña cada objeto, artefacto o libro de apuntes que compone está dulce cocina. Y en lugar de música alta, solo escucho la coqueta risa de Max y las titubeantes respuestas de Almond quien de vez en cuando me observa, dubitativo y vacilante. Parece no disfrutar de toda la agonizante atención que le brinda mi jefe.
—¿Entonces ustedes pasan mucho tiempo aquí? Digo, encerrados —pregunta, aún más nervioso que de costumbre
—Digamos que sí, pero me gustan los hombres así que no tengas malos pensamientos. Irina, digámoslo de forma amable, no es mi tipo
—Wow, gracias. Me halagas, nene
Y ahora es él quién rueda los ojos.
—Yo solo decía, parecen hermanos —comenta Almond tras un par de segundos de silencio
—Digamos que somos hermanos, de diferentes padres, pero hermanos que se quieren y cuidan mucho —Max me observa, con esa brillante y decidida expresión—. ¿Verdad, Irina?
—Algo así
Max resopla.
—Como sea, ¿te gustaría preparar pan dulce con nosotros?
—Sería una gran oportunidad para aprender más
—Es claro que sí, nene. La repostería es un arte dulce, algo sumamente valioso en la vida de tu futura esposa. Así que si deseas impresionarla, aprende del maestro
—¡Oye! —regaño
Almond ríe, Max ríe y yo solo cruzo los brazos. Están hablando de mí, sin ninguna consideración.
—Suena increíble
Pero Almond no lo mira a él, sus ojos están clavados en los míos y hay un dulce sentimiento que intenta transmitir. Es como si me dijera: Oye, lo estoy haciendo por ti. Solo por ti, Irina.
Probablemente lo había entendido demasiado rápido o era solo idea mía, sea lo que sea, no existía ningún deseo de su parte por hacerme sentir miserable. Porque Almond, ese adorable y tímido alienígena, era como un hermoso libro abierto. Sus páginas tenían plasmadas la inmensidad de sus pensamientos y esos sentimientos que, aunque tuviera demasiado miedo de aceptar recordando lo vulnerable que podía llegar a ser, no buscaban lastimarme.
Y mi corazón comenzaba a indicar que algo pasaba dentro de mí, y que iba más allá de mis restricciones.
Recobro la claridad de mis pensamientos para acercarme al inmenso estante blanco y buscar algún mandil que no tuviera como bordado flores, gatos o pequeños cachorros. Pero mi intento por encontrar algo decente para Almond falla, todo es adorable y bajo la exhaustiva selección de Max.
—Ten, te servirá para no ensuciar tu ropa
Él me sonríe y con sinceridad no entiendo la razón del temblor en mis manos.
—Gracias, Irina
Mi cuerpo reacciona cuando siento sus dedos rozando la piel de mis manos.
—Te divertirás, Almond
—Estoy completamente seguro de que será uno de los mejores días de mi vida, Irina —dice él. ¿Escuchaste, querido corazón?
Me estremezco y la causa está delante de mí, con una tierna sonrisa sobre los labios. Almond no lo sabe, pero hay una especie de conexión ahora, como si pudiera escuchar atentamente a través de su mirada. Y los desenfrenados latidos de mi corazón me hacen reaccionar, aunque no quisiera hacerlo.
Aunque, por un simple momento, quisiera entender más esta clase de sentimientos.
¿Acaso el escudo que intentaba protegerme había caído?
Suspiro, no estoy segura de poder tener una respuesta.
—Me alegrará saber eso, Almond
—¿De verdad? —denota nuevamente un tono de voz entusiasmado y alegre
—Sí, ¿por qué no tendría que alegrarme algo así?
Aún más, ¿por qué ambos hablamos tan tímidamente?
—Porque tenía miedo de invadir tu espacio
—No lo haces, me alegra tenerte aquí. Hoy conocerás una parte de mí
—Me emociona conocer esa parte de ti
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