CAPÍTULO 2
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UNA DEUDA
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—No deberías haber hecho eso, Mario...—le decía la joven, manteniéndolo aún en un abrazo estrecho mientras elevaba su rostro para encontrarse con la mirada de Mario. Su cara, marcada por una serie de moratones evidentes, reflejaba las consecuencias de la pelea que había tenido con aquel otro hombre.—Mírate...
—Estoy bien...—respondió él, dirigiéndole una mirada llena de ternura. Luego, continuó con voz sincera—. Haría cualquier cosa por ti; no podría soportar que alguien se atreviera a ponerte las manos encima de una manera tan indecorosa.
En ese instante, el señor Philip, el propietario del prostíbulo, irrumpió en la escena con una expresión de sorpresa y furia. Sus ojos se abrieron desmesuradamente al contemplar el caos que reinaba a su alrededor.
—¡Pero qué demonios está sucediendo aquí! —exclamó con voz estruendosa, la furia reverberando en cada palabra—. ¿Por qué está todo hecho un desastre, Ángela? —inquirió, dirigiendo su mirada hacia la camarera con una mezcla de preocupación y enojo—. Y, por el amor de Dios, ¿qué hace un cliente cubierto de moratones?
Mario, al escuchar la voz autoritaria del dueño, se volvió hacia él, tratando de justificar la situación.
—Señor, la razón por la cual todo está destrozado es que estaba defendiendo a su camarera y bailarina —respondió con seriedad, sin mencionar que su relación iba más allá de la simple camarera y cliente. Su mirada denotaba una mezcla de desafío y respeto, consciente de la delicadeza de la situación.
—Esto es un prostíbulo, chico. Aquí, los hombres vienen a disfrutar y a pasar un buen rato, no a ser molestados o agredidos.
—Señor... —interrumpió Ángela con tono firme—. Un hombre me faltó al respeto y otro intentó propasarse conmigo de manera inaceptable.
—Ángela, sinceramente, eso no me importa, querida —respondió el señor Philip con desdén—. Recuerda que tienes una deuda pendiente conmigo.
—Ve a tu habitación a prepararte —le ordenó el señor Philip con firmeza—. Ya ha amanecido y es necesario que sirvas copas a los clientes que vengan.
—Sí, señor... —respondió Ángela, comenzando a prepararse para subir las escaleras. Sin embargo, Mario la detuvo gentilmente, sujetándola del brazo, y se dirigió al señor Philip—: Estoy dispuesto a ayudar a Ángela a saldar su deuda. Si es necesario, puedo trabajar aquí.
—Eres un joven ingenuo —le comentó el señor Philip con una expresión de desdén—. Estás poniendo en juego tu libertad por una persona a la que ni siquiera conoces. Sin embargo, dado que estás decidido a seguir adelante, te convertirás en nuestro gigoló. Aquí también recibimos a mujeres que vienen a entretenerse, y para ello, te colocaré un camastro en la habitación de Ángela. Ella se encargará de enseñarte el oficio y, además, serás mi segundo camarero.
—Acepto—le respondió Mario al propietario del prostíbulo, mientras Ángela, en ese instante, lo observaba con una expresión de incredulidad en su rostro. No podía entender cómo él estaba dispuesto a renunciar a su libertad y entregarse, al igual que ella, a la vida de aquel lugar, quedando a merced de los caprichos de las mujeres que lo rodeaban. Por alguna razón, la mera idea de que cualquiera de ellas pudiera tocarlo le resultaba profundamente desagradable.
—Perfecto—le manifestó a Mario—. ¡Preparaos! Tenéis que estar listos para servir copas. Y por la noche, Mario, será tu primera actuación como gigoló. Mientras tanto, Ángela se encargará de ofrecer otro tipo de atención a los hombres. Hoy, ella tiene una cita en su habitación con un cliente importante que podría traer muchos beneficios a nuestro local.
—En este momento, voy a proceder a redactar el contrato, utilizando el mismo plazo que se le ha otorgado a Ángela. Y si lo estimo oportuno, podría ampliarlo —comentó mientras se alejaba, dejándolos a solas.
Una vez que se encontraron a solas, Ángela dirigió su mirada hacia Mario y le cuestionó en un tono suave pero directo: —¿Por qué hiciste eso? Tenías la oportunidad de salir de aquí y volver a ser libre, como lo eras cuando llegaste, siendo solo un simple cliente.
Mario, sintiendo la intensidad de su mirada, la atrajo hacia él con un gesto tierno. Se inclinó un poco más cerca y le respondió con voz apasionada: —Ángela, escúchame. No tiene sentido ser libre si me falta lo más importante en la vida: el amor. Mientras hablaba, sus ojos reflejaban una profunda emoción, un amor sincero y palpable.
—Mario... —susurró Ángela, con el corazón latiendo con fuerza.
—Por mucho que insistas, Ángela, yo me quedaré—aseguró él con determinación—. Ahora, vamos, tenemos que prepararnos, mi dulce bombón de licor. Después de estas palabras, tomó la iniciativa y subió las escaleras de la mano con ella, dirigiéndose a la habitación. Una vez allí, ambos se cambiaron de ropa, realizando el ritual previo a lo que estaba por venir.
—No quiero que nadie más te toque, Mario—confesó Ángela, su voz resonando con una mezcla de inseguridad y deseo. Mario la miró sorprendido, como si esas palabras despertaran en él una nueva comprensión.
—No te preocupes, pueden tocarme muchas manos—respondió él con una sonrisa tranquila—, pero solo las tuyas tienen el poder de encender mi alma, de despertar mis sentimientos más profundos.
Ángela lo miró a los ojos, su confusión es evidente. —Sé que te dije que no podíamos estar juntos, pero la sola idea de que alguien más te toque provoca algo dentro de mí; una especie de... ¿celos?—expresó con sinceridad, mientras su corazón latía con fuerza ante la posibilidad de perderlo.
—Ángela, creo que te estás enamorando —le dijo Mario con un tono serio pero cariñoso—. Es completamente normal sentir celos, especialmente si alguien se atreve a tocar a la persona que empieza a despertar sentimientos en ti. Te quiero pedir una cosa: cada noche, siempre que tengamos la oportunidad, nos entregaremos el uno al otro. Será nuestro momento, una forma de borrar las caricias de aquellos que no conocen nuestra conexión.
Se inclinó hacia ella, acercándose a su oído y susurrándole con intimidad: —Quiero que cada noche digas mi nombre, que me pidas más, que te dejes llevar por la locura del deseo. Anhelo tenerte, pero no de cualquier manera; quiero tenerte de una forma que realmente te haga sentir mujer.
—Mario... Yo...—murmuró ella, y en el mismo instante en que pronunció su nombre, él la giró suavemente para que mirara hacia la pared. Su mirada se deslizó hacia su cuello y comenzó a despejar con ternura la ropa que ella se había puesto unos minutos antes.
—No sigas...—le advirtió Mario, mientras aproximaba sus labios al delicado perfil de su cuello—, tenemos que bajar y servir las copas.
Sin embargo, en el preciso momento en que él pronunció esas palabras, ella tomó las riendas de la situación: —Por favor...—suplicó, y elevó su brazo lentamente hasta que sus dedos rozaron las suaves hebras de su cabello.
Entonces, él, con una delicadeza infinita, empezó a explorar su cuerpo con sus manos, envolviéndola en un momento que prometía ser inolvidable.
—Ángela, necesitamos detenernos... —dijo Mario, mientras la tocaba, notando una falta de aire considerable debido a la excitación que lo embargaba—. Si no paramos ahora, ya no podré detenerme —confesó, sintiendo cómo su miembro se tornaba firme ante la situación.
—No te detengas... —le suplicó Ángela, su voz impregnada de deseo—. Puedes hacer lo que desees. Ella tomó la mano de Mario que la acariciaba y la guió hacia su intimidad, colocándola justo por debajo de su ropa interior. —Tócame, haz que me moje para ti —instó, sus ojos reflejando anhelo y complicidad.
Mario, sintiendo la urgencia en sus palabras, comenzó a acariciarla con delicadeza a través de la tela que la cubría, sintiendo el calor y la suavidad de su piel. La situación continuaba intensificándose, y sus corazones latían desbocados en aquel instante compartido.
—¡Sigue, Mario!—le suplicó con una voz entrecortada por los gemidos que se escapaban de sus labios. Mario, sintiendo la urgencia de su demanda, la giró con suavidad y la presionó contra la pared. Con un movimiento pausado, empezó a despojarla de sus prendas, desnudándola lentamente, como si quisiera apreciar cada detalle de su piel expuesta.
A medida que sus dedos recorrían cada centímetro de su cuerpo, una mezcla de anticipación y deseo palpable llenó el aire. Cuando finalmente llegó a su parte más íntima, se inclinó hacia ella, besándola con ternura. Sus labios la acariciaban suavemente, y su lengua comenzó a explorarla con delicadeza, provocando voluptuosos gemidos que escapaban de los labios de Ángela. Cada roce y cada beso parecía encender aún más el deseo en su interior.
—Vas a volverme loco —añadió Mario, mientras se apartaba un poco de ella y, con un movimiento suave pero firme, la levantó en brazos, haciendo que ella entrelazara sus piernas alrededor de su cintura.
Ella le lanzó una sonrisa pícara y, con un toque de coquetería, exclamó: —No es justo que tú estés vestido. —Con esa frase, comenzó a desabrocharle la camisa, quitándosela con facilidad. —Así es mucho mejor —concluyó, observando cómo su torso quedaba al descubierto.
Mario, sintiendo la química entre ellos, la besó con pasión mientras la llevaba hacia la cama. La acomodó con delicadeza en el colchón, disfrutando del momento. Con una mirada traviesa, le dijo: —Mira lo que has hecho, señalando con un gesto hacia su entrepierna, donde la excitación era evidente.
—Ahora lo solucionamos —respondió ella de forma decidida, mientras comenzaba a desabrocharle los pantalones. Con movimientos lentos y sensuales, comenzó a acariciar su parte íntima, provocándole sensaciones de placer intensas que lo envolvían en un mar de sensaciones.
—Ángela... —suspira él, con un tono de desesperación— ¡Dios! ¿Dónde has estado todo este tiempo? —gime nuevamente, dejando escapar su deseo.
—He estado esperándote —responde ella con una voz seductora, mientras se levanta de la cama. Se acerca a él y lo besa suavemente, dejando que sus labios recorran su piel, antes de descender con lentitud hacia su parte íntima, provocándole sensaciones intensas que lo hacen estremecer.
—Ángela —vuelve a gemir él, sintiendo cómo el placer lo consume—. Baila para mí... bombón.
Al escuchar su deseo, Ángela lo lanza suavemente sobre la cama, donde ella había estado reclinada momentos antes. Se coloca frente a él y comienza a mover su cuerpo al ritmo de una música que solo ellos pueden oír. Él no puede apartar la mirada de ella, totalmente hipnotizado. Sus manos recorren su propia entrepierna con fervor, aumentando las sensaciones placenteras mientras observa a Ángela danzar con gracia y sensualidad, dejándose llevar por el momento. Cada movimiento de ella lo lleva a un estado de eufórica excitación, intensificando su deseo por ella.
—¡Cabálgame!—le suplica Mario, su voz vibrando con una mezcla intensa de desesperación y deseo—. Siento que necesito tu presencia, tu calor y tu cuerpo junto al mío. Es una urgencia que me consume y que no puedo ignorar.
Justo en ese instante, el señor Philip irrumpe en la habitación, rompiendo la atmósfera cargada de pasión. Al ver la escena, sus ojos se abren con sorpresa: —Veo que Ángela te está enseñando el oficio del prostíbulo—le comenta a Mario, quien está con la mano en su entrepierna—. Pero vestíos, os esperan abajo.
Ángela, al escuchar las palabras de Philip, se cubre inmediatamente con una prenda y dirige su mirada hacia Mario, buscando su reacción y procesando lo que acaba de ocurrir.
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