Capítulo 4
Mérida parpadeó tres veces tratando de alejar las suposiciones que había creado su cabeza mientras trataba de concentrarse en lo que la rubia seguía contándole animada.
¿Qué era lo que estaba diciendo?
Vamos, Mérida ¡concéntrate!
Se decía mientras dejaba de ver del estómago de la muchacha a la mirada brillante de Hiccup.
Algo sobre la comida.
Discutían sobre la comida...
¡Estaba hablando del Haggis!
Y captando eso, Mérida se apuró a decir algo puesto que había estado mucho tiempo en silencio perdida en sus pensamientos.
-¡Oh! ¿El Haggis? ¿Te refieres al Haggis? – interrumpió la pelirroja un poco fuerte. – Son viseras de animales cocinadas dentro del estómago de una oveja. – habló rápidamente sin comprender porqué de pronto su voz parecía nerviosa. – Es uno de los platos más famosos de nuestro reino. – terminó con una forzada sonrisa.
Al terminar de hablar un silencio reino la pequeña armonía que hasta entonces habían tenido y los seis pares de ojos se volvieron a ella de pronto confundidos y hastiados.
Patapez y Patán, que hasta ahora se encontraban comiendo del platillo de la mesa, de pronto devolvieron lo que tenían en la boca a su plato con un cara de disgusto. Y Astrid quien se encontraba sonriendo tan sólo un instante atrás, de pronto su semblante se había puesto pálido llevándose una mano a la boca.
-Si me disculpan – habló entrecortadamente la rubia mientras se daba la vuelta dispuesta a salir de ahí al parecer hacia los cuartos de servicio. Mientras uno de los gemelos salía tras ella.
Mérida se quedó un momento sin saber que decir. Había arruinado la atmósfera y se recriminó mentalmente por dejarse llevar por sus pensamientos. Entonces la carcajada que escuchó salir del gemelo que aún estaba en la mesa la desconcertó.
-Así que viseras de oveja ¿eh? – y tomando un gran puñado de Haggis, Brutacio se lo llevó a la boca degustándolo con una enorme sonrisa. – Su reino no deja de sorprenderme princesa.
Y tras eso Patapez y Patán sonrieron de igual forma y siguieron con su comida.
Aun sin saber que hacer por lo sucedido, Mérida se volvió hacia Hiccup quien la sorprendió mirándola con una sonrisa en su rostro.
-Yo, lo siento – se apresuró en hablar la pelirroja apenada. – No tenía idea de que... bueno en realidad no estaba segura que estuviera en cinta, pero no sabía que le haría daño. Yo solo quería...
-Está bien. – el castaño la calmó con una comprensible sonrisa. – Estoy seguro que si no fuera por su estado, Astrid comería todo el Haggis del banquete. – y acercándose a la mesa, Hiccup se decidió a probar un poco de ese platillo. – Veamos que tal sabe el alimento más famoso de Dunbroch.
Se sentaron a la mesa junto a los oficiales de Berk y mientras estos se enfrascaban en una discusión ahora sobre la bebida, Mérida no podía dejar de pensar en Astrid y su estado. Esta última se había ido casi corriendo pues parecía que iba a devolver el estómago en cualquier momento, pero no había sido su intención hacerla sentir de esa manera. Sólo le habían preguntado por un platillo y claro, como estaba tan distraída haciendo suposiciones sin sentido, Mérida había respondido lo primero que se le vino a la cabeza.
¡Por los dioses Mérida! ¿Por qué no analizas las cosas antes de soltarlas por tu gran boca? Se reprendía a ella misma mientras observaba como el rey de Berk comía y bebía animosamente del banquete.
-Entonces Astrid, está esperando un bebé. – y ahí iba otra vez con su gran boca, metiéndose en cosas que no le incumbían.
Pero no lo podía evitar, quería saber si había algo entre Hiccup y la rubia. Después de todo se casaría con él, y aunque sabía que había reyes que mantenían amantes y a sus hijos bastardos, al menos ella deseaba que su compromiso con el rey de Berk fuera más leal.
Sin embargo, ¿por qué deseaba eso?
Apenas lo conocía y hasta hace poco estaban en guerra. Sin mencionar que aún se sentía enfadada por como había terminado todo.
Aun si Mérida ya había aceptado su realidad, ¿por qué deseaba eso?
En la cascada, el castaño le había dicho que él era un hombre de honor, que cumpliría con su palabra si ella hacia lo mismo. ¿Eso significaba también la fidelidad en su matrimonio aun si no había afecto?
Mérida sabía que no podría llegar a sentir algo por Hiccup, aún le guardaba rencor por ser la fuente de codicia de su padre por querer poseer a sus dragones, aun así respetaba el sentido de justicia y protección que él tenía como rey. Pero no quería conocer nada más de él.
No quería sentir afecto por él.
Y aun así, no entendía por qué su interés crecía por saber más sobre él y Astrid.
o-o-o-o-o
Hiccup se volvió hacia la pelirroja al escuchar sus palabras y reprimió una sonrisa al ver su rostro.
Por los dioses, Mérida era muy fácil de leer.
Su rostro reflejaba su ansiedad por lo que él fuera a contestar y de pronto eso lo divirtió.
¿Por qué la princesa mostraba tanto interés por Astrid y su bebé?
Y entonces se dio cuenta de lo que Mérida en realidad trataba de decirle.
¿Así que quería saber si en realidad el bebé que esperaba Astrid era de él?
Sonrió ladino para sus adentros. No se lo haría saber tan fácilmente.
-Ah, sí. Astrid está embarazada. Me preocupe mucho cuando la vi aterrizar con su dragón aquí en Dunbroch. Pero no la puedo culpar, quería ver con sus propios ojos nuestro compromiso. – le dedicó una pequeña sonrisa. – Al parecer aún faltan unos meses para que el bebé nazca y estoy realmente impaciente. Hay tantas cosas que le podría enseñar: – resaltó emocionado pues en parte era verdad lo que decía. - a usar una espada, construir una catapulta, a montar su propio dragón...
El castaño continuó su diatriba divirtiéndose por dentro al ver las caras que Mérida intentaba ocultar.
¿Acaso le preocupaba que el niño de Astrid fuera de él?
Eso de cierta manera lo alagaba al saber que Mérida comenzaba a interesarse un poco por él, aunque ella intentara negarlo.
De pronto fue interrumpido por la llegada de sus oficiales rubias sentándose a la mesa.
-Discúlpame princesa por haber salido tan apresurada. – habló la chica rubia tras un suspiro, con un semblante renovado al sentarse frente a ellos.
-Oh, no. Discúlpame a mí, Astrid – se apresuró a decir la pelirroja apenada. – No sabía que comer Haggis te haría daño. – y de verdad su semblante se veía apesadumbrado.
-No se preocupe por eso princesa, me pasa muy seguido. – sonrió ampliamente y al parecer lo decía en serio. – En Berk, Eret me regaña muy seguido cuando ingiero alimentos que, en palabras de él, podría hacerle daño al bebé. Por su puesto eso no es así, pero no puedo culpar a un padre por preocuparse por su hijo. – rió dulcemente y como si de una pintura se tratase Hiccup pudo leer claramente la expresión de Mérida.
-¿Eret? – la pelirroja estaba atando cabos.
-Mi esposo. – aclaró la rubia. – Tuvo que permanecer en Berk. Puesto que todos los oficiales estarían en Dunbroch alguien tenía que resguardar Berk en nuestro nombre. – sonrió orgullosa.
Y tras esas palabras, Hiccup vio como el semblante de Mérida cambiaba varias veces.
Al principio se suavizó, parecía aliviada por las palabras de Astrid. Pero después, los grandes ojos azules de la pelirroja se volvieron hacia él un instante. Un instante donde comprendió que estaba furiosa. Sus cejas estaban fruncidas y sus iris destilaban un odio sólo dirigido a él.
Demonios, la había hecho enfadar.
Podía intuir que Mérida había pensado que el bebé era de él por las cambiantes expresiones en su rostro desde que las había presentado. Pero nunca le preguntó directamente, y él tan sólo se estaba divirtiendo un poco tomándole el pelo.
Pero ¿quién lo podía culpar? Las peculiares expresiones de Mérida eran muy lindas.
Era extraño de como ver a la pelirroja con un rostro enojado en tantas contiendas durante la guerra, ahora le parecían lindas sus expresiones.
Pero ahora Mérida se había dado cuenta y se encontraba furiosa por eso.
Después de haberlo fulminado con la mirada, Mérida sorprendió a todos levantándose de la mesa bruscamente y excusándose para salir de ahí.
-Discúlpenme, tengo que ir a hablar con mi padre. – habló con un semblante neutro sin mirar en ningún momento al joven rey. Y haciendo una venia de despedida se alejó rápidamente de esa mesa.
Sin embargo lo que más sorprendió a los oficiales de Berk fue la reacción de su rey.
-Demonios – habló entre dientes el castaño mientras se ponía rápidamente de pie y salía tras la pelirroja con una rápida despedida a sus oficiales.
-¿Qué pasó? – preguntó entonces Astrid quien comenzaba a servirse un poco más de Haggis para ella.
Patán, Patapez y Brutacio, quienes hasta ese momento habían estado callados mientras su jefe y la princesa hablaban, habían presenciado todo y con una cara de estupor miraron como se alejaban.
-¡Hey, chicos! – les gritó ahora Brutilda. – ¿Qué fue lo que pasó? – exigió saber.
-¿Acaso Hiccup le acaba de tomar el pelo a la princesa?
-Sí. – le respondió cortante Patán al gemelo, mientras tomaba otro sorbo de su cerveza. – Y la princesita se fue vuelta una furia.
-Que los dioses nos libren. – susurró el gordinflón.
Y con una enternecedora sonrisa, Astrid vio como el castaño desaparecía de su vista.
-Al parecer nuestro dragón ha sido capturado.
-¿Que? ¿De qué están hablando hermano?
-Cállate Brutilda.
o-o-o-o-o
Demonios ¿podría haber sido más obvia?
Estúpido dragón astuto.
Como se atrevía a burlarse así de ella.
¿Desde cuándo se había percatado de su verdadera intención de saber sobre Astrid y el bebé?
Pero ella tenía la culpa por querer saber quién era el padre, ¿por qué se enfadaba tanto?
Sin embargo lo que más le molestaba era que él lo sabía y aun así no le había dicho nada. Al contrario, continuó hablando emocionado con lo que haría ya que la criatura naciera y de paso burlarse de ella y tomarle el pelo con sus comentarios haciéndole creer otra cosa.
En realidad eso fue lo que la había molestado, que él supiera su verdadera intención.
Pero más que estar enfada por eso, Mérida se llevó las manos a su rostro sonrojado, le daba vergüenza que él la hubiera descubierto.
Demonios, ¿desde cuándo sentía vergüenza? Era una guerrera, ni si quiera recordaba ese sentimiento. Lo único cercano que había tenido a eso era cuando de pequeña su arco se le había caído de las manos al tratar de montar a Angus al mismo tiempo.
No podía comparar eso con lo que acababa de suceder.
Caminó más deprisa intentando llegar al exterior, de pronto el castillo se había vuelto muy sofocante y la gente a su alrededor comenzaba a marearla. Necesitaba aire.
Tan distraída iba que no veía como uno de los lores intentaba detenerla hablándole por su nombre, hasta que se fijó frente a ella.
Mérida paró en seco y levantó el rostro.
-Lord MacGuffin. – habló sorprendida.
-Mi niña ¿qué te tiene tan distraída? Llevo medio camino hablándote. ¿A dónde te diriges con tanta prisa?
Mérida nerviosa desvió su mirada a un lado.
-Quería algo de aire fresco, creo que estoy comenzando a abrumarme con tantas personas.
-Oh, sí. Te entiendo querida. – dijo reconfortante el buen lord. – Pero antes de que huyas despavorida de aquí, quería recordarte algo.
Entonces los ojos de Mérida se volvieron hacia el mayor. Parecía algo serio.
-¿Que es lord MacGuffin?
-La boda es dentro de un mes, princesa. – habló serio. – Y recuerdas cual es nuestra tradición en las ceremonias de matrimonio, ¿no es así?
Rodando los ojos por lo que el lord le preguntaba, Mérida se puso entonces a pensar.
Recordaba memorias vagas de cuando su madre le enseñó las tradiciones de Dunbroch años atrás, pero tan solo podía recordar algunos detalles de la ceremonia de bodas. Nunca creyó que en realidad las necesitaría algún día puesto que pretendía ser una guerrera que lucharía por Dunbroch toda su vida, y no una esposa prisionera como en lo que ahora se convertiría.
-Una prenda. – habló de pronto. – Tenemos que intercambiar una prenda, ¿o era un arma?
El mayor suspiró rodando los ojos al escucharla.
-Sabía que dirías eso. Menos mal que estoy aquí para ayudarte. – y tomándola de las manos fraternalmente continúo: - Princesa, también tienes que hacérselo saber al joven Hiccup. Al casarse la ceremonia se puede celebrar con ambas tradiciones, al fin y al cabo son muy parecidas. Tan solo háblenlo y lleguen a un acuerdo. – la chica asintió apresurada queriendo salir de ahí lo antes posible. Esta noche se estaba volviendo demasiado larga. – Y es un objeto, no un arma.
-¿Como?
-Un objeto princesa, el objeto más valioso para ti.
-Es parecido, tío MacGuffin. – rodó los ojos. - Un arma, un objeto. Qué diferencia hay si para mí lo más valioso es mi arma con la cual me defiendo y puedo luchar.
El mayor volvió a suspirar resignado.
-¿Estas segura mi niña? ¿Acaso un arma es lo más valioso que tiene tu corazón? – y esas palabras retumbaron en la cabeza de Mérida.
¿Lo más valioso que tenía?
Era cierto, lo más valioso que tenía no era su arco. Tenía algo más. Y ahora que el lord se lo traía de nuevo a la cabeza, necesitaba recuperarlo de las manos de cierta bruja.
- Tienes un mes para decidirte, princesa. Recuerda que es el símbolo de esta unión. En la noche de bodas los dos tienen que intercambiar su objeto más preciado. Es el símbolo de la confianza que se tendrán el uno al otro y de la unión de los dos clanes. Hacedlo saber a Hiccup por favor.
-Sí, tío MacGuffin. Lo haré.
Y tras despedirse, Mérida se precipitó hacia los jardines del castillo.
Ya fuera, la brisa helada rozó la azorada piel de su rostro y movió su cabello suelto. Respiró profundamente inhalando el olor a pino y tierra mojada de esa noche.
Ahora podía sentirse un poco mejor.
Pero tan solo un poco, pues en su mente rondaban las palabras de lord MacGuffin.
Ahora tenía otra cosa irritante en la que pensar además de lo que acababa de suceder con Hiccup y sus oficiales.
Soltó un leve grito de exasperación y revolvió su cabello con sus manos.
-¿Princesa?
¡Magnifico! Lo que le faltaba.
Mérida se volvió al escuchar esa voz, la cual ya conocía muy bien, topándose con los infinitos ojos verdes del joven rey de Berk.
-¿Ahora que quiere su alteza? – respondió cortante sin importarle su tono de voz. Mientras se volteaba otra vez hacia el extenso jardín perdiendo su vista en él.
-Nada, solamente salí a tomar algo de aire. – improvisó el castaño y Mérida rodó los ojos, era claro que estaba ahí para molestarla y recordarle la vergüenza que había pasado. Lo ignoró y siguió mirando el paisaje. – Hace unos momentos te vi intercambiando palabras con lord MacGuffin. – siguió el chico posicionándose a un lado de ella y volviendo su vista también hacia el jardín.
Al parecer no sacaría el tema anterior y Mérida lo agradecía. En ese caso tendría que hacerle saber lo de la ceremonia de bodas. Tarde o temprano tenía que sacar el tema de la boda puesto que ya se encontraba en puerta.
-Cierto. – comenzó a hablar Mérida. – Sera mejor hablarlo en estos momentos puesto que la fecha se acerca. – y volviéndose hacia Hiccup, captando la atención de éste, continuó. - Lord MacGuffin me recordó acerca de la ceremonia de bodas. En Dunbroch tenemos una tradición, ese día los prometidos tienen que intercambiar su objeto más preciado. El otro lo recibirá como prueba de la confianza que tendrán y símbolo de la unión de dos clanes, dos familias, dos reinos. – señaló la chica haciendo ademanes con sus manos sin que la mirada verde la dejara de contemplar. – También mencionó que tu reino y el mío tienen costumbres y tradiciones similares así que es nuestra tarea llegar a un acuerdo para lo que se celebrará el día de la ceremonia. Por mi parte con que esta tradición se realice lo demás puede ser como desees.
El chico la miró pensativo un momento, un momento donde Mérida se sintió extrañamente nerviosa pues la mirada verde musgo del rey de Berk de pronto brilló seria.
La reconoció como la mirada que portaba cuando hablaron en la cascada.
La mirada de un hombre que le había dado su palabra de honor.
-Está bien princesa, hagámoslo.
Mérida comenzaba a conocerlo, y eso la asustaba.
-Mañana partiré con mis oficiales a Berk, he estado mucho tiempo fuera de casa y un asunto importante me espera allá. Después de atenderlo, regresare a tiempo para celebrar nuestro compromiso y traeré conmigo mi objeto más valioso. – acercándose a ella su mirada se hizo más intensa y Mérida sintió como empezaba a retener el aliento. – Sé que estará en buenas manos y yo atesorare el tuyo por igual. Después de eso y siendo tú mi esposa partiremos de inmediato a Berk.
Mérida trago lentamente.
Ahora su futuro lo veía más cerca.
Se iría de Dunbroch dentro de un mes dejando atrás a su padre y a sus hermanos, y no podría hacer nada por evitarlo. Debía cumplir con este compromiso a pesar de su inconformidad pues era un pacto que ya había aceptado y no se lamentaba por ello.
Ya no más.
Su padre era feliz con este compromiso al igual que sus hermanos, y sobre todo lo hacía por su reino.
Apretando los puños a sus costados tomó valor y habló.
-Está bien. Ya habíamos dado nuestra palabra esta tarde en la cascada mi rey, y planeo cumplir con mi papel. Tan solo te advierto que en mis planes también está el llevarme a Mordu y a mi caballo conmigo, así como también a mi personal más fiel.
El chico sonrió de lado.
-Por su puesto princesa, lo tenía contemplado. Y tu fiel oso guerrero nos será de mucha ayuda en Berk.
-¿De qué manera? – preguntó extrañada.
-Princesa, eres una guerrera. – le dijo como si fuera lo más obvio. – Además de ayudarme y cumplir con tu papel diplomático cuando seas reina, quiero que entrenes a mis tropas más jóvenes. Eres la mejor arquera de Dunbroch y la líder de todos sus guerreros.
De pronto Mérida se sintió sorprendida por lo que estaba escuchando y también ¿un poco alagada? En realidad creía que el rey de Berk tan solo la necesitaba para la imagen política que tendría frente a otros reinos al haberse unido con su compromiso a Dunbroch: el reino más poderoso del norte. Pero al parecer esto también lo tenía planeado.
Eso le gustaba, al menos podría seguir luchando y no sólo cumplir con la diplomacia de ser reina.
– En un principio Astrid me ayudaba a entrenar a los más jóvenes. – siguió el castaño sonriéndole al paisaje, perdido en algún recuerdo. - Pero como oficial sus responsabilidades crecieron y ahora en su estado es imposible para ella el seguir con esa labor.
Así que el rey de Berk tenía planeado todo esto desde que Hamish le ofreció el tratado de paz para terminar con la guerra. Sin dudas el joven rey no desperdiciaría ningún beneficio que tendría con este compromiso, con su boda, y para con su reino.
Está bien, Mérida lo aceptaba. Después de todo, desde un principio él se lo había aclarado en la cascada, la alianza con Dunbroch era muy beneficiosa para el reino de Berk. No podía culparlo por querer proteger a su reino, ella hacia lo mismo y de cierta forma respetaba eso de él.
Pero sus ojos no pasaron por alto como el semblante de Hiccup cambiaba al nombrar a la rubia y eso la hizo recordar lo del comedor. Haciéndola fruncir las cejas.
-¿Lo sabias no es así?
Cuestionó de pronto haciendo confundir al castaño.
-¿Perdón?
-Sabias que al conocer a Astrid intuí que él bebé era tuyo. – desvió la mirada al hablar y de pronto sintió sus mejillas arder.
Demonios. Se avergonzaba de sus pensamientos pero no lo podía evitar, estaba molesta por saber que él se había burlado de ella todo ese tiempo.
El chico la miró y su semblante se suavizó.
-Sí. - afirmó para consternación de la chica. – Y disculpe si la ofendí princesa, – Mérida se volvió expectante hacia él. – pero sus expresiones cambiaban tan rápidamente con lo que decía que no podía dejar de mirar. – y para desconcierto de le pelirroja el castaño sonreía sinceramente al hablar. – Eras como un libro abierto, tan sólo no podía dejar de mirarte.
Y esas palabras bastaron para que sus mejillas se sonrojaran y Mérida se reprendiera mentalmente por eso.
¿Pero que le sucedía ahora? ¿Que era este calor que inundaba su rostro?
Era tan diferente al calor de las batallas...
De pronto un ruido tras ellos los sacó de la atmósfera que se estaba creando y por primera vez Mérida dio gracias al dragón negro que se había acercado a ellos.
Espera, ¿dragón?
-¡Chimuelo! – exclamó el rey extasiado de ver a su animal guardián quien había aparecido desde las sombras de la oscura noche. - ¿Qué haces aquí?
Y contento, el enorme animal comenzó a mover su cola aceptando alegre las caricias que le hacia el castaño.
Para Mérida esa escena era muy peculiar. Puesto que solamente había visto a los dragones en la guerra, no había podido conocer ese lado de ellos. O al menos ese lado de ese dragón quien parecía una mascota feliz de encontrar a su dueño.
Mérida aun no podía perdonarles el haber sido la causa por la cual su padre entró en guerra, pero sin que se diera cuenta el odio iba desapareciendo.
Mientras Hiccup acariciaba la cabeza de su dragón, un silencio los envolvió y Mérida decidió por retirarse. Esa noche había sido demasiado para ella y el haber convivido tanto con su enemigo la había dejado fatigada.
Debía de dejar de hablar tanto con él, empezaba a asustarle las sensaciones nuevas que tenía su cuerpo cuando él hablaba. Y eso no le gustaba para nada pues la hacían sentir débil y en desventaja frente a él.
Dispuesta estaba a irse cuando nuevamente la voz del castaño la detuvo.
-Astrid es... – comenzó a hablar el chico a la nada en particular mientras sólo miraba la cabeza de su dragón. – Astrid es una de las personas que más aprecio. Desde que era un niño siempre fue como una hermana mayor para mí. Así que, princesa – y entonces sus ojos verdes buscaron los suyos y le sonrió. – no le guardes rencor por favor. Lo siento de nuevo si pensaste que me estaba burlando de ti, no era esa mi intención.
El rey volvió la vista a su dragón continuando con sus caricias, pero por un momento Mérida se había quedado sin palabras y sin poder moverse de su lugar. Tan solo mirando al castaño que jugaba con su dragón. Y se dijo que esa mirada mientras hablaba de la rubia no era la de un hermano que adoraba a su hermana mayor.
La mirada del castaño había sido diferente, y Mérida la podía reconocer pues ya la había visto en alguien más. Era la misma que ponía su padre cuando pensaba en su fallecido amor, en su madre.
Esa mirada estaba segura que había sido de amor.
Y sin embargo, también pudo captar un deje de tristeza en esos profundos pozos verdes.
-Yo – Mérida carraspeó encontrando su voz. – Yo no le guardo rencor, su majestad. – y sorprendentemente era verdad. Astrid era una persona agradable y Mérida no tenía ningún motivo para odiarle, tan solo no quería que fuera su amiga. Ninguno de los oficiales.
Ya era demasiado lo que se estaba acercando a estas personas. Tenía que recordar la guerra, la frustración al perder. Aunque había aceptado este tratado de paz y compromiso, tenía que resguardar su orgullo como guerrera de Dunbroch.
Aun así, Mérida suspiró cansada de todo esto, sentía que el odio que profesaba por ellos se iba minimizando con cada palabra y acciones que intercambiaba con las personas de Berk.
-Hiccup – habló de pronto el castaño sobresaltando a la pelirroja. – En un mes nos casaremos, creo que es hora de llamarnos por nuestros nombres, ¿no lo crees así Mérida?
Y una pequeña sonrisa apareció en ese rostro maduro de ojos verdes y Mérida sintió como el odio perdía otro punto de valor.
-Yo, debo irme. – se apresuró a decir dándole la espalda.
-¡Espera Mérida! – y ahí estaba de nuevo, diciendo su nombre mientras sentía un perturbador escalofrío recorrer su cuerpo por esa simple palabra. – Creo que no te he presentado a mi dragón debidamente, él es...
-¡Está bien Hiccup! – abruptamente la chica lo interrumpió mientras aún seguía de espaldas a él. – Es suficiente. – su voz bajo un poco pero aun así sonaba sobria. – Seré tu reina y cumpliré perfectamente mis funciones tanto en Berk como en lo que mi reino necesiten. Pero no me pidas más que eso. No puedo ser tu amiga, ni tampoco pienso serlo de tus oficiales. Han ayudado a la reconstrucción del reino y por eso se han ganado mi respeto, sin embargo no olvido que hasta hace unas semanas estábamos en guerra y para mi ésta no ha terminado. Tan sólo hemos cambiado de campo de batalla.
Y volviendo su rostro buscó los ojos verdes de Hiccup quienes la miraban con un semblante oscuro incluso pudo distinguir decepción en ellos al escucharla. La pequeña sonrisa había desaparecido y tan solo un rostro lleno de seriedad le devolvía la mirada a Mérida.
Muy dentro de ella no le estaba gustando la expresión que ocasionaban sus palabras en el castaño. Pero tenía que marcar sus límites. Y no tenía que dejarlo entrar, o ella sería la débil. La que saldría perdiendo en esta batalla, otra vez.
Pasando saliva dificultosamente por su garganta, y subrayando el matiz férreo de su voz, Mérida continuó:
- Mucho menos te atrevas a entablar relación alguna conmigo, cuando no eres capaz de pelear tus propias batallas en serio contra mí.
Y sí, se lo recalcaba. Porque la había humillado en la guerra, ella había luchado con todas sus fuerzas y él apenas había utilizado la suya. Porque había herido su orgullo y él junto a sus dragones habían envenenado el alma de su padre por poseer ese poder, y ahora la embriagaban con la alianza que harían al casarse.
No lo olvidaría. No lo podía olvidar.
No necesitaban volverse amigos, él era su enemigo.
Y se lo recordaría siempre.
En este campo de batalla era donde Mérida se sentía mejor, donde podría ser ella con su arco y su flecha. No siendo amigable con el enemigo y que éste le dedicara sonrisas.
Eso no estaba bien.
Se había acercado demasiado.
Ahora tenía que alejarse.
Pero entonces el castaño habló y sus iris esmeraldas brillaron determinadas:
-A veces hay batallas en las que no puedes luchar Mérida, y tarde o temprano lo comprenderás.
Dándole la espalda una vez más, la pelirroja comenzó a caminar hacia el castillo. Y las últimas palabras que el rey de Berk le había dedicado se incrustaron en su cabeza toda la noche.
o-o-o-o-o
Gracias por leer, hasta el próximo capitulo :D
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