Capítulo 1 - Cómo la conocí

La conocí en un café. Ella era extranjera aunque hablaba coreano bastante bien. Era la encargada de la caja registradora y a veces también era mesera. Su estilo extranjero la delataba claramente, y aunque se notara que no quería encajar con el ambiente, ella encajaba perfectamente con su increíble amabilidad y su sonrisa segura. Ella sabía lo que hacía y parecía haberlo hecho por mucho tiempo ya. Me encantaba cuando era mesera y caminaba bailando con gracia entre las mesas. Era como si su movimiento tuviera sonido y su música era bellísima. Además, siempre tarareaba alguna canción (tal vez por eso la musicalidad de sus movimientos) y cuando se distraía mucho podías escucharla cantar. Aaaah, cuando cantaba era algo maravilloso. Sus palabras, fueran de una canción conocida o inventada, se movían perfectamente al son de su melodía.

Wahhh qué linda que se veía siempre. Cada día intentaba usar un conjunto diferente aunque tuviera una cantidad de prendas limitada. Siempre aparecía con un peinado, un pañuelo o un broche en su cabello que no uso el día anterior. Nunca la vi vestida igual. Uniforme llevaba, sí. Pero ella podía elegir si usaba falda o pantalón, blusa o remera, zapatillas o sandalias. Siempre se veía hermosa. Siempre me decía a mí mismo que le hablaría. Y siempre que me atendía decía lo que quería y al recibirlo viendo esa sonrisa, las palabras se me iban y nunca podía decirle nada. Nunca llegaba ni siquiera a hablar del clima mientras esperaba mi orden. Nada. Me quedaba ensimismado, hechizado por su sonrisa. Era tan incómodo que siempre miraba para otro lado cuando la veía. Pero era tan tentador quedarse observándola por horas, solo para apreciar su perfección. Una sonrisa que delata toda su personalidad sin molestarse en dejar nada a la imaginación. Directa, sincera, amable, segura. Qué bonita sonrisa.

Y cuando yo creí que no había nada más perfecto, un día quedé tieso como estatua, atónito como sordomudo al que le gritaron, estupefacto como ciego al que le dicen "mira".

Ese día, ese día... pues bueno... ese día... yo... supe que no tenía ninguna chance. No había forma de que ella me mirara a mí. Porque ya había visto a otro. Y ese otro era muy apuesto, atlético y encima famoso. Pero bueno; les cuento un poco más.

Ese día, fatídico día para mí, entró antes que yo el muchacho del que les hablo. Yo al principio ni lo noté, pero supe de su existencia porque al momento de hacer la cola para pedir café para llevar, él estaba antes que yo. En esa cola atendía siempre mi linda cajerita. Pero este día vería primero a este chico en vez de a mí. Siempre me pregunto qué hubiera pasado si yo hubiese llegado apenas dos segundos antes que él, pedido mi orden y marchado como hacía siempre. Y cada vez que me lo pregunto me respondo lo mismo. Me hubiera perdido la más bella de las imágenes que jamás vi en la vida, lo que me aseguraba que estaba enamorado totalmente de esa chica, pero también me hubiera ahorrado la pena y el dolor que sentía al saber que ella nunca sería mía.

Este chico, al que yo no conocía, resultó ser una figura famosa que mi linda cajerita sí conocía. No personalmente, obvio, pero sí era una fan. Y solo bastó que el chico hablara como cualquier cliente normal y que mi cajerita se quedara en silencio un segundo para que, al levantar mi mirada, extrañado por el silencio, viera que mi cajerita sonreía ya no con su boca como siempre, sino con todo su ser, en especial, con sus ojos. Yo sabía que mi cajerita tenía los ojos pardos. Pero hoy, al verla, sus ojos tenían un reflejo de arco iris que los hacia brillar como un diamante bajo una luz brillante. Luz que obviamente no era yo. Luz que obviamente nunca sería yo.

Y luego de escasos tres segundos observándola, ella reaccionó y el encanto se apagó, pero solo en parte. Pues ella lo atendió casi como si fuera un hada mágica del bosque. Puedo incluso decir que le salían chispas brillantes de todo el cuerpo por la felicidad que sentía que haber visto a aquella persona por primera vez. Y luego, cuando ella me vio, no puso esa sonrisa. Me sonrió como le sonreiría a cualquier otro infeliz que tuviera que atender. Todos los días igual. Todas las veces de la misma manera. Hasta ese momento, mi cajerita era especial porque para mí era una persona muy dulce. Pero al verla sonreír así me di cuenta de que no la conocía en absoluto. Y que más allá de esa sonrisa perfecta, como manzana de bruja (equilibrada, simétrica, roja, brillante y perfecta), se escondía una sonrisa humana que no dejaba que se escondiera ninguno de sus defectos, pero que tampoco los mostraba de manera obvia, haciéndola una sonrisa misteriosa y atrapante; en otras palabras una sonrisa de genuina de felicidad.

Al irse este personaje, limpié los brillitos que habían caído sobre el mostrador para evitar que mi pedido se llenara de ellos. Pero ni bien hice mi pedido, ella, tan feliz como estaba, atiborró de brillos mi pedido. Todo lo que comí ese día me sabía a felicidad amarga. Felicidad ajena, amargura propia.

Aaaaaayyyy mi cajerita. ¿Por qué nunca serías mía? ¿¿Porque tenía que vencerme la timidez cada vez que te hablaba?? ¿¿¿Cuantas oportunidades perdí al no haberlo intentado??? Ni siquiera podía recordarlo. Todos los días iba a verla. Todos los días tuve mi oportunidad para hablarle. Y todos los días los desperdicié.

Al día siguiente ya no había más brillitos, y a decir verdad me dolía verla sonreír como siempre cuando ya la había visto tan feliz. ¿Cómo podría yo hacer que ella esbozara una milésima parte de esa sonrisa por algo que yo hiciera?

Y me fui cabizbajo a mi casa después de comprar mi desayuno. Desayunar con ella era algo que soñaba desde la primera vez que la vi. Por eso, a mi manera, intentaba hacerlo cada vez que iba a comprar cada mañana mi desayuno al café. ¿Que me salía caro? Pues sí. Un dineral. Tuve que conseguir otro empleo de medio tiempo para solventar mis gastos. Pero mi cajerita lo valía. Valía cada maldito segundo de trabajo, y cada maldito centavo que gastaba en ella. Bah, en ella no, pero yo sentía que invertía en mi futuro, en obtener la posibilidad de conocerla al menos, de poder hablarle como a alguien conocido, como si no fuéramos solo extraños. E invertí en ella todo lo que pude desde el día en el que la vi, y hoy, ya no sé si vale tanto la pena todo el esfuerzo que le pongo a mi tarea. Puede que él sea famoso y conozca millares de chicas hermosas, pero creo que ninguna le mostraría la sonrisa verdadera que le mostró mi cajerita. Aahhhh. Al llegar a mi casa, vi que todavía hay brillitos en el piso del día anterior, por más que me esmeré en limpiar a fondo. No pude sacarlos de ahí y realmente me dolían los pies al pisarlos, usara lo que usara, medias, pantuflas o incluso zapatos. Yo sentía el dolor de esos brillos debajo de mis pies y lloraba en silencio mi pena mientras me adentraba en mi casa.

Al día siguiente, ya no quise ir a comprar mi desayuno. Me sentía enfermo, con dolor de cabeza, molesto. Irritado. A punto de estallar. La ira brotaba por mis poros. La tristeza crecía en mi corazón.

Y entonces.... El sol brillante se apareció por mi ventana y al sentir su calor, no pude evitar recordar la calidez de mi cajerita respondiendo a mis preguntas, resolviendo los problemas con mi café con leche, o simplemente esperando a que mi pedido estuviera listo. Era casi como si pudiera escuchar su voz diciendo:

- Buenos días, ¿en qué puedo ayudarlo?

Y yo gritaba por dentro
- Nooooooooo. No me hables así que quiero olvidarte. Tanto esfuerzo y ni siquiera sé cómo te llamas. Es tan horrible este sentimiento. ¿Por qué tenía que gustarte justamente él, perfecto, inalcanzable, rico? ¿Por qué no alguien más parecido a mí para que la competencia fuera pareja y justa? Nooooooo, tenía que ser el Sr. Súper Perfecto. ¿¿¿¿Por quééééééééééééé???? Cajerita de mi alma dime ¿¿¿¿por quééééééééééééé????

Y casi como robot, a las 8 30 en punto, olvidé mis penas y dolores y mis tristezas y mis nooooooooo y me dirigí derechito al café a comprar mi desayuno. En verdad habían sido demasiadas las veces en las que había ido. Ya era parte de mi sistema. Sabía exactamente qué decir y de qué manera. Lo había ensayado y puesto en práctica demasiadas veces. Las palabras justas para que ella me mostrara su bella y perfecta sonrisa de manzana embrujada. Y cuando estaba a punto de decirlas de nuevo, en el momento exacto en el que tenía que decirlas, mi cerebro envió una orden equivocada a mi aparato fonador, y sin darme tiempo a darle marcha atrás, le dije:

- Te ves muy bonita el día de hoy.

Mentira no era. Pero ¿por qué, cerebro? ¿Por qué tenías que fallarme justo ahora, justo hoy, justo en este momento y justo con la chica que me gusta desde hace tanto?

Y como era de esperarse, ella no me sonrió, sino que me mostró una expresión nueva, diferente, y algo graciosa. Primero abrió los ojos grandes y me miró fijo. Al ver que yo no bajaba mi mirada (porque claramente estaba chocado al escuchar mis propias palabras), ella comenzó a encogerse y a bajar la mirada. Noté que se ponía colorada de a poco hasta que sus orejas se pusieron de un rojo brillante como neón. Le había dado vergüenza.

Y me di cuenta... que se veía hermosa así toda avergonzada.

- No puede ser - me dije - ¿en serio puedes verte así de linda estando avergonzada?

Y entonces, también me dije, que si tal vez no había podido hacer que sonriera como lo hizo cuando vio a ese famoso, tal vez sí pudiera hacer que ella hiciera otras expresiones que solo yo pudiera provocar. Entonces me propuse intentar hacerle hacer la mayor cantidad de expresiones para ver si lograba que, aunque fuera en una de ellas, se viera fiera* la desgraciada. Y es si me enamoré de ella pero ella no me iba a corresponder nunca a pesar de todo mi esfuerzo ¿qué perdía?

*Nota: Aquí, "fiera" quiere decir "extremadamente fea".

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