Capítulo 3

-¡Tio MacGuffin!

Después de su encuentro un poco no grato con el rey de Berk, éste había salido volando con su dragón con la promesa de verse en el banquete y Mérida había llegado al castillo en busca de uno de los lores a quien más confianza le tenía. Y del cual estaba segura le respondería las preguntas que surcaban en su cabeza desde su última platica con el jinete de dragones y de esos intensos ojos que recordaba de algún lugar.

Al entrar al castillo se encontró con todo el servicio en bullicio preparando la sala del trono con enormes mesas, comida y bebidas. Y por suerte lord MacGuffin se encontraba entre ellos dando órdenes del decorado y de las posiciones de las mesas.

-Oh Mérida, ¿dónde has estado? – frenó su caminar el lord gordinflón volviéndose hacia la voz de la princesa. - Maudie te ha estado buscando. Pronto será el banquete y, según sus palabras, quiere ponerte hermosa para la ocasión.

Mérida rodó los ojos al escucharlo.

-Argh, no tengo tiempo para eso. - se quejó. – Tío, quiero que me digas todo lo que sabes acerca del rey de Berk: Hiccup. Me has dicho que lo conoces de antes. – Mérida había ido directo al grano sorprendiendo por un momento al mayor con su pregunta.

Y entonces una enorme sonrisa surcó su robusto rostro.

-Oh vaya, vaya. ¿Interés por el joven rey? – habló divertido y la chica rodó los ojos una vez más.

-¡No! Tan sólo es curiosidad. – se apresuró a aclarar la pelirroja. - Aunque el antiguo rey de Berk fue amigo cercano de mi padre, no tengo memorias de haberlo visto alguna vez. O si he llegado a conocerlo, tal vez era muy pequeña para recordar.

Desde el trayecto de la cascada al castillo, Mérida profundizó sus pensamientos acerca de la familia real de Berk y tratándose el antiguo rey de Berk de un viejo amigo de su padre, pensó que quizá ella debió de conocerlo en todos estos años. Pero aun así no tenía nada. Ni una memoria de él o su hijo, y ahora esos pensamientos se los hacía saber al lord.

-Exactamente princesa. – prosiguió el mayor tras un suspiro y ver el semblante serio que extrañamente ponía la menor por este tema. - Conozco al joven Hiccup porque he visitado su reino varias veces. Son una potencia en desarrollo y, antes de la guerra, hacia negociaciones con ellos. Pero ¿qué decir del rey Estoico? – una sonrisa nostálgica nació en su rostro. - En nuestra juventud luchó a nuestro lado en repetidas ocasiones. Después de eso sus visitas a Dunbroch fueron muy regulares. Oh, pero creo recordar que apenas tendrías unos seis años cuando lo conociste en su última visita a Dunbroch, tanto a él como a su hijo: el joven príncipe Hiccup de once años en ese entonces. – y MacGuffin sonrió divertido al ver la cara estupefacta de la princesa tras escucharlo. - Entiendo que no recuerdes sus rostros, eras muy pequeña todavía, y también cabe mencionar que ese mismo día fue cuando tu padre perdió la pierna en la cacería de Mordu.

El gordinflón soltó una estruendosa carcajada: – ¡Como olvidarlo! -

-Aguarde un momento tío, ¿Está diciendo que ellos estuvieron en la cacería de Mordu?

Mérida recordaba vagamente esa situación pues había estado presente. Y su padre, cuando ingería más de cinco barriles de cerveza, siempre se las hacia recordar.

En Dunbroch había una tradición y era que llegada cierta edad los herederos de Dunbroch tenían que cazar a su propio oso de guerra, un oso salvaje que después de atraparlo lo adiestrarían y se convertiría en el compañero más fiel para luchar.

Por supuesto su padre no quiso esperar a cazar uno propio para su primogénita de la cual estaba orgulloso pues a sus seis años, y a pesar de su corta edad, había podido controlar el arco. Y fue cuando atraparon a un joven Mordu. Pero el oso era salvaje y antes de detenerlo completamente, el oso se había llevado con él la pierna de su padre.

De ese acontecimiento Mérida sólo podía recordar el llanto incesante y la tristeza que sintió por ver herido al ser más querido que tenía. Tal vez esa enorme impresión abarcó más espacio en sus memorias que el rostro de los monarcas de Berk.

-Por supuesto que estaban ahí. Estoico fue uno de los que vengó la pierna de tu padre junto a nosotros. Ah, pero ese infernal oso ha valido cada centímetro arrancado de la pierna de tu padre. – bromeó el mayor. – Es el oso guerrero más fiel que he visto.

Mérida sonrió levemente.

-Sí, Mordu es un bravo guerrero y tengo en mis planes llevarlo conmigo. – de pronto función las cejas y puños. - Si viviré en un reino desconocido y con el enemigo, no tengo pensado irme sola.

Macguffin suspiró lentamente al verla.

-Mérida recuerda que muy pronto ese reino también será tuyo, - trató de persuadirla con su voz apaciguadora. - deberías de bajar un poco tu guardia con Hiccup. Después de todo les espera una vida por delante, y sé que cumplirás tu deber de reina a la perfección. Nuestra querida reina Elinor, que los dioses la tengan en su gloria, te instruyó muy bien. Y con el carácter valiente que heredaste de tu padre, estoy seguro que serás la reina de la cual Berk defenderá con su vida.

Y después de darle una caricia en su rebelde cabeza, el mayor continúo:

-Ahora ve y alístate que el banquete pronto comenzara. Tu padre se ha terminado dos barriles enteros de cerveza y creo que está a punto de abrir la reserva. Esta noche será larga, tienes que estar lista.

Y tras esas palabras Mérida se apresuró a su habitación donde Maudie la esperaba con un baño caliente y un hermoso vestido del cual sabía que sería muy difícil el moverse y respirar con él.

Suspiró resignada.

En estos momentos extrañaba traer de nuevo su armadura.

o-o-o-o-o

Una vez más veía esas extrañas luces azules que salían deslumbrantes del suelo, bailando y agitándose como si quisieran decirle algo. Marcaban una hilera, una tras otra, que se perdía por el sendero del oscuro bosque y del que estaba seguro era el camino que llevaba hacia el castillo.

Hacia el banquete real.

Dio un suspiro ignorándolas. Aun no sabía qué eran y tal vez sólo eran resultado de su cansancio por todo lo que había pasado últimamente.

Devolvió su mirada hacia el anillo de rocas que tenía a su alrededor y cerró los ojos un momento cruzándose de brazos y recargando su espalda en una de ellas mientras escuchaba como su dragón a un lado se recostaba sobre sus patas.

Había encontrado estas rocas extrañamente posicionadas en círculo cuando exploró el reino de Dunbroch por la mañana y ahora eran el punto de reunión que había mandado para sus oficiales. Los cuales no tardarían en llegar para presenciar su compromiso esta noche.

Dio otro cansado suspiro.

Su compromiso.

¿Quién lo diría? Ahora iba a casarse, y a tomar a una princesa de los reinos más poderosos del norte.

La princesa, Mérida Dunbroch.

Sonrió pensando que los golpes que le había dado en la absurda guerra aun le dolían. Y estaba impresionado por eso. Tenía un espíritu valiente muy fuerte para atreverse a luchar en esa guerra y eso se lo reconocería siempre.

Y a pesar de su gran fuerza, aun podía recordar la primera vez que la conoció, apenas una niña que lloraba desconsoladamente en sus brazos. Tal vez fue por ese recuerdo que no se atrevió a usar realmente su fuerza en esa guerra por temor a lastimarla.

Era absurdo, no la conocía, y solo haberla visto una vez hace más de diez años no podía significar nada, pero Hiccup era así. No era la clase de rey que le gustara entrar en las guerras y derramar sangre inocente innecesariamente, siempre había sido más bien del tipo pacifico. Pero desde la muerte de su padre y su precipitado ascenso al trono, lo orillaron a convertirse en un hombre más duro pues ahora tenía una gran responsabilidad sobre sus hombros. Tenía un reino que proteger, tenía que pensar en su pueblo y dragones, y no sólo en él.

Y este compromiso era lo que necesitaba para protegerlos.

La guerra que había tenido con Dunbroch había sido tan sólo una minúscula parte de una tormenta que estaba seguro se desataría más tarde.

La guerra con Dunbroch había sido tan sólo un accidente, un error. Un error que el amigo de su padre enmendó y estaba en camino de recuperar su confianza.

Pero la guerra para Berk no terminaba ahí.

Las aguas turbias y los aires descontrolados de su reino lo estaban advirtiendo, y dentro de él presentía que algo malo se avecinaba.

Era por eso que esta alianza con Dunbroch la necesitaba más que nuca. No le había mentido a Mérida acerca de sus intenciones al casarse con ella. La prioridad para él era protegerlos a todos.

-¡Hiccup!

De pronto un grito lo sacó de sus pensamientos y se volvió hacia la voz que acababa de llegar y vio como un dragón rojo se acercaba a él desde los cielos oscuros.

-¡Patán!

Un hombre de estatura pequeña y algo robusto, descendió del dragón. Y acomodándose su casco de vikingo, se dirigió a su rey.

-¿Por qué solamente has llegado tú, patán? ¿Dónde están los demás? – cuestionó el rey.

-Vienen detrás de mí, pero quise adelantarme. – de pronto la mirada del recién llegado se volvió seria. – Hiccup ¿estás seguro de este compromiso? ¿En serio tienes que casarte con esa princesa? – esas preguntas sorprendieron al castaño por un momento. - La guerra terminó, y el tratado de paz puede realizarse perfectamente sin ese estúpido compromiso. ¿Por qué elegirlo? Los demás están emocionados por esto, pero sé que tienen las mismas preguntas que yo. Por eso me adelante.

Y al escuchar a uno de sus oficiales más valiosos, Hiccup sonrió satisfecho. Pues estaba seguro que se estaban preocupando por él y por la decisión que había tomado.

Sin duda más que oficiales ellos eran sus amigos.

Pero antes de poder responderle, otros tres dragones llegaron desde el cielo y sus jinetes descendieron eufóricos de ellos, acercándose al rey mientras se estampaban en un gran abrazo, envueltos por el más grande y gordo de ellos.

-Patapez, suéltanos nos estas aplastando. – habló un de los rubios gemelos.

-Demonios Patapez, no mides tu fuerza.

-¡Oh, lo siento! Estaba muy contento por ver a Hiccup.

El grandulón los soltó y con una enorme sonrisa el rey posó su vista en cada uno de ellos: sus oficiales y sus más cercanos amigos desde su infancia.

Su familia.

-Sí chico, te extrañamos. – pero su sonrisa se borró al escuchar esa voz. Y al ver de quien se trataba, de pronto su ceño se frunció un poco molesto.

-Astrid ¿qué demonios haces aquí? ¿¡Y en tu estado!? – rugió de pronto.

-Cálmate jefe, ni el bebé ni yo vamos a morir por volar cuidadosamente sobre Tormenta. – habló la chica rubia acariciando su apenas abultado vientre mientras veía a su dragón quien le devolvía la sonrisa. – ¿Crees que me perdería tu compromiso? ni pensarlo. Y no te preocupes por Berk, dejamos encargado a Eret, a regañadientes puesto que quería acompañarnos; ya lo conoces. – y tomándolo de los dos hombros la chica lo miró orgullosa. – Pero ahora esto es sobre ti. – cambio de pronto de tema apaciguando al castaño. - ¿Quién diría que el alma de dragón se comprometería con un alma salvaje de Dunbroch? Pero bueno, a ti siempre te ha encantado domar a las fieras. Muero por conocer a esa princesa. – y con una enorme sonrisa en su rostro se volvió hacia los demás. – ¡Así que andando chicos! ¡Esta noche es de festejo!

Contagiados por las palabras de la muchacha se escucharon vítores, palmadas y felicitaciones hacia el castaño, y éste se dio cuenta que Astrid había hecho eso por él y por las preguntas que estaba segura que Patán le había hecho antes de que llegaran.

-Gracias Astrid. – susurró hacia la muchacha y ésta le sonrió cariñosamente.

Y con ese mismo entusiasmo, sus amigos se subieron a sus dragones y volaron hacia el castillo entre risas y gritos.

El rey de Berk suspiró resignado al ver la emocionada actitud que traían sus amigos, pero no lo podían evitar. No los había llevado con él a la guerra de hace cuatro meses y cuando estaba a punto de pedir su ayuda el joven príncipe Hamish se había armado de valor y había ido a hablar con él ofreciéndole un tratado de paz el cual no pudo rechazar. Y cuando Hiccup regresó a Berk apenas dos semanas atrás fue para decirles a su reino y a sus oficiales que la guerra había terminado y tendría que volver a cumplir con lo estipulado en ese tratado. Cosa que no agradó a todos, sobre todo al mencionar el compromiso del cual ahora parecían bastante animados.

Y eso era bueno.

Con una pequeña sonrisa en sus labios, Hiccup vio como las luces azules se encendían una vez más desde el suelo hacia el camino que lo llevaría al castillo.

Y subiéndose a su leal dragón se dispuso a seguirlas.

Dejando el círculo de piedras atrás, y sin haber reparado en su presencia en ningún momento, un pequeño dragón verde se acercaba desde los cielos. Siguiendo diligentemente al rey que acaba de partir. Trayendo consigo un mensaje, un mensaje proveniente del océano.

o-o-o-o-o

El banquete inicio entre las palabras del rey Fergus anunciando abiertamente el compromiso de su hija con el joven rey de Berk y estipulando la fecha para la boda la cual sería dentro de un mes. El tiempo suficiente para terminar las reparaciones del reino y celebrarlo con una esplendorosa boda.

Y tras los aplausos y vítores de los invitados la fiesta comenzó con música, bullicio y grandes dotaciones de comida y bebida para celebrar.

Mérida envuelta en uno de sus mejores vestidos del cual apenas podía respirar, se encontraba dando vueltas alrededor de la improvisada pista de baile en medio del salón. Hiccup le devolvía una sonrisa juguetona a lo que ésta se limitaba a rodar los ojos mientras la hacía dar otra vuelta.

Demonios ¿cuándo se terminaría esta tortura?

Después de las palabras de su padre, el monarca tuvo la brillante idea de que los futuros esposos comenzaran la celebración abriéndose en la pista con una pieza de baile de la cual Mérida estaba más que irritada.

Odiaba bailar.

Y sus torpes tropiezos y pisotones al joven rey de Berk se lo hacían recordar, aunque esto último no lo lamentaba.

Un pequeño tropiezo y otro pisotón se hicieron presente y una sonrisa pícara surco en los labios de la pelirroja.

-De nuevo lo siento, su alteza. – habló sarcástica, divirtiéndose por ello.

-Al parecer el baile no es su fuerte, ¿verdad princesa?

Después de su encuentro en la cascada y de su silenciosa promesa, parecía que el castaño habia tomado cierta confianza, cosa que la molestaba.

Sin inmutarse, el joven rey seguía haciéndola girar a través de la pista. Era lo suficientemente bueno como para corregir los terribles errores que Mérida hacía con sus pies y movimientos de baile y eso la enfurecía aún más.

-Por supuesto que no. – rugió la escocesa. – Creo que en estos últimos cuatro meses se habrá dado cuenta cual es mi fuerte.

El chico sonrió de lado al recordar sus arduas contiendas.

-Sí, creo que la princesa estaría más cómoda en un campo de batalla que en una pista de baile. – soltó las palabras, y la princesa giró lejos de los brazos del castaño mientras éste la volvía a atrapar antes de que tropezara con su vestido.

La chica resopló furiosa. Lo había hecho a propósito.

-¿Cómo puedes estar tan seguro? – lo desafió. - Lo habría estado si al menos mi enemigo hubiera luchado realmente conmigo, y utilizado toda su fuerza.

Hiccup contempló el molesto semblante de la princesa. Así que se había dado cuenta sobre eso. Sin embargo lo podía intuir, después de todo ahora conocía el espíritu de lucha de Mérida y sabía que no estaba satisfecha con el resultado de la guerra y de no haberle podido demostrar a él toda su fuerza.

Pero estaba indignada, al parecer, de que él no hubiese utilizado todo su poder por no querer lastimarla.

Hiccup suspiró, y con una pequeña sonrisa quiso alejarse de ese tema.

-¿Me está diciendo entonces que prefiere el baile, princesa?

Y en una rápida maniobra, y antes de que la chica pudiera replicar, Hiccup la hizo rodar en sus brazos, apretó su cintura contra él y la dobló hacia el suelo.

Antes de que Mérida reaccionara, su pecho estaba agitado por la repentina acción y se sentía en desventaja ante él. Sus pechos rozaban el traje del castaño y la cercanía de pronto la sintió desafiante. Podía sentir su respiración sobre su mejilla y la maldita sonrisa que surcaba en el rostro de él.

Demonios, era un maldito dragón astuto.

El vals terminó en un acorde y los invitados aplaudieron alrededor de la pista mientras se preparaban para la siguiente pieza.

El castaño incorporó de nuevo a la princesa, y mirándolo con el ceño fruncido, Mérida se soltó de su agarre rápidamente.

Se sostuvieron la mirada unos segundos y la pelirroja se volvió con la intención de salir volando de ahí, ya había interactuado lo suficiente con su enemigo, ahora solo quería alejarse de él. Pero antes de que eso pasara el castaño la detuvo con su voz.

-Aguarda princesa, – habló con un semblante relajado. – quiero presentarte a mis oficiales.

Y con esas palabras el chico le ofreció su mano una vez más. Esa mano de la cual la pelirroja acababa de zafarse, pero de la que parecía no poder librarse.

Suspirando resignada, la chica tomó su mano. Pues aunque se negara, tarde o temprano tenía que conocerlos y esta fiesta era para eso ¿no es así?

Y con esos pensamientos Mérida vio como era conducida hacia cinco personas quienes en ese momento se encontraban muy bulliciosas, al parecer discutiendo sobre algo.

Y al acercarse lo suficiente Mérida se percató que era sobre la comida e intento reprimir una sonrisa al ver tal escena.

-Chicos – habló fuerte el castaño sobre los ruidosos, y Mérida pensó que a pesar de ser oficiales no se comportaban como tal.

-¡Hiccup!

Ni tampoco eran tan formales con su rey.

Entonces las miradas se centraron en ella al ver que su rey venía acompañado.

-Quiero presentarles a la princesa Mérida Dunbroch. – habló serio el joven rey, y volviéndose a ella siguió. – Princesa ellos son mis oficiales más valiosos.

Mérida les dedicó una reverencia formal como lo exigían sus modales.

Extendiendo una mano señalando a cada uno de ellos, Hiccup continúo:

-Patapez – nombró a un rubio muy grande y robusto. Éste le sonrió dulcemente y acercándose a ella le plantó un beso en la mano. - Un gusto conocerla princesa Mérida. – y por un momento Mérida sintió esa familiar sensación de amabilidad al igual que la de lord MacGuffin y decidió que ese chico le había agradado de inmediato. Mientras, sorprendiéndose ella misma, le devolvía la sonrisa al rubio.

-Patán – siguió el castaño ahora nombrando a un fornido hombre pero bajo de estatura, con el cabello castaño al igual que Hiccup. El pequeño fortachón la saludó con una cara seria, analizándola de pies a cabeza y Mérida no supo cómo interpretar eso, molestándola un poco. Así que frunció el ceño aceptando su saludo.

-Brutilda y Brutacio – presentó a los dos gemelos rubios quienes entre risas y golpes entre ellos, se presentaron.

Y entonces Mérida cayó en la cuenta... aquí había algo mal.

-¿Patapez? – Habló entonces la pelirroja dudosa, interrumpiendo las presentaciones del castaño.- ¿Patan? ¿Brutilda y Brutacio? ¿Son esos sus verdaderos nombres?

Y una pequeña sonrisa apareció en el rostro de Hiccup.

-Por supuesto que no, princesa – habló uno de los gemelos. ¿Era Brutilda o Brutacio?

-Son nuestros sobrenombres. – dijo el otro. – Pero si quiere saber el estúpido nombre de mi hermana es Eugen...

-Cállate torpe, sabes que no me gusta mi nombre. – lo calló la gemela de un golpe. – A caso quieres que también te llame por tu nombre Laver...

Pero otro golpe la interrumpió y entonces comenzó la disputa de los hermanos mientras Mérida los veía divertida.

¿Así que estos eran los oficiales contra los que iba a luchar en la guerra antes de que ésta terminara?

Podría jurar que hubiera sido una batalla inusual, y algo excéntrica al conocerlos ahora.

Pero al parecer, Berk no era el reino sanguinario que ella había creído que eran, con sus salvajes guerreros vikingos y sus enormes dragones.

Se volvió hacia el rey a un lado de ella y se sorprendió al verlo reír abiertamente ante esas personas.

Ahora veía el por qué Hiccup le había dicho aquello en la cascada, tenía personas que proteger y al parecer esas personas darían su vida por protegerlo a él también.

-Y ella es... – siguió hablando el castaño ignorando a sus amigos alrededor mientras terminaba de presentarlos, dirigiéndose hacia una última chica.

-Yo soy Astrid. – habló la última, rubia también, mientras la tomaba de las manos y le dedicaba una enorme sonrisa. - Mucho gusto en conocerte princesa. Disculpa el comportamiento de mis compañeros pero es que están demasiado emocionados por su compromiso. Además la comida nos ha causado una disputa. – siguió la rubia divertida. – Estamos en un conflicto tratando de adivinar de que esta hecho este delicioso platillo, - señaló una elaborada comida en el centro de la mesa. – y después de eso...

Y aunque la rubia seguía hablando, Mérida ya no le ponía atención pues su mirada se había ido hacia el vientre un poco abultado de la chica. Y sorprendida se fijó como el castaño a un lado de ella miraba a la rubia con unos ojos diferentes. Podría reconocer la adoración en ellos al verla.

Y entonces lo comprendió.

Pero aun así Mérida no podía creer a lo que sus pensamientos habían llegado. No podía ser verdad ¿cierto? Aunque apenas conocía a Hiccup, no parecía esa clase de hombre. Más bien podría definir su naturaleza como pacífica, un hombre de honor que era lo que él mismo había dicho en la cascada.

Pero aun así era un rey. Y sabia de algunos reyes quienes tenían hijos bastardos antes o después del matrimonio.

¿A caso podría ser eso?

¿Podría ser que dentro de ese vientre abultado el bebé que esperaba esa chica fuera de él?

Y volviéndose hacia el joven rey las sospechas de Mérida tomaban cada vez más fuerza pues la mirada y la sonrisa que le dedicaba a esa rubia no era simple adoración... podría ser, tal vez...

¿Amor? 

o-o-o-o-o

Gracias por leer! :D

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