Capítulo 2

Llegaron al castillo y la princesa entró para prepararse para el ritual de la víspera del festival, mientras Eugene esperaba fuera junto a Maximus, el fiel corcel blanco de la princesa.

El guardia aun no sabia en que consistía muy bien dicho ritual. A palabras de su abuelo, tan sólo tenía que pasar la noche junto a la princesa vigilando la entrada mientras la rubia se encerraba sola en una torre a hacer lo que sea que hiciera en ese ritual.

Suspiró cansado, esa sería una larga noche.

Rapunzel salió por las puertas del castillo envuelta en una larga capa que cubría todo su cuerpo y rostro. Alzó su vista hacia él y le sonrió de una manera extraña.

-Podemos marcharnos ahora. – habló ella despacio mientras Eugene la ayudaba a subir al caballo. Una vez arriba, el castaño se volvió unos instantes hacia la entrada del castillo, ahí no se encontraba ni una persona, ni siquiera los guardias en turno. Rapunzel había entrado y salido ella sola, pero entonces distinguió unas figuras a lo largo del pasillo. Los reconoció como los reyes, envueltos en un abrazo mirando con pesar hacia la dirección de la menor.

Eso tan sólo ocasionó que el misterio detrás de ese ritual en la víspera del Festival de las luces creciera dentro de Eugene. Conocía Corona y sus tradiciones, después de todo era el lugar en donde él había nacido, y sin embargo desconocía todo lo relacionado a la familia real. Hasta hace apenas un año que había interactuado con los reyes, y hasta hace apenas unos meses la princesa parecía ahora tenerle confianza como para hablar un poco menos formal en su presencia. A diferencia de su padre y abuelo que habían interactuado y conocían más a la familia real y al reino de Corona, él todavía desconocía algunos secretos.

-Dime princesa, – comenzó a hablar el castaño, se había posicionado detrás de la rubia sobre el caballo mientras lo conducía hacia el lugar establecido. Al escucharlo tan cerca, Eugene sintió como la rubia se tensaba entre sus brazos. – ¿ha hecho esto siempre usted sola?

Aunque no pudo verle el rostro, sabía que su pregunta la había sorprendido.

La chica asintió, pero luego ladeó su cabeza.

-Sir Arthur siempre estaba conmigo. – su voz traía un deje de nostalgia. – No puedo decir que siempre estuve sola.- sonrió de igual forma, y Eugene sintió de pronto un extraño estremecimiento en su pecho al escuchar como hablaba de su difunto padre con lo que parecía ¿cariño?

-Cierto - se aclaró la garganta. - Mi padre fue tu guardián por muchos años, es normal que hables así de él.

Tras sus palabras, Rapunzel se volvió hacia él con una cara interrogante. No pareciendo entender el porqué del tono de su voz.

-Era tu padre también. –soltó casi en un susurro.

Eugene se encogió de hombros restándole importancia.

-Con el tiempo que pasaste con él creo que llegó a ser más padre para ti que para mí. Recuerda que estuve fuera del reino por mucho tiempo, princesa.

Eugene sabía que Rapunzel sabía sobre su ausencia de Corona durante diez años. Pero en lo que llevaban conociéndose, ella jamás había dicho algo al respecto sobre ese tema. Y al ver la angustiada expresión en el rostro de la chica, sabía que tenía curiosidad.

-¿Por qué partiste?... – susurró la rubia volviendo su vista hacia el frente una vez más. – ¿Por qué partiste de Corona por tanto tiempo?

Eugene apretó las riendas en sus manos, que tenía a los lados de la cintura de la muchacha, y sonrió ladino. Expresión que ella no alcanzó a ver pero si sentir desde su posición.

-Creí que nunca me lo preguntarías princesa.- y sin borrar su tono despreocupado continúo: - Mi madre había muerto cuando yo apenas era un niño, tiempo después no quería seguir los pasos de mi padre y abuelo convirtiéndome en un caballero. Así que me fui de Corona. Recorrí diferentes reinos de alrededor, me hice una reputación, – bufó divertido refiriéndose a su reputación de ladrón, pero eso no le diría a la rubia. – y regresé al recibir la noticia de la muerte de mi padre.

-Lo siento mucho. – habló la rubia con verdadero sentimiento en su voz al escucharlo.

-Descuida, la relación entre mi padre y yo no era tan cercana cómo sin duda pudiste darte cuenta en todo este tiempo que estuvo él como tu guardián.

-Aun así... - soltó la chica. Entonces se volvió hacia él hundiéndolo sorpresivamente en esos expresivos ojos verdes. – Sir Arthur siempre fue bueno conmigo, me hablaba mucho acerca de ti y de Laila, tu madre.

Esa última oración de pronto lo dejó sin palabras.

-Vaya, eso sí es nuevo para mí. – dijo entonces después de un rato. – Nunca pensé que padre compartiría su propia historia con alguien más.

-No era lo único que compartía conmigo. – sonrió perdida tal vez en algún recuerdo. – También me contaba muchas historias fascinantes.

Eugene resopló divertido.

-Por supuesto que sí. – obvió sus palabras. – A eso nos dedicamos.

-Y pienso que es algo fantástico.

Eugene la miró con suspicacia.

-¿Puedo intuir con eso que su majestad sabe acerca de los secretos de la familia Fitzherbert? – una gatuna sonrisa se apoderó de su rostro y vio como la rubia se ruborizaba frente a él.

La chica asintió.

-Bueno, no es de extrañar. Hemos servido a la Corona por generaciones.

-Y estamos muy agradecidos por eso. – la rubia contestó animada volviendo su vista al camino. Eugene rodó los ojos. – Sin embargo, ¿cómo es que tu no las cuentas? – soltó eso ultimo casi en un susurro. Parecía que era una pregunta más bien para ella misma, pero había salido de sus labios sin meditarla antes y Eugene la había alcanzado a oír.

Y Entonces él se echó a reír.

-Vaya, creo que esta ha sido la charla más larga que hemos tenido desde que nos conocimos, majestad. – sintió como la rubia se hundía un poco delante de él mientras Maximus seguía su galope tranquilo entre el bosque aun cerca del castillo. – Y contestando a tu duda, por supuesto que lo hago princesa. – continuó con su sonrisa. – En todo ese tiempo que estuve fuera de Corona fue lo único que hice: intercambiar mi información valiosa por dinero. Yo contaba mis historias y me remuneraban inmensamente bien por ello. Las criaturas mágicas seguían existiendo, las personas interesadas en ellas me escuchaban para saber dónde encontrarlas, y yo recibía una recompensa a cambio. Todos felices.

Y era verdad, Eugene había vivido muy bien en esa época que estuvo fuera de Corona. Su poder como juglar de magia Fitzherbert hacia que las criaturas mágicas siguieran existiendo al trasmitir la historia de ellas en los diferentes reinos de alrededor. Pero las personas que se acercaban a él para saber de esas historias no eran precisamente buenas, eran cazadores o contrabandistas interesados en encontrar alguna criatura mágica para venderla en el mercado negro. Y si Eugene recibía una grata recompensa por lo que sabía desde su nacimiento, no le importaba realmente para lo que esas personas querían a esas criaturas. Él hacia su trabajo y había sobrevivido todo ese tiempo gracias a eso. No se arrepentía de nada.

Frente a él sintió temblar levemente a la rubia y al hablarle ésta, entonces descubrió que sus palabras no habían agradado realmente a la princesa:

-Si eras tan feliz lejos de Corona, ¿por qué regresaste?

Eugene frunció el ceño por primera vez. De verdad que era lo más largo y sustancial que había hablado con la princesa Rapunzel desde que se había convertido en su guardián. Y en todo ese tiempo ella nunca se había atrevido a hablar algo personal, a indagar más sobre él y su familia, hasta ahora. Eugene no contestó, en vez de eso Maximus había parado su andar. Habían llegado frente a una gran y alta torre a mitad del bosque pero cerca del castillo. Al observarla bien, el castaño creyó que se parecía un poco a la que habían descubierto esa tarde más adentro en el bosque y de la cual la princesa había hecho una pintura.

Descendió del caballo y tomó a la rubia de la cintura ayudándola a bajar. Una vez ambos de pie sobre el suelo de tierra, Eugene alzó su vista hasta la punta de la torre.

-¿Qué es lo que viene a hacer aquí, su majestad? – interrogó. Y la rubia se volvió hacia él entonces con un leve ceño en su frente. Al parecer seguía esperando la respuesta a su pregunta anterior.

-Rezo. – soltó sin más.

-¿Rezas?

-Sí. – afirmó con la capucha ensombreciendo su rostro. – Por la prosperidad y abundancia del reino.

-Ah.

La torre tenía una sola entrada y salida, todo estaba oscuro y silencioso. Ni un alma en pena o guardia se encontraban allí. Solo él y ella. Rapunzel se posó frente a la puerta, abriéndola dispuesta a entrar. Pero entonces fue detenida por la repentina voz del guardián:

-Regresé... – comenzó a hablar el castaño aun sin saber qué lo había motivado a confesar lo que iba a decir. La rubia se giró tan solo un poco hacia él al escucharlo aun con su mano sobre la puerta de madera. – Regresé porque hay algo importante que tengo que encontrar. Algo importante que me ayudará a descifrar una verdad.

Hubo un corto silencio por un momento. La chica había vuelto su rostro encapuchado hacia la torre y, dando un paso adentrándose lentamente, habló:

-¿Has tenido algún resultado en tu búsqueda desde que regresaste?

-Aun no. – de pronto Eugene miró lo alto, sombrío y solitario de la torre, miró a la princesa que se adentraba en ella y lo misterioso que todo eso era. Frunció sus cejas. – Pero estoy seguro de que estoy cerca.

La chica asintió tras sus palabras cerrando la puerta tras ella, adentrándose a la oscuridad del lugar, y Eugene no volvió a verla hasta la media noche.

Eugene había estado esperando fuera junto a Maximus a que la princesa saliera de la torre en la que había estado aguardando toda la noche. Y en cuanto ella lo hizo, la rubia lo miró y entonces sus ojos se cerraron cayendo inconsciente en los brazos del guardia real.

El castaño la alcanzó a tomar rápidamente entre sus brazos, la chica se había desmayado y eso lo hizo desconfiar intensamente de todo este llamado ritual. Retiró hacia un lado los despeinados mechones rubios que cubrían su rostro y entonces se percató de la cara ahora pálida y ojerosa de la chica.

-Feliz cumpleaños, princesa. – habló en una irónica sonrisa mientras la cargaba hasta subirla sobre Maximus. – Parece que así es como a la Corona le gusta empezar un festival. - Se subió al caballo atrayendo a la rubia hacia su pecho asegurándola sobre su regazo y entonces partió hacia el castillo.

Definitivamente, pensó Eugene, había algo raro en la familia real... sobre todo en esa princesa.

Y tenía el fuerte presentimiento de creer que se trataba de lo que más había estado buscando.

La flor de la inmortalidad.

o-o-o-o-o

El día siguiente había amanecido esplendoroso, tan verde y azul como nunca, o como cualquier otro gran día para el reino de Corona. Con la diferencia que ahora parecía más lleno de vida, más alegre, y Eugene lo relacionaba a que tal vez eso se debía a que ese día era el Festival de las luces.

La ciudad estaba realmente bulliciosa desde temprano. Las limpias calles estaban llenas de adornos, flores y telas de colores por todas partes. Por donde mirase se percataba la festividad del día y eso lo embriagaba también del buen humor de las personas a su alrededor al saberse que hoy era día de fiesta y abundancia. Incluso y a pesar del pálido semblante que la princesa había tenido la noche anterior por ese nombrado ritual, ahora se veía llena de vida y muy alegre.

Estaban a punto de iniciar el recorrido alrededor del pueblo que la familia real acostumbraba a hacer durante el día, apreciando desde sus carrozas abiertas y llenas de flores la música, baile y demostraciones que los ciudadanos hacían alrededor de todo el reino. Al final del día llegaban al castillo, cuando la noche caía, y entonces los reyes eran los encargados de prender la primera lámpara que significaba una plegaria por otro año de prosperidad y lleno de fertilidad. A esa lámpara le seguían muchas otras y entonces el festival continuaba más animado hasta la media noche.

Eugene y Rapunzel se encontraban andando arriba de un carruaje apartado un poco del de los reyes, el cual iba a la cabeza del grupo que desfilaba por las calles del reino. El castaño se volvió hacia la princesa frente a él viendo como ésta sonreía al pueblo con inmensa alegría mientras saludaba enérgicamente.

Suspiró cansado.

Llevaban así toda la mañana y comenzaba a frustrarlo el ver como las personas de los pueblos a su alrededor se divertían bailando en las plazas principales con amena música, y comiendo y tomando todo el hidromiel y cerveza que pudieran hasta reventar. Volvió a suspira recargando su rostro sobre una mano. Cuanto le hubiera gustado estar en ese lugar como el año pasado, cuando recién había llegado a Corona y se había divertido con el resto del pueblo. Pero ahora tenía que cuidar a la tan querida princesa Rapunzel y ver todo el festival desde la triste vista del castillo.

Después de llevar recorrido la mitad del camino, se encontraban llegando a la entrada del último pueblo el cual quedaba justo debajo del castillo. Sería la última visita y recorrido. Pero en ese mismo momento algo extraño sucedía en el rostro de la princesa. Y Eugene se percató de eso.

Para su asombro, la rubia entonces volvió rápidamente su cabeza hacia él con sus delicadas cejas levemente fruncidas y una peculiar determinación que nunca había visto antes en esos ojos verdes.

-Eugene. – habló con voz apremiante, parecía apurada mientras veía el camino y regresaba su vista hacia él repetidas veces. – Intente decirte esto ayer mientras pintaba la vieja torre que encontramos en el bosque, pero entonces la hora del ritual llegó y no tuve tiempo de... - suspiró contrariada, y Eugene se dio cuenta que le estaba dando muchas vueltas a lo que realmente quería decir.

-Hable princesa. – le exigió.

-Escapemos.

Eso sin duda lo tomó desprevenido. Parpadeó un par de veces, la miró directo a los ojos y en ellos vio que la chica hablaba en serio.

-El año pasado – continuó la rubia al ver la reacción de su guardián. – con la... ausencia de tu padre – desvió la mirada un poco al nombrar a su anterior guardián. – creí tener la oportunidad de pasar esta festividad de una manera diferente, con el resto del reino. – comenzó a jugar con el encaje de su vestido rosa. - Pero entonces Sir Lucian tomó por un corto tiempo el lugar de tu padre y no tuve el valor de huir ese día. Tu abuelo es un hombre mayor, no quería preocuparlo con una de mis tontas travesuras como lo sería esta. Y entonces llegaste tú a ocupar su lugar, y no pude evitar el pensar... - lo dudó un poco desviando su vista. – que tu comprenderías. – casi susurró mientras encogía su cabeza dentro de sus hombros al continuar y sin dejar de jugar con su vestido. Eugene la miraba expectante: -Me refiero a que, después de un año de conocernos creo que se podría decir que tenemos una pequeña amistad. – luego lo miró con preocupación en sus ojos. – Pero si estás en contra de esto lo entenderé, de veras. No es necesario que sigas este plan sólo por ser mi guardián. – se apresuró a decir con sus manos negando frente a su cabeza.

La chica cerró los ojos nerviosa por unos momentos mientras esperaba la reacción del castaño. Y al abrirlos, la sorprendió la divertida pero agradable sonrisa que Eugene le estaba dedicando.

-¿Así que tuviste mucho tiempo para planear esto, no princesa? –Rapunzel se sonrojó. El castaño suspiró e hizo chocar sus manos contra sus rodillas en un gesto decidió. – Muy bien ¡lo haremos! – la rubia abrió enormemente sus ojos. – Ayer te dije que me resultaba imposible pensar que una princesa no pudiera pasar la festividad dedicada a ella con su reino, pues ahora lo harás. – y acercándose a ella en un susurro dijo: - Además, que había empezado a aburrirme con todo esto. – resopló y ella rio por lo bajo. – Como su guardián, iré a donde la princesa vaya. Así que... – sonrió gatuno y ambos miraron entonces hacia el camino. – vayamos a nuestra aventura.

Rapunzel chilló de emoción:

-¡Oh gracias, gracias! - y Eugene sin esperarlo jamás, sintió como la rubia se abalanzaba sobre él en un pequeño abrazo lleno de alegría por parte de ella, acción que lo descolocó por unos instantes.

La chica se alejó de él presa aun de su desbordante emoción y miró hacia la puerta del carruaje, sin haberse dado cuenta en ningún momento del rostro aun conmocionado de su guardián.

-Bien, ahora saltaremos del carruaje y nos esconderemos dentro del bosque antes de llegar a la entrada del último pueblo. –y ahí estaba ella otra vez, se dijo Eugene después de salir de su sorpresa. Rapunzel tendía a hacer eso: después de algunas palabras nerviosas y comportarse de manera tímida, se convertía en un torbellino de emociones dispuestas a salir deliberadamente y sin meditación. Planeaba saltar de un carro en movimiento y al parecer no había pensado muy bien las cosas después de que él hubiera aceptado su propuesta de huir del desfile.

Y antes de decirle algo a la princesa acerca de su idea de saltar del peligroso carruaje en movimiento, Rapunzel lo había tomado de la mano en un arrebato de euforia y lo había arrastrado con ella en un brinco hacia el suelo terroso del camino. Rápidamente Eugene reaccionó a ese acto y envolvió a la chica entre sus brazos mientras caían rodando por la colina que la carabina acababa de pasar. Para su suerte, ningún guardia que montaba junto a los reyes los vio huir de su carruaje y suspiró tranquilo al ver que el camino estaba vacío.

Entonces se dirigió hacia la rubia entre sus brazos dispuesto a reprenderla.

-¡Por un demonio, princesa! – rugió.

Como respuesta la chica tan sólo seguía riendo, mientras se incorporaba del suelo y sacudía el polvo de su vestido rosa.

-¡Lo siento! –soltó sin más, mientras Eugene veía extrañado como la princesa se despojaba de sus zapatos y salía corriendo camino arriba de la colina.

Eugene rodó los ojos y la siguió.

Era un día maravilloso, el viento soplaba fresco, el astro sol brillaba con su esplendor en lo alto del cielo y las nubes le hacían compañía pero sin interrumpir su resplandor en ningún momento. Ya en la cima de la colina, Rapunzel estiró sus brazos hacia el cielo, restregó sus pequeños pies contra la hierba verde e inspiró una gran bocanada de aire limpio para después soltarlo en pequeñas risas.

-¡Esto es genial! – habló emocionada, el guardia real a un lado de ella con los brazos cruzados. – Hoy más que nunca se siente la vida en Corona.

-Bueno, ¿no es eso gracias al ritual que protagonizaste durante toda la noche anterior? – dijo Eugene con un deje irónico. Rapunzel lo miró algo apenada mientras se pasaba una hebra rubia de su trenzado y grueso cabello tras su oreja.

-Se podría decir. – rio nerviosa, pero entonces se acercó a él mientras al mismo tiempo arrojaba sus zapatos lejos de ella. – ¡Ven Eugene, vamos! – y halándolo una vez más de la mano, se dirigieron a la entrada del ultimo pueblo.

-¡Princesa sus zapatos!

-No los necesito. – alegó la chica sin dejar de reír.

La entrada al pueblo estaba frente a ellos, estaba atardeciendo y lo mejor del festival iba apenas a comenzar.

Eugene no tuvo más remedio que seguir a la animada princesa que lo arrastraba junto a ella.

Y sin embargo, no podía dejar de pensar que últimamente, y cada vez que interactuaba con la princesa Rapunzel, conocía algo nuevo de ella. Expresiones, gestos o sonrisas que no podía dejar de mirar.

Y eso comenzaba a fastidiarlo.

Estaba en Corona sólo para buscar la flor de la inmortalidad, en todo ese año había tenido ese objetivo en mente. Y había evitado a toda costa el acostumbrarse a su trabajo de caballero guardián y sobre todo el interactuar demasiado con la familia real.

Pero al parecer, ahora ya era demasiado tarde. 

o-o-o-o-o

Gracias por leer :D

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