2⋆.˚ Definitivamente

Irina



La primera vez que conocí a Yen fue el día de mi mudanza. Estaba agotada, con muebles por mover y ropa que ordenar, pero ni siquiera el constante rugido de mi estómago llamaba mi atención. Solo quería cerrar mis ojos y dormir profundamente, así que agarre una colcha, apagué mi celular y me recosté en mi viejo sillón esperando descansar durante largas horas.

Es solo que mi plan fue arruinado.

Una estruendosa risa en el corredor se escuchó, era demasiado temprano y yo solo podía preguntarme quién era el causante. Refunfuñando me puse de pie y abrí la puerta, ahí conocí a la espléndida Yen. Su agradable voz era el despertador de todos los vecinos y como prácticamente ella era dueña del edificio, nadie podía quejarse. Y no creo que alguien quisiera hacerlo.

Yen era un ángel, un ser completamente mágico. Escucharla reír, hablar o recibir su consuelo podía llegar a ser algo preciado.

Recuerdo bien su alegría al verme. Me acogió en sus brazos y su dulce aroma a galletas me inundó, pero por alguna extraña razón no me alejé. Probablemente porque deseaba tanto un abrazo. Se presentó y preguntó mi nombre, quería saber sobre mí, si estaba bien, si me sentía a salvo ahí, si el departamento era completamente cómodo. Durante ese momento me olvidé de mis ganas de dormir y respondí claramente cada una de sus preguntas. Ese día, esa misma noche, cené en una pequeña mesa rodeada por personas que no dejaban de hablar ni reír.

Fue algo nuevo.

—¿Te gusta la lasaña, Almond? —Yen mira esperanzada al alienígena y este sonríe

—Es deliciosa, señora Yen. Es grandiosa como chef

La susodicha menea la mano restando importancia a su talento, pero sé que adora los halagos.

—No hay de qué, querido. La comida es la puerta del corazón —comenta contenta, dándome una pequeña y traviesa mirada—. Así que ya sabes que cocinarle a mi Irina puede ser tu método factible para conquistarla

Ruedo los ojos, ahí va de nuevo.

Miro mi plato casi vacío e intentó ignorar que el adorable alienígena no deja de observar cada uno de mis movimientos. No es la clase de sensación asfixiante, pero tanta atención resulta ser algo inesperado.

—Tomaré en cuenta su consejo, señora Yen

—Solo Yen, querido —sonríe y ella cae rendida a sus pies

¿Qué más podía esperar? Yen es cupido.

Los primeros días viviendo aquí comprendí que a ella nada se le podía escapar y siempre estaba dispuesta a cuidar de ti. Fue ahí cuando escuché una historia. Lilian, mi jovial vecina, había llegado desde la selva peruana con el corazón roto y un pequeño bebé en brazos. Estaba sola, hambrienta, asustada y cansada de tanto llorar que Yen fue un rayo de esperanza. La dejó quedarse aquí y llegaron a un acuerdo sobre el futuro pago. Pero la intrépida mirada de Yen despertó una clara decisión: Sanar el corazón de Lilian.

Como una bonita historia de amor, Lilian se enamoró de un nuevo vecino. Un hombre igual de solitario que ella. Y resultó que el presentimiento de Yen no se equivocaba. Lilian iba a ser completamente feliz y al final alguien podría amarla de verdad. Meses después se casaron y su historia de amor se colgó en la sala de estar de cupido Yen. Porque ella había ganado.

Ni piense que colocará una fotografía de mi boda en su pared.

—Pero dejemos de hablar de mi fabulosa receta, cuéntame de ti, Almond. ¿En qué trabajan tus padres?

Almond sonríe, no se siente forzado a contestar.

—Mis padres son alienígenas, ambos trabajan como astrónomos en la NASA

—¡Wow! ¿Y tú también eres astrónomo?

—No, soy pediatra

Yen sonríe de oreja a oreja, está complacida lo sé, pero su enamoradiza mirada no me engaña. Quiere llegar a un punto en especial.

—¿Te gustan los niños? —pregunto, él me observa satisfecho de finalmente escucharme

—Sí, los niños humanos son adorables —contesta—. Aunque tienen ciertos rasgos comparativos con un niño alienígena sobre su crecimiento, la inocencia en ninguno de ellos se puede comparar

—¿Eso significa que quieres tener muchos hijos?

Me detengo, entonces a ese punto quería llegar.

—Sí, claro —sonrojado murmura—. Sobre la cantidad, creo que Irina debe dar su opinión. No me siento capaz de forzarla a tener muchos hijos

Oh, diablos. ¿Ahora estamos hablando de hijos?

—Esperen, ¿hijos? ¡A penas lo conozco, Yen! —exclamó, golpeando la mesa con mi mano

—Es un vínculo, ¿verdad? Entonces ya sabemos que se casarán y tendrán una familia. No seas amargada, niña. Vive un poco fuera de las reglas

—No soy amargada, simplemente no debemos adelantarnos —regaño

Almond guarda silencio y la tristeza se instala en su mirada. ¡Carambas! No necesito ahora sentirme tan miserable por gritar de esta manera.

—Irina ¿quieres comer nuevamente lasaña? —pregunta, bajo una clara amenaza

—Sí

—Entonces no seas amargada y déjame hablar con él

Yo no había planeado esto.

Dirijo mi atención al resto de lasaña, regañada y molesta, sintiéndome como una pequeña niña a punto de hacer una rabieta. No me gustaba la idea, mucho menos el sentido de soñar con una familia completamente feliz y niños llamando por mí por cada rincón de la casa. No ahora que Almond había aparecido en mi puerta con el deseo de poder amarme.

Sus palabras vuelven a instalarse en mi cabeza.

Dices que no sabes sobre el amor, entonces puedo enseñarte. He leído muchos libros de romance por ti, para saber cual es la forma correcta de expresar mis sentimientos y de como puedo decirte cada día lo que siento por ti.

Su forma de consolarme había provocado una extraña sensación en mi pecho. Mi corazón no solía alterarse por un pequeño detalle, pero está vez fue diferente. Y eso probablemente me atemorizaba.

¿En realidad qué era el amor?, ¿por qué la imaginación nos lleva a desear algo tan simple? Y sobre todo, ¿yo había nacido para tener esa clase de afecto?

Necesito salir de aquí, ha pasado mucho desde que mi mente se llenó de tantas interrogantes.

—Simplemente es diferente —la suave voz de Almond me detiene, sé que están hablando de mí—. Incluso si debo mostrarle lo que siento, lo haré. Con tal de no verla triste ni asustada

Abro los labios, ¿cómo se respira?

Sé que a veces exagero y que puedo llegar a construir un enorme muro frente a mí para no hablar de lo que siento. Y que, indudablemente, Yen quería verme feliz. Pero no me sentía capaz de hacerlo, de amar y soñar, de desear algo tan grande como el amor. Y tampoco entendía la razón.

—¿Realmente soy tu alma gemela? —titubeó, sin comprender lo que de verdad estoy haciendo

—Sí, lo eres —contesta—. ¿Cómo puedo demostrarte que no miento?

—Créeme, Almond, no eres tú el problema

—Entonces ¿quién?

Vuelve a dolerme el corazón y soy incapaz de responder.

—Por ahora yo —no hay claridad en mi voz, solo una vulnerable persona que intenta desahogarse

—Lo siento —susurra

—Deja de disculparte, no es tu culpa, Almond

—Sin embargo, es mi culpa no haber llegado antes, probablemente habría evitado que te sintieras triste y... —se detiene—. Sola

—No está sola, Almond —Yen dice, llamando nuestra atención—. Ella tiene una pequeña y extraña familia, está aquí, abajo, esperando que hoy duerme en paz. Mi familia ahora es su familia, no te culpes por algo del pasado

Los ojos de Yen brillan y sé que está conteniendo sus lágrimas. No suele llorar tan a la ligera, odia arruinar su maquillaje, pero ella simplemente está recordando mis palabras. Porque fue ella la primera persona en conocerme en realidad y a quién le conté cada de mis penas.

Sabe quién soy, de dónde vengo y por qué parecía una caja de secreto en aquel entonces.

—Y se lo agradezco, señora Yen

Almond sonríe y sus preciosos ojos contemplan a la mujer que ahora intenta no llorar.

—No me agradezcas, mi Irina es una chica buena y dulce. Merece que la cuiden y amen mucho. Así que no le rompas el corazón

—Nunca lo haré, lo prometo

Mi corazón vuelve a agitarse al escuchar su promesa, siento las manos sudorosas y el cuerpo entumecido. Y, aunque intentó hablar, sé que las palabras han desaparecido convirtiéndose en un eterno pensamiento. Parecía una joven a punto de descubrir lo qué significaba el primer amor.

—¡Bien! Entonces termina de cenar, alistaré el cuarto de invitados para ti —dice ella con alegría—. Será una noche fría, así que quédate y mañana los dos podrán hablar con claridad

Yen se pone de pie, limpia sus manos y se aleja por el pasillo hacía mi habitación.

Para entonces solo estamos nosotros dos, bajo un profundo silencio. Intento no hacerlo, deseo no imaginarlo, pero cuando mi atención vuelve hacía al adorable alienígena me doy cuenta de qué no estaba lista para dejarlo ir. Mucho menos si esa noche soñé con millones de estrellas y un par de ojos celestes.







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