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"Adrienne y Jimin se acaban de casar. Y mientras se acostumbran a su nueva vida, y los problemas que trae consigo, ¿Qué tan mal podría resultar su primera Navidad?

1 de diciembre;

-¡Adrienne!

El grito ensordecedor de un hombre retumbó por todas las paredes de la casa. Jimin dejó caer su espalda contra los escalones de la escalera principal y tomó con dificultad su pie derecho, el cual estaba rojo y marcado por haber pisado almenos una decena de luces navideñas. En ese momento, Adrianne entró caminando con lentitud al recibidor y miró con horror el desastre que había echo su querido esposo.

-¡Ay no, las luces! -gritó la pelirroja, que llevaba en sus manos lo que parecía ser un Santa Claus de peluche.

Se agachó y dejando el peluche a un lado, tomó entre sus manos lo que minutos antes era una guía de luces de colores.

-¡No puede ser! Al menos seis están completamente destruidas -dijo mientras las examinaba con delicadeza- Mi amor, fueron un regalo de tu abuela.

Jimin la miro anonadado.

-¿Te preocupas más por las luces que por mi pie? -ella lo miró por unos segundos y se encogió de hombros, sin saber que contestar- ¡Casi me mato! Si no fuera porque tengo buenos reflejos y logré aguantarme de la barandal... Ya estuviese de camino al hospital.

-No seas exagerado, la cuestión es ¿Qué haces descalzo por la casa?

Jimin abrió la boca para rechistar, pero se dio cuenta que ella tenía razón. Por dormir diez minutos más y en su apuro por desayunar olvidó sus pantuflas. Él no se iba a imaginar que al final de la escalera habría un montón de luces navideñas.

-Bien, tú ganas -se levantó del suelo y se acercó con dificultad hasta donde Adrianne estaba parada, evitando los restos de cristal de colores. Para tomarla entre sus brazos y darle un beso en la frente. Ella lo abrazó por la cintura y pegó su cabeza en el pecho de Jimin, para escuchar los latidos de su corazón.

Tenían menos de dos meses de casados y apenas se estaban acostumbrando a convivir juntos, en su nuevo hogar y solos. Jimin fue un hombre independiente desde los veinte y Adrienne dejó su casa de la mano de su padre, vestida de blanco.

Así que en los últimos días, aún sentían extraños despertar el uno junto al otro.

-¿Adivina qué hay de desayunar? -preguntó emocionada, él alzó las cejas en respuesta y negó con la cabeza-. ¡Panqueques!

Jimin parpadeó un par de veces.

-¿Panqueques? Pero si tú conocimiento sobre la cocina es casi nulo.

Adrienne se separó de él y le dio un golpe en el brazo, que sólo le provocó risa.

-Tu madre me está enseñando -él miró encantado como las mejillas de su mujer se pusieron rojas del coraje-. Así que no te atrevas a criticar mis habilidades culinarias porque al final la estarías criticando a ella.

-Mi amor, nunca critique tus habilidades culinarias explicó Jimin-. Sólo estoy diciendo que nunca habías cocinado, pero está bien... Realmente quiero probar esos panqueques.

Él la tomó de la mano y juntos atravesaron la sala de estar. Jimin notó las enormes guirnaldas llenas de moños rojos y dorados, esferas y hojas de muérdago sobre las cortinas. Sobre la chimenea colgaban dos botas de Santa Claus con sus nombres, y en la esquina había un enorme espacio vacío destinado para el árbol de navidad

Decidió que lo mejor era no preguntar así que se sentó y Adrianne deslizó un plato con unos panqueques bastantes quemado por los bordes.

-Ah -logró decir mientras su esposa lo miraba expectante.

Jimin tomó una y le arrancó un pedazo. Sus dientes dolieron un poco al masticar el panqueque duro, pero sonrió alegremente y levantó el pulgar, dándole a entender que no estaba tan mal. Ella brincó encantada y desapareció de la cocina, para continuar adornando la escalera.

Adrianne levantó del suelo los restos de las luces y las tiró en el bote de la basura. Afortunadamente era buena organizadora, así que mientras estaba en el centro comercial compró un par de repuestos por si acaso; pero jamás se imaginó que Jimin acabaría con ellas incluso antes de ponerlas a funcionar.

Tomó una serie nueva y la comenzó a enrollar por el barandal de las escaleras, y cuando llegó a la primera planta la conectó al enchufe. Se quedó un par de minutos observando como todo se iluminaba, hasta que su mirada viajó hasta el reloj que descansaba en la pared.

«7:45 am

-¡Jimin! -gritó, tratando de hacerse oír por encima del ruido matutino -¡Jimin!

-¿Qué pasó? -lo escuchó responder.

-Son cuarto para las ocho -le informó-. Llegarás tarde al trabajo.

Jimin término de masticar y se bebió de un sorbo lo que quedaba de su café con leche. Dejó el plato en el fregadero y tomó la mochila que descansaba sobre uno de los sillones de la sala de estar.

-Cuándo regreses iremos al centro para comprar el árbol.

-Está bien -Jimin se agachó para terminar de ponerse los zapatos, y después subió las escaleras para darle un beso a su esposa-. Hoy saldré un poco más temprano, así que podemos ir a la hora de la comi- ¡Mierda!

Adrianne se tapó la boca para evitar reírse del pobre hombre que estaba en el suelo retorciéndose del dolor.

-¿Podrías ayudarme? -lloriqueó Jimin- Creo que me fracturé algo.

Al parecer, Adrienne no levantó bien los restos de luces navideñas.

3 de diciembre;

Jimin miró con diversión como Adrienne tenía problemas para adornar la parte más alta del árbol de Navidad.

Ni el metro sesenta y ocho de la pelirroja eran suficientes para que no dejara un espacios vacíos. Su risa se intensificó al recordar que ella tenía toda la culpa, y es que cuando fueron a comprarlo ella había especificado que el árbol tenía que tener tres cosas esenciales; ser alto, frondoso y oloroso.

Tanto así que tuvieron que hacer una labor de inteligencia para llevarlo a casa y acomodarlo dentro de la sala sin que se rompiera algo de valor.

-En lugar de reírte, ¿por qué no me ayudas? -Adrianne pateó la caja de adornos, frustrada.

Jimin le dio un último sorbo a su cerveza.

-¡Te estaba ayudando hace quince minutos -contestó entre risas- Hasta que me gritaste, cabe recalcar, de una manera demasiado fea.

Ella rodó los ojos.

-No es mi culpa que no sepas adornar por colores -espetó mientras miraba las esferas rojas con brillantina-. Estabas recargando la parte de abajo y dejaste toda esta sección -hizo un círculo con sus manos y señalo una parte del árbol completamente vacía-. No puedo arriesgarme a que rompas la armonía de los adornos.

-Esto me pasa por casarme con una diseñadora de interiores -se lamentó Jimin, ganándose una mala mirada de su mujer-. Critican hasta lo más mínimo

-Me sorprende que estes quejándote -le contestó Adrianne.

-¿Por qué estamos discutiendo esto? Es sábado, en lugar de estar encerrados en casa deberíamos de ir a cenar con los chicos o almenos tener algo de diversión.

Jimin se relamió los labios cuando la miró de arriba a abajo, esos shorts negros que tenía puestos hacían ver su trasero extremadamente bien y le ponían pensamientos impuros en la cabeza.

Aunque no tanto, estaban casados y prácticamente podían hacer lo que quisieran; así que no se sentía mal si se ponía a pensar en ella gimiendo debajo de él mientras...

-¡Jimin! -Adrienne chasqueó los dedos frente a su cara, provocando que brincara de la impresión.

-Lo siento -se disculpó.

-¡Cómo sea! Prácticamente hice todo el trabajo -ella se agachó frente a una de las cajas y sacó una enorme estrella dorada de luces led-. Ahora ayúdame con esto.

Jimin miró por unos segundos como Adrienne intentaba ponerse de puntillas para poder colocar la estrella. Suspirando se levantó del sofá y se acercó hasta ella, que le ofreció la estrella para que la pusiera en la punta... Pero el tenía otra idea en mente.

Se puso en cuclillas para abrazar las piernas de su esposa y después la levantó con facilidad.

-¿Qué haces? ¡Oye, me vas a tirar! -se quejó ella, mientras le daba golpecitos en la cabeza- ¡Jimin!

-Mi amor, no pesas nada pero antier me lastime la espalda ¡apúrate!

Dándose por vencida, alzó las manos y puso la estrella en la punta del árbol. La conectó y de inmediato, la sala se llenó de una hermosa luz amarilla que reflejó pequeñas estrellas sobre cualquier superficie. Se veía hermoso y por primera vez, ella sintió que juntos estaban construyendo un hogar.

Bajó la mirada para ver a Jimin, pero este tenía la cara enterrada en su abdomen y se quejaba entre dientes, así que jaló un poco su cabello para que la bajara. Él entendió la acción, pero en lugar de dejarla en el suelo la deslizó sobre su cuerpo y la abrazo.

-¿Contenta? -preguntó haciendo una mueca, por el dolor en la espalda.

-No tenías que cargarme -susurró Adrianne mientras jugueteaba con el cuello de su camisa-. Gracias.

-De nada.

Jimin peinó con sus manos el cabello de Adrianne y se quedó embelesado viendo como este brillaba a la luz de la estrella.

Cada mañana, cuando despertaba y lo primero que veía era su rostro, se sentía el hombre más afortunado y feliz del mundo. No solamente había echo realidad su sueño de ser pediatra, sino que también conquistó a la chica de sus sueños y se caso con ella.

Adrianne también se sentía afortunada, ya que después de haber salido con muchos idiotas había encontrado el amor en una de las personas menos esperadas.

Ella nunca lo admitiría, pero se enamoró de él cuando lo conoció por primera vez aquella lluviosa mañana de octubre.

Quién diría que después de ese día, su mejor amiga le organizaría una cita con el hombre misterioso de la cafetería y que cuatro años después, Park Jimin sería el hombre con el que amanecería abrazada todas las manañas.

-Te amo -susurró Adrianne.

Los ojos de Jimin se abrieron de par en par al escucharla.

Adrianne no era el ser más cariñoso del planeta, así que cada vez que le decía esas cosas de la nada, se sentía extremadamente feliz.

-Te amo -le respondió, antes de unir sus labios con los de la chica.

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