Capítulo 2

Dos semanas pasaron desde el fin de la guerra y como el rey de Berk había prometido, llegó desde el mar y los cielos con gente de su reino y dragones dispuestos a ayudar en la reconstrucción de Dunbroch.

Al mismo tiempo los lores de los clanes más importantes de Dunbroch habían llegado en sus barcos desde el mar. Y al reunirse con su rey, una sonora carcajada se dejó escuchar en la sala del trono proveniente del más gordo de ellos:

-Vaya Fergus, venimos preparados para la guerra y nos encontramos con dragones y humanos trabajando juntos en Dunbroch.

El nombrado sonrió al ver a sus viejos amigos entrar por el castillo. Y acercándose a ellos, les dio un saludo al estilo Dunbroch: un gran abrazo con fuerza de oso.

-Así es, MacGuffin. Y como se dieron cuenta señores, hubo un ligero cambio de planes. – siguió con su sonrisa.

-Sí, la guerra ha terminado. – señaló desanimado el moreno de los lores. – Y yo que venía dispuesto a matar unos cuantos bárbaros.

-Al parecer ya no será necesario Macintosh, es mejor que nuestro reino este en paz. – habló el más bajo de ellos. – Será más beneficioso para nuestras tierras y riquezas.

-Claro, Dingwall. Pues eso es lo único que te importa, los negocios exteriores.

-Por supuesto que sí. Mi condado al sur del reino depende de estos tratos y una guerra no sería una gran publicitaria de las exportaciones.

-Oh vamos, aun así no me digas que no morías por entrar al campo de batalla como en los viejos tiempos. – siguió Macintosh exaltado. – Fergus te quedaste con la mejor parte, ahora sólo nos quedara arreglar tu desastre.

El rey bufó.

-Tal vez si no fueras tan quisquilloso, Macintosh, hubieras llegado hace tiempo cuando la guerra apenas se desataba.

-Pues si su llamado hubiera llegado antes mi rey...

-Y qué bueno que no fue así, sólo iba a ser un desperdicio de recursos...

Fue entonces que los lores junto con el rey comenzaron a discutir como si de niños se tratasen.

-Ya, ya amigos. – trataba de calmarlos lord MacGuffin. - La guerra terminó sin ningún contratiempo o perdida grave. Nuestro rey tuvo sus razones y obró de la manera correcta, es por eso que sigue siendo nuestro rey hasta ahora. – dijo el lord con una cara pacífica y sonriente.

De los cuatro pilares de Dunbroch, se podría decir que él era como el mediador de los clanes con la realeza. Era la persona más serena y llena de positivismo que podría tener el rey como aliado.

-Oh, cállate MacGuffin...

Fergus suspiró resignado al ver como sus viejos colegas se enfrascaban en sus discusiones. Pero no lo podían evitar, ya estaban viejos para sus oficios y pronto sus hijos los revelarían en esos cargos, así como también le pasaría a él. Pero, sonrió satisfecho, al menos sabía que la próxima generación encargada de Dunbroch haría un buen trabajo en proteger sus tierras y hacer lo mejor para su prosperidad.

Y todo empezaba aquí, con la alianza con Berk.

Fergus miró como su hija mayor entraba al salón acompañada de dos de sus hermanos y viéndolos acercarse el mayor habló hacia los lores callando así la discusión de ellos:

-En realidad amigos, no fui yo quien paró este derramamiento innecesario de sangre. – habló el rey imponente y con orgullo en la voz. – Todo se lo debo a mis hijos. Hamish fue quien persuadió al hijo de Estoico en llegar a un acuerdo de paz, y tomará a nuestra Mérida como esposa como prueba de mi confianza.

Ante estas palabras los lores guardaron de pronto silencio a su discusión y se inclinaron levemente como saludo al ver a los príncipes llegar.

-Entonces creo que debo de darle mí en hora buena milady. Y elogiar la proeza del joven príncipe.

-¡Vaya que sí! Berk tendrá una reina de Dunbroch, esto beneficiara en demasía a nuestros mercados, cosechas y granjas. Sin duda fue un gran razonamiento joven príncipe. Y en hora buena princesa.

Mientras los lores discutían alegres el porvenir de Dunbroch con esta alianza, Mérida intentaba guardar inútilmente su enfado.

Su padre se había unido a ellos a la celebración de esta nueva alianza y al parecer Hamish y Harris también al comentar entusiasmados algo sobre los dragones y su ayuda.

¡Esto parecía una mala broma!

¡Por el amor de los dioses!

Si apenas hacia dos semanas estaban en guerra, y ahora pareciese que todos amasen a ese estúpido reino de Berk.

-Tranquila mi niña, si frunces así las cejas pronto te saldrán arrugas. –sin que se diera cuenta, lord MacGuffin se habia posicionado a un lado de ella mientras le hablaba sin prisas y con esa agradable sonrisa. De pronto Mérida aflojó los puños que hasta ahora los tenia fuertemente cerrados.

-Tío MacGuffin... - susurró ella con una mirada llena de resentimientos.

-Lo sé, - afirmó el mayor con un apaciguador ademan de su rostro. – tú entre todos nosotros eres la menos beneficiada de todo esto. ¿Casarte con el enemigo? ¿Tú? ¿Siendo el espíritu libre y valiente que eres? Será un calvario para ti, como si fueras una prisionera. – la chica asintió, y sus ojos brillaron al saber que al menos alguien la entendía. – Pero es algo que tienes que hacer. – Mérida volvió a asentir pero ahora apesadumbrada. En verdad lord MacGuffin era el lord que más le agradaba desde su infancia. Siempre tan apaciguador, tan tranquilo, y la persona que más comprendía los sentimientos de los demás. Por eso era el mediador de los clanes, siempre pensando por el bien de los demás. – Lo harás por tus hermanos y por tu padre, ¿no es así? por eso lo haz aceptado. Haz acepado este compromiso.

Mérida volvió a asentir hacia el suelo suspirando resignada.

-¡Pues alza la cabeza muchacha! – habló ahora con vigor el lord. – ¡Serás reina! Y no veo a nadie más capaz de eso que tú. ¡Eres valiente! Y aunque fue tu enemigo, Hiccup no es malo. Conozco al muchacho, y también sabe lo que es mejor para su reino. ¿O acaso alguna vez te hirió de muerte en sus combates? ¿No es que siempre al final del día regresabas ilesa o con alguna leve herida al castillo?

Mérida abrió los ojos de pronto asombrada por las palabras del mayor. Aunque el lord era el más tranquilo de los tres, sin duda tenía una red de información muy poderosa.

Y Mérida recordó.

Hiccup.

Ahora que razonaba, ese era el nombre del ahora rey de Berk. Del bastardo con el que se enfrentó día y noche, pero a quien nunca pudo derrotar.

MacGuffin tenía razón, y ahora se daba cuenta de eso. Nunca jamás en sus combates habia sentido que el muchacho peleara con toda su fuerza contra ella.

Mérida apretó sus puños. Una razón más para odiarlo.

-Tal vez seas la reina que él necesita. – Soltó de pronto MacGuffin sacando a la princesa de sus pensamientos.- Muchas veces le aconseje a tu padre que no atacara a Berk, que una alianza sería lo mejor. Pero ahora ya todo rencor quedo atrás gracias al joven príncipe. – el mayor se dirigió hacia Hamish quien parecía divertido viendo a los lores discutir con su padre y una enorme sonrisa surcó su regordete rostro. – Estoy seguro que llegara a ser un gran rey, el rey que Dunbroch necesita. – y volviéndose a Mérida le tomó delicadamente una de sus manos y por el ademan Mérida deshizo su puño. - ¿Y que puedo decir de ti, mi querida princesa? ¡Eres el orgullo de Dunbroch! Ya es hora de que tanto tú, tus hermanos como nuestros hijos nos sucedan y decidan lo que es mejor para el reino. Es hora de que esta generación tome nuestras responsabilidades. Nosotros estamos muriendo, estamos viejos y desgastados por las guerras y el tiempo. Tuvimos nuestra época dorada y vaya que la disfrutamos. Pero ahora es su turno. Es hora de que tomen su propio destino y protejan lo que hemos protegido nosotros por años. Estoy seguro que tu padre se percató de eso en esta guerra, y la valentía tuya y de tus hermanos nos va a llevar a una nueva era de prosperidad. – acercando la mano de Mérida a sus labios, el lord plantó un delicado beso en el dorso de ésta. – En hora buena por su compromiso milady.

Y tras esas profundas palabras lord MacGuffin se acercó al rey y a sus amigos, dejando atrás a una pensativa princesa.

-¡Por cierto Fergus! ¿Dónde está ahora el muchacho de Berk?

-Tuve una asamblea con él en la mañana, es asombroso como trabajan esos dragones en la construcción de los pueblos.

-Te dije que sería una buena alianza, oso obstinado. – se burlaba MacGuffin. – Tengo deseos de hablar con él. Antes de que empezara la guerra teníamos unas excelentes importaciones de lana y pieles de su reino. Mi esposa muere por abrigos nuevos.

-Pues esta noche se cumplirá tu deseo, amigo. Celebraremos el banquete oficial de compromiso, y con esta cena quedara pactada nuestra alianza.

-¿Eso quiere decir que esta noche se decidirá la fecha para la boda?

-Así es, el muchacho sólo está esperando a que sus oficiales lleguen de Berk para acompañarlo a la ceremonia.

-¡Entonces esa boda tiene que ser un gran festejo! – habló ahora lord Dingwall emocionado. – ¡Este evento tiene que saberse! Me encargare que los reinos vecinos asistan con sus mejores ofrendas. Los reinos del norte tienen que darse cuenta que Dunbroch está creciendo y es más seguro que nunca.

-En ese caso también extendámosle la invitación a los Reinos del Sur. – exclamó Macintosh con brillo en sus ojos al nombrar a reinos que podrían ser cierta amenaza. – Que se den cuenta que la fuerza de combate de Dunbroch ha aumentado, y que un reino poderoso nos respalda.

El rey Fergus no podía estar más regocijado de orgullo como ahora, parecía feliz por cómo estaban marchando las cosas y mientras ellos reían y discutían los beneficios que traería el compromiso de la princesa y el rey de Berk a Dunbroch, Mérida había salido de la sala del trono sin que nadie se percatara.

Necesitaba pensar.

Su cabeza y sentimientos eran un lió. Y si no salía de ahí explotaría en cualquier momento.

Necesitaba salir de ahí, montar a Angus y que el viento rozara violento contra su rostro y se llevara su frustración.

Y así lo hizo.

o-o-o-o-o

Angus corría velozmente a través del bosque, atravesando frondosos árboles y brincando raíces sueltas. Mientras Mérida, arriba de él, intentaba dar a los blancos en movimiento sobre los arboles con su arco.

Hacer eso la ayudaba, nunca podría estar quieta o contenerse por más tiempo, después de haber descansado esas dos semanas de sus heridas necesitaba salir y poner su cuerpo en movimiento. Y ahora con lo felices que se veían todos con este tratado con Berk necesitaba poner su cuerpo en forma más que nuca.

Una de sus flechas dio en el blanco.

Ya se había hecho a la idea, estaba resignada a casarse, pero eso no significaba que no dejaría de ser ella. Tenía que mantenerse en forma si planeaban mandarla a vivir a otro reino, donde estaría rodeada de enemigos, y dormiría con el peor de todos.

Otra flecha dio furiosamente en otro de los blancos.

Dormir con él. Vivir con él, casarse con él.

¡Demonios!

Sólo pensar en ese hombre otra vez hacia que su sangre bullera furiosa a través de ella recordando todos los combates que no pudo ganarle y saber que la había tratado como una débil al no usar toda la fuerza que él tenía.

Y ahora recordaba que ni siquiera su dragón se metía en sus enfrentas, Mordu se encargaba de él mientras Mérida luchaba espada contra espada con el rey de Berk. Y la ceguera que tenía por el ansia de victoria no le dejaba ver esos golpes sin fuerza que le propinaba, o esas extrañas miradas que hasta ahora se daba cuenta que le daba cuando de alguna herida de ella brotaba sangre.

¡Por los dioses! ¡Ese rey nunca había luchado en serio contra ella! y eso la hacía sentirse humillada.

La última flecha se clavó en el último blanco hasta que llego a las cascadas.

Bajo de Angus y poniendo su arco sobre su espalda, escaló la pared de piedra resbalosa hasta la cima.

Pero ahora tenía que dejar de pensar en eso. La guerra había terminado y ahora sería su esposa, su reina.

Y si quería una reina de Dunbroch, Mérida sonrió de lado con un brillo de venganza en sus ojos, entonces que ese patético rey de Berk se preparara.

El agua que llevaba la brisa hacia su cara calmaba de a momentos la furia que bullía en su interior pero sin extinguirla completamente.

Y entones llegando a la cima del acantilado de esas cascadas, con la respiración agitada y sus músculos contraídos por el esfuerzo, respiró profundo y soltó un enorme grito hacia el cielo. El atardecer naranja a su alrededor fue testigo del sentimiento retraído en ese grito y los pájaros de pronto parecieron sentir esa furia al salir volando de los arboles cercanos.

Y después de cuatro meses Mérida pudo sentirse un poco más tranquila.

Definitivamente el salir con su arco siempre la calmaba.

Tiró el carcaj y su arco a un lado, acostándose de lleno sobre su espalda en el húmedo suelo disfrutando de la sensación de la brisa helada por el agua de la cascada en su piel.

Su respiración se había tranquilizado y desde su posición podía escuchar como Angus pastaba alrededor de la caída del agua.

Al menos este breve momento de paz podía ser suyo, antes de que tuviera que volver al castillo y enfrentarse al rey de Berk en el banquete de compromiso que al parecer todo el reino esperaba ansioso.

Fue entonces en ese preciso momento de paz, que Mérida sintió una presencia familiar tras ella que la desconcertó.

Y tomando rápidamente su arco en una posición defensiva vio furiosa como su paz era alterada por el patético rey de Berk.

-¿Qué demonios haces aquí?

Su punta enfilaba directo a él mientras veía como descendía de su dragón negro.

Claro, su dragón.

¿Cómo había hecho para llegar hasta donde ella se encontraba? Pues con su maldito dragón.

Al parecer las patéticas personas de Berk no podían hacer nada sin ellos. Al menos podría sentirse orgullosa de que ella había llegado hasta allí por sus propios medios.

Sin parecer alterado a su vista, el muchacho se quitó el casco lentamente guardándolo en la especie de montura que llevaba la bestia negra.

-Baja el arma princesa, sólo he venido a hablar.

Acariciando a su dragón el castaño seguía viéndola sin inmutarse.

Eso hizo desesperar a Mérida.

-Entonces habla, rey – casi escupió. – pueda que la guerra haya terminado y una alianza de matrimonio selle nuestra paz, pero para mí tu siempre serás mi enemigo.

Soltando un suspiro cansado tras escucharla, el rey de Berk alejó a su dragón con un ademan. Al parecer esperaba ese comportamiento de la princesa. Y acercándose a ella posó una mano sobre el arco pero sin retirar el objetivo al que apuntaba, él.

-Es por eso que quiero hablar. – la retó con sus profundos ojos verdes. – Baja el arma princesa Mérida.

Contra su voluntad, Mérida bajo el arma al ver su mirada. Esa mirada que le dirigía era diferente. Diferente a las que recordaba tras el casco en sus batallas.

-No quiero enemistarme contigo princesa. Creo que a estas alturas nuestros enfrentamientos ya quedaron atrás. Ahora tu comportamiento podría estar menos a la defensiva hacia mí teniendo en cuenta nuestra próxima alianza. De la cual he venido a hablar.

La chica bufó rodando los ojos mientras guardaba la flecha una vez más en el carcaj y se echaba el arco a la espalda.

Sus palabras parecían una broma. ¿En serio quería hablar sobre su supuesto compromiso? O sobre como en realidad ese compromiso sería más bien una prisión.

Cruzó los brazos sobre sus pechos y sus ojos azules irradiaban su enfado.

-Permítame discernir sus palabras su majestad, - habló sarcástica. - pero ¿acaso está llamando alianza a nuestro compromiso de matrimonio? Como podría bajar mi guardia y no estar a la defensiva si planean que sea la prisionera, oh disculpe, la esposa de mi enemigo.

El castaño frunció sus cejas.

Vaya, parece que Mérida había conseguido poner otra reacción al rostro inmutable del rey de Berk.

Y eso la hacía sonreír internamente.

Pero entonces su sonrisa se borró al escuchar sus palabras:

-No olvidemos quien comenzó la guerra princesa, y quien fue el valiente en atreverse a detenerla. – su voz salía firme, sin dejes de duda ni resentimiento. Imponía como la de un rey. Y de pronto Mérida se sintió sin fuerzas. – ¿Crees que tu reino y tus hombres han sido los primeros en intentar invadirnos para obtener a nuestros dragones? Me detuve sólo porque lo vi oportuno, y el ingenio de tu hermano me convenció. Tal vez mi padre hubiera perdonado esto por la amistad que le profesaba al tuyo, pero mi confianza ha sido traicionada. Y antes que todo rencor o guerra, esta mi gente y mis dragones. Tal vez lo puedas entender puesto que soy testigo de cómo luchaste por los tuyos hasta tu último aliento. – sus profundos ojos verdes oscuros se relajaron un poco al mencionarla pero aun así el semblante del rey de Berk seguía duro. – Dunbroch es un reino muy poderoso, y aunque nuestros dragones son una ventaja, Berk aún es un reino en desarrollo. Con esto dejaría en clara mis intenciones con decir que esta alianza beneficiaria por mucho a mi reino. Como dije antes, no han sido los únicos en intentar atacarnos y necesito la fortaleza de tu padre y sus aliados.

Mérida apretó los puños sobre su pecho mientras sentía como la furia nacía una vez más en la boca de su estómago al escucharlo.

-Vaya. -soltó entonces la pelirroja oprimiendo la furia que salía de su voz. - Debo admitir que es muy honesto en lo que desea, su majestad. Y al parecer, que mi padre quisiera entrar en guerra le vino como anillo al dedo. Tendrá a una reina y a una flota de aliados poderosos detrás de ella. – pero por más que intentó, la ira contenida salía como fuego por su boca. – Parece que las cosas han salido de maravilla para usted. ¿Qué más podría pedir? Ha ganado demasiado con esta alianza. ¿Acaso debería sentirme dichosa yo también por unirme a un hombre al que no conozco?

Un brillo diferente apareció en esos oscuros ojos verdes y Mérida no pudo apartar la vista de él. Era su enemigo, su némesis, y la única persona que hacía que ella se comportara de tal forma dura, obstinada y sarcástica. Su pasión se desbordaba en ira y frustración al verlo y pensar que ahora tendría que acostumbrarse a él. Tendría que aprender a controlar sus emociones si no quería llegar a otra guerra con el rey de Berk.

Pero mientras tanto ¿él que perdía?

Ella perdía a su familia y a su reino, también su libertad. Mientras él ganaría una esposa y con ella una reina y miles de aliados poderosos.

Por más que lo hubiera aceptado por el bien de su reino y familia, Mérida aun no podía superar la injusticia que esto la hacía sentir.

-Mis intenciones siempre han sido claras desde un principio, princesa. Es por eso que vine a manifestarlas. Pueda que no me conozcas y que solamente hayamos visto en la batalla el lado feroz del otro, pero te convertirás en mi reina y puedo demostrarte que soy un hombre de palabra. –su semblante se suavizó tan sólo un poco y dando un suspiro continuó. – Así que hagamos un trato. Serás mi esposa y no mi prisionera, y lo único que pido de ti es que abraces a mi reino como abrazas al tuyo. Que lo protejas y dirijas como lo has hecho hasta ahora con Dunbroch. – la miró directo a sus ojos azules expectantes y el brillo verde oscuro decidido de él la dejo de pronto sin aliento. - Tan sólo quiero tu lealtad hacia tu deber, hacia un reino que se convertirá también en el tuyo.

De pronto la ira de Mérida se apaciguó en su interior al escuchar al rey de Berk.

¿Cómo discutir ante eso? Aunque en un principio su ira creció por creer que él solo obtendría beneficios de Dunbroch con esta alianza, Mérida comprendió que al fin y al cabo el joven muchacho frente a ella era rey. Y le estaba dejando en claro que se estaba preocupando por su reino, por ambos reinos, y que sólo lo hacía para protegerlos. Para proteger a su gente.

Y su deber como princesa de Dunbroch, ese deber que su madre le había inculcado desde niña, estaba palpitando furioso sobre su cabeza.

Lo comprendía, ella también tenía un reino que proteger. Y el compromiso era algo que tenía que cumplir como princesa, independientemente si odiaba al hombre con el que se casaría, su sangre real la llamaba a cumplir su deber.

Y la incertidumbre crecía dentro de ella. Y sus sentimientos se entrecruzaban entre su libertad, su familia, su reino y su deber.

Entonces tomó una decisión.

Mérida descruzó sus brazos de su pecho y de pronto su semblante cambio. Era una mirada decidida y sin pizca de dudas. Y al hablar escuchó como las palabras salían firmes de su boca, y se sintió orgullosa al escucharlas:

-Como primera princesa de Dunbroch y primogénita del rey Fergus de Dunbroch, cumpliré mi deber como reina en el reino de Berk, pero espero que su palabra se haga valer. – y levantando la barbilla continuó. – Rey de Berk no lo conozco lo suficiente pero algo tenemos en común y es que ambos queremos la estabilidad y prosperidad para nuestros reinos, así que aceptare su trato. – se acercó un poco más a él y sus ojos azules brillaron intensos. - El respeto y la confianza es algo que se gana, su majestad, y la simple promesa de unas palabras no me demostraran nada. Por mi reino y mi familia, que son lo que más atesoro en esta vida, cumpliré con mi deber. Sólo espero que usted también cumpla con el suyo.

Y para la sorpresa de Mérida, el castaño tomó una de sus manos delicadamente. Y sin su consentimiento, le plantó un plano beso sobre el dorso de ésta, dejando a la pelirroja de pronto estupefacta por tal atrevimiento.

-Así será, princesa Mérida.

Con eso la tregua había sido sellada silenciosamente entre ellos. Y al alzar su cabeza, Mérida se dio cuenta por primera vez de la escueta sonrisa que el rey de Berk le dedicaba y del brillo que nacía de sus ojos con algo de... ¿alegría?

Y entonces Mérida no supo que pensar pues algo en su interior se removió. Y los ojos verdes que la veían como si se sintieran orgullosos de las palabras que ella había dicho, de pronto la atraparon.

Y recordó que en la guerra no había sido la primera vez que había visto al rey de Berk.

Esos ojos verdes los recordaba ahora de una memoria vaga de su infancia.

Y sus mejillas se sonrojaron. Y Mérida se odio por eso.

-Demonios...

o-o-o-o-o

Gracias por leer... See ya! 

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